Documenti di Didattica
Documenti di Professioni
Documenti di Cultura
De persona a ciudadano
2ª edición
Marcos Román
Colección
Desclée De Brouwer
Esta obra ha sido publicada con la ayuda de la Dirección General del Libro,
Archivos y Bibliotecas del Ministerio de Cultura.
ISBN: 84-330-2044-7
Depósito Legal: BI-151/06
Impresión: RGM, S.A. - Bilbao
Agradecimientos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13
Capítulo 1. Libertad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19
1. Si Andrés fuera un pez o El papel de los estímulos . . . . 19
2. Drácula enamorado o El problema filosófico de la
libertad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25
3. Una obra de teatro o De qué trata la Ética . . . . . . . . . . . 30
4. El tunning o Posibilidades apropiadas . . . . . . . . . . . . . . 35
5. Carcinoma de pulmón o La formación del carácter moral 37
6. El hombre fiel o La libertad no es espontaneidad . . . . . 39
7. Ulises vence al cíclope o El dominio de los deseos . . . . 40
Capítulo 5. Deber . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 99
1. Tender la ropa o La fuente de las obligaciones . . . . . . . 99
2. Rechazar un soborno o El imperativo categórico . . . . . . 103
3. Por qué estudiar o Dos teorías del deber . . . . . . . . . . . . 105
4. Obrar por interés o La pureza de la intención . . . . . . . . 107
5. El adulterio del Rey o La universalidad del deber . . . . . 109
6. Un terrorista desarmado o La universalización de la
máxima . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 110
7. El precio de los productos o El valor del ser humano . . 114
Índice 11
Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 201
Agradecimientos
* * *
¡Menudo pájaro, el Maquilla!
Yo también comencé el curso con un pájaro parecido. Estuve
explicando a mis alumnos el particular modo de reproducirse del
cuco. ¿Lo conoces?
La hembra del cuco dedica su tiempo a descubrir nidos con hue-
vos de otras especies parecidas a la suya. Cuando descubre uno,
espera a que su dueña se marche a por comida. Luego se acerca al
nido, empuja uno de los huevos hasta tirarlo fuera, en su lugar depo-
sita el suyo y se marcha.
20 Ética para jóvenes
Cuando llega la otra hembra piensa que aquellos son sus pro-
pios huevos y cría a los pajaritos como si fueran sus verdaderos hijos.
El cuco se reproduce, pero se evita el esfuerzo de construir nido y
de alimentar a los hijos recién nacidos. Obtiene las ventajas de la
reproducción, sin sus inconvenientes.
Supongo que ves algunos parecidos entre el cuco y tu amigo
gorrón. ¿Sabes lo que diferencia a la hembra del cuco de un “apro-
vechao”?
El cuco no es un pájaro malo, es lo que es, simplemente. No
tiene sentido calificarlo como bueno o malo. No le queda más reme-
dio que reproducirse de ese manera, porque sus instintos le marcan
ese procedimiento. No se trata de que algunas hembras de cuco ac-
túan así, –ay, pícaras– y otras crían de un modo responsable a sus hi-
jitos. No. Si has nacido cuco, cuando llegue el momento te compor-
tarás como tal. Por el contrario, tu amigo ha elegido su conducta:
podemos ser gorrones o no. No estamos obligados por naturaleza a
ser “cucos”, como tampoco determinados para lo contrario. En eso
consiste la realidad moral del hombre. Los seres humanos podemos
elegir. Es más, para desarrollar una vida humana, necesariamente tie-
nes que preferir. Por eso existe la ética.
Lo que le pasa al ser humano es que puede tener ya estableci-
do en su vida, por costumbre, una disposición a comportarse de un
determinado modo. Es el carácter moral, del que hablaba Aristóteles,
que es un hábito adquirido mediante ejercicio. Es la figura que uno
ha ido dando a su vida, día a día, y que le ayuda a actuar, siempre,
del mismo modo. Una vez adquirido un hábito (pagar tus gastos, por
ejemplo) es más fácil comportarse siempre en coherencia con él. Si
ese hábito es bueno, nos hallamos ante una virtud. Si es malo, como
el de “el Maquilla”, lo llamamos vicio. Por cierto, ¿a cuento de qué le
viene el mote?
* * *
Libertad 21
* * *
Se equivoca tu amigo. Para explicarte la diferencia entre los ani-
males y los hombres te contaré el caso de Andrés, uno de mis alum-
nos. Tengo, ahora, delante, el trabajo que me entregó sobre la técni-
ca de resolución de problemas que estuvimos practicando en la últi-
ma sesión de tutoría. Les había mandado elegir un problema perso-
nal y explicar cómo lo resolverían aplicando una serie de pasos que
les había enseñado.
Andrés plantea así el problema que ha escogido: “¿Qué com-
portamiento debo tener ante un chico muy chulo de otro grupo que
persigue a la misma chica que a mí me gusta?”
Creo que alguna vez te he hablado de la técnica en cuestión.
Uno de los primeros pasos es inventar distintas soluciones que se te
ocurran, para luego valorar sus ventajas e inconvenientes.
Andrés se encuentra ante un problema moral. Él quiere apartar,
de la chavalita que le gusta, a otro compañero que también va detrás
de ella. ¿Por qué digo que es un problema moral? Porque este chico
tiene que hacerse cargo de la situación, imaginar distintas posibilida-
des, elegir una entre todas y justificar la solución que ha preferido.
Los animales no tienen problemas morales. ¿Sabes cómo se com-
portaría Andrés si fuera un pez espinoso, un tipo de pez que estudió
Tinbergen, célebre investigador?
Yo te lo diré. El pez espinoso ataca a cualquier otro macho de
su misma especie que se meta en su territorio. Si es una hembra, en
22 Ética para jóvenes
* * *
No veo demasiada diferencia entre esos peces y nosotros. He visto
broncas entre gente de mi edad por problemas parecidos al que
cuentas.
* * *
Te diré en qué se parecen y en qué se diferencian animales y
humanos.
Son similares en que ambos se encuentran en una situación
ambiental en la que una serie de estímulos les piden respuesta. Los
dos, hombres y animales, se enfrentan a esos estímulos y están obli-
gados a responder.
Pero ¿qué es un estímulo? Es aquello que provoca una respues-
ta en cualquier organismo vivo. Puede ser una luz, una linterna en la
oscuridad que hace que la cucaracha se esconda; un sonido, el dis-
paro que impulsa a una liebre a buscar su madriguera; un olor, el
aroma de una presa que hace ponerse en alerta al depredador...
cualquier cosa puede ser un estímulo. Aunque cada animal tiene el
tipo de estímulos propios de su especie, lo característico es que, ante
ellos, el organismo tiene que responder.
Libertad 23
* * *
Supongo que podrá ser moral o inmoral, ¿no?
* * *
No. Yo utilizaba la palabra “moral” como opuesta a “amoral”. No
a “inmoral”. ¿Sabes cuál es la diferencia entre estas palabras?
Inmoral es el que actúa contra una norma moral. El quinto man-
damiento de Moisés, “No matarás”, por ejemplo. Decimos que es
inmoral quien lo desobedece.
Amoral es lo que no tiene moral. Creo que sabes que muchas
veces la letra “a” al comienzo de una palabra significa negación,
como en la palabra “a-morfo”: lo que no tiene forma. O en la pala-
bra “a-normal”, otro caso: lo que no es normal. Son ejemplos, ¿eh?
No me refiero a ti. Pues lo mismo sucede en “a-moral”: lo que care-
ce de moralidad.
Los seres humanos pueden ser calificados de morales o inmora-
les, pero no de amorales. La palabra a-moral sólo se puede aplicar
con sentido a los animales. Ellos son los que no tienen moral. Quizá
también algunos locos. ¿Por qué? Porque es absurdo imponerles nor-
mas morales. Si los lobos son carnívoros y comen otros animales, esto
Libertad 25
* * *
Supongo que cuando a veces decimos que un animal es malo –el
lobo es malo para los pastores–, de lo que hablamos no es del animal
mismo sino del beneficio o del perjuicio que ese animal le causa al
hombre. ¿No? Pero eso es otra cosa, claro.
* * *
Estoy de acuerdo contigo. Pero no creo que lo que él defiende
sea una majadería. Tu amigo plantea un problema clásico en la his-
toria de la filosofía: el tema del libre albedrío. ¿Escogemos nuestra
conducta o estamos determinados a obrar como lo hacemos?
26 Ética para jóvenes
* * *
Jorge pone el ejemplo de la borrachera. Cuando has bebido de
más, te sientes más amigo de tus amigos. ¿No te ha pasado nunca? Es
un sentimiento que provoca el alcohol. Cuando les dices “que los quie-
res un montón”, crees que estás actuando libremente, y resulta que es
la bebida la que provoca esos comportamientos. Según mi amigo,
sucede igual con nuestra conducta normal. Las sustancias de nuestro
cerebro nos impulsan a hacer unas cosas u otras. Como las descono-
cemos, creemos que obramos de forma voluntaria. Casi me está con-
venciendo.
* * *
No todos los que niegan la libertad coinciden al identificar aque-
llo que determina nuestras acciones. Mientras para algunos es algo
natural, los genes, otros dan mucha importancia al ambiente y al
aprendizaje.
Cuanto más van avanzando las ciencias que estudian al hombre,
más conocemos los factores que influyen en su vida. Marx insistió
Libertad 27
* * *
En una revista que tengo delante hay un chiste gráfico en el que
se ve que un tipo muy grande y con cara de bestia ha hundido un
hacha en la mitad de la cabeza de otro bastante más bajito. El propio
asesino, después de haber cometido semejante barbaridad, dice: “Debí
tener una infancia muy traumática, porque si no, tanta violencia no
se explica”. Hay que echarle morro. Haces algo malo, pero te quitas la
responsabilidad echando la culpa a la vida que te tocó vivir.
* * *
No huyas de la libertad. Eres libre y no hay manera de escapar.
Eso sí, muchos lo intentan. ¿En cuantas películas se busca justificar
lo que hicieron determinadas personas acudiendo a las circunstancias
que rodearon su vida? Una cosa es explicar y conocer las causas y otra
quitar responsabilidad a quien elige su conducta.
La última película que vi, en relación con esto, es “Drácula de
Bram Stoker”. El personaje de Drácula siempre ha sido el malvado
perfecto. Sin embargo, en esta película se le presenta como una víc-
tima. Es un hombre del siglo XV cuya amada se suicidó. La negativa
de la Iglesia a enterrarla en tierra sagrada lleva a la joven a vagar por
la historia reencarnándose en otras mujeres. Drácula maldice a Dios
y se convierte, así, en un vampiro con el fin de perdurar en el tiem-
po y reencontrarse con su amada. Drácula mata, sí, mata seres huma-
nos, pero su objetivo es noble: reunirse en el futuro con la mujer que
ama. Para lograr su amor permanece a través de los siglos bebiendo
sangre humana.
“Drácula de Bram Stocker” es el ejemplo de cómo se puede con-
vertir al verdugo en víctima. Las circunstancias lo arrastran a un des-
tino que no ha elegido. Hasta ahí hemos llegado.
Libertad 29
* * *
Pero ¿qué dices?... ¿Drácula bueno? Ya no dejan ni que los malos
sean malos. Aunque también en otras épocas había gente que creía
que estamos determinados. En el siglo de Shakespeare pensaban que
la influencia de los astros decidía nuestro destino. De mi libro te copio
esta frase del escritor inglés.
“¡Qué estupidez la del hombre! Pretender, cuando nuestra suerte
sufre y disminuye por nuestra imprudencia, por el desarreglo de nues-
tra conducta, acusar de nuestros males al Sol, a la Luna y a las estre-
llas, como si fuésemos viciosos y malvados por un impulso celeste; bri-
bones, traidores y pícaros, por la acción invencible de las esferas;
borrachos, embusteros y adúlteros, por una obediencia forzosa a las
influencias planetarias, y todo el mal que cometemos no sucediese
si no porque a él nos impele, a pesar nuestro, el cielo cómplice.
¡Admirable excusa!”.
¿Se creerá la gente, aún hoy, lo de los horóscopos?
* * *
30 Ética para jóvenes
* * *
32 Ética para jóvenes
* * *
En ocasiones conducimos nuestra vida sin ningún cuidado.
Como si no fuésemos nosotros los que tuviéramos que decidir. Me
abandono para que decidan por mí las circunstancias, lo que hagan
los demás, o lo que me apetece en ese momento.
Me recuerda el episodio de El Quijote en el que Cervantes cuen-
ta que el caballero estaba tan embebido en sus pensamientos que
soltó las bridas del caballo y no se preocupó más que de seguir ade-
lante, sin llevar otro camino que aquel que Rocinante tomara. Dice
Cervantes: “Sin sentirlo soltó las riendas a Rocinante, el cual sintien-
do la libertad que se le daba, a cada paso se detenía a pacer la hier-
ba verde de que aquellos campos abundaban”.
Demasiadas veces nos comportamos igual. ¿No te parece? Nos
dejamos llevar por algo que no somos nosotros. Como si dimitiéra-
mos de ser los protagonistas de nuestra historia. Como si la vida estu-
viera ya hecha y decidida permitimos que Rocinante nos lleve sin
preocuparnos de más. Sin pensar nada. Como si no fuese decisivo lo
que hacemos. Renunciamos a dirigir y le damos el poder a otro.
Rocinante puede representar muchas cosas. Puede ser la costumbre,
el gusto efímero de un instante, la presión del grupo de amigos, lo
que me mandan o lo que cuesta menos esfuerzo.
Muchas veces necesitaríamos a alguien como Sancho que nos
sacudiera la dejadez, y nos estimulara con palabras como las que le
dice a su señor en aquella ocasión: “Vuesa merced se reporte y vuel-
va en sí, y avive y despierte, y muestre aquella gallardía que convie-
ne que tengan los caballeros andantes”.
Espabila, muchacho. Que tu vida es la que está en juego. Nada
menos que tu vida. Toma las riendas y piensa dónde quieres ir.
* * *
Libertad 33
* * *
34 Ética para jóvenes
* * *
Redacción: ¿De qué trata la Ética?
Todas las asignaturas que estudiamos tienen que ver con nuestra
vida. Aunque a veces no lo parezca. Sería tonto estudiar algo que no
tuviera que ver con nosotros. Unas sirven para entender mejor quié-
nes somos: la Historia o la Literatura. Otras para saber cómo funcio-
na el mundo donde vivimos: la Biología, la Física, la Geografía. Los
idiomas para poder comunicarnos mejor. Y las Matemáticas para
resolver todos los asuntos relacionados con los números, instrumento
que las ciencias necesitan.
Se supone que todas son interesantes (se supone) y posiblemente
imprescindibles cada una en su terreno. Sin embargo, no creo que
exista ninguna que nos afecte como la Ética. La asignatura más
importante es la que menos puede ser recogida en unas clases, pero es
la que más toca la vida. Precisamente por eso sólo puede ser verdade-
ramente abordada en la vida y no en un aula.
Podemos estudiar Ética, y este curso será una asignatura más.
Pero el problema ético, donde verdaderamente existe, no es en los
libros sino en el día a día. La Ética es una reflexión sobre cómo el ser
humano se va haciendo a sí mismo en sus actos y aunque aquí pen-
semos sobre ello, las respuestas últimas las dan las personas en su
transcurrir diario, hayan estudiado Ética o no.
Me hago persona viviendo. Y con independencia de que sepa lo
que dijeran los filósofos sobre esto o aquello, lo verdaderamente deci-
Libertad 35
sivo es que yo me logre como persona. Que llegue a ser persona en ple-
nitud. Y eso no lo puedo hacer sólo escuchando unas clases, leyendo
unos libros o estudiando historia de la Ética. Es verdad que una parte
de la vida es pensar. Y es importante y fundamental. Y en la asigna-
tura de Ética pensamos sobre la pregunta clave que se hace todo ser
humano: ¿Qué voy a hacer de mi vida? Pero, sobre todo, es fuera del
aula donde verdaderamente se resuelve el problema ético. Yo, como
todos, ya lo estoy resolviendo. Le estaba dando solución antes de saber
que existía esta asignatura. ¿Somos conscientes de su importancia?
¿Qué voy a hacer con mi vida?
* * *
Como el tunning, vamos. El ser humano es como si fuera un
coche que forzosamente tienes que personalizar, que tienes que “tun-
near”. En un coche hay muchas cosas que vienen de fábrica –carac-
terísticas naturales– y otras que puedes personalizar –características
apropiadas.
* * *
36 Ética para jóvenes
* * *
Libertad 37
* * *
Quizá lleves razón. Tendría que conocer más a la persona para
poder juzgar, pero este caso se parece a lo que Julián Marías ha lla-
mado “enfermedades biográficas”. ¿Qué enfermedades son esas?
Aquellas en cuyo origen el individuo tiene una responsabilidad de
años. Las llama biográficas porque son el resultado previsible de toda
una vida caminando en una misma dirección.
Hay algunas enfermedades respiratorias en las que el tabaco ha
sido la causa fundamental. La mayoría de los enfermos de carcinoma
de pulmón, por ejemplo, no pueden echarle la culpa a la mala suer-
te. No se trata de que la fortuna les jugó una mala pasada cuando
aún estaban en plenitud de facultades. No. No es cuestión de azar.
Se lo han trabajado durante años y al final tanto esfuerzo ha tenido
su fruto. Uno puede comprar muchos boletos para esa rifa o no com-
prar ninguno. Así de sencillo. Y esa papeleta que compras hoy,
fumando un inocente cigarrito, sumada a otras papeletas similares a
lo largo de meses, puede salir premiada en un futuro con un carci-
noma broncogénico.
38 Ética para jóvenes
* * *
¿Te sabes aquello que cuentan?
Alguien le dice a una persona que está fumando:
- El tabaco te va matando lentamente.
- Es igual, no tengo prisa.
Como chiste está bien, pero aplicarlo a vida es una majadería.
Libertad 39
Ser libre es elegir aquellos que quiero realizar. No soy menos autén-
tico porque reprima unos y les dé el poder de dominar mi conducta
a los otros. Esto es inevitable.
En ocasiones puedo tener sentimientos asesinos, pero no soy
asesino hasta que no cometo el crimen. Sería estúpido decirle a
alguien que si verdaderamente desea matar, que sea fiel a sí mismo,
que lo haga.
A majaderías similares se nos invita cuando se confunde libertad
con espontaneidad.
* * *
Me parece perfecta. No elijo mis deseos que son una reacción
automática ante las cosas. Mis voliciones son una respuesta libre a
mis deseos.
Existen dos modos de actuar muy diferentes. Uno se deja guiar por
los impulsos instintivos, a los que obedece ciegamente, y reacciona de
modo automático ante los estímulos. Es el comportamiento animal.
Otro puede decir “no” a los deseos más inmediatos. No sigue siempre
lo que más le apetece en un momento concreto, sino que, tras refle-
xionar, es libre para elegir aquello que mejor conviene a la persona.
Libertad 41
* * *
Libertad 43
* * *
Es posible otra interpretación del mismo relato. Podríamos
también decir que los humanos somos una mezcla de Ulises y
Polifemo, inteligencia y deseos salvajes. El cíclope representa la
parte animal del hombre. Y Ulises es la inteligencia, lo que nos
hace humanos. Somos deseos inteligentes, animalidad y humani-
dad unidas. Ulises, como toda persona, debe dominar esos impul-
sos si quiere vivir. El destino del hombre es poner a su servicio las
tendencias animales que forman parte de su yo. Esas fuerzas son
también el hombre. Lo humano es someterlas a control, no seguir
tras ellas como un esclavo, sino dirigirlas con inteligencia. Por eso,
nuestro héroe, ayudado de sus amigos, en lugar de matarlo, afila-
rá una estaca y con la punta candente se la clavará en su único ojo
para dejarlo ciego. De ese modo podrá aprovechar la fuerza del
monstruo para que abra la entrada de la cueva cuando, ya ciego,
saque su rebaño a pacer.
Te diré cómo acaba la historia. De nada le sirvió a Polifemo
tomar precauciones. Aunque vigilaba con sus manos a las ovejas que
salían con la intención de que no se escapara entre ellas ningún
hombre de los que tenía allí encerrados, Ulises encontró la manera
de engañarlo. Ató las ovejas de tres en tres y sujetos en el vientre de
la oveja central fueron escapando uno a uno todos sus amigos, mien-
tras el cíclope ciego en la entrada de la cueva vigilaba acariciando
todos los lomos de las ovejas. No podía ver la inteligente huida de
Ulises y los suyos debajo de los animales.
Sin el control del deseo de venganza, nuestro héroe no hubiera
sobrevivido. Este texto nos enseña que la inteligencia y la voluntad
son superiores al deseo y al instinto. El deseo es lo que me apetece
en un instante determinado. La voluntad hace lo que creo que es más
44 Ética para jóvenes
* * *
Hablando de la voluntad, recuerda que a mí me la extirparon en
aquella operación. ¿Habré quedado reducido a mis deseos animales?
No creo, también yo sé reprimir, a veces, mis impulsos.
Si el cuerpo me pide comida, yo le doy comida.
Si el cuerpo me pide fiesta, yo le doy fiesta.
Si el cuerpo me pide descanso, yo le doy descanso.
Pero si el cuerpo me pide estudiar... yo no estudio. No siempre se
debe dar gusto al cuerpo.
* * *
“No es lo que es”. Porque su vida está siempre por realizar,
mientras está vivo, nunca está hecho del todo.
“Es lo que no es”. Siempre es proyecto, futuro, su vida es siem-
pre lo que está por hacer pero aún no es.
El ser humano.
2
Normas y valores
* * *
Llevas razón. Que tengamos que definir la figura de nuestra vida
no significa que, en cada momento, nos inventemos a nosotros mis-
mos desde cero. No tomamos cada día decisiones originales, únicas y
completamente nuevas con respecto a lo que ha sido nuestra vida ante-
rior. No es esto. El ser humano decide sobre sí mismo, es cierto. No le
queda más remedio. Pero lo hace siguiendo regularidades, repitiendo
en muchas situaciones modos similares a su conducta pasada, copian-
do –en diversas ocasiones– comportamientos que ha visto en otros. En
dos palabras: adoptando costumbres. ¿Sabes como se dice “costumbre”
en latín? “Mores”. Y ¿sabes de qué palabra latina deriva “moral”?
46 Ética para jóvenes
* * *
Me tienes despistado. El mes pasado yo inventaba mi propia
manera de vivir. Parecías un anuncio de ginebra: “Bebe con mode-
ración. Es tu responsabilidad”. Ahora me dices que en realidad las
normas morales las recibo de mi sociedad y que me adapto a ellas
desde muy pequeño. Aclárate. O una cosa o la otra.
* * *
Perdona si te he liado. En realidad, son ciertas ambas cosas. Eres
libre para elegir. Pero no lo haces en solitario, sino dentro de una
moral social que está ya hecha. Escoges con los demás. Exactamente
es como un anuncio de alcohol. Por un lado la responsabilidad es
tuya, pero por otro vives en un sistema cultural, económico y publi-
citario que te pide que bebas alcohol y ése es el aire que respiramos.
Como no vivimos solos, la manera como los demás conducen su
vida influye decisivamente en cómo vamos a resolver la nuestra. La
moral social interviene de manera muy importante en el comporta-
48 Ética para jóvenes
Está claro que la sociedad nos influye mucho. Sobre todo cuan-
do hay unas normas que no te queda más remedio que cumplir, por-
que si las desobedeces te meten en la cárcel o te ponen una multa. Por
ejemplo: conducir bebido o vender drogas. Hay otras que no. También
las cumplimos y, sin embargo, a veces no pasaría nada si no las tuvié-
ramos en cuenta. Por ejemplo: en el colegio, burlarte de los más dé-
biles. Hay compañeros en el centro, de los grupos de mayores, que
molestan a los pequeños: les esconden las cosas, los insultan y se bur-
lan de ellos. Los profesores muchas veces no se enteran, de manera
que nadie los castiga. Yo podía hacer lo mismo. Pero nunca lo hago
porque no es justo y me parece mal aprovecharse por ser más fuerte.
Y no es miedo al castigo, ¿eh? Si no haces una perrería muy grave,
nadie te castiga.
* * *
Te estás refiriendo a la diferencia entre normas jurídicas y nor-
mas morales.
Las morales las aprendemos de pequeños y, aunque al principio
las obedecemos por temor al castigo paterno, poco a poco las vamos
haciendo nuestras, de tal manera que llegan a formar parte de nues-
tro modo de ser y de actuar. Son las conductas que la conciencia nos
dicta como buenas. Cuando las incumples te sientes mal, experi-
mentas remordimientos y consideras que has obrado de modo inco-
rrecto. El ejemplo que pones es bueno. Son las reglas de conducta
que, por ser libres, cada uno nos imponemos a nosotros mismos y
que nos hacen humanos.
Las segundas son las normas jurídicas. Es lo que llamamos el
Derecho o las leyes. Son aquellas normas que la sociedad ha consi-
derado imprescindibles para hacer posible la vida pacífica de unos
hombres con otros, aportar seguridad a la vida social, saber a qué
atenerse en las relaciones con los demás, y posibilitar una conviven-
50 Ética para jóvenes
cia pacífica. Por todas estas razones las personas hemos considerado
que es bueno que exista una institución, el Estado, que las haga cum-
plir a todos incluso por la fuerza, si fuera necesario.
Esto es lo que diferencia a las normas jurídicas de todas las
demás: su carácter coactivo. No se dejan únicamente en manos de la
propia conciencia. Se obliga a todos por ley, y su incumplimiento es
castigado por el Estado. La violencia no está permitida, normalmen-
te, en nuestra vida social. Sin embargo, el Estado está autorizado para
utilizarla, si es necesario, a fin de asegurar el cumplimiento de la ley
o para sancionar a quien la viole. El Estado te obliga a cumplirlas. Si
las infringes recibirás un castigo, de manera que más te vale obede-
cer.
Lo cierto es que muchas veces su contenido, lo que mandan
unas y otras, es el mismo. Lo que varía es la existencia o no de san-
ción por parte del Estado.
Si no robas por temor a la sanción, estás siguiendo la ley. Si no
robas porque lo consideras injusto, sigues una norma moral.
* * *
En realidad, si lo piensas, creo que la mayoría de las personas
obedecemos las leyes, no por miedo a que nos pillen sino porque nos
parece justo obedecerlas. ¿No te parece?
* * *
Una apreciación muy aguda. Por lo listo que eres se nota que
eres mi hijo.
Desde muy antiguo se sabe que no se pueden imponer las leyes
únicamente por la fuerza. ¿Cuántos policías tendría que haber si todo
el mundo tuviera que estar siempre y en todas partes vigilado? ¿Por
qué razón la mayoría respeta casi siempre las normas? Como muy
bien dices no es por miedo a ser castigado.
¿Cuántas son las situaciones en las que podríamos hacer algo ile-
gal, sin que nadie se enterara y, sin embargo, no lo hacemos? Casi
Normas y valores 51
* * *
Te contaré el mito griego de Epimeteo y Prometeo. Hace mucho,
mucho tiempo, en el comienzo de las especies animales, fue Epime-
teo el encargado de distribuir entre ellas las distintas armas y capaci-
dades. Las dotó de cuernos, colmillos, garras, uñas, rapidez, fuerza,
habilidad, astucia... A cada especie animal le asignó lo necesario para
52 Ética para jóvenes
Como sabes he faltado a clase dos días por la fiebre. Para maña-
na tendría que entregar una redacción titulada “Prohibiciones al ser-
vicio de la libertad” en la que hay que comentar la frase de Cicerón:
“Todos tenemos que ser siervos de las leyes para que todos podamos ser
libres”. No entiendo nada. ¿Prohibiciones para la libertad? ¿No es tan
absurdo como una edición de “Playboy” para ciegos?
* * *
Tu sorpresa es natural. Parece irracional que limitando la liber-
tad se la favorezca. Sin embargo, así es. Las leyes son un conjunto de
limitaciones que hacen posible compaginar la máxima libertad de
cada uno con la máxima libertad de todos los demás. En realidad, se
trata de impedir los excesos de quienes coartan la libertad a la que
54 Ética para jóvenes
* * *
Me recuerda “el rozamiento” que estudiamos en física. Te copio
una parte de los apuntes: “¿Qué pasa cuando las ruedas de la bici tie-
nen poca presión? Cuesta más avanzar porque el rozamiento contra
la calzada es mayor. Si las hinchas bien, al disminuir la superficie
que toca la carretera el rozamiento es menor y se pedalea mejor. La
ocurrencia equivocada está en pensar que en ausencia total de roza-
miento podríamos ir más deprisa. El error es creer que sin ninguna
resistencia correríamos más aún, sin darnos cuenta de que si no exis-
tiera el suelo el rozamiento sería cero –perfecto, menos resistencia–
pero la rueda giraría sobre sí misma y no avanzaría”.
Normas y valores 55
* * *
¡Qué quieres que te diga! Nos marcamos normas morales, las
enseñamos a nuestros hijos o alumnos, y al mismo tiempo, en oca-
siones, nos las saltamos. Las infringimos. Es más, puede ser que esta
infracción no sea una excepción sino lo habitual. Pero lo ocultamos.
Escondemos su incumplimiento, si podemos, a los ojos de los demás.
Y seguimos, eso sí, defendiendo como verdaderas y buenas esas mis-
mas reglas que quebrantamos. Esto es lo que se llama hipocresía.
Decir una cosa y hacer lo contrario.
En el siglo XIX se solía decir que “la hipocresía es la reverencia
que el vicio hace a la virtud”. Somos viciosos, pero como en nuestro
fuero interno sabemos que actuamos mal y queremos mostrarnos
como buenos, mantenemos, al menos, las apariencias.
La actitud hipócrita es reprobable. La criticaba ya el profeta Isaías
en la Biblia: “Este pueblo me alaba con los labios, pero su corazón
está muy lejos de mí”.
Normas y valores 57
* * *
Me enteré el otro día por la TV que en algunos países la infideli-
dad de una mujer casada es un delito castigado con la muerte.
¿Cómo puede ser legal matar a una mujer por un hecho que en
España ni siquiera es delito?
* * *
Tienes que diferenciar, con claridad, dos cosas: legal y legítimo.
Una cosa es que algo sea legal y otra que sea legítimo.
Legal es lo que está hecho conforme a las leyes. Distintos países,
distintas leyes. La legalidad de una norma depende de que se cum-
plan las condiciones que la legislación de ese país fija para conside-
rarla válida. Desde este punto de vista, si el castigo del adulterio ha
58 Ética para jóvenes
* * *
Ya los griegos se plantearon este asunto que tú señalas. Es el
problema del relativismo moral. Como los valores y las normas cam-
bian, esto lleva a pensar a algunos que no existe ni bien ni mal, que
todo es subjetivo y depende de quien juzgue.
Antes de nada, es muy importante que diferencies entre el rela-
tivismo sociológico y el relativismo moral. Con este fin, reproduzco
un diálogo que tuve en clase con algunos de mis alumnos y así te
evito el rollo correspondiente. No son las palabras exactas, pero ya
sabes que tengo buena memoria.
Normas y valores 59
* * *
Lo he captado a la primera. Una cosa es que exista en una socie-
dad desacuerdo moral, que es el relativismo sociológico, y otra distin-
ta que, puesto que hay opiniones diversas, ninguna es más verdadera
que las demás, es decir, relativismo moral.
* * *
Te contaré una historia. Érase una vez un rey que tenía tres hijas.
Como estaba viejo decidió abdicar es decir, abandonar el trono y
repartir su reino entre ellas. Con este fin las llamó ante sí y les pidió
que dijeran cuánto era el amor que como hijas le tenían. Él reparti-
ría su reino en proporción a cómo fuera el amor de cada una. Tanto
la primera como la segunda usaron bellas palabras y explicaron que
lo querían con locura. “Yo os amo tanto como se puede amar la vida,
la salud, la belleza y todos los honores y los dones”. Cuando el rey
preguntó a la tercera, creyendo que también ésta le regalaría el oído
con alabanzas, sólo recibió de ella una respuesta escueta. La peque-
ña dijo que amaba a su padre tanto como le imponía su deber de
Normas y valores 61
hija. Ni más ni menos. En realidad, esta hija era la que más lo que-
ría, pero, asqueada por las adulaciones y exageraciones de sus her-
manas, consideró más digno amarle y permanecer en silencio.
Su padre no lo entendió. Prefirió las falsas y a la vez hermosas
palabras de las mayores, de manera que la desheredó. La dejó sin
nada, y repartió su reino sólo en dos partes, no en las tres porciones
que al principio había planeado.
Así comienza una famosa obra de Shakespeare: El rey Lear.
Sin embargo, de lo que quiero hablarte hoy es de la actitud del
Conde de Kent. A algunos cortesanos no les gustó la decisión del rey,
todos desconfiaban de las huecas palabras de sus primeras hijas, pero
ninguno se atrevió a decirle nada. Sólo el Conde de Kent, que siempre
había servido con fidelidad a su rey, en esta ocasión le advierte que
obra mal despreciando a la hija pequeña. Mas el rey no lo consiente.
Está furioso y le obliga a callar amenazándolo con el destierro, incluso
con la pena de muerte. Su fiel Conde no se echa atrás. Considera más
importante decir la verdad a su señor y mostrarle lo equivocado de su
decisión que preocuparse por su personal destino. El rey no soportó
ni supo valorar la sinceridad de su súbdito. Al contrario, como no deja-
ba de proclamar en público el error del monarca, éste, obcecado, lo
mandó al destierro. ¿A cuento de qué viene todo esto?
Siempre que hablamos de algo podemos distinguir dos tipos de
enunciados. En unos describimos hechos. Por ejemplo: “El rey Lear
abdicó y repartió su reino”. Otro: “El Conde de Kent dijo lo que pen-
saba”. Son hechos. Estas frases pueden ser verdad o mentira, depen-
diendo de que en realidad se hayan producido los acontecimientos
o no. En numerosas ocasiones, cuando hablamos, relatamos hechos.
El segundo tipo de enunciados no describe hechos sino valores.
Por ejemplo, si cuando escucho la historia afirmo: “Estuvo bien que
el Conde fuera sincero con su rey”. Esta es una afirmación distinta de
las primeras. Aquí lo que hago es valorar un hecho: calificarlo de
bueno. Alabo el comportamiento de alguien, es decir, valoro positi-
vamente la lealtad de Kent.
62 Ética para jóvenes
* * *
CONVERSACIÓN EN EL MESSENGER.
PADRE: ¿Qué te parece la lealtad y la sinceridad del Conde de
Kent?
HIJO: A mí me parece que tiene mucho valor. Yo creo que un
amigo ha de ser sincero contigo.
P: Eso creo yo.
H: No es amigo el que siempre te dice lo bueno que eres, sino
el que se preocupa verdaderamente por tu bien. Aunque tenga que
decirte cosas desagradables, a veces.
P: Ahora viene el asunto filosófico, el problema realmente ético:
el valor que le encontramos al comportamiento del Conde ¿es algo
que está en su propia conducta o radica en que a nosotros, hoy, nos
parece correcto su obrar?
H: No entiendo.
P: Te lo pregunto de otra manera ¿La conducta de Kent es valio-
sa por sí misma o somos nosotros los que al estimarla así le damos
ese valor?
H: La lealtad del Conde es buena. No es valiosa sólo porque a
nosotros nos lo parezca. Es que es valiosa en sí misma.
P: ¿Y cómo explicas, entonces, que el rey Lear no lo considera-
ra así? No creyó que esa sinceridad tuviera valor. La prueba es que
lo castiga desterrándolo.
Normas y valores 63
H: No sé qué decir.
P: Podemos equivocarnos al valorar, lo mismo que podemos tirar
a la basura algo útil sin querer, por equivocación. Pero eso no le
quita valor al objeto.
H: Cierto.
P: Lo valioso es valioso aunque a veces algo impida que lo vea-
mos. Que juzguemos mal no demuestra que aquello no merezca la
pena, sino que las personas no siempre apreciamos correctamente
los valores.
H. No insistas, papá. Que ya lo he entendido.
to. Pero ¡alto! Aunque el valor no es una propiedad física, no por eso
es menos real. Además, no es independiente de lo físico. Yo encuen-
tro necesaria y preciosa el agua por sus características físicas. Su valor
no es una cualidad más, pero es valiosa gracias a sus cualidades rea-
les. ¿O no?
Existen unas características reales que hacen apreciable el agua.
El descubrimiento de que bueno y malo son relativos al ser
humano ha llevado a pensar que son algo puramente arbitrario y
subjetivo; es decir, que dependen del gusto de cada uno. Como si
fueran invención caprichosa nuestra. Es valioso lo que yo encuentre
valioso. Esto es un error.
Te pondré un ejemplo de una propiedad “no física”, que no por
ello deja de ser real: la igualdad. Ésta no es algo subjetivo. Suponga-
mos que tienes delante una naranja, con su composición molecular,
forma, cualidades propias... Y ahora te entregan otra similar y las com-
paras. Afirmas que son iguales. ¿Qué tipo de propiedad es “la igual-
dad”? ¿La hubieras nombrado entre las características del primer obje-
to antes de que apareciera el segundo? No. Te das cuenta de que “la
igualdad” no es algo físico del objeto. No es como su peso, su forma
o su composición química. La igualdad es algo que aparece única-
mente cuando un ser humano compara dos objetos. Existe respecto
del hombre, por eso decimos que es una propiedad respectiva. Sin
embargo, eso no la convierte en caprichosa y resultado de un antojo,
sino que tiene mucho que ver con las propiedades físicas de la reali-
dad. La igualdad no es algo injustificado, que los hombres inventen
libremente. Digamos que la igualdad tiene su base en lo que son las
cosas antes de que las comparemos, pero es un rasgo del objeto que
aparece únicamente cuando lo ponemos en relación con otro.
Así sucede con los valores. Únicamente existen porque hay
humanos. Pero eso no significa que los creamos de la nada. Lo que
hacemos es reconocerlos en las cosas. Del mismo modo que descu-
brimos la igualdad entre dos objetos iguales. Porque las cosas valen,
nosotros decimos que valen.
Normas y valores 65
* * *
Estaría ciego si no lo viera. Está claro que hay algunos juicios
morales que no son subjetivos, sobre todo los que se refieren a la jus-
ticia. “Castigar a un inocente es malo” es una frase con la que todo el
mundo estará de acuerdo. Sin embargo, hay otras cosas en las que es
posible cierto relativismo. ¿O no?
* * *
La solución está en armonizar ambos puntos de vista. Podemos
señalar que existen dos tipos de afirmaciones dentro de los juicios de
valor. Unas deben ser comunes a todos, aquellas relativas a la justi-
cia entre los hombres. Se trata de unas normas mínimas de conduc-
ta que se han de exigir a cualquiera, esté o no de acuerdo con ellas.
En lo referente a lo justo y a la convivencia no caben relativismos ni
subjetivismos. Las cosas son así.
Hay otro tipo de afirmaciones morales, que tratan sobre la bús-
queda de la felicidad, con las que se puede ser más flexible. No pen-
samos que en este campo se pueda imponer un modo de vida igual
para todos. Cabe aconsejar a alguien a fin de que sea feliz de un
determinado modo, sin embargo, no se le puede exigir. Aquello que
a mí me parece lo mejor para ser feliz quizá no sea aceptable para
otros. Aquí sí que tiene sentido el “depende”. ¿Estás de acuerdo?
Este modo de pensar nos coloca de lleno en la sociedad plura-
lista contemporánea. Es como un hotel con una zona común y habi-
taciones privadas. Una sociedad donde, para poder convivir y habi-
tar el área común, necesitamos compartir unos valores y unas nor-
mas mínimas de justicia, pero en la que hay espacios privados en los
que cada cual es libre de buscar la felicidad como mejor le parezca.
Te lo repito. A algunos les confunde el nombre. Muchas veces
he preguntado en el examen qué es el pluralismo moral, como solu-
68 Ética para jóvenes
Como trabajo práctico, para el tema de los valores, nos han man-
dado que hagamos unas entrevistas a diez personas distintas pregun-
tándoles qué es lo que más valoran en la vida. Sólo uno ha nombra-
do el dinero. Todo el mundo da respuestas muy bonitas: la amistad,
la paz mundial, la familia, la solidaridad... No sé si fiarme.
* * *
Es natural tu desconfianza. Nadie quiere aparecer feo en el
espejo.
¿Cuáles son tus valores? Cuando te respondas a esta pregunta no
lo hagas de un modo teórico: pienso esto o pienso lo otro. Si quie-
res saber qué es lo que valoras en tu vida, de verdad, pregúntate qué
haces, en qué cosas ocupas tu tiempo, en qué gastas tu dinero, a qué
dedicas tus esfuerzos. Creo que ahí esta la clave.
Como en tus entrevistas, engañarnos y dar respuestas bonitas
que nos hagan sentir bien no cuesta nada. Pero si quieres conocerte
a ti mismo observa lo que haces, no sólo lo que piensas.
3
Felicidad y placer
* * *
Pues ya ves. Y no pienses que es un tema secundario. Cuando
la Ética se inicia, en el siglo V a. C., la gran preocupación de Sócrates,
un filósofo griego, no es por las normas, ni por los valores. Sus prin-
cipales preguntas son: ¿Qué es la “vida buena”? o ¿cómo puedo ser
feliz?
Y en el siglo siguiente, cuando podemos decir que la Ética se
constituye como disciplina filosófica, lo hace con la obra de
Aristóteles, para quien la felicidad es el tema central. Su teoría se cali-
fica como “eudemonista”, porque eudaimonía es la palabra griega
que significa felicidad.
70 Ética para jóvenes
* * *
No es sencillo responder a tu pregunta. Es difícil saberlo con se-
guridad. Sin pensar mucho, te doy la primera respuesta que se me
ocurre: disfrutar de la vida.
* * *
Disfrute, gozo, complacencia, delectación, placer. Todo esto se
resume en griego con la palabra “hedoné”. Y se llama hedonistas a
los que defienden, como tú en el último correo, que la felicidad con-
siste en la vida placentera. En la Grecia clásica el que defendió el
hedonismo fue Eudoxo. Este filósofo griego afirmaba que “hedoné”
es el bien supremo y por esa razón todos los seres lo buscan.
La TV es la gran propagandista del hedonismo hoy. Cada objeto
placentero que nos quiere vender en los anuncios es una promesa
de felicidad. Todos sabemos que es publicidad y desconfiamos. Pero,
en el fondo, nos lo creemos un poco.
¿Crees que sería feliz la persona que teniendo muchos deseos
pudiera satisfacerlos todos? Esa pregunta se hizo Platón, el maestro
Felicidad y placer 71
* * *
En tu último correo decías que la vida feliz tiene que ser una vida
placentera. Eso no es exactamente lo que dice el hedonismo. ¿Sabes?
Una cosa es decir que la felicidad incluye también el placer, que es
lo que afirma Aristóteles, y otra sostener que la felicidad consiste
exclusivamente en placer. ¿Te das cuenta de la diferencia? El placer
no es la felicidad. Pero la felicidad sí es placentera. Si lo que dices es
esto último, Aristóteles estaría de acuerdo contigo. “La felicidad, que
es la cosa más hermosa y la mejor de todas las cosas, es también la
más agradable”. Agradable, gustosa, placentera.
Por cierto, el requisito que Aristóteles establecía para la felicidad,
aquello de que debía ser fin último, se cumple en la vida hedónica.
El placer se busca porque se encuentra valor a disfrutar. No es un
modo de obtener algo posterior, ni tiene sentido esperar nada más
allá. Nadie quiere el placer para otra cosa diferente de él. Es absur-
do preguntar ¿para qué quieres disfrutar?
¿Es, entonces, el placer, puesto que se busca por sí mismo, el
bien supremo del hombre? Aristóteles dice que no. Aunque le parez-
ca algo importante, no es hedonista. Sin embargo, el hedonismo no
se puede despachar en dos frases. Le dedica nada menos que un
capítulo completo de su Ética a Nicómaco. Y al investigar en qué
puede consistir la felicidad, entre las tres repuestas posibles, una de
las que analiza, precisamente, es la vida placentera.
* * *
Felicidad y placer 73
* * *
En efecto, cuando hablamos de placer tenemos que aclarar a qué
nos referimos. ¿A una sensación positiva sólo corporal? ¿O a un sen-
timiento afectivo agradable? En castellano la palabra se refiere a
ambas cosas.
La primera es la sensación corporal opuesta al dolor. Beber agua
fría en un día de mucho calor, por ejemplo. Es algo puramente físi-
co y corporal.
La segunda es un sentimiento afectivo agradable cuyo contrario
es un sentimiento afectivo desagradable. Charlar con un amigo sobre
tus cosas. Es algo que podemos llamar espiritual.
Epicuro, como tú recordabas, valoraba mucho los placeres espi-
rituales, la amistad sobre todo. Pero no olvidaba tampoco los demás,
¿eh? Su escuela, por ejemplo, era un jardín, lugar agradable y perfecto
para un hedonista. Bueno, para un hedonista y para cualquiera.
Siempre que el tiempo acompañe, claro.
El pensamiento de Epicuro es un hedonismo calculador. Afirma
que todo placer es bueno, pero enseguida advierte: no todos los pla-
ceres deben ser escogidos. Hedonismo sí, pero administrado de un
modo inteligente y premeditado.
Precisamente porque queremos disfrutar no hay que precipitar-
se. ¿Placer? Sí, rotundamente sí. ¿Cualquiera? No. Antes pensemos.
Calculemos. ¿Nos llevará ese placer inicial a un dolor mayor, a medio
o largo plazo?
En castellano existe una expresión de una enorme riqueza:
“Merecer la pena”. Parece que da a entender que todo supone una
penalidad. En todo existe un cierto perjuicio, una desventaja, un mal.
Nada se libra de un aspecto antipático, pesado, costoso. Por eso, ante
cualquier cosa se puede preguntar: ¿merece la pena? O con otras
74 Ética para jóvenes
* * *
Creo que esa misma reflexión de Epicuro se puede aplicar a cual-
quier droga.
A: ¿Por qué?
P: El placer no es algo exclusivo de determinadas actividades. Se
aprende. No está claro que existan actividades placenteras y activi-
dades desagradables.
A: ¿No?
P: ¿No es cierto que sentimos placer haciendo cosas muy dife-
rentes? Lo que en unos momentos se hace con gusto se convierte
molesto en otros. ¿No te parece?
A: Sí. Aunque hay algunas que parece que gustan siempre, ¿no?
P: Piénsalo un poco. La clave está en que las hayamos elegido
libremente. Cuando eliges por propia voluntad hacer algo, lo haces
con agrado. Si no es así, se convierte en una molestia.
A: Pero hay cosas agradables en sí mismas: comer, dormir, el
sexo...
P: Estás suponiendo que las realizas libremente. ¿Te imaginas
tener que seguir comiendo cuando estás completamente lleno?
A: ¡Uf!
P: Seguro que te costaba irte a la cama, sin sueño, cuando de
pequeño te obligaban Por no hablar de la violación: las relaciones
sexuales, algo agradable, son un tormento cuando te fuerzan.
A: Es verdad.
P: Pero es que además existe una educación del placer.
A: ¿Qué es eso?
P: El placer no es, sólo, algo que viene dado. Se aprende a gozar.
A: ¿Sí?
P: Claro. Vamos modelando nuestra sensibilidad y nos acostum-
bramos a disfrutar de unas cosas y a molestarnos ante otras. Y esto
es una cuestión de aprendizaje. Es un proceso voluntario que noso-
tros mismos dirigimos.
A: Es cierto. Estoy pensando en lo poco que antes me gustaba
subir cuestas con la bici. Me parecía una tortura. Ahora le he co-
gido el gusto. Es un reto con el que disfruto. Parece mentira, pero
76 Ética para jóvenes
* * *
Me parece muy aguda tu observación. A veces pareces mayor de
lo que eres.
Pensemos un poco. ¿Qué sentido tiene la fama? ¿Por qué le con-
cedemos tanto valor? Aristóteles ya se planteó este asunto precisamen-
te en relación con el tema de la felicidad. Se preguntó si la vida del
hombre que recibe los honores de sus conciudadanos es la vida feliz.
Sobra decir que la fama de entonces no era la popularidad tele-
visiva de hoy. Está claro que no. Los que en aquella época eran hon-
rados con honores especiales, reverenciados por todos y recordados
por las generaciones futuras solían destacar en alguna actividad públi-
80 Ética para jóvenes
* * *
De acuerdo, toda la razón. Pero no mezclemos las cosas. Porque
una es la vida que persigue la fama, de la que estábamos hablando,
y otra la del aspirante a millonario, el famoso actual, que busca la
riqueza. También de ella se ocupó Aristóteles, pero no confundamos
una con otra.
Por cierto, cuando el pensador griego escribe sobre los que atri-
buyen la felicidad a la vida placentera hace un paréntesis para des-
pachar, con cierta rapidez, a aquellos que la ponen en la riqueza.
¿Por qué? Porque la riqueza no es un bien en sí mismo. Hemos dicho
que la felicidad se quiere por sí misma, no como medio para conse-
guir otra cosa. El dinero no puede ser, por eso, la felicidad. Todo el
mundo sabe que no queremos como tal el dinero, lo queremos por
las cosas que puede proporcionarnos. El “money” es sólo un medio
para conseguir múltiples placeres: manjares exquisitos, bebidas carí-
simas, viajes exóticos, hoteles lujosos... Por esta razón, considera
Aristóteles que los que defienden que el dinero da la felicidad están
diciendo –de otra manera– que son los placeres los que la dan. No
se diferencian, pues, unos y otros.
Pero sobre la riqueza aún dice algo más profundo.
Imagina que tienes todos los bienes de la tierra. Todos. Imagí-
natelo. Y ahora imagina que estás solo. Que no tienes a nadie, que
estás absolutamente solo. ¿Crees que se puede ser feliz, rico pero en
soledad? Aristóteles es consciente de la importancia que tienen los
otros en la vida humana. Por eso valora tanto la amistad, a la que le
dedica también algunos capítulos de su obra. Aristóteles dice exacta-
82 Ética para jóvenes
* * *
Está claro que una buena relación con los demás es más impor-
tante que el dinero. Todos mis amigos estarían de acuerdo. Sin
embargo, también se dice que la riqueza no da la felicidad pero
ayuda.
* * *
Aristóteles señalaba que un cierto nivel de riqueza y bienes exte-
riores son necesarios para ser feliz. Y no me parece mal la idea, pero
hoy día, en un país como España, donde disfrutamos de un buen nivel
económico, parece que confundiéramos la felicidad con el bienestar.
Nuestra idea de felicidad se ha hecho más pequeña. La hemos reduci-
do a la vida tranquila de una persona acomodada. ¿Has buscado “bie-
nestar” en el diccionario? No lo busques. Yo lo he hecho: “Es el con-
junto de cosas necesarias para vivir bien”. También dice que es la vida
que dispone de cuanto conduce a pasarlo bien y con tranquilidad.
Hace referencia a esa vida cómoda que llevamos los que en los
países desarrollados no vivimos en la indigencia. En nuestras casas
con calefacción, agua corriente y electricidad disponemos, sin darle
importancia, de todos los bienes básicos. Y además, con la radio, la
TV, la música, Internet, tenemos la distracción asegurada.
A veces nos reprochan (o le reprochamos a otro) que los que
vivimos en Europa o en América del Norte no tenemos razón para
quejarnos. Que disfrutamos de todo aquello que millones de seres
humanos desearían tener y no tienen. Y cierta razón no le falta al
argumento: somos privilegiados. Pero ¿quiere eso decir que somos
felices?
No sé si habrás leído en alguna revista estadísticas sobre los paí-
ses más felices. Toman una serie de criterios económicos (esperanza
Felicidad y plenitud 83
* * *
Tu profesor quiere alertaros sobre la vehemencia de la edad.
Para los griegos era muy importante la medida. La medicina griega
tenía muy en cuenta la proporción entre los distintos elementos que
forman al hombre. Aristóteles también defendió el “Meden Agan”. Él
dice más. No sólo todo exceso es malo, también todo defecto. Me
explico: tan malo es pasarse por mucho como quedarse corto. Lo
deseable es encontrar un término medio entre dos extremos que son
igualmente viciosos y perjudiciales. Su idea ha pasado a la sabiduría
popular con una frase conocida: “En el medio está la virtud”.
Y esa virtud, ese término medio, es algo individual. No es idén-
tico para todos, puesto que cada uno es distinto. Lo que es mucho
para ti puede ser poco para mí. El prudente es quien sabe encontrar
ese justo medio adecuado para él, pero quizá insuficiente o excesi-
vo para otros.
Felicidad y plenitud 85
* * *
O que no se enteran de nada, que también puede ser.
* * *
Haz un ejercicio de imaginación. Supón que lo que más quieres
en la vida es estar tranquilo. Eres un sabio estoico y ese es tu ideal
de felicidad: “ataraxía”. ¿Sería bueno que fueras “hincha” de un equi-
po de fútbol y asistieras emocionado a todos sus partidos? Pues no.
¿Sería conveniente que jugases a la lotería y soñaras con ser millo-
nario? Tampoco. ¿Te convendría enamorarte? Menos aún. Ninguna de
estas cosas. Ni muchas otras. Con todas ellas se disfruta, qué duda
cabe, pero también se pasa muy mal a ratos. ¿O no?
Si no deseas nada, no sufrirás por nada. Te podrá parecer impo-
sible de lograr, pero estarás de acuerdo en que es un sistema eficaz
para no sufrir. No deseas, no sufres. Tampoco disfrutas, es cierto. No
gozas con nada, pues es verdad; pero el sabio estoico no quiere dis-
frutar, le basta con no alterarse, con no sufrir desasosiego. La tran-
quilidad es su máxima aspiración. Y para conseguirla se le ocurre
este camino que ya te he explicado y que se resume en otra pala-
88 Ética para jóvenes
* * *
La aspiración estoica me parece la felicidad de una planta bien
regada. Mejor, un cactus. No necesita ni que lo rieguen.
* * *
No sé si los jóvenes podéis conectar con la actitud estoica. Se
dice que en esa edad existe un deseo de emociones fuertes, aunque
esto os suponga en ocasiones dolor. Parece que aflora en vosotros
una búsqueda del riesgo, sin pensar en los peligros y disgustos que
ello trae consigo. Si esto es así, no parece que la idea del sosiego os
vaya a entusiasmar. Y, sin embargo..., no sé... quizá podáis aprender
algo valioso de estos filósofos.
Puede que al ser vuestra edad propia de cambios constantes,
llena de vivencias nuevas y emociones irrepetibles, alguno sienta la
necesidad, precisamente, de una pizca de calma. Se me ocurre que,
quizá, muchos adolescentes echen de menos un poco de sosiego en
la vorágine de sus vidas. Es posible que la “ausencia de deseos” sea
imposible en un joven. Pero tampoco viene mal aprender que es
vano perseguir la satisfacción de todos los deseos. Y como hay
muchos que no podrán ser logrados, una cierta dosis de estoicismo
no os perjudicaría. ¿Qué hace un joven ante lo irremediable? ¿Qué
actitud adoptar ante lo que ya no podrá ser de otro modo y no tiene
solución? “Sustine et abstine” era el lema de los estoicos romanos.
“Resiste y aguanta”. El estoico comprende que las cosas son como
son, que la naturaleza está gobernada por una ley racional y que al
hombre sólo le queda aceptarla. Un estoico rezaba así a su dios, al
que parece que también identifica con el Destino: “Conducidme, oh
Júpiter, y tú, oh Destino, adonde me tenéis destinado y os serviré
Felicidad y plenitud 89
* * *
La oración que me mandas se la atribuyen a S. Francisco de Asís,
pero realmente no es suya. Creo que de ella puede deducirse lo que
es la felicidad para el cristianismo. La verdadera felicidad sólo se con-
sigue en la unión plena con Dios, de manera que se logra totalmen-
te tras la muerte. En esta vida el amor al prójimo es el mejor modo
de aproximarse a Dios. El amor lo es todo en la moral cristiana y de
él se pueden derivar todas las demás normas. O al menos así se
puede deducir de la frase de S. Agustín: “Ama y haz lo que quieras”.
Este consejo destaca la importancia del amor en la moral. Si es el
amor el que guía tu conducta, obrarás siempre correctamente.
El amor es entrega al otro. Quien ama crece como ser humano
y mejora. Eres más persona cuanto más te interesas por el bien de
los demás. Esa es la explicación de la paradoja que utiliza la oración.
Una paradoja es algo que aunque parece “absurdo” en un primer
momento, mirado con atención y en su sentido profundo, tiene una
lógica y un sentido. Es paradójico decir que “olvidándose de sí
mismo es como uno se encuentra a sí mismo”. Lo que solemos pen-
sar es que me irá mejor cuanto más me preocupe de mis cosas. Es
el “absurdo” del cristianismo: el que quiera salvar su vida la perderá,
Felicidad y plenitud 91
* * *
Es muy importante que distingas la felicidad subjetiva de la feli-
cidad real.
Ser feliz no es únicamente sentirse feliz. Ser feliz es sentirse real-
mente feliz. Felicidad es perfección, es plenitud. No es únicamente
bienestar.
92 Ética para jóvenes
* * *
De acuerdo. Se puede, entonces, distinguir una felicidad subjeti-
va –sólo sentirse– y otra felicidad objetiva –sentirse realmente–. Ésta es
la que importa y la que tengo que buscar. ¿Me equivoco?
* * *
¿Pero qué pasa si lo que a mí me proporciona felicidad perjudica
a otros?
* * *
¡Qué pregunta! ¡Ni que fueras Sócrates! A veces parece que adi-
vinaras lo que te quería explicar.
¿Se puede ser realmente feliz obrando injustamente? No es posi-
ble. Ni para Sócrates, ni para Platón, la vida feliz puede ir separada
de la vida justa. La vida buena y deseable es a la vez la justa. En una
de sus obras Platón llega a decir: “Es mejor sufrir una injusticia que
cometerla”. No le cabe en la cabeza que obrando mal se pueda ser
dichoso. Una vida no puede ser lograda si está construida sobre la
injusticia o la indignidad. El que comete injusticia se degrada y
94 Ética para jóvenes
corrompe su alma, de tal manera que aunque piensa que sale bene-
ficiado, en realidad es el más perjudicado. El que obra mal estropea
su propia humanidad y se envilece. Por eso es mejor sufrir la injus-
ticia que cometerla. Lo paradójico es que para vivir bien hay que
estar dispuesto, incluso, a perder la vida en el intento. Sólo es una
vida buena, de verdad, la de aquél que está dispuesto a morir con
tal de no cometer injusticia.
Se parece un poco a esa frase que lleva algún alumno mío en la
cubierta de su carpeta: “Mejor morir de pie que vivir de rodillas”. La
vida no es el valor supremo. Existe una razón de vivir que vale más
que la vida misma. Esa razón es vivir con dignidad. Hay que estar
dispuesto, incluso, a morir, con tal de mantenerse digno.
* * *
Paseando con la bici por el campo encontré el otro día algo
impresionante. En un paraje solitario y atado a un árbol había un
perro muerto. ¿Sabes lo que había sucedido? Alguien, que quería
librarse de él, lo había abandonado con la seguridad de que, allí
atado, moriría de hambre y de sed. Y así fue. ¿Cómo se puede ser tan
inhumano?
* * *
Alguno considerará absurdo usar esa palabra para calificar, pre-
cisamente, la conducta de un hombre. No lo es. Está bien aplicada.
Porque nos parece la conducta de un monstruo. Es una crueldad
impropia de un ser humano. Pero no porque sea infrecuente o insó-
lita. Puede ser rara o muy común, no es eso lo que importa. Cuando
calificamos algo de “inhumano” significa que no queremos que los
hombres sean así. Ese no es el tipo de personas que queremos que
existan. Porque somos libres podemos ser de muchos modos. Incluso
inhumanos. Construir nuestra personalidad de modo deforme es
posible. Y la brutalidad que encontraste no es aún la peor. Cabe tener
esos comportamientos... ¡con otros seres humanos! Aristóteles decía
Felicidad y plenitud 95
que existen muchas maneras de ser malo y sólo una de ser bueno.
Quizá se refería a esto. Hay muchos modos de equivocar el camino.
Y uno sólo es el que lleva a la perfección. Sabemos que el desalma-
do que abandonó al perro es un modo desfigurado de humanidad
porque lo comparamos con la figura humana perfecta, la que sirve
de modelo-patrón para juzgar las formas desviadas de ser persona.
Una persona auténtica no haría eso. Comparando nuestros compor-
tamientos con ese modelo ideal es como tienen sentido los concep-
tos de bondad o maldad moral. Todos esos modos de ser malo, de
los que hablaba Aristóteles, lo son en la medida en que se apartan de
la perfección. El conocimiento del bien y el mal nacen del conoci-
miento de esa figura ideal y tienen su origen en ella.
Cuando hablamos del mal, de lo que hablamos es de una defor-
midad, de un defecto de ese ser perfecto que hubiéramos podido
llegar a ser. Si feliz es quien se ha logrado como persona, el infeliz
se ha malogrado. Lo malo es malo porque nos desvía de aquella ple-
nitud que estamos llamados a conseguir. Lo bueno es bueno porque
nos acerca a ella. Así de sencillo.
* * *
¿Y cuál es la perfección en el ser humano? ¿En qué consiste?
* * *
Pleno significa lleno. Se trata de llegar a ser persona completa,
íntegra, entera. También esto tiene raíces aristotélicas. Del mismo
modo que una semilla puede convertirse un día en un hermoso árbol
de enorme copa y acogedora sombra, todos los seres humanos tie-
nen unas potencialidades que pueden ser desarrolladas al máximo,
quedarse atrofiadas o a medio desarrollar. La perfección es llevar ese
despliegue a su culminación.
En el mundo actual, esta búsqueda de la excelencia se conserva
aún en un invento griego: las olimpiadas. ¿Por qué admiramos a los
atletas olímpicos? Ellos dedican los años de su juventud a ser los mejo-
res. Tratan de desplegar sus potencias hasta conseguir la cota más alta
96 Ética para jóvenes
que ningún humano haya alcanzado nunca. Una frase latina resume
su actitud: “Citius, altius, fortius”. Más rápido, más alto, más fuerte.
En las olimpiadas esa excelencia se refiere sólo a un aspecto del
ser humano: el físico. La ética quiere aún más. Es una invitación a
batir récords de humanidad. ¿Qué es eso? Consiste en que la perso-
na ha dado de sí todo lo que podía dar. Ha conseguido construir de
forma plena su humanidad, ha llegado a ser humano del todo y de
verdad. Es la “vida buena” que buscaban los clásicos griegos.
Quizá lo mejor es que mires a tu alrededor. Piensa en las per-
sonas con las que tratas. ¿No te parece que algunas son más per-
sonas que otras? ¿Conoces algunas excelentes? A veces hay alguien
ante el que se puede afirmar: así hay que ser. No soy capaz de dar
una definición de lo que te digo. Y, sin embargo, creo que sabes a
lo que me refiero. A veces te encuentras alguno de esos tipos admi-
rables que han construido una figura humana que te sobrecoge.
Son personas que saben vivir mejor que el resto. Lograron sacar
partido a todas las posibilidades que la existencia ofrece. Y no es
que estén hechos de otra pasta. Al contrario, ellos, con deseos,
necesidades y motivaciones parecidos a los nuestros –por eso los
admiramos– han logrado construir una figura ejemplar. Llevan una
vida buena como algo natural, como si no les costara. Ellos hacen
de modo muy sencillo cosas dignas de alabanza, que nosotros sólo
haríamos con un gran sacrificio. Sucede que, como tienen el obje-
tivo claro, lo que les costaría es apartarse del camino correcto. ¿Qué
razón hay para desviarse si eso no ayuda a alcanzar lo buscado? ¿A
que no te es difícil madrugar el día que vas a ir de excursión con
tus amigos? ¿No sería absurdo quedarte durmiendo? Pues a ellos les
pasa igual con los deberes morales. Están plenamente convencidos
de que obrar bien y felicidad son la misma cosa. Saben que incum-
plir el deber es tirar piedras contra su propio tejado y ni se les ocu-
rre. No es que vivan así y cumplan con sus obligaciones por temor
a un castigo o al remordimiento de conciencia. Es que encuentran
la felicidad en el bien que realizan. No serían felices viviendo de
otra manera. Su modo de vida es su propio premio.
Felicidad y plenitud 97
* * *
98 Ética para jóvenes
* * *
No eres tú el único al que le sucede eso. Es una vivencia fre-
cuente. El propio apóstol San Pablo contaba una experiencia similar:
“No entiendo lo que me pasa. Aunque deseo hacer lo bueno, no soy
capaz de hacerlo. De hecho, no hago el bien que quiero, sino el mal
que aborrezco”.
Kant, un filósofo alemán del XVIII, insistió mucho en esta di-
vergencia entre nuestro deber y nuestras inclinaciones. Parece que
seguir nuestros impulsos más espontáneos en muchas ocasiones nos
perjudica. Es como si siempre tuviese que estar en conflicto lo que
nos apetece con lo que nos conviene.
Por eso Kant sostiene que no debemos ligar el cumplimiento de
los deberes morales con la búsqueda de la felicidad. Por hacerlo así
equivocamos muchas veces “la vida buena” con “la buena vida”.
Buscamos nuestro bien con torpeza. ¿Verdad? Somos, demasiadas
veces, egoístas necios. No beneficiamos a nuestro yo. Eso piensa
Shakespeare cuando hace decir a uno de sus personajes: “Conozco
bien el mundo, y todavía no sé de ningún hombre que se ame de
veras a sí mismo”. Según esta frase de Yago en Otelo, todos somos
falsos egoístas: Nadie sabe amarse a sí mismo de verdad.
¿Exagera Shakespeare? ¿Somos egoístas necios? Todos siempre...
quizá no. Pero la mayoría, en muchas ocasiones, creo que sí.
El problema es que equivocamos el camino. Aquello que se nos
presenta como un pequeño bien inmediato no siempre es el que, de
verdad, nos mejora. Siempre actuamos buscando lo que creemos que
es bueno. Pero son muchas las veces que erramos. Preferimos bienes
menores, de corto alcance, placeres inmediatos y fugitivos. Despre-
ciando el auténtico beneficio. Ay, pobres, los humanos.
5
Deber
* * *
Eres injusto con tu madre llamándola pesada. No te das cuenta
de que son las tareas domésticas las que son pesadas. No ella. Esas
tareas, aburridas y poco creativas, no le gustan a nadie pero como
las necesitamos tenemos que cargar con ellas. Igual que con los
deberes morales.
Hoy mismo he comenzado con mis alumnos a explicar el tema
del deber moral. Tiene mucho que ver con esto. La clase de esta
mañana te había venido pintiparada. He comenzado por decirles que
el deber es la parte trabajosa y esforzada de la ética. Muchas veces
se identifica la moral, precisamente, con este aspecto antipático: las
obligaciones morales. “No hagas esto”. “Prohibido hacer aquello”.
“Haz esto otro”. Igualito que la orden de tu madre: “Tiende la ropa”.
Un suplicio.
100 Ética para jóvenes
* * *
¿Y por qué tengo yo que tender la ropa de la familia entera? ¿No
es injusto que uno haga lo de todos?
* * *
Me parece que no conoces la expresión latina “do ut des”.
Significa “doy para que des”. La frase expresa una justicia elemental
que los romanos tenían muy presente en sus contratos. Es la reci-
procidad. Yo me comprometo a darte esto, si tú te comprometes a
darme aquello. Pura justicia.
En casa es como si hubiera un pacto no escrito para dividir el
trabajo entre nosotros. En virtud de ese pacto nos prestamos mutua-
mente distintos servicios. Sabes que tu madre hace la comida a dia-
rio y se encarga de que todo esté recogido. Yo, que este año estoy
fuera, hago la compra los fines de semana, cuando voy; y plancho
toda la ropa que tú has ido tendiendo a lo largo de la semana. Tu
Deber 101
* * *
¡Qué mala suerte he tenido! A mí me toca colaborar mientras
algunos de mis amigos no hacen nada en su casa. Las tareas las
hacen sus padres, que para algo son los padres. Vosotros decidisteis
que naciéramos, pues vosotros tendréis que cuidarnos hasta que sea-
mos adultos.
* * *
He oído decir que el gran error de los padres es creerse que el
hijo es suyo y no se dan cuenta de que es un ser humano indepen-
diente que ha de buscar, por sí mismo, su propio destino. Creo que
es cierto. A veces los padres parece que queremos sustituir al hijo
en su capacidad de elegir. Como hemos vivido más, creemos que
sabemos mejor lo que le conviene. Caemos en la tentación de que-
rer tomar por él sus decisiones. De acuerdo, es posible que quera-
mos disponer de “su” vida como si fuera “nuestra” vida. Lo acepto,
esto no debe ser así.
Ahora has de tomar conciencia de la contradicción en la que
caéis los hijos. Pensáis que ser “hijos” os da derecho a todo. Y eso
es cierto mientras sois niños. Pero, ¿hasta cuándo podéis comporta-
ros como tales?
102 Ética para jóvenes
Por un lado, queréis ser mayores. Por otro, deseáis seguir gozan-
do de todos los derechos que os daba ser pequeños. Aclárate, ¿quie-
res ser niño o adulto? Si para muchos aspectos de la vida exiges la
autonomía de una persona mayor, creo que es justo que también
empieces a cargar con las obligaciones que ello implica.
No eres el único al que le pasa lo que te critico. Sé que es un
mal de tu generación. Y no sólo con las labores domésticas. Hay
miles de jóvenes que exigen total libertad a la hora de dirigir su vida,
y se olvidan completamente de tomar el peso de la misma también
en el aspecto económico, por ejemplo. ¿O es que en ese campo se
puede seguir siendo niño hasta que a uno le apetezca?
Cuando se trata de reclamar independencia, exigís la que corres-
ponde a un adulto. Pero si se trata del alimento, la vivienda, el ves-
tido, el móvil y los gastos para ocio, os sentís con un derecho vitali-
cio a recibir todo esto de los padres, sin fecha de caducidad.
Si queréis ser verdaderamente adultos y tomar las riendas de
vuestra libertad... ¿no deberíais también empezar a asumir el gasto
que ésta supone?
O al menos reconocer que si vosotros os creéis, por el hecho de
ser “hijos”, justificados para disponer de sustento, casa y dinero para
gastos, también ellos, por el hecho de ser “padres,” y mientras sigáis
dependiendo económicamente, tienen sus razones para exigiros
determinadas cosas. ¿O no?
* * *
En realidad no sé de qué os quejáis. Los hijos lo que hacemos es
daros la razón a los padres. Vosotros seguís creyendo que somos niños
y queréis seguir organizando nuestra vida. Por eso dejamos que nos
sigáis haciendo la comida, planchando la ropa y pagando el móvil.
Pero en el resto de las cosas... ¿No querréis que os demos la razón en
todo?
Deber 103
* * *
Seguro que alguna vez te ha pasado lo siguiente. Crees que
debes hacer algo, pero te viene fatal. Sientes que es tu obligación
moral. Pero sabes que actuar así perjudicaría tus intereses. Esa es la
experiencia de la que hablaba tu profesor. Es un dato del saber moral
espontáneo: hacer lo correcto no siempre coincide con nuestras con-
veniencias. Fue, también, la enseñanza de la ética de Kant.
Hasta ahora te había explicado que el deber es un medio para
conseguir el objetivo buscado. Primero se define cuál es el bien. Y
luego se fijan los medios que nos conducen a conseguirlo. Si el bien
supremo es la felicidad, “deber” es aquello a lo que estamos obliga-
dos si queremos ser felices. Si hemos de hacer determinadas cosas es
porque nos conducen a la vida feliz. Si otras han de evitarse es por-
que impiden la felicidad. Existe un bien que es el motivo de todas
nuestras obligaciones.
Kant construyó una ética diferente, cuyo núcleo es el puro deber.
Para este filósofo los deberes morales son incondicionados. No pue-
den depender de si nos hacen más o menos felices. No se trata de
realizar aquello que pueda darte la felicidad, sino de hacer lo correc-
to. Lo importante no es lograr la dicha, sino cumplir con el deber. No
consiste en buscar tu bien, sino en hacer lo que debe ser hecho.
Dejando a un lado el beneficio o perjuicio que te pueda ocasionar.
* * *
En efecto. El profesor nos ha hablado de Kant y sus imperativos.
Un lío bastante latoso. Un imperativo sé lo que es. “¡Estudia!”, “¡Pasa
la aspiradora!”, “¡Tiende la ropa!”. Es una forma del verbo que, para
mi desgracia, me es muy conocida. Son órdenes. Cuando el verbo da
104 Ética para jóvenes
* * *
Paciencia, muchacho. Todo es sencillo si se va despacio.
¿Te acuerdas del cálculo inteligente del placer del que hablaba
Epicuro?
Es frecuente que a la hora de actuar pongamos en la balanza las
ventajas e inconvenientes de lo que vamos a hacer. La prudencia del
hedonismo consistía en saber elegir únicamente aquel placer que
mereciera la pena. Había que huir de los que pudieran llevarnos a
un dolor mayor. Calculamos pros y contras y al final nos decidimos.
Todas las éticas que ponen la felicidad como bien supremo partici-
pan de esta manera de razonar. Defienden que debes actuar de
determinada forma porque sólo así conseguirás el objetivo buscado.
Por ejemplo, si quieres vivir muchos años, no fumes. Sólo obedeces
si quieres tener una vida larga. Este tipo de imperativos son los lla-
mados hipotéticos. ¿Ves cómo no es tan difícil?
Un imperativo categórico es el que no te da posibilidad de ele-
gir. Lo que manda te lo manda y punto. No se trata de si quieres esto
o lo otro. Quieras lo que quieras debes obedecer. Estos son, para
Kant, los auténticos deberes morales. La moralidad no tiene nada que
ver con los imperativos hipotéticos de la prudencia calculadora del
hedonista. Los deberes auténticamente morales no pueden ser con-
dicionados. Un deber moral nunca puede tener la forma: “Si quieres
tal cosa, haz tal otra”. Las obligaciones éticas no derivan de nuestros
deseos. Si existiera un deber moral de no fumar, habría de ser inde-
pendiente de tu deseo de vivir muchos años.
Imagina un juez que tiene que declarar culpable o inocente a un
acusado. Las pruebas presentadas durante el juicio lo han conven-
cido de su culpabilidad. Tiene la certeza de que es culpable. Sin
Deber 105
* * *
Por tu pregunta compruebo, con alegría, que has aprendido que
hay dos modos diferentes de entender el deber. ¡Bravo!
Voy a hacerte una pregunta sobre educación (las razones de
estudiar) y así piensas por ti mismo. Te explico dos posibles modos
de educar y eliges cuál te parece más eficaz.
La primera posibilidad consiste en relacionar los estudios con tu
futuro personal y profesional. Procura mostrar la relación directa que
existe entre el hoy y el mañana. Lo que ahora hagas en la escuela con-
dicionará tu vida futura, porque en ella estás poniendo las bases inte-
lectuales para comprender el mundo en el que vas a vivir. Pero, ade-
más, la formación que hoy adquieras condicionará el tipo de trabajo
que podrás conseguir, y el puesto que ocuparás en la sociedad. Se
trata de mostrar que estudiar te va a producir incontables beneficios.
106 Ética para jóvenes
* * *
Creo que es mejor la primera opción. Su fuerza de voluntad será
mayor. Quien actúa pensando obtener un beneficio se esfuerza más.
¿No? Yo prefiero estudiar sabiendo qué ganaré con ello.
* * *
Estoy de acuerdo, sólo en parte, con lo que dices. Ambas opcio-
nes cuentan con pros y contras. En la que tú eliges, en principio, el
alumno estará más motivado. Sin embargo, es fácil que buscando su
bien futuro lo olvide, por el camino, para sentirse feliz ahora. Y es
fácil que en nombre del bienestar de hoy posponga y se desentien-
da de su beneficio de mañana. Cuando se busca el propio bien, está
claro que el bien inmediato se presenta más vivo, más tentador y con
más fuerza de atracción que cualquier beneficio venidero. ¿De dónde
sacar la fuerza para actuar, por ejemplo, cuando no se ve clara y
directa la relación entre el deber costoso y ese bien prometido?
No le pasa eso al educado de la segunda manera: ha aprendido
que obligación y gusto casi siempre están enfrentados. Quien fue
educado en una obediencia ciega al “debo estudiar” ha sido adverti-
do de que no ha de ceder a sus conveniencias más cercanas. Él busca
obedecer, con independencia de sus gustos o sus apetencias. Sabe
Deber 107
* * *
Muy sencillo, los que condicionan los deberes a la felicidad se
corresponden con la primera opción, mientras que la manera de
entender el deber de Kant se relaciona con la segunda. Pero, al fin y
al cabo, lo importante será estudiar. La razón por la que lo hagas será
lo de menos. ¿Verdad?
* * *
Ya veo que la intención es muy importante. Si alguien quiere
hacerme daño y por error me beneficia, nadie diría que es una per-
sona buena, aunque en la práctica me haya hecho un bien. Pero
¿diríamos que es bueno quien queriéndome hacer el bien me perjudi-
ca constantemente?
* * *
No para todos los filósofos ha sido decisiva la intención. La ética
utilitarista, una teoría moral de la que no te he hablado nunca, de-
fiende el consecuencialismo. ¿Qué quiere decir esto? Que lo impor-
tante son las consecuencias que se derivan de cada acto. Tienen un
lema muy famoso: “la mayor felicidad para el mayor número de per-
sonas”. Si a un utilitarista le preguntas qué debes hacer, la respuesta
será muy sencilla: debes hacer aquello que proporcione la mayor
Deber 109
Creo que no conoces el crimen del Rey David que cuenta la Biblia.
David era rey de Israel. Su pueblo estaba en guerra contra otros pue-
blos vecinos. Mas, como siendo rey se puede atender a otras cosas ade-
más de hacer la guerra, el rey David se enamoró. ¿Y quién crees que
fue la afortunada? La esposa de Urías, el hitita, uno de sus soldados. Y
si ya es delicado problema poner los ojos en una mujer casada, el
asunto llega a ser peliagudo si pones algo más que los ojos. Y algo más
debió de poner, en este caso, porque ella se quedó embarazada.
Pero como para los reyes absolutos de entonces todo tenía solu-
ción, a David pronto se le ocurrió una. Aprovechando que el mari-
do, Urías, era su soldado y estaba a sus órdenes, le adjudicó un pues-
to en la zona más peligrosa del campo de batalla. El resultado lo pue-
des imaginar: “dead in combat”. ¡Qué listo eres, chaval! Tras su muer-
te, el Rey David consiguió llevarse la mujer a su palacio y hacerla su
esposa. Bueno, una vez pasados los días del luto, que siempre es
bueno guardar las formas...
Como puedes suponer, a Dios no le gustó nada semejante con-
ducta y mandó a su profeta Natán para que le reprochara el crimen.
También es peliagudo tener que decirle a un rey que ha actua-
do mal. ¿No te parece? Natán no abordó el asunto directamente. ¿Qué
podía hacer el profeta para que el propio David viera su pecado?
Aprovechando que el deber es algo universal y que si obliga a uno
obliga a todos, a Natán se le ocurrió la siguiente historia, que con
mucho detalle le relató al rey: “Había dos hombres en una ciudad,
uno rico y otro pobre. El rico tenía ovejas y bueyes en gran abun-
110 Ética para jóvenes
dancia. El pobre no tenía más que una corderilla, a la que quería con
locura. Llegó un día un visitante a la casa del rico y éste, y con el fin
de darle bien de comer, en lugar de sacrificar a uno de los corderos
de su rebaño, se aprovechó de su poder, mató y cocinó para él la
única corderilla que el pobre poseía”.
El Rey David, que estaba escuchando la historia, se encendió de
ira: “El hombre que hizo eso merece la muerte”, exclamó.
“Abre los ojos, tú eres ese hombre” le dijo el profeta. “Dios te ha
hecho rey, te ha dado grandes riquezas, hubieras podido tener la
mujer que hubieras querido... y tú hiciste que mataran a Urías para
quitarle su esposa, como aquel de la historia que robó la única cor-
derilla que su vecino tenía”.
David reconoció su pecado inmediatamente. ¿Por qué? ¿Por qué
no pudo defenderse ante la acusación de Natán? Porque el propio
rey ya había desaprobado su crimen al censurar la acción del hom-
bre rico de la historia. David, enfadándose contra el ladrón del cuen-
to de Natán, estaba, en realidad, reprobándose a sí mismo.
¿Cuál es la clave aquí? ¿Cuál es la conclusión de todo esto? El deber
moral es algo universal. Si una norma moral obliga, obliga a todos. La
que rige para ti, rige por igual para cualquiera. Lo que yo no debo
hacer, no debe hacerlo nadie en similar situación. Y en el caso de la
historia, si no se debe utilizar el poder para aprovecharse de los más
débiles, tan mal está que lo haga un rico como que lo haga un rey.
* * *
Deber 111
* * *
Muy bien, ya sé lo que es una máxima.
¿Cómo saber si la máxima que guía mi acción es moral?
¿Cómo distinguir si una máxima es buena o mala?
* * *
Kant lo dejó muy claro. Si es posible universalizarla es que es
moral. En caso contrario, es una regla inmoral.
“Actúa de manera que puedas querer que la máxima que guía tu
conducta se convierta en ley universal”. Ese es el imperativo categó-
rico kantiano. Es el criterio de moralidad. Si puedes querer que la
regla subjetiva que te ha llevado a obrar se vuelva la regla objetiva
de actuación para todos los demás, es buena. Si quieres que sólo
valga para ti mismo... ¡mal asunto!
El propio Kant reconoce que no ha descubierto nada nuevo. Él
considera que incluso el hombre más vulgar sabe qué debe hacer
para ser bueno y honrado. Todos sabemos lo que es obrar moral-
mente. Lo que Kant hace es formularlo de un modo filosófico y explí-
112 Ética para jóvenes
cito, pero cualquier persona, sin saber filosofía, razona del mismo
modo. Todo el mundo, aunque nunca haya oído hablar del impera-
tivo categórico, “lo tiene continuamente ante los ojos y lo usa como
criterio para distinguir el comportamiento moral del inmoral”.
¿Qué hacemos cuando queremos censurar a alguien que ha actua-
do mal? Le pedimos que imagine qué sucedería si el resto obráramos
como él. Esta petición recuerda mucho al imperativo categórico. ¿Qué
te parecería si todos nos portáramos como te has portado tú? Para que
vea su maldad, le exigimos que universalice su conducta. Con esa pre-
gunta lo que le estamos diciendo es: “Tú no puedes querer que todo
el mundo siga la máxima que has seguido. Si vieras tu conducta en
otro, la reprobarías”. Como le ocurrió al Rey David al escuchar la his-
toria de Natán. Parece que, psicológicamente, es más fácil ver la mal-
dad de una acción en la conducta de otro que en la propia. Tendemos
a ser “muy comprensivos” con nosotros mismos.
* * *
Mucho morro. Por lo que creo entenderte, la conducta incorrecta
es, siempre, la ley del embudo: lo estrecho “pa” ti y lo ancho “pa” mí.
Y la correcta será, creo, “haz en la vida, únicamente, lo que per-
mitirías que hicieran los demás”. ¿No es algo así?
* * *
Exactamente es así. Examínate a ti mismo cuando haces algo
malo. No quieres que la máxima que guía tu conducta en ese acto
incorrecto sea ley universal. Tú sabes bien que la regla de compor-
tamiento debido es la máxima contraria. Pero te permites hacer una
excepción contigo mismo.
Te cuento algo que leí en el periódico hace tiempo. Sitúate en
octubre del 2000. Un médico militar pasa consulta en una clínica de
Sevilla. Son las siete de la tarde. De pronto, entran dos individuos
con la cara descubierta, y le disparan varios tiros. Así, sin más. Uno
de los disparos le alcanza en la cabeza y mata al médico. Los terro-
Deber 113
* * *
El imperativo categórico no indica qué cosas concretas hay que
hacer. Sólo señala la regla general que debes seguir. Te marca la
manera de actuar, pero no señala esto, eso o aquello otro. Atiende a
la forma, no al contenido de tu comportamiento. Por eso se dice que
es una ética formal.
El principio general que prescribe es el imperativo categórico:
que la regla que sigas se pueda universalizar. Eso es lo que te pide.
Ahora eres tú el que debe pensar y deducir de esta ley general cuál
será tu conducta. “No hagas aquello que tu voluntad racional no qui-
siera ver convertido en ley para todos”.
Lo contrario de una ética formal es una ética material. Kant criti-
có mucho las éticas materiales. Según él son las inclinaciones o las
apetencias particulares las que marcan el contenido de las normas a
estas teorías morales. La crítica mayor que se les puede hacer es que
las inclinaciones privadas no se pueden universalizar. Por ejemplo, los
estoicos prefieren, como supremo bien, la tranquilidad de espíritu.
¿Qué sucede, pregunta Kant, si yo digo que la tranquilidad no me inte-
resa? ¿Por qué debo yo olvidar las pasiones si, precisamente, es dán-
doles satisfacción, “sufriendo por ellas”, cuando más feliz me siento?
Kant reprocha a las éticas materiales que de ellas nunca podrán
derivarse deberes universales. Sus obligaciones siempre serán impe-
rativos hipotéticos (consejos condicionados). Por seguir con el ejem-
plo de los estoicos: “Si quieres tener serenidad espiritual, ahoga tus
pasiones”. ¿Y dónde queda mi obligación si no es paz interior lo que
deseo?
* * *
Deber 115
* * *
Kant formuló su imperativo categórico de varios modos. Hay
otra formulación que, a lo mejor, te parece más concreta.
Antes te explico la diferencia entre ser “medio” o “fin”.
Cuando algo es “medio” su valor es instrumental, significa que
sirve para otra cosa; es decir, que es el camino para conseguir un
objetivo buscado. Esa meta anhelada es el “fin”.
Kant afirma que el ser humano es “fin en sí”. ¿Qué quiere decir
esto? El ser humano no debe ser nunca usado únicamente como
medio. El hombre no es como una herramienta que pueda ser uti-
lizada y luego abandonada una vez conseguido el objetivo. No
puede haber objetivo más importante que el ser humano. Él es,
precisamente, el objetivo. Las personas no deben ser el paso inter-
medio en un proceso. Su dignidad está por encima de cualquier
proceso y han de ser siempre “fines en sí” y nunca usadas como
un simple medio.
Para Kant todo posee precio o dignidad. En el mercado los pro-
ductos tienen precio. Éste varía dependiendo de la necesidad que
tengamos de ellos. Su valor no radica en sí. El agua, barata normal-
mente, sería carísima en un desierto. En lugar de lo que tiene precio
puede ser colocado algo equivalente.
El ser humano no se presta a equivalencia alguna. No puede ser
intercambiado, como lo es un objeto. El ser humano es fin en sí
mismo. No posee precio sino dignidad, es decir, aquel valor que no
es posible traducir a dinero.
Kant reclama la dignidad del ser humano como algo absoluto:
“Obra de tal modo que uses a la humanidad, tanto en tu persona
como en la persona de cualquier otro, siempre como un fin al mismo
tiempo y nunca solamente como un medio”.
116 Ética para jóvenes
* * *
Cuando me hablaste de la felicidad me decías que la ética podría
resumirse en una frase: “Ámate a ti mismo”. Ahora me dices otra cosa
distinta: que consiste en respetar la dignidad humana. Luego decís
que los alumnos nos liamos.
* * *
A lo largo de su historia, la moral ha recibido diferentes enfo-
ques. Las éticas clásicas, que hicieron de la felicidad el centro de la
moral, llegan a la primera conclusión que tú nombrabas. Aunque su
consejo no es “egoísta”, en el sentido habitual de esta palabra. La
ética kantiana del deber, más moderna, llega a la segunda. Son plan-
teamientos diametralmente opuestos y entiendo que puedan pare-
certe contradictorios.
No obstante, si crees, como yo, que la felicidad y la perfección
del ser humano sólo se consiguen en el amor al prójimo, ambas con-
clusiones pueden ser complementarias. ¿Qué mejor bien nos pode-
mos hacer a nosotros mismos que tratar a los demás con respeto? ¿Tú
concibes que alguien sea realmente feliz basando su dicha en el des-
precio al resto de los seres humanos? ¿No es fundiéndose con otras
personas en el amor cuando se es hombre en plenitud?
6
Autonomía
* * *
Autonomía 119
* * *
No. He debido explicarlo mal. No siempre que obedeces las
leyes de otro eres heterónomo. La clave está en la razón por la que
actúas. No qué haces, sino por qué lo haces. Cuando sigues una
norma... ¿actúas así porque te lo mandan o porque estás personal-
mente convencido? Tus padres te hemos prohibido montarte en el
coche de alguien que conduzca bebido y sé que obedeces siempre.
¿Es tu conducta heterónoma? No creo. Has hecho tuya una norma
que era nuestra. Tú evitarías esa conducta, aunque nosotros te lo per-
mitiéramos. Por propia sensatez. Estás siguiendo tus propias ideas.
Eres autónomo.
* * *
Creo que es la primera vez que reconoces que sé lo que tengo que
hacer sin que nadie me lo diga. Ya no soy un crío.
* * *
Sapere aude. “Atrévete a saber”. Es la frase que Kant inventó
como lema para la Ilustración. Él la escribía en latín: Sapere aude,
atrévete a saber. Me he acordado de ella porque tiene relación con
el tema de la autonomía y con eso de ser un niño que nombras.
Antes de marcar el rumbo de tu vida y decidir cómo vas a compor-
tarte, será necesario que juzgues por ti mismo las cosas. ¿No?
Kant consideraba que durante mucho tiempo el pueblo ha vivi-
do como un niño. A los niños, los padres, los maestros, los sacerdo-
tes les dicen cómo es el mundo. Y ellos confían. Durante muchos
siglos el pueblo, como un niño, se ha fiado de quienes tenían auto-
ridad. Según Kant, ya es hora de que salga de su minoría de edad y
espabile.
120 Ética para jóvenes
* * *
Autonomía 121
* * *
Sí. Actualmente son demasiados los que juzgan sin pensar.
Para conocer la realidad hay que utilizar la razón. Es lo que Kant
llama razón teórica. La razón es una sola. Pero Kant distingue dos
maneras de usarla. En su uso teórico conozco la realidad (atrévete a
saber) y en el uso práctico juzgo qué acciones debo realizar y cuá-
les no. Este último uso es al que llamamos razón práctica. Ella es la
que pregunta: ¿qué debo hacer? Es una utilización diferente de la
razón, que consiste en hacer preguntas éticas, es decir, encaminadas
a saber cómo debemos actuar. La razón práctica es autolegisladora y
autónoma. No consiente recibir órdenes.
* * *
De acuerdo. Ser libre. Dejemos a Kant para otro día. ¿Libre fren-
te a quién? Vamos por partes. Antes de nada, tienes que ser libre fren-
te a tus propias ganas. Si es cierto que quieres vivir realmente tu pro-
pia vida, lo primero que debes controlar son tus deseos. Parece con-
tradictorio, pero, si lo piensas, verás que es lógico.
Tú, como todo el mundo, tienes, a lo largo de tu vida, multitud
de deseos. Muchísimos. Un montón de pretensiones diferentes. Unas
son inmediatas y sencillas de satisfacer, como beber un vaso de agua
122 Ética para jóvenes
* * *
Resistir las ganas, decías. Aguantarse. ¡Qué disgusto! Me fastidia
tener que renunciar a mis deseos. ¿No es malo reprimir algo que a
uno le apetece mucho hacer?
* * *
La vida es muy dura. Coge un pico y ponte a picarla.
Aguantarse no es perjudicial, es inevitable.
La vida te presenta, a cada paso, un cruce de caminos. Y en él
tienes que elegir. Es imposible recorrerlos todos. En una encrucijada
sólo puedes tomar una trayectoria y olvidar las otras. Te puede pare-
cer duro, pero es así. Sólo un camino. Serás auténticamente libre si
optas por el que te hace más persona y no por el que va cuesta
abajo, aunque sea más fácil de andar.
En relación con este tema de tu libertad frente a las pasiones se
pueden distinguir dos tipos de deseos: vividos y pensados.
Los primeros son los deseos presentes, inmediatos, los que se
muestran ante nosotros con tanta vivacidad que piden con urgencia
ser satisfechos. Además están los deseos pensados: aquellos de más
largo alcance, también apetecidos, pero con menor fuerza de atrac-
ción, pues sólo los captamos con la inteligencia. Constantemente ten-
drás que elegir entre ellos. Es doloroso renunciar a algunos, pero no
te quedará más remedio que hacer balance y escoger.
124 Ética para jóvenes
* * *
Cuando me hablabas de la felicidad te decía que a mí la moral
no me sonaba a eso. La moral huele más a prohibición y a norma. Al
final estaba en lo cierto. En tus últimos correos hablas de “represión”,
“resistir las ganas”, “renunciar” y cosas parecidas. Ya sabía yo que la
moral siempre termina en prohibiciones, que la moral en el fondo
dice “no”.
* * *
Llevas razón, pero sólo en parte. Es cierto que, muchas veces,
convertimos la moral en normas negativas: “no mates”, “no robes”,
“no mientas”. Aciertas al decir esto. “No matar” es una norma nega-
tiva. Pero seguirla tiene unos resultados positivos que son los que
buscamos: permite vivir a todos. Lo que auténticamente se quiere no
es el “no”, sino el “sí” que esa negación hace posible. Aunque, en
demasiadas ocasiones, la moral se presente como puertas cerradas y
conductas no permitidas, todo ello está al servicio de las puertas que
se abren y la vida que esas prohibiciones permiten.
Autonomía 125
* * *
Te entiendo. Es paradójico y parece absurdo que para conseguir
algo tengamos que andar el camino que va en la dirección opuesta.
Pero así es, en este caso. Es similar a cuando en un cruce de auto-
vías hemos de dar una vuelta enorme en sentido contrario para tomar
el camino correcto.
Las personas no nacen autónomas, nacen dependientes. El re-
cién nacido depende de los otros. Los adultos se lo hacemos todo.
126 Ética para jóvenes
* * *
Si conseguir la autonomía personal es cuestión de obediencia a
los padres, a mí me van a dar la medalla de oro. Dieciséis años
aguantando vuestras órdenes tiene mérito... Yo creo que ya es hora de
que me dejéis estrenar esa autonomía que me he ganado a pulso
durante tanto tiempo. Temo que cuando vaya a usarla esté ya cadu-
cada.
voluntad propia ni por convicción, sino para huir del “qué dirán” y
para acomodarse a lo que es correcto según lo que los demás dic-
tan. Don Friolera llega a cometer un crimen porque cree que eso es
lo que le pide la sociedad. ¿Quieres conocer su historia? La obra se
llama “Los cuernos de Don Friolera” y ten un poco de paciencia que
en el próximo correo te la cuento.
* * *
Si tratabas de despertar mi curiosidad lo has conseguido. ¡Cuenta
de una vez!
* * *
Don Friolera es un guardia civil con una moral decimonónica
que un día recibe un mensaje anónimo en el que le avisan de que
su mujer le engaña con otro. ¡Caramba! ¿Comprendes ahora los cuer-
nos del título? El disgusto, como puedes entender, no es pequeño. Y
aunque al principio no se fía y tiene dudas de si el aviso será verdad,
una serie de pruebas le terminan convenciendo de que es cierto.
Y si los cuernos le duelen, aún más daño le hace el procedi-
miento por el que la gente le empuja a quitárselos de encima. La
moral social le obliga a matar a su esposa. “En el cuerpo de carabi-
neros no hay cornudos”, se repite a sí mismo varias veces. Si quiere
eliminar la mancha que la infidelidad ha causado, el código del
honor le fuerza a lavar esa ofensa con sangre. ¡Terrible detergente! A
la pena de la infidelidad se añade, además, el horror de tener que
asesinar a su esposa.
Le gustaría no haberse enterado. Maldice al que le mandó el
mensaje. Por unos minutos se plantea si debe hacerse “el sueco” y
fingir ignorancia. Hasta desea morirse para no tener que hacer lo que
la moral social considera lo correcto.
A Don Friolera, cuyo modo de sentir se parece más a las ideas
del siglo XXI, le repugna una norma tan cruel. No le convence. Sin
Autonomía 129
* * *
130 Ética para jóvenes
* * *
Hagamos un repaso de lo que te he contado. Cuando haces algo
puedes hacerlo por tres motivos.
Primero: porque te apetece. Quienes actúan únicamente por
impulsos son las personas más inmaduras. Siguen sus deseos sin
pensar, como los niños. Las apetencias más inmediatas se convierten
en las dueñas de la vida.
Segundo: porque te lo marca otro. Sólo cuando alguien sabe
dominar sus impulsos puede hacer esto: obedecer a una autoridad
externa. Si sabes controlar tus deseos, eres capaz de actuar siguien-
do las leyes de tu país, puedes obedecer la voluntad de Dios, o ajus-
tar tu vida a las normas que los demás consideran correctas. En estos
casos puedes actuar no por una convicción propia, sino porque
alguien, desde fuera, te da una orden.
El último y tercer motivo de obrar es por convencimiento inte-
rior. En este caso actúas porque después de reflexionar decides que
aquello que vas a hacer es lo mejor. Lo decides tú. No es que sigas
de modo automático lo primero que te pide el cuerpo. No es que
obedezcas ciegamente unas órdenes que no son las tuyas. Obras así
porque, tras reflexionar, decides que eso es lo que quieres hacer.
Ni porque te apetece, ni por lo que digan, por convencimiento
personal.
Autonomía 131
* * *
¿Existen mejores razones morales para hacer una cosa que su
contraria? ¿O se trata de una decisión arbitraria que depende, única-
mente, de tu “querer”? ¿Es tu libre albedrío algo absoluto e incondi-
cionado que puede elegir cualquier acción? ¿O es necesario algo más
que la frase “yo quiero esto” para justificar la opción preferida?
Sartre, un filósofo del siglo XX, pensaba que la libertad es absolu-
ta. Somos libres del todo para elegir. No hay propiamente un camino
mejor que otro. La autonomía es autoelección. Precisamente, lo que
hace buena una acción es que haya sido elegida con total libertad. Si
la escojo de modo voluntario, entonces es una decisión correcta.
A mí me parece más sensato Kant. Autonomía no es elección
arbitraria o caprichosa de cualquier acción. La voluntad racional se
da leyes a sí misma cuando sigue el criterio de la universalidad, cuan-
do la razón se comporta como si fuera una legisladora universal.
Haz un esfuerzo. Imagina que eres un legislador universal. Su-
ponte que todos los hombres van a seguir, porque no pueden deso-
bedecer, las leyes que tú elabores. Incluido tú mismo. ¿Qué leyes esta-
blecerías? ¿Cómo sería razonable que se comportara todo el mundo? La
respuesta a esta pregunta son las leyes de la autonomía. Esas son las
132 Ética para jóvenes
* * *
En un colegio de internos en el que estuvo uno de mi clase, se que-
jaban de que al director, que también comía allí, le servían comida
distinta de la que daban a los alumnos. Un día apareció una pinta-
da: “O danos de lo que comes o come de lo que das”. No es lo mismo
exactamente, pero esto de la universalidad me lo ha recordado.
nos apetece, vamos; las ganas o las apetencias, como lo quieras lla-
mar. Este es un corcel indómito. Quiere campar a sus anchas y no le
gusta someterse a norma ni medida de ningún tipo. Desea en cada
momento darse gusto a sí mismo.
¿Qué te parece la imagen?
* * *
Me parece muy gráfica, pero ¿qué tiene que ver todo esto de los
caballos de Platón con obedecerme a mí mismo?
* * *
A mí el guerrero platónico me ha servido cuando alguna vez he
hecho ejercicios físicos de resistencia. Recuerda las ocasiones en que
has corrido durante un buen rato en un partido largo o has camina-
do en marchas por la sierra. Yo creo que dentro del deportista se pro-
duce una división. No sé si en tres (como en el alma, según Platón)
pero al menos sí en dos. Está muy claro: el que quiere correr y
el que quiere dejar de correr. Cuando se lleva ya mucho tiempo el
cuerpo nos dice que paremos. Pero el guerrero, la razón, dice que
no, que hay que seguir. Nosotros diríamos que es nuestro cerebro el
que nos da esa orden. Platón diría que es el alma racional la que,
con la virtud de la prudencia, nos dice lo que conviene. Pero, el
cuerpo dice que no puede más. Lo pide a gritos. ¿No te ha pasado
nunca? Es el alma apetitiva platónica. Son nuestras ganas, el caballo
rebelde. El cuerpo quiere parar. Detenerse, respirar, beber agua,
refrescarse ¿Por qué no lo hacemos? ¿De dónde sacamos las fuerzas
si parece que ya no podemos más? El alma racional necesita del
caballo obediente, es decir, del alma pasional. Si ésta es fuerte y está
verdaderamente al servicio del guerrero, podremos seguir corriendo.
La virtud del alma pasional es la fortaleza. Consiste en la firmeza
para hacer lo bueno. Esta segunda alma es la voluntad. Ya te conté
que “voluntad” viene de un verbo latino, “volo”, que significa “que-
rer”. No basta que la razón nos diga: ¡Sigue! No es suficiente con que
Autonomía 135
* * *
Algún compañero mío se corresponde, perfectamente, con la
imagen de un carro sin guerrero que avanza loco tirado por dos
caballos desbocados. Un “descerebrao”.
* * *
Volvamos de nuevo a la pregunta que nos hacíamos. ¿Quién soy?
¿Soy más un alma que otra? Platón pensaba que el auténtico yo es el
alma racional. Quizá no sea exacto. Supongo que somos las tres
almas a un tiempo. Pero lo que está claro es que soy yo mismo cuan-
do cada una de las partes que me constituyen posee su virtud y se
encuentran en el orden que les corresponde.
Si hubiese que leer la comparación platónica a la luz del concep-
to de autonomía que te he explicado podríamos decir que Platón
defiende, como Kant, que sea la razón la que se dé a sí misma las
leyes que luego le tocará obedecer. Por tanto, tú eres en verdad “autó-
nomo” cuando es tu dimensión racional la que guía tu conducta.
También Kant distingue en cada uno de nosotros dos partes: por
un lado nuestra voluntad racional y por otra nuestras inclinaciones;
es decir, nuestros gustos y apetencias.
De qué manera deben relacionarse una parte con otra. ¿Cuál es el
orden deseable entre ambas? Para Kant está muy claro. La razón no
puede estar al servicio de los deseos, sino que ha de ser ella la que fija
136 Ética para jóvenes
* * *
“El hombre es un animal que, cuando convive con los demás,
necesita un señor”. Esta frase es de Kant.
Los alumnos son animales que, cuando conviven, necesitan un
director. Esta frase es mía.
No te mosquees. Lo de animales no va con segunda intención.
Aristóteles decía que somos animales racionales.
Si todos fuéramos racionales... Perdón. Quiero decir, si todos fué-
ramos únicamente racionales las cosas irían como la seda. Si nues-
tras inclinaciones, deseos, impulsos y pasiones, se sometieran a la
razón sin esfuerzo... no haría falta que nadie mandara. Bastaría que
la razón estableciera unas leyes de convivencia, todo el mundo las
cumpliría y “sanseacabó”.
138 Ética para jóvenes
Pero los seres humanos no son sólo racionales. Como dice Kant,
además de racionales, poseen tendencias egoístas. Tienden a abusar de
la libertad. Y aunque su razón quiere unas leyes que regulen la convi-
vencia, se las saltan cuando pueden. One exception for me, please.
Hay una expresión de Kant que describe muy bien nuestra natu-
raleza. Los humanos tenemos una “insociable sociabilidad”. Es decir,
por un lado somos sociables, necesitamos de los demás y por otro y
a la vez, tenemos tendencias insociables, porque los otros nos moles-
tan. En la sociedad, nuestros intereses entran en conflicto perma-
nente. Lo que a uno beneficia a otro perjudica. Por eso establecemos
las leyes. Pero ¿son suficientes? ¿No es evidente que solemos incum-
plirlas?
Necesitamos a alguien que nos obligue a obedecer. El ser huma-
no necesita un señor. Es imprescindible un poder que fuerce a todos
a respetar las leyes y nos impida abusar de nuestra libertad. Lo for-
muló este gran filósofo alemán del siglo XVIII, pero la totalidad de
las sociedades lo han entendido igual y por eso ha existido siempre
alguna forma de autoridad. En el siglo XXI la forma común del poder
político es el Estado.
* * *
Recuerdo que cuando mi hermana y yo éramos más pequeños,
también alguna vez tuvisteis que usar vuestra autoridad para termi-
nar con alguna pelea entre nosotros.
* * *
En todas las sociedades han existido distintas formas de poder.
Lo que caracteriza a éste es que puede coaccionar a las personas.
En la sociedad existen comportamientos violentos: el terrorismo,
el maltrato de algunos hombres hacia sus mujeres, los delincuentes
y sus mafias, las peleas callejeras entre bandas juveniles. Ninguno se
considera justificado. Sólo hay una violencia legítima. Quizá te extra-
ñe oír esto. No toda violencia es absurda. Existe una que no se con-
Justificación de la autoridad 139
* * *
Ante el tema del poder se me ocurren muchas preguntas. La pri-
mera es la de justificarlo. Si, en principio, todos somos iguales ¿por qué
alguien ha de tener potestad sobre mí? ¿No sería ideal una sociedad
en la que nadie dominara a nadie?
* * *
140 Ética para jóvenes
* * *
Justificación de la autoridad 141
Mejor una ciudad con sheriff que una “ciudad sin ley”.
* * *
Una solución parecida a ésta, precisamente, es la legitimación
del poder que se le ocurrió a Hobbes en el siglo XVII. La justifica-
ción del poder nace de un contrato imaginario entre todos los hom-
bres. Este filósofo inglés imaginó que una sociedad sin jefes sería una
“guerra de todos contra todos”. En esa situación de intranquilidad y
peligros, los individuos desearían, más que ninguna otra cosa, segu-
ridad, y con tal de proteger la vida estarán dispuestos a renunciar a
parte de su poder para dárselo a un soberano con el fin de que
imponga la paz. Este contrato nunca existió, es un pacto sobreen-
tendido, no histórico. Pero los hombres aceptan que alguien les
mande como si de verdad hubieran hecho ese acuerdo. El Estado se
justifica así por su eficacia a la hora de mantener el orden y la paz.
El soberano que nace del pacto, según el pensamiento de este
autor, habrá de tener poderes absolutos, estará por encima de todos,
incluso por encima del propio pacto.
* * *
No te puedo dar la razón porque la tienes tú toda. Problema
grave es el que planteas, muchacho.
El Poder es, a la vez, necesario y temible. Necesitamos a alguien
que controle al que abusa de su libertad. Pero, también, tememos
que ese alguien abuse de la suya para acabar con la nuestra. Y no es
142 Ética para jóvenes
* * *
¿Gobierno de las leyes o gobierno de los hombres? Como ejemplo de
lo que me contabas se me han venido a la cabeza dos profesores que
tengo. Uno de ellos es mujer: es serena y muy estricta con todas las
reglas y castigos correspondientes, que están clavados en un folio tras
la puerta de la clase desde comienzo del curso. “Que no se pueden
decir tonterías en voz alta”, “que no se puede insultar a los compañe-
ros”, “que no se puede comer en el aula” etc. A partir del primer día las
aplica con todo rigor. Nunca se enfada. Pero, sin enfadarse, te sancio-
na si incumples alguna. Se puede decir que, en este caso, más que su
persona, quienes mandan son las normas que hay establecidas.
El otro pasa de leyes. Todo depende de su voluntad. Es completa-
mente irregular. Un día ve a alguien estudiando otra asignatura y no
dice nada, y al siguiente, si otro hace eso mismo, bronca descomunal.
A veces comes chicle, “no problem”, otras, comes chicle y casi te lo
hace tragar. Consiente algunas bromas y otras no de modo capricho-
so. Un caos, no sabes a qué atenerte.
Justificación de la autoridad 143
* * *
Pues sí. Las leyes son la garantía del predominio de la razón
sobre la pasión. Lo decía Aristóteles.
Esta defensa contra la tiranía de los gobernantes tiene, hoy en
día, hasta un nombre: principio de legalidad. ¿En qué consiste? Sólo
son delitos las acciones que la ley señala como tales. Nadie podrá
castigarme por una acción que jurídicamente no esté tipificada como
delito. Y otra cosa: a nadie se le impondrá una pena mayor que la
marcada por la ley para cada caso.
Este principio impide el abuso por parte de los que mandan.
Nadie está por encima de la ley ni puede saltársela. Los Estados que
respetan este principio son llamados “Estados de Derecho”. El nom-
bre indica la importancia capital que en ellos tiene la Ley.
* * *
Me parece muy bien que quien ejerza el poder no tenga libertad
para castigar a quien quiera, como quiera y cuanto quiera. Que todo
tenga que hacerlo sometido a lo que marque la legislación.
Pero, das por supuesto que las leyes son justas ¿No son quienes
mandan los que las hacen? ¿Y si las hicieran a su antojo?
* * *
Tras este problema se encuentran dos modos distintos de enten-
der la autoridad y que dependen de la importancia que demos a la
voluntad o a la razón en el ser humano.
Toda autoridad da órdenes. Pero esas órdenes pueden ser arbi-
trarias, libres y caprichosas (posibilidad uno) o estar sujetas a algún
tipo de lógica (posibilidad dos). Voluntad o razón, ya lo he dicho.
¿Puede la autoridad mandar lo que quiera? ¿O sus mandatos
deben ser razonables?
144 Ética para jóvenes
Los motivos que presentan para que obedezcas también son di-
ferentes. “Debes obedecer porque lo mando yo”, afirma quien ante-
pone la voluntad. “Debes obedecer porque lo que mando es justo y
razonable”, argumenta quien da prioridad a la razón.
La primera autoridad es absolutamente libre. Ella es el origen de
su propia decisión. “Mis órdenes son buenas porque son mis órde-
nes”. Es bueno que las cosas se hagan así porque ella lo dice.
La segunda autoridad está sujeta a la bondad o maldad de las
órdenes mismas. “Mis órdenes son buenas, no porque sean las mías,
sino al revés, las hago mías porque son buenas”.
¿Ves la diferencia entre ambas?
* * *
Más o menos. Lo que no veo es la relación con el problema de las
leyes que te planteaba.
* * *
En mi libro viene un texto de un cuento titulado “El Principito”.
“Hay que exigir a cada uno lo que cada uno puede hacer. La
autoridad reposa en primer término sobre la razón... Tengo derecho
a pedir obediencia porque mis órdenes son razonables”.
Estoy muy contento: Supongo que en casa, a partir de ahora, se
acabó la frase que a veces usáis: “porque lo mando yo”.
* * *
Hasta ahora hemos hablado, sin diferenciarlos, de poder y auto-
ridad. Los romanos distinguían dos palabras: “POTESTAS” Y “AUC-
TORITAS”.
Posee “POTESTAS” quien es capaz de hacerse obedecer. Sea por
el medio que sea, el caso es que consiga imponer su voluntad. Tiene
poder aquel que ordena y puede obligar a otros a hacer algo, ya sea
por la fuerza o la amenaza. “Potestas” está ligada a la fuerza.
Tiene “AUCTORITAS” quien es capaz de conseguir que los otros
hagan algo pero sin imponerlo. Si obedezco al médico y tomo la
medicina que me recomienda no actúo obligado, sino porque le
reconozco autoridad. La autoridad necesita reconocimiento por parte
de la persona que obedece; es decir, requiere el consentimiento
voluntario de aquel que la sigue. La autoridad consigue que las cosas
se hagan no mandando, sino pidiéndolo legítimamente.
Al poder se le obedece por temor. A la autoridad porque se con-
sidera justificado que pueda hacer peticiones. Si “potestas” está liga-
da a la fuerza, “auctoritas” va unida al prestigio.
* * *
146 Ética para jóvenes
Entre mis profesores los hay que tienen “potestas”, les obedeces por
miedo al castigo; y los hay que tienen “auctoritas”: sigues sus indica-
ciones porque te fías de ellos para aprender la asignatura.
* * *
Correctísima apreciación. Déjame completarla.
Esa era la distinción que se hacía en latín. Hoy en día, seguimos
hablando de poder con el mismo significado; es decir, la capacidad
para exigir acatamiento mediante el uso de la amenaza o de la fuer-
za. Pero el término autoridad ha cambiado, se utiliza para designar el
poder legítimo, o sea el poder que tiene justificación. Diferenciamos,
entonces, entre “poder” a secas y “poder con autoridad”.
Quien puede obligarte a hacer algo, porque tiene derecho a ello,
decimos que, además de poder, tiene autoridad. En este último sen-
tido actual habrá que decir que todos tus profesores tienen autori-
dad. ¿No?
* * *
Sí. Legalmente todos la tienen. Pero, quizá, alguno no debería
tenerla. Si yo te contara...
* * *
Me has dejado de piedra. ¿Será que recuerdas la diferencia que
te expliqué entre “legal” y “legítimo”? Cuando dices que “legalmente
todos la tienen” parece que no lo has olvidado. No me lo puedo
creer. Enhorabuena.
Legal es lo que está hecho conforme a las leyes.
Legítimo es lo que está hecho conforme a la justicia.
Tu mensaje es corto, pero da a entender que aunque hay algún
profesor que legalmente lo es, según tu opinión, no es justo que lo sea.
No los conozco. Ni niego que pueda existir algún caso. Pero
creo que, en general, los alumnos sois demasiado exigentes con
nosotros, sin reparar en la dificultad de nuestra labor. No obstante,
me admira que apliques con tanta eficacia lo que aprendes.
Justificación de la autoridad 147
* * *
Tu última frase es una bomba que te estalla en las manos cuan-
do menos lo esperas. Si la sociedad no puede exigir nada al indivi-
duo, él tampoco podrá, nunca, pedir nada a la sociedad.
Imagina que en un accidente te quedas paralítico ¿Tienen los
demás alguna obligación de ayuda hacia ti? ¿No habíamos quedado
que tu vida era tuya? ¿Con qué derecho puedes reclamar auxilio,
ahora, de los otros? ¿Por qué razón tendrían ellos que ceder algo de
su dinero, de su tiempo, de su vida, si habías establecido que cada
uno hace lo que quiere con lo suyo?
En relación con la autoridad hay dos cuestiones que conviene
que distingas bien. Un problema que hay que resolver es quién debe
mandar. Es decir, qué persona o personas deben ejercer el poder.
La respuesta a esta pregunta nos lleva al tema de la democracia. Te
hablaré de ella un día con detenimiento.
El otro problema es sobre qué cosas debe mandar. Es la cuestión
del uso del casco, que nombrabas. ¿En qué asuntos ha de poder esta-
blecer reglas la autoridad política y en cuáles no? Conviene delimitar
bien dos áreas: una en la cual es competente el Estado y puede
poner sus normas, y otra aquella que pertenece a la libertad de la
gente, lo que se ha llamado la iniciativa privada, y conviene dejarla
al libre transcurrir de la vida. Eres más liberal cuanto mayor quieres
que sea el campo de iniciativa de los individuos y más limitado con-
sideras que debe estar el poder del Estado.
148 Ética para jóvenes
* * *
De acuerdo. Un problema es sobre qué asunto tiene derecho el
Estado a mandar y otro quién debe ocupar sus cargos de poder. ¿Qué
me dices de esta última cuestión? Los dirigentes son siempre personas
concretas. ¿Por qué ellos y no otros? ¿Por qué mandan los que mandan?
* * *
Max Weber, un sociólogo muy importante, estudió las razones
que a lo largo de la historia se han dado para responder a estas pre-
guntas. Encontró tres.
La primera es la tradición. Alguien tiene autoridad porque su
familia la ha tenido desde siempre. Las generaciones más antiguas
entregan a las nuevas sus costumbres, sus ideas, sus maneras de
gobernarse. Incluso quiénes deben ser los que gobiernan. Ésta fue
durante siglos la justificación de las monarquías absolutas. Hoy en
día, la tradición ha perdido importancia.
La segunda es el carisma. ¿Qué es eso? Son las cualidades parti-
culares de una persona que la hacen especial ante los ojos de los
otros. Por su valentía, su fuerza, su inteligencia, su facilidad para
hablar bien –por lo que sea–, la gente ve en ella a alguien capaz de
dirigirlos. Gracias a su modo de ser confían plenamente en él y están
dispuestos a obedecerle y seguirle donde les pida. Ha habido perso-
nas con carisma beneficiosas para el bien común, como Luther King
o Gandhi. Pero también perjudiciales, como Hitler.
Justificación de la autoridad 149
* * *
Mi profesor también nos ha explicado todo esto. Pero él ha aña-
dido, además, que se dan formas mixtas.
La familia de los Borbones fue la que mandó en España duran-
te mucho tiempo. Cuando España se convirtió en una democracia, los
que hicieron la Constitución acordaron que la familia Borbón sería
la que ejercería la Jefatura del Estado. Estaban así estableciendo
legalmente una autoridad que le venía de tradición.
Cuando un político es elegido legalmente por razón de su caris-
ma estamos ante otra forma mixta. La justificación de su autoridad
es legal pero también carismática.
¿Has visto “to” lo que aprendo?
* * *
Al hablar de esto, me surge una duda. ¿Qué es lo que define a un
pueblo? Dentro de un mismo Estado ¿tiene sentido hablar de varios?
¿Pueblo español? ¿Pueblo vasco?
* * *
Señalas un problema teórico que en España ha tenido conse-
cuencias gravísimas. Históricamente, a la hora de definir al pueblo
surgieron dos conceptos muy diferentes: el concepto de “nación” de
la revolución francesa y el del romanticismo alemán.
Justificación de la autoridad 151
* * *
Has hablado del territorio y del pueblo. El tercer elemento del
Estado, que te falta por comentar, es la autoridad política. No dirás
que no te sigo.
* * *
El peligro en que puede caer cualquier persona que tiene poder
es abusar de él. Este peligro es mayor cuando el poder es absoluto,
pues no existe nadie capaz de contrarrestarlo. Para evitar el abuso y
la corrupción, Montesquieu, Locke y otros pensadores ilustrados
crearon, en el Estado, la división de poderes. Que las personas que
hacen las leyes sean distintas de las que las aplican y distintas a su
vez de las que juzgan quién las desobedeció.
Desde entonces, en los Estados nacidos tras la revolución fran-
cesa, existen tres poderes: ejecutivo, legislativo y judicial.
152 Ética para jóvenes
* * *
Todo esto será muy importante, pero te has quedado solo escri-
biendo. Me aburro.
* * *
No se dice “meaburro”. Es más fino “pis, caballito”.
* * *
¿Qué se debe hacer cuando el Derecho establece como legal
algo que no nos parece justo? El caso que te he contado es una his-
toria real. Se considera uno de los ejemplos clásicos de desobe-
diencia civil.
El fenómeno de la desobediencia civil se produce en los estados
democráticos cuando un grupo de personas se niegan a acatar una
154 Ética para jóvenes
* * *
Esta claro que los altercados que algunos jóvenes hacen en el país
vasco, quemando autobuses o contenedores de basura, no es desobe-
diencia civil. Incumplen el requisito de ser acciones no violentas.
Justificación de la autoridad 155
* * *
Tengo que darte la razón, porque la llevas. El de Física es un pro-
fesor muy serio y sus clases excelentes, pero no nos pasa ni una.
Nunca pierde el tiempo con tonterías y como la Física es difícil, no per-
mite que nadie se distraiga ni hable. Si alguno dice que se aburre, le
responde que no se viene a la escuela para divertirse sino para apren-
der. No negocia nada con los alumnos, nunca quita materia del exa-
men y no admite ni una broma. La verdad es que resulta muy anti-
pático y por eso la gente dice que es un dictador. Pero, gracias a ese
orden que impone en clase, he aprendido más Física que nunca.
156 Ética para jóvenes
* * *
Siempre encuentras algún profesor para ejemplificar aquello de
que estamos hablando. Ya no sé si son profesores auténticos o es que
te los inventas para ilustrar el asunto del que tratamos.
Con respecto a lo que afirmas, estoy plenamente de acuerdo. La
autoridad verdadera es la que cumple su misión. No aquellos profe-
sores que por parecer más “democráticos” no mantienen una míni-
ma disciplina y lo disculpan todo. Quizá en un primer momento lo
pasas mejor en clase, no voy a negarlo; pero a la larga aprendes
menos y eso te perjudica.
Hazte esta pregunta: Cuando te toque, un día, hacer el examen
de selectividad ¿a quién estarás más agradecido?
Otra cosa distinta es el abuso de autoridad. Cuando alguien
manda más de lo que le corresponde, hablamos de “autoritarismo”.
Es un término que suele ir unido a los poderes absolutos de los anti-
guos monarcas o dictadores.
* * *
“Autoritarismo” es lo de nuestro vecino. Es ironía. Una noche que
su hijo iba de fiesta, en el momento que ya salía de casa, su padre le
preguntó: “¿A qué hora volverás?” A lo que él respondió: “Cuando me
dé la gana”. Y justo antes de que se cerrara la puerta, oí decir al padre
muy serio: “Bueno, pero ni un minuto más”.
8
Ciudadanía democrática
* * *
Puedo ayudarte diciéndote, para empezar, lo que no es. Porque
es más fácil y está bastante claro.
Democracia no es autocracia. La autocracia consiste en elegirse
uno a sí mismo como gobernante e imponer su poder sin límites a
los demás. Dos nombres cercanos y más conocidos de este régimen
son “dictadura” y “tiranía”.
La democracia es el sistema en el que nadie tiene derecho a exi-
gir para sí un poder sin condiciones e ilimitado. Ninguna persona
puede otorgarse a sí misma la facultad de gobernar, toda autoridad
emana del pueblo. Lo cual quiere decir que el gobernante recibe
la fuerza de su poder de los ciudadanos, los auténticos soberanos.
158 Ética para jóvenes
* * *
Por un lado llevas razón, porque la esencia de la democracia es
la igualdad, y ésta no era plena en Atenas. Por otra parte, eres injus-
to con la valiosa novedad que supuso, en aquella época, un gobier-
no del pueblo. Aunque los atenienses, al excluir a mujeres y escla-
vos, entendieran ese pueblo de un modo restringido, fue la primera
vez que una cierta idea de igualdad se desarrollaba legalmente.
Hay que juzgar las cosas en su contexto. Y esos griegos del siglo
V a. C., al convertir en modo de gobierno tres importantes palabras,
hicieron de la igualdad la clave de toda democracia futura. Esa misma
que tú ahora, criticándolos, exiges para todos.
Las palabras a las que me refiero son PARRESÍA: libertad de
hablar. ISEGORÍA: igualdad en el uso de la palabra. ISONOMÍA:
igualdad ante la ley.
En un gobierno tiránico, sólo el tirano habla. Él ordena y los
demás callan y obedecen. En una democracia todos pueden hablar:
parresía. Y ese debate es entre iguales; todos tienen igual derecho al
Ciudadanía democrática 159
* * *
Me has convencido. Ojalá hubiera sido ciudadano ateniense. Al
menos durante este fin de semana, que tengo estropeada la “play sta-
tion”. Nuestro profesor nos ha explicado que, entonces, los estados, lla-
mados “polis”, eran mucho más pequeños y por eso los asuntos de la
polis (la política) estaban cercanos al ciudadano y no como ahora,
algo lejanísimo de los que sólo se ocupan los políticos.
* * *
Sé que los jóvenes veis los asuntos públicos como distantes y
poco atractivos; y la vida pública ateniense, desde luego, no pecaba
de ese defecto. Sin embargo, dudo que te gustara. La cercanía de la
política al ciudadano también tenía sus inconvenientes. Cuentan que,
160 Ética para jóvenes
* * *
De lo que me mandas querría destacar algunas cosas.
Según varios estudiosos de la política, dos requisitos son básicos
en una democracia: que exista la máxima libertad de debate público
y gran participación de los ciudadanos en la vida política.
La primera cuestión nos hace volver a la “parresía” y la “isegoría”
griegas. ¿Te acuerdas? Libertad de hablar y uso igual de la palabra. Una
democracia donde no se discutan las ventajas e inconvenientes de
cualquier decisión no es tal. Cuando la discusión racional se sustituye
por la propaganda... ¡pobre democracia! El debate debe ser libre. Para
ello son necesarios unos medios de comunicación que estén dispues-
tos a informar verazmente y a dar voz a todos los puntos de vista. Sin
libertad de debate sólo habrá apariencia de democracia.
162 Ética para jóvenes
* * *
Dices que el diálogo y el debate son la esencia de la democracia.
Yo lo que veo es que pocas veces vale para algo una discusión. Cada
uno presenta sus razones, pero nadie convence a nadie. Es difícil lle-
gar a conclusiones si todos creemos que nuestra opinión es la única
verdadera.
* * *
En relación con esto te aconsejo que adoptes la actitud de
Aristóteles. Para él las opiniones mayoritarias de las personas nor-
males tienen su parte de razón. ¿Cómo es posible esto si muchas
Ciudadanía democrática 163
veces se contradicen entre sí? Muy fácil, porque todas ellas son ver-
dades parciales. Cada uno ha visto una parte de la cuestión y su error
consiste en exagerar ese aspecto, pensar que lo ha comprendido
todo, que “su” verdad es toda la verdad. El sabio es quien sabe ver
a través de los ojos de los otros. Si escuchas verdaderamente al otro,
intentando descubrir la intuición que él ha tenido, y lo combinas con
lo que ves tú mismo, entonces habrás conseguido una idea más clara
del asunto en cuestión.
Para ello, hace falta humildad. Ser consciente de nuestras limita-
ciones. Es necesario estar convencido de que nosotros no nos basta-
mos solos para saber cómo son las cosas. No siempre resulta fácil tal
perspectiva. Es más, como tú dices, es muy difícil. Yo, muchas veces,
me siento tan seguro de lo que sé y me parece que veo el quid de
la cuestión con tanta claridad que tiendo a pensar que el otro es un
“majadero” que no se entera de nada. ¿No te pasa a ti?
Aspira a ser más inteligente que tu interlocutor, afronta la discu-
sión con la creencia de que no lo sabes todo. Y sé ambicioso: inten-
ta saberlo todo. ¿Cómo? Descubriendo la verdad de la que el otro es
portador. Si quieres ser más listo que tu oponente, enfréntate a él con
esta actitud: “Yo no veo toda la verdad, pero con su ayuda voy a cap-
tar más: lo que yo puedo ver y lo que ve él. Así, voy a construir un
saber superior que integre ambos”.
El diálogo entre nosotros es necesario para comprender el
mundo y la realidad. “En mi soledad he visto cosas muy claras que
no son verdad”, decía Machado. Para saber realmente la verdad,
hace falta comparar nuestros pensamientos con los ajenos. Del
mismo modo que necesitamos dos ojos (y no es suficiente con uno)
para percibir la profundidad, necesitamos combinar, igualmente,
nuestros pensamientos con los de otros a fin de conseguir que lle-
guen a ser objetivos y fiables. Sólo contrastando, enfrentando, com-
binando sus ideas con las nuestras alcanzamos una imagen más fiel
de la realidad.
164 Ética para jóvenes
* * *
Lamento no estar de acuerdo con él. Tu profesor defiende lo
mismo que propuso Kelsen, un teórico del Derecho: que el relati-
vismo ético es la posición más acorde con la tolerancia y la demo-
cracia. Su creencia de que la defensa de alguna verdad absoluta es
incompatible con las sociedades pluralistas se ha extendido mucho
entre la gente. Creo que está equivocado. No todas las verdades abso-
lutas son intolerantes y perjudiciales.
En realidad, la democracia sólo puede basarse en una afirmación
rotunda de la igual dignidad de todos los seres humanos, de la que
se derivan sus derechos. Sin dar por supuesta esa creencia ética no
me parece posible la justificación de nuestra forma de gobierno. Esa
verdad... ¿no es absoluta para el demócrata?
Imaginemos, por un momento, que no se aceptara tal supuesto.
¿Qué impediría a un grupo minoritario, pero fuerte, imponer su
voluntad al resto? Si sólo existen intereses y opiniones particulares
¿por qué debo yo respetar los intereses de los demás y no puedo
imponer los míos de cualquier manera?
Se ha llegado a afirmar, en esta época relativista, que “quien
cree en verdades absolutas llegará a matar por ellas”. A mi modo de
ver, sucede lo contrario. Por ejemplo, para suprimir la pena de
muerte y “no matar” a quien ha cometido crímenes horrorosos, hace
falta mucha fe en la dignidad del ser humano. Mucha. Pocos razo-
namientos bastan para aplicar el “ojo por ojo y diente por diente”.
Pero, sin profunda convicción en el valor absoluto de la vida huma-
na ¿por qué habríamos de respetar la de quien ha matado o tortu-
rado a otra persona?
Ciudadanía democrática 165
* * *
El profesor nos planteó hace unos días una pregunta que nos ha
hecho pensar a todos. ¿Sería democrática una sociedad de diez per-
sonas en las que nueve decidieran vivir explotando a la décima?
* * *
Es una buena pregunta para descubrir que “democracia” no es
sólo regla de la mayoría. Dar a cada persona la posibilidad de deci-
dir con su voto sobre el futuro colectivo implica suponer que cada
una es valiosa por el mero hecho de ser persona. El ser humano, en
tanto que ser humano, debe gozar de unos derechos que ningún
poder le puede arrebatar. Ni siquiera el de la mayoría expresado
democráticamente.
No toda decisión tomada por mayoría es una decisión democrá-
tica. Aunque fuera mucha la gente que quisiera privar de sus dere-
chos a unos seres humanos, un acuerdo que no respete la dignidad
de cada persona nunca será democrático. No es pues, únicamente, la
mayoría quien otorga legitimidad a la democracia, sino el respeto de
este sistema de gobierno a los derechos humanos.
La voz de la mayoría no es sinónimo de justicia. No sé si sabes
que había democracia en Alemania cuando una mayoría eligió a
Hitler como Canciller.
La democracia no es únicamente un procedimiento vacío cuyo
resultado pueda ser cualquier cosa. La afirmación de la dignidad
humana es el fundamento de la democracia, pues es éste un princi-
pio ético previo y superior a cualquier sufragio.
166 Ética para jóvenes
Ayer mismo dos de mis amigos se liaron un buen rato en una dis-
cusión. Debatían sobre si existe Dios o no. No pienses que es frecuen-
te esto entre nosotros, pero alguna vez se da. Lo que quería comentar
es que, al final, alguien quiso cerrar la discusión con una votación
entre todos los que estábamos allí. ¿No es absurdo votar algo así?
* * *
Toda la razón. Si hay que hacer algo que afecta a todos los
miembros de un grupo parece bastante sensato que la decisión se
adopte por mayoría. ¿Y si el asunto no es “qué hacer” sino “cómo
son las cosas”? La equivocación está en extender, al terreno de la ver-
dad, el procedimiento democrático, que sólo es conveniente en pro-
blemas relativos a la acción.
¿Debo fiarme de la opinión que más abunde, por ejemplo, para
saber sobre lo bueno y lo malo? Está claro que una votación en asun-
tos teóricos lo único que nos indica es cuál es la creencia más exten-
dida, pero nunca nos dirá nada sobre la verdad del asunto en cuestión.
Cuando hay que tomar una decisión, votación.
Cuando hay que saber, reflexión.
La gente, a la hora de determinar la verdad sobre un tema, unas
veces atinará y otras meterá la pata hasta atornillarla. Pensar como
“la tribu” no me asegura el acierto.
Pero tampoco lo contrario, ¿eh? Ser parte de la minoría no garan-
tiza nada. Hay personas (podemos llamarlas elitistas) que en lugar de
fiarse de la multitud creen que la corriente mayoritaria siempre está
equivocada. ¿Por qué ha de ser así?
Cuando se discute cualquier asunto, lo mejor será atender a “la
esencia” de la cuestión ¿No te parece?
¿Qué vamos a hacer entre todos? Votemos
¿Cómo es esto? Pensemos.
* * *
Ciudadanía democrática 167
* * *
Yo no despreciaría el aspecto de alguien. Al fin y cabo, la apa-
riencia es la realidad misma manifestándose, ¿no? Los jóvenes lo
sabéis, por eso dais tanta importancia a vuestro aspecto. Supongo
que el color de la corbata será, al menos, tan importante como vues-
tra ropa, los piercings o los tatuajes.
Pero llevas razón. El error, que tú señalas, es juzgar sólo por la
imagen. La apariencia es real, pero a veces engaña y en esta época
da la impresión de que lo juzgamos todo por las apariencias. La
influencia que tiene la televisión en nuestra sociedad seguro que es
decisiva en esto. La imagen manda.
El peligro de nuestra democracia es el “ciudadano televisivo”.
Este señor (seguro que conoces algunos) es aquel que sólo se ente-
ra de lo que pasa en el mundo por la tele. ¿Qué tiene de malo este
medio para informarse? Me adelanto antes de que me preguntes. Que
todo es imagen. Manda la imagen. Si una noticia no tiene imagen
pasa a un segundo plano. Hay cosas muy importantes que no se pue-
den ver. Si son invisibles pierden importancia. La TV se centra en la
acción y olvida el discurso.
El ciudadano televisivo puede presumir de verlo todo. Y en cier-
to sentido es cierto. Todo lo que es visual pasa por sus ojos: los
incendios, las inundaciones, los atentados, las manifestaciones, los
muertos, las violencias...
Pero... Ver no es analizar. Ver no es comprender. Ver no es co-
nocer.
Las causas de todos estos hechos no son visibles. No tienen imá-
genes. Quedan en la sombra. Analizar, comprender y conocer requie-
168 Ética para jóvenes
* * *
Estoy de acuerdo en tu ataque a quien vota sólo por impresiones.
Pero quizá no lleves razón del todo con la crítica a la TV. Te recuer-
do que el reportaje que me hizo pensar sobre el tema lo vi por la tele.
* * *
Otro error que ha producido el procedimiento democrático en
nuestra sociedad es la “equivalencia de las opiniones”. Se dice
mucho que “cada uno tiene su opinión” y que “todas son respeta-
bles”. Se da a entender que al existir libertad de pensamiento y
expresión todas las opiniones valen igual y no hay razón para supo-
ner que unas son mejores que otras.
Craso error, muchacho, craso error.
Lo que siempre se ha de respetar es a las personas. Las opiniones
no. La opinión de Hitler sobre los judíos en ningún caso es respeta-
Ciudadanía democrática 169
ble. Al contrario, creo que debió ser denunciada no sólo como equi-
vocada, sino también como asesina. ¿No llevo razón? Otra cosa es la
persona. Piense lo que piense, debe ser siempre tratada con respeto.
¿Por qué considero que este error proviene del procedimiento
democrático?
Por una razón. Como todos los votos en la urna valen lo mismo
y cada persona tiene un voto, extendemos este esquema procedi-
mental a los pensamientos y llegamos a la conclusión de que todos
poseen el mismo valor.
La igualdad de derechos entre las personas no puede llevar a la
indiferenciada equivalencia de sus respectivas opiniones. La isegoría
–¿recuerdas?–, igualdad en el uso de la palabra, significa que todos
tienen derecho a expresarse, no que todos tengan la misma razón. Si
es bueno el debate, no es para que cada uno se encierre en su opi-
nión (¡la mía es muy respetable!), sino para que enfrentadas unas a
otras resplandezcan las mejor fundadas y argumentadas. Porque hay
ideas más acertadas que otras. ¿Cómo van a ser todas las opiniones
equivalentes?
* * *
Tranquilo, tranquilo. ¡No te pongas tan serio!
¿Viste por TV las imágenes de la policía sacudiendo leña el otro
día a unos manifestantes que cortaron la calle? Me parece poco lógi-
co que haya que usar estos métodos en un país donde se supone que
el pueblo es el que gobierna.
* * *
¿Recuerdas la distinción que hacían los latinos entre “potestas”
(fuerza) y “auctoritas” (prestigio, influencia moral)? Tu intuición es
buena. El régimen democrático desearía la máxima autoridad y el
mínimo poder. Como bien dices, lo ideal sería que las porras de la
policía no fueran necesarias nunca. Pero esto quizá sea pedir dema-
170 Ética para jóvenes
siado. Cuanta más autoridad exista, menos falta hará forzar y coac-
cionar a los ciudadanos. Pero no siempre se consigue que todo el
mundo obedezca convencido. Sobre todo, si una decisión que bene-
ficia al bien común perjudica a un grupo. Entonces es inevitable el
temor al castigo.
A una dictadura le basta con los tanques y las porras. La demo-
cracia necesita que el poder (incluso el de las porras) esté respalda-
do por la autoridad. La autoridad es la forma de poder democrática
por excelencia.
* * *
Quizá comparado con otros modos de gobierno la democracia
sea mejor. Pero a mí me parece que deja mucho que desear. En nues-
tra sociedad hay demasiadas injusticias. No creo, con sinceridad, que
España sea una verdadera democracia.
* * *
En realidad, “democracia” es el nombre de un ideal. Es el hori-
zonte que marca el camino.
Una sociedad democrática será aquella en la que sus leyes estén
hechas de tal manera que todos puedan considerar que se encuen-
tran sometidos a las que ellos mismos se han dado. ¿Qué te parece?
La idea es de Rousseau, uno de los padres de la democracia mo-
derna.
“Democrático” es un adjetivo que nos indica la lejanía o cerca-
nía a la que un estado se encuentra de ese ideal. Tomado así, califi-
car a un estado como tal será una cuestión de grados. Un país será
más o menos democrático, y seguramente a ninguno se le podrá apli-
car en el grado máximo.
Dices que existen muchas injusticias. No lo niego, pero la mayor
virtud de este régimen es que cuenta con más posibilidades que nin-
gún otro para denunciar y corregir sus propios errores y defectos.
Ciudadanía democrática 171
* * *
“Durante el siglo XX han existido dos modos muy diferentes de
organizar la economía: el capitalismo y el comunismo. El capitalismo
nace de la aplicación de las ideas del liberalismo económico. El
comunismo tiene su origen en las ideas de Marx. Unidos a estos siste-
mas económicos han funcionado en el mundo dos regímenes políti-
cos distintos
En el mundo económico cada empresa presta un servicio a los
consumidores: una hace carreteras, otra produce alimentos, aquella
vende ordenadores, y la de más allá fabrica teléfonos móviles. Estos
productos suben o bajan sus precios y la gente los compra y los vende.
A todo este entramado de relaciones económicas se le llama ‘el mer-
cado’. El capitalismo clásico confía en que el mercado funciona solo.
El poder estatal no debe intervenir. La única misión del Estado capi-
talista consiste en hacer cumplir unas leyes mínimas para que estos
mecanismos internos del mercado puedan actuar sin interferencias
de ningún tipo. El Estado se encarga de crear un clima de paz y de
seguridad, en el que esté protegida la vida y la propiedad privada de
todos. Dicho con otras palabras: para facilitar el comercio se ocupa de
172 Ética para jóvenes
* * *
Me parece muy bien el texto que me envías. Para entender el
presente conviene recurrir a la historia. Es posible que tengas la idea
de que la historia es una ciencia del pasado y no es cierto. No inves-
tigamos los hechos acaecidos por simple curiosidad. No es lo suce-
dido hace siglos o décadas lo que nos preocupa cuando estudiamos
esa ciencia. Somos nosotros el objetivo. Es el presente lo que verda-
deramente nos importa. Sabemos que para entendernos necesitamos
conocer quiénes fuimos. Eso es la Historia. Lo que queremos es com-
prendernos hoy, y por eso necesitamos investigar nuestro pasado.
En relación con ello tengo que decirte que la izquierda europea,
durante mucho tiempo, dijo que había dos democracias: la burguesa
(propia de los países capitalistas, Europa occidental y Norteamérica)
Ciudadanía democrática 175
* * *
En España, desde que comenzó la democracia con la Constitu-
ción de 1978, las Cortes Generales han estado dominadas por dos
grandes partidos. Uno, que podríamos llamar, simplificando en exce-
so, conservador o de derechas, y otro, progresista o de izquierdas.
Entender esta denominación quizá te dé una clave para com-
prender un poco más lo que ocurre en la política actual.
Los partidos conservadores suelen fijarse en los logros que la
sociedad ha conseguido a lo largo de la historia. Valoran lo que de
bueno tiene el presente orden social. Les parece una conquista difí-
cil y dudan de que por el mero hecho de disfrutarlo hoy esté garan-
tizado que seguiremos disfrutándolo el día de mañana. Su preocu-
pación principal es conservar lo bueno que las anteriores generacio-
nes nos han legado. Por eso se llaman “conservadores”. Ponen la
vista en lo conseguido, y como no lo dan por supuesto, su afán prin-
cipal es que no se pierda, que no se destruya.
Los partidos progresistas da la impresión de que hacen lo con-
trario. No valoran demasiado lo bueno que tiene esta sociedad. Les
parece injusta, incompleta. Se fijan en lo que le falta para ser una
sociedad perfecta, en lo que no les gusta como está y debería ser
cambiado. No creen que la sociedad pueda retroceder a mayores
niveles de injusticia. Los partidos progresistas quieren el cambio, pen-
sando que siempre será a mejor.
¿Te das cuenta de lo diferentes que son sus respectivas miradas?
Unos ven los aspectos positivos y luchan por conservarlos. Los otros
perciben lo malo y se esfuerzan por acabar con ello.
Ciudadanía democrática 177
* * *
¿Por qué siempre las discusiones políticas son tan agrias? ¿No se
podía hablar de un modo más tranquilo?
* * *
178 Ética para jóvenes
* * *
¿Qué es un derecho? Sé usar la palabra, pero si alguien me pre-
guntara, sólo podría poner ejemplos, no sabría dar una definición.
* * *
¿Te acuerdas de que “poder” era la capacidad de influir en la
conducta de otro? Un derecho es un tipo de poder. Es la facultad de
hacer o de exigir a otro que se comporte de cierta manera. Tengo
derecho a la libertad personal, por ejemplo, cuando tengo poder
moral para exigir a las personas que no me conviertan en esclavo.
Pero ¿por qué tengo yo capacidad para influir sobre la conducta
ajena? ¿Cuál es la razón por la cual los demás tendrán que hacerme
caso y no esclavizarme? No por mi fuerza física, desde luego; sino
por un “poder simbólico” que la sociedad otorga a los derechos.
Te lo explico. Si un ladrón entra en mi casa con una pistola y
amenaza con matarme, tendrá poder para robarme lo que quiera. Su
poder sobre mí es físico. No es ésa la fuerza de los derechos. Hay
que distinguir dos tipos de poderes. Uno es el poder físico y otro es
el poder simbólico. Éste último es un poder que se posee como
representación del físico. El poder de los derechos se parece al poder
de un semáforo, que también es simbólico. Una luz roja no impide
el paso físicamente a nadie y sin embargo nos paramos ante ella.
Sólo sirve porque se toma como representación de algo: el poder de
la policía para castigarme si desobedezco. El funcionamiento de los
semáforos se basa en un sistema de aceptación mutua, es decir, en
que todos pensamos que valen. Yo puedo pasar tranquilamente en
un cruce, cuando está verde, porque confío en que los demás res-
petarán la prohibición de su luz roja. Un semáforo impide el paso
porque todos en la sociedad le reconocemos ese poder.
Lo mismo sucede con los derechos. No se fundan en la fuerza
de la persona que los tiene. Si así fuera sólo tendría derecho a la pro-
Derechos humanos 183
* * *
En 1948, la Organización de Naciones Unidas (ONU) aprueba un
escrito corto en el que se recogen en una lista los derechos que todos
los seres humanos deberían tener por el mero hecho de serlo. Digo
“deberían” porque unos años antes se había privado de todo derecho
a millones de personas. Tu sabes que en el año 1945 acabó la guerra
más grande que ha habido nunca: La II Guerra Mundial. Tras aquella
tragedia la humanidad quería construir un mundo en el cual no pudie-
ra volver a suceder algo similar. ¿Cómo era posible que se hubiera lle-
gado a producir semejantes horrores? ¿Por qué? ¿Cuál era el origen?
La Declaración Universal, que es el documento que tienes que
estudiar, en su introducción ofrece una respuesta clara a estas pre-
guntas. Lo que ha originado las barbaridades y atrocidades de la gue-
rra ha sido el desconocimiento y menosprecio de los derechos huma-
184 Ética para jóvenes
* * *
A fin de que seas capaz de estudiar los derechos humanos es
conveniente dividirlos en dos grupos que tengan por núcleo la pala-
bra libertad: “libertad de” y “libertad para”, con sentido diverso.
La primera es ausencia de prohibición.
La segunda es capacidad real.
El mismo verbo –poder– se utiliza para expresar ambos signifi-
cados. Cuando digo “puedo comprarme un yate”, por ejemplo. Quizá
esté diciendo que no lo tengo prohibido. Es la libertad de impedi-
mentos y amenazas; es decir, nadie me lo prohíbe. Pero, a lo mejor,
quiero decir, también, que tengo capacidad real para hacerlo; es decir,
tengo dinero suficiente para pagarlo. Son muchas las veces en las
que se tiene “libertad de” pero no se tiene “libertad para”.
Existe un conjunto de derechos que consisten, sobre todo, en que
el Estado no los prohíba. Son los derechos civiles y políticos: libertad
de pensamiento, libertad de expresión, libertad de asociación...
El otro grupo, que son los derechos sociales, económicos y cul-
turales, exigen una capacidad real. No es suficiente que el Estado los
Derechos humanos 185
* * *
Los redactores de la Declaración de la Revolución Francesa no
creían que fueran una invención. Todos ellos eran “iusnaturalistas”,
es decir, pensaban que existe una especie de ley natural, válida para
toda época y lugar, que es superior a las leyes concretas de cada
país. Sería en esa ley natural donde, según estos pensadores, esta-
rían establecidos los derechos que todo ser humano tiene por el
hecho de serlo. Si un país elabora leyes que no los respeta, está
haciendo leyes injustas, y por tanto la desobediencia estará justifica-
da. Según la corriente iusnaturalista, nosotros no creamos los dere-
chos ni los inventamos, sino que los reconocemos. A lo largo de la
historia y poco a poco, vamos descubriendo unos derechos que ya
existen antes de que las colectividades los formulemos o aceptemos.
Derechos humanos 187
* * *
Mi profesor dice que el gran problema de los derechos humanos
no es el de fundamentarlos, sino el de protegerlos. Según él no hay
necesidad de comerse el coco buscando razones teóricas que justifi-
quen la Declaración. Lo que hay que hacer es conseguir que todos los
estados se comprometan en la práctica a defenderlos.
* * *
Esa es la idea que defiende, entre otros, el italiano N. Bobbio, un
importante filósofo del Derecho y la Política. Sostiene que el hecho de
que exista la Declaración Universal de Derechos Humanos es la mayor
prueba de que está suficientemente justificada. No necesita más fun-
damento que el haber sido consensuada y firmada por la mayoría de
los países del mundo. Por primera vez en la historia un sistema de
principios fundamentales de la conducta humana ha sido aceptado
por la gran parte de los representantes políticos de este planeta.
188 Ética para jóvenes
* * *
Hay un compañero mío, un tipo muy espabilado y crítico, que
dice que la Declaración de los Derechos Humanos sólo defiende el
modo de vida occidental. Que está inspirada en creencias religiosas y
filosóficas de los europeos y de los norteamericanos y que, en realidad,
es incompatible con otras culturas como las africanas, las orientales,
o las musulmanas. ¿Qué piensas de eso?
* * *
Tu compañero expresa una crítica que se le ha hecho a la
Declaración de la ONU: que es “etnocéntrica”. ¿Qué quiere decir esta
palabrita? Que toma como modelo el modo de entender al ser huma-
Derechos humanos 189
* * *
El problema que nombras es morrocotudo. ¿Existen derechos
colectivos?
190 Ética para jóvenes
* * *
192 Ética para jóvenes
* * *
No acabo de entender bien. ¿Quiere decir eso que si alguien per-
judica mis derechos no puedo reclamar y obligar a que los respeten?
* * *
Sí. Puedes exigirlo. Pero no la Declaración Universal como tal.
Es posible reclamar ante los tribunales españoles los derechos huma-
nos que las leyes españolas reconocen. En nuestro país, todos los
derechos humanos son Derecho porque han sido incluidos en el
ordenamiento jurídico. ¿Comprendes? Se puede decir que los dere-
chos humanos son Derecho en la medida en que las leyes naciona-
les los reconozcan y los protejan. Pero sólo en esa medida.
* * *
Derechos humanos 193
* * *
Te voy a dar un disgusto. Existe una diferencia importante entre
los derechos de la primera generación y los de la segunda. Se perci-
be si atiendes a su coste económico. Hay derechos baratos y dere-
chos caros, por decirlo llanamente. Los civiles no suponen un gasto
económico importante y los sociales sí. Proteger la libertad de expre-
sión al Estado no le cuesta nada, o casi nada. Sin embargo, si quiere
que sea efectivo el derecho a una educación gratuita, tiene que dedi-
car una buena cantidad de dinero a ello.
¿Por qué te hablaba de un disgusto? Los derechos civiles y polí-
ticos (los primeros) son derechos absolutos. No dependen de la dis-
ponibilidad de recursos. Se pueden exigir absolutamente. Que el
Estado los proteja sólo depende de su voluntad.
Los derechos sociales (los segundos) no son absolutos, están
condicionados a la disponibilidad de recursos materiales. El derecho
a la educación, a la asistencia médica, a un nivel de vida digno, a una
vivienda... Su reclamación tendrá que estar condicionada al nivel de
riqueza del Estado. Quizá pueda atender unos y otros no. Por esta
razón, hay derechos de primera y derechos de segunda.
Entonces, ¿son obligatorios los derechos sociales? Son obligato-
rios en la medida de lo posible. Son derechos condicionados. ¿Condi-
cionados a qué? A que haya dinero. O lo que es lo mismo, a que
estemos dispuestos a poner ese dinero.
Sería muy deseable que ambos tipos de derechos fueran iguales
o equiparables. Pero no los son. Si se te niega uno de los primeros
se comete una injusticia grave. No siempre que se te niega uno de
los segundos se trata de una injusticia. Quizá no haya recursos. Con-
fundir la fuerza moral con la que se pueden exigir unos y otros es
un error práctico muy grave que nos está llevando a una “sociedad
194 Ética para jóvenes
* * *
Llevas razón en una cosa: los derechos humanos son conculca-
dos (significa pisoteados) en muchísimos países. Llevas razón y coin-
cides con mis alumnos, que también manifiestan esta queja. Creo que
los jóvenes contempláis estas atrocidades en todo su horror y que
son demasiados los adultos que las perciben empañadas por la ador-
mecedora fuerza de la costumbre. O las percibimos, no voy a presu-
mir de distinto.
Amnistía Internacional, una organización de la que te hablaré
otro día, edita todos los años un libro en el que va analizando país
por país las violaciones de los derechos humanos que se han pro-
ducido en el año anterior. Pero vamos al grano. ¿De qué sirve la
Declaración Universal si no se respeta?
La Declaración es como un escudo. Protege. El hecho de que
exista impide que en numerosas ocasiones los estados puedan hacer
a su antojo lo que les da la gana.
Derechos humanos 195
* * *
Puede que lleves razón en lo que dices, pero desanima bastante
pensar que ya han pasado casi 60 años desde la firma de la Decla-
ración Universal y aún se siguen pisoteando los derechos de millones
de personas en todo el planeta.
* * *
196 Ética para jóvenes
* * *
Perfecto. Aprendes rápido. Queremos un mundo de derechos y
por eso hacen falta los deberes, que son inevitables y la cara desa-
gradable de la moneda. Es perfecto, es ideal, es bueno poder recla-
mar algo y que los otros lo respeten. Pero un derecho implica siem-
pre un deber.
El derecho es la tela del paraguas que me protege del agua que
cae. ¿Te gusta la comparación? Pero hay que cargar con el paraguas
cuando no llueve, para que nos proteja si llueve. Esto no le gusta a
nadie y muchas veces es una pesadez. Todos querríamos vivir sin
obligaciones, si pudiéramos... Todos desearíamos tener un paraguas
que no pesara o que no hubiera que sujetar. Las normas son, en
muchas ocasiones, algo desagradable que pone límites a mis gustos
y me cierra caminos. Pero, ya lo sabes, si quieres protegerte de la llu-
via tienes que sujetar el paraguas. Esa molestia es el deber. Al esta-
blecer un derecho, creo una obligación. De manera que al declarar
198 Ética para jóvenes
que todo el mundo tiene derecho a la vida, como tú bien dices, estoy
implantando la obligación de “no matar”. De la misma manera, si pro-
clamo el derecho a la propiedad privada, estoy prohibiendo robar.
Con una particularidad: en ética los deberes de unos son los
derechos de los otros. ¿Qué significa esto, si seguimos con la com-
paración? Que soy yo quien sujeta el paraguas del vecino y él quien
sujeta el mío. ¿Comprendes? De modo que si yo incumplo mis debe-
res el que se moja es otro y viceversa.
* * *
Tengo un compañero que siempre se está quejando. A todo el
mundo le reclama por todo. No sé cómo lo hace, pero él, se hable de
lo que se hable, siempre se considera con derecho a exigir. Alguna
gente quiere derechos sin pensar en los deberes.
* * *
Es frecuente eso que cuentas. ¡Cuánta razón llevas! Hemos cons-
truido una “sociedad de la queja” continua. Todo se puede exigir.
Olvidando que todo derecho implica un deber. Queremos vivir pro-
tegidos por los paraguas, y exigimos más y más paraguas, sin pensar
quién los sujetará. Quizá, en este aspecto, los adultos no sabemos edu-
car bien a los jóvenes. Os entregamos un mundo de bienestar sin mos-
trar el esfuerzo que cuesta conservarlo. Lo ofrecemos sin exigir nada
a cambio. O casi nada. Como si fuera gratis y natural ese mundo de
derechos y riqueza.
Es lo que se ha llamado “la herencia del señorito”. Quien ha
heredado una fortuna de sus padres ignora lo mucho que ha costa-
do conseguirla. Le parece que lo lógico es disfrutarla. Sólo aquellos
que la ganaron conocen lo difícil que fue lograrla y saben que hay
que seguir esforzándose para mantenerla.
Los jóvenes que vivís en los países desarrollados y democráticos
nacéis ya en una sociedad política donde los derechos humanos están
protegidos, en gran medida, pero no sabemos mostraros los sufri-
Derechos humanos 199