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Georges VIGARELLO, Lo limpio y lo sucio

La higiene del cuerpo desde la Edad Media (Tit. orig. Le propre et le sale: L'hygiene du corps depuis le
Moyen Age), Alianza 1991, 323 págs. 
Historiador y sociólogo francés, 
Georges Vigarello  (1941) trabaja en la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales de París (École des hautes études en
sciences sociales) En este estudio demustra un interés particular por lo que podría llamarse  sociología del cuerpo, es decir, la
representación del cuerpo en las diversas épocas y culturas.

Describe usos y concepciones de la higiene personal hasta finales del siglo XIX. El autor se ciñe a la
sociedad francesa, y más en concreto la parisiense.
Si bien limitadas a este escenario, sus fuentes son abundantes y variadas: tratados de higiene, urbanidad y
moral, normas administrativas, novelas, inventarios patrimoniales, etc.

El autor analiza con gran perspicacia las sutiles interrelaciones entre elegancia, sentido del pudor, avances
científicos y técnicos, convenciones sociales, y cambios políticos.

Vigarello, va configurando en cada época el concepto de “limpieza corporal”, y sus modificaciones.

RESUMEN

PRIMERA PARTE: Del agua festiva al agua inquietante

En esta parte se analiza la idea de limpieza corporal en Francia durante los siglos XV y XVI. Es una época
dominada por el temor a la peste, que se abate en sucesivas oleadas sobre Europa.

Estaba muy difundida entonces, según el autor, la concepción del cuerpo humano como materia porosa, al
modo de una esponja, la cual, del mismo modo que transpira hacia fuera (el sudor), también absorbe los
líquidos y gases circundantes. Esto ocurriría especialmente en el baño, el cual dilataría los poros de la piel,
dando lugar a una peligrosa ósmosis entre el interior y el exterior del cuerpo.

Esta creencia llevó a la población francesa a desconfiar del baño y evitarlo sistemáticamente, ya que el
agua, abriendo los poros, permitiría que se infiltrara en el cuerpo la peste. El agua haría al cuerpo más
vulnerable, exponiéndolo a los miasmas que flotan por el aire.
De este modo, y por extraño que parezca, la lucha contra la peste y otras infecciones condujo a cerrar los
pocos baños públicos que quedaban en París desde la Edad Media. Así lo dice un documento de la época:

«Conviene prohibir los baños, porque, al salir de ellos, la carne y el cuerpo son más blandos y los poros
están más abiertos, por lo que el vapor apestado puede entrar rápidamente hacia el interior del cuerpo y
provocar una muerte súbita, lo que ha ocurrido en diferentes ocasiones» (p.22).

Evidentemente, si así sucedía con los baños públicos, aún más con los privados. Hay que recordar que la
costumbre de bañarse y de destinar un lugar de la casa para esta operación es muy posterior, como veremos
a más adelante. La limpieza cotidiana, pues, se realiza mediante un “aseo seco”, consistente en fricciones y
perfumes. El agua sólo se reserva para lavar manos y cara.

SEGUNDA PARTE: La ropa que lava

Ahora el autor se remonta a la Edad Media (siglo XIII), para analizar desde entonces hasta el siglo XVII las
relaciones entre ropa y limpieza. No se trata, por tanto, de una continuación cronológica del tema anterior,
es decir, de la mayor o menor frecuencia del baño, sino del uso de la ropa como instrumento para expresar y
sustituir la limpieza corporal.
En efecto, ya desde la Edad Media la limpieza corporal no se entendía como referida al cuerpo físico, a la
piel, sino a las partes visibles de la persona, es decir, rostro, manos e indumentaria.
Los olores y sensaciones íntimas eran en este sentido irrelevantes.

El cuerpo se interpreta en función de su visibilidad social, y sólo en esta medida se entiende también la
limpieza.
En otras palabras, es «como si el cuerpo delegara su existencia en otros objetos, los que lo envuelven o lo
rodean» (p. 75).

La vestimenta, de este modo, se vive como prolongación del propio cuerpo y en cierto modo su sustituto. «

Si hay una “suciedad” del cuerpo —dice Vigarello—, se supone que sólo la llevan estos objetos. No tiene
presencia alguna fuera de ellos y no se observa más que en ellos, que la hacen concreta» (p. 89-90).

En este contexto surge una novedad alrededor del siglo XVI: lo que hoy entendemos por “ropa interior”.
Es aquella vestidura cuya función no es mostrarse exteriormente, sino sustituir a la piel en su limpieza. Es
decir, mudando de ropa interior y lavándola periódicamente, la persona se considera limpia.
Se evita así el contacto directo con el agua, delegando éste a la ropa interior.

La “ropa interior” por antonomasia era entonces la camisa.


El interés de la camisa (o “ropa blanca”) es su paulatina manifestación externa asomando por las solapas y
mangas de los trajes (el jubón de los siglos XV-XVII).

Ello significa que la intimidad corporal comienza a sugerirse y expresarse ante los demás, se incorpora al
juego de la apariencia y se interpreta como cuestión de estilo.

De hecho los cuellos y mangas de las camisas adquirirán gran protagonismo en la indumentaria del Siglo de
Oro, con diversidad de encajes y bordados, como testimonian los retratos suntuosos de la época.

A partir de entonces la indumentaria se irá convirtiendo en instrumento de una intimidad corporal conocida,
cultivada y expresada. Si los lazos entre moral, limpieza y elegancia han sido siempre estrechos, a partir del
siglo XVI adquieren una sutileza y complejidad extraordinarias. «La limpieza es la ropa.(…) Moda y
limpieza terminan en el siglo XVII por confundirse» p. 110.

TERCERA PARTE: Del agua que penetra en el cuerpo a la que lo refuerza

Esta parte describe los usos higiénicos del siglo XVIII. Característica de esta época es la difusión de
la bañera entre las clases elevadas, y por tanto del baño privado. Se trata de un mueble portátil, no ligado a
un espacio concreto de la casa (el “cuarto de baño” es posterior), que se usa con un fin más bien sanitario y
tonificante que de limpieza; es un baño termal, más que higiénico, que se toma con escasa frecuencia. Se
considera también signo de distinción y refinamiento aristocrático.

Pervive la creencia de que el agua penetra en el cuerpo y ejerce una influencia en sus órganos (aunque en
este caso con efectos saludables), y ello con tanta intensidad, que se recomienda después del baño reposar
unas horas en el lecho, para reponer el cuerpo de los influjos del agua.

Nace también entonces el bidé (por primera vez en Francia, aunque no lo dice Vigarello). Con este mueble,
destinado a la limpieza íntima de las mujeres (aunque no exclusivamente), se toma conciencia del carácter
privado de ciertas abluciones y de las distintas necesidades higiénicas de las personas, según los sexos y las
partes del cuerpo, y poco a poco se va imponiendo la conveniencia de los apartamentos excusados, es decir,
de ciertos lugares en las casas reservados exclusivamente al aseo. Surge así el cuarto de aseo, un espacio
reservado para ciertas operaciones higiénicas que deben realizarse privadamente. No quiere decir, sin
embargo, que entre estas operaciones esté el baño, pues la popularización de esta práctica es muy posterior.
Por ejemplo en 1790, según registra Vigarello, sólo hay en París 150 bañeras. Cuarto de aseo sólo se
convertirá en cuarto de baño en el siglo XIX.
Al mismo tiempo estas prácticas dejan en el siglo XVIII de ser privativas de la aristocracia como signo de
distinción social, y pasan a difundirse entre la burguesía, como expresión de autonomía y libertad.

A instancias de médicos y científicos, los gobiernos comienzan a preocuparse por la “salubridad pública”,
dictando toda clase de medidas para fomentar la limpieza de los espacios públicos.

CUARTA PARTE: El agua que protege

En esta parte el análisis se centra en la Francia en el siglo XIX.


Esta época se caracteriza por la difusión de la palabra y el concepto de higiene.
Ello comporta que, a partir de ahora, la limpieza corporal será vivamente recomendada por los médicos y
tendrá un carácter más bien profiláctico.
Los descubrimientos de Pasteur (1822-1895), padre de la microbiología médica, serán determinantes en este
sentido.
Sus investigaciones inspirarán multitud de tratados de higiene, y serán objeto de estudio en la cátedra de
higiene de la facultad de Medicina de París, de nueva creación.

Junto a estas connotaciones sanitarias, la limpieza adquiere también un nuevo significado moral y social.

La higiene personal se percibe ahora, mucho más que en el pasado, como estrechamente unida a la
intimidad corporal y al pudor sexual.

Limpieza corporal (incluyendo la limpieza que no se ve) será señal de dignidad personal, respeto a los
demás y ciudadanía.

Además de científica e íntima, la higiene se torna más popular, extendiéndose a todas las capas sociales y
convirtiéndose en materia de interés público para las autoridades.

Se ponen en marcha en París y otras ciudades proyectos urbanísticos complejos, que incluyen canalizaciones
subterráneas e incluso tuberías para llevar agua a los pisos (esto último después 1870).

También la arquitectura tiene en cuenta la higiene, pues se prevé, en las casas burguesas, que haya junto al
dormitorio un cuarto  de aseo, dotado de muebles y utensilios adecuados.

este cuarto se convertirá propiamente en  cuarto de baño  a partir de 1880.

En torno a 1860 surge, en ámbitos militares y carceleros, la  ducha, que poco a poco se irá adoptando en las
casas por su gran economía y funcionalidad.

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