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EMEN EUZKADI IRRATIA.

EUZKO ERRESTENZIKO GUDARIEN DEYA.


Aquí, Radio Euzkadi. La Voz de la Resistencia
Vasca que transmite todos los días tres
programas en 13250 y 15000 kilociclos... 1965
Hacía calor en el estado Zulia. No más que otros días, igual que siempre, J. J.
Azurza lo resentía. Su pálida tez y sus ojos azules parecían ceder fácilmente a
la apretura del clima tropical y al sol tórrido de Maracaibo. Por otra parte,
andaba acelerado. Iban a traer elementos nuevos (torres, emisoras, etc.) para
modernizar la radio de la Compañía Petrolera para la cual trabajaba, la Shell.
Las viejas torres emisoras, levantadas sobre la tierra roja y caliente del Zulia,
calificadas por los técnicos como de la guerra de Crimea, pensaban enviarlas a
una chivera, como se denomina en Venezuela a las chatarrerías. J. J. fue a
revisar el vetusto aparato al que tantas veces manipuló en sus funciones de
trabajo, pero con una nueva visión, mucho más crítica. La emisora necesitaba
urgentes retoques, pero él sabía cómo hacerla funcionar. Sus expertos dedos,
finos y delicados como los de un pianista, se movieron por el cuerpo de hierro
de la maquinaria. El viejo armazón vibró. Fue entonces, así lo contaba, cuando
la Idea se apoderó de él, como le sucedió a Pablo en el camino de Tarso.
Había encontrado lo que necesitaban los vascos para comunicarse a través de
los muros de la dictadura.

Llegó a la reunión de la Mesa Cuadrada de los lunes, sin aliento, tras haber
conducido las más de diez horas que separaban Maracaibo de Caracas. Le
ofrecieron, en bromas, agua, hielo y whisky, o una cervecita Polar, bien fría. Lo
rechazó todo con gesto impaciente, pues tenía prisa en detallar su plan. Intza,
a quien le había adelantado el asunto, miraba con ojos ahuevados y semi
cerrados a cada uno de los compañeros de la Mesa Cuadrada. Como los
conocía bien, sabía que nadie iba a rechazar la oferta de J. J., como así fue.

Los iba ganando sin demasiado esfuerzo. Cuando detalló la cantidad de dinero
necesaria para la compra de la maquinaria y su traslado, unos seis mil
bolívares, nadie pestañeó. Era una rebaja considerable a los tanteos que se
habían realizado con anterioridad, a instancias de Rezóla, y del Gobierno
Vasco. Según informes del propio J. J. y de Iñaki Elguezabal, y apartando las
consideraciones técnicas para una audición que debía cubrir ocho mil
kilómetros. Sin ir más lejos, el costo de un transmisor (que habría que comprar
en Estados Unidos y transportarlo a Venezuela) podría alcanzar los 15.000
dólares, según su sofisticación.

El bolívar, por entonces, se cotizaba a cuatro por dólar (en pesetas a unas 60),
así que la cifra resultaba alarmante y además, en semejante traslado, podía
fácilmente detectarse el secreto de la empresa. Ahora tenían casi en la mano
un aparato de 5 kw, con dos transmisores completos de la misma potencia, que
le permitía funcionar al tiempo en dos frecuencias diferentes. El coste de este
aparato, nuevo, podía ser de unos 50.000 dólares, aseguró finalmente J. J.

—Y estamos hablando de una zoquetuda... ¡seis mil bolívares! —reafirmó


mientras limpiaba el cristal de sus lentes y sonreía satisfecho.
Todos estaban absolutamente desbordados por la emoción. El sueño podía
hacerse realidad, tras largos años de debate, iniciativas truncadas, informes
sesudos pero que paralizaban el proyecto por su excesivo coste en maquinaria
y personal. Cuando llegó el consabido momento de reflexión, mientras J. J., ya
callado, se dedicaba a beber su cervecita fría, se hizo un silencio profundo.
Intza dejó pasar unos minutos y finalmente, con voz recia, preguntó con un
modismo venezolano que había asumido como propio:
—¿Le echamos pichón?

Nadie iba a poner un pero al proyecto. Y menos con Jo-kin, el Gordo, como ya
le denominaban familiar y cariñosamente, aprobando la acción. Su siguiente
paso fue llamar a Ramón Otxondo, que vivía en El Tigre, localidad del interior
de Venezuela, y que mantenía una situación económica ventajosa, para pedir
la financiación inmediata, cosa que logró sin problemas. A más, la oferta
generosa del patriota Otxondo se ensanchó hasta ofrecer pagar sueldo de una
persona para el cuidado de la emisora por seis meses. Nadie creía que podría
durar más. También Otxondo se ofreció a buscar un terreno idóneo por los al-
rededores.

Cuando he hablado o entrevistado, mucho después, a los componentes de EGI


sobre aquel momento, en ninguno de ellos palpé otra cosa que una decidida
movilización hacia la empresa. Pello aseguraba que a él le pareció natural el
paso a seguir. Todo estaba preparado para Radio Euzkadi/Euzkadi Irratia. El
modo de obtener fondos económicos, la información bibliográfica, la cohesión
del equipo. Los inconvenientes no se sopesaron en ningún momento de esa
euforia inicial, y en verdad eran considerables.

En primer lugar Radio Euzkadi/Euzkadi Irratia debía ser clandestina tanto para
los vascos como para los venezolanos, pero había que llegar a ciertos políticos
importantes, para que hicieran la vista gorda. Eso, en cierto modo, ya lo
llevaban algo adelantado Xabier Leizaola, Alberto Elosegi e Iñaki Zubizarreta,
cuyos conocimientos del medio político venezolano y su intrusión en la política
era más profunda. Tenían, desde las primeras conversaciones, la tarea de
mover ciertas fichas para que no se paralizara cualquier acción emprendida.
Rezóla, entre tanto, incansable en su afán, se movía en Europa, en el medio de
la Democracia Cristiana, para el logro de los fines. Pero no obtuvo la respuesta
requerida.

Se insistía, pese a tantas diligencias, en el secreto de la empresa. Era


importante. Como se sabía del espionaje de la Embajada española, la petición
cíe partidas monetarias debía disfrazarse, aun en los ¡imhilo.s del Centro. No
.se iha ¡i poner confian/a en micllc porque no es que .se deNC'onl'Uii'ii, niño
que se lemííi que al- guien pudiera irse de la lengua. Rezóla advertía desde
París del peligro de los tres enemigos: la imprudencia, la chivatería, y el caso
fortuito. Contra ellos habrían de luchar los del grupo EGI, aunque hubo sus
momentos de alarma porque ciertas personas se acercaron demasiado a la
verdad.

Las torres de la emisora no podían colocarse en Caracas, era evidente, pero no


tan lejos que se hiciera penoso el traslado a ellas, ya que los miembros del
grupo nuclear vivían en la ciudad. Por eso se descartó el terreno de El Tigre
que señalaba Atxondo, uno de su propiedad. J. J. habló al principio de cuatro
torres, lo cual era un volumen considerable, y necesitaban espacio abierto,
pero la grabación del material debía realizarse en un apartamento, no
demasiado lejano al centro reproductor.
Azurza, con la conformidad del grupo, se convirtió en el Consejero Técnico, y
nadie osó dudar de sus conocimientos en telecomunicaciones —su trayectoria
profesional era impecable—, ni le puso pega alguna. Más tarde le ayudaría en
su trabajo Jon Mikel Solabarrieta. Los puestos eran muy oficiosos aunque a la
larga, todos hicieron de todo. Desbordados, hablaron finalmente de mantener
una persona fija para asegurar la grabación cotidiana y se señaló al joven Iñaki
Anasagasti, para Caracas, y otra persona para guardar el lugar en la selva
donde se iban a instalar las torres emisoras.

El sitio fue encontrado pronto. La hacienda La Virginia, que incluía una laguna,
cercana al pueblo de Santa Lucía, a 60 kilómetros de Caracas, parecía el lugar
idóneo donde instalar las torres, que fueron transportadas penosamente desde
el estado Falcón, en unas gandolas, como se llamaba en Venezuela a los
grandes camiones.

El párroco del pueblo de Santa Lucía, Bonifacio Urkizu, en conversaciones


conj. J., fue quien señaló la hacienda abandonada, propiedad de Luis José
García. Cuando fue a visitarla con el cura, J. J. decidió, mientras trajinaba por
la maleza espinuda, bajo los viejos árboles, escuchando el canto de las
paraulatas, que era en verdad el sitio perfecto. Cercana a Caracas, para
acceder cotidianamente a ella, pero no tanto como que pudiera ser loca-

Radio Euzkadi/Euzkadi Irratia va a ser escuchada en Euskadi pero nunca,


nunca, lo será en Caracas —afirmaba rotundo J. J., que se encargó de que así
fuera, no solo por la elección del sitio, sino además por un medio muy simple
en la técnica de telecomunicaciones, que desviaba las ondas libertarias del
valle de Caracas.

Llegar a La Virginia no era fácil entonces, no lo es hoy día. Para 1964 la ciudad
de Caracas se había extendido por todo el angosto y largo valle, comiéndose
en su crecimiento vertiginoso los viejos pueblos de Chacaíto, Chacao, Campo
Alegre, Los Chorros, levantadas las urbanizaciones de Altamira, La Castellana,
La Floresta, Los Palos Grandes, Las Mercedes, El Rosal, y Sebucán,
devorando el cemento la jugosa y verde hierba sabanera. Pero el pueblo de
Petare continuaba estando lejano, y por Petare se pasaba, siguiendo después
(se dejaba atrás el Ávila, la gran montaña de Caracas, y se adentraba en el
Estado Miranda en dirección sur) por una carretera estrecha, tortuosa,
montañosa. Se seguía las fuentes del río Guaire, el río de Caracas, el cual
cruzaba la carretera varias veces, y en la época de lluvias se desbordaba impi-
diendo el tránsito. Había abundantes controles de la Guardia Nacional, pues
había guerrilla.

El dueño de La Virginia accedió al proyecto, suplicando silencio para su


nombre y cobrando un alquiler mensual simbólico de ochocientos bolívares.
Además conectó al grupo EGI con un abanico más amplio de autoridades
venezolanas, que no opusieron resistencia a la implantación de cuatro torres
para la radio clandestina de los vascos. Hay que añadir que la CÍA, a través de
la Embajada Americana, dio aviso a las autoridades venezolanas de la
instalación de una radío en Santa Lucía.
Más que el asunto político de la radio, que les era enojoso, al parecer les
molestaba que las ondas vascas interferían las comunicaciones de índole
comercial entre Gran Bretaña y Estados Unidos, caso muy grave, y un grupo
de sus técnicos pudo detectar la emisora en las cercanías de Caracas. Dado
este conocimiento, era más que probable que llegara ;i la límbajacln cíe
Hspaña, como lie-K<>, y que conset'uenle con sus nwllmiíis rcelamaclone.s,
delatara el desafuero, pero n;ul;i i'oivslguleron u ñus y otros. A los americanos
se les calló afirmando que no era comunista y desviando las ondas, para no
interferirles el negocio. A los españoles, con la frialdad de unas relaciones
diplomáticas tensas, se les aplicó el silencio administrativo. Aunque Manuel
Fraga, por entonces Ministro del Interior, era un demandante obsesivo.

Se dijo que hasta el mismo Franco despotricaba contra la radio clandestina que
hablaba con verdad de su régimen odioso. Exigía a su policía y a su embajada
venezolana que, de una vez por todas, quitaran ese estorbo del medio. Había
respirado tranquilo el día de la muerte del Lehendakarí Agirre, en 1960. Creía,
con esa estólida mente militar y poco cultivada que era la suya, que la cuestión
vasca acababa aquel día. Para su sorpresa, renacía en una generación criada
a ocho mil kilómetros del país de los vascos.

Estas dificultades fueron vencidas, gracias a la intervención decidida del


ministro de Relaciones Exteriores venezolano, Gon-salvi. De él sí sabemos el
nombre porque incluso llegó a personarse alguna vez en las reuniones de la
Mesa Cuadrada. Apoyó a los vascos en su empresa, incondicionalmente.
Hasta les llegó a ofrecer otro terreno y unas condiciones más favorables si
arremetían contra Fidel Castro, ya despejado de su talante libertario de la
Sierra Maestra y que mostrando la faz de su dictadura atroz impulsaba la
guerrilla que se mantenía en el interior del país y en la propia Caracas.

Por un tiempo, el que duró la concertación, dejaron de emitir para apaciguar los
ánimos de unos y otros. Fue el precio que tuvieron que pagar. También fue
vencido el miedo que tenían a su rival, Radio España Independiente, la voz de
la resistencia comunista. Radio Euzkadi/Euzkadi Irratia resultó más fiable en su
información y responsabilidad dial.

Como se dieron cuenta de que La Virginia necesitaba su guardián y encargado


de emitir los Talos, se escogió a Isaka Atutxa, soltero, de Galdakao, un gudari,
por entonces sin trabajo, y que aceptó el arriesgado trabajo de custodiar una
emisora clandestina en medio de la selva venezolana.

—Euzkadik behar ñau. Euskadi me necesita —comentó simplemente, al


aceptar la encomienda.

La tarde en Venezuela cae a las 6. Caracas tenía por entonces un tráfico denso
e impredecible. Se estaban realizando las autopistas vértebras que recorrían la
ciudad de oeste a este, pero nunca fueron ni parece que lo serán, suficientes.
Pese al tráfico, que mantenía los coches (carros como se denominan en
Venezuela) parados horas sobre la ardiente vía de asfalto, y las dificultades
que suponía atender a sus vidas privadas y compromisos laborales, los jóvenes
del grupo EGI decidieron que trabajarían los sábados y domingos de sol a sol
en las tareas de la instalación del equipo en los linderos de la laguna de La
Virginia.

—Bien duro, a pico y pala, compadre —afirmaban entre risas.

Durante meses las manos de aquellos hombres dedicados a oficios de


administración y oficina, estuvieron tan curtidas como las de un obrero de la
construcción. Añadiría que esos hombres despidieron también no el olor rancio
del sudor que procura el trabajo físico, sino que transpiraban de sí algo de ese
suave aroma de los araguaneys, los esbeltos chaguaramos, los espinudos
habillos, ceibas con sus semillas aceitosas envueltas en una lana blanca, de
algún caobo asilvestrado, y un mango generoso en sus frutos deliciosos, que
una ve/ cobijaron las esbeltas cañas de azúcar de la hacienda, esa humedad
del fango de la laguna mansa

Había prisa. Rezóla, entusiasmado por la idea, apuraba las decisiones pues se
sabía que ETA pensaba instalar otra emisora en Argelia. Eso hacía que el
grupo se dedicara al trabajo con frenesí. Fueron finalmente ayudados por una
cuadrilla de obreros; tal cosa fue asumida y con pesar como absolutamente
necesaria. Se levantaron pues las cuatro torres, se embutió la emisora (dos
transmisores, llamados Pedro y Pablo) en una choza, a resguardo de las
tormentas y del sol tropical, y tuvieron que abrir caminos en la maleza, para
instalar las antenas.

Se fabricó una txabola. La amoblaron con dos camas, una mesa y armario, y
sillas para jugar las previsibles partidas de dominó y mus, e instalaron una
nevera capaz para las cervezas a consumir. En todos latía la conciencia de que
la soledad sería demasiado profunda para Atutxa, y el compromiso tácito era
compartir algunas noches con él y se elaboró un calendario de
responsabilidades que se cumplió escrupulosamente. Durante algún tiempo, al
observar que la incomunicación gravaba demasiado en el ánimo de Atutxa, le
destinaron como compañero al navarro José Elizalde. Otras veces
acompañaba a Pello Irujo su cuñado, Bingen Amezaga, médico, y así Isaka era
revisado profesionalmente, hablaba de sus dolencias, cosa que siempre
conforta el alma, y tomaba las medicinas correspondientes. Atutxa, a finales de
1966, tuvo un grave accidente de coche, y fue internado en una clínica.

Durante su ausencia, los miembros del grupo se repartieron las tareas que, al
ser diarias, ponían en peligro los trabajos personales. Así que durante la con-
valecencia de Atutxa, decidieron ofrecerle el puesto a José Elizalde, y
posteriormente se fueron turnando Juan Ortiz, Jotxu Castañero, Julián Atxurra.
Años más tarde, tras una visita inesperada de miembros de ETA, se decidió
contratar un guardia jurado venezolano.
Nadie dejó de cumplir con su calendario previsto para acudir sábados y
domingos a La Virginia. El que llevaba los Talos, como se denominó a los
casetes grabados, solía siempre, por más prisa que hubiera, echarse unos
«palitos» y jugar una partidita al mus con Atutxa. Corriendo el tiempo, el
hombre se aficionó al pueblo de Santa Lucía, y solía estarse ahí algunas
tardes. Nadie preguntaba qué hacía por aquellos predios un «musiú», según el
argot ve-ne/olano, tan rico como singular, cvs ck'dr un extranjero, de- ojos
claros, complexión robusta y hablar Intrincado... que- clase' de ira bajo
realizaba en La Virginia. Él hablaba vagamente de unas perforaciones a la orilla
de la laguna.

—Igual encontramos petróleo por ahí, compadre, y nos hacemos todos ricos —
explicaba en la bodega del pueblo, antes de iniciar su recorrido por los dos
bares de Santa Lucía. Nadie le demostró jamás desconfianza. Sabían todos lo
locos que eran los extranjeros, sobre todo los europeos, con ese asunto de
hacer «las Américas».

Ni Atutxa ni ninguno de los pobladores de Santa Lucía había escuchado hablar


de El Dorado de los conquistadores. De esa ciudad al borde de una laguna
donde se sumergía un cacique cubierto de oro y cuyo fondo no era de algas y
carecía de peces, porque estaba cubierto de una inmensa pátina del precioso
metal dorado. La que describe enfebrecido el aventurero inglés Wal-ter
Raleigh, en sus vanos intentos de llegar a la Manaos prodigiosa, con su lago
Cassipa, antecedente en el paso del encuentro con Manoa. Como un río que
en vez de gotas de agua las tiene de oro que se observan en sus bancos,
cuando el verano caliente seca las fuentes de agua. En cierto modo, La Virginia
era El Dorado para los jóvenes del grupo EGI.

Atutxa fue gudari, pero antes fue baserritarra. Pronto instaló un corral, criando
gallinas. Esos huevos, tan sanos, alimentaron a mi primer hijo. Me los
entregaba con especial ilusión, cuando aparecía allí con Pello.
—Que sea un Irujo de bien como su padre y el viejo Manuel, el león de Navarra
—me decía siempre poniendo su gruesa y tosca mano sobre la cabeza rubia
del niño. Y que pueda criarse en Euskadi, que es de donde es. Que no hay
patrias buenas ni malas, pero uno es donde es, culminaba con tristeza.
labras en euskara vizcaíno, tan diferente al culto euskara que le hablaba mi
padre. Todo esto antes que en el Centro se instalara la ikastola «Euzkadi-
Venezuela», a la que acudió dos años, otro hito de la colectividad vasca.

La cabeza de la operación radial, tras varios domicilios precarios, se instaló


defínitivamente en el apartamento del edificio La Sierra, llamado así por su
curiosa arquitectura, parecida a una sierra. Era un apartamento amplio y
ventilado en el que se acolchó un dormitorio para lograr grabaciones perfectas.
Las demás dependencias estaban atiborradas de paquetes de propaganda,
cajas con llaveros, estuches con las monedas de oro. Como si se tratara de los
baúles de un barco pirata tras la algarada filibustera de Maracaibo. Esto me
sorprende ahora, cuando recuerdo las cosas... la cantidad de monedas de oro
y plata allí dispuestas. Era tal la rectitud de cada uno y la confianza del grupo,
que nadie presumió un robo. Y es que no lo hubo.
Tampoco creyeron que pudiera haber accidentes. Y lo hubo. Protegieron la
puerta del apartamento con chapa blindada. Se cuidaba de que los cigarrillos,
en ese tiempo la mayoría fumaba, se apagaran. No se prendían los hornillos de
la cocina. Pero un día, pese a las precauciones, Iñaki Anasagasti grababa uno
de los Talos, aislado en su cuarto de grabación, y no se percató del incendio
que comenzó en la cocina a causa de un corto circuito.

El fuego se fue expandiendo solapado, apremiante... cuando Iñaki, finalizado el


trabajo, abrió la puerta del cuarto acolchado, se enfrentó a una nube de humo
tan densa que se quedó sin aliento. Cerró la puerta para tranquilizarse,
contando hasta diez, y pensar en cómo salvarse. Su única salida de escape, la
puerta, estaba bloqueada por el fuego. Corrió hacia la ventana del cuarto, al
parecer convertido en su panteón, forzó el acolchado, logrando abrirla
penosamente. Desesperado se trepó al alféizar, y solo entonces recordó que
estaba en el tercer piso.

Gritó. Gritó a pleno pulmón. Con las fuerzas de la desesperación. Por entonces
el humo había atraído la atención de varias personas que llamaron a los
bomberos que1, ;il ver ¡il ¡oven en la ventana, temieron lo peor. Si .sallaba la
muerte era seguni. Si se quedaba, también.

El fuego lograría penetrar en el cuarto, empujándolo al VE cío. Menos mal, por


aquella vez, que Caracas era una ciudad e: perpetuo estado de construcción. A
poca distancia del edificio L, Sierra estaban levantando otro y una grúa gigante
maniobrab ahí. Advertidos de la trágica contingencia, manipularon la grú hacia
el joven que permanecía en la ventana, y le animaron a da un salto en el vacío,
hacia la grúa, pues no podían acercarla total mente a la ventana.
—¡Calcule bien, musiú\ —gritaban los peones-buen brinco.

Era su única posibilidad de salvación. Iñaki, así lo contab después, se serenó,


calculó la distancia, obvió el precipicio a su pies, y saltó. Logró engancharse a
la grúa. Y salvarse.

Intza fue el encargado de despistar a la policía que, al ver li bros chamuscados,


se dedicó a inspeccionarlos, y los encontr* sospechosos. Tras una tarea de
disuasión, unos bolívares de dis tracción en los bolsillos, los agentes se
retiraron sin dar el sopla de la extraña oficina que operaba en el incendiado
apartamento del piso tercero del edificio La Sierra. En algunos apartamento
funcionaban burdeles. Eso no llamaba su atención.

Quizá lavando la desenfrenada imagen del edifico La Sierra puedo afirmar que
en mis largas esperas en lo que era su sala mientras Irujo, tanto Manuel como
Pello, grababan el Talo, rn hijo Xabier dio sus primeros pasos en solitario.
Desdeñó de m mano y caminó, vacilante pero independiente, sobre el opaco
pavimento de granito de la sala, que no contenía mueble ningunc sino las cajas
de las monedas de oro dispuestas a los lados, y e« las paredes el afiche de
Gernika, aquel que pregonaba «Gernikas gizona».

Radio Euzkadi-La Txalupa


Durante doce años y siete días a la semana «desde un lugar de la selva
venezolana» emitiría para el País Vasco ocupado Radio Euzkadi, conocida
popularmente por «La Txalupa». Y a pesar de que en esta empresa participan
casi un centenar de personas, militantes del PNV (4), fue un secreto
celosamente guardado mientras duró. Es cierto que en su origen, a través de
las gestiones del arquitecto Iñaki Zubizarreta, se consigue la colaboración
-incluso económica-y la cobertura del Ministro de Asuntos Interiores, Reinaldo
Leandro Mora. Los antecedentes habría que buscarlos en la Radio Euzkadi
que, entre 1946y 1953, emite desde Mougerre en el País Vasco-continental y
que fue clausurada por el Gobierno francés.

A principios de 1965 comienza a prepararse el proyecto. A través del sacerdote


Bonifacio Urquizu, a la sazón párroco de la ciudad de Santa Lucía, el grupo
vasco alquilaría un terreno, en plena selva, a Luis José García. En él se
instalará la estación, que fue diseñada por José Joaquín Azurza e Iñaki
Elguezabal. Se utilizaron dos viejos transmisores -uno fabricado en 1932-
modificados con potencia de uno y medio y dos y medio kilovatios,
respectivamente. Asimismo, además de un grupo de energía se utilizaba una
antena direccional.

Se usaron tres bandas de transmisión, de 19, 23 y 25 metros, respectivamente.


A su vez, en cada banda se utilizaban cuatro frecuencias adicionales cercanas
a la principal, con el fin de emitir en una de ellas aleatoriamente, escogida por
el operador en cada transmisión con el fin de evitar interferencias. En este
punto hay que señalar que, aunque tolerada, «La Txalupa» no estaba
legalizada por las autoridades venezolanas, lo que en ocasiones supondría que
el operador acabase en una comisaría.

Jokin Intza, Isaías Atxa, Iñaki Elguezabal, José Joaquín Azurza, Peio Irujo,
Alberto Elósegui, Feliciano Aranguren, Xabier Leizaola, Iñaki Zubizarreta,
Guillermo Ramos, José María Zugarramurdi, Rafael Mendizabal, Félix
Berriozabal, Kepa Lekue, Jon Mikel Olabarrieta, Josu Urresti, Pauliri Urresti,
Iñaki Landa, Isaac Atucha, Joseba de Rezóla, Perú Ajuria, Garbiñe Urresti,
Julián Achurra, Joseba Amaga, Iñaki Arechavaíeta, Paul Aguirre, Juan María
López Izaguirre, Jon Garaigordobil, Txomin Llanos, Iñaki Anasagasti, Jone de
Elósegui, Antonio Mendiluce, Jesús María Gallastegui, Juan Ortiz, Ricardo
Líbano, Patxi Albízu, Bonifacio Urquizu, José Eleizalde, Luis José García,
Julián Achurra Garate, Tomás Andonegui, José Ignacio Zuazo, Joseba Urresti,
Iñaki Ercoreca, Domeka Echearte, Andoni Olabarri, Miguel Briceño, Joseba
Iturralde, Julián Amezcoa, José Abasólo, Maite Leizaola, José Luis Acha,
Santiago Guruceaga, Mikel Olasagasti, Maite Garitaonaindia, Jon Gómez, Mikel
Isasi, Miren Solabarrieta Aznar, . Ugalde, Lander Quintana, Julene Urzelai,
Joseba Olabarrieta, Jesús Irazabal y Ventura Chico. Todos ellos eran militantes
activos del Partido Nacionalista Vasco.

PRIMERA EMISIÓN DE RADIO EUZKADI/ EUZKADI IRRATIA


La obligatoriedad del secreto, pauta de supervivencia del proyecto, los llevó a
utilizar un argot específico para mencionar sitios y cosas y disfrazar su
naturaleza.
La hacienda La Virginia fue denominada Macuto (un pueblo del litoral
venezolano, a más de su intrínseca acepción castellana), el apartamento del
edificio La Sierra, en el que se grababan los programas, se denominó El
Paraíso, nombre de la urbanización donde estaba y sigue estando el Centro
Vasco de Caracas/ Caracas Euzko Etxea. Así, calcularon, cualquier alusión
podía interpretarse de un modo diferente. El grupo EGI intervenía activamente
en las actividades del Centro Vasco/Euzko Etxea: en su junta directiva —J. J.
en 1975 era presidente—, en sus diversas asociaciones, en sus actividades
deportivas y culturales.

Al conjunto de la radio se le denominaba La Txalupa, porque una vez


comenzados los programas, todo el mundo, unos por enterarse de lo bueno,
otros de lo malo, y todos por conocer la ubicación de la radio, hicieron cabalas
de su ubicación. Muchos aseguraban que estaba situada en algún lugar de la
costa africana, cara al Mediterráneo. También hubo quien la quiso ver en un
fiordo noruego. Otros, los más, afirmaron que era una radio trashumante, a
bordo de la bodega de un barco, en derrota por los mares del mundo con su
mensaje libertario. Por ser esta versión la que corrió de boca en boca con
mayor l'acilitlad, se le denominó la Txalupa.

rante selva tropical, lindando con una laguna. Pronto el grupo EGI terminó
denominándose a sí mismos los Txaluperos.

Hemos mencionado el soplo de la CÍA, pues parte de su misión, desde el


ámbito de las embajadas, era detectar emisoras clandestinas en América
Latina. Vivíamos años de fragorosas revoluciones, de guerrillas urbanas y
montañeras, del emergente despliegue de Fidel Castro, aclamado como un
libertador pero iniciador de una dictadura, y del Che Guevara, un romántico
guerrillero, fiel a su palabra combativa, finalmente traicionado y asesinado en el
Chaco boliviano. Años de Guerra Fría, de cegado anticomunismo o ardoroso
comunismo. De un vitalista Movimiento Feminista, y donde en el país más
poderoso de occidente, Estados Unidos, iban a asesinar a su presidente, el
católico irlandés John F. Kennedy, a su hermano Bobby, y al líder pacifista de
los Derechos Civiles, Martin Luther King, Premio de la Paz, y al belicista
Malcolm X.

Así que algo de esa violencia podía rozar a Radio Euzkadi/Euz-kadi Irratia.
Había claros intentos de terminar con el asunto, y provino de grupos del interior
del país porque resultaba demasiado eficaz y pacifista, afecta a los intereses
del PNV/EAJ o del Gobierno Vasco en el Exilio de París. Eduardo de la
Escosura, miembro de ANV y cuñado, advirtió a Pello Irujo de los rumores que
corrían entre los más intransigentes de los grupos del Centro, Josu Osteriz,
Carlos Otaño y Luis Las Heras, cercanos a la ideología de ETA. Hablaban de
localizarla, boicotearla, usarla para sus fines, si tal cosa resultaba posible, y si
no, destruirla sin miramientos, afirmó el más que asustado Escosura. Devolvía
así al hijo de Eusebio el inmenso favor que su madre recibió de él, cuando
sacándola de un mísero hospital de Santo Domingo, la envió a Venezuela,
siendo él un niño, y donde pudieron mejorar sus condiciones de vida.

Cualquiera de las opciones barajadas resultaba buena para los fines


mezquinos, opinó, pues no pensaban en absoluto en el trabajo y en el dinero
invertido en la empresa. Tampoco resultaban capaces de montar algo similar.
Por más que quisiera romperle la cara de un puñetazo a Osteriz... no serviría
para callarlo de una p... vez.
Causaba ira que los propios resultaran peores que el adversario, pero así era.
Así que se mantuvo una alerta excepcional en La Virginia, lo cual significó más
trabajo para los miembros del grupo. Se compró un arma para Atutxa. Se
contrató un personal de seguridad, con lo cual los gastos subieron. Estas
medidas lograron disuadir a los presuntos agresores por un tiempo. Pero no
desistieron. Dos miembros de ETA, Koldo Azurza y Pruden Aroze-na, visitaron
en 1966 a Aretxabaleta para obtener información del paradero de la radio,
aunque el delegado, con su proverbial simpatía de la que hacía extenso uso
cuando quería —había sido un excelente actor en su juventud de las obras de
Arturo Campion en los batzokis del país—, supo distraerles, comentando que, a
lo que sabía, la radio estaba instalada en la bodega de un barco.

—Desconozco el rumbo del navio. No sabemos ni su nombre —admitió con


entonación cansina, como si eso pesara en su ánimo, meneando la cabeza con
aflicción, alzándose de hombros, y apagando el cigarrillo en un cenicero de
cristal, añadió: es una aventura que terminará mal y pronto, como tantas otras.
Pero os aseguro que no está en Venezuela. ¡Hombre! Eso, al menos, ya lo
sabría... soy el delegado.

Los dos hombres, aceptaron sus palabras y parecieron convencidos de la


ignorancia de Aretxabaleta que, una vez que partieron, llamó a Intza para
comunicarle la noticia.

En 1971, un 22 de febrero, se presentaron en Macuto tres activistas de ETA:


Jon Urresti, Patxi Letamendia y Koldo Azurza. Habían dado con el lugar tras
años de cabalas. No llegaron a acceder a la hacienda y regresaron a Caracas a
hablar con Jon Gómez, quien sabían que formaba parte del grupo EGI,

Radio Euzkadi/Euzkadi Irratia mantuvo su emisión los 13 años que duró, sin
interrumpir ni un solo día su programación por ninguna causa, salvo la
excepción que ya apuntamos. En deuda queda Euskadi con los presidentes
Ró-mulo Betancourt y Raúl Leoni, adecos, y Rafael Caldera, dirigente del
partido democristiano COPEY. La emisora se cerró bajo la presidencia de
Carlos Andrés Pérez, restablecida la democracia en el Estado español.

Visitantes como los Lehendakaris Leizaola y Carlos Ga-raikoetxea y dirigentes


como Manuel Irujo arribaban a Venezuela y se entrevistaban con los
mandatarios venezolanos, agradeciendo tácitamente el apoyo desinteresado a
una labor que pudo comprometerlos diplomáticamente. La contestación
siempre fue la misma: a los vascos no se les podía negar nada porque habían
demostrado ampliamente su buen hacer como ciudadanos de Venezuela. No
había quejas contra ellos. A más, la Venezuela democrática estaba en el deber
de apoyar la lucha contra regímenes dictatoriales. En propia carne los había
sufrido y los temía, en consecuencia.

El mal latino de los militares operando en el poder, el viejo estigma de los


caudillos despóticos, había de ser de una vez por todas eliminado de la faz de
la tierra. Debía prevalecer la felicidad de hombres y mujeres y el trabajo de la
libertad. «Moral y luces» sentenció Simón Bolívar. Y una emisora siempre
estaba en ese camino. En la década prodigiosa de los sesenta donde tantas
cosas florecieron, prosperaron y cambiaron, la utopía parecía posible.

La cinta grabada era denominada Talo, en recuerdo a las tortas de maíz,


propias de los baserris del país de los vascos. El maíz, don de la tierra
americana, especialmente de la zona tropical, había sido importante para la
economía de supervivencia de los caseríos vascos... ahora se transformaba en
otra especie de pan, más simbólico pero igualmente vivificador,

De los transmisores, Pedro y Pablo, se hablaba familiarmente de ellos, con


ellos y para ellos. Se les urgía con palabras a iniciar su labor de transmisión ya
que solían, entre humos y bufidos, hacerse rogar un tanto, pero cumplieron,
viejos artefactos como eran, desfasados para la tecnología de su tiempo, su
misión de propagar libertad.

Rescatados de una muerte que los iba a convertir en chatarra por J. J.,
transportados desde el caluroso occidente de Venezuela, alargaron su vida en
Santa Lucía, en la hacienda La Virginia, gracias al esfuerzo contumaz de un
grupo empecinado en demostrar que la libertad era el bien de la humanidad.
Eestaban dispuestos a cumplir la famosa frase del asesinado presidente
Kennedy: «No preguntes qué es lo que tu país puede hacer por ti, sino lo que
tú puedes hacer por tu país.» Es decir, en el concreto lema vasco que ellos
recogieron: Euzkadik behar zaitu. Euskadi te necesita.

La primera grabación no fue convencional. Se la esperaba con ansia,


expectación e incluso miedo. Así, un 27 de junio de 1965, tras los arduos
trabajos, que llevaron meses, de desbrozar la maleza exuberante de la
hacienda, de la instalación de las torres, de la edificación de las cabanas,
reunido el grupo, se dieron los pasos consabidos en ensayos anteriores, para
la puesta en marcha de Pedro y Pablo.

En medio de la humareda que despidieron al arrancar sus ruidosos motores, de


la nube de mosquitos que circundaba permanentemente la zona, y del calor
húmedo que empapaba los cuerpos de los animados promotores de aquella
primera Radio Euzkadi/Euzkadi Irratia clandestina en América, se colocó el pri-
mer Talo.

El grupo contuvo la respiración. No era ocasión de transmitir mensajes, ni


noticias ni consignas, sino la de ver si la radio funcionaba. Si las ondas
emitidas de los viejos cuerpos de Pedro y Pablo, traspasaban victoriosas los
8.000 kilómetros que los separaban cíe Euskadi.
La emisión inicial formal de los Talos llevaba además, un mensaje del
Lehendaka-ri Leizaola y un texto de Joseba Rezóla, entonces vicepresidente
del Gobierno. El himno, creación de Sabino Arana Goiri, oficial del Gobierno de
Euskadi, no se había escuchado en la Euskadi interior desde junio de 1937.
Como la ikurriña, permanecía escondido en el fondo de los corazones vascos,
sepultado por el cemento de represión de una dictadura infame.

Era una prueba y no resultó bien. Llego el calamitoso mensaje: «Sin rastro de
Pedro hasta el momento». Habían estudiado, sobre todo J. J., qué hora era la
óptima para mayor fluidez entre Euskadi y Venezuela, y se decidió una hora
después de la salida del sol en Venezuela, que es cuando en Euskadi son las
once de la mañana. La hora habría de retrasarse, visto el fracaso, para mejorar
audición, y resultó que al haber un accidente cuando maniobraban los
alambres de uno de los postes emisores, no pudieron hasta el 10 de julio hacer
la transmisión completa, entre las 12 y 13,30 de ese sábado de 1966. Tampoco
fue tan nítida como esperaban, según observación implacable de Rezóla y de
algunos de los escuchas.

La condición, a rajatabla, era que la audición resultara impecable. Nítida. Y que


el contenido resultara diverso y cautivador. En eso sí que estaban todos de
acuerdo, y por eso se esforzaban. Solamente el día 14 de julio fueron
escuchados con nitidez, música y mensajes, aun mayor a finales de ese julio, lo
cual levantó la moral de los voluntarios de la Euskadi interior que accedían a
los montes, compraban aparatos más fiables, y contenían la respiración en el
momento de la escucha.

Azurza, siempre eficiente, apurado por las circunstancias, había colocado al


aparato trasmisor un limitador-compresor qué multiplicaba por seis su potencia,
esperando que esto limara las dificultades del inicio. En la parte administrativa,
pronto se vio la necesidad de encauzar el trabajo en dos vertientes: para
facilitar la lectura y comprensión de los partes recibidos, a los puramente de
detalles técnicos los dirigían a Iñaki Elguexabal, que los traspasaría a J. J., y
los de forma periodística, a Xabic-r U'i/iiulji y Jo-soba Elosegi.

Los partes llegaron, cuando se mejoraron las condiciones, y para alborozo del
Grupo EGI, de Bilbao, Santurtzi, Donostia, Oiar-tzun, puntos diversos de
Francia, Holanda, Alemania, Estados Unidos... y de Venezuela.

La emisión, en los 70, podía escucharse en un 80% por ciento de Euskal


Herria, lo cual nos da idea de que el tremendo trabajo que realizaron tuvo un
verdadero éxito. La voz de la Resistencia Vasca había atravesado los muros de
odio del franquismo opresor.

La Mesa Cuadrada, cuya cabeza era Intza, agrandada hasta trece miembros,
los poseedores del secreto, actuaba como un órgano soberano de decisión.
Sabían ya, como Elosegi repetía incansable, que un artículo escrito
permanece, pero la audición, aparte de nítida, debía ser corta y repetida. Las
ondas se llevaban la voz y quizá el meollo del mensaje. Y la atención del
escucha.
Aunque la política ocupaba la mayor parte del contenido de los mensajes, se
fue matizando desde los comienzos hasta los finales, según la política del
Estado español se tornaba más represiva. Se difundieron listas de detenidos,
de su precaria situación. Episodios estrellas fueron los Aberri Eguna, se
anunciaba sus días, así fue a partir del de Gasteiz, animando a la gente a con-
currir, visto el éxito de Gernika. Y los aniversarios que iba cumpliendo el
Gobierno vasco en exilio: cada 7 de octubre se leía la fórmula del juramento del
Lehendakari Agirre en Gernika, en euskara y castellano, y se radiaban los
mensajes del Lehendakari Leizaola. Los Gudari Eguna, el Juicio de Burgos, el
suceso de Elosegi, contra el Referéndum de Franco de 1966... se emitió una
lista de chivatos, se acusaba al esbirro Escobar de torturas y al sargento
López, asegurándose de que la acusación fuera certera, ya que se trataba de
una violación de los Derechos Humanos y un genocidio y debían saberlo los
escuchas del mundo: desde Estados Unidos hasta Japón.

Vasca, del soporte que suponía la biblioteca en el Centro Vasco que era
bastante buena, contaba con las obras completas de la Editorial EKIN de
Buenos Aires, dirigida por Andrés Irujo, y que completaban un contenido
importante de la cultura vasca.

Se fortaleció el euskara en sus programas, se adoptó un decidido apoyo a los


equipos de fútbol vascos, lo cual no es extrañar si se tiene en cuenta el asunto
de las quinielas. También decidieron que aunque había que obedecer las
directrices de Rezóla, portavoz del Gobierno vasco, tajante en su nacionalismo,
debían actuar según les indicaba el bien común: se dirigían a todos los vascos,
a los nacionalistas, a los socialistas, a los ávidos de información sin querencia
política. Radio Euzkadi/Euzkadi Irratia debía ser el pulmón de una sociedad
duramente reprimida, informarles casi al momento de los sucesos, desnudar la
magna decrepitud y corrupción de un régimen que había durado demasiado
tiempo, y demasiado tiempo ejercido el mal.

Fue Elosegi quien cargó sobre sus hombros el delicado asunto de perfilar hasta
qué punto podían coincidir con todas esas realidades. Para los Irujos, uno en
París en la sede del Gobierno vasco, y el otro en el trabajo de la radio
clandestina, el factor nacionalista era clave, incidiendo en el tema de Navarra,
pero también lo era el de informar a todos, los de Venezuela y los de la Euskadi
interior, qué piezas se movían en Europa.

El 15 de septiembre, a las 21,30 horas en Euskadi, fue en realidad la emisión


inaugural, la oficial. Las notas del himno de los gudaris eran telón de fondo de
las palabras del Lehendakari Lei-zaola, recogidas después tanto en OPE EPI,
el Boletín del Gobierno Vasco, como en Gudari, cuya portada del número 32,
anuncia la emisión de Radio Euzkadi/Euzkadi Irratia, e incide en su transmisión
diaria de 9,30 a 11, 30 de la noche, en 15.020 y 13.250 ki lociclos en banda de
19 y 23 metros.
Compilacion, Edicion,y Publicacion
Xabier Iñaki Amezaga Iribarren

Editorial Xamezaga
La Memoria de los Vascos en Venezuela

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