El fascismo, como el comunismo, tuvo poca acogida en España. Al llegar la república
prácticamente no existía y sus primeros tanteos, a cargo del doctor Albiñana y luego de Ramiro Ledesma, un intelectual cercano a la Revista de Occidente de Ortega y Gasset, apenas cuajaron en grupúsculos. Solo en 1934 tomó consistencia un partido de mayor enjundia, la Falange, cuyo acto fundacional tuvo lugar en el Teatro de la Comedia (Madrid) el 29 de octubre de 1933 con José Antonio Primo de Rivera como principal orador. A la Falange se uniría el grupo de Ledesma, llamado JONS (Juntas de Ofensa Nacional Sindicalista). José Antonio, con treinta años, era hijo del dictador Miguel Primo de Rivera. Aristócrata madrileño, su vocación política no fue al principio muy absorbente y llegó a ver incluso en figuras de izquierda, como Manuel Azaña e Indalecio Prieto, al líder que, movido por el patriotismo, podría dirigir la renovación nacional por él anhelada. No obstante, al fundirse con las JONS, se impuso pronto como jefe único de su partido. Por su parte, su talante (que se proyectaría sobre la Falange) venía determinado por un agudo sentimiento de crisis de la civilización. El comunismo significaba una nueva invasión de bárbaros, por lo que él recomendaba que la civilización debía ser salvada en última instancia por “un pelotón de soldados”, de ahí la necesidad de forjar un “espíritu de servicio y de sacrificio, un sentido ascético y militar de la vida”, el estilo “mitad monje, mitad soldado”. Pero la ideología de José Antonio tampoco veía con buenos ojos al capitalismo: “La propiedad privada es lo contrario del capitalismo. La propiedad es la proyección directa del hombre sobre sus cosas, es un atributo elemental humano. El capitalismo ha ido sustituyendo esa propiedad del hombre por la propiedad del capital”. Asimismo, para José Antonio, la “verdadera unidad jurídica” no era el individuo, sino la persona “portadora de relaciones sociales”, que ha de ejercer sus derechos no “en abstracto”, sino en la familia, en el municipio y en el sindicato, entendido este último como un “sindicato nacional productivo”, no de clase, sino compuesto de obreros, técnicos y empresarios. En lo que se refiere a su concepción de la nación, esta se definía por un destino propio: “una unidad de destino en lo universal”. Este destino, para España, se había manifestado en plenitud en la época imperial y, por ello, en ella, había que inspirarse. La Falange fue el partido más similar al fascismo que hubo en España, si bien no solía reconocerse como fascista. Con el nazismo, el falangismo tenía considerables diferencias, pues se proclamaba abiertamente religioso y exaltaba valores caballerescos sin rendir culto a la violencia, aunque tampoco renunciaba completamente a ella. Si José Antonio mostró alguna simpatía hacia Hitler y Mussolini, era sobre todo por su común lucha contra el comunismo y por los valores de disciplina, patriotismo y jerarquía que los tres compartían. Los falangistas tuvieron escasa audiencia, menos aun que los comunistas. Sus lemas antiburgueses apenas calaban entre los obreros debido a la competencia de partidos mucho más fuertes y arraigados. La masa derechista, aunque cada vez más asustada y ajena a la República, buscaba una salida pacífica y aceptable dentro del régimen. Los dos primeros años y medio de la Falange transcurrieron en una pugna gris y ardua por sostenerse numérica y financieramente. En su antes mencionado discurso inaugural, José Antonio había llamado a emplear “la dialéctica de los puños y las pistolas cuando se ofende a la justicia o a la patria”. La primera parte de dicha frase ha sido utilizada para mostrar el carácter violento de la Falange. Sin embargo, en el caldeado ambiente político de la época, donde partidos de izquierda como los socialistas del PSOE (Partido Socialista Obrero Español) contaban con grupos de choque, fue la misma Falange la víctima de dicha dialéctica debido a su debilidad numérica y a la actitud inicial de su líder, quien se rehusó a aplicar la ley del talión, pues, como él afirmaba, la Falange “no se parece en nada a una organización de delincuentes” y “Una represalia puede ser lo que desencadene en un momento dado (…) una serie inacabable de represalias y contragolpes”. Con todo, el ansia de venganza finalmente se impuso y se creó un cuerpo especial, la Falange de la sangre, para replicar los atentados contra los falangistas. El 10 de junio de 1934 en el bosque de El Pardo, cerca de Madrid, un falangista fue apaleado hasta morir por jóvenes del PSOE. En represalia, camaradas del muerto dispararon contra un autobús que traía de vuelta a la capital a los socialistas. Murió una chica y fue herido un hermano de esta. Desde entonces y hasta la insurrección de octubre de ese mismo año se repitieron los ataques y réplicas, en los cuales cayeron 18 personas por cada lado. En las elecciones de 1936, si bien la Falange ganó algunos adeptos gracias a la caída de la CEDA, quedó finalmente fuera de las alianzas derechistas y no obtuvo ningún escaño. El vencedor Frente Popular la atacó de inmediato. El 27 de febrero, diez días después de las elecciones, las autoridades cerraban su sede central y, por su parte, las izquierdas comenzaron un acoso mortal contra sus miembros, en el que fueron asesinados varios falangistas. En marzo el gobierno suspendió a la Falange, encarceló a casi todos sus dirigentes (incluido José Antonio), cerró sus centros y detuvo a cientos de sus militantes. El objetivo era reducirla a la impotencia, pero no lo consiguió, pues el grupo, aunque mal coordinado, mantenía una actividad clandestina: sacaba irregularmente el periódico No importa, difundía propaganda y establecía conexiones con los militares que preparaban el golpe. Pocos meses antes del levantamiento con el que se iniciaría la Guerra Civil, los falangistas cometieron algunos notorios atentados; sin embargo, los atentados de los revolucionarios radicalizados de izquierda, cuando respondían a las acciones esporádicas de la Falange, resultaban desproporcionados, con lo que finalmente multiplicaban el efecto de las acciones falangistas. Si a esto se añaden los atentados que independientemente la izquierda cometía, y la simpatía y la pasividad del poder del momento (por su coincidencia ideológica) hacia tales acciones, todo esto provocó el desgaste y descrédito del gobierno del Frente Popular y abonó el terreno para la insurgencia de derecha. Sin embargo, José Antonio no llegaría a ver el triunfo de los nacionalistas, ya que sería fusilado en Alicante el 20 de noviembre de 1936. Adaptado de Pío Moa, Los mitos de la Guerra Civil, Madrid, La Esfera de los Libros, 2003.