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sonámbulo o se haya decidido, por pereza mental y moral, implantar en el propio ánimo una
especie de piloto automático, de modo de atravesar el arco coImpleto de la existencia en un
estado de turbia inconsciencia, adaptado a cómodos prejuicios o abandonado al impulso de
inclinaciones, pasiones, fantasías y opiniones que no han sido examinadas.
La empresa parecerá menos gravosa si se la cumple con el espíritu de aventura de quien
enfrenta un viaje de descubrimiento, por el placer intrínseco de explorar el territorio de la
filosofía o con el más tranquilo y metódico trabajo de quien prueba a imaginar este libro como
un vivero o un semillero, en sentido efimológico, donde semillas, vástagos, arbolitos de
pensamiento esperan, para desarrollarse, encontrar a quien los plante o los traInsplante en
terreno favorable, para luego cuidardos adecuadamente. Si es cierto, como sostiene Platón en
el Feciro (276 C), que el filósofo trata a las semillas de pensamiento con un buen sentido, no
inferior al de un campesino, no se ve entonces por qué incluso quiera aprende filosofía o desea
profundizar en ella no deba mostrar igual cuidado al enfrentar algunas de las cuestiones aquí
tratadas: son problemas que inevitablemente se le presentarán y que, sin duda, pondrán en
juego el sentido y las perspectivas de su Vida.
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Prirnera parte
VIA.J.ES DE DESCUBRIMIENTO
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JO ES{}{} N ( [] I ,A I R. LOS PENSAM N"I'() S
Cuentan los antiguos acerca de una ciudad imaginaria donde las palabras se congelan por
causa del frío y luego, con el calor, se descongelan, de modo que los habitantes escuchan
durante el verano lo que se han dicho en el invierno. La fábula , f . se refiere a la filosofía, forma
de saber de efecto retardado, " o, que requiere tiempo para ser asimilada: lo que de elia se متليه
aprende cuando se es joven permanece en nosotros congelado y se comprende sólo al crecer,
en contacto con los problemas gue cada tanto se nos presentan (cfr. Plutarco, 1989, 79A).
Innumerables, complicados, opacos, torrnentosos, los mais- o r mos nunca faltan y siguen o acompañan a cada
uno durante o toda la vida. Al nacer, estamos obligados a orientarnos en un cre. mundo ya hecho y en constante
pueblos y las civilizaciones. Venimos al mundo - vv. 1. sin quererlo, con un cuerpo recibido por herencia biológica en
un determinado período y lugar, en una cierta familia y en una cierta sociedad. Luego sonnos plasmados por el
lenguaje, por la cultura, por las instituciones. Cada uno comienza así una y - nueva historia, en cuyo centro se
coloca inevitablemente. En /* el traITSCurso de la existencia trataras de dar sentido a los l. acontecimientos en los
que se ve implicado, a las ideas) que pasan por su monte, a ಟ್ಲಿ ue lo impregnan y a los proyectos que lo guían. Su
ideñTidad personal se forma según o un proceso ininterrumpido, que necesita ser interpretado. ¿De qué bases
Desde niños, todos absorbemos la mayor parte de las no-e ciones y las reglas de conducta
de manera preponderantemente pasiva, creyendo, a lo sumo, en lo que nos han contado
17
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ó impuesto los adultos. Si nos hemos rebelado, esto se ha debido más a un impulso
que a un razonamiento. Nos han dicho que no es justo desperdiciar el alimento cuando
tantos mueren de hambre, entrar a un cine sin pagar la entrada o golpear a un
compañero; nos han aprobado o nos han corregido una opinión, declarándola
verdadera o falsa; nos han mostrado un paisaje o un palacio, sosteniendo que es
hermoso
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mismos y a lo que nos circunda. Ayudados por läESCuela, los aimágös, Iós Tibros, la televisión
mal digeri_dos Laeo បីឌីរ៊ិត្ឌា nada a seguir siendo enorme, lleva por lo general a la resignación o
a la indiferencia y, por lo general, a un escaso esfuerzo por combatirla. Dicha capitulación que
parece motivada por causas de fuerza mayor resulta extraña porque de pequeños no nos
conformábamos fácilmente con las explicaciones recibidas: dominados por el estupor y por el
temor ante la realidad, sensibles ante su rostro enigmático, sus sorpresas y sus peligros, hemos
por vagos criterios, intñersós en una especie de inconsciencia aceptada corno inevitable o
buscada como una coraza contra el horror de vivir, S S S S S SAAAAAS S ASAAAAAAS S w
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ខ្ល c ខ្សា atoriassofisticadas o la malévola cultura de la sospecha. Dado que la vida de cada uno
Sin embargo, la filosofía no requiere sólo una larga práctica, sino -sobre todo- una
búsqueda personal. La educación prepara el terreno; luego, cada uno, por sí mismo,
debe marchar por su camino, continuar pensando por cuenta propia, reaccionar ante
los problemas y enfrentarlos sin ayuda del maestro, para luego, eventualmente, tratar
de o enfrentarse de nuevo con los demás. No se puede aprender a pensar o estudiar la
filosofía sin remitirse a cuanto piensan los demás o a las soluciones elabóradas por los
grandes filósofos del pasado y consignadäs en ese cuerpo de textos que conforman la
historia de la filosofía. Lo recuerda Zhuang-zi, un sabio chino que vivió en el siglo IV a.
C.: “Sólo conocía del Tao del Camino o de la Verdad] lo que una mosquita del vinagre,
prisionera en una cuba, puede conocer del universo. Si el maestro no hubiese alzado el
velo que me cubría, por siempre habría ignorado el universo en su grandiosa totalidad”
(Zhuang-zi Tschouang-tsieul, 191). Recién cuando el z^velo haya sido alzado se
pueden tomar en consideración - horizontes más vastos que los de un ambiente
cerrado. Sin embargo, el discípulo entenderá lo que dice el maestro sólo cuando se
enfrente a problemas similares a los que antes había recibidó sín entenderlos en su
plenitud. Mientras tantó, éntre las ideas recibidas, escogerá sólo aquellas que se
ajusten a su modo de sentir y de pensar o, de lo contrario, aprenderá de memoria
nociones vacías. Y esto ocurrirá hasta que las palabras del maestro, “hasta entonces
mudas”, comiencen a hablar en verdad, a “descongelarse”, “pero entonces como
palabras propias del discípulo” (Croce, 1973 a, 159). Mientras se permanece en el
plano del aprendizaje pasivo o de la disputa animada pero no concluyente, no se es
capaz de proceder de otra Inanera hacia una comprensión personal
—de las cosas. A.
- 2” - Todo esto no excluye la necesidad de prepararse con
cierta anticipación para los problemas filosóficos, considerándolos
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preliminarmente casi como vac n s para el alma. Con tal fin, en las últimas décadas se h
desarrollado —a nivel mundialuna verdadera filosofía paural mirlo, 11 nal children philosophy,
que se coloca junto a obras (11 lien(n, más en general, la tarea de introducir a la filosofía 1 lito
Il nuInca la ha estudiado (entre esos libros, el más conocido es el de Gaarder, pero también
conviene consultar Hösle; Say ter 1992; Ferraro;
Droit 2001). Se trata de instrumentos útiles, aunque hay que
advertir que no se debe esperar de ellos lo que no pueden dar,
ya que toda introducción es siempre el comienzo de un largo camino y no el ingreso al
Sancta sa.7l torurn de un templo.
En efectó, no todo el mundo se halla en condiciones de convertirse en filósofo, pese
a que todos nos planteemos –a menudo inconscientemente— preguntas de tipo
filosófico. De manera análoga, todos pueden silbar y cantar una canción o rascar una
guitarra, pero no todos se convierten en músicos. Se requieren predisposiciones (como
el “oído absoluto”, en el caso de la música, que posee en promedio una de cada ocho
personas o, en el terreno filosófico, la inclinación a interrogarse y a buscar respuestas),
y se exige sobre todo disciplina, atención a las varias dimensiones de la experiencia
humana, trabajo de interpretación de los textos, “espíritu de geometría” unido al
“espíritu de finura”, estudio orientado al conocimiento de los instrumentos del oficio,
disponibilidad para aprender competencias específicas, voluntad de superar los
obstáculos y de captar el sentido de los problemas (el significado etimológico de
problerra es precisamente el de “impedirmento” o de “lo que es arrojado ante
nosotros”). Nadie piensa que se puedan hacer zapatos o sillas sin antes haber apren
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rio conceptualdonde se experimentan las mejores respuestas para los problemas que
afectan más de cerca a personas y a
sociedades, problemas que no siempre son exactamente los
mismos. Precisamente porque los órganos de los sentidos
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二
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y/
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Por cierto que la filosofía no debe cortar los lazos con el sco Intico coronún, porque también el
“no-filósofo” es hijo de las filosofías cel pasado que se han se climentado en sus ideas,
sentirrientos y linea nientos de condutcta, como reflejo de la mienta lidad y de las culturas
hegemónicas en determinados lugares y tiempos. Existe, en efecto, una filosofía implícita,
presente en todos los hombres, que es trasmitida por el
2笼
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lenguaje (que no constituye un simple contenedor de vocablos o de estructuras
gramaticales y sintácticas, sino un vehículo de pensamientos y de formas de vida),
por las religiones y por el folklore: “Debe desterrarse el muy difundido prejuicio
según el cual la filosofía es algo muy dif, debido al hecho de que es la actividad
intelectual propia de 1 ಣ್ಣ determinada categoría de científicos especialistas o de
filósofos pro fesionales y sistemáticos” (Gramsci, II, 1375). Por lo general, la
filosofía se halla abierta a todos, pero —a nivel del sentido común- carece de
conciencia crítica y aparoce disgregada u ocasional. Desde ese punto de vista,
constituye un modo de pensar en general forjado por el ambiente social, “que
puede ser el propio pueblo o la provincia, puede tener origen en la parroquia y en
la actividad intelectual de la curia o del viejo patriarca cuya “sabiduría” dicta las
leyes, en la mujercita զսe ha heredado el saber de las brujas o del pequeño
intelectual agriado por su propia estupidez e impotencia para obrar
(ibíd., II, 1376). Se crece dentro de tradiciones políticas y éticas extremadamente
diversas (para muchos pueblos, por ejemplo, matar era motivo de jactancia, y
quien no había muerto por lo menos un enemigo era despreciado) y
variadamente estratificadas, en las que sobreviven “relictos" de un pasado que
se cree, errónearmente, extinguido. Por lo ಟ್ಜ n ೧, todos asimilan, inevitablemente
y sin saberlo, múltiples ideas filosóficas que permanecen en opacidad hasta Qe
u! se interroga acerca de su significado. Es tarea del filósofo elaborar de la
manera más articulada, clara, puntual у autónoma posible su propio
pensamiento, pero también la de enseñar “a los no-filósofos" a rechazar
concepciones acogidas su pinamente. De esa manera se acelera el intercambio
entre la filosofía, que es necesariamente individual y creativa, y eł sentido
común, que es, por definición, colectivo, evitando que el mismo se limite a
reflejar y a recombinar prejuicios y fragmentos de concepciones filosóficas del
pasado.
EI, COIRA.JE I) [Ë [, į*'{I,()S() H'()
La filosofía mantiene una relación incómoda y contro versi al - con el presente. Frente a
saberes y prácticas cuya verdad o co, utilidad se imponen con iII mediata evidencia, su
función re- Y Sulta oscura e indeterminada. Por lo tanto, son frecuentes as ،ً ويما
acusaciones de que no ofrece, las certezas de la-ciencia. Hi-as - ventajas de la técnica,
nila belleza del arte, ni el consuelo de las religiones. Suele decirse que no ha elegido la
tierra o el cielo, el principio de realidad o el del placer como rmorada propia, sino las
nubes, como en la comedia homónima de... Aristófanes, dónde se muestra a Sócrates
mientras medita, y es acerca de abstrusas cuestiones dentro de una canasta que es ジ
alzada del suelo.
La filosofía permanece confinada dentro de un espacio intermedio, habitado por pálidas
abstracciones, comprendido entre la sanguínea vitalidad de las cosas del mundo y as
luminosas figuras de lo que está más allá de ellas. En términos más crudos, se agrega
que la filosofía no sólo se ha mostrado incapaz de resolver los problemas y las
necesidades , de los hombres, sino que además permanece insensible a sus م
dramas, preocupaciones y esperanzas. |
LA INCÓMODA VERDAD DE SÓCRATES
deja de plantearse cuestiones incomprensibles. Más bien invita a enfrentar con los sentidos y la
Imente bien abiertos en efecto, existe la sordera y la ceguera del alma) experiencias y
problemas por cierto difíciles, pero que, de todos mod )s,
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|
persuadir a sus propios conciudadanos para que llevaran una “vida examinada”, es
decir, que sometieran su existencia a análisis y pruebas, que reflexionaran acerca de
sus propios pensamientos, acerca de las propias convicciones y pasiones, pero sobre
todo acerca de la propia conducta, es decir sin abandonarse pasivamente a la tradición
o a la presunción de saber lo que se ignora. A diferencia de los “maestros de la verdad”
—» pág. 55), Sócrates no predica, en forma de monólogo, verdades que bajan desde el
cielo, como una revelación en la que hay que creer sobre la base de la sola autoridad
de quien la enuncia. Expone ideas vivas, que brotan de la interrogación y del diálogo y
que se modifican, profundizándose y ramificándose cada vez que se da un paso
adelante en
HA FILOSOFÍA
A L SERVICIO LE LA REALIDAD.
; f~~~--' r ےہا
Existe un mito creado por Platón, acaso el más célebre en la A tr مماhistoria de la
filosofía, en el que se imagina una caverna encuyas paredes los hombres ven sombras
que representan cosas reales. Si se volvieran —pero casi nadie lo hace—,
comprenderían que las sombras son efecto de un fuego que ilumina por detrás a los
objetos colocados a espaldas de los hombres, objetos que son transportados en serie,
como en una especie de procesión. Dichas sombras representan nuestros
conocimientos superficiales: las sensaciones, las opiniones o las valoraciones no
suficientemente examinadas, con las que normalmente nos coraformalmos. Sin
embargo, cuando alguien decide salir de la caverna hacia la plena luz, en un principio
resulta enceguecido por la luz del sol y no ve absolutamente nada. Entonces se
desespera por volver a la caverna, donde por lo menos conseguía distinguir algo. Este
resulta el momento más difícil, porque corre el riesgo, al volver a la caverna, de
conformarse con las tranquilizadoras ilusiones de los demás. Sin embargo, poco a poco
se acosturnbra a la luz y comienza a volver la mirada hacia el suelo para luego ir
levantándola lentamente, cada vez más. Recién al final, junto a la fuente de luz,
advierte que no puede mirar el sol, porque quedaría ciego. —r Esto significa que al
conocimiento se accede por grados, pero que la verdad, aun iluminando todas las
cosas, resulta intolerable si se la observa en forma directa, durante mucho tiempo. Es
preciso buscarla, sobre todo, en su incorporación a los variados aspectos de la
realidad, sin dejarse aguijonear por el apuro de abrazar el sol del conocimiento: “Quien
no es en verdad filósofo, y sólo tiene una pátina superficial de opiniones filosóficas,
hace como quien ha tomado demasiado sol y se ha quemado” (Platón, 1986, 340D).
Volviendo al título y al epígrafe del presente libro, Platón afirma con energía que la
filosofía no es “una disciplina que sea lícito enseñar como las demás; sólo luego de una
larga frecuentación y convivencia con su contenido se manifiesta en el alma, como una
luz que de pronto se enciende a partir de una chispa para luego alimentarse de sí
misma”. (ibíd., 341 C-D). El estallido de una - intensa luz por efecto de una chispa
propagada desde el exterior (la que será llamada illuminatio o lux intellegibilis) no
constituye sin embargo una revelación mística. Para que
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dicha repentina iluminación ocurra, la comprensión de los problemas es preparada de
anternano mediante un proceso lento y constelado por intentos no logrados, parecido al
de la somatización de los movimientos por parte de un niño quien, luego de gatear y
caerse muchas veces en el esfuerzo por alzarse sobre sus propios pies, finalmente
aprende a caminar en posición erecta sin más vacilaciones.
La luz que se alirnenta por sí misma a partir de la chispa inicial impulsa a quien la posee a
superar límites considerados como insalvables y a negar las enseñanzas y las tradiciones
recibidas. La motivada infidelidad hacia las filosofías del pasado, la serena refutación de las
ideas antes confiadamente aceptadas, constituye la auténtica fidelidad del filósofo, Según la
vieja sentencia arnicus Plato, secl mcgis arrica Deritas. Por esto, la filosofía moderna ha
emprendido riesgoSos “viajes de descubrimiento” por tierras desconocidas, permaneciendo a
menudo, por fortuna, insensible a los insistentes reclamos a la sabiduría que preconizan las
tradiciones y el sentido común, o a las recomendaciones de cautela de quienes, como el Kant
de la Crítica de la razón piera, aconseja no sobrepasar las “fructíferas llanuras” de la
experiencia, y conformarse con permanecer en la isla del intelecto, con su inmodificable
perímetro: “Hasta aquí no sólo hemos recorrido el terrítorio del intelecto puro, examinando con
cuidado cada una de sus partes; también lo hemos medido, y en él le hemos asignado a cada
cosa su lugar. Pero esta tierra es una isla, encerrada por la propia naturaleza dentro de límites
inmutabies. Es la tierra de la verdad (nombre aleatorio), circundada por un vasto océano
tempestuoso, el imperio propio de la apariencia, donde espesos hielos y nieblas, próximos a
derretirse, otorgan a cada instante la ilusión de nuevas tierras e incesantemente engañan con
vanas esperanzas al errabundo navegante que busca nuevos descubrimientos, lo arrastran a
aventuras a las que no puede sustraerse y que nunca puede llevar a cabo” Kant, 1966, A, 236
= B 294). Pese a los frecuentes naufragios, la filosofía postkantiana ha conquistado nuevos
Lerritorios precisamente por haber abandonado la seguridad de lo que es conocido y por
enfrentar con éxito el riesgo del pensamiento.
3)
LAS DIFÍCILES RELACIONES DE LOS FILÓSOFOS CON EL PODER POLÍTICO Y RELIGIOSO
Hay un aspecto del mito de la caverna, contenido en la parte final, que por lo
general resulta olvidado: aquel donde el filósofo, que ha descubierto la verdad,
vuelve a bajar a la gruta para anunciar el hallazgo a sus viejos compañeros, aún
prisioneros de las apariencias, pero éstos no quieren escuchar sus palabras y lo
matan. Se trata de un episodio emblemático para comprender cómo la relación
entre filosofía, por una parte, y política y religión, por la otra, casi nunca ha
resultado idílica. La filosofía, en tanto búsqueda impersonal de una verdad a
alcanzar y demostrar con instrumentos de la razón, se enfrenta en efecto con
densos intereses (no siempre ilegítimos), con astucias, violencias y dogmas. Por
esto, los filósofos muy pronto fueron catalogados por los detentadores del poder
político terrenal y por los del salvífico de las religiones como potenciales
enemigos, corruptores de las tradiciones y negadores de la dignidad.
Anaxágoras tuvo que exiliarse, no por su amistad con Pericles, sino por sus
explicaciones naturalistas de los fenómenos (como cuando, durante una
navegación, a los marinos aterrorizados por un eclipse les demostró, poniendo
su manto sobre los ojos de uno de ellos, que en ambos las causas de la
oscuridad eran iguales, o cuando, frente al presunto prodigio de un cabrito sin
cuernos, una vez que lo hizo matar y desollar señaló pequeñas excrecencias
cuya exteriorización había sido impedida por el espesor del cráneo del animal,
cfr. Plutarco, 1958, Vida de Pericles, I, 5, y, más en general, Derenne). Sócrates
es condenado a muerte por la democracia apenas restaurada, bajo la acusación
de corromper a los jóvenes y de negar a los dioses de la ciudad, pero en
realidad se lo perseguía porque se lo creía, injustamente, cómplice de su antiguo
discípulo, Cricias (uno de los treinta tiranos que gobernaron a Atenas con
despiadada crueldad en el 403 a. C.) y, más en general, se sospechaba que era
el maestro de jóvenes de tendencia oligárquica o de dudosa moralidad, como
Alcibíades (cfr. Canfora; Colaiaco). El conflicto se agudizó al reivindicar al
filósofo su derecho a la libertad de palabra frente a los poderosos o al luchar
contra la opresión. Al parecer, Zenón de Elea, famoso por sus paradojas, fue
capturado por un tirano como consecuencia de participar en una conjura y fue
torturado para obligarlo a revelar los nombres de sus compañeros.
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Según una versión, le habría propuesto al tirano que se acercara, de manera de
poder susurrarie al oído los nombres, pero luego le arrancó la oreja con un
mordisco; según otra versión, se habría cortado la lengua con un mordisco y se
la habría escupido en la cara con desprecio al tirano, -
El martirologio filosófico resulta, sin embargo, más amplio y atraviesa toda la
historia de Occidente: los filósofos son perseguidos por Roma a instigación de
Catón el Viejo; los cínicos son expulsados por DoIniciano; Boecio © Ꭶ
encarcelado y condenado a muerte por el rey godo Teodorico en el 524 (en la
cárcel escribirá La consolación por la filosofía que, junto con las enseñanzas de
los estoicos, contribuirá a radicar, a nivel del sentido común, la idea de que la
filosofia es un modo de soportar las desventuras de la vida, un antídoto contra
contrariedades y las desgracias: “tómalo con filosofía!”); Averroes es procesado
y debe exiliarse y algunas de sus obras son destruidas; Giordano Bruno es
condenado a la hoguiera por la Inquisición en el 1600, al igual que Giulio Cesare
Vanini en 3619; Galileo es obligado a abjurar; Descartes elige preventivamente
el exilio en Holanda; la Etica de Spinoza, у por fortuna no su autor, es quemada
en público; Diderot y otros enciclopedistas son perseguidos por sus ideas;
Condorcet muere en la cárcel, adonde lo habían enviado los jacobinos; Fichte es
expulsado de su cátedra de Jena, acusado de ateísmo; en la década del '30 del
siglo XX, decenas de filósofos judíos o anti nazis son obligados a emigrar de
Alemania y de Austria rumbo a Inglaterra, Estados Unidos, Nueva Zelanda o —
como Kart Löwith— a Japón.
La irresuelta, insoluble, enemistad entre la filosofía, por una parte, y la política
y la religión, por la otra, impulsa al filósofo (que es, al mismo tiempo, ciudadano
y extranjero en un Estado) a tener cautela al hablar y al escribir. Por esto,
muchos filósofos —en especial europeos y árabes de nuestra Edad Media—, con
el fin de evitar persecuciones y censuras por parte de las autoridades políticas y
religiosas, fueron inducidos a emplear una “escritura reticente” (Strauss), cuyas
intenciones pueden ser interpretadas “entre líneas sólo por quien está en
condiciones de captarlas (de Jo զtle deriva, en parte, la oscuridad de algunos
textos filosóficos). No todos los filósofos legan, sin embargo, al martirologio.
Hubo quienes arriesgaron sus vidas o se dedicaron a hacer prevalecer sus ideales
(Sócrates, Platón, Séneca, Boecio, Bruno, Campanella, Voltaire, Marx) y otros, en
cambio,
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fueron más prudentes, como Descartes (que decía de sí mismo lctrvatus procleo,
“avanzo enmascarado”, que llevaba una vida oculta, dedicada exclusivamente a los
estudios); o Galilei, quien, al abjurar, prefirió salvar sus teorías de la censura de la
Inquisición; o Hegel quien, aun manteniendo una existencia anclada formalmente en las
instituciones, conservó en su pensamiento una radical distancia crítica con respecto a
las opiniones y a los prejuicios de su propio tiempo. Otros aun, como Antísten es, el
fundador de la filosofía círica, asumieron una posición intermedia, eficazmente
expresada al describir la relación que el filósofo debería mantener con la política:
comportarse de la misIna Taanera que con el fuego, es decir, hay que mantenerse a la
justa distancia, ni demasiado cercano como para quemarse, ni demasiado alejado,
como para sentir frío.
Sin embargo, no hay que juzgar el valor de las filosofías por la conducta personal de
los filósofos que las han elaborado. Quien es valiente suscita, naturalmente, mayor
simpatía humana con respecto a quien es cauteloso o “hipócrita”. El valor del
pensamiento filosófico debe ser buscado en las doctrinas y no (o no sólo) en las
acciones o en las opciones de los simples pensadores. Rousseau, por ejemplo, envió a
sus propios hijos al orfanato, pero es sobre todo el autor del Emilio, el más hermoso
libro de pedagogía que se haya escrito. Heidegger colaboró durante algunos años con
el nacional socialismo y pronunció un discurso, para nosotros infame, en ocasión de su
nominación como rector de la universidad de Friburgo, en 1933, pero el valor de
algunas de sus obras, como Ser y tiempo o Contribuciones a la filosofía, es indiscutible,
pese a que las mismas incluyan los gérmenes de ideas teórica y moralmente
discutibles. Se debe evitar, por lo tanto, una historia simplemente criminai de la
filosofía. Es un hecho que en la Edad Moderna cesa de ser perseguido como valor
absoluto la coherencia entre el pensamiento y la vida que propugnaba la Antigüedad -»
págs. 44-45).
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PREJUICIOS . SOBRE LA FILOSOFIA
i
elige volver la espalda a este mundo y sustraerse al “contagio de las vivencias
cotidianas por miedo a ser infestada por todo aquello que resulta confuso, casual,
individual e indefinible, la filosofía —desde Aristóteles en adelante—, en otras
tradiciones de pensamiento no ha renunciado al estudio de la sensibilidad ni por lo
general se ha negado (especialmente en el siglo XX) a atribuir dignidad teórica
intrínseca al mundo de la vida cotidiana (cfr. Aristóteles, 2002; Husserl., 1987; Husser,
Tĝ55 TT237764-765, 49, 580; Schütz, 1975; Schütz, 1979).
LA FILOSOFÍA COMO MEDIO
El segundo prejuicio tiene que ver con la utilidad de la filosofía. Con toda tranquilidad,
se puede afirmar que la filosofía no sirve para nada, que no es un medio para fines
simplemente útiles. Pero también es preciso agregar que hay otros elementos —como
la salud o la música de Mozart— que tampoco “sirven” para nada. Desde esta
perspectiva, la filosofía, que parece un lujo, resulta en cambio el bien más necesario.
Se parece a la vista, que no produce nada, pero que nos permite actuar y orientarnos
en el mundo: “Puesto que en verdad mantener los ojos cerrados, sin tratar de abrirlos
es lo mis nao que vivir sin filosofar; y el placer de ver todas las cosas que nuestra vista
descubre no es comparable a la satisfacción que da el conocimiento de aquellas que se
encuentran por medio de la filosofía; y, en suma, este estudio es más necesario para
regular nuestras costumbres y conducirnos en esta yída de cuántó o sea el empleo de
nuestros ojos para guiar nuestros pasos” (Descartes, 8-9).
Por otra parte, siempre es preciso preguntarse útil para gué? Un telescopio es 監 si 蠶 ਾਂ
mejor 禱 cráteres de la luna, pero no lo es si me propOngoy curar un resfrío. En este sentido, si
nos ponemos de acuerdo acerca de las palabras, también la filosofía es “útil”, no porque implique
ventajas inmediatas y tangibles, sino porque amplía los horizontes mentales y morales de los
individuos, transformándolos: “Es por lo menos exacta y perfectamente justo decir que “la
filosofía no sirve para nada”. El error consíste en creer que, con esto, cualquier juicio sobre la
filosofía sea concluyente. No obstante, aún queda por hacer un pequeño agregado, en forma de
pregunta: O sea, dado que no podemos hacer nada a respecto, en un último análisis, ¿acaso la
filosofía no estará
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|
.* مفيتميتة#= یی
más bien en condiciones de hacer algo por nosotros, en el supuesto que caso de que sigamos
empeñados en ella? (Heidegger, 1968, 23-24).
Para comprender las funciones y la relevancia de la filosofía probernos a realizar un
experimento mental, a imaginar cómo sería ni estro mundo sin ella. Entre otras cosas, no
tendríamos un sentido crítico tan desarrollado, no conoceríamos en la misma medida el empleo
de las armas de la racionalidad y de la duda, que nos ayudan a protegernos de los peligros
siempre acechantes de la intolerancia dogmática, de la prepotencia de autoridades indiscutibles
o de la superficialidad de creencias y opiniones no examinadas a fondo, Aunque la filosofía no
sea una ciencia rigurosa, aunque no oponga argumentos irrefutables, sino tan solo más
razonables que otros, contribuye a dar sentido a un mundo menos lacerado por la violencia y
los abusos, despeja el camino de las civilizaciones de muchos tropiezos o “problemas”.
LAS TAREAS DE LA FILOSOFÍA
Desearía aún señalar brevemente algunas de las razones que llevan a percibir a la filosofía
demanerainagecuada. Ha sido comparada, por ejemplo, con el imperio bizantino, en el sentido
de que pierde una proviracia tras otra en beneficio de las ciencias, las cuales salen de su seno,
pero pronto se emancipan de una tutela que se vuelve molesta. Esta imagen resulta
inapropiada, tan sólo porque expresa una concepción estática del saber, que no corresponde,
en conjunto, a práctica efectiva alguna: en efecto, los límites de las distintas disciplinas
cambian continuamente, así como el valor de paradigma asumido por cada una de las ciencias
frente a la filosofía (la matemática y la física en el siglo XVII; más tarde, la biología, la fisiología,
el psicoanálisis o la lingüística; en nuestros días, la inteligencia artificial o la antropología
cultural), Antes que a la imparable decadencia del imperio de Bizancio, las vicisitudes de la
filosofía son comparables —para emplear una Inetáfora tomada de la geología- al registro de
los movimientos tectónicos, por lo general lentos, pero a veces catastróficos” del globus
inteleccolis, los que manifiestan, no pocas veces, el sentido de las fracturás y de las colisiones
entre las grandes “placas” conceptüāTés en las que se sostienen tödas las civilizaciones. En
efecto, las culturas humanas experi
33
"بامہ ‘ ہء نے
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LA BÚSQUEDA DE LA SABIDURÍA Y IDE fA FELICITAL
El sabio antiguo, griego y romano, tenía como modelo por un lado la imperturbable serenidad
de los dioses olímpicos y por el otro la búsqueda sin fin de uña perfección considerada
inalcanzable, pero no por eso no digna de ser perseguida. Una búsqueda similar inaplicaba la
aproximación de la propia vida al modelo elegido y el control de los progresos logrãdos gracias
a ejercicios espirituales que consistían —por ejemplo— en mejorar la propia aplicación al
estudio o la práctica de determinadas virtudes, en llevar una especie de diario donde se
asentaban las etapas cumplidas, se ponía en guardia contra eventuales fracasos o se
espoleaba a sí mismo y a los demás para el logro de ulteriores metas (clásicos del género son
las Cc y fas a Lucilio de Séneca y los Recuerdos de Marco Aurelio). Siguiendo el ideal del
filósofo como “escultor de hombres” (Simplicio, XXIII, línea l63), los representantes del
estoicismo romano, en particular, llevan a cabo cotidianos esfuerzos para plasmarse a sí
mismos como estatuas, bajo forma de verdaderas obras de arte. Dannos tanta importaIncia a
los vestidos o a la forma de una lámpara -argumentan-- y, en cambio, raramente pensamos en
cambiar y perfeccionarnos a nosotros mismos o a la sociedad. Para hacer esto no es necesario
soñar con grandes empresas: “Y no esperar la justa Ciudad de Platón; te debe bastar con una
cosa; un poco de mejoramiento, incluso mínimo” (Marco Aurelio, IX, 29). Tades ejercicios
espirituales no se realizan en vista de la salvación de la propia alma —como sucederá más
adelante con San Ignacio de Loyola, que se inspirará en ellos—, sino para desarrollar las
propias potencialidades humanas, para darse a luz nuevamente a sí mismo a través de la
inteligencia y la voluntad, realizando actos de continua autoregeneración y autosubversión.
asado indicaban el camino hacia la consecución de la felicidiad (cfr. Aristóteles, 1966,
VIII, 1-3; Aristóteles, 1973 a, 1177 b; Gastaldi). En contraste con la vida política y con la
dedicada exclusivamente al placer y a la riqueza, algunos de ellos se encaminaban
hacia una sabiduría alcanzable mediante la sola razón humana y la educación de las
pasiones y los deseos. Al menos por cuestión de principios, toda la filosofía clásica se
orientaba a convertir la vida, a indicar el camino del
| Al ofrecer el modelo de “vida más deseable”, los filósofos del
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individuo para lograr la felicidad y la autonomía. Sólo más adelante —cuando en los albores de
la edad moderna el conocimiento comenzó a ser buscado en tanto tal—, a menudo la vida del
individuo fue abandonada a sí misma. Empeñada en una espasmódica competencia con las
ciencias matemática y físicas, cuyos merecidos éxitos eran evidentes, la filosofía —luego de
ser complacida con el oficio de juez c, latere de los legítimos límites entre lo conocido y lo
ignoto- renunció finalmente a la pretensión de cambiar la vida, al advertir la dificUltād de
Grientarla, por la falta de evidenciasigualmente fuertes como la de los nuevos saberes o stocks
de fe igualmen
te organizados como los de las Iglesias. Con el advenimiento
de la revolución científica moderna —y en competencia con ella— sólo algunos filósofos, como
Giordano Bruno, continuaron manteniendo la coherencia entre la propia doctrina y la
propia vida —» pág. 333. .شد
En cambio, muchos otros transformaron la filosofía. de sabiduría en saber que no tiene otro
fin... que el ulterior incremento del propio saber Abandonada por una razón que #o éñcuéntra
en ella suficiente rigor “geométrico”, la experiencia de los individuos y la vida que le está
asociada corrieron el riesgo de retrotraerse a un estado selvático, de convertirse en fácil presa
de autoridades indiscutibles, a ser objeto de opiniones no lo suficientemente reflexionadas o
receptáculo de confusas esperanzas, de pasiva resignación y de expectativas políticas
mesiánicas. El individuo fue entonces tentado a buscar refugio en su propia interioridad,
ahuecada para servir como resguardo contra las incertidumbres, las asperezas y los fastidios
de la dimensión pública. Ante los bien cultivados campos de la razón científica, el terreno de la
vida aparece Córñoñó cultivado, ahogado por hierbas y zar
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cambio, para indicar salidas seguras. Con la difusión de la monocultura de los modelos de
racionalidad que quieren
, imitar a las “ciencias duras”, retroceden los reclamos de
sentido sobre la vida mejor, la coherencia con las propias ideas. También por esto, los
filósofos modernos pueden separar su existencia de la doctrina profesada: al ser
encontrado en un burdel por el rector de su universidad, quien se asombró de que un
profesor de filosofía moral frecuentara semejantes lugares, Max Scheler respondió
tranquilamente que los filósofos son como los carteles viales, que indican el camino,
pero en ningún sitio está éSCITEó que se deba recorrerlos.
Estas son las premisas remotas de los calambres mentales y morales que nuestra cultura
continúa sufriendo. La filosofía contribuye a resolverlos. El actual retorno de interés por esta
disciplina acaso nazca —como se ha señalado- también de la oscura percepción de sus
potencialidades, del hambre de sen
fido que se difunde en zomàs que la ciencia no tràta y quèla
religión seguramente afronta, imponiendo sin embargo el peaje de la fe. Pero surge también del
rechazo al fast food intelectual distribuido por los medios de difusión masiva (diarios, revistas,
televisión, Internet) y del cansancio subsiguiente al ocaso de las ideologías dominantes,
cuando el mundo estaba dividicio en dos bloques contrapuestos. En momentos en que
acontecimientos e instituciones tienden a descargar en los individuos responsabilidades
inéditas, a la filosofía le es atribuida de nuevo la función de eliminar o de alentar, en el plano
teórico, los vínculos antiguos y nuevos,
que inmovilizan y frenan el pensamiento y la existencia. Su
lugar natural no está constituido, pues, por las nubes, sino precisamente por una tierra de
nadie, eolocada en medio de
los physika y ios nga sa EFFEITEŘtre la actualidad y la inactualidad, donde a su
saberle es negada la transformación en una ciencia como la matemática, que trata
sobre entes inmutables, o de la física, que tiene que ver en lo sustancial con la materia
carente de historia, o su afianzamiento en zonas donde la racionalidad pierde sus
derechos.
Las grandes obras filosóficas se benefician con la ventaja producida por su escaso
“éxito”: el paso del tiempo no las envejece. Siempre mantienen la actualidad o —lo que
es lo mismo— la inactualidad. Por eso, los escritos de Platón, Aristóteles, Descartes,
Spinoza, Leibniz, Kant, Hegel, Husserl o Wittgenstein están hoy más vivos y son más
“jóvenes” que los de la mayor parte (o quizá de todos) de los filósofos contem
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poráneos: “En filosofía no existen predecesores ni sucesores” (Hegel, 1971, 11). Sólo las
filosofías mediocres reflejan su propio tiempo, mientras que las grandes filosofías lo vuelven
inteligible, tanto a los tiempos siguientes como a los precedentes. Algo parecido ocurre en el
campo artístico: por el solo hecho de haber nacido después, Virgilio no supera a Ho-mero,
Racine a Sófocles, Picasso a Giotto o Schönberga Beethoven. En efecto, “si se presta atención
a su esencia, la filosofía no progresa. Marca el paso siempre en su lugar, pensando siempre lo
mismo. Progresar, es decir, avanzar desde un lugar, es un error que acompaña siempre al
pensamiento como la sonibra que proyecta” (Heidegger, 1995, 63). Por esto, en filosofía
existen autores ejemplares, cuya enseñanza, aun sin atravesar indemñésTâs barreras del
tiempo y conteniendo partes caducas, mantiene en algunos puntos toda su fuerza, al igual que
uIn resorte oprimido que aún no ha descargado todo su potencial.
Al reabrir el juego, las grandes filosofías empujan hacia el futuro antes que hacia el
pasado (desde distintos puntos de vista, consúltense también Heidegger, 1968, 54;
Heidegger, 1989, 79 y cfr. Curi, 8). Dado que renacen y vuelven a florecer con cada
estación, no existe en las filosofías ningún progreso
lineal, sino tan solo una continua metamorfosis. Tampoco
representan la expresión de verdades eternas; son, precisamente, tanto actuales como
inaetuales, están dentro y fuera del tiempo. La filosofía (contemporánea de la tragedia
griega) tiene más de dos mil años, pero no los demuestra. Las ideas de los grandes
filósofos transponen, en efecto, los contextos de los que han surgido y a los individuos
que las han expresado. La historia de la filosofía constituye por eso un recurso, una,
especie de caja de caudales del que extraer dinero líquido, para invertir prudentemente
en nuevos proyectos, en sugerencias para pensar el propio tiempo, pero no en modelos
o fórmulas bellas y listas para usar.
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