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*# ‫ چچبـامــ‬.

sonámbulo o se haya decidido, por pereza mental y moral, implantar en el propio ánimo una
especie de piloto automático, de modo de atravesar el arco coImpleto de la existencia en un
estado de turbia inconsciencia, adaptado a cómodos prejuicios o abandonado al impulso de
inclinaciones, pasiones, fantasías y opiniones que no han sido examinadas.
La empresa parecerá menos gravosa si se la cumple con el espíritu de aventura de quien
enfrenta un viaje de descubrimiento, por el placer intrínseco de explorar el territorio de la
filosofía o con el más tranquilo y metódico trabajo de quien prueba a imaginar este libro como
un vivero o un semillero, en sentido efimológico, donde semillas, vástagos, arbolitos de
pensamiento esperan, para desarrollarse, encontrar a quien los plante o los traInsplante en
terreno favorable, para luego cuidardos adecuadamente. Si es cierto, como sostiene Platón en
el Feciro (276 C), que el filósofo trata a las semillas de pensamiento con un buen sentido, no
inferior al de un campesino, no se ve entonces por qué incluso quiera aprende filosofía o desea
profundizar en ella no deba mostrar igual cuidado al enfrentar algunas de las cuestiones aquí
tratadas: son problemas que inevitablemente se le presentarán y que, sin duda, pondrán en
juego el sentido y las perspectivas de su Vida.
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TుళాI, . 14 ജ lis്ഥ ? -- fാ,
‫ تملك جته كم صے‬c.t d'A) A ‫ح‬E// V(-rz.‫۔‬

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Prirnera parte
VIA.J.ES DE DESCUBRIMIENTO
‫سه‬
JO ES{}{} N ( [] I ,A I R. LOS PENSAM N"I'() S

Cuentan los antiguos acerca de una ciudad imaginaria donde las palabras se congelan por
causa del frío y luego, con el calor, se descongelan, de modo que los habitantes escuchan
durante el verano lo que se han dicho en el invierno. La fábula , f . se refiere a la filosofía, forma
de saber de efecto retardado, " o, que requiere tiempo para ser asimilada: lo que de elia se ‫متليه‬
aprende cuando se es joven permanece en nosotros congelado y se comprende sólo al crecer,
en contacto con los problemas gue cada tanto se nos presentan (cfr. Plutarco, 1989, 79A).
Innumerables, complicados, opacos, torrnentosos, los mais- o r mos nunca faltan y siguen o acompañan a cada

uno durante o toda la vida. Al nacer, estamos obligados a orientarnos en un cre. mundo ya hecho y en constante

transformación, a causa de la sucesión en el tiempo de las generaciones y de la mezcla en el espacio de los

pueblos y las civilizaciones. Venimos al mundo - vv. 1. sin quererlo, con un cuerpo recibido por herencia biológica en

un determinado período y lugar, en una cierta familia y en una cierta sociedad. Luego sonnos plasmados por el

lenguaje, por la cultura, por las instituciones. Cada uno comienza así una y - nueva historia, en cuyo centro se

coloca inevitablemente. En /* el traITSCurso de la existencia trataras de dar sentido a los l. acontecimientos en los

que se ve implicado, a las ideas) que pasan por su monte, a ಟ್ಲಿ ue lo impregnan y a los proyectos que lo guían. Su

ideñTidad personal se forma según o un proceso ininterrumpido, que necesita ser interpretado. ¿De qué bases

confiables puede dispöñéF? -sm

Desde niños, todos absorbemos la mayor parte de las no-e ciones y las reglas de conducta
de manera preponderantemente pasiva, creyendo, a lo sumo, en lo que nos han contado
17
--‫م‬
- ‫عن سه‬
- ‫له‬
/
ó impuesto los adultos. Si nos hemos rebelado, esto se ha debido más a un impulso
que a un razonamiento. Nos han dicho que no es justo desperdiciar el alimento cuando
tantos mueren de hambre, entrar a un cine sin pagar la entrada o golpear a un
compañero; nos han aprobado o nos han corregido una opinión, declarándola
verdadera o falsa; nos han mostrado un paisaje o un palacio, sosteniendo que es
hermoso
------- ..

o feo. Sin embargo, raramente nos han enseñado a reflexio r>


"y nar acerca de qué es la justicia, la verdad o la belleza.
Cuando se presentan dudas o se deja de creer en la corrección de tales juicios u opiniones, surge

inevitablemente la exigencia de comprendernos de manera más exacta y personal a nosotros

mismos y a lo que nos circunda. Ayudados por läESCuela, los aimágös, Iós Tibros, la televisión

o los viajes, — o ampliamos progresivamente nuestros horizontes mentales y morales, pero

también acumulamos —a menudo sin darnos cuenta-conocimientos fragmentariös, casuales y

mal digeri_dos Laeo បីឌីរ៊ិត្ឌា nada a seguir siendo enorme, lleva por lo general a la resignación o

a la indiferencia y, por lo general, a un escaso esfuerzo por combatirla. Dicha capitulación que

parece motivada por causas de fuerza mayor resulta extraña porque de pequeños no nos

conformábamos fácilmente con las explicaciones recibidas: dominados por el estupor y por el

temor ante la realidad, sensibles ante su rostro enigmático, sus sorpresas y sus peligros, hemos

infligido a nuestros padres y a los adultos cascadas de “por qué”.

Al crecer, corremos el riesgo de perder ese impulso hacia el conocimiento, de que se


apague en nosotros el interés y la inquietud por las grandes preguntas y que
terminemos, directamente, por avergonzarnos ante la propia idea de plantearlas.
Preferimos, por tanto, almacenar sin tantos controles y sin inventario lo que
aprendemos, amontonar a la buena de Dios nuestras experiencias, seguir
automáticamente maradamientos y prohibiciones, juzgar en bruto y a las apuradas lo
que nos pasa, sufrir sin interrogarnos a fondo acerca de los motivos de la inquietud y
de sus posibles remedios. En suma, vivimos como si estuviésemos atravesa
dos por torrentes de conceptos y sentimientos turbios, movidos
*
LA FILOSOFÍA, MAESTRA DE VIIDA
La filosofía —el amor por el saber- tiene en común con la infancia la continua Inecesidad de
comprender. Cultiva metódicamente esta actitud, ayudando a conservar en el largo plazo la
voluntad de entender, de no someterse a la opacidad de la existencia, de prolongar la fase de
la maravilla, TCReTâ curiosidad y de la investigación. Sabe qües práctica nó exige La límite
alguno de edad: “Nadie porque sea joven vaciTe en
filosofar ni el viejo se canse de filosofar. No se es demasiado joven o demasiado viejo
para la salvación del alma. Quien dice
que aún no le ha llegado la hora de filosofar, o que ya no está en edad de hacerlo, es parecido
a quien dice que la felicidad no le ha llegado aún o que ya se le ha pasado la edad para que le
llegue” (Epicuro, 61). Si bien toda edad es buena para la A.J... ca. filosofía, no obstante la
adolescencia es la fase en la que las o cuestiones filosóficas adquién en mayor intensidad y
son re
planteadas cóñ mayor frecuencia. Es el momento en que la pregunta dél
jóvéñDescärtes q tod vital secfabor iter?, “¿qué -
camino seguir en Ha vida?”, se impone con mayor fuerza. Esto es así, como sostiene un
filósofo contemporáneo, “porque nuestras capacidades analíticas a menudo se encuentran
altamente desarrolladas antes de que hayamos aprendido mucho sobre el mundo, y en torno a
los catorce años de edad .. ..., las personas comienzan a pensar por su propia cuenta en los
uBBSYLLLuGeJBBBDD BBB Bt BBB BB LLLLS B LLLLLS mos conocer algö, Si algo es en
verdad justo o equivocado, si la vida tiene algún significado, si la muerte es el final” (Nagel, 5).
A diferencia de la infancia o de la adolescencia, la filosofía es, sin embargo, ejercicio crítico,
capacidad afinada o adquirida para sopesar de manera metódica y paciente las
argumentaciones y las pruebas relativas a determinados problemas en vista de posibles
soluciones; es articulación de la duda ya suspensión del juicio cuando no se alcanza una clara
visión de las cuestiones; es propensión a examinar autónomamente ideas, convenciones y
normas, con la conciencia de Tös condicionamientos, prejuicios y límites que supone cada
Civiliza
ción y personalidad. La filosofía enseña a no conformarse con.
banalidades o frases hechas o, incluso, a no conformarse sin más con Tó que es
enseñado, tásñitidó explícitamente o Fla gex. insinuado por cualquier autoridad.
Invita a someter todo al tribunal de apelación que implica una razón sin-
Levencio- (~് nes, ñó presuntuosa, capaz de evitar las sutilezas y las ‫تحتيميعرا‬
to on ‫نسرع‬

por vagos criterios, intñersós en una especie de inconsciencia aceptada corno inevitable o
buscada como una coraza contra el horror de vivir, S S S S S SAAAAAS S ASAAAAAAS S w
13
i
*.

3.*
ខ្ល c ខ្សា atoriassofisticadas o la malévola cultura de la sospecha. Dado que la vida de cada uno

plantea preguntas específicas e ineludibles, su tarea consiste en acompañar todo esfuerzo de

comprensión y de orientación en el mundo, promoviéndolo, { iluminándolo, rectificándolo.


EL SENDERO DEL CONOCIMIENTO

Sin embargo, la filosofía no requiere sólo una larga práctica, sino -sobre todo- una
búsqueda personal. La educación prepara el terreno; luego, cada uno, por sí mismo,
debe marchar por su camino, continuar pensando por cuenta propia, reaccionar ante
los problemas y enfrentarlos sin ayuda del maestro, para luego, eventualmente, tratar
de o enfrentarse de nuevo con los demás. No se puede aprender a pensar o estudiar la
filosofía sin remitirse a cuanto piensan los demás o a las soluciones elabóradas por los
grandes filósofos del pasado y consignadäs en ese cuerpo de textos que conforman la
historia de la filosofía. Lo recuerda Zhuang-zi, un sabio chino que vivió en el siglo IV a.
C.: “Sólo conocía del Tao del Camino o de la Verdad] lo que una mosquita del vinagre,
prisionera en una cuba, puede conocer del universo. Si el maestro no hubiese alzado el
velo que me cubría, por siempre habría ignorado el universo en su grandiosa totalidad”
(Zhuang-zi Tschouang-tsieul, 191). Recién cuando el z^velo haya sido alzado se
pueden tomar en consideración - horizontes más vastos que los de un ambiente
cerrado. Sin embargo, el discípulo entenderá lo que dice el maestro sólo cuando se
enfrente a problemas similares a los que antes había recibidó sín entenderlos en su
plenitud. Mientras tantó, éntre las ideas recibidas, escogerá sólo aquellas que se
ajusten a su modo de sentir y de pensar o, de lo contrario, aprenderá de memoria
nociones vacías. Y esto ocurrirá hasta que las palabras del maestro, “hasta entonces
mudas”, comiencen a hablar en verdad, a “descongelarse”, “pero entonces como
palabras propias del discípulo” (Croce, 1973 a, 159). Mientras se permanece en el
plano del aprendizaje pasivo o de la disputa animada pero no concluyente, no se es
capaz de proceder de otra Inanera hacia una comprensión personal
—de las cosas. A.
- 2” - Todo esto no excluye la necesidad de prepararse con
cierta anticipación para los problemas filosóficos, considerándolos
2[]
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preliminarmente casi como vac n s para el alma. Con tal fin, en las últimas décadas se h
desarrollado —a nivel mundialuna verdadera filosofía paural mirlo, 11 nal children philosophy,
que se coloca junto a obras (11 lien(n, más en general, la tarea de introducir a la filosofía 1 lito
Il nuInca la ha estudiado (entre esos libros, el más conocido es el de Gaarder, pero también
conviene consultar Hösle; Say ter 1992; Ferraro;
Droit 2001). Se trata de instrumentos útiles, aunque hay que
advertir que no se debe esperar de ellos lo que no pueden dar,
ya que toda introducción es siempre el comienzo de un largo camino y no el ingreso al
Sancta sa.7l torurn de un templo.
En efectó, no todo el mundo se halla en condiciones de convertirse en filósofo, pese
a que todos nos planteemos –a menudo inconscientemente— preguntas de tipo
filosófico. De manera análoga, todos pueden silbar y cantar una canción o rascar una
guitarra, pero no todos se convierten en músicos. Se requieren predisposiciones (como
el “oído absoluto”, en el caso de la música, que posee en promedio una de cada ocho
personas o, en el terreno filosófico, la inclinación a interrogarse y a buscar respuestas),
y se exige sobre todo disciplina, atención a las varias dimensiones de la experiencia
humana, trabajo de interpretación de los textos, “espíritu de geometría” unido al
“espíritu de finura”, estudio orientado al conocimiento de los instrumentos del oficio,
disponibilidad para aprender competencias específicas, voluntad de superar los
obstáculos y de captar el sentido de los problemas (el significado etimológico de
problerra es precisamente el de “impedirmento” o de “lo que es arrojado ante
nosotros”). Nadie piensa que se puedan hacer zapatos o sillas sin antes haber apren

dido el oficio, pero muchos imaginan que se puede hacer


filosofía, en sentido propio, sólo porque se está dotado de la común razón humana. La razón es
el precioso e indispensabie presupuesto, pero es similar a un diamante en bruto que, para
liberar el máximo de luz y de atractivo, debe ser sabiamente tallado. De modo análogo, la
filosofía está abierta a todos los seres pensantes, con la condición de que, en distinta medida,
se esfuercen para hacer brillar la luz de la
İ*8A 7. (3 İTl.

rio conceptualdonde se experimentan las mejores respuestas para los problemas que
afectan más de cerca a personas y a
sociedades, problemas que no siempre son exactamente los
mismos. Precisamente porque los órganos de los sentidos
21

Cabe reivindicar en la filosofía su naturaleza de laborato


...'

/


‫ ر‬, \ ‫رۂ^}دہ‬.

y/
/
2’

experiInentan incesantes distorsiones, fracturas o despla


zarmientos, la filosofía explora, rediseña e ilustra la deriva y las fallas de los continentes
simbólicos sobre los que se apoya y Uestro común pensar y sentir. Al no disponer de seguras
referencias de posición, se las conquista razonando y abriendo nuevos campos de
investigación. Desde este punto de vista, significa tana lección de libertad, porque nos muestra
cóIno salir del encierro del propio yo, para insertarnos en contextos de interdependencia cada
vez más amplios y enfrentarnos fructíferarmente con los demás. Enseña, sobre todo, a pensar
por uno mismo, no en el sentido de incitar a la testar de Zó a
La ālifosuficiencia, sino, por el coiâió para mantenerse abierto a las críticas de los
demás y para ser capaz de metabolizarlas adecuadamente. Es una escuela de
democracia y de educaciòn dè II CITIdàdanía que no siente la necesidad de alcanzar el
extravagante exceso de hacer incidir la máxima de Epicaro, con letras mayúsculas, en
las paredes de un pórtico cormo hizo Diógenes de Enoanda en el siglo II d. C.).
En una época como la nuestra, de avanzada subdivisión del trabajo y de extrema
especialización de las funciones intelcctuales, la filosofía puede constituir tanto una especie de
tejido conectivo cicatrizante con respecto a la sectorizacióñya a fragmențaçión de iaş ideas
normal y mecēšāřiäħīēĪītē ābsorbidas o un remedio frente a la cháchara cotidiana y a la
superficialidad de las informaciones de la sociedad 蠶 si bien existen quienes sostienen la
incompatibilidad de la democraeia con la filosofía (de modo que “cuando entran en conflicto, la
democracia tiene la prioridad frente a la filosofía”. Rorty, 1937,44), la Inisma nunca puede
renunciar, sobre todo en de mocracia, a su específica función de conservar y al turn to tar sus
propias dotes de crítica y de cuestionamiento contra cualquien poco er constituido, incluido el
de la mayoría.
FILOSOFÍA Y SIENTII) () (24.)MÚN

Por cierto que la filosofía no debe cortar los lazos con el sco Intico coronún, porque también el
“no-filósofo” es hijo de las filosofías cel pasado que se han se climentado en sus ideas,
sentirrientos y linea nientos de condutcta, como reflejo de la mienta lidad y de las culturas
hegemónicas en determinados lugares y tiempos. Existe, en efecto, una filosofía implícita,
presente en todos los hombres, que es trasmitida por el
2笼
‫مُتھ‬:‫ءک‬
lenguaje (que no constituye un simple contenedor de vocablos o de estructuras
gramaticales y sintácticas, sino un vehículo de pensamientos y de formas de vida),
por las religiones y por el folklore: “Debe desterrarse el muy difundido prejuicio
según el cual la filosofía es algo muy dif, debido al hecho de que es la actividad
intelectual propia de 1 ಣ್ಣ determinada categoría de científicos especialistas o de
filósofos pro fesionales y sistemáticos” (Gramsci, II, 1375). Por lo general, la
filosofía se halla abierta a todos, pero —a nivel del sentido común- carece de
conciencia crítica y aparoce disgregada u ocasional. Desde ese punto de vista,
constituye un modo de pensar en general forjado por el ambiente social, “que
puede ser el propio pueblo o la provincia, puede tener origen en la parroquia y en
la actividad intelectual de la curia o del viejo patriarca cuya “sabiduría” dicta las
leyes, en la mujercita զսe ha heredado el saber de las brujas o del pequeño
intelectual agriado por su propia estupidez e impotencia para obrar
(ibíd., II, 1376). Se crece dentro de tradiciones políticas y éticas extremadamente
diversas (para muchos pueblos, por ejemplo, matar era motivo de jactancia, y
quien no había muerto por lo menos un enemigo era despreciado) y
variadamente estratificadas, en las que sobreviven “relictos" de un pasado que
se cree, errónearmente, extinguido. Por lo ಟ್ಜ n ೧, todos asimilan, inevitablemente
y sin saberlo, múltiples ideas filosóficas que permanecen en opacidad hasta Qe
u! se interroga acerca de su significado. Es tarea del filósofo elaborar de la
manera más articulada, clara, puntual у autónoma posible su propio
pensamiento, pero también la de enseñar “a los no-filósofos" a rechazar
concepciones acogidas su pinamente. De esa manera se acelera el intercambio
entre la filosofía, que es necesariamente individual y creativa, y eł sentido
común, que es, por definición, colectivo, evitando que el mismo se limite a
reflejar y a recombinar prejuicios y fragmentos de concepciones filosóficas del
pasado.
EI, COIRA.JE I) [Ë [, į*'{I,()S() H'()

La filosofía mantiene una relación incómoda y contro versi al - con el presente. Frente a
saberes y prácticas cuya verdad o co, utilidad se imponen con iII mediata evidencia, su
función re- Y Sulta oscura e indeterminada. Por lo tanto, son frecuentes as ،ً ‫ويما‬
acusaciones de que no ofrece, las certezas de la-ciencia. Hi-as - ventajas de la técnica,
nila belleza del arte, ni el consuelo de las religiones. Suele decirse que no ha elegido la
tierra o el cielo, el principio de realidad o el del placer como rmorada propia, sino las
nubes, como en la comedia homónima de... Aristófanes, dónde se muestra a Sócrates
mientras medita, y es acerca de abstrusas cuestiones dentro de una canasta que es ジ
alzada del suelo.
La filosofía permanece confinada dentro de un espacio intermedio, habitado por pálidas
abstracciones, comprendido entre la sanguínea vitalidad de las cosas del mundo y as
luminosas figuras de lo que está más allá de ellas. En términos más crudos, se agrega
que la filosofía no sólo se ha mostrado incapaz de resolver los problemas y las
necesidades , de los hombres, sino que además permanece insensible a sus ‫م‬
dramas, preocupaciones y esperanzas. |
LA INCÓMODA VERDAD DE SÓCRATES

deja de plantearse cuestiones incomprensibles. Más bien invita a enfrentar con los sentidos y la
Imente bien abiertos en efecto, existe la sordera y la ceguera del alma) experiencias y
problemas por cierto difíciles, pero que, de todos mod )s,
25

. く En realidad, precisamente a partir de Sócrates, la filosofía


inevitablemente se le presentan a todos. Sócrates trataba de
dirección de la verdad. Sócrates reemplaza las virtudes
mito para dar testimonio de la verdad ante sí mismo y los demás (cfr. Foucault
1996).
Con la intención de conservar la coherencia personal, de testimoniar con la
vida la validez de las propias teorías, de demostrar que no es un simple
vagabundo dedicado a poner en dificultades a los demás o un soñador deseoso
de subvertir las tradiciones y las creencias de un pueblo para crear un orden
social imposible, el filósofo se convierte en aquel que asume la responsabilidad
de las propias convicciones y Lal vez por eso es condenado y muerto.

|
persuadir a sus propios conciudadanos para que llevaran una “vida examinada”, es
decir, que sometieran su existencia a análisis y pruebas, que reflexionaran acerca de
sus propios pensamientos, acerca de las propias convicciones y pasiones, pero sobre
todo acerca de la propia conducta, es decir sin abandonarse pasivamente a la tradición
o a la presunción de saber lo que se ignora. A diferencia de los “maestros de la verdad”
—» pág. 55), Sócrates no predica, en forma de monólogo, verdades que bajan desde el
cielo, como una revelación en la que hay que creer sobre la base de la sola autoridad
de quien la enuncia. Expone ideas vivas, que brotan de la interrogación y del diálogo y
que se modifican, profundizándose y ramificándose cada vez que se da un paso
adelante en
HA FILOSOFÍA
A L SERVICIO LE LA REALIDAD.

Sin embargo, en otros casos el filósofo queda sencillamente expuesto al ridículo,


tal como le sucedió a Tales quien, absorto en la contemplación de los astros,
cayó dentro de un pozo, provocando el escarnio de una vieja) "Oh tú, Tales ¿No
sabes vérTâSCOsas qüe hay delante dettis pies y crees poder conocer las
cosas celestes?” (Diógenes Laercio, I, y cfr. Platón, Teeteto, 174 A). La historia
—casi seguramente inventada, pero reveladora de una cierta mentalidad—
continúa con el presunto rescate del filósofo, quien demuestra que también él, si
así lo deseara, podría tener éxito en la vida práctica: “Tales, queriendo
demostrar cómo resultaba fácil enriquecerse, alquiló todas las tinajas, ya que
había previsto una abundante cosecha de aceitunas, y así ganó una gran
cantidad de dinero” (Diógenes Laercio, I, 1). Incidentalmente, el episodio del
pozo —al igua que el de Sócrates en el canastose ha convertido a nivel popular
en un ejemplo de la incapa
configurarse como un hombre capaz de pronunciar y argu- cidad del filósofo
para adaptarse a la vida cotidiana, para
mentar verdades desagradables para quien no quiere oír- 羹救 mantener, como todos, los
pies sobre la tierra, antes que la cabeza en el cielo o en las nubes. En realidad, no siempre
los
las, y a no retroceder ante los peligros y amenazas que las *蕊
- filósofos se extravían en fútiles abstracciones y abandonan
mismas suscitan. Sócrates —quien había combatido valien- ...? temente como hoplita,
como infante dotado de una pesada 鬍 las obligaciones y los esfuerzos de la política. Por
el contrario, - muchos de ellos, especialmente en la antigüedad, fueron
armadura de bronce y obligado a moverse solamente den- -
tro de formaciones- se propone, incluso durante su proceso .. inflexibles en la decisión
de poner en práctica sus enseñan
y condlena a muerte, no abandonar su lugar en la falange zas. Platón, por ejemplo, se embarca
hacia Siracusa con la

de la vida, no repudiar, con el sólo propósito de salvar la perspectiva de


convertir primero al tirano Diógenes I, y luego a Diógenes II, a sus ideas,
de modo de arraigarlas en el Estado
vida, las ideas que siempre profesó. En primer lugar plantea la cuestión de la
responsabilidad de cada uno hacia y de hacer que allí asumieran cuerpo y realidad: “Si
consila propia conciencia, exigiendo del filósofo un coraje iIldó- guiera persuadir a un
solo hombre, habría asegurado el cum
aristocráticas del mandato y la obediencia, los códigos rígidos, las imposiciones carentes de
toda motivación, enseña a reemplazar la dialéctica, la búsqueda en común de la verdad, en la
que no cuenta la jerarquía política o social. .
Por esto se proclama “maestro de nadie” (Platón, 1994 a, 33 A), al decir, como es sabido,
que sabe que no sabe, que está siempre en búsqueda de lo verdadero sin nunca alcanzarlo en
plenitud. Interroga a los demás, demostrando su ignorancia o su mala fe y en esta actividad se
compara con un pez que produce conmociones, o con un “tábano”, que fastidia la pereza
mental y moral de los atenienses. Por lo tanto irrita a muchos y de arruina la fiesta a la
presunción, pero —como sostiene uno de los padres del moderno liberalismo filosófico, John
Stuart Mill— “es mejor ser un Sócrates insatisfecho que un imbécil satisfecho”.
En la estela de este ejemplo, el filósofo comienza a
27 ‫بي‬
26
_
plimiento de todo el bien posible. Con este pensamiento y con es La audaz esperanza me
redimiré, no por las razones que algunos creen, sino porque me avergonzaba mucho aparecer
frente a mí mismo como un hornbre sólo capaz de pronunciar palabras”. La Septinna carta dice
con exactitud: “no aparecer con sólo palabras frente a mí mismo” (Platón, 1986, 328 C y cfr.
Canfora, 82). De este modo, valientemente, a los sesenta años, pone todo en juego: a vida, la
fama, la seguridad. Por lo demás, resulta típico de la sabiduría antigua, no sólo en Occidente,
mantener la coherencia entre las propias enseñanzas y la propia conducta. Ante la pregunta de
quién era un verdadero hombre, Confucio responde: “Aquel que no predica lo que hace hasta
que no ha hecho lo que predica” (cfr. Јасоbešli, 36).
Platón demuestra que el filósofo no se aleja irresponsablemente de la realidad ni de la vida
política, que no se entretiene con ideales pueriles, como en cambio piensa Calicles en la
República: “Siveo a un joven que se ocupa de filosofía, esto me causa placer y me parece algo
justo: y lo considero como a un espíritu independiente, mientras que el joven que no filosofa me
parece un borrego, alguien que nunca combinará nada de bello y grande en su vida. Pero si
veo a alguien que ya tiene una cierta edad y que aún filosofa, y no deja de hacerlo, entonces
me parece, querido Sócrates, que este hombre merece sólo bofetadas” (Platón, 1994 b, 485 E-
D). El filósofo —explica Calicles— es un ser inútil que se aparta de la vida política, típica de los
adultos, para cuchichear con tres o cuatro jóvenes (cfr. ibíd., 484 D-E), un débil —insiste— al
que se puede abofetear impuremente (cfr. ibíd., 484 D y ss.). No ha aprendido aún que si se
quiere predominar, en el mundo vale la ley del más fuerte o del más astuto y no la palabra de
quier dice la verdad. Platón reacciona ante esta perspectiva que contempla elusivamente el
poder, elaborando la figura del filósofo mártir, testigo de un ideal de verdad y justicia que se
paga con el desprecio y la incomprensión de la mayor parte de los hombres o, a veces, con la
vida misma: “Terminará fustigado, torturado, encadenado, cegado con láminas al rojo vivo y al
final, tras sufrir toda clase de vejámenes, será empalado; así aprenderá que lo que cuenta no
es ser justo, sino parecerlo” (ibíd., 36l E-362 A.). Pese a esto, la imagen || filósofo no es trágica,
en tanto a muerte es aceptada por él. "
con serena compostura y su amor por el saber le procura en | ఈ vida la mayor felicidad. -ు

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‫;وہ' ہیں۔یہ) چمآ‬


28
EL HOMBRE ES PRISIONERO
I) E LAS AIPARIEN (CIAS

Existe un mito creado por Platón, acaso el más célebre en la A tr‫ مما‬historia de la
filosofía, en el que se imagina una caverna encuyas paredes los hombres ven sombras
que representan cosas reales. Si se volvieran —pero casi nadie lo hace—,
comprenderían que las sombras son efecto de un fuego que ilumina por detrás a los
objetos colocados a espaldas de los hombres, objetos que son transportados en serie,
como en una especie de procesión. Dichas sombras representan nuestros
conocimientos superficiales: las sensaciones, las opiniones o las valoraciones no
suficientemente examinadas, con las que normalmente nos coraformalmos. Sin
embargo, cuando alguien decide salir de la caverna hacia la plena luz, en un principio
resulta enceguecido por la luz del sol y no ve absolutamente nada. Entonces se
desespera por volver a la caverna, donde por lo menos conseguía distinguir algo. Este
resulta el momento más difícil, porque corre el riesgo, al volver a la caverna, de
conformarse con las tranquilizadoras ilusiones de los demás. Sin embargo, poco a poco
se acosturnbra a la luz y comienza a volver la mirada hacia el suelo para luego ir
levantándola lentamente, cada vez más. Recién al final, junto a la fuente de luz,
advierte que no puede mirar el sol, porque quedaría ciego. —r Esto significa que al
conocimiento se accede por grados, pero que la verdad, aun iluminando todas las
cosas, resulta intolerable si se la observa en forma directa, durante mucho tiempo. Es
preciso buscarla, sobre todo, en su incorporación a los variados aspectos de la
realidad, sin dejarse aguijonear por el apuro de abrazar el sol del conocimiento: “Quien
no es en verdad filósofo, y sólo tiene una pátina superficial de opiniones filosóficas,
hace como quien ha tomado demasiado sol y se ha quemado” (Platón, 1986, 340D).
Volviendo al título y al epígrafe del presente libro, Platón afirma con energía que la
filosofía no es “una disciplina que sea lícito enseñar como las demás; sólo luego de una
larga frecuentación y convivencia con su contenido se manifiesta en el alma, como una
luz que de pronto se enciende a partir de una chispa para luego alimentarse de sí
misma”. (ibíd., 341 C-D). El estallido de una - intensa luz por efecto de una chispa
propagada desde el exterior (la que será llamada illuminatio o lux intellegibilis) no
constituye sin embargo una revelación mística. Para que
29
dicha repentina iluminación ocurra, la comprensión de los problemas es preparada de
anternano mediante un proceso lento y constelado por intentos no logrados, parecido al
de la somatización de los movimientos por parte de un niño quien, luego de gatear y
caerse muchas veces en el esfuerzo por alzarse sobre sus propios pies, finalmente
aprende a caminar en posición erecta sin más vacilaciones.
La luz que se alirnenta por sí misma a partir de la chispa inicial impulsa a quien la posee a
superar límites considerados como insalvables y a negar las enseñanzas y las tradiciones
recibidas. La motivada infidelidad hacia las filosofías del pasado, la serena refutación de las
ideas antes confiadamente aceptadas, constituye la auténtica fidelidad del filósofo, Según la
vieja sentencia arnicus Plato, secl mcgis arrica Deritas. Por esto, la filosofía moderna ha
emprendido riesgoSos “viajes de descubrimiento” por tierras desconocidas, permaneciendo a
menudo, por fortuna, insensible a los insistentes reclamos a la sabiduría que preconizan las
tradiciones y el sentido común, o a las recomendaciones de cautela de quienes, como el Kant
de la Crítica de la razón piera, aconseja no sobrepasar las “fructíferas llanuras” de la
experiencia, y conformarse con permanecer en la isla del intelecto, con su inmodificable
perímetro: “Hasta aquí no sólo hemos recorrido el terrítorio del intelecto puro, examinando con
cuidado cada una de sus partes; también lo hemos medido, y en él le hemos asignado a cada
cosa su lugar. Pero esta tierra es una isla, encerrada por la propia naturaleza dentro de límites
inmutabies. Es la tierra de la verdad (nombre aleatorio), circundada por un vasto océano
tempestuoso, el imperio propio de la apariencia, donde espesos hielos y nieblas, próximos a
derretirse, otorgan a cada instante la ilusión de nuevas tierras e incesantemente engañan con
vanas esperanzas al errabundo navegante que busca nuevos descubrimientos, lo arrastran a
aventuras a las que no puede sustraerse y que nunca puede llevar a cabo” Kant, 1966, A, 236
= B 294). Pese a los frecuentes naufragios, la filosofía postkantiana ha conquistado nuevos
Lerritorios precisamente por haber abandonado la seguridad de lo que es conocido y por
enfrentar con éxito el riesgo del pensamiento.
3)
LAS DIFÍCILES RELACIONES DE LOS FILÓSOFOS CON EL PODER POLÍTICO Y RELIGIOSO

Hay un aspecto del mito de la caverna, contenido en la parte final, que por lo
general resulta olvidado: aquel donde el filósofo, que ha descubierto la verdad,
vuelve a bajar a la gruta para anunciar el hallazgo a sus viejos compañeros, aún
prisioneros de las apariencias, pero éstos no quieren escuchar sus palabras y lo
matan. Se trata de un episodio emblemático para comprender cómo la relación
entre filosofía, por una parte, y política y religión, por la otra, casi nunca ha
resultado idílica. La filosofía, en tanto búsqueda impersonal de una verdad a
alcanzar y demostrar con instrumentos de la razón, se enfrenta en efecto con
densos intereses (no siempre ilegítimos), con astucias, violencias y dogmas. Por
esto, los filósofos muy pronto fueron catalogados por los detentadores del poder
político terrenal y por los del salvífico de las religiones como potenciales
enemigos, corruptores de las tradiciones y negadores de la dignidad.
Anaxágoras tuvo que exiliarse, no por su amistad con Pericles, sino por sus
explicaciones naturalistas de los fenómenos (como cuando, durante una
navegación, a los marinos aterrorizados por un eclipse les demostró, poniendo
su manto sobre los ojos de uno de ellos, que en ambos las causas de la
oscuridad eran iguales, o cuando, frente al presunto prodigio de un cabrito sin
cuernos, una vez que lo hizo matar y desollar señaló pequeñas excrecencias
cuya exteriorización había sido impedida por el espesor del cráneo del animal,
cfr. Plutarco, 1958, Vida de Pericles, I, 5, y, más en general, Derenne). Sócrates
es condenado a muerte por la democracia apenas restaurada, bajo la acusación
de corromper a los jóvenes y de negar a los dioses de la ciudad, pero en
realidad se lo perseguía porque se lo creía, injustamente, cómplice de su antiguo
discípulo, Cricias (uno de los treinta tiranos que gobernaron a Atenas con
despiadada crueldad en el 403 a. C.) y, más en general, se sospechaba que era
el maestro de jóvenes de tendencia oligárquica o de dudosa moralidad, como
Alcibíades (cfr. Canfora; Colaiaco). El conflicto se agudizó al reivindicar al
filósofo su derecho a la libertad de palabra frente a los poderosos o al luchar
contra la opresión. Al parecer, Zenón de Elea, famoso por sus paradojas, fue
capturado por un tirano como consecuencia de participar en una conjura y fue
torturado para obligarlo a revelar los nombres de sus compañeros.
31
Según una versión, le habría propuesto al tirano que se acercara, de manera de
poder susurrarie al oído los nombres, pero luego le arrancó la oreja con un
mordisco; según otra versión, se habría cortado la lengua con un mordisco y se
la habría escupido en la cara con desprecio al tirano, -
El martirologio filosófico resulta, sin embargo, más amplio y atraviesa toda la
historia de Occidente: los filósofos son perseguidos por Roma a instigación de
Catón el Viejo; los cínicos son expulsados por DoIniciano; Boecio © Ꭶ
encarcelado y condenado a muerte por el rey godo Teodorico en el 524 (en la
cárcel escribirá La consolación por la filosofía que, junto con las enseñanzas de
los estoicos, contribuirá a radicar, a nivel del sentido común, la idea de que la
filosofia es un modo de soportar las desventuras de la vida, un antídoto contra
contrariedades y las desgracias: “tómalo con filosofía!”); Averroes es procesado
y debe exiliarse y algunas de sus obras son destruidas; Giordano Bruno es
condenado a la hoguiera por la Inquisición en el 1600, al igual que Giulio Cesare
Vanini en 3619; Galileo es obligado a abjurar; Descartes elige preventivamente
el exilio en Holanda; la Etica de Spinoza, у por fortuna no su autor, es quemada
en público; Diderot y otros enciclopedistas son perseguidos por sus ideas;
Condorcet muere en la cárcel, adonde lo habían enviado los jacobinos; Fichte es
expulsado de su cátedra de Jena, acusado de ateísmo; en la década del '30 del
siglo XX, decenas de filósofos judíos o anti nazis son obligados a emigrar de
Alemania y de Austria rumbo a Inglaterra, Estados Unidos, Nueva Zelanda o —
como Kart Löwith— a Japón.
La irresuelta, insoluble, enemistad entre la filosofía, por una parte, y la política
y la religión, por la otra, impulsa al filósofo (que es, al mismo tiempo, ciudadano
y extranjero en un Estado) a tener cautela al hablar y al escribir. Por esto,
muchos filósofos —en especial europeos y árabes de nuestra Edad Media—, con
el fin de evitar persecuciones y censuras por parte de las autoridades políticas y
religiosas, fueron inducidos a emplear una “escritura reticente” (Strauss), cuyas
intenciones pueden ser interpretadas “entre líneas sólo por quien está en
condiciones de captarlas (de Jo զtle deriva, en parte, la oscuridad de algunos
textos filosóficos). No todos los filósofos legan, sin embargo, al martirologio.
Hubo quienes arriesgaron sus vidas o se dedicaron a hacer prevalecer sus ideales
(Sócrates, Platón, Séneca, Boecio, Bruno, Campanella, Voltaire, Marx) y otros, en
cambio,
32

fueron más prudentes, como Descartes (que decía de sí mismo lctrvatus procleo,
“avanzo enmascarado”, que llevaba una vida oculta, dedicada exclusivamente a los
estudios); o Galilei, quien, al abjurar, prefirió salvar sus teorías de la censura de la
Inquisición; o Hegel quien, aun manteniendo una existencia anclada formalmente en las
instituciones, conservó en su pensamiento una radical distancia crítica con respecto a
las opiniones y a los prejuicios de su propio tiempo. Otros aun, como Antísten es, el
fundador de la filosofía círica, asumieron una posición intermedia, eficazmente
expresada al describir la relación que el filósofo debería mantener con la política:
comportarse de la misIna Taanera que con el fuego, es decir, hay que mantenerse a la
justa distancia, ni demasiado cercano como para quemarse, ni demasiado alejado,
como para sentir frío.
Sin embargo, no hay que juzgar el valor de las filosofías por la conducta personal de
los filósofos que las han elaborado. Quien es valiente suscita, naturalmente, mayor
simpatía humana con respecto a quien es cauteloso o “hipócrita”. El valor del
pensamiento filosófico debe ser buscado en las doctrinas y no (o no sólo) en las
acciones o en las opciones de los simples pensadores. Rousseau, por ejemplo, envió a
sus propios hijos al orfanato, pero es sobre todo el autor del Emilio, el más hermoso
libro de pedagogía que se haya escrito. Heidegger colaboró durante algunos años con
el nacional socialismo y pronunció un discurso, para nosotros infame, en ocasión de su
nominación como rector de la universidad de Friburgo, en 1933, pero el valor de
algunas de sus obras, como Ser y tiempo o Contribuciones a la filosofía, es indiscutible,
pese a que las mismas incluyan los gérmenes de ideas teórica y moralmente
discutibles. Se debe evitar, por lo tanto, una historia simplemente criminai de la
filosofía. Es un hecho que en la Edad Moderna cesa de ser perseguido como valor
absoluto la coherencia entre el pensamiento y la vida que propugnaba la Antigüedad -»
págs. 44-45).
33
PREJUICIOS . SOBRE LA FILOSOFIA

A menudo se escucha proclamar la inutilidad e ineluso-la peligrosidad de la filosofía por parte


de exponentes de ciertas franjas del sentido común o de científicos o técnicos o profesionales.
¿Qué pruebas sostienen estas opiniones? A diferencia de lo que ocurre con las ciencias
exactas o empíricas, se dice que, en más de dos mil quinientos años de vida, la filosofía no ha
conseguido realizar ningún progreso, no ha logrado acumular conocimiento, ni ha producido
sólidas bases para su desarrollo. Como en muchas nobles estirpes, las ramas de su árbol
genealógico han ido en búsqueda de destinos diferentes.
En efecto, de su tronaco han brotado tanto las ciencias específicas como las disputas no
concluyentes. Pero mientras las primeras —LIna vez alcanzado el éxito y la autonomía— han
vuelto la espalda a la familia de origen siguiendo adelante por su propio camino, los que se
consideran como sus legítimos descendientes, al insistir en las segundas, en cambio han
terminado por disipar, en cada generación, el patrimonio de conocimientos, consumiéndolo en
la construcción de edificios suntuosos pero inhabitables o en la puja entre opiniones por
naturaleza intrínsecamente inverificables.
Frente a tales objeciones, aparentemente irrefutables, algunos filósofos han teorizado
acerca de la muerte de la filosofía, del mismo modo que alguna vez se proclamaba la muerte
del arte uI, hoy, la de las ideologías y las utopías. Así, han presentado a la filosofía como una
disciplina siempre al borde de una crisis irreversible, de una catástrofe, de un suicidio
anunciado o la han definido, con las palabras del
35
‫صحبیعت‬
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.#
z

filósofo contemporáneo Jacques Derrida, como un “saber moribundo”.


¿Cómo podría, pues, a filosofía, en tal estado y con tales antecedentes, contribuir a la
solución de problemas reales y Comunes a todos?
¿UN SABER MORIBUNDO?
La respuesta puede venir sólo sinos liberamos de dos equívocos, que tienen raíces tan
profundas que asumen la forma casi descontada del prejuicio. El primer malentendido tiene que
ver con la génesis y=la esencia misma de la filosofía, que no puede ser uIn “saber moribundo”
por el simple hecho de que
no siempre ha pretendido ser un saber” (y como tal, por lo
tanto, nunca nació) y luego porque ha interiorizado la muerte desde el comienzo,
cuando intentó encontrar vías de salida para los dilemas morales que en la tragedia
griega quedaban, desde el punto de vista humano, declaradamente en suspenso y sin
respuesta. En efecto, desde sus orígenes socráticos, la filosofía se ha presentado
como saber Imayéutico, gapaz de posibilitar, pero no de generar, conocimientos
preeises, adqui
ridos de manera definitiva dentro de campos rigurosamente
delimitados. Luego se desarrolló como un saber hegeliana
mente acostumbrado al “reino de las sombras”, a conceptos que
aparecen primero como inconsistentes e inmateriales, pero que, en efecto, sustentan y
articulan de manera invisible nuestros modos de pensar, de representar, de imaginar y de
serltir. Las ideas son, en efecto, difíciles de captar, porque al no estar dotadas de dimensiones
corpóreas, del espesor y la tridimensionalidad de las cosas, no pueden mostrarse fácilmente.
Del mismo modo, en su conocimiento abstracto, no puede apelar a algún experimento que no
sea mental y, por tanto, su naturaleza es huidiza. Las ideas eonstituyen una especie de red
invisible, de transpareñte sistema de retarcrones, dotado de “nodos” irrepresentables de forma
sensible (cf. Hegel, 1968, I, 16), pero esenciales para el pensamiento. Para poder contemplar y
describir tal invisible mundo de ideas, el filósofo ha debido concentrarse sobre sí mismo (cfr.
Platón, 2000, 78 JD - 79 E) y comportarse como alguien que espera “oír la voz predilecta” sin
prestar atención a los rumores de fondo del mundo sensible (cfr. Plotino, V, 1, 12, 15-2 l) y de la
vida cotidiana. Sin embargo, pese a que a veces
36

i
elige volver la espalda a este mundo y sustraerse al “contagio de las vivencias
cotidianas por miedo a ser infestada por todo aquello que resulta confuso, casual,
individual e indefinible, la filosofía —desde Aristóteles en adelante—, en otras
tradiciones de pensamiento no ha renunciado al estudio de la sensibilidad ni por lo
general se ha negado (especialmente en el siglo XX) a atribuir dignidad teórica
intrínseca al mundo de la vida cotidiana (cfr. Aristóteles, 2002; Husserl., 1987; Husser,
Tĝ55 TT237764-765, 49, 580; Schütz, 1975; Schütz, 1979).
LA FILOSOFÍA COMO MEDIO

El segundo prejuicio tiene que ver con la utilidad de la filosofía. Con toda tranquilidad,
se puede afirmar que la filosofía no sirve para nada, que no es un medio para fines
simplemente útiles. Pero también es preciso agregar que hay otros elementos —como
la salud o la música de Mozart— que tampoco “sirven” para nada. Desde esta
perspectiva, la filosofía, que parece un lujo, resulta en cambio el bien más necesario.
Se parece a la vista, que no produce nada, pero que nos permite actuar y orientarnos
en el mundo: “Puesto que en verdad mantener los ojos cerrados, sin tratar de abrirlos
es lo mis nao que vivir sin filosofar; y el placer de ver todas las cosas que nuestra vista
descubre no es comparable a la satisfacción que da el conocimiento de aquellas que se
encuentran por medio de la filosofía; y, en suma, este estudio es más necesario para
regular nuestras costumbres y conducirnos en esta yída de cuántó o sea el empleo de
nuestros ojos para guiar nuestros pasos” (Descartes, 8-9).
Por otra parte, siempre es preciso preguntarse útil para gué? Un telescopio es 監 si 蠶 ਾਂ
mejor 禱 cráteres de la luna, pero no lo es si me propOngoy curar un resfrío. En este sentido, si
nos ponemos de acuerdo acerca de las palabras, también la filosofía es “útil”, no porque implique
ventajas inmediatas y tangibles, sino porque amplía los horizontes mentales y morales de los
individuos, transformándolos: “Es por lo menos exacta y perfectamente justo decir que “la
filosofía no sirve para nada”. El error consíste en creer que, con esto, cualquier juicio sobre la
filosofía sea concluyente. No obstante, aún queda por hacer un pequeño agregado, en forma de
pregunta: O sea, dado que no podemos hacer nada a respecto, en un último análisis, ¿acaso la
filosofía no estará
37

|
.‫* مفيتميتة‬#= ‫یی‬
más bien en condiciones de hacer algo por nosotros, en el supuesto que caso de que sigamos
empeñados en ella? (Heidegger, 1968, 23-24).
Para comprender las funciones y la relevancia de la filosofía probernos a realizar un
experimento mental, a imaginar cómo sería ni estro mundo sin ella. Entre otras cosas, no
tendríamos un sentido crítico tan desarrollado, no conoceríamos en la misma medida el empleo
de las armas de la racionalidad y de la duda, que nos ayudan a protegernos de los peligros
siempre acechantes de la intolerancia dogmática, de la prepotencia de autoridades indiscutibles
o de la superficialidad de creencias y opiniones no examinadas a fondo, Aunque la filosofía no
sea una ciencia rigurosa, aunque no oponga argumentos irrefutables, sino tan solo más
razonables que otros, contribuye a dar sentido a un mundo menos lacerado por la violencia y
los abusos, despeja el camino de las civilizaciones de muchos tropiezos o “problemas”.
LAS TAREAS DE LA FILOSOFÍA

Desearía aún señalar brevemente algunas de las razones que llevan a percibir a la filosofía
demanerainagecuada. Ha sido comparada, por ejemplo, con el imperio bizantino, en el sentido
de que pierde una proviracia tras otra en beneficio de las ciencias, las cuales salen de su seno,
pero pronto se emancipan de una tutela que se vuelve molesta. Esta imagen resulta
inapropiada, tan sólo porque expresa una concepción estática del saber, que no corresponde,
en conjunto, a práctica efectiva alguna: en efecto, los límites de las distintas disciplinas
cambian continuamente, así como el valor de paradigma asumido por cada una de las ciencias
frente a la filosofía (la matemática y la física en el siglo XVII; más tarde, la biología, la fisiología,
el psicoanálisis o la lingüística; en nuestros días, la inteligencia artificial o la antropología
cultural), Antes que a la imparable decadencia del imperio de Bizancio, las vicisitudes de la
filosofía son comparables —para emplear una Inetáfora tomada de la geología- al registro de
los movimientos tectónicos, por lo general lentos, pero a veces catastróficos” del globus
inteleccolis, los que manifiestan, no pocas veces, el sentido de las fracturás y de las colisiones
entre las grandes “placas” conceptüāTés en las que se sostienen tödas las civilizaciones. En
efecto, las culturas humanas experi
33

mentan incesantes transformaciones moleculares, que vuelven a traducir y a calificar sus


contenidos y sus formas, con un proceso análogo al de las enguas, las que inadvertidamente
se modifican (por lo demás, no habría un mundo vital humano si no existieran estos sistema
simbólicos que mancomunan a la especie tras la facultad de emitir sonidos articulados y
significantes). Los mapas mentales y emotivos —y con ellos el valor implícitamente atribuido a
personas, lugares e itinerarios— se transforman por tanto de manera generalmente lenta, pero
inexorable. Sólo en un cierto punto se producen o son advertidas las discontinuidades
“catastróficas”. De este modo, a través de las generaciones, se consagran instituciones y
espacios nuevos o se desacralizan y se olvidan antiguos ídolos y lugares de culto.
Algo análogo, pero con mayor conciencia de las implicaciones, ocurre en el campo de las
ideas. Precisanente en estos períodos de acentilada crisis, la filosofía desarrolla su taréa. más
importante: rediseña críticamente las variaciones del mapa de sentido, orienta nuevamente a
los individuos con respecto a los continuos cambios de posición de las ideas y los valores,
destruye modos de pensar y de representar irladecuados, sectarios o mentirosos.
Siempre se piensa poco en el hecho obvio de que incluso el término philo-sophia remite a un
específico lazo entre conocimiento y amór (en sentido no psicológico), que excluye no sólo la
plena posesión del saber, siño la transformación del amor en posesión. Juntos, conocimiento y
amor instituyén una búsqueda que, por definición, habrá de permanecer incumplida, consciente
de una carencia que no se puede colmar, de la inagotable necesidad de responder a renovadas
búsquedas de sentido. Esto ocurre no porque los filósofos sean masoquistas o amen lo
incompleto, sino porque cada persona, cada generación y cada civilización se encuentra
obligada a retornar desde el principio los problemas de fondo, dentro de un horizonte
determinado por los instrumentos de comprensión y de juicio de los que dispone (comenzando
por el lenguaje y las tradiciones). Si no quiere retroceder o fosilizar. se, la filosofía tarrabién se
halla obligada a responder a los desafíos mediante las innovaciones y las transformaciones de
cuanto -heredado del pasado— ha permanecido irresuelto. Por tanto, se conserva sólo si no se
estanca, si no se en-durece en forma de saber cristalizado y definitivo, si se mantiene abierta,
salvaguardando las conquistas logradas en la cohe
፶፭ f`
‫يستحدي‬
t
‫ו‬
rencia y la fidelidad a su rol, el de ampliar en todos los hombres a esfera de la
universalidad, de la sensatez y de la participación en la “vida buena”. Sin embargo, esto
no significa que aspire a formas excepcionales de conocimiento, por principio alejadas
de la ciencia, a fulgurantes iluminaciones interiores, a visiones místicas (como la
representada por la “intuición intelectual”, mediante la cual se podría captar con un solo
golpe de vista la articulada complejidad de lo real) o que, al contrario, se adapte para
convertirse en mera retórica de persuasión, en arte de sacerdotes, profetas, abogados
o de vendedores ambulantes (cfr. Rossi, 27). De las ciencias, con las que siempre ha
estado en contacto, conserva el admirable impulso hacia el conocimiento y la “verdad”.
EL TRABAJOSO CAMINO
¿ÍA CHA | A VER}}.& i)

Si la filosofía no regala recetas de inmediato éxito, si no alcanza resuitados que puedan


considerase como definitivos, esto también depende del hecho de que la verdad se
encuentra dividida y limitada, y que cada uno sólo posee inevitablemente una parte de
ella (cfr. Jaspers, 39). Por esto, la historia de la filosofía, con la sucesión y el
enfrentamiento de las ideas, presenta, a primera vista, un lado trágico, bajo forma de
una serie de desencuentros y refutaciones recíprocas entre los filósofos —» págs. 97-
101). No obstante, esto no implica que la filosofía sea reducible a opiniones con
Lrapuestas y equivalentes, sino tan solo que la misma es lucha, competencia, campo
de bataila, conquista incesante de verdades cada vez más complejas, pero siempre
limitadas, expuestas a la duda, revocables, en parte. Bajo ese perfil, la filosofía es un
ave fénix, ya que siempre renace de sus propias cenizas (Husserl., 1987, 358; Merleau-
Ponty, 2003, 7). El filósofo debe, por tanto, demostrar la imposibilidad de dar cumplida
razón de todo, combatir la presunción, la erudición por sí misma y el saber que adopte
una autoridad indiscutible. No debe, por lo tanto, atemorizarse por cometer “parricidios
intelectuales”, yendo, llegado el caso, contra los propios maestros y contra el saber
tradicional en general, a la manera del joven Sócrates, quien se atrevió a enfrentarse
con Parmé.nides, “padre venerando y terrible” (cfr. Curi, 44, 17). Al mismo tiempo, aun
conciente de su parcial comprensión, la
()

filosofía no debe renunciar a la búsqueda de la Verdad, sin desesperar de su existencia, a la


manera de la gran tradición filosófica antigua y medieval, Inovida por la idea de una vis veri,
que impulsa naturalmente al hombre hacia ella, así como guía al animal hacia su madriguera.
De ello también da testimonio Dante, quien así se expresa:
lo veggio beri che già mai non si sazia nostro intelletto, se i ver non lo ilitzstrc: di fuor cial qual nessun
vero si spazia.
Posasi in esso come fera in litstrat, tosto che gittnto l’fha; e gitigner pòlio,
se non, ciascun disio sarebbe frustra”
(DANTE, Pctrctdiso, IV, 124-129)
Bien veo que nuestra inteligencia no quedará satisfecha si no a ilumina aquella verdad fuera de la cual
no se difunde ninguna obra.
En cuanto ha podido alcanzarla, descansa en ella como la fiera en su cubil; y puede indudablermente
conseguirla; de lo contrario, todos nuestros deseos serían vanos.]
Pero, este “deseo”, el deseo de alcanzar la verdad, ¿es suficiente para alcanzarla? Y,
además, ¿la verdad es tan resplandeciente como para que todos a vean? La encíclica de Juan
Pablo II Veritatis Splendor implica, precisamente, que la verdad sea evidente por sí misma (y si
no le es, la fe viene en su ayuda). Pero quien no está en condiciones de verla, ¿es, por lo tanto,
teórica y moralmente ciego o dal tónico? La cuestión no resulta fácil de resolver, signada conno
está por el riesgo de caer, por un lado, en el escepticismo nás pilatesco y, por el otro, en el
potencial abandono del terreno de la racionalidad. Tal vez todavía tenga razón Aristóteles,
cuando observa en la Metafísica que “la búsqueda de la verdad bajo un cierto aspecto es difícil,
mientras que bajo otro es fácil. Una prueba de esto se encuentra en el hecho de que es
imposible para el hombre captar de modo adecuado la verdad y que es igualmente imposible
Ino captarla del todo: en efecto, si uno puede decir algo con respecto a la realidad y si, tomada
en su individualidad, esta contribución agrega poco o nada al
41
conocimiento de la verdad, de la unión de todas las individuales contribuciones deriva un
resultado considerable” (Aristóteles, 1997, If, 993 a-b). La verdad, nunca completa, nunca a
Usente, se encuentra siempre en marcha: revela, cada tan Lo, lo que estamos en condiciones
de captar, pero lo hace en un doble sentido: lo descubre y lo vela de nuevo para poderir más
allá de lo que se ha aprendido.
Sigue siendo válido lo que sostenía Heráclito a propósito del saber oracular: “El señor que
está en Delfos Apolol, no dice ui esconde, sino que da señales” Heráclito, frag.93 DK). El
conocimiento de la verdad también apunta a tin más allá de sí mismo, remite a ulteriores
búsquedas. Resulta casi un milagro —como recordaba Einstein- el hecho de que “lo
incomprensible de la naturaleza es que lleguemos, al menos en parte, a comprenderla”. Por
eso no debe entristecernos el no poder conocer la verdad en su totalidad, no debemos deplorar
la linmitación de nuestra razón: sería como renunciar a emplear nuestras propias piernas por la
añoranza de Ino poseer alas (cfr. Locke, 1, 29).
Justamente, porque la búsqueda de lo verdadero es una empresa colectiva, la filosofía debe
enfrentarse en forma continua con una realidad en la que estamos incluidos. La misma “no
puede ser el diálogo solitario del filósofo con la verdad, el juicio emitido desde la altura sobre la
vida, sobre el mundo, sobre la historia —como si el filósofo no forrnarc parte de ellos- y, por
otra parte, ésta no puede subordinar la verdad interiormente reconocida a una instancia
externa” (MerleauPonty, 1958, 40-41). En este sentido, el filósofo debe estar, paradójicamente
dentro y fuera del mundo, compartir la suerte de todos los demás individuos, portadores
también ellos de paradojas y contradicciones: “Cada hombre tiene, en Sí, pies, paradojas que
le son reprochadas a la filosofía. Quitarle a la filosofía sus paradojas es como negar la vida”
(ibíd., 80). Con la diferencia —cabe agregar- de que la filosofía no se tiInita a verificar su
existencia, sino que busca constantemente hacer de ellas una razón y superarlas.
CONVERTIF. "-- LA VTEDA
o * r - ‫ میسا‬۹ .‫ماتیسم ية‬r‫ ی‬v, 、すご 1 . ۹ ‫دعي | با نام رسمی گبره سی‬
*

A lo largo del pasado, la filosofía ha procurado transformar la vida de los


individuos. En efecto, el conocimiento no era considerado como un fin en sí
mismo. Incluso a pura confemplación tenía por objetivo el máximo de felicidad
en el marco de una vida deseable (Cambiano; Hadot, 1998 y 2001) si bien, por
lo demás, para algunos filósofos lo importante era precisamente el deseo de
generar el acto del conocimiento (cfr. PIotino, V, 6, 5, 9). Aun admitiendo que la
filosofía debía enseñar a despegarse de la limitación de la propia casual
experiencia para elevarse hasta una visión más vasta, ofrecida por la común
pertenencia de los hombres al logos, a la razón o al lenguaje, la elección del tipo
de vida no constituía algo accesorio. La coherencia entre la propia conducta y
las ideas profesadas era as esencial para quien aspiraba : convertirse en
filósofo. No existía, portanto, oposición alguna entre teoría y praxis, entendidas
en el sentido moderno, porque la decisión de vivir para la contemplación era el
resultado de una deliberación y de la puesta en acción de las propias ideas y
convicciones. La filosofía tendía, pues, a formar, antcs que a informar, a carnbiar
la dirección del alma antes que a aumentar los conocimientos, a cambiar la vida
o, al menos, una vida: la propia (en este sentido tenía carácter personal, no se
orientaba a una universalidad abstracta, como en las universidades modernas,
donde los filósofos, convertidos en una suerte de funcionarios del Estado, deben
desarrollar programas estándãFTpaTTSUIS estudiantes). -
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LA BÚSQUEDA DE LA SABIDURÍA Y IDE fA FELICITAL
El sabio antiguo, griego y romano, tenía como modelo por un lado la imperturbable serenidad
de los dioses olímpicos y por el otro la búsqueda sin fin de uña perfección considerada
inalcanzable, pero no por eso no digna de ser perseguida. Una búsqueda similar inaplicaba la
aproximación de la propia vida al modelo elegido y el control de los progresos logrãdos gracias
a ejercicios espirituales que consistían —por ejemplo— en mejorar la propia aplicación al
estudio o la práctica de determinadas virtudes, en llevar una especie de diario donde se
asentaban las etapas cumplidas, se ponía en guardia contra eventuales fracasos o se
espoleaba a sí mismo y a los demás para el logro de ulteriores metas (clásicos del género son
las Cc y fas a Lucilio de Séneca y los Recuerdos de Marco Aurelio). Siguiendo el ideal del
filósofo como “escultor de hombres” (Simplicio, XXIII, línea l63), los representantes del
estoicismo romano, en particular, llevan a cabo cotidianos esfuerzos para plasmarse a sí
mismos como estatuas, bajo forma de verdaderas obras de arte. Dannos tanta importaIncia a
los vestidos o a la forma de una lámpara -argumentan-- y, en cambio, raramente pensamos en
cambiar y perfeccionarnos a nosotros mismos o a la sociedad. Para hacer esto no es necesario
soñar con grandes empresas: “Y no esperar la justa Ciudad de Platón; te debe bastar con una
cosa; un poco de mejoramiento, incluso mínimo” (Marco Aurelio, IX, 29). Tades ejercicios
espirituales no se realizan en vista de la salvación de la propia alma —como sucederá más
adelante con San Ignacio de Loyola, que se inspirará en ellos—, sino para desarrollar las
propias potencialidades humanas, para darse a luz nuevamente a sí mismo a través de la
inteligencia y la voluntad, realizando actos de continua autoregeneración y autosubversión.
asado indicaban el camino hacia la consecución de la felicidiad (cfr. Aristóteles, 1966,
VIII, 1-3; Aristóteles, 1973 a, 1177 b; Gastaldi). En contraste con la vida política y con la
dedicada exclusivamente al placer y a la riqueza, algunos de ellos se encaminaban
hacia una sabiduría alcanzable mediante la sola razón humana y la educación de las
pasiones y los deseos. Al menos por cuestión de principios, toda la filosofía clásica se
orientaba a convertir la vida, a indicar el camino del
| Al ofrecer el modelo de “vida más deseable”, los filósofos del
[3
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individuo para lograr la felicidad y la autonomía. Sólo más adelante —cuando en los albores de
la edad moderna el conocimiento comenzó a ser buscado en tanto tal—, a menudo la vida del
individuo fue abandonada a sí misma. Empeñada en una espasmódica competencia con las
ciencias matemática y físicas, cuyos merecidos éxitos eran evidentes, la filosofía —luego de
ser complacida con el oficio de juez c, latere de los legítimos límites entre lo conocido y lo
ignoto- renunció finalmente a la pretensión de cambiar la vida, al advertir la dificUltād de
Grientarla, por la falta de evidenciasigualmente fuertes como la de los nuevos saberes o stocks
de fe igualmen
te organizados como los de las Iglesias. Con el advenimiento
de la revolución científica moderna —y en competencia con ella— sólo algunos filósofos, como
Giordano Bruno, continuaron manteniendo la coherencia entre la propia doctrina y la
propia vida —» pág. 333. .‫شد‬
En cambio, muchos otros transformaron la filosofía. de sabiduría en saber que no tiene otro
fin... que el ulterior incremento del propio saber Abandonada por una razón que #o éñcuéntra
en ella suficiente rigor “geométrico”, la experiencia de los individuos y la vida que le está
asociada corrieron el riesgo de retrotraerse a un estado selvático, de convertirse en fácil presa
de autoridades indiscutibles, a ser objeto de opiniones no lo suficientemente reflexionadas o
receptáculo de confusas esperanzas, de pasiva resignación y de expectativas políticas
mesiánicas. El individuo fue entonces tentado a buscar refugio en su propia interioridad,
ahuecada para servir como resguardo contra las incertidumbres, las asperezas y los fastidios
de la dimensión pública. Ante los bien cultivados campos de la razón científica, el terreno de la
vida aparece Córñoñó cultivado, ahogado por hierbas y zar

zas. A medida que él pensamiento se afinaba, la vida se volvía


más ajena a sí misma, signada por un destino dominante o transformada en un charco
estancado.
EL PENSAMIENTO FILOSÓFICO
ENTRE AC UAl IDAD E INA ''UA. Ll DA) -

Cuando la existencia se empobrece y las instituciones parecen lejanas y ajenas,


TafilóSöfía se enfrenta con la conciencia de los hombres, dispuesta a prestarles
su ayuda, para sanar
o cicatrizar sus heridas, para mostrar là posibilidad de un
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#
cambio, para indicar salidas seguras. Con la difusión de la monocultura de los modelos de
racionalidad que quieren
, imitar a las “ciencias duras”, retroceden los reclamos de
sentido sobre la vida mejor, la coherencia con las propias ideas. También por esto, los
filósofos modernos pueden separar su existencia de la doctrina profesada: al ser
encontrado en un burdel por el rector de su universidad, quien se asombró de que un
profesor de filosofía moral frecuentara semejantes lugares, Max Scheler respondió
tranquilamente que los filósofos son como los carteles viales, que indican el camino,
pero en ningún sitio está éSCITEó que se deba recorrerlos.
Estas son las premisas remotas de los calambres mentales y morales que nuestra cultura
continúa sufriendo. La filosofía contribuye a resolverlos. El actual retorno de interés por esta
disciplina acaso nazca —como se ha señalado- también de la oscura percepción de sus
potencialidades, del hambre de sen
fido que se difunde en zomàs que la ciencia no tràta y quèla
religión seguramente afronta, imponiendo sin embargo el peaje de la fe. Pero surge también del
rechazo al fast food intelectual distribuido por los medios de difusión masiva (diarios, revistas,
televisión, Internet) y del cansancio subsiguiente al ocaso de las ideologías dominantes,
cuando el mundo estaba dividicio en dos bloques contrapuestos. En momentos en que
acontecimientos e instituciones tienden a descargar en los individuos responsabilidades
inéditas, a la filosofía le es atribuida de nuevo la función de eliminar o de alentar, en el plano
teórico, los vínculos antiguos y nuevos,
que inmovilizan y frenan el pensamiento y la existencia. Su
lugar natural no está constituido, pues, por las nubes, sino precisamente por una tierra de
nadie, eolocada en medio de
los physika y ios nga sa EFFEITEŘtre la actualidad y la inactualidad, donde a su
saberle es negada la transformación en una ciencia como la matemática, que trata
sobre entes inmutables, o de la física, que tiene que ver en lo sustancial con la materia
carente de historia, o su afianzamiento en zonas donde la racionalidad pierde sus
derechos.
Las grandes obras filosóficas se benefician con la ventaja producida por su escaso
“éxito”: el paso del tiempo no las envejece. Siempre mantienen la actualidad o —lo que
es lo mismo— la inactualidad. Por eso, los escritos de Platón, Aristóteles, Descartes,
Spinoza, Leibniz, Kant, Hegel, Husserl o Wittgenstein están hoy más vivos y son más
“jóvenes” que los de la mayor parte (o quizá de todos) de los filósofos contem
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poráneos: “En filosofía no existen predecesores ni sucesores” (Hegel, 1971, 11). Sólo las
filosofías mediocres reflejan su propio tiempo, mientras que las grandes filosofías lo vuelven
inteligible, tanto a los tiempos siguientes como a los precedentes. Algo parecido ocurre en el
campo artístico: por el solo hecho de haber nacido después, Virgilio no supera a Ho-mero,
Racine a Sófocles, Picasso a Giotto o Schönberga Beethoven. En efecto, “si se presta atención
a su esencia, la filosofía no progresa. Marca el paso siempre en su lugar, pensando siempre lo
mismo. Progresar, es decir, avanzar desde un lugar, es un error que acompaña siempre al
pensamiento como la sonibra que proyecta” (Heidegger, 1995, 63). Por esto, en filosofía
existen autores ejemplares, cuya enseñanza, aun sin atravesar indemñésTâs barreras del
tiempo y conteniendo partes caducas, mantiene en algunos puntos toda su fuerza, al igual que
uIn resorte oprimido que aún no ha descargado todo su potencial.
Al reabrir el juego, las grandes filosofías empujan hacia el futuro antes que hacia el
pasado (desde distintos puntos de vista, consúltense también Heidegger, 1968, 54;
Heidegger, 1989, 79 y cfr. Curi, 8). Dado que renacen y vuelven a florecer con cada
estación, no existe en las filosofías ningún progreso
lineal, sino tan solo una continua metamorfosis. Tampoco
representan la expresión de verdades eternas; son, precisamente, tanto actuales como
inaetuales, están dentro y fuera del tiempo. La filosofía (contemporánea de la tragedia
griega) tiene más de dos mil años, pero no los demuestra. Las ideas de los grandes
filósofos transponen, en efecto, los contextos de los que han surgido y a los individuos
que las han expresado. La historia de la filosofía constituye por eso un recurso, una,
especie de caja de caudales del que extraer dinero líquido, para invertir prudentemente
en nuevos proyectos, en sugerencias para pensar el propio tiempo, pero no en modelos
o fórmulas bellas y listas para usar.
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