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ANTÍGONA: HISTORIA Y DRAMA

GERSON STEPHEN GÓEZ GONZÁLEZ

FILÓSOFO
UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA

1
“La tragedia es la
representación de una
expiación, pero no es la
mísera expiación de un
sistema Ático en rompimiento
con una estructura social,
organizada por bribones, para
necios. La figura trágica
representa la expiación del
pecado original y eterno de
esta figura y de sus
compañeros de infortunio: del
pecado de haber nacido”.

Samuel Beckett.

2
A María Eugenia González, mi madre; Alba
Rosa Quintero, mi abuela; y mis
agradecimientos al profesor Jairo Alarcón.

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TABLA DE CONTENIDO

Pág.

RESUMEN ............................................................................................................... 6

PRÓLOGO............................................................................................................... 7

INTRODUCCIÓN ................................................................................................... 14

ACLARACIÓN A LAS FUENTES ...................................................................... 17

1. ESTRUCTURA DEL DRAMA ......................................................................... 20

2. EL DRAMA DE ANTÍGONA .......................................................................... 33

3. EL PAPEL DE LOS ORÁCULOS ................................................................. 44

4. LOS CONTRARIOS: ELEMENTOS DE LA DYNAMIS TRÁGICA .............. 52

5. EL ORDEN ...................................................................................................... 60

6. LA CONDICIÓN HUMANA ............................................................................. 68

7. EROS ................................................................................................................ 85

8. LA HERENCIA MALDITA .............................................................................. 97

9. LA POSTERIDAD .......................................................................................... 109

GLOSARIO .......................................................................................................... 122

GENEALOGÍA TEBANA .................................................................................... 125

LA POSTERIDAD DE EDIPO........................................................................... 126

4
BIBLIOGRAFÍA ................................................................................................... 127

BIBLIOGRAFÍA SECUNDARIA ......................................................................... 131

REVISTAS ........................................................................................................... 135

CIBERGRAFÍA .................................................................................................... 137

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RESUMEN

Platón en el Fedro 245a, y en el Lisis 214a, reconoce a los poetas como


“padres de nuestro saber”, y esto se debe al profundo conocimiento que
los mitos contienen en sí, plasmado magistralmente en el teatro gracias al
ingenio poético de los tres maestros de la tragedia griega, Esquilo, Sófocles
y Eurípides.

La tragedia griega era desde antaño (y sigue siendo), un referente


importante para la reflexión filosófica; prueba de ello son la amplia cantidad
de interpretaciones que sobre las obras conservadas, y la búsqueda de
más, que termina revelando unos cuántos fragmentos, de este género
poético, que han habido y muy seguramente continuarán habiendo.

El objeto de estudio del presente trabajo es la condición humana en la


Antígona de Sófocles, drama que la contiene en su vastedad; dicho tema
se presta para el análisis de otros subtemas de gran relevancia para el
estudio de esta obra, como los son el destino y la libertad, los contrarios,
el Eros, la historia, etc.

Palabras clave: prudencia, oráculo, libertad, Eros, maldición, orden,


esperanza, Hado.

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PRÓLOGO

La Antígona de Sófocles es a lo largo de la historia, una de las tragedias


del arte teatral clásico griego más conocidas. Compuesta no sólo en y para
su época, la Atenas del siglo V a.C., sino también, sin saberlo, para la
posteridad, pues aún en los tiempos actuales su contenido permanece
vigente. La grandeza del gran poeta lírico nacido en Colono, tierra amada a
la que le dedica una obra al final de su vida, el segundo de sus “Edipo”,
el Edipo en Colono, pieza de gran belleza literaria e importancia para la
saga familiar del ciclo Tebano, que se completa con Los siete contra Tebas
de Esquilo, aunque varía y en ciertas partes da más información, con
Eurípides.

Cargada de un profundo sentimiento poético, Antígona, la obra de la lucha


y vida eterna, contiene en sí y lega a la posteridad el enfrentamiento dual
de dos poderes, por un lado, el de los derechos divinos, dados por los
dioses al hombre para con el hombre, encarnados en Antígona y
defendidos por ella; y por otro, las leyes humanas, dadas por el hombre
para él mismo con el Estado, representadas e igualmente protegidas por
Creonte.

Frederich Nietzsche en su estudio sobre la tragedia griega, habla de la


conjunción perfecta de dos espíritus, el Apolíneo y el Dionisiaco, como
elementos constitutivos del drama Ático. La fuerza de la razón, de la
mesura, del arte, contenida en la divinidad solar, que por sí sola lleva una
vida carente de emociones, totalmente enclaustrada en la ciencia, y que
deviene al hombre de ésta, en comunión con el poder festivo, orgiástico del

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dios del vino, que por su cuenta es un puro barbarismo, devino el Coro, y
por ende la tragedia. El Coro es un personaje dual, pertenece a la obra
como la voz conjunta del pueblo, actuando como tal en ella, y a la vez es
un espectador, un adorno externo a la acción dramática, que comenta,
explica, modera, da continuidad a la historia.

Esta obra que no deja de fascinar a las diferentes épocas y mentes que la
conocen, tiene demasiadas temáticas y problemas dignos del análisis más
minucioso posible. Encarnando lo que podría verse como el espíritu
dionisiaco de la historia, está la joven Antígona, la niña rebelde, que lucha
por defender las leyes no escritas de los dioses, pero plasmadas en todos
los seres humanos; mientras que por el otro lado, está el gobernante a
cargo, Creonte, representación de la pura razón apolínea, enfocada a la
política. La lucha entre estos dos personajes tan opuestos, desencadena en
desgracia, pero tal y como al final de su existencia, el racionalista
Eurípides, asesino de la tragedia para Nietzsche, optó por escribir una obra
dedicada al dios Dionisio, y como el final de la vida del Caballero Hidalgo,
su fiel escudero terminó por dejarse seducir por el encanto de su ser, se
“quijotizó”, así mismo, el firme rey termina siendo seducido por el encanto y
la razón de su oponente.

La pugna entre los contrarios sostiene y da movimiento a la obra trágica;


en una época donde la mujer no gozaba de muchas libertades, surge la
Antígona de Sófocles, como expresión de la libertad. El carácter de la
joven, su lucha, su historia, circundada por elementos que reflejan un
sentimiento “precristiano”, llama la atención a la vez que forja los senderos
para una vida en cuya esencia sus palabras, determinación y acciones,
retumban. Antígona es poesía, es su voz, es revolución, es su carácter; sin

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ella no habría ninguna de las dos en la obra, y después de ella, como dice
José María Pemán en su prólogo a la traducción realizada para la editorial Salvat,
“la literatura”. Creonte es la voz del orden, de la ley, su regente y juez,
sin él no habría lucha en la historia, y, después de él, “el derecho político”.
La dualidad de estos dos seres opuestos entre sí, forja las líneas de la
vida que todo ser comparte consigo y con su prójimo ante el Estado.

La piedad o compasión que Ismene expresa ante su hermana capturada,


deseando acompañarla en su castigo; la lucha solitaria de Antígona por
defender los derechos de su hermano a ser sepultado, mientras carga con
el peso de una maldición heredada de antaño, como un “pecado original”;
el drama de un gobernante que busca perdurar en el poder, y que es
desafiado por una fuerza menor, que logra aplastar, aunque éste crece
hasta absorberlo; el dolor de un amante sin su amada, y de una madre
sin sus hijos; todo esto refleja la condición humana, la misma que
magistralmente Sófocles pudo concentrar en una obra en la que en cada
una de sus páginas, de sus palabras, en cada uno de los hechos y
sucesos, no puede lograr menos que maravillar a un lector, y ante una
buena representación como debió de ser en su momento y se espera
lograr en la actualidad, a un espectador.

Amor, noción complicada y con pocas evidencias al interior de una obra


como Antígona; ciertamente es un Eros el que guía a la joven en su
accionar, visto por escuelas del pensamiento como la psicoanalítica, como
un deseo incestuoso, como una pulsión de muerte para Lacan, pues para
él, Polinices es el objeto del amor de su hermana, de su deseo, y ya para
él, todo deseo es pulsión de muerte, es por ello que Antígona la busca;
es, en la propuesta que en este escrito y muchos autores hacen, sin entrar

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en críticas, algo que, aunque no niega ni priva al lector la posibilidad de
interpretar el amor de la niña, como lo ve el psicoanálisis, en realidad es
más inocente, más puro, porque es un Eros fraternal que busca el bien
para el ser querido, su debido entierro, el restablecimiento de su honor.
Carecen los personajes de la Antígona de un Eros de ensueño, la
magnificencia de la obra no necesita de estos romanticismos de novela;
cada personaje ama, a su manera, pero ama. Ismene y Hemón reflejan
más fácilmente este sentimiento, inclusive de ello da cuenta el Coro; de
Ismene, cuando se presenta en escena llorando por su hermana; de
Hemón, con el canto que hace al Eros, tomado por los interpretes de ello,
como una oda dedicada al joven enamorado, propuesta que en este trabajo
se expone de otra manera, a saber, que Eros no es algo tan particular
que aguarda hasta el final de la obra para aparecer en ella por el joven
amante, sino más bien algo general, que todos los personajes poseen, en
mayor o menor media, y además, tiene carne y hueso, no de hombre, sino
de mujer, pues las características de este terrible conquistador de los
corazones humanos se ven explicitas en el ser de Antígona. Por su parte,
sin duda, porque no puede quedar excluido, está Creonte, el gobernante
rígido, que sólo expresa su Eros al final de la historia, cuando la desgracia
se cierne sobre él, como su desdichada esposa también lo hace, en los
breves momentos en que aparece en escena, y en especial, cuando está
fuera de ella.

Difícil es Eros de exponer, más en una obra donde los personajes parecen
no sentirlo, pues la ambigüedad de su ser se presta perfectamente para
ello, tal y como sucede con la moral.

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Destino o libertad. El edicto contra Polinices, mencionado al final de Los
siete contra Tebas de Esquilo, dúdese o no de su autenticidad, pero ahí
está, es comunicado por Antígona a su hermana Ismene al comienzo de la
historia, en el Prólogo. Ante el rechazo a darle apoyo a su causa, Antígona
decide obrar sola, inicia la lucha por el hermano, el enfrentamiento con el
Hado, el destino. Si la decisión es vista como una muestra de libertad,
aunque ello se puede cuestionar, las expresiones que pretenden la vida,
sobrevivir, de Ismene, y la muestra de que ella sobrevive, puestas en tela
de juicio por las palabras previas de su hermana a ser enterrada viva, al
afirmar que ella es la última descendiente viva de su padre (v. 895 y 941),
sin que se conozca realmente qué sucede con su hermana, son muestra
de que el destino trágico de la familia puede ser evitado, de una libertad a
partir de la prudencia que aunque sin duda termina, como es el caso de
Antígona y sus familiares muertos, sucumbiendo al destino, por lo menos
se presenta la búsqueda y una opción o posible solución, al interrogante
por la sumisión o no al implacable e inmodificable Hado, acompañada de
otra noción igualmente fascinante, vinculada con el origen prometeico del
ser humano, la esperanza.

La historia y sus variantes, difícil de sistematizar y unir en una sola


redacción, por las diversas versiones que de ello hay, fascinantes por ello,
pues de ser simplemente un mito, con un sólo rostro, importante, más no
trascendente, no sería tan comentado y expuesto por diversos autores
antiguos.

La forma de su composición dramática, que refleja el genio poético de un


hombre tan virtuoso como lo fue Sófocles, exaltado por sus
contemporáneos, estudiado y amado aún hoy en día, capaz de plasmar en

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su Antígona, algo tan valioso como lo es la condición humana, llena de
sentimientos, virtudes, dogmas, todo esto y mucho más, en ese complejo
ser, cargado de máscaras y prejuicios, llamado hombre. La condición
humana en su vastedad fascina increíblemente al autor de este trabajo,
está abarcada en este maravilloso mito, -y en general pero en menor
medida, en los demás-, hecho drama, que goza de la forma del teatro y
deleita con su representación. El temor a la muerte, a yacer insepulto, al
destino, la búsqueda de la libertad (el deseo de ella), el amor, la moral, la
historia, los intereses, las leyes, las costumbres, la justicia, son algunos de
los temas que ocupan el pensamiento del ser humano y que llenan su
condición de ser arrobado al mundo. La pregunta por el hombre, el qué es,
ocupada también por el pensamiento de los griegos, y formulada por ellos
mucho antes de la cuestión antropológica, derivada de la triple pregunta
Kantiana por el qué se debe hacer, el qué se puede conocer y el qué se
cabe esperar, fue expresada maravillosamente por la Esfinge, cuando ante
sus posibles víctimas, cantaba su inmenso interrogante: “¿qué ser provisto
de voz es de cuatro patas, de dos y de tres?”, siendo ello, el hombre. De
todos los temas mencionados algunos cuentan con un capítulo dedicado a
ellos, los demás, no carentes de importancia, también son tratados, en un
menor espacio sí, pero en lo posible, con la mayor claridad, concisión y
respeto, son expuestos.

Maravilla eterna es, sin duda, el enigma por el ser, incognoscible por su
gran complejidad, tema especial y principal de este trabajo, por estar
magnamente plasmado en la obra de Antígona, en el pensamiento de este
autor cautivado por ella, más que en ninguna otra, de ahí que este escrito,
tan difícil de articular y redactar por la indecisión inicial sobre cuál era el
tema más importante o mejor para trabajar, haya visto la luz, la

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reconciliación y solución, a partir de ello, la condición humana; de ahí que
también todo lo demás, todos los temas, lleven a ella.

Estas y más, como se ha dicho, son algunas de las temáticas que de esta
obra se desprenden, y que pueden ser analizados, lo cual, página tras
página, se pretende hacer con la mayor claridad, no sólo del lenguaje, sino
de la exposición misma de los problemas a lo largo de su desarrollo, tal y
como lo hace el gran poeta vencedor en la batalla de Salamina en torno
al año 480 a.C., contra los Persas, posiblemente a la edad de 17. Esta
batalla, posterior a la de las Termopilas, donde ocurrió el famoso y valioso
enfrentamiento de Leónidas y sus espartanos contra Jerges y sus persas,
en pro de la libertad de Grecia, representó eso, la liberación de un pueblo,
de una cultura, que nos fue heredada para nuestra gran fortuna, así
mismo, Antígona, cuando se revela contra ese inmenso poder, y muere,
pero vence, revive en la historia la batalla final de los espartanos y su rey,
como también la victoria de la que Sófocles pudo ser participe, al lado de
Esquilo, en Salamina, de una fuerza pequeña contra una mayor, por la
libertad, razón y gloria del ser humano y de las eras venideras. De esta
manera, la unión de Grecia para esta batalla, y posterior a ella, la lucha
de una niña Antígona y de un joven Sófocles, retumban en la obra y en el
poeta de Colono, así como también en nosotros, pues la historia de la
joven refleja la naturaleza humana.

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INTRODUCCIÓN

La misión de trabajar una obra dramatúrgica tan ampliamente estudiada por


diversas escuelas del pensamiento, más que redundar sobre sus temas y
conclusiones, es proponer una visión en lo posible nueva, que tal como la
obra, forme parte de un conjunto que, en la medida de que la dificultad
del trabajo y de la pretensión misma lo permita, sea una.

Para lograr tal fin, en los primeros capítulos se realiza una exposición de
la construcción dramatúrgica de la obra, detallada en todo lo posible; la
traducción que sirve como texto guía, aunque se han consultado otras, es
la de Assela Alamillo, elaborada por ella para la editorial Gredos, aunque
para los fines del comienzo de este trabajo, tan pretensioso, hubo que
elaborar un Glosario que aparecerá al final de este estudio, y que gracias a
la compañía de otras traducciones elaboradas con su respectiva exposición
de la estructura dramática, en comparación con las definiciones ofrecidas en
este Glosario, sirvió, luego para corroborar las variantes en las
presentaciones del corpus de la tragedia, como las ofrecidas por Julián
Motta Salas y por Jean y Mayotte Bollack, -ajustándose la de estos dos
últimos más que la de Assela Alamillo a lo que es la división adecuada de
la composición de la obra y los intereses de ésta, acordes con el
significado y orden de las partes que la componen-, para organizar la más
correcta presentación de la estructura dramática de la obra, que se expone
en los primeros capítulos de este trabajo.

Se continúa con una reconstrucción histórica de la familia, en dos capítulos,


elaborada con una amplia exposición de notas al margen, sin llevar la

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pretensión de presumir erudición, sino más bien con la finalidad de
presentar lo que en el texto y la linealidad de su lectura no puede
agregarse, como lo es el exponer algunas de las variantes míticas que
sobre el mismo tema hubo.

Los siguientes cinco capítulos del trabajo presentan, con una intención muy
difícil de cumplir, varios de los problemas que se encuentran en la tragedia,
congeniando en muchos casos las interpretaciones ofrecidas con las de
antaño, aunque también rechaza en varios casos a las mismas tradiciones
del pensamiento, sin entrar en conflicto con el desarrollo de este estudio, ni
violar el texto base por servir a intereses hermenéuticos.

Concluyendo con la obra se abre un capítulo adicional que ofrece al lector


el conocimiento de lo que se siguió a la familia, que por las tragedias
conservadas, se puede pensar que termina allí, que no tiene más
descendencia, pero que según historiadores y mitólogos posteriores, de la
Grecia y Roma antiguas, perdura. Aunque la parte que se expondrá es la
de la descendencia directa de Edipo, pues ésta se divide en dos a partir
de Autesión, quien tiene dos hijos, un varón llamado Cresfontes Teras,
cuyo linaje será el que se expondrá en este capítulo final, por ser, como
se ha dicho, el directo de Edipo, pues el otro corresponde a los
descendientes de Argea, hermana de Teras, cuyos descendientes, por ser
ella mujer, necesariamente pierden el vínculo directo con el hijo de Layo,
aunque tendrán gran influencia en la historia de sus parientes lejanos,
como se mencionará en su momento.

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Se siguen, para concluir, dos árboles genealógicos, uno para la familia
conocida hasta las tragedias, más sus ancestros que se remontan hasta las
divinidades, y otro para lo que se sigue a la familia, su posteridad no
conocida, bien porque no se haya escrito una obra, o varias al respecto,
algo muy poco probable, dada la información que sobre ello se tiene por
historiadores y mitólogos, por lo que es más posible que sencillamente no
se hayan conservado los textos. Cabe agregar al respecto que hay ciertos
familiares que se agregarán en el primer árbol genealógico, como Electra,
hermana de Cadmo, según Pausanias; e Ilirio, hijo de Cadmo, según
Apolodoro, cuya información sólo es expuesta por estos autores.

Finalmente, la bibliografía, cuidadosamente dividida entre bibliografía


principal, bibliografía secundaria, revistas y enlaces de internet, que sirvieron
respectivamente como fuente de información para la elaboración de este
trabajo.

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ACLARACIÓN A LAS FUENTES

Redactar adecuadamente un texto no es tarea sencilla, más aún cuando


una de las pretensiones es dar cuenta, de manera ordenada y clara, de
toda una historia narrada por distintos autores, y por ello variada.

Son tres capítulos, dos forman parte de la historia conocida, de la cual dan
cuenta en parte los tragediógrafos; el tercero, parte de una historia
lamentablemente perdida, es construido a partir de los datos históricos
proporcionados por historiadores reconstructores del mito, y por ello
mitólogos, antiguos.

Además de lo narrado por Esquilo, primer tragediógrafo conocido como tal,


que configuró el género, pese a que los orígenes de éste se remontan a
otros personajes griegos, como Tespis; Sófocles, gran promotor de El Ciclo
Tebano, aunque no el único, pero sí el más importante, por la sencillez y
el gran encanto poético de su narrativa; Eurípides, tercero, por edad y
reconocimiento de entre los tres grandes del teatro griego; que sirvieron,
indudablemente como base primordial e indispensable para la construcción
de los dos primeros, de tres, que narran la historia de la familia de La
casa de Tebas; además de ellos, para la elaboración coherente de una
reconstrucción histórica, sirvieron como base autores posteriores como
Apolodoro, Pausanias, vitales para la redacción de dichos capítulos, y casi
los únicos y principales del tercero; Ovidio y Diodoro, entre otros más
recientes, en menor medida.

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Del tercer capítulo, como se ha dicho, sus principales testigos, cuyo
testimonio permite conocer lo posterior a lo conocido de El Ciclo Tebano,
son Apolodoro por su Biblioteca, y Pausanias por su Descripción de Grecia,
en varios de sus libros.

La narrativa de estos tres capítulos, dos que están al inicio de este trabajo,
y uno que está cerca del final del mismo, está excedida de notas al pie
de página, que dan cuenta de lo que en el texto como tal no podría tener
lugar sin afectarlo. La lectura de estos capítulos, en especial de los dos
primeros, por lo desconocido del tercero, que sólo exigen la debida
referencia del lugar u obra de dónde salió, puede ser hecha perfectamente
sin ver las notas, ellas están ahí como base enciclopédica e informativa de
otras variantes del tema a tratar. Por este motivo, el trabajo a exponer
queda eximido de la mirada maliciosa de un juez crítico, que piense en
que la intención del autor es presumir erudición.

Vale decir, que como regalo, la información genealógica en las notas al pie
de página de estos tres capítulos, es recogida en dos árboles genealógicos,
separados debida y cuidadosamente, como las fuentes de donde son
extraídos.

En los capítulos posteriores, libres de cualquier intención de reconstruir y


narrar una historia, porque ya se ha hecho en los capítulos mencionados,
la cantidad de notas disminuye abismalmente, sólo aparecen en la medida
de lo justo y de lo que la memoria puede dar cuenta en el momento de la
redacción, pues las bases bibliográficas que se consultaron también es
extensa, para aclarar algún dato, o informar de que lo dicho no es una

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revelación del autor, sino que también hay otros pensadores sobre el tema
que lo han notado.

Tómense entonces, estimado lector, las notas al pie de página, su exceso


y carencia de ello, como algo bueno; dispénsese a su autor, si su
intención, por su incapacidad de incorporar lo dicho en cada nota al
margen en el texto como tal, para no afectarlo con datos que son
contradictorios, pero, que con el deseo de dar cuenta de ello, las agrega
como notas marginales para que quizá, sólo quizá, ante la posibilidad o
imposibilidad del lector, eternamente indefinido y posiblemente nunca
conocido, de leerlas sin que afecten su comprensión, enriquezca su
conocimiento al respecto, siendo ello algo grato para este autor, quizá
tedioso para aquél que no puede ignorarlas sin afectar su comprensión,
quedándole vedado el valorar la intención aquí expuesta.

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1. ESTRUCTURA DEL DRAMA

Antígona está compuesta por un prólogo (1-99); un párodo (100-161) con


anapestos (110-116, 127-134, 141-147, 155-161); cinco episodios (162-331;
384-581; 631-780; 806-943; 988-1114), con anapestos los primeros dos y el
cuarto (155-161, 526-530, 817-822, 834-838, 929-930), más un kommós
(806-875) y un épodo (876-882); cinco estásimos (332-383; 582-630; 781-
805; 944-987; 1115-1154), con anapestos los primeros tres (376-383, 626-
630, 801-805), el quinto estásimo es un hipoquerma que hace las veces de
estásimo; un éxodo (1155-1352) con un kommós (1261-1276), y un epílogo
(1347-1353).

Prólogo 1-99

Inicia a la madrugada del día siguiente en que ambos hermanos, Polinices,


uno de los siete comandantes del ejército Argivo, y Eteocles, rey de
Tebeas y uno de los siete comandantes del ejército Tebano, se dan mutua
muerte en combate. A raíz de esto, Creonte se convierte en el nuevo rey,
y ordena que Eteocles, que murió en defensa de la ciudad, sea enterrado
con todos los honores, mientras a Polinices, que murió como un traidor,
asediando a su tierra madre, le condena a permanecer insepulto, para que
los perros y las aves rapaces le devoren; de igual modo, prohíbe que lo
lloren. A raíz de este edicto, Antígona convoca a su hermana Ismene para
que hablen fuera del palacio, donde luego de contarle lo que piensa hacer,
apelando a la lealtad familiar, le pide que la acompañe en su obrar,
enterrar al condenado; pero Ismene, perfecta personificación de la esencia y
posición de la mujer Ateniense de la época, se rehúsa a ayudarla,

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intentando convencerla de desistir de sus intenciones, en vano, cuando
luego de apelar a la memoria (v. 49-57), expone la condición de ambas y
su posible destino (v. 58-64), lo cual, sólo consigue molestar a Antígona,
quien ve en las palabras de su hermana pretextos que le producen
desafecto, y que decide ignorar para continuar con sus intenciones.

Párodo 100-161 (Anapestos 110-116, 127-134, 141-147, 155-161)

Compuesto por dos estrofas y dos antistrofas, narra, en voz del Coro, que
se presenta desconociendo el edicto de Creonte, el regocijo que se siente
por la reciente victoria de Tebas frente a Argos el día anterior al actual,
mientras piensa ir de noche a celebrar dionisiacamente (v. 148-154).
Además de ello, se mencionan los símbolos patrios de ambas tierras en
disputa, de Tebas, el dragón, de Argos, el águila, más una primera alusión
a Creonte como nuevo rey (v. 155-158).

Primer episodio 162-331

Se presenta Creonte como nuevo rey de Tebas, luego de salir del palacio
rodeado de su escolta, éste, apelando a la lealtad civil, contraria a la
lealtad familiar a la que Antígona apela ante su hermana, agradece al Coro
por la misma que ha tenido con los antiguos gobernantes (v. 165-174), y
luego de exponer en su discurso, de una manera sublime, su profunda
sabiduría del poder, del gobernante (v. 175-183), donde trata la importancia
del bienestar público sobre el privado, informa al Coro, hasta entonces
ignorante de su edicto, sus deseos de enterrar honrosamente a Eteocles, y

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dejar insepulto a Polinices, para que sea devorado por los perros y las
aves de rapiña. Aunque no está de acuerdo con la decisión de Creonte, el
Coro lo acepta, sumiso.

A continuación, se presenta un Guardián, quien, tras mucho vacilar, por


temor a las consecuencias, se presenta ante Creonte y le informa de las
malas noticias, que alguien desconocido esparció un polvo seco, fino, sobre
el cadáver de Polinices, y le rindió los debidos ritos (v. 245-247),
marchándose sin dejar huella. Esto enfurece a tal punto a Creonte que
cree que unos conspiradores que están en contra de él y de su decreto,
financiaron tal acción. Luego de exponer su pensar frente al dinero y sus
consecuencias en y para el ser humano (v. 295-303), despide al Guardián,
amenazándolo con que nada bueno le espera a él y a sus compañeros, si
no descubren pronto al transgresor de la ley contra Polinices; acto seguido,
Creonte acusa al Guardián de haberse dejado sobornar, por lo que ambos,
confrontando sus posturas, se defienden y critican, algo de lo que el
Guardián sale bien librado, entregándose al final, al destino y la merced de
los dioses (v. 327-331).

Primer estásimo 332-383 (Anapestos 376-383)

Dedicado el Coro a exaltar al ser humano por sus mañas, el ser más
asombroso de cuanto existe, capaz de gobernarlo todo, aunque
inmediatamente resalta que pese a sus mañas, es incapaz de escapar a la
muerte; que posee grandes habilidades, inimaginables, que puede encaminar
al bien o al mal, condenando a este último, el que obra mal, al destierro,

22
deseando que nunca le acompañe: “¡que no llegue a sentarse junto a mi
hogar ni participe de mis pensamientos el que haga esto!” (v. 373-375).
Después, el Coro manifiesta su dolor, luego de reconocer a Antígona,
capturada por el Guardián.

Segundo episodio 384-581 (Anapestos 526-530)

Antígona es expuesta por el Guardián, quien narra cómo y qué hizo para
capturarla, a la vez que se atribuye todo el mérito, ante Creonte; éste
último le pregunta a la joven si tiene conocimiento del edicto que
recientemente decretó, recibiendo no sólo una respuesta afirmativa, sino
también una magistral defensa (v. 449-452), para su obrar, sintiendo pesar
de no hacerlo. A raíz de esto el Corifeo exalta su carácter en relación con
sus orígenes, lo cual molesta a Creonte, que encuentra ahora dos faltas en
Antígona, violar la ley y estar orgullosa de ello, lo que lo aferra más en su
decisión de no ceder, pues perdería poder, virilidad (v. 484-485), frente a
un ser política y socialmente inexistente.

La historia continúa y ninguno de los dos, Creonte y Antígona, cede; la


joven sigue revelando su carácter, piensa y obra distinto a los demás (v.
510-511), porque afirma haber nacido para amar, no, como su opuesto,
para odiar (v. 523).

A continuación, Ismene es traída por dos esclavos; ella, sufriendo por la


situación de su hermana, se atribuye una parte de la culpa, con el fin de
compartir el destino de Antígona, aunque ésta, firme en su decisión, le

23
niega tal posibilidad, pues obró sola y no quiere que ahora Ismene se
atribuya algo que no hizo, por amar sólo de palabra, no de acto, lo que
para Antígona no es amor (v. 543). Ismene obra así por temor a quedar
sola (v. 548 y 566), pero al serle negado esto, opta por defender a
Antígona, apelando al hecho de que es la prometida de Hemón, hijo de
Creonte (v. 568), lo que también hace el Corifeo (v. 574), en vano, pues la
decisión está tomada, la ley debe cumplirse y Antígona debe morir; por
ello, sin más, Creonte ordena encerrar a las hermanas, confiando en que
presas, les es imposible huir, pues “incluso los más animosos intentan huir
cuando ven a Hades cerca de su vida” (v. 580-581).

Segundo estásimo 582-630 (Anapestos 626-630)

Compuesto por dos estrofas y dos antistrofas, narra con dolor, cómo se
pierde la esperanza de terminar con la maldición de los Labdácidas, al
estar Antígona condenada, un destino que sólo terminará cuando todos los
descendientes de Edipo mueran. Aunque no se menciona a Creonte, se
hacen muy sugerentes las críticas a éste, cuando, mediante una sentencia
se dice: “lo malo llega a parecer bueno a aquel cuya mente conduce una
divinidad hacia el infortunio, y durante muy poco tiempo actúa fuera de la
desgracia” (v. 622-625).

Los dioses juegan un papel muy importante al ser los guías, conductores
sin tregua, hacia el infortunio, la consumación del destino de una maldición.
Se anuncia la presencia de Hemón.

24
Tercer episodio 631-780

Se presenta Hemón ante su padre, con la intención de salvar a Antígona,


en ello se refleja la gran pericia de Sófocles, al poner en voz de Hemón,
no a un amante dolido, desesperado y molesto, por el destino que Creonte
ordena para Antígona, sino, a un joven tranquilo, cauteloso en su hablar,
pues procura ser respetuoso y fiel a su padre, mientras, con sutileza lo
critica e informa de la situación en que se halla la ciudad, la cual apoya a
Antígona.

La sutileza y el apoyo de Hemón, en un inicio hacen sentir a Creonte


orgulloso, pues continúa creyendo que su causa o proceder es el correcto,
el justo, porque Antígona ha obrado con anarquía, el peor de los males (v.
672-677), y que su hijo, a pesar de estar comprometido con la joven, no
ha perdido la cabeza por amor a ella, sino que apoya a su padre, lo cual
para Creonte es lo que se debe hacer, pues “al que la ciudad designa se
le debe obedecer en lo pequeño, en lo justo y en lo contrario” (v. 666-
667).

A causa de la férrea decisión de Creonte a ceder y perdonar a Antígona,


y del empeño de Hemón en interceder por ella, Creonte comienza a ver un
enemigo en su hijo, se siente amenazado, y responde a ello con
amenazas. Ante esta conducta de Creonte, Hemón, enfurecido, sale
precipitadamente.

25
Acto seguido, el Corifeo pregunta a Creonte si aún pretende dar muerte a
ambas hermanas, respondiendo este último que no, sólo a Antígona,
ocultándola viva “en una pétrea cueva, ofreciéndole el alimento justo, para
que sirva de expiación sin que la ciudad entera quede contaminada” (v.
774-776), confiando que con ello, la joven entienda que “es trabajo inútil
ser respetuoso con los asuntos de Hades” (v. 780), mostrando así su falta
de respeto y desafío con los dioses infernales, más, un cambio en su
decisión frente a la manera de castigar a la niña, prefiriendo en vez de
lapidarla públicamente, como antes había decretado hacer con quien
transgrediera su ley (v. 36-37), enterrarla viva y alimentarla, para así, tanto
él como la ciudad queden libres de culpa.

Tercer estásimo 781-805

Compuesto por una estrofa y una antistrofa, es un bello canto donde se


exalta y evoca a Eros, sus capacidades y alcances; el amor como la
fuerza que enloquece a quien lo posee y, como el culpable de la disputa
entre Hemón y Creonte, por la joven transgresora de la ley; todo producto
de Afrodita.

El Coro siente lastima por Antígona, dirigiéndose a su encierro pétreo.

Cuarto episodio 806-943 (Anapestos 801-805, 817-822, 834-838, 929-930;


Kommós 806-875; épílogo 876-882)

26
Este episodio está compuesto de dos partes; la primera, es un Kommós en
donde Antígona, dialogando con el Corifeo, se lamenta por su vida y
destino; esta parte llega hasta el verso 882, y está constituida por tres
estrofas y tres antistrofas, con anapestos, más un épodo. En esta parte,
Antígona, conducida por dos esclavos, le comunica a los ciudadanos de
Tebas que se dirige a su destino, pero que irá viva al Hades, “a la orilla
del río Aqueronte”, sin casarse. En ello, se compara con Níobe. Aunque el
Coro intenta consolarla, hablándole de la forma en que se dirige al Hades
y de la fama de que goza y gozará pues, “aún muriendo es glorioso oír y
decir que has alcanzado un destino compartido con los dioses en vida y,
después, en la muerte” (v. 817-822 y 836-838).

Ahora, cerca de entrar en la tumba pétrea, Antígona lamenta su destino y


el de su familia, la maldición y lamentos renovados, su nacimiento, la boda
de su hermano, y su muerte en vida sin casarse; recibiendo un extraño
consuelo del Corifeo, porque aunque éste le reconoce respeto por su
piedad, le dice que no se puede transgredir la autoridad del gobernante, y
que ella obró impulsivamente.

Como despedida, Antígona manifiesta que nadie la acompaña en su dolor,


deplora su destino, ni la llora.

En la segunda parte, sale Creonte del palacio, ordena el pronto encierro de


Antígona, y manifiesta su pureza y la de su familia, frente a la joven
mancillada. Por su parte, Antígona, evitando hablar de Ismene, se presenta
a sí misma como “la única que queda de las hijas de los reyes”; justifica

27
su obrar frente al fallecido, insepulto, pues sólo habría hecho lo que hizo
por él porque , “si un esposo muere, otro podría tener, y un hijo de otro
hombre si hubiera perdido uno, pero cuando el padre y la madre están
ocultos en el Hades, no podría jamás nacer un hermano” (v. 908-912), un
hermano del que además antes ha dicho a su hermana, que ama y la
ama, y a quien debe honrar pues se pasa más tiempo con los muertos
que con los vivos. Por esto, y aunque por obrar con piedad es juzgada
como impía, Antígona comienza a cuestionarse, desde su obrar y su
castigo, hasta a quién puede apelar, concluyendo que si obró en contra de
los dioses, admitirá su error, de lo contrario, maldice, les desea un mal
semejante al suyo a sus verdugos; después es encerrada.

Cuarto estásimo 944-987

Está compuesto por dos estrofas y dos antistrofas, donde, con Antígona
encerrada, el Coro compara a los miembros vivos de la Casa real de
Tebas, con antiguos personajes de sangre real, lo cual nos ofrece no sólo
una visión presente, sino también, una visión anticipada de lo que sucederá
a la familia.

Quinto episodio 988-1114

Entra Tiresias, guiado por un joven. Se presenta ante Creonte, quien hasta
ese momento ha confiado en el buen juicio del adivino, mas, ello cambia
una vez que el anciano le comenta las malas noticias, de un funesto
destino que se aproxima a raíz del edicto proferido, y de su empeño en

28
sostenerlo porque, con ello el nuevo rey ve en el anciano a un mercenario
que obra en contra suya, en favor de los injustos, pidiéndole que
recapacite pues todos erramos, pero es de sabios, sensatos, corregir, y
ordena por ello el entierro de Polinices, pues no sirve castigar a un
muerto, y, vaticinando grandes y terribles desgracias, como que pronto,
Creonte, a raíz de su error para con Antígona y su hermano, pagará por
sus muertes con uno de sus hijos; asimismo las Erinias, poderosas e
infatigables vengadoras del Hades, lo acecharán, lo harán sufrir, y poco
después, las ciudades cuyos cadáveres tuvieron el destino que Creonte
decretó para Polinices, permanecieron insepultos para ser devorados por los
perros y las aves de rapiña, se aliarán contra él. Dicho todo lo anterior,
Tiresias, ante la obstinación a ceder por parte de Creonte, decide dar por
terminado el acalorado discurso que sostuvo con éste, y marcharse para
que así el insensato obre según su voluntad, y así aprenda al sufrir.

Se presenta el Corifeo, anunciando la partida del adivino, recordando que él


nunca predijo falsedades.

La presencia del Corifeo y sus palabras tienen un efecto hasta ahora no


logrado, y en apariencia imposible, hacen que Creonte recapacite, pues, con
dolor, frente al dilema de la situación de hecho, entre sufrir o ceder, decide
pedir consejo al Corifeo, quien le aconseja lo mismo que Hemón y Tiresias,
enterrar a Polinices y liberar a Antígona (v. 1100-1101), pronto, pues los
dioses castigan rápido (V. 1103-1104).

Se presenta ahora un Creonte distinto, agobiado, que desiste de su orden,


porque “no se debe luchar en vano contra el destino” (V. 1106), y ordena

29
tomar hachas e ir donde yace Polinices, mientras él se dirige donde
Antígona para estar presente en su liberación del mismo modo como lo
estuvo en su encierro; un Creonte que ahora, cambiando de opinión, de
creencia, teme que “lo mejor sea cumplir las leyes establecidas por los
dioses mientras dure la vida” (v. 1113-1114). Antígona se convierte
entonces en la gran vencedora.

Hipoquerma o quinto estásimo 1115-1154

Compuesto por dos estrofas y dos antistrofas, es un canto alegre, donde


se invoca al gran dios de la festividad, que habita y protege la ciudad de
Tebas, Baco (Dionisio), como purificador, expiador, de la desgracia (v. 1137-
1154), advirtiéndose con ello un gran contraste entre la situación actual del
Coro con el de antes, cuando pensaba invocar a Dionisio, pero para
celebrar la reciente victoria de la ciudad de Tebas (v. 148-154). Aunque el
canto está motivado por el arrepentimiento de Creonte, al decidir enterrar a
Polinices y liberar a Antígona, es muy tarde ya, la catástrofe se aproxima.

Éxodo 1155-1353 (Kommós 1261-1276; Epílogo 1347-1353)

Se presenta un mensajero, portador de malas noticias, para informar que


Hemón se ha suicidado por causa de su padre. Aparece Eurídice, esposa
de Creonte y madre de Hemón, escucha que algo malo ha sucedido, no
tiene idea de qué fue, pero quiere saberlo sin importar de qué se trate. El
Mensajero accede a repetir lo dicho, sin omitir detalle; le dice a la reina,
que acompañó al rey hasta lo alto de la llanura, donde yacía aún

30
destrozado por los perros, sin obtener compasión, el cuerpo de Polinices (v.
1196-1198); le suplicaron a Hécate y Plutón que contuvieran su cólera,
fueran piadosos, lavaron el cuerpo con agua purificada, cremaron lo que
quedaba de él y le cubrieron con un túmulo de tierra.

Luego de rendir honores al cuerpo de Polinices entran a la cueva donde


está encerrada Antígona. Creonte escucha la voz de su hijo, y ordena a
los Criados revisar si es él en efecto. Tras revisar, encuentran a Antígona
muerta, de una manera similar a su madre, suicidada por ahorcamiento, y
a su prometido a su lado, vivo, lamentando lo sucedido, pero, una vez que
observa a su padre, le escupe e intenta asesinarlo con su espada, mas,
como falla, enfurecido consigo la usa para suicidarse. Agonizando, estrecha
en un abrazo a Antígona y muere a su lado, hecho que pudo haberse
evitado, si Creonte hubiera ido en primer lugar a liberar a la joven, como
había dicho, en vez de desviarse para rendirle los ritos funerarios al
cadáver de Polinices.

Sin pronunciar palabra tras escuchar al Mensajero, Eurídice se retira, entra


al palacio. Este silencio de la reina inquieta al Corifeo, quien ve en ello
algo funesto. Aunque igualmente inquieto, el Mensajero piensa algo
diferente, que la reina se retiró a sufrir sola su perdida, y ya que goza de
cordura, no cometerá un error, aun así, propone al Corifeo entrar al
palacio, para despejar las dudas.

Aparece Creonte, y con él, se inicia un diálogo compuesto por tres estrofas
y tres antistrofas donde, él mismo se culpa por todo, por sus errores y por
la muerte de su hijo, pero también culpa a un dios por su crueldad y

31
desgracia, la misma que aumenta una vez que el Mensajero regresa del
palacio, portando la noticia de la muerte de Eurídice, por mano propia,
hiriéndose con un cuchillo bajo el hígado, maldiciendo a su esposo antes
de morir. Este último golpe destroza a Creonte, quien sin más, pues lo ha
perdido todo, quedándole sólo la culpa, sintiéndose como nadie, desea que
lo lleven lejos, pidiendo repetidamente la muerte, sin encontrar consuelo
pues, el Mensajero lo culpa por todas las muertes, y el Corifeo, le dice
como primera de dos sentencias, que no suplique “ahora nada. Cuando la
desgracia está marcada por el destino, no existe liberación alguna para los
mortales.” (v. 1337-1338). Como segunda, y que se podría denominar como
la máxima de la obra, que “la cordura es el primer paso de la felicidad.
No hay que cometer impiedades contra los dioses. Las palabras arrogantes
de los que se jactan en exceso, tras devolverles en pago grandes golpes,
les enseñan en la vejez la cordura” (v. 1348-1353).

32
2. EL DRAMA DE ANTÍGONA

Descendiente de Cadmo y heredera de la maldición de los Labdácidas, de


La Casa de Tebas, Antígona, en compañía de su hermana Ismene,
constituye la última ramificación maldita de la descendencia de Edipo, en
unión con su esposa y madre Yocasta.

El drama de Antígona se remonta mucho más atrás de la historia que lleva


su nombre, escrita por Sófocles; va más atrás del suicidio por ahorcamiento
de su abuela y madre Yocasta, y del enceguecimiento y destierro de su
padre y hermano Edipo, en Edipo Rey1; de la dramática y misteriosa
muerte del mismo en Edipo en Colono; del mutuo asesinato de sus dos
hermanos, Eteocles y Polinices, en aquella querella en donde los ejércitos
de Argos, comandado por Polinices, y de Tebas, bajo el mando de
Eteocles, se enfrentaron, narrado por Esquilo en Los siete contra Tebas,
cuyos sucesos, aunque brevemente informados en la historia de Antígona
(v. 100-154), constituyen el eje central sobre el cual gira toda la historia de
la joven.

El drama de Antígona se remonta mucho más atrás de dichos


acontecimientos, lo hace hasta Agenor, semidiós, hijo de Libia2 y Poseidón,

1
Su nombre original es Edipo tirano ( oσς ηύραννoς), porque en griego, la palabra
Týrannos guardaba ambos significados, el de rey y el de tirano, como gobernante, así se
ve por ejemplo en Homero, cuando en la Odisea XVIII 85, se refiere a Équeto.
2
Libia es hija de Épafo, hijo de Zeus e Ío, y de Menfis, hija de Nilo; hermana de Tebe,
de la cual se deriva el nombre de Tebas, y de Lisianasa. Con Poseidón además de
Agenor, tiene a Belo.

33
cuya hija, Europa, fue seducida por Zeus, quien tomando la forma de un
toro blanco la llevó hasta la isla de Creta, donde se unió a ella luego de
revelarle su identidad, concibiendo como fruto de dicha unión a Radamantis,
Minos3 y Sarpedón. Ante la desaparición de Europa, Agenor envía a sus
hijos, Fénix, Cílix y Cadmo en su búsqueda, prohibiéndoles regresar sin
ella; en ello además les acompañan su madre Telefasa, y Taso, hijo de
Poseidón, pero al ser incapaces de lograr su cometido deciden no regresar
a su hogar, y en cambio se establecen en diferentes regiones, cuyos
nombres llevan: Fenicia, por Fénix; Cilicia, por Cílix; mientras que, Taso,
Cadmo y su madre, vivieron en la región de Tracia, donde, en una isla,
Taso fundó una ciudad con su nombre4. Tras la muerte y posterior entierro
de Telefasa, Cadmo va al oráculo de Delfos5 para consultar por su

3
Tras vencer en una lucha con sus hermanos por el amor de un muchacho llamado
Mileto, hijo de Apolo y Aria, aunque tal vez haya sido por Atimnio, hijo de Zeus y
Casiopea. Luego de la muerte de su padrastro Asterio, Minos se convierte en rey de
Creta y se casa con Pasífae, hija de Helios y Perseide, con quien concibe cuatro hijos,
Deucalión, Androgeo, Glauco y Catreo, y cuatro hijas, Acale, Jenódice y Fedra, Ariadna,
con quien se casa el héroe Teseo, asesino de Asterio, no el padre adoptivo de Minos,
sino el llamado Minotauro, que significa “el toro de Minos”, hijo fruto del amor zoofílico de
Pasífae con un toro, en castigo de Poseidón a Minos por no sacrificar al bello animal que
la deidad le otorgó con la promesa de aquél de sacrificarlo en su honor y que lo afirmaba
como rey. Derrotados, Radamantis, más tarde, huye a Beocia y desposa a Alcmena tras la
muerte de su esposo Anfitrión, con quien en una misma noche luego de acostarse con su
esposo Anfitrión, concibe a Ificles, y con Zeus disfrazado de Anfitrión, a Heracles; Mileto
por su parte, funda una ciudad con su nombre en Caria; Sarpedón gobierna en Licia, tras
aliarse con Cílix en la batalla contra ellos (Apolodoro: Biblioteca III 1,2-3; Robert Graves:
Los mitos griegos, I: 88. Minos y sus hermanos). Tras su muerte, Minos gobierna en el
Hades como uno de los tres jueces, en compañía de su hermano Radamantis, que es
otro juez.
4
Apolodoro, Op. Cit., III 1.
5
El Oráculo de Delfos era el santuario más famoso e importante de Grecia; era tal su
importancia, que, además de ser muy citado en las tragedias, se le consideraba incluso
como el ombligo del mundo, como se puede ver en Los siete contra Tebas de Esquilo (v.

34
hermana; luego de consultarlo, éste le responde que cese de su búsqueda
pues no la hallará, en cambio le aconseja fundar una ciudad, justo en el
punto donde una vaca, que debía hallar y seguir, que porta el signo de
una luna llena en cada uno de sus costados, cayera agotada. Donde cae
el animal, Cadmo, obedeciendo al Oráculo, funda una ciudad, Tebas, donde
erige una imagen de Atenea, pero que, buscando agua sagrada para
sacrificar al animal en honor a la diosa, envió a sus hombres, sin saberlo,
a un terrible destino, pues casi todos perecieron al ir por el agua a la
fuente de Castalia, perteneciente a Ares, custodiada por un Dragón6, al que

746-747). Este oráculo estaba regido por Apolo. Sobre este oráculo de Apolo, hay tres
versiones, una de Esquilo, que narra que perteneció antes a la titán Gea, “la primera
adivina”, después a Temis, su hija, y por último a Febe, otra de sus hijas, que le
obsequió el oráculo a Apolo cuando nació (Esquilo: Euménides 1-9); la segunda, es de
Pausanias, que, aunque concuerda con Esquilo en que perteneció primero a Gea, agrega
que ésta nombró como su profetisa a Dafnis o Dafne, una de las ninfas que viven en el
monte, enamorada de Apolo, de la que se deriva la función del Laurel en el culto de esta
deidad, pues la etimología de Dafnis o Dafne significa “Laurel”, (una de las dos ramas,
pues la otra es el olivo, con que se coronaba a los mensajeros que traían buenas
noticias, como se puede ver en Edipo rey (v. 84); el laurel era colocado en los altares por
los suplicantes y retirada de allí una vez que su suplica era satisfecha; también, era el
árbol sagrado de Apolo); difiere en dos cosas, en la primera, que es la tercera versión,
cita un poema de Museo, hijo de Antiofemo, llamado Eumolpia, donde se dice que el
oráculo era compartido por Gea y Poseidón, cuyo servidor en los oráculos y profecías era
Pircón; en la segunda, en que Temis, es la que es la que le entrega el oráculo a Apolo,
y que éste le dio a Caluria a Poseidón, a cambio de su parte del oráculo. (Pausanias:
Descripción de Grecia X 5,5-6).
6
Apolodoro, Op. Cit., III 4. Según Ovidio, no es un dragón, sino una gran serpiente de
piel azulada, coronada por una cresta de oro, hija de Ares, de ahí también la furia del
dios contra Cadmo, con su cuerpo lleno de veneno, ojos ardientes, tres lenguas y tres
filas de dientes, más un cuerpo tan largo como “el de la serpiente que separa la Osa
Mayor de la Osa Menor” (Ovidio: Metamorfosis III 26-130). El dragón, sin mención de su
posible parentesco con Ares, como guardían de la fuente, es mencionado por Pausanias
en Descripción de Grecia IX 10,5. Independiente de si hay o no relación familiar entre la

35
más adelante en venganza por sus hombres, Cadmo asesina, por lo que
Ares furioso exige un castigo para el verdugo de su Bestia, siendo Cadmo
condenado a servir durante un año perpetuo, equivalente a ocho años7, al
belicoso dios. Antes de ser condenado, tras haber asesinado al Dragón de
Ares, Atenea le aconseja a Cadmo que entierre los dientes de la Criatura,
de los que nacen los Espartos (Espartanos), u hombres sembrados8, de los
cuales sólo sobrevivieron cinco tras una intensa batalla fratricida: Udeo,
Peloro, Hiperenor, Ctonio y Equión9.

Luego de cumplir con su castigo, Cadmo se casa con Harmonía, diosa, hija
de Ares y Afrodita, boda a la que asisten todos los dioses10 y de cuya
unión nacieron cuatro hijas, Autónoe11, Ino12, Ágave13 y Sémele14, y dos

bestia y la bélica deidad, Eurípides en las Fenicias 931-936, dice que esta última odia a
los Cadmeos por la muerte del reptil.
7
Apolodoro, Op. Cit., III 4,2.
8
Eurípides: Fenicias 938-941. De estos dientes del dragón, Atenea guarda algunos, que
son los que más adelante, en el mito del Vellocino de oro, sembrará el héroe Jasón,
como parte del desafío impuesto por Eetes, padre de Medea y Rey de Colcos, con la
promesa de entregarle el Vellocino.
9
Apolodoro, Op. Cit., III. 4,1; Pausanias, Op. Cit., IX 5,3. También Ovidio habla de esto,
con la diferencia de que él sólo menciona de los cinco Espartos, a Equión, (Ovidio, Op.
Cit., III 26). Equión será el esposo de Ágave, una de las hijas de Cadmo y Harmonía, y
a su descendencia, tres generaciones más adelante, pertenecerán Creonte y Yocasta.
10
Pausanias, Op. Cit., III 18,12; Eurípides: Fenicias 822.
11
Autónoe tiene con Aristeo, a Acteón, Criado por el centauro Quirón y adiestrado por el
mismo en el arte de al caza, fue devorado por sus perros al ser convertido en ciervo por
haber visto desnuda a Artemisa mientras se bañaba. (Ovidio, Op. Cit., 138-252; Apolodoro,
Op. Cit., III 4,4; Pausanias, Op. Cit., IX 2,3). En la misma parte referida de Apolodoro, el
autor expone otra versión de la historia, la de Acusilao, para el cual la muerte de Acteón
no fue producto de Artemisa, sino de Zeus, furioso porque el joven pretendía a Sémele;
mientras que Pausanias, igual, en la misma parte citada, mencionando la versión de
Estesícoro de Hímera, concuerda en una parte con la segunda versión planteada por

36
Apolodoro, dice que Acteón murió para impedir su boda con Sémele, pero no por obra de
Zeus, sino de Artemisa, y no convertido en ciervo, sino cubierto con una de dicho animal,
por la diosa. Por otra parte, según Eurípides en las Bacantes 339-342, dice que el motivo
de tan cruel final para Acteón, se debió a que se jactaba de ser mejor en la caza que
Artemisa.
12
Ino, esposa de Atamante, tuvo de él dos hijos, Learco y Melicertes, muertos a manos
de su propio padre; es una deidad marina también llamada Leucótea; protege a Dionisio
de la furia de Hera; convenció a su esposo para que sacrificara a sus dos hijos, Frixo y
Hele, nacidos de su anterior esposa, Néfele, mas, antes de ser sacrificados, son salvados
por un carnero con la piel del vellocino de oro enviado por Zeus (Pausanias, Op. Cit., IX
34,5 y 7); como deidad es alabada, incluso, en el camino desde Étilo hasta Talamas, hay
un santuario de ella y un oráculo, al que se consulta durmiendo, y en ello, en sueños, la
diosa revela todo lo que se quiere saber. (Pausanias, Op. Cit., III 26,1).
13
Ágave, hermana de Sémele, es una de las bacantes, las mujeres que rinden culto al
hijo de su hermana, Dionisio, guardando además, los secretos de dicho culto con alto
recelo, hasta tal punto, que Ágave es capaz de asesinar a su propio hijo, Penteo,
enloquecida por Dionisio, como castigo por espiarlas en medio del ritual, y por ser impío
con la deidad. La manera de asesinar de las Bacantes, aunque es bastante cruel, está
perfectamente relacionada con la muerte del mismo dios al que rinden culto, pues
descuartizan a su víctima, del mismo modo en que la deidad adorada lo fue de bebé.
Sobre este tema, Eurípides escribe una tragedia, Las Bacantes, también lo hace Teócrito,
en su poema con el mismo nombre, Las Bacantes; al parecer, según cuenta José María
Lucas De Dios (Sófocles: Fragmentos. BCG Págs. 79-80), Sófocles también escribió una
obra con el mismo nombre de la que no se conserva ningún fragmento, más allá de una
didascalia encontrada en el papiro de Oxirrinco 2256, fr. 3; de igual manera, al parecer,
trató el mismo tema Esquilo en su obra también perdida, Penteo. La muerte de Penteo
también es narrada en las Fenicias 1043-1147, de Eurípides, donde se dice además, que
Ágave confundió a su hijo con un león, mientras que en otra versión, del mismo destino
de la víctima, la Metamorfosis 701-731, de Ovidio, se dice que lo tomó por un jabalí; por
su parte, sin especificar, Apolodoro dice en su Biblioteca III 5,2, que con una fiera; según
este último autor en la misma obra, una muerte similar a la de Penteo, como castigo por
la misma impiedad de éste con Dionisio, recibe Lábdaco (5,5).
14
Sémele en unión con Zeus tuvo a Dionisio, (Pausanias, Op. Cit., IX 5,2), a causa de
esto, engañada por Hera que, furiosa por la infidelidad de su esposo se le aparece como
su nodriza Béroe, le pide a Zeus que se le presente en la forma como estuvo en la boda

37
hijos, Polidoro15 e Ilirio16; como obsequios a su unión, la joven recibe por
parte de su madre un collar de oro elaborado por Hefesto, que daba una
belleza irresistible; mientras que, por parte de Atenea, una túnica o peplo
dorada que daba dignidad divina. Pese a la unión humana y divina ambos
esposos estaban malditos, por un lado, el de Harmonía, por el odio de
Hefesto, por ser el fruto de la infidelidad de su esposa con su hermano;
por el otro, el de Cadmo, por Ares, al no perdonar el asesinato de su
Bestia17. A causa de tal maldición, con los años Cadmo tuvo que renunciar
a su reino, cediéndoselo a su nieto Penteo, hijo de Ágave y Equión, tras
cuya muerte fue sustituido por Lábdaco, hijo de Polidoro y padre de Layo.
Este último, bisnieto de Cadmo, rey de Tebas, esposo de Yocasta18 y

con su esposa, (Ovidio, Op. Cit., III 273-298), muriendo de terror ante su presencia, por lo
que el dios extrae de su cuerpo a su hijo y lo cose a su muslo hasta que nace.
(Apolodoro, Op. Cit., III 4,3). Según Eurípides Sémele muere por un rayo, apresurándose
entonces el nacimiento de Dionisio, por lo que Zeus lo cose a su muslo hasta que la
Moira cumplió el plazo. (Eurípides: Bacantes 1-4; 610; 88-104; 243-246; 286-291; 520-529).
Según el orfismo, Dionisio no es hijo de Sémele y Zeús, sino del dios, de manera
incestuosa, con su hija Perséfone, como se puede ver en el himno XXX. A Dionisio.
15
Apolodoro, Op. Cit., III 4,2; Hesíodo: Teogonía 975-978.
16
Ilirio es el hijo más joven de Cadmo y Harmonía, nace en Iliria, tiempo después de
que los Ilirios fueran vencidos por el ejército comandado por sus padres. (Apolodoro, Op.
Cit., III 5,4).
17
Sobre el odio de Ares a Cadmo y su descendencia por asesinar a su Dragón, véase
Eurípides: Fenicias 930-936.
18
Homero en la Odisea, por voz de Odiseo, la llama Epicasta (Homero: Odisea XI 271-
280). Asimismo la nombra en dos ocasiones Pausanias en Descripción de Grecia, en la
primera (IX 5,10-11), donde se ven las dos versiones de un mismo nombre, (Yocasta=
Epicasta), citando a Homero, para sustentar una creencia que tiene sobre el origen de los
hijos de Edipo; en la segunda (IX 26,3), para exponer otra hipótesis que tiene acerca de
la Esfinge. De igual manera, Apolodoro en su Biblioteca reconoce ambas versiones del
mismo nombre (III 5,7).

38
padre de Edipo, una vez que fue desterrado de su reino19, el de las siete
puertas20, y recibido en Pisa por Pélope, se enamora del hijo de aquél,
Crisipo, un niño reconocido por su gran belleza, y lo rapta una vez que su
destierro fue anulado. A raíz de ello Pélope maldice a Layo, aunque
cuando se dirige hacia Tebas para recuperar a su hijo, este último es
asesinado21.

A causa del hecho impío de Layo, Hera, protectora de la familia, envía a


la terrible Esfinge22 para que azote a la ciudad de Tebas, de dos maneras,

19
Layo es desterrado de Tebas por Lico; este último, hermano de Nicteo, llegó en su
compañía a Tebas huyendo de Eubea por haber asesinado al hijo de Ares y Dotis,
Flegias. Por su amistad con Penteo, obtuvieron la ciudadanía Tebana. Nicteo, tras la
muerte de Polidoro, crió a su hijo Lábdaco, aún siendo un niño, pero se suicidó por causa
de su hija Antíope, al quedar en cinta de Zeus, por lo que Lico le reemplazó en el
cuidado de Lábdaco hasta que creció y pudo gobernar, pero, como éste murió poco
tiempo después, le encomendó de nuevo a quien fue su tutor, Lico, criar a su hijo, Layo,
pero, en esta segunda ocasión, no cedió el poder, y Layo tuvo que huir, hasta que Zeto
y Anfión vencieron en batalla a Lico, unieron las dos ciudades de Tebas, la Ogigia y la
Cadmea durante su gobierno, y Layo recuperó su poder tras sus muertes. (Pausanias, Op.
Cit., IX 5,4-7; Apolodoro, Op. Cit., III 5,5-7).
20
Epíteto de Tebas, debido a la arquitectura misma de la ciudad; también es llamada la
rica en carros. Según cuenta Pausanias, Op. Cit., (IX 18,5-6), la ciudad de Tebas era muy
rica porque los tebanos trajeron los huesos de Héctor desde Troya, según se los pidió un
oráculo, y los enterraron junto a la fuente llamada Edipodia, denominada así porque en
ella se lavó Edipo las manos luego de asesinar a su padre.
21
Sobre la muerte de Crisipo, según varias versiones de diferentes autores, Layo es
inocente, un ejemplo de esto se encuentra en Pausanias, Op. Cit., VI 20,7, donde
Hipodamía se retira de Pisa, lugar en el que gobierna con Pélope, hacia Midea en la
Argólide, pues éste, su esposo, está muy molesto con ella a causa del deceso de su hijo.
22
La Esfinge era una bestia con cuerpo de león, en su cola, pecho y patas; cara de
mujer y alas.

39
devorando a todo aquel que es incapaz de resolver su enigma 23, el mismo
que le enseñaron las Musas, y por ello lo canta, por lo que recibe el
epíteto de “la cruel cantora” 24; y esterilizando las tierras, destruyendo los
cultivos, por lo que la ciudad pasaba hambre25.

23
Sobre el enigma de la Esfinge, véase El enigma de la Esfinge, contenido en la
traducción de las tragedias de Sófocles que realiza Assela Alamillo para la editorial Gredos
pág. 309: “Existe sobre la tierra un ser bípedo y cuadrúpedo, que tiene sólo una voz, y
es también trípode. Es el único que cambia su aspecto de cuantos seres se mueven por
tierra, por el aire o en el mar. Pero, cuando anda apoyado en más pies, entonces la
movilidad en sus miembros es mucho más débil”. También hay una alusión, más corta, a
este enigma en Apolodoro: “¿qué ser provisto de voz es de cuatro patas, de dos y de
tres?”. (Apolodoro, Op. Cit., III 5,8).
24
Sófocles: Edipo Rey 37; Apolodoro, Op. Cit., III 5,8.
25
Es interesante lo que dice Pausanias acerca de la Esfinge; según él, sobre ella se
cuentan tres cosas; la primera es la más popular, que cantaba un enigma, y quien no lo
sabía responder, era devorado; la segunda, es que se dedicaba al pillaje, la piratería, con
su fuerza naval, en el mar de Antedón, hasta que Edipo llegó desde Corinto con un
ejército mayor y la aniquiló; la tercera, tan desconocida como llamativa, es que era hija
ilegitima de Layo, por lo que le reveló a su padre lo que el Oráculo de Delfos le predijo
a Cadmo tiempo ha, para que cesara la búsqueda de su hermana y se encaminara a la
fundación de Tebas; este secreto revelado a su padre, es de mucha importancia, porque
resulta que sólo sus verdaderos hijos, debían conocerlo, digo hijos, porque, según el autor,
Layo tuvo varios con unas concubinas, éstos se acercaban a la Esfinge para reclamar su
trono, pero ésta, con engaños, para ver la legitimidad de su linaje y lo justo de su
reclamo, les pedía que le dijeran lo que el Oráculo le predijo a Cadmo, algo que deberían
saber siendo hijos de Layo, pero, como fallaban, eran asesinados; esto duró hasta que
llegó Edipo, informado previamente por un sueño, y solucionó su enigma. (Pausanias, Op.
Cti., IX 26,2-4). Esta tercera información sobre la Esfinge es de mucho valor en cuanto a
variación mítica porque, según ello, la maldición lanzada a Layo por Pélope, sólo aplicaba
para el hijo que tendría con su legítima esposa, Yocasta. Según Apolodoro en su
Biblioteca 5,8, la Esfinge es hija de Equidna y Tifón, mientras que para Hesíodo en la
Teogonía 327-328, lo es de la Quimera y de Orto.

40
En busca de cómo solucionar el enigma de la Esfinge, Layo parte de
Tebas rumbo a Delfos para consultar al Oráculo, en ello, en el camino
Esquiste26, donde se cruzaban dos caminos, se encuentra con un Edipo
errante, con el que tras un altercado termina muerto27.

El enigma de la Esfinge es resuelto por Edipo 28, por lo que aquella,


atormentada, se arroja desde el monte Ficio, donde estaba ubicada, cerca
de la ciudad de Tebas, y destrozándose en el valle de abajo. A causa de
esto Edipo es proclamado como nuevo rey de Tebas, y se casa con
Yocasta, como premio otorgado a quien librara a la ciudad de la Esfinge,
desconociendo que es su madre, y que su viudez se debe a que su
esposo fue asesinado por un desconocido aún libre, quien a medida que

26
En este camino que significa “encrucijada”, apropiadamente llamado así por el cruce de
los caminos; se dice que en él yacen enterrados los cuerpos de Layo y sus dos criados
muertos, por obra del rey de Platea, Damasístrato. (Pausanias, Op. Cit., X 5,3-4;
Apolodoro, Op. Cit., III 5,8).
27
Hay dos versiones sobre este funesto encuentro, la primera es de Sófocles en Edipo
rey 795-800, Edipo se encuentra con su padre después de consultar al oráculo y conocer
su destino; la segunda es de Eurípides en las Fenicias 35-38, tanto Edipo, aún sin
conocer su destino por voz de Febo, como Layo, que de manera interesante no va a
consultar por el problema con la Esfinge, sino porque quiere saber si su hijo aún vive, se
encuentran mientras van a Delfos.
28
Sobre la respuesta de Edipo, véase la solución del enigma, contenida en la traducción
de las tragedias de Sófocles que realiza Assela Alamillo para la editorial Gredos pág. 309:
“Escucha, aun cuando no quieras, musa de mal agüero de los muertos, mi voz, que es el
fin de tu locura. Te has referido al hombre, que, cuanto se arrastra por tierra, al principio,
nace del vientre de la madre como indefenso cuadrúpedo y, al ser viejo, apoya su bastón
como un tercer pie, cargando el cuello doblado por la vejez”. También, en Apolodoro:
“Edipo, habiéndolo oído, encontró la solución y dijo que el enigma propuesto por la
Esfinge se refería al hombre, que de niño es cuadrúpedo, en la madurez bípedo y en la
vejez usa como tercer sostén el bastón” (Apolodoro, Op. Cit., III 5,8).

41
avanza el drama de Edipo rey, se sabrá que fue Edipo, quien, cuando se
encontraba errante, porque acababa de conocer su funesto destino e
intentaba evitarlo, lo asesina, sin saber que con ello comenzaba a realizar
lo que el Oráculo le predijo, no sólo a él, sino también a su padre, Layo.

Tras la muerte de Layo y descubierto Edipo como su asesino, enceguecido


y desterrado, éste, de nuevo errante, ahora guiado por su hija Antígona,
como lo vemos en el Edipo en Colono, llega hasta el bosque de las
Euménides29, en Colono, perseguido por las mismas. Allí, una vez
informado de dónde se encuentra, por voz de un habitante de la región,
Edipo, consciente de que el final de su vida se acerca, pide al hombre
que llame al rey de la ciudad de Ática, Teseo, quien, tras un diálogo entre
Edipo y el Coro, y posteriormente con su hija Ismene, llega y le ofrece su
protección, la misma que le es muy útil para recuperar a su hija de las
manos de Creonte, el mismo que después de haber venido a pedir a
Edipo que regresara a su lado a Tebas, y fue rechazado, opta por llevarlo
a la fuerza, raptando a sus hijas, pues está predicho por el Oráculo de
Delfos que quien posea el cuerpo de Edipo tendrá grandes beneficios en
una guerra futura entre Tebas y Ática, mas, el moribundo, se niega a
volver a su patria como venganza, mientras sus hijos obtienen de él sólo
la tierra donde caerán muertos30. Finalmente, tras rechazar a su hijo y
escapar de las manos de su tío y cuñado, Edipo, acompañado por sus
hijas y por Teseo, se adentra en el bosque, donde luego de dejar a las

29
Las Euménides también son llamadas Erinias. Sófocles: Edipo en Colono (v. 43);
Esquilo: Euménides. Estas deidades, personificaciones de la venganza, nacieron según
Hesíodo en su Teogonía (v. 185), de la sangre de Urano, tras haber sido castrado por su
hijo Cronos.
30
Sófocles: Edipo en Colono (v. 789-791). Esta misma maldición se la recuerda Edipo a
su hijo Polinices, (v. 1370-1380), rechazando tajantemente a sus suplicas.

42
jóvenes para continuar hacia su destino en compañía de su protector, le da
a éste unas últimas instrucciones antes de morir, de un modo siniestro31.
Con su padre muerto e impedidas por decisión del mismo a permitirles ver
su tumba, Antígona pide a Teseo les permita a ella y a su hermana,
regresar a su tierra natal, Tebas, para intentar impedir la muerte que se
cierne sobre sus hermanos32, situación imposible de evitar pero que a la
larga, desembocará en el drama de Antígona.

31
Sobre la muerte de Edipo, hay otra versión, en la que se narra que no fue enterrado
en Colono, como sugiere Sófocles, sino en Tebas, (Esquilo: Los siete contra Tebas 1004;
Hesíodo: Fragmentos 192; Homero: Ilíada XXIII 679-680). Algo similar, pues no está
explicito, se podría pensar en Antígona, cuando la joven, lamentándose, recuerda a sus
familiares fallecidos, entre los que menciona a su padre, Edipo, mientras dice que les
rindió libaciones sobre sus tumbas, (Sófocles: Antígona 898-902), lo que, si bien no deja
claro que la tumba de Edipo está en Tebas, si hace evidente una contradicción en tanto
que la joven conoce el lugar donde yace su padre, contrario a lo que se dice en Edipo
en Colono.
32
Sófocles: Edipo en Colono 1770-1772.

43
3. EL PAPEL DE LOS ORÁCULOS

Con un rostro divino en la antigua Grecia, Apolo, el Oráculo suele


manifestarse y exponer un destino, por lo cual es respetado, reconocido y
consultado; odiado si de alguna forma atenta u obra contra el poder, como
se ve en el caso del intermediario Tiresias frente a Edipo o a Creonte;
amado si vaticina grandes bienes.

El Oráculo en lo trágico busca siempre un bien para quien lo consulta,


exponiendo el mal, aunque en ello sólo logra lo contrario, desatarlo. Su
papel es desequilibrante, da un rumbo a la historia a la par que puede
originarla. Representa la omnipotencia del destino y su inevitabilidad.

Ha de recordarse a un Layo maldito, sin hijos, cuya consulta al Oráculo le


reveló que de tener un hijo éste le sucedería asesinándolo, manchando de
sangre toda su descendencia33 y tomando por reina a su propia madre, lo
cual lo lleva, con el fin de evitar tan funesto destino, a rehusar el cariño
de su esposa, Yocasta, mas, embriagado se acuesta con ella, concibiendo

33
La predicción del oráculo a Layo fue la siguiente: “¡Oh, soberano de Tebas de buenos
caballos, no siembres el surco de hijos a despecho de los dioses! Porque, si engendras
un hijo, el que nazca te matará, y toda tu familia se cubrirá de sangre”. (Eurípides:
Fenicias 13-20). Otra forma de la predicción del oráculo a Layo, la presenta Assela
Alamillo en su traducción de las tragedias de Sófocles para la editorial Gredos: “Layo, hijo
de Lábdaco, suplicas una próspera descendencia de hijos. Te daré el hijo que deseas.
Pero está decretado que dejes la vida a manos de tu hijo. Así lo consintió Zeus Crónida,
accediendo a las funestas maldiciones de Pélope cuyo hijo querido raptaste. Él imprecó
contra ti todas estas cosas” (Sófocles: Tragedias. BCG págs. 308-309).

44
un hijo34, por lo que Layo, en un nuevo intento por evitar su destino,
ordena que el recién nacido sea asesinado35, pero el verdugo en acto
piadoso decide dejarlo en manos de un campesino, quien enterado de la
falta de un heredero en la familia real que gobierna sus tierras, Corinto, en
la región del Istmo, decide entregarlo a la reina Mérope, esposa de Pólibo,
quien tras esconderse en unos arbustos finge dar a luz al niño36.

Los años transcurren sin inconvenientes hasta que en un festín un plebeyo


le dice a Edipo que no se parece a Pólibo, dándole a entender que no
guardan parentesco; esto hace que el joven consulte a sus padres en
busca de la verdad, mas, ante la negativa de aquellos a darle una
respuesta, decide ir a Delfos a consultar al Oráculo, el mismo que tras
echarlo le vaticina su destino, asesinar a su padre y casarse con su
madre, por lo que Edipo, tratando de evitar que la predicción de Loxias 37
se realice, decide vagar tras el rumbo de una estrella. En ello, errante, se

34
Eurípides: Fenicias (v. 21-22); Apolodoro, Op. Cit., III 5,7. Según Diodoro Sículo en su
Biblioteca histórica (IV 64,1), Layo se olvida del Oráculo, por lo que termina engendrando
a Edipo.
35
El temor humano a la sucesión del poder por parte del padre frente a una nueva
generación, representada por su hijo, visto en esta parte, tiene sus antecedentes más
famosos en las historias de Urano, Cronos y Zeus, relatada por Hesíodo en su Teogonía
(v. 155-210, 453-506, 617-885).
36
Puede verse en este punto, a partir de una pequeña labor de mitología comparada, un
paralelo exacto con la historia de Moisés.
37
Epíteto de Apolo; también es llamado Flechador, porque al igual que su hermana
Artemis, tiene como arma un arco; Febo, por Febe, hija de Gea y Urano, que le entrega
el oráculo de Delfos; Delio, por la isla de Delos, donde fue dado a luz por Leto; Peán,
personificando el adjetivo; Liceo, es posible que esté relacionado etimológicamente con
Licia o con la luz que como oráculo o divinidad solar puede representar, pero también
puede ser con Lobo; Sanador, porque tenía facultades curativas, también puede ser por su
vínculo paterno con Asclepio; etc.

45
encuentra en el cruce de dos caminos con un anciano en un coche, al
que asesina tras un altercado, Layo, su padre. Más tarde, luego de llegar
a Tebas y resolver el enigma de la Esfinge, Edipo es proclamado rey y se
casa con la reina viuda, Yocasta, con la que tiene cuatro hijos, Eteocles y
Polinices, Antígona e Ismene38, cumpliendo así lo que el Oráculo le predijo,
y a su padre.

38
Hay otra versión a la dada por los tragediógrafos, en donde se narra que posterior a la
muerte de Yocasta, la segunda esposa de Edipo se llama Euriganea, hija de Hiperfante,
con quien él tuvo sus cuatro hijos, los mismos que más adelante los tragediógrafos le
atribuirán a Yocasta; Pausanias sustenta su creencia de que Yocasta no es la madre de
los hijos de Edipo, en tres autores; en primer lugar, en la Odisea XI 271-274, de Homero,
pues éste no menciona que ella haya tenido hijos; en segundo lugar, se basa en que hay
otra obra donde se expone lo mismo, la Edipodia, que se le ha atribuido a Cinetón; por
último, en una pintura de Onasias en Platea, donde se muestra a Euriganea abatida por
la batalla entre sus hijos. (Pausanias, Op. Cit., IX 5,10-11); por su parte, Apolodoro está
abierto a ambas opciones, tanto la de que Yocasta sea la madre de los hijos de Edipo,
como la de que sea Euriganea. (Apolodoro, Op. Cit., 5,8-9). Esta versión pretende eliminar
el problema del incesto madre-hijo que hay entre Yocasta y Edipo, el mismo que según
otra versión, ofrecida por el escolio 13 a las Fenicias de Eurípides, es negado, pues,
según éste, Layo tuvo por primera esposa a una mujer llamada Euriclea, hija de Ecfante,
de la que nació Edipo, y que, tras su muerte, Layo, viudo, se casó con Yocasta,
eliminándose así el problema del incesto al interior de la familia de los Lábdacidas, siendo
ello posiblemente, una versión elaborada tardíamente con tal finalidad; de esta segunda
versión, de la que por falta de la escoliasta a las Fenicias de Eurípides no puedo
corroborar, sólo puedo decir que la narra muy bien referenciada José Bermejo en su obra
Mito y parentesco en la Grecia arcaica, Pág. 92; este autor, en la página siguiente de la
misma obra mencionada, además de exponer la otra posibilidad ya dicha referente a
Euriganea, con menos referencias de las aquí utilizadas, pero con otras aún no
consultadas, ofrece de nuevo algo de mucho interés, recurriendo a las escoliastas, en este
caso, la 53 a las Fenicias de Eurípides, en donde informa que Edipo tras casarse con
Yocasta, tuvo con ella dos hijos: Frastor y Láonites, asesinados por Minios y Ergino; de lo
que se sigue que, tras morir Yocasta, Edipo tendrá dos esposas, Euriganea, hija de
Hiperfante, y posteriormente, Atimedusa, hija de Estenelo.

46
Luego de una plaga que azota a Tebas, Creonte, enviado por Edipo a
consultar el Oráculo de Delfos, regresa para informar que éste ha dicho
que la causa de los males actuales se debe al asesinato de Layo, sin
castigo al culpable, por lo que el asesino debe ser expulsado de la ciudad.
Esto provoca que Edipo, molesto, maldiga y condene al destierro al impío,
mientras emprende una campaña para descubrirlo, que culmina cuando se
revela que es él mismo, lo que además provoca que su madre, Yocasta,
se suicide, por lo que, incapaz de tolerarlo, se enceguece, y en
cumplimiento a la ley de exilio ordenada por él mismo, se destierra.

Con Edipo en el exilio, la tercera generación de la familia de los


Lábdacidas, sus hijos, Eteocles y Polinices, malditos por su padre e
historia, están condenados a disputarse a muerte la posesión del reino de
Tebas; Polinices, buscando recuperar un derecho que por naturaleza es
suyo, mas, por ambición de su hermano gemelo, Eteocles, no posee, el
reinado que en un inicio ambos pactaron que sería dividido en partes
iguales con periodos de gobierno intercambiables cada año, donde ambos
tendrían la posibilidad de reinar; acuerdo que Eteocles rompió cuando
cumplió su año de mandato, condenando a su hermano al destierro, por lo
que ahora, tiempo ha, se encuentra en la situación de defensor de la
ciudad, encarando con su ejército a su hermano y a los suyos39. El
39
El ejército Argivo estaba conformado por siete guerreros: Tideo, Capaneo, Eteoclo,
Hipomedonte, Parteponeo, el adivino Anfiarao, y Polinices, hijo de Edipo. En el ejército
contrario, el Tebano, estaban: Melanipo, Polifontes, Megareo, hijo de Creonte, Hiperbio,
Áctor, Lástenes, y Eteocles, hijo de Edipo. El orden de los combates y las puertas donde
se realizaron fue: Tideo y Melanipo, en la puerta uno, llamada Preto; Capaneo contra
Polifontes en la puerta dos (Electra); Eteoclo contra Megareo o Meneceo, siendo este
último igual al nombre de su abuelo paterno, en la puerta tres (Puerta-Nueva);
Hipomedonte contra Hiperbio en la puerta cuatro (Onca-Atenea); Parteponeo contra Áctor

47
Oráculo aquí, no es algo cuya presencia se da en el presente, sino en el
pasado, recordado constantemente aquella previsión de la maldición a Layo,
quien fue advertido tres veces por Febo de no tener un hijo pues éste lo

en la puerta Cinco (Bóreas); Anfiarao contra Lástenes en la puerta seis (Homolide); y en


la puerta siete [sin nombre] Polinices contra Eteocles. (Esquilo: Los siete contra Tebas 377-
673). Por otra parte, Pausanias, aunque concuerda con que son siete las puertas de
Tebas, las nombra de distinta manera, exponiendo a su vez, el por qué de sus nombres,
siendo entonces, que la puerta llamada Electra, es denominada así por una homónima
hermana de Cadmo, cerca de esta puerta murió Capaneo fulminado por un rayo de Zeus;
la de Preto o Prétide según Pausanias, por un ciudadano llamado igual; esta puerta
conduce a Calcis, y cerca de ella están las tumbas de Melanipo y Tideo, entre otros dos
desconocidos (Pausanias, Op. Cit., IX 18,1-2); la Homolide u Homoloide según el mismo
autor, porque cuando los Tebanos comandados por Laodamante, hijo de Eteocles, fueron
vencidos por los Epigonos, entre los cuales estaba Tersandro, hijo de Polinices, escaparon
a una montaña llamada Homole, nombre con el cual se denominó la puerta por la que
regresaron a la ciudad; en las demás puertas, se separan rotundamente Pausanias y
Esquilo en cómo llaman a las puertas, pues Pausanias, nombra a las otras cuatro, como
Neista, porque en esta puerta, inventó Anfión una cuerda musical, específicamente, la
inferior de la lira llamada Nete, pero puede ser, según otra versión que cuenta el autor,
que se deba al hermano de Anfión, llamado Neis; (cerca de esta puerta, está la tumba
del hijo de Creonte muerto en la batalla contra los Argivos, Meneceo, sobre la cual crece
una fruta que al romperse su corteza estando en la madurez, se encuentra algo parecido
a la sangre, y cerca de la misma, lucharon y murieron los hijos de Edipo, por lo que esta
puerta se relaciona con la que Esquilo llama sin nombre, quedando como recuerdo de su
lucha, una columna con un escudo de piedra sobre ella [Pausanias, Op. Cit., IX 25,1-2]);
Hipsista, porque junto a ella hay un santuario dedicado a Zeus, llamado también Hipsisto
(Altísimo); las otras dos restantes, son llamadas, una Crenea, y la otra Ogigia, de las que,
aunque no dice por qué se llaman así, de la primera porque está perdida su información
en el texto, mientras que de la segunda, simplemente nada se dice, pero, puede ser,
basándome en que el autor dice que es la más antigua, que su nombre se deba a
Ógigo, un antiguo rey de Tebas, que además es nombrado por Esquilo en Los siete
contra Tebas 322, y por el que la ciudad también recibía el epíteto de Ogigia, antes de
que Cadmo y los suyos llegaran y establecieran la ciudad de Tebas como tal, la Tebas
clásica, con sus siete puertas. (Pausanias: Descripción de Grecia IX 8, 4-7). Sobre la
formación de Tebas, véase: Pausanias, Op. Cit., IX 5,1-7; Apolodoro, Op. Cit., III 5,5-7.

48
asesinaría y traería la ruina a la ciudad, mas, como esto no se cumplió, y
Layo contra su voluntad tuvo un descendiente, la maldición por la
transgresión a tal orden de Apolo perdura hasta la tercera generación, la
actual de los hijos de Edipo40. Sumándose a la maldición histórica de la
casa de Tebas, que ahora recae sobre los hijos de Edipo, se agrega la
que este último profirió contra aquellos, debido, según algunos, al mal trato
que le dieron antes de expulsarlo de la ciudad, como lo fue el encerrarlo
para ocultar sus infortunios, lo que sólo produjo que Edipo les lanzara su
primera maldición, repartir su herencia con espada en mano41, donde ambos
se darían mutua muerte, heredando la tierra en la que caerían muertos, lo
que además no les dejaría descansar, pues tal obra no puede ser
expiada42; y el haberle dado huesos en lugar de carne en un banquete
donde enfurecido por tal hecho, los maldijo; según otros, las maldiciones de
Edipo contra sus hijos se deben a que las lanzó enfurecido ante el engaño
producido por las palabras de su nueva esposa, Astimedusa43, quien le dijo

40
Esquilo: Los siete contra Tebas (v. 743-747).
41
Eurípides: Fenicias 63-69. Por esta causa, atemorizados, los hijos de Edipo, acuerdan
sucederse en el trono durante periodos intercalables de un año, teniendo como primera
oportunidad de gobernar, Eteocles, mientras, por temor a cumplir la maldición de su padre,
Polinices se exilia a la tierra de Argos, donde se casa con Egialea, hija de Adrasto, rey
de Argos, a quien, una vez que cumplido el lapso de un año, y tras la muerte de Edipo,
Polinices pide ayuda militar para recuperar lo que por derecho es suyo, su reinado de
Tebas, pues su hermano, una vez cumplido el tiempo acordado previamente, se negó a
ceder el gobierno de Tebas, y en cambió, lo desterró nuevamente. Eurípides: Fenicias (v.
70-80); Pausanias, Op. Cit., IX 5,12; Robert Graves: Los mitos griegos, 2: 106. Los siete
contra Tebas.
42
Esquilo: Los siete contra Tebas (v. 682-683); esto mismo lo predice el Coro en 735-739,
pues lo sucedido se confirma a partir de 805, y por ello, no descansarían ni vivos, ni
muertos.
43
Pierre Grimal: Diccionario de mitología Griega y Romana Pág. 57; esto lo toma de los
Escolios a la Ilíada IV 376; también habla de ello José Bermejo en su sobra Mito y
parentesco en la Grecia arcaica, pág. 93.

49
que sus hijos la pretendían. Finalmente, la maldición desemboca con el
enfrentamiento de ambos hermanos ante la puerta séptima, elegida por
Apolo, aún empecinado en castigar a la estirpe de Layo por la
desobediencia de éste.

Como la tercera generación, la de los hijos de Edipo, no termina con la


muerte de éstos44, pues como aquél no tuvo sólo varones, vemos ahora
cómo las Erinias vengadoras, encargadas de llevar a cabo la maldición, se
ciernen sobre el otro rostro de la familia, el femenino, representado por las
dos hermanas, Antígona e Ismene, esta última, por su carácter voluble,
sumiso, no tiene una gran participación en la historia, desaparece con
rapidez, y su muerte, aunque nunca es realizada, es simbólica, condenada
a permanecer sin el amor de los suyos, rechazada por su hermana, quien
con verdadero amor filial lucha por una causa noble, defender un derecho
familiar, la ley de los dioses, dándole las debidas libaciones a su hermano
condenado a yacer insepulto, lo cual una vez descubierto desata la furia
del gobernante, que en un acto de Hybris se niega a aceptar que el que
atentó contra su patria sea sepultado, y ordena posteriormente que la joven
capturada sea enterrada viva en una tumba pétrea. El Oráculo se presenta
mediado por Tiresias, quien le aconseja a Creonte ceder a su decisión,
informándole de la gravedad y el castigo de sus faltas, pero aquél, aún
reacio a cambiar de parecer, se mantiene firme en su palabra hasta que es
44
La fuerza del destino, conductor silencioso de los hermanos a la muerte, es plasmada
en el arca de Cípselo, donde, en uno de sus cinco lados, el cuarto, Polinices aparece
caído sobre una de sus rodillas, con una Cer, horrible acompañante de los héroes en el
momento de su muerte, en su espalda, mientras frente a él, se dirige su hermano.
(Pausanias, Op. Cit., V 19,6). La descripción e historia completa del arca, contenidas en la
misma obra aquí citada, que se encuentra en el templo de Hera en Olimpia, y que fue
posiblemente creada por Eumelo de Corinto, comienza a partir de V 17,5 y llega hasta V
19,10.

50
demasiado tarde, el caos se posa sobre su familia, por lo que luego de la
muerte de la joven condenada, con lo que finalmente cesa la maldición de
los Labdácidas45, se suicidan Hemón46 y su madre Eurídice.

45
Esta maldición tiene una particularidad muy especial, y es que su cumplimiento como
castigo ante la impiedad e irracionalidad de los personajes, por lo que la prudente y
sensible Ismene parece estar eximida de ella, pudiendo continuar con vida; de una manera
similar puede verse la serena muerte de Edipo en Edipo en Colono, tras haber superado
la desgracia, logrando así, en su vejez, vivir sabia y prudentemente, sin más castigo,
siendo un buen ejemplo de aquella máxima con la que finaliza el Corifeo la historia de
Antígona (v. 1347-1353).
46
Contrario a lo planteado por los tragediógrafos, Sófocles en Antígona, y Eurípides en
las Fenicias, sobre Hemón como prometido de Antígona; para Apolodoro en la Biblioteca III
5,8, Hemón es la última víctima de la Esfinge, lo que impediría cualquier posibilidad de un
compromiso con la hija de Edipo, pues ésta aún no había nacido.

51
4. LOS CONTRARIOS: ELEMENTOS DE LA DYNAMIS TRÁGICA

¿Es posible una tragedia sin contrarios?

En absoluto, estos incitan a actuar, dinamizan la historia. Aunque cuentan


con múltiples rostros al interior de la tragedia, Antígona, Ismene, Polinices,
Eteocles, Creonte, Hemón, el Guardián, El Coro, Tiresias; sus principales,
son sus dos grandes protagonistas, Antígona y Creonte. Estos personajes,
en medio de la lucha constante entre sus argumentos y personalidades,
dan el movimiento y el carácter trágico a la obra, sin el cual, la misma
carecería de valor y terminaría pronto.

Antígona e Ismene, hermanas de sangre, enemigas de pensamiento, de


causa, ambas, contrapuestas entre sí, reflejan una lucha cultural, en medio
de una sociedad que privaba de derecho y libertad a las mujeres,
sometiéndolas al yugo masculino. Ante la pasional Antígona, se contrapone
la realista Ismene, sumisa, encarnando a la mujer de su época, la Atenas
del Siglo V a.C., temerosa de violar el edicto del nuevo gobernante,
Creonte, por lo que niega a su hermana el apoyo que le solicita para dar
sepultura a su hermano Polinices, negación que, en lugar de reprimir el
deseo de la desamparada, la impulsa a obrar, arrobándose sola ante un
hecho que le será castigado con la muerte, como ella bien sabe, pero que,
a su vez, le dará fama y eternidad por la nobleza de su acción,
encarnando el espíritu libre, que no sólo contraría a su hermana, y con ello
a la mujer Ateniense de entonces, sino que también, representa el héroe
trágico Sofocleo que, solitario, lucha contra una adversidad que lo rebasa,
para resultar vencedor, pese a su desgraciado fin.

52
Esta resolución de Antígona nos presenta un choque de poderes, por un
lado, está Creonte que, muertos Edipo y sus hijos, se presenta como
nuevo gobernante de Tebas que, tras tomar el poder que por derecho
debería ser de Antígona, busca legitimarse, condenando a Polinices, muerto
como traidor de la ciudad, tras asediarla, a permanecer sin sepultura,
llevando a la muerte a todo aquel que intente rendirle los debidos ritos
funerarios; este edicto provoca en Antígona, el otro poder, una fuerte
reacción de rechazo y desobediencia, propio de su carácter, impulsándola a
obrar contra la ley del gobernante, la escrita, pero no contra la no escrita
de los dioses, la de la costumbre, mucho más antigua e importante que la
de los hombres, dando entonces, en la medida de sus posibilidades, un
entierro simbólico a su hermano, con lo que desata la furia de Creonte,
que al ver su desafío, sin cambiar de decisión, pero si de forma de
castigo, condena a la joven a muerte, sin que ésta se retracte o suplique
por su vida, hasta que se ahorca en su tumba pétrea, momento para el
que quien la condenó, arrepentido e impotente, se ve alcanzado por la
desgracia que su condena trae sobre sí y su familia.

A nivel argumentativo Antígona parece tener varias contradicciones, tomadas


en algunos casos como errores de construcción de la obra, aunque tras
una lectura minuciosa se ve que no hay cupo para tales interpretaciones
pues son sucesos perfectamente aceptables.

De las contradicciones en la forma de ser de los personajes, como el


Guardián, quien tras prometerse no volver con Creonte terminó haciéndolo
una vez que atrapó a Antígona, como se expondrá más ampliamente en un
capítulo posterior; la fragilidad demostrada por Antígona una vez que se
dirige a su lecho luctuoso, tras haberse presentado a lo largo de sus

53
diálogos como una mujer fuerte, decidida y firme; el arrepentimiento de
Ismene acompañado de su compasión y deseo de morir, después de ser
capturada su hermana, la misma a la que le negó su ayuda para con el
joven insepulto, pero con la que quería compartir su trágico final, negando
su muestra inicial por conservar la vida; el cambio de Hemón, de devoto
hacia el padre a enemigo acérrimo del mismo, luego de conocer la muerte
de su prometida; la decisión final de Creonte de perdonar a Antígona y a
Polinices por sus faltas contra él y la ciudad, según su visión de la
situación. Estos cambios, tan contradictorios a simple vista, no son fortuitos,
son un agregado magistral que enriquece los caracteres de dichos
personajes y por ende a la obra misma.

Ahora bien, hay tres contradicciones, aparentes errores en la construcción


de la obra, que llaman particularmente la atención y que, como se ha
dicho, no deben ser tomadas como tales en un plano negativo, es decir,
como un error, como bien propone Walter Kaufmann, en acuerdo a lo que
se plantea47.

En primer lugar están las capacidades mismas de Antígona, que en un


inicio, tras ser rechazada por su hermana, decidió obrar sola para darle
entierro a su hermano, simbólico, como se ve por las palabras del
Guardián (v. 245-247), donde manifiesta que alguien, sin definir sexo,
aunque Creonte se lo a tribuye a un hombre indefinido en los versos
siguientes, cubrió el cuerpo de Polinices con un fino polvo,
desapareciéndose son ser sepultado, simplemente cubierto para “evitar la
impureza” (v. 257). Tras marcharse el Guardián, y darse el primer estásimo,

47
KAUFMANN, Walter. Tragedia y filosofía, págs. 335-338.

54
el Guardián regresa, ahora, para informar que capturó al perpetrador del
edicto del gobernante, Antígona, tras ser descubierta, una vez que vio a su
hermano nuevamente descubierto, prorrumpiendo “en sollozos y tremendas
maldiciones para los que habían sido autores de esta acción” (v. 427-428),
preparándose para rendirle las debidas libaciones al cuerpo nuevamente
expuesto. La contradicción en este punto se presenta en el interrogante de
por qué regresó a ver a su hermano, como dice Kaufmann: “se nos deja
libres para imaginarnos que volvió para ver si había logrado proteger el
cuerpo de los perros y las aves, o bien con la prisa se había olvidados de
hacer la libaciones tradicionales”48. Sea cual fuere lo sucedido con el
cuerpo, la motivación de la joven, acorde a su naturaleza y respeto por las
costumbres, es su amor filial, conductor de su accionar, impulsor de su
lucha, guía y defensor de sus palabras para con los hombres y los dioses.

La segunda contradicción del argumento está en el castigo. Está prescrito


que para quien viole el edicto de Creonte, le sea dada la “muerte por
lapidación en la ciudad” (v. 37-38). La amenaza de la muerte no basta
para refrenar a Antígona, ni le hace demostrar miedo frente a ella en
ningún momento de la obra, ni siquiera cuando es capturada y confrontada
por su tío. Después de esta escena tan célebre en la disputa de la historia
entre ambos personajes tan opuestos entre sí, del cantar a la desgracia del
coro y el enfrentamiento padre-hijo sostenido por Creonte y Hemón, el
Corifeo pregunta a su rey cuál será la muerte que le dará a Antígona (v.
772), y éste le responde: “la llevaré allí donde la huella de los hombres
esté ausente y la ocultaré viva en una pétrea caverna, ofreciéndole el
alimento justo, para que sirva de expiación sin que la ciudad entera quede
contaminada” (v. 773-777). La contradicción aquí expresada, como se ve, es
perfectamente dispensable, Creonte no desiste de la idea de asesinar a la
48
Ibíd. Pág. 335.

55
niña, pero sí de su castigo, sólo que su intención es evitar mancillar a la
ciudad y a sí mismo, busca protegerse de dicha impiedad, como muestra
sus intereses personales, y a su pueblo, como afirma y pretende sostener
y usar como escudo a lo largo de la historia, tema que se tratará más
adelante. El hecho de su irreflexión, de su negativa a ceder en su decisión,
y la violación a las leyes divinas que ello implica y que Antígona encarna
y defiende, lo dejan indiscutiblemente en la situación de culpable y por ello
debe pagar fuertemente, como se verá tras el suicidio de la joven.

El tercer error es visto en los diálogos de la joven en comparación a los


de su tío, porque una vez desaparecida Antígona definitivamente de escena,
y sus diálogos concluidos, la obra continúa, y así Creonte habla más que
ella, siendo entonces, por su presencia oratoria, el personaje principal,
aunque es la grandeza de la causa de la hija de Edipo y su dolor, lo que
la sitúa en el puesto protagónico de la historia.

“Creonte: (…) ¿Sabías que había sido decretado por un edicto que no se
podía hacer esto?

Antígona: Lo sabía. ¿Cómo no iba a saberlo? Era manifiesto.

Creonte: ¿Y, a pesar de ello, te atreviste a transgredir estos decretos?

Antígona: No fue Zeus el que lo ha mandado publicar, ni la Justicia que


vive con los dioses de abajo la que fijó tales leyes para los hombres. No

56
pensaba que tus proclamas tuvieran tanto poder como para que un mortal
pudiera transgredir las leyes no escritas e inquebrantables de los dioses.
Éstas no son de hoy ni de ayer, sino de siempre, y nadie sabe de dónde
surgieron. No iba yo a tener castigo por ellas de parte de los dioses por
miedo a la intención de hombre alguno” (v. 447-459).

Antígona se afirma ante Creonte, lo desafía plenamente; Sófocles pone en


escena ahora a estos dos personajes. La joven manifiesta el sino de su
lucha y dolor, las “leyes no escritas e inquebrantables de los dioses”,
eternas e inmutables, sentencia con una validez eterna. Se erige como juez
de las leyes divinas, tal y como Creonte decide bajo su poder qué se
puede hacer con las leyes humanas, así como también a quién favorecen
los dioses; Antígona se apoya en las leyes de los dioses y de los muertos,
invoca a la Justicia (Díke), como la justicia de las profundidades que
acompaña su naturaleza, sin que haya un deber ser, sino simplemente un
ser, acorde a su condición humana49.

Como bien señala Karl Reinhardt: “aquí la ley no escrita es la misma que
la que es glorificada por el coro en Edipo Rey (v. 865 y ss.):” 50.

“¡(…) De todas las palabras y acciones cuyas leyes son sublimes, nacidas
en el celeste firmamento, de las que Olimpo es el único padre y ninguna
naturaleza mortal de los hombres engendró ni nunca el olvido las hará

49
Sobre este pasaje dedican unas breves palabras LESKY, Albin. La tragedia griega, págs.
206-207; NUSSBAUM, Martha Craven. La fragilidad del bien. Fortuna y ética en la tragedia y
en la filosofía griega, pág. 109; REINHARDT, Karl. Sófocles, págs. 111-112.
50
REINHARDT, Karl, Op. Cit. pág. 112.

57
reposar! Poderosa es la actividad que en ellas hay y no envejece” (v. 865
y ss.).

Leyes eternas e imperecederas, aplicables para todo ser humano vivo o


muerto; todo lo que se opone a ellas atenta inmediatamente contra los
dioses, de manera que no hay una lucha igualitaria de poderes, porque las
leyes divinas priman sobre las mortales.

Antígona se sabe muerta pero no le importa, para ella es una ganancia lo


que hizo, contrario de permitir el ultraje hacia su hermano; el Corifeo
reconoce su fiereza, su linaje, ofensa es ello para Creonte que,
sentenciando lo fácil que lo rígido se puede quebrar, condena, sin pensar
que ello también lo abarca, a la que espera ceda pronto y se humille ante
él, permitiéndole reconocerse en el poder tras doblegar la resistencia.

El enfrentamiento continúa, Creonte incorpora en su discurso a Eteocles, el


otro hermano, en menor medida mencionado por los beneficios que tras su
muerte pudo recibir, apelando con ello a lo que éste puede pensar de su
hermana frente a su accionar para con el enemigo, pero, ante ello, el

gobernante sólo recibe una máxima de la Filia (θιλία) que sin más, lo deja

sin palabras con las cuales responderle:

“Mi persona no está hecha para compartir el odio, sino el amor” (v. 523).

58
A partir de esta escena la historia se encamina hacia su funesto fin,
Antígona discute con su hermana, es retirada para ser enterrada viva,
aparece Hemón para terminar discutiendo con su padre, llega luego
Tiresias, vaticina las desgracias, sale y aparece un Mensajero, los males se
ciernen sobre el tirano, ya no hay escapatoria, cede, pero es muy tarde,
debe sucumbir ante su tragedia perdiéndolo todo. Magistralmente todos los
infortunios de la obra son producto de una pugna incesante entre dos
poderes que se niegan a ceder, que defiende desde sus puntos de vista e
intereses sus acciones y palabras, los contrarios son, pues, el hilo
conductor de la historia, el medio que la dinamiza, el alma de la obra

59
5. EL ORDEN

¿Qué es el Orden? Puede decirse que estar en armonía con el todo, de


manera que cada parte de la obra esté equilibrada. La pugna de los
contrarios, tan vital para el libre desarrollo de la obra y de la vida, busca
ello, lo pretende desde el inicio. Solamente al final, cuando no queda más
por hacer, cuando las desgracias han acaecido todas juntas sin dejar una
libre, los personajes reconocen sus errores, evidencian los últimos aspectos
de la grandeza de su ser, en el caso de la Antígona, se muestran
vulnerables, vencidos, pero con un aire de grandeza que sólo el conocer
un rostro nuevo de sus caracteres puede poner en evidencia, de la mano
de un gran poeta como Sófocles. Cuando el drama culmina uno de los
personajes ha vencido a otro, lo ha llevado a su lado, eliminando la pugna
antitética que hasta entonces sostuvieron, sólo entonces se llega al orden,
se restablece lo que se había perdido y por lo que se dio la batalla que
originó y sostuvo el drama. Se logra el equilibro de fuerzas entre dioses y
hombres, el orden debido para el bien del ser humano.

Contra esta respuesta estaba la Atenas del siglo V a.C., claramente visto
por Sófocles, abogado de una sociedad en decadencia, denunciante de sus
problemas.

Tenemos, por autores como Platón, Jenofonte y Tucídides, con variantes en


la información pero acuerdo en la condena de la privación del entierro, que
todo aquel que obre contra los dioses, bien sea saqueando sus templos, o
bien atente contra su ciudad, como es el caso de Polinices, debe ser
castigado con la pena de muerte, la expropiación de sus bienes y la

60
negación del funeral, sirviendo así como ejemplo o modelo para los
ciudadanos51.

Contra esta condena se presenta Antígona, la joven sin niñez, acompañante


de su desterrado progenitor y sus miserias, que vive en constante desdicha
hasta su muerte, prematura como la madurez a que llegó siendo una niña,
y que ahora, tras la muerte de su padre y de sus hermanos, la lleva a
mostrar toda la grandeza de su ser.

He aquí entonces la demanda de Sófocles, Atenas está cambiando,


conduciéndose hacia un nuevo estado de decadencia que a la larga
terminará por destruirla, pues sus habitantes se están apartando de sus
antiguas creencias, de su religión, de lo natural, optado por una razón
desmesurada que los escindirá del mundo, dejándolos en una situación de
abandono, antinatural.

Para entender mejor esto, veamos los antecedentes de la tragedia, la


épica, donde tenemos dos grandes obras homéricas, la Ilíada y la Odisea;
en ellas, aunque con protagonistas y locaciones diferentes, vemos lo que
en Antígona, e incluso en una obra más antigua como lo es Áyax,
Sófocles intenta recuperar lo que reclama a la Atenas de su momento, con
una voz más fuerte a la de sus dos colegas, Esquilo y Eurípides.

51
PLATÓN. Leyes IX 854e-855a; JENOFONTE. Helénicas I 7,22; TUCÍDIDES. Historia de la
guerra del Peloponeso I 138,6.

61
Vemos en la Odisea, una vez que Odiseo llega al Hades, que el primer
espectro que se le presenta es el de uno de sus acompañantes, Elpénor,
abandonado en la isla de Eea en medio del apuro del Laertíada por
adentrarse en el reino de los muertos, en busca de una respuesta del
adivino Tiresias que le sirviera para regresar a su amada Ítaca, sin
percatarse de que él cayó del techo del palacio de Circe y a causa de
ello falleció; pero ahora, presente ante su señor, le dedica unas palabras
cargadas de todo un sentimiento humano y religioso que ofrece un muy
buen punto de inicio para la temática a trabajar:

“[…] Te imploro por los tuyos que quedaron allá, por la esposa y el padre
que en un tiempo de tu infancia cuidó, por Telémaco, el hijo a quien solo
has dejado en tu hogar; yo bien sé que tu sólida nave desde aquí pondrá
rumbo otra vez al islote de Eea: al llegar, ¡oh mi rey!, haz memoria de mí,
te lo ruego, no me dejes allí en soledad, sin sepulcro y sin llanto, no te
vaya mi mal a traer el rencor de los dioses. Incinera mi cuerpo vestido de
todas mis armas y levanta una tumba a la orilla del mar espumante que
de mí, desgraciado, refiera a las gentes futuras; presta oído a mi súplica y
alza en el túmulo el remo con que vivo remé compañero de todos los
tuyos”. Tal Elpénor habló y, a mi vez, replicándole dije: “cuanto has dicho,
infeliz, cumpliré por mí mismo sin falta”52.

Elpénor, muerto y abandonando, presentándose ante Odiseo en el Hades


para suplicar por su entierro, hará eco siglos más tarde en Eurípides,
cuando, en el prólogo de Hécuba, el autor hace que un Polidoro asesinado
e insepulto se presente ante su madre, aunque ésta piense que fue un
52
HOMERO. Odisea XI 66-80. Las cursivas no están originalmente en el texto, han sido
puestas para resaltar su importancia.

62
sueño, del mismo modo a como lo hizo Elpénor ante Odiseo, para buscar
una sola cosa, su debido entierro, como por los dioses es esperado, pues
por ellos debe hacerse.

Tan necesario es el entierro para los dioses, que hasta el mismo Aquiles
debe ceder a su venganza y romper la promesa que le hizo a su gran
amigo Patroclo, para permitir así el tan esperado regreso de Héctor a
Troya, y su posterior entierro, una vez que Tetis, su madre, se le presenta
por orden de Zeus y le comunica sus palabras:

“[…] Dile que los dioses están airados con él y que yo más que todos los
inmortales estoy irritado, porque con enloquecidas mientes tiene el cuerpo
de Héctor en las corvas naves y no lo ha devuelto, a ver si temeroso de
mí libera bajo rescate el cadáver de Héctor”53.

Zeus protector de la familia, rey del Olimpo, manifiesta en estas breves


palabras el rechazo por parte suya y de los demás dioses; estas palabras,
dichas por él y comunicadas a Aquiles por su madre, logran el efecto
esperado, gracias al cual una vez que Príamo llega a la tienda del Pélida,
conducido por Hermes, y le comunica su dolor de padre, y sus suplicas, el
cuerpo de Héctor es liberado. Este interés de los dioses por el entierro los
muertos, no puede ser menos honrado por Antígona que por Odiseo,
defensores de esta ley, con un carácter distinto, que sirve para un mismo
fin.

53
HOMERO. Ilíada XXIV 113-116.

63
Tras escuchar las palabras de Elpénor, Odiseo se compromete a enterrarlo
y rendirle todos los honores que necesita, una vez que abandone el reino
de Hades, compromiso que inmediatamente, tras salir de allí, cumple a
cabalidad.

¿Pero qué es lo que motiva el accionar de Odiseo? La Prudencia


(Φρόνηζις), el respeto a las deidades. Este héroe, conocido y respetado
por su gran sabiduría, es también el más devoto.

Este personaje, pese al desarrollo expositivo posterior al bien de su


personalidad, que varía, según los tragediógrafos como Sófocles y
Eurípides, también en Esquilo, aunque de ello no se conserve una obra,
resuena al interior de Antígona.

Siendo el Áyax de Sófocles la primera obra completa conservada del autor,


datada alrededor de 44754, establece un puente perfecto para Antígona y su
personalidad, así como también para los sucesos de su historia.

Cerca del final de Áyax, cuando este personaje se suicida, se inicia un


diálogo entre Odiseo y Agamenón sobre la sepultura del occiso, amigo y
enemigo de los Aqueos, tal y como Polinices en Antígona para los

54
Hay una discusión sobre si Áyax es posterior y no previo a Antígona, como bien
señala brevemente José S. Lasso De La Vega en la introducción que realiza a las obras
Sofocleas y que acompaña a la traducción de Assela Alamillo para la editorial Gredos,
págs. 57-58.

64
Tebanos; en esta obra cuyo tema central es el drama de los hijos de
Edipo, la discusión acontecida en Áyax hace eco.

Odiseo, en defensa del suicida, dice al rey de los Atridas:

“(…). No te atrevas, por los dioses, a exponer así cruelmente a este


hombre insepulto, y que la violencia no se apodere de ti para odiarle hasta
el punto de pisotear la justicia (v. 1332-1336)… de modo que en justicia no
podría ser deshonrado por ti, pues no destruirías a éste sino las leyes de
los dioses. Y no es justo dañar a un hombre valiente si muere, ni aunque
le odies” (v. 1342-1345).

Ante las palabras de Odiseo, Agamenón sorprendido le pregunta:

“¿Tú, Odiseo, tomas en este asunto la defensa de éste contra mí?” (v.
1346).

Y Odiseo le responde:

“Sí, le odiaba cuando hacerlo era decoroso” (v. 1347).

Esta compasión expresada por Odiseo está acompañada por un sentimiento


de compaginación aristocrática y de prevención futura; Áyax “era un

65
enemigo, pero de noble raza” (v. 1355); por ello, por ser un gran guerrero
y además alguien de un alto estatus social, merece ser sepultado; la
motivación de Odiseo, acompañada por su astucia, prudencia y respeto a
los dioses, se ve en este punto en que piensa en su condición futura, al
responderle a Agamenón por si le ordena permitir el entierro de Áyax: “sí,
pues yo mismo también llegaré a esa situación” (v. 1365).

De esta manera concluye el choque antitético en la Antígona, entre la


joven y su tío, equivalentes de Odiseo y Agamenón.

“Creonte: El enemigo nunca es amigo, ni cuando muere.

Antígona: Mi persona no está hecha para compartir el odio, sino el amor”


(v. 522-523)

En esta escena Antígona se reconoce como libre, impone límites al odio,


causante de la desgracia.

Tanto Antígona como Odiseo, pese a los cambios que este personaje tiene
después de Homero, abogan por el debido y justo entierro del enemigo del
poder, muerto. Tras su suicidio y posterior entierro Áyax recupera su
dignidad de guerrero, su honor, el mismo que incitaba su accionar; de igual
manera, Antígona por su parte, luego de suicidarse equilibra los poderes en
la historia, el centro de su acción, su motivación y desesperación, aunque
llega a un final absolutamente trágico elimina los contrarios, la lucha

66
expuesta ante el pueblo Ateniense de dos poderes totalmente opuestos
entre sí, trayéndole con ello nuevamente el orden a la ciudad de Tebas, el
mismo que hasta entonces se había visto perturbado.

67
6. LA CONDICIÓN HUMANA

El mito refleja la condición humana, la contiene; la tragedia, como mito


hecho drama, llevado al teatro, no es la excepción. Contra la injusticia de
la tiranía, es natural al ser humano resistir, luchar, tal y como lo hace
Antígona buscando enterrar a su hermano Polinices, condenado por
Creonte, el nuevo gobernante, a ser víctima de los perros y de las aves
de rapiña, por haber muerto como enemigo de su ciudad natal, tras
asediarla hasta el momento en que se dio mutua muerte con su hermano
Eteocles. Pero más allá de todo el drama que la muerte de Polinices y el
edicto de Creonte en su contra produce, hay algo interno común en todos
los miembros de la obra, suscitado únicamente por la presencia de la
muerte y de lo insepulto, tan natural a todos que sería imposible separarlo
de ellos sin deshacer su esencia, el valor de su carácter; me refiero a lo
humano que en la multiplicidad de su vastedad es representado en los
personajes.

Lo primero que Antígona hace al enterarse de lo deparado para su


hermano muerto, Polinices, es convocar a Ismene buscando apoyo de su
parte para honrar al difunto, pero en lugar de que ésta se identifique con
su causa y esté dispuesta a ayudarla, con un buen dominio de sí, le
recuerda lo sucedido a sus familiares muertos, para concluir con su
discurso diciéndole:

“Y ahora piensa con cuánto mayor infortunio pereceremos nosotras dos,


solas como hemos quedado, si, forzando la ley, transgredimos el decreto o
el poder del tirano. Es preciso que consideremos, primero, que somos

68
mujeres, no hechas para luchar contra los hombres, y, después, que nos
mandan los que tienen más poder, de suerte que tenemos que obedecer
en esto y en cosas aún más dolorosas que éstas. Yo por mi parte,
pidiendo a los de abajo que tengan indulgencia, obedeceré porque me
siento coaccionada a ello. Pues el obrar por encima de nuestras
posibilidades no tiene ningún sentido” (v. 58-63).

Con esto, disculpando su falta de deseo por luchar contra una fuerza
superior, esperando que los muertos la entiendan y dispensen, intenta
convencer a su hermana, carente de razón, movida totalmente por la
pasión del amor filial; en vano, pues sólo consigue que ésta la rechace, la
vea como una enemiga, mientras se reafirma en obrar sola, pues su
decisión está tomada desde antes de que comience la obra, delimitándose
así el carácter de ambas hermanas, mientras se sellan sus destinos, el de
la sensata, vivir, el de la pasional, morir. Este hecho no cambiará por
nada, pues ni siquiera tras ser descubierta Antígona, con la condena de su
muerte clara, permite que su hermana, temerosa a quedar en soledad,
comparta su destino:

“No quieras morir conmigo, ni hagas cosa tuya aquello en lo que no has
participado. Será suficiente con que yo muera” (v. 546-547).

Pero no hay que ver este egoísmo de Antígona como algo malo, en su
ser resuena el carácter épico de los héroes Homéricos, propio de una
sociedad heroica; no sería igual de admirable ver a un Prometeo sufriendo
una condena por su obrar, si compartiera su castigo con alguien que en
nada le acompañó; de igual manera, no se vería igual a un Aquiles que

69
hubiese optado por vivir, ni a un Edipo que no padeciera sólo las
consecuencias de sus hechos; de esta forma entonces, Antígona,
completamente comprometida con su causa, se siente merecedora de su
castigo, no quiere compartirlo con alguien que no tiene participación ni
mérito en lo hecho, por lo que rechaza a su hermana, ajena a su lucha, y,
como la heroína que es, presta a luchar con valor y morir joven, pues será
algo honroso, se enfrenta sola, ahora no contra el edicto de Creonte, sino,
contra su castigo, haciéndose eco entonces de aquellas palabras que le
dedicó a su hermana, repudiándola por la negativa de su ayuda:

“Si así hablas, serás aborrecida por mí y te harás odiosa para el que está
muerto. Así que deja que yo y la locura, que es sólo mía, corramos este
peligro. No sufriré nada tan grave que no me permita morir con honor” (v.
93-97).

En efecto, de fama y gloria es digna ahora, en sus momentos finales,


mientras se dirige a su tumba pétrea, tal y como se lo confirma el Corifeo:

“Famosa, en verdad, y con alabanza te diriges hacia el antro de los


muertos, no por estar afectada de mortal enfermedad, ni por haber obtenido
el salario de las espadas, sino que tú, sola entre los mortales, desciendes
al Hades viva y por tu propia voluntad” (v. 817-822).

En este punto, cerca del final de su vida, no podrían ignorarse, en primer


lugar, el abrupto cambio que tiene su personalidad, porque pasó de ser
impulsiva, irracional, desafiante y firme, pues durante casi toda la obra se

70
presentó fuerte, aceptando su obrar en todo momento, pero, cuando anda
acompañada del Coro rumbo a su lecho de muerte, su comportamiento
cambia, se presenta frágil, lamentándose por su familia, su edad y su boda
no realizada, algo común en alguien que se acerca al final de su vida,
pues, como dice Creonte: “incluso los más animosos intentan huir cuando
ven a Hades cerca de su vida” (v. 580-581). Este cambio de personalidad
de Antígona, magistralmente expuesto por Sófocles, nos presenta la otra
parte de su sí, su lado femenino, frágil, racional, como el de su hermana,
dándonos entonces a conocer la grandeza de su ser, su heroicidad, pues,
en el camino hacia la cueva en la que su destino le aguarda, Antígona
revela, con profunda racionalidad, negándose con ello la idea de la pura
demencia, lo irracional, de su accionar, que hasta ahora se había visto,
“pues nunca, ni aunque hubiera sido madre de hijos, ni aunque mi esposo
muerto se estuviera corrompiendo, hubiera tomado sobre mí esta tarea en
contra de la voluntad de los ciudadanos. ¿En virtud de qué principio hablo
así? Si un esposo se muere, otro podría tener, y un hijo de otro hombre si
hubiera perdido uno, pero cuando el padre y la madre están en el Hades
no podría jamás nacer un hermano” (v. 905-912); lo que a su vez, rechaza
la creencia de un interés incestuoso porque, según la justificación, prueba
de su lucidez, de su cordura, que da a su acto por el condenado, en
donde esposo e hijos son reemplazables pero, sin padres no hay más
hermanos, muestra que su devoción a Polinices no es llevada por un amor
corrupto, sino filial, propio del afecto surgido de una crianza compartida. En
segundo lugar, ya presa, está su suicidio; el final de su lucha se aproxima,
los intentos fallidos por enterrar al hermano muerto dan sus frutos; el
anciano adivino, consejero del gobernante, siembra en él la duda y el
terror, presentándole por un lado, la horrible situación actual, el mal
presagio que está aconteciendo, las aves ya no cantan y se están
despedazando con sus garras, así como también los dioses ya no aceptan
los sacrificios que se les hacen, por lo que la ciudad sufre a causa de la

71
decisión de Creonte, pues los “altares públicos y privados, todos ellos,
están infectados por el pasto obtenido por aves y perros del desgraciado
hijo de Edipo que yace muerto. Y, por ello, los dioses no aceptan ya de
nosotros súplicas en los sacrificios, ni fuego consumiendo muslos de
víctimas; y los pájaros no hacen resonar ya sus cantos favorables por
haber devorado grasa de sangre de un cadáver” (v. 1015-1022); por otro
lado, le vaticina la desgracia que se aproxima: “Y tú, por tu parte, entérate
también de que no se llevarán ya a término muchos rápidos giros solares
antes de que tú mismo seas quien haya ofrecido, en compensación por los
muertos, a uno nacido de tus entrañas a cambio de haber lanzado a los
infiernos a uno de los vivos, habiendo albergado indecorosamente a un
alma viva en la tumba, y de retener aquí, privado de los honores, insepulto
y sacrílego, a un muerto que pertenece a los dioses infernales. Estos actos
ni a ti te conciernen ni a los dioses de arriba, a los que estás forzando
con ello. Por ello, las destructoras y vengadoras Erinias del Hades y de los
dioses te acecharán para prenderte en estos mismos infortunios” (v. 1064-
1073). Tras estas advertencias, el adivino Tiresias se retira, dejando a
Creonte con sus ánimos perturbados, listo para ceder, tarea que queda por
culminar a cargo del Corifeo, consejero final y definitivo para el gobernante,
quien, después de escucharlo, decide ceder y atender al pueblo que de
tantas maneras ha tenido voz hasta el momento, actuando al ser
representado por otros miembros y allegados a la familia de los
Labdácidas, igualmente gobernados, como Hemón cuando defiende a su
prometida (v. 733); Tiresias luego de exponer y vaticinar las desgracias
presentes y próximas (v. 1030); el Corifeo, encarnación de la voz conjunta
del Coro, del pueblo, (v. 1100-1101); disponiéndose a enterrar a Polinices y
liberar a la joven Antígona, aunque su cambio de parecer no le basta para
salvarse de la desgracia en la que él mismo se sumió por su obstinación,
pues la doncella, se suicida como prueba de su compromiso con la
empresa que defendía y, de su valor, pues desde un inicio manifestó estar

72
dispuesta a morir joven, arrastrando en ello a su prometido y último
heredero del rey, desencadenando el drama de éste, pues su hijo no sólo
fue incapaz de vivir sin su amada, decidiendo fallecer por mano propia,
sino que también murió odiándolo por su testarudez e intentando asesinarlo,
sumiendo en un destino semejante a su madre, dejando sólo al padre,
inmerso en la desgracia, derrotado, pidiendo la muerte y el exilio.

¿Qué decir de Creonte? ¿Cuál es su sino? ¿Cómo es su antes y después


de la llegada de Tiresias?

Antes del hombre devastado por la desgracia, está el gobernante firme,


recién llegado al poder de Tebas, se enfrenta a una problemática de
antaño, la familia de los Labdácidas, de la que por su hermana Yocasta
forma parte, al ser el tío de los hijos de Edipo, está maldita. El nuevo rey,
con una visión unidireccional del poder, como lo han advertido tantos
interpretes, se identifica con la ciudad, el gobierno de lo público por encima
de lo privado. Así, Creonte recurre a dos metáforas con las que pretende
sustentar su postura, y que, a su vez, obnubilan lo privado de su interés
como nuevo regente en el poder.

Tebas está experimentando un gran cambio, ha visto la destrucción de una


familia desde su propio seno, maldita y castigada por el hombre y por los
dioses, intransigentes e implacables en su castigo, acechada por la
inagotable Erinis, derrotada por un implacable destino que al final, pese a
los indicios de libertad, siempre demuestra su despiadada, ineludible y
magna soberanía.

73
Tras la reciente victoria de Tebas frente a Argos, dos hermanos igualmente
malditos, que luchan entre sí, mueren fratricidamente; uno, defensor de su
ciudad natal, lucha como su rey, defendiéndola del ejército enemigo,
afirmando una pertenencia con ella, negando su condición de hijo de Edipo,
padre-hermano al que desterró con el apoyo de Polinices, el mismo que
ahora, tras ser exiliado igual que su progenitor, se identifica con él,
mientras añora regresar a su tierra madre, más quizá, que recuperar su
reino, por derecho compartido con Eteocles.

El campo está listo, las condiciones completamente dadas, los hermanos se


enfrentan, mueren; Tebas queda sin rey. Este desenlace de la historia
permite a Creonte llegar al poder, de forma caótica. El Coro festeja la
victoria acaecida:

“Llegó la victoria, de glorioso nombre, y se regocijó con Tebas, la rica en


carros. De los combates que acaban de tener lugar, que se haga olvido.
Vayamos a todos los templos de los dioses en coros durante la noche, y
Baco, el que hace temblar la tierra de Tebas, sea nuestro guía” (v. 148-
154).

Invita a festejar durante la noche, en los templos, con Dionisio como


acompañante, y a olvidar la batalla recientemente superada, de la que sólo
quedan dolores, que aún no concluyen, porque, en consecuencia de ello,
Creonte asciende al poder de la ciudad, y una vez con el control total de
ella, para reafirmarse en el mismo, condena al fallecido traidor, Polinices, a
permanecer insepulto, para servir como pasto para los perros y las aves de
rapiña, e igual, a un destino fatal a todo aquel que infrinja su edicto.

74
Al presentarse por primera vez en escena, anunciado por el coro luego de
invitar a festejar, el rey invoca, tal y como lo hizo Ismene ante su hermana
para incitarla a recapacitar, a la memoria, en este caso, a la del pueblo,
de los ciudadanos, del Coro, pues sabe bien que éstos siempre fueron
fieles al trono de Layo, luego al de Edipo, y finalmente al de sus hijos, de
tal manera que con ello espera que sean iguales con él, lo que implica
respetar y acatar su edicto contra el fallecido como traidor.

Se presenta prudente, de buen obrar y hablar, como se le vio en Edipo


rey, pero ahora, en Antígona, como gobernante, deja claro desde el inicio
cómo será su regencia del poder, proclamando cinco leyes:

“(…) Es imposible conocer el alma, los sentimientos y las intenciones de un


hombre hasta que se muestre experimentado en cargos y en leyes. Y el
que al gobernar una ciudad entera no obra de acuerdo con las mejores
decisiones, sino que mantiene la boca cerrada por el miedo, ése me
parece –y desde siempre me ha parecido- que es el peor. Y al que tiene
en mayor estima a un amigo que a su propia patria no lo considero digno
de nada. Pues yo -¡sépalo Zeus que todo lo ve siempre!- no podría
silenciar la desgracia que viera acercarse a los ciudadanos en vez del
bienestar, ni nuca mantendría como amigo mío a una persona que fuera
hostil al país, sabiendo que éste es el que nos salva y que, navegando
sobre él, es como felizmente haremos los amigos” (v. 175-190).

No se puede conocer realmente a alguien hasta que está en el ejercicio


del poder, irónicamente, este es el caso de Creonte, notorio cambio el que
tiene de Edipo rey, como súbdito, siendo un hombre sabio, mesurado, a

75
Antígona, como gobernante, impulsivo y desmedido. Bajo su mirada, el rey
debe actuar siempre en concordancia a lo que considere mejor, rechazando
cualquier primacía de lo subjetivo, negando la estima por un ser querido,
amigo e incluso familiar, sobre el interés publico, así como tampoco puede
callar una desgracia que pretenda afectar a la ciudad, ni tener por amigo a
un enemigo de la misma. Estas cinco leyes son las que regirán su
mandato sobre Tebas, las mismas por las que condenará y será castigado.
Lo mejor para Creonte, ahora como rey, es decretar que Polinices, por
haber muerto mientras acechaba a su tierra patria, negándose el hecho de
que lo hizo en medio de la búsqueda de recuperar un poder que por ley
debía ser suyo también, debe permanecer en las afueras de la ciudad,
donde murió, insepulto, privado de los ritos funerarios e inclusive, del
lamento familiar, contario a su hermano Eteocles, defensor de su reino,
digno por ello, de todos los honores, pues falleció en pro de su ciudad,
primando, en apariencia, el interés público sobre el privado, rechazando la
subjetividad de enfrentarse a un hermano y de la condena que ello
acarrea, pues para “la muerte de dos hermanos que entre ellos se matan
así, con sus propias manos…, no existe vejez de esta mancha” 55, aunque
con esto obtiene el favor devoto de un Creonte cuya mirada está
atravesada por este pensamiento.

El interés privado de Eteocles se ve, en primer lugar, desde su decisión


inicial de expulsar a su hermano de la ciudad, para conservar así la
soberanía sobre Tebas; en segundo, por su negativa a escuchar razones,
acompañada de su misoginia, mientras se ve como el salvador, el timonel
a cargo de la nave estado, defensor de su honor, que es realmente su
motivación particular, por encima del de su pueblo. En esta medida,

55
ESQUILO. Los siete contra Tebas (v. 682-683).

76
Creonte es un reflejo exacto de su antecesor, aunque añade algo que
aquél por su edad no podría tener ni pensar, dadas las circunstancias.

El provecho particular de Creonte surge con su edicto; el enemigo de la


ciudad, el injusto, Polinices, debe ser castigado, se le debe dejar sin
sepultura para que alimente a los perros y a las aves de rapiña, y sirva
así de ultraje para la vista, el castigo como ejemplo; esta es la orden del
rey, que identifica el estado con una nave que él, por su posición, debe
comandar, rígidamente, como las leyes que profesa al momento de
presentarse ante el Coro, sin ceder ante todo aquel o aquello que atente
contra el orden que piensa establecer. Tan precipitado como impactante, es
cada suceso que se presenta, donde la mayoría de los personajes
manifiesta estar en desacuerdo con la nueva orden; de este rechazo, se
excluye al Guardián y al Mensajero; este último por simplemente ser un
narrador imparcial de los acontecimientos desgraciados que caen sobre la
familia de Creonte; mientras que el primero, reflejo exacto de la condición
humana, identificable por lector y el espectador con ese aspecto de la
cotidianeidad del hombre, por ser contradictorio, que no se inclina hacia
una aprobación o un rechazo frente a lo que acontece, sino por una
aceptación calculadora entregada a la fuerza del azar, al no saber qué
hacer, como su protectora; este personaje, cojo, ordinario, se debate entre
un decir u ocultar la noticia de que el edicto en contra de Polinices ha
sido violado, por temor a la represalia del poderoso, delibera, avanza y
retrocede en su trayecto hacia el rey, previo al cual se disputó con sus
compañeros de guardia sobre lo sucedido al cadáver, mas, al no hallar a
un culpable, sobre lo que estaban dispuestos todos a “levantar metales al
rojo vivo con las manos, a saltar a través del fuego y a jurar por los
dioses no haberlo hecho, ni conocer al que había tramado la acción ni al
que la había llevado a práctica” (v. 264-267), le tocó, precisamente a él,

77
por el azar, dar la mala noticia y someterse a lo que ella le acarreara.
Este personaje, egoísta, para quien nada es más importante que ponerse a
sí mismo a salvo, hace todas las salvedades posibles antes de narrar la
historia, a pesar de que de todos modos, el rey se ofende y se ensaña
arremetiendo con amenazas contra él. Debe retirarse, no sin la advertencia
de no volver hasta encontrar al perpetrador que infringió la ley, mientras se
promete no regresar, algo que no puede cumplir porque, ante un hecho
inesperado, repentino, interpretado como una señal divina, “un torbellino de
aire levantó del suelo un huracán -calamidad celeste- que llenó la meseta,
destrozando todo el follaje de los árboles del llano, y el vasto cielo se
cubrió” (v. 417-421), Antígona es descubierta lamentándose, maldiciendo y
sollozando, al ver el cuerpo de su hermano expuesto, por lo que, como un
cazador que se abalanza sobre una presa, el Guardián y sus compañeros
se lanzaron inmediatamente a la captura de la joven, sin que ésta negara
los hechos anteriores y presentes; con esto, libre de culpa, se presenta
ante Creonte, a pesar de que no creía y había jurado no hacerlo luego de
las amenazas de las que fue víctima, con la muchacha, sin que le sea
grato el conducirla a la desgracia, pero salvo de ella, que es lo más
importante para él, buscando un reconocimiento particular, egoísta, pues de
él y sólo de él, sin intervención del azar al que se encomienda, fue el
hallazgo de Antígona, (v. 397), pese a que después dice que fue en
compañía de otros guardianes que la capturó56 (v. 432-435).

56
La imagen del Guardián como representante de la condición humana, está también
planteada por Martha C. Nussbaum, Op. Cit., págs. 93-94.

78
Tras la aparición del Guardián, Creonte se enajena, cae en un estado de
demencia tras el cual comienza a indagar en la naturaleza humana a partir
del miedo al complot que su delirio le genera57.

Sabe ahora que hay algunos ciudadanos que no apoyan su poder, y piensa
que están financiando la acción en contra suya. Comienza a indagar en la
naturaleza humana a partir de su mayor mal, el dinero: “Él saquea las
ciudades y hace salir a los hombres de sus hogares. Él instruye y trastoca
los pensamientos nobles de los hombres para convertirlos en vergonzosas
acciones. Él enseñó a los hombres a cometer felonías y a causar la
impiedad de toda acción. Pero cuantos por una recompensa llevan a cabo
cosas tales concluyen, tarde o temprano, pagando un castigo” (v. 296-303).
Tras exponer los alcances del dinero en el ser humano, Creonte concluye
con una máxima del castigo como sentencia, todo aquel que obra
seducido por el dinero, paga tarde o temprano el precio de su acción,
nadie se salva. Así, el gobernante, temeroso, amenaza al Guardián,
creyéndolo un traidor a su causa, atraído por los enemigos, aunque para
este personaje, no hay culpables, sólo uno, aún desconocido.

Bajo la lente del interés, observa y acusa luego al adivino Tiresias, a


quien, luego de reconocerlo como hombre justo que ha representado un
gran bien para la ciudad, comandándola, dirigiéndola como una nave, por el
buen sendero; aunque ahora, que su sensatez invoca a tener clemencia
con el cadáver insepulto, se convierte en un mal para Creonte, que
inmediatamente lo acusa, retratando una imagen no muy alejada de la

57
En acuerdo a que el conocimiento de Creonte sobre la violación de su edicto, por voz
del Guardián, es lo que desencadena su demencia, véase Jean Bollack: La muerte de
Antígona. La tragedia de Creonte, pág. 33.

79
situación actual, de pertenecer, como adivino, a una casta que sólo busca
lucrarse, cayendo en una situación vergonzosa, al prestarse para fines
injustos, pues por nada del mundo Creonte afirma que será enterrado
Polinices, forzando con su obstinación al acusado, a referirle las grandes
desgracias que se le aproximan y que lo destruirán, todo por su negativa a
ceder sobre algo tan inútil como ensañarse con un muerto matándolo de
nuevo, pero que al final resulta ser, tras la muerte de su hermana, quien
tiene más poder, pues, en un giro del destino, con el apoyo de los dioses,
logra vengarse de quien lo considera ser su enemigo.

Aferrado a la imagen del navegante, que comanda su nave-estado, Creonte,


tensando la cuerdas, inflexible, se niega a escuchar las voces que le
incitan a cambiar, a flexibilizarse, ignorando las dos grandes sentencias de
su hijo; en la primera se vale de la imagen amada de su padre, la del
navegante, la vuelve en su contra: “(…), el que tensa fuertemente las
escotas de una nave sin aflojar nada, después de hacerla volcar, navega el
resto del tiempo con la cubierta invertida”58 (v. 715-717).

Ceder es de sensatos, de sabios, salva; por el contrario, la obstinación


destruye; si el navegante tensa mucho la cuerdas de su navío, sin aflojar
en absoluto, es posible que éste se vuelque, como en efecto le sucede a
Creonte por no acatar la primer sentencia de su hijo, enceguecido por el
interés particular, en primer lugar, de conservar el poder, de establecerse
fijamente en él, pretendiendo mostrarse como el salvador de la ciudad, de

58
Esta inversión en la metáfora del navegante, utilizada por Hemón en contra de su
padre, no fue reparada por Martha C. Nussbaum, Op. Cit., págs. 100-102. Esto es bien
mencionado por Mario Álvares Gómez en su artículo: Antígona o el sentido de la
phrónesis; pág. 18.

80
la misma manera a como se presenta Edipo en Edipo rey ante su pueblo,
al compararla con un barco, apelando con esto a la psicología de las
masas, que, por amor y respeto a su protector, su imagen, le sirven
fielmente; aunque la diferencia entre Edipo y Creonte es bastante extensa,
Edipo llegó a Tebas como salvador, librándola de la Esfinge, se convirtió
en rey, por derecho, tras casarse con su madre, su culpa no es mayor ni
igual que la de su tío, él no está obrando contra las leyes de la
costumbre, de los dioses, simplemente está sujeto a un destino que
desconoce que ya se ha cumplido, e indaga en ello, hasta conocerlo y
desmoronarse por su causa; mientras que Creonte luego de ascender
caóticamente al poder, no como sus antecesores, comete la impiedad de
castigar a un indefenso, a un muerto que nada puede hacer, obra contra
los dioses, atentando contra la familia, y debe pagar por ello, convierte a
los hermanos en enemigos, su castigo para Polinices es digno de tales,
niega el vínculo sanguíneo; busca asemejarse fallidamente a Edipo,
resultando ser igual a Eteocles, pues su proceder es muy similar al de
éste, ni siquiera está excepto del castigo; busca erradicar la mancha
familiar, la maldición de los Lábdácidas; en este caso, emprendiéndola
contra una de las hijas y hermanas de Edipo, Antígona; ésta, prometida de
su hijo, carga en sí y sobre sí el peso de una maldición que hasta ahora
no ha fallado en consumarse; como prometida de Hemón, da la posibilidad
de que su mal se transfiera a la descendencia de Creonte, por lo que
éste, valiéndose de la excusa que su edicto le permite, y abandonando la
metáfora de la ciudad-barco, recurre a otra, planteándola frente a Ismene,
la del labrador.

“También los campos de otras se pueden arar” (v. 569).

81
Bajo su pretensión de dar primacía al interés público sobre el privado,
Creonte identifica el bien de la ciudad, con la utilidad de sus ciudadanos,
lo que éstos pueden hacer por el bien común, lo que en la perspectiva del
rey, no está cumpliendo Antígona, por lo que, conforme a su interés
particular, que prima sobre el público, Hemón no tiene por qué limitarse a
su compromiso, la finalidad de un matrimonio es la producción de
ciudadanos, la joven no sirve como esposa, atenta contra el deseo de su
futuro suegro de erradicar su maldición familiar.

La persistencia en esta idea, sumada a la negativa a escuchar razones,


llevado por sus deseos personales y la demencia que el violar su edicto le
produjo, ignora la segunda sentencia de su hijo, cuyo obrar es mal
interpretado por el padre, pues al defender a su amada, también defiende
a su progenitor, a ella, de la muerte, a él, de la desgracia que se le
avecina a causa de su irracionalidad y persistencia.

“Ella no morirá cerca de mí, y tú jamás verás mi rostro con tus ojos” (v.
762-765).

Estas palabras de un hijo hacia su padre, no son una amenaza en contra


de Creonte, sino del mismo que las pronuncia, Hemón, pues, muerta su
prometida, él también morirá, llevado por la ceguera e incapacidad de vivir
que su amor hacia ella le produce, desencadenando un mal terrible, el
suicidio de una madre que no puede tolerar tal desenlace de los hechos,
pues inclusive, luego de su suicidio, el Mensajero narra que antes de

82
hacerlo, lamentó el lecho vacío de su hijo Megareo 59, que murió durante el
ataque de los siete.

La muerte del hijo, seguida de la madre, derrumba anímicamente a


Creonte, lo sume en la desgracia, sus intereses personales han terminado
por destruirlo, dejándolo indudablemente sólo, pues, si la ciudad, como le
manifestó Hemón, no lo acompaña en su edicto (v. 733) ni condena, ahora,
sin más familia, nada más que la soledad le queda.

Queda entonces, magistralmente abarcada la condición humana en esta


gran obra del arte sofocleo llamada Antígona. En ella, cada personaje
representa un aspecto del ser humano, desde lo más pequeño hasta lo
más grande, desde las pasiones más mesuradas hasta las que sobrepasan
el control y conducen a la desgracia, desde la prudencia y sus beneficios,
hasta la insensatez y sus castigos, etc.

59
Hijo, al igual que Hemón, de Creonte y de Eurídice. Eurípides en las Fenicias, se
refiere a él como Meneceo (v. 905), sin que se confunda por ello éste con su homónimo
abuelo paterno. La muerte de este joven por inmolación, se efectúa como beneficio de la
ciudad, para sobrevivir al ataque de los siete, según vaticina Tiresias; muere porque Hemón
está comprometido, mientras que él no. La muerte de este joven y su proceso, narrada por
Eurípides en sus Fenicias (v. 905-1066), confirmada en 1090-1093, ofrece una visión
interesante de lo hasta ahora plateado sobre el carácter de Creonte, pues, en negativa a
los intereses de la ciudad, prefería salvar a su hijo de la muerte, antes que dar más
importancia a Tebas, lo que claramente contraría sus palabras en Antígona, las leyes que
proclama al poco tiempo de aparecer en escena, sobre no anteponer intereses particulares,
de amistad o familia, a los de la polis.

83
La condición humana de Antígona exige lucha, resistencia, amor; la de su
hermana prudencia y distancia, sin negar su afecto; la de Hemón, un
respeto hacia el padre y una ingenuidad erótica que lo ha de consumir,
poniéndolo en contra de su progenitor, y llevándolo al suicidio, como a
tantos amantes les ha llegado; la de Eurídice, el amor de una madre; la
de Creonte, la naturaleza de un gobernante rígido, cruel, insolente e
insensato, que evidencia a la larga lo terrible de ello. El Coro y el adivino,
la prudencia, los consejeros que viven el conflicto y a pesar de ello, dado
que no se dejan llevar por sus pasiones, logran hablar ajenos a él. El
Guardián, ese aspecto deplorable, interesado y enfermo del ser humano. El
Mensajero, el portador de malas noticias al que siempre se quiere lejos,
pero que siempre llega y demuele todo con sus palabras.

No hay una moral que guie los pasos de los actores; ellos, motivados por
sus pasiones e intereses, la eluden, no los toca o afecta, salvo ya en el
caso de que su obra sea consumada, y herencia de ello, les queda la
enseñanza que su sufrimiento les trae. Encargados de juzgar, moralmente,
están el Coro y el adivino, sabios intachables dentro de la obra.

Ente muchas otras cosas que se escapan, la condición humana es, de


todos los temas que en esta obra pueden verse, la perfecta aglomeración
de todos ellos.

84
7. EROS

“Eros, invencible en batallas, Eros que te abalanzas sobre nuestros


animales, que estás apostado en las delicadas mejillas de las doncellas.
Frecuentas los caminos del mar y habitas en las agrestes moradas, y
nadie, ni entre los inmortales ni entre los perecederos hombres, es capaz
de rehuirte, y el que te posee está fuera de sí. Tú arrastras las mentes de
los justos al camino de la injusticia para su ruina. Tú has levantado en los
hombres esta disputa entre los de la misma sangre. Es clara la victoria del
deseo que emana de los ojos de la joven desposada, del deseo que tiene
su puesto en los fundamentos de las grandes instituciones. Pues la divina
Afrodita de todo se burla invencible. También yo ahora me veo impelido a
alejarme ya de las leyes al ver esto, y ya no puedo retener los torrentes
de lágrimas cuando veo que aquí llega Antígona para dirigirse al lecho, que
debía ser nupcial, donde todos duermen” (v. 782-805).

Este canto al Eros hecho por el Coro, muy anticipado al planteamiento


filosófico de la relación entre el amor y la locura, tratado por Platón en el
Fedro más de medio siglo después60, atraviesa todo el accionar de la joven
Antígona y permea a los demás personajes. El Eros de la joven y de su
principal contraparte, Creonte, su tío, fríos y extraños a su manera,
opuestos entre sí, los lleva a destacarse en sus causas, aunque son
Hemón e Ismene quienes al parecer en mayor medida pueden representar
este sentimiento.

60
Antígona ha sido datada como perteneciente al año 442 a.C., previa a Edipo rey. Por
su parte, Fedro, considerado como uno de los diálogos de madurez de Platón, ha sido
datado como escrito alrededor del 370 a.C.

85
Con sus padres y hermanos muertos, es interesante que, en medio del
claro conocimiento que posee sobre lo sucedido a ellos, Antígona se dirija
a su pariente aún más cercana, su hermana Ismene, desde el inicio de su
historia, con unas palabras carentes de afecto, pero que intentan acercarla,
apelando a su vínculo familiar, para persuadirla de unirse a su causa, la
única ante sus ojos verdadera, realizable sólo por alguien que es “por
naturaleza bien nacida” (v. 38), encaminada hacia un familiar querido, un
hermano, por lo que ni siquiera habría traición.

Este intento de rescatar los valores familiares, amados y defendidos por la


ley divina, sobreponiéndolos a la ley humana, por los que lucha Antígona,
contrasta fuertemente con los de su madre, al ésta entregar a su hijo a un
servidor para que lo asesinase, y así evitar su funesto destino 61,
anteponiendo entonces lo humano ante lo divino, situación que su joven
hija deplora y rechaza totalmente, estando dispuesta a enfrentarse contra
toda la ciudad y su representante, el gobernante, quedando como bien nota
su hermana, en una situación de traición igual que aquél al que defiende,
con tal de honrar al occiso condenado a yacer insepulto, pues el vinculo
familiar es, paradójicamente por el Eros que defiende, lo más sagrado para
ella, por ello, aún sabiendo el castigo que recibirá por lo que piensa hacer,
responde a Ismene frente al desafío que en su obrar hará a su tío: “No le
es posible separarme de los míos” (v. 48).

“Yo le enterraré. Hermoso será morir haciéndolo. Yaceré con él al que amo
y me ama, tras cometer un piadoso crimen, ya que es mayor el tiempo

61
SÓFOCLES. Edipo rey (v. 1171-1176).

86
que debo agradar a los de abajo que a los de aquí. Allí reposaré para
siempre” (v. 71-76).

Este amor recíproco que Antígona proclama, se debate entre el incesto y lo


fraternal. Aún así, este hecho la lleva a oponerse a la orden de su tío,
enfrentándose conscientemente contra una fuerza que sabe que es superior
a ella y que la castigará fuertemente, pero que ante sus ojos no es algo
malo, sino “un piadoso crimen”, pues en la muerte estará eternamente con
aquellos que han fallecido, por lo que es hacia éstos que vuelca su amor,
ya que con los vivos la situación es muy distinta. Esta dualidad en su
afecto familiar, entre los vivos y los muertos, permite ver que para Antígona
es de importancia honrar a los segundos para agradarles cuando esté con
ellos en el Hades, habiendo una utilidad en su querer, pero, con los vivos,
el cariño depende de si la apoyan porque, como se puede ver una vez
que Ismene se rehúsa a acompañarla en su obrar, la heroína se vuelca
hacia una negativa airada del vínculo familiar, la rechaza como hermana, la
odia, mientras afirma que el indefenso al que le niega su apoyo la tomará
igual.

Pero qué decir de la manera de amar de Ismene, pura y racional, inclinada


hacia la vida, bien contenida en su frágil naturaleza, la misma por la que
intenta rescatar de un destino que como ella probará puede ser evitado 62, a

62
Teniendo en cuenta que en ningún momento, -salvo en los versos 895 y 941, donde
Antígona afirma ser la última descendiente viva de Edipo, (cuestión que contradice lo que
los historiadores posteriores dirán), pero que está, a falta de una información más
específica, a mi parecer, movida o suscitada por la falta de compañía que Antígona tuvo
por parte de su hermana, por lo que en sus momentos finales la niega-, se dice que

87
su hermana de las garras de la muerte, una muerte que vivencia de
múltiples maneras, conducida por su agonía y la aparente irracionalidad de
su deseo. Este amor que intenta hacer recapacitar a Antígona, exponiéndole
las desgracias familiares, su condición de fragilidad femenina y su
obligación de respeto frente a la voluntad del gobernante, sin pretender con
ello ser irrespetuosa y parca en su querer para con el muerto, es lo que
provoca que Ismene sea rechazada por su hermana, pero conduce a una
visión más amplia del Eros fraternal.

Una vez que Antígona es capturada, Ismene se presenta escoltada por dos
esclavos; testigo de su condición y profundo afecto, en contraste al de su
hermana, es el Corifeo:

“He aquí a Ismene, ante la puerta, derramando fraternas lagrimas. Una


nube sobre sus cejas afea su enrojecido rostro, empapando sus hermosas
mejillas” (v. 526-530).

Se presenta en escena, doliente, expresando la naturaleza de su amor,


llorando, pidiendo a su hermana un imposible, que le permita, cual Hécuba
hace ante su hija Polixena, compartir su destino en la muerte, encarándola
con valor, honrando con su hermana al hermano muerto; en vano, pues
para la heroína nadie más que ella, única causante de lo que se le acusa,
merece lo que le espera, escudándose en Hades y los muertos como
testigos, y en que ella no ama a quien sólo lo hace de palabra, por lo
que ahora la suplicante petición de Ismene, su amor, se muestra de otra

Ismene ha muerto, se entiende que ella pudo escapar a su destino terrible, el de su


familia. Este tema será expuesto en mayor detalle en el capítulo siguiente.

88
manera, en el deseo de compañía, ante el temor a la inminente soledad:
“¿Y qué vida me va a ser grata si me veo privada de ti? (V. 548)… ¡Ay de
mí, desgraciada! ¿Y no alcanzaré tu destino?” (v. 554).

La respuesta de Antígona sumerge en una doble visión del Eros,


acompañada de lo que muy claro tenían los griegos como su compañía
antitética, Thanatos:

“Tu has elegido vivir y yo morir (v. 555)… tú vives, mientras que mi alma
hace rato que ha muerto por prestar ayuda a los muertos (v. 559-560)”.

Se ve entonces la presencia de ese ente silencioso, “invencible en


batallas”, que con su presencia, poder y servidumbre a Afrodita, tiene sobre
la joven que, poseída por él, se sume en el delirio, pues “el que le posee
está fuera de sí”, como dice El Coro; enajenada entonces, desde el
momento mismo en el que se entera de que su hermano no puede ser
sepultado.

Muere, aún en vida, dirigiéndose a una doble muerte; la primera, espiritual,


le sirve de compañía conductora para continuar con su decisión; la
segunda, la segunda es el culmen del castigo que su impulso produjo.

Esta forma de ser y no ser, tan presente en una obra como Antígona, es
clara y mencionada en demasía a lo largo de la misma.

89
Pese a todo, es válido interpretar que la negativa de Antígona a que su
hermana comparta su destino, tiene implícito un Eros, que busca o desea
que al menos uno de los descendientes de Edipo continúe con vida,
escape a la desgracia, pues imperativamente dice a su hermana:

“Sálvate tú. No veo con malos ojos que te libres” (v. 553).

Finalmente Eros vence, el dolor de Antígona cesa al ahorcarse en su


prisión; no luchó con la pretensión de convertirse en un símbolo de
resistencia política contra el gobernante, de incitar a una rebelión del
pueblo, o por defender o legar un ideal político, su suicidio es el culmen
de un deseo llevado a cabo, muerta en vida, por amor a un muerto,
luchando por él, queriendo acompañarlo, lográndolo al fin.

Esta situación desemboca en una gran desgracia, Hemón, a quien se le


atribuye el tercer estásimo, el canto al Eros, no soporta vivir sin su amada;
el amante devoto se suicida, desea morir tal y como su prometida lo
anhelaba por su hermano insepulto, consuma su deseo; pero es un error
considerar este desenlace de la historia, y decisión del personaje, como
muestra máxima del Eros porque, bajo la misma óptica, sin el hijo, único
de dos que eran, la madre, dolida, arrobada igualmente por el dolor, se
suicida de manera similar, clavándose una espada.

90
Sin duda, aunque Antígona no muere por Hemón, ni siquiera tiene
63
referentes de cariño para con él , este joven al momento de suicidarse,
posterior al ataque que realizó contra su padre, enajenado por el Eros,
enceguecido por su deseo, delirante, se une al fin en matrimonio con
Antígona, una unión simbólica, luctuosa.

63
Se puede discutir mucho a este respecto, sobre lo cual inequívocamente saldría una
tesis, con base en el verso 572, donde Antígona dice: “Oh queridísimo Hemón, cómo te
deshonra tu padre”. Esta frase es atribuida a Antígona pero es más razonable ver que en
su contexto, dichas palabras pertenecen a la afectuosa Ismene, insistente en la idea del
matrimonio, que tanto molesta a Creonte una vez que el verso mencionado es dicho; esto
es bien señalado por Martha C. Nussbaum, Op. Cit., pág. 107; también, por J. Kenneth
MacKinnon en sus textos Greek Tragedy and the Women of Fifth Century Athens, pág. 79, y
Sophocles, Antigone 572-581, pág. 24; (On line) disponibles :
http://triceratops.brynmawr.edu/dspace/bitstream/handle/10066/5353/MacKinnon_7_1.pdf;jsessioni
d=01C830C3A939547636C4A2DB23322616?sequence=1, para el primero, y
http://www.rhm.uni-koeln.de/127/MacKinnon.pdf, para el segundo (ambos textos con acceso
el 14-06-2011). MacKinnon plantea en su texto Greek Tragedy and the Women of Fifth
Century Athens, que el hecho de atribuir las líneas de este verso a Antígona se remontan
hasta Aldo Manucio, pese a que las líneas son atribuidas a Ismene por los manuscritos L,
indicaciones que deben mantenerse a menos que se tengan motivos para dudar de ellas.
Acorde a la idea de que el verso 572 pertenece a Antígona, Jean y Mayotte Bollack, en
su traducción al francés de esta obra, Antigone, atribuyen este verso a Ismene. En lo que
respecta al cariño de Antígona hacia Hemón, puede pensarse, de igual manera a como se
ha dicho que la joven puede manifestar su amor hacia Ismene al negarle la posibilidad de
morir a su lado, puede hacer lo mismo con Hemón al no mencionarlo, evitando hacerlo
participe de su sufrimiento, exponiendo con ello una forma de su Eros hacia él, algo
similar plantea señala Joaquín García Huidobro, en su texto Antígona: El descubrimiento del
límite, págs. 100-101, (On line). Disponible en:
http://webcache.googleusercontent.com/search?q=cache:ps0N7PzhGkIJ:dspace.unav.es/dspace/bi
tstream/10171/13688/1/PD_39_05.pdf+antigona+v.+572&cd=1&hl=es&ct=clnk&source=www.googl
e.com, [con acceso el 14-06-2011].

91
Este personaje, joven, se presenta en un inicio de la obra como alguien
secundario, al parecer, sin un gran valor al interior de la historia, similar a
Ismene, devoto a su padre, aunque en realidad al igual que esta última, es
más grande de lo que se piensa e importante para la tragedia.

A partir del verso 635, Hemón se dirige a su padre, tras haber preocupado
anteriormente al Corifeo y a su padre ante la idea de que en él hubiera
una gran furia por causa de lo sucedido a su prometida, mas, para
sorpresa de todos, el joven con gran devoción paterna dice:

“Padre, tuyo soy y tú me guías rectamente con excelentes consejos que yo


seguiré. Ningunas bodas son para mí más importantes de obedecer que tu
recta dirección” (v. 635-638).

Estas palabras agradan a Creonte, que le aconseja “posponer todo a las


resoluciones paternas” (v. 640), por lo que complacido, manifiesta lo
deseable que es tener un hijo sumiso y el no dejarse enloquecer por el
amor, lo cual le sirve para justificar sus acciones a partir del castigo para
con los mimos familiares, para con los anarquistas, pues al gobernante hay
que obedecerlo en todo, y muy importante, para consigo mismo, en tanto
que no puede ni quiere ceder ante una mujer.

En este punto del diálogo padre-hijo, se ve la importancia del joven


enamorado, tras hablar Creonte de una manera que al Coro le parece que
fue sensata, Hemón manifiesta que quizá a él también le sea lícito algo de
razón en sus palabras frente a otro asunto. El amor del joven es colectivo,
no se limita a Antígona, de manera interesante el joven representa la voz

92
del pueblo, y lo hace con la sensatez del Coro, de un anciano. Aconseja a
Creonte no tener una visión unidireccional del conflicto, la “de que lo que
tu dices y nada más es lo que está bien. Pues los que creen que
únicamente ellos son sensatos o que poseen una lengua o una inteligencia
cual ningún otro, éstos, cuando quedan al descubierto, se muestran vacíos”
(v. 705-708). No hay vergüenza en ceder, en aceptar por parte de alguien
mayor, los consejos de un joven que en este caso, puede ver con claridad
que su padre es movido por sus pasiones, lo cual desata la furia del rey
que, inmediatamente arremete contra su hijo, ofreciéndonos ello un bello
diálogo donde ambas partes exponen las razones de sus posturas, desde
una lógica que acompaña claramente al enamorado.

El pueblo apoya a Antígona, dice Hemón, el gobernante debe prestar


atención a ello y ceder, porque “no existe ciudad que sea de un solo
hombre” (v. 737), y el pensar de Creonte es propicio para alguien que
gobierne en un desierto.

La cólera del gobernante le impide ver que las razones de su hijo buscan
proferirle un beneficio, viendo en ellas sólo el interés por defender a su
prometida, pese a las claras insinuaciones del muchacho por el beneficio
colectivo, ese por el que Creonte afirma obrar, logrado en breves líneas y
con una gran sencillez, por su hijo.

“Creonte: Todo lo que estás diciendo, en verdad, es en favor de aquélla

Hemón: Y de ti, y de mí, y de los dioses de abajo” (v. 748-749).

93
Manifiesto es el interés de Hemón por ayudar a su padre, lo compara
incluso, ante su creencia de éste de que sus palabras buscan el beneficio
de su amada, de una mujer, con una. Los contrarios, las ideas defendidas
por Creonte y Antígona, la voz del pueblo, son abarcadas por Hemón,
reconciliadas, pero lamentablemente no habría enseñanza en la obra si se
terminara allí y el gobernante cediera en su decisión antes de que le fuera
demasiado tarde; el objetivo final es mostrar como la imprudencia destruye
a los hombres, como las acciones impías no dejan ni traen nada bueno;
por ello, derrotado por la sinrazón, Hemón no tiene más camino que
retirarse, amenazando con la desgracia posible de una muerte, la suya, sin
explicitarla, que el rey interpreta como dicha en contra suya.

La historia avanza y el hado trágico se desenlaza, sin más, la tragedia


llega al orden a partir de la muerte de Antígona, reconciliadora nefasta de
lo divino y humano que bien encarnaba Hemón.

Tras los suicidios de Antígona y Hemón, la reina Eurídice, incapaz de


soportar su más reciente dolor, culpando al igual que todos los demás
muertos, a Creonte, se suicida como muestra de un amor que no tolera la
idea de vivir sin su último hijo, conducido a la desgracia por su padre; esta
muerte de la reina contrasta con la de Yocasta en Edipo rey, quien
incapaz de soportar la verdad de lo acontecido con su hijo, se suicida.
Ambas reinas se conducen a su Hado luctuoso fuera de escena, tal y
como sucede con los prometidos suicidas, en un espacio trágico
desconocido para el público, develado sólo por las palabras del Mensajero,
permaneciendo oculto, pero evidenciando que la idea de la muerte, su
presencia consumada, era algo que se pretendía velar para el público, de

94
manera que lo trágico de la obra dejara su enseñanza sin exponer los
horrores innecesarios de la muerte.

Este acontecimiento funesto al que llega la familia de Creonte, lo sume en


la desgracia, como prueba de su amor por ellos, un amor que hasta
entonces estaba vedado en él, medido solamente en la proporción de
beneficios que pudiera proporcionarle a la polis.

Cada personaje de la obra, cual sea su nombre, Antígona, Ismene,


Creonte, Hemón, Eurídice, tiene un Eros que lo acompaña, sin duda, es
mayor en los casos de los jóvenes y de la reina, pero, en mayor medida,
es evidenciado por Ismene y Hemón, aunque es más representado por el
joven que fiel a su Eros, y conducido por él, decide acompañar cuanto
antes a su amada, la misma que, en concordancia con su profeso amor,
busca llegar donde su hermano, morir para estar con él. El Eros, aunque
se le atribuye en demasía a Hemón por sus acciones, son precisamente
estas mismas y su relación con lo planteado por Sófocles en el tercer
estásimo, la oda al Eros, donde lo describe como un ser invencible, que
enloquece a todo aquel que lo posee, que “arrastra las mentes de los
justos al camino de la injusticia para su ruina”, genera disputas y
revoluciona, extrae de las leyes64. Este Eros anarquista es, perfectamente,
encarnado por Antígona, de la misma manera análoga a como Platón en el
Banquete propone un Eros daimonico, filósofo, encarnado por Sócrates.

64
Al respecto es muy interesante y detallado el análisis que del tercer estásimo que
elabora Jean Bollack, Op. Cit., págs. 15-21.

95
Antígona es entonces, en esta obra Sofoclea, de todos los personajes que
hay en ella y que en su respectiva medida aman, la encarnación de Eros,
su representante, quien mayormente lo contiene y puede revelar, siendo
capaz de sustraer a los personajes como el Coro, fuera de las leyes, y de
dominar a poderes tan grandes en comparación suya, como lo son Creonte
para la joven y Ares para Eros, “invencible en batallas”.

96
8. LA HERENCIA MALDITA

Maldito Layo, malditas dos generaciones más a parte de la suya. Esta


historia perteneciente al Ciclo Tebano plantea varios problemas muy
humanos; por un lado está el mal, la desgracia transmitida a los hijos por
sus padres; por otro está la gran incertidumbre de si nuestro accionar está
condicionado por una fuerza mayor, bien llamada Hado, destino, que nos
acompaña incluso desde antes de nacer, o si por el contrario, somos libres
y por ende totalmente responsables por las consecuencias de nuestras
acciones. Este dilema entre lo determinado e indeterminado es una dualidad
que no se presenta por primera vez en las obras Sofocleas sobre la Casa
de Tebas, y ni siquiera en la versión Esquilea de la misma familia. En
Antígona estos dos conceptos se prestan para una doble interpretación, del
mismo modo a como sucede con el Eros.

La importancia del destino, expuesta en el capítulo tres, y su gran peso, es


algo que ya desde la épica nos ofrece Homero con Aquiles y Héctor,
nacidos para morir jóvenes; el primero, de haber evitado ir a Troya no
habría muerto, pero no sería recordado; el segundo, de haberse quedado
en la ciudad para no luchar con el Pélida, no habría perecido a manos de
aquél. Ahora bien, en la tragedia de los Labdácidas tenemos desde Layo el
peso de una maldición que arrasará con tres generaciones, la suya, la de
su hijo, y la de sus nietos.

Layo, huésped de Pélope, viola su hospitalidad al secuestrar a su hijo


Crisipo, obteniendo así una maldición; desobedece las tres advertencias de
Apolo, quedando tres veces maldito.

97
Estos dos casos, el de la épica y el de la tragedia, tienen en común no
sólo que la Moira es algo ineludible, pues gobierna sobre dioses y
hombres, planteándonos una visión determinista del mundo; sino también, la
elección de una de dos opciones, una libertad que los personajes mismos
se niegan, lo que les da fama, una gloria imperecedera, que no obtendrían
de elegir vivir.

La Casa de Tebas es un ejemplo muy basto sobre la importancia del


destino en el ser humano; tres generaciones malditas, condenadas a muerte
hasta desaparecer, cumplida en cada caso.

En Edipo rey, Edipo, desde antes de nacer está condenado a asesinar a


su padre y casarse con su madre; esta maldición y predicción oracular
dada a Layo es terrorífica, tanto, que en el mismo momento en que su
esposa, Yocasta, da a luz un hijo, éste es condenado a ser asesinado,
mas, su verdugo incapaz de cumplir con su orden, lo regala, situación que
se repite para quedar en manos de los reyes de Corinto, faltos de un hijo.
Al creer, ante la duda por su parentesco con sus figuras paternas, el joven
Edipo consulta al oráculo y su terrible destino se le revela. Horrorizado y
con la total intención de evitarlo, decide, he aquí la primera opción de
libertad en la familia, no regresar con sus padres e irse a otro lugar.

Huyendo de su destino, Edipo decide entregarse al azar.

“(…) Estaba fijado que yo tendría que unirme a mi madre y que traería al
mundo una descendencia insoportable de ver para los hombres y que yo

98
sería asesino del padre que me había engendrado. Después de oír esto,
calculando a partir de allí la posición de la región corintia por las estrellas,
iba, huyendo de ella, adonde nunca viera cumplirse las atrocidades de mis
funestos oráculos” (v. 791-798).

Azar o destino, más el segundo al parecer, lleva a Edipo a encontrarse


con un anciano en medio del cruce de dos caminos; tras un altercado lo
asesina y a sus acompañantes, sólo uno sobrevive; éste lo identifica;
concluye con su ardua e insensata búsqueda por conocer sus orígenes,
deseo natural del ser humano, a la par que expresión y ejemplo máximo
de la soberbia en pro del saber, que caracteriza al hombre de ciencia.

El conocimiento como instrumento de la desgracia; Antígona e Ismene se


saben malditas, a diferencia de su padre, por lo que no buscan conocer,
aunque su situación es muy distinta, la causa de sus males. Tómese como
prueba de ello y de la grandeza poética en que se expresa, el primer
estásimo:

“Muchas cosas asombrosas existen y, con todo, nada más asombroso que
el hombre. Él se dirige al otro lado del blanco mar con la ayuda del
tempestuoso viento Sur, bajo rugientes olas avanzando, y a la más
poderosa de las diosas, a la imperecedera e infatigable Tierra, trabaja sin
descanso, haciendo girar los arados año tras año, al ararla con mulos. El
hombre que es hábil da caza, envolviéndolos con los lazos de sus redes, a
la especie de los aturdidos pájaros, y a los rebaños de agrestes fieras, y a
la familia de los seres marinos. Por sus mañas se apodera del animal del
campo que va a través de los montes, y unce al yugo que rodea la cerviz

99
al caballo de espesas crines, así como al incansable toro montaraz. Se
enseñó a sí mismo el lenguaje y el alado pensamiento, así como las
civilizadas maneras de comportarse, y también, fecundo en recursos,
aprendió a esquivar bajo el cielo los dardos de los desapacibles hielos y
los de las lluvias inclementes. Nada de lo porvenir le encuentra falto de
recursos. Sólo del Hades no tendrá escapatoria. De enfermedades que no
tenían remedio ya ha discurrido posibles evasiones. Poseyendo una
habilidad superior a lo que se puede uno imaginar, la destreza para
ingeniar recursos, la encamina unas veces al mal, otras al bien. Será un
alto cargo en la ciudad, respetando las leyes de la tierra y la justicia de los
dioses que obliga por juramento. Desterrado sea aquel que, debido a su
osadía, se da a lo que no está bien. ¡Qué no llegue a sentarse junto a mi
hogar ni participe de mis pensamientos el que haga esto!” (v. 332-375).

En una época en la que el poder de la razón está en aumento, mientras


Atenas crece como polis al igual que la confianza del hombre en sí mismo,
cuestionando la fe en los dioses y sus normas, el poeta escribe que de
todo lo existente nada hay más formidable, “más asombroso que el
hombre” (v. 332-333), capaz de usar su conocimiento para surcar los mares
y dominar las técnicas de producción, la técnica como medio de dominio
sobre la naturaleza, los animales y la Tierra, “la más poderosa de las
diosas” (v. 338), trabajando sin descanso, “haciendo girar los arados año
tras año, al ararla con mulos” (v. 340-341).

El hombre, capaz por sus mañas de cazar, pescar y atrapar a cualquier


especie animal, superior a él en habilidades físicas, y de ponerlos inclusive,
a los más fuertes, tras domarlos, a su servicio según sus fines, como

100
sucede con “el caballo de espesas crines” (v. 352), y el “incansable toro
montaraz” (v. 353).

De la exaltación al hombre cantada por el Coro en las estrofa y antístrofa


primeras, donde sus facultades y alcances dados por la grandeza de su
conocimiento y puestos en acción por el mismo, Sófocles en las estrofa y
antístrofa segundas, pasa a exponer la Hybris que ello ha generado.
Negando su origen prometeico, su gran deuda con el filántropo creador,
que un gran castigo padeció a causa de los actos de su amor, el hombre,
capaz de suplir todas sus necesidades por sí mismo, sin deuda divina,
sobrepasó su propia condición, del no-ser al ser, es en sí su único
benefactor.

“Se enseñó a sí mismo el lenguaje y el alado pensamiento, así como las


civilizadas maneras de comportarse” (v. 355-356).

No hay Prometeo creador, dador al hombre del fuego y la sabiduría, para


su desgracia ordenada por Zeus; sino un hombre arrogante, desmesurado,
envalentonado para con los dioses, que no debe ni depende en algo de
ellos.

No hay temor a los dioses como se ve en Creonte, por ello se les


desafía; el hombre por sí y para sí mismo se educó en lo más esencial
para su vida; el lenguaje, medio promotor de las civilizaciones, permisor de
la vida en comunidad, con el comportamiento adecuado, acompañado de la
útil sabiduría, que le permite que por sus recursos esquive las adversidades

101
que se le presentan, como “los dardos de los desapacibles hielos y de las
lluvias inclementes” (v. 357-358), mediante la edificación de sus viviendas;
pero, pese a todo, a su gran ingenio y capacidad de superar todas las
adversidades, aparentemente sin límite, el Coro concluye con dos sentencias
sobre la naturaleza del hombre, tan vitales para el drama, como lo son el
hecho de que usa su saber, ya sea para eludir enfermedades, para
encaminarse unas veces al bien y otras al mal, lo cual le produce un
profundo y manifiesto rechazo al Coro; y como lo es el hecho de que “sólo
del Hades no tendrá escapatoria” (v. 361-362), aunque valiéndose de su
intelecto discurra posibles soluciones para las enfermedades que le aquejan.

Este fatum luctuoso del ser establece un vínculo ineluctable entre Antígona
y el Prometeo encadenado de Esquilo.

Este personaje, Prometeo, al igual que todos los grandes mitos, padece
desde sus orígenes múltiples variaciones, de manera que se puede
establecer inclusive una relación análoga entre él y Jesús.

Héroe revolucionario y mártir, alfarero ladrón, salvador condenado, crítico


burlesco del poder; estas son, grosso modo, las facetas que de este titán
se ve a lo largo de sus variantes según los diversos autores. Sobra
mencionar los motivos conocidos por los que Prometeo fue condenado por
Zeus, al igual que su castigo, pero hay una noción que influye en la
condena, no muy mencionada65, que es importante tratar.

65
Sobre el tema que se expondrá, sirve como importante referencia el artículo de
Domingo Fernández: Ley moral y ley política en la mitología griega: el caso Prometeo.

102
En la segunda versión conocida de Prometeo, ofrecida por Hesíodo 66 en los
Trabajos y días, se tiene a Pandora, la gran creación femenina de los
dioses, ofrecida por Zeus a Epimeteo, hermano de Prometeo, quien una
vez que abre la vasija67 que contiene todos los males, trae al ser humano
la desgracia; en dicho objeto contenedor queda un elemento, la
esperanza68.

Especial es esta virtud que para muchos es de soñadores, para otros, algo
muy valioso porque es “lo último que se pierde”, pero que, en mayor o
menor medida, todo ser humano posee; más grande aún es la dote que de
ella hace Prometeo al hombre. En el Gorgias 523d-e, uno de los diálogos
denominados “de juventud”, de Platón, el autor cuenta, en medio de un
mito, que Prometeo por orden de Zeus quitó al ser humano la consciencia
anticipada del momento de la muerte; gran beneficio causó con ello el
filantrópico titán. El conocimiento de este trágico final del existir no está
vedado al ser, ello entre otras cosas como las mencionadas en el primer
estásimo, lo distancian de los animales.

66
La primera versión también pertenece al mismo autor, y está contenida en la Teogonía
507-616.
67
Es una tinaja de barro llamada en griego, píthos. Al parecer, según cuenta Carlos
García Gual, en su Prometeo: mito y tragedia, pág. 32, el error de traducción que esta
palabra tiene, se remonta hasta Erasmo.
68
En el pensamiento cristiano, esta palabra tiene mucha importancia, es considerada
como una de las grandes virtudes, pero, para los griegos, la situación es ambigua, en
tanto que puede ser mala, en tanto se pueden descuidar las labores presentes, el
presente, por pensar en ideales a futuro, aunque, en momentos de desesperación, como se
verá en Antígona, ayuda a soportar las adversidades, sirve de compañía; numerosos
ejemplos de esta visión positiva de la esperanza, en varias obras y autores, ofrece
Domingo Fernández, (Op. Cit.).

103
Ahora bien, el atormentado hijo de Jápeto cuenta en el Prometeo
encadenado de Esquilo, que dio un gran regalo al hombre, la esperanza,
un don mayor, quizá, que todos los demás, fuego y sabiduría, porque
devinieron técnica, usada para diversos y en muchos casos, terribles fines,
ya cantados por el coro en su oda al hombre, sin los cuales quizá, no
permanecería despierta la consciencia de la muerte, por encima de
cualquier posible beneficio.

La temporalidad de la mitología griega es una forma de espiral, el tiempo


avanza hasta que llega a un punto donde se alinean nuevamente, por así
decirlo, dos puntos en el que las divinidades se encuentran y sus vidas
cambian. Según plantea Hesíodo en la Teogonía, en un inicio sólo había
Caos, de ahí, de él, descendieron Gea y Urano, de ellos, los demás
titanes, entre los cuales estaban Cronos y Rea, el primero, sucedió a su
padre, y así mismo sería sucedido por su hijo Zeus, parte de la nueva
generación de dioses, surgido de él, como le estaba deparado igualmente
deparado al dios del trueno, para su temor. Aunque la naturaleza humana
en este caso se ve en el temor del padre a ser sucedido por un nuevo
poder, el de su hijo, una nueva generación, a lo que se pretende llegar
luego de exponer brevemente una parte de la historia de la Teogonía, para
evidenciar cómo cada que una nueva generación de dioses surge, llega un
momento temporal en el que los nuevos poderes se encuentran con los
viejos y otro orden se crea, destinado al mismo cambio a su debido
tiempo. Nacidos bajo el yugo de un destino están, tanto hombres como
dioses, el hado está por encima de todo; ante este inconmensurable poder
se antepone el ideal y la búsqueda de la libertad, por lo menos por parte
de los hombres, pues ellos tienen algo de que carecen totalmente los
dioses, la esperanza; ella permite afrontar las adversidades a la espera de
algo futuro.

104
En el segundo estásimo el Coro canta a la esperanza, al inicio de la
segunda antístrofa:

“La esperanza errante trae dicha a numerosos hombres, mientras que a


otros trae la añagaza de sus tornadizos deseos. Se desliza en quien nada
sabe hasta que se quema el pie con ardiente fuego. Sabiamente fue dada
a conocer la famosa sentencia: lo malo llega a parecer bueno a aquel cuya
mente conduce una divinidad hacia el infortunio, y durante muy poco tiempo
actúa fuera de la desgracia” (v. 615-625).

Este canto a la esperanza, es previo a la entrada en escena de Hemón,


por segunda vez, para finalmente mostrar un aspecto relevante de su ser,
revelándose ante el padre, defendiendo realmente a su amada. Pero esto es
posterior, por ahora, véase el canto, analícese su composición dramática.
En primer lugar está la esperanza como algo bueno, dador de dicha para
algunos, como bien puede verse en Antígona, cuya esperanza es, tras
morir, llegar al Hades y ser amada por los suyos, como manifiesta en los
versos posteriores en que se dirige a su lecho luctuoso, antes de dar su
magistral justificación al por qué de su acción (v. 897-902), siendo entonces
que su esperanza, aunque está acompañada por un interés, ser amada tras
su muerte por sus familiares, pues les sirvió bien en vida tras sus decesos,
también refleja una anhelo de algo futuro, vinculado a la mística, morir y
ser amada en el otro mundo, ser feliz en ello, por fin luego de una vida de
constante drama. En segundo lugar está algo muy característico del Coro,
una forma de previsión, así como a unos da gozo la esperanza, a otros
los lleva a una emboscada a causa de sus deseos; pareciese que habla
de Hemón, llevado por sus pasiones a un frío destino, conducido por su
falta de conocimiento hacia la desgracia, termina quemándose. Todo esto,

105
en tercer lugar, a causa de Creonte, a quién debe estar dedicada la
máxima final del Coro en esta oda, pues guiado por una divinidad, duda
permanente y manifiesta en otros lugares por el Coro, sobre la influencia
negativa de un ente sobrenatural en los sucesos que acontecen, guiando al
injusto, en este caso el gobernante, hacia una desgracia que no tarda
mucho en llegar a todo aquel que conducido por ella cree que obra bien
haciendo en realidad un mal.

La última parte de esta oda, que hace mención a una pronta desgracia,
vaticina a Creonte lo que hasta entonces era representado por él, a saber,
lo Deinón (δεινóν), lo terrible, que “inspira asombro o pavor”69. La llegada
del adivino, hombre prudente, poseedor del mayor bien que es esto (v.
1050), la prudencia, que procura por ello lo mejor para el gobernante y la
ciudad, dando sus consejos, exponiendo lo grave de la situación actual de
Tebas, la causa de las desgracias y su solución, sin agrado para Creonte,
obstinado en su posición, por lo que cansado de la insensatez el anciano
se retira de escena, no sin antes vaticinarle al rey lo peor, lo terrible y
pronto de su destino. Angustiado, Creonte termina cediendo ante las
palabras del Corifeo, y optando por permitir dar sepultura al muerto y
liberar a la muchacha, pues teme ahora “que lo mejor sea cumplir las
leyes establecidas por los dioses mientras dure la vida” (v. 1113-1114).

No basta con que el gobernante ceda, porque conducido por su Ate, su


ruina, debido a su mal juicio y uso de éste, y a su misma Hybris, la
desgracia predicha por Tiresias no tardará mucho en llegarle. Ceder, que
para Creonte no era posible bajo el supuesto de que defendía una causa
justa, al final, tras la salida del adivino, se realiza, el gobernante teme que
69
El término Deinón es tratado en mayor detalle por Martha C. Nussbaum, Op. Cit., págs. 92-93.

106
sean mayores los males que lleguen a causa de su insensatez, que los
que pueden haber por continuar con su decisión. La Prudencia o Phrónesis
(Φρόνηζις) exige entonces, en cierto modo, que se respete la libertad,
usando adecuadamente la razón, para ser libre y alcanzar la felicidad.

Ahora, ante la inevitabilidad de la desgracia, el Coro canta en el quinto


estásimo al dios Dionisio, a manera previsora de la desgracia en medio de
un canto nocturno, pidiéndole que llegue “con paso expiatorio por encima
de la pendiente del Parnaso o del resonante estrecho” (v. 1144-1145).

El dios es invocado como agente de la Catarsis (κάθαρζις), purificador de


la ciudad y sus desgracias. El Mensajero, portador constante de malas
noticias, se ve ahora, al final de la obra como el individuo que expía todos
los males acontecidos, se purifica y a todos los presentes, contando en
detalle todo lo sucedido a Creonte y su familia, abatido ahora por la
desgracia, viviendo, como Antígona, en una especia de muerte en vida, ante
la muerte de sus seres queridos (v. 1165-1171), sus hijos, perdiendo con
ello la felicidad y las satisfacciones que hasta entonces tenía, desgracia
que aumenta tras la muerte de su esposa.

Ante tan graves desgracias el Coro canta al final de la historia una máxima
de la prudencia:

“La cordura es con mucho el primer paso de la felicidad. No hay que


cometer impiedades en las relaciones con los dioses. Las palabras

107
arrogantes de los que se jactan en exceso, tras devolverles en pago
grandes golpes, les enseñan en la vejez la cordura” (v. 1347-1353).
Este gran y maravilloso himno a la prudencia muestra cómo ésta es, de
todo, lo mejor; “el primer paso de la felicidad”, la posibilita, guardando el
debido respeto para con los dioses. Aunque se termina por sucumbir al
destino trágico e implacable, la Phrónesis conduce a una forma de libertad,
es una opción para ella, como evidencia Ismene, junto a la esperanza que
acompaña a Antígona, gran dote prometeica. Ambas nociones, como
elementos que forman parte de la vida del hombre y lo acompañan por
ello, son opciones posibles para vivir, en medio de esa gran búsqueda del
ser por la libertad, un manifiesto de ella, y en el caso de la familia de los
Ladácidas, de la libertad de un Hado maldito que se ensaña
implacablemente con ellos.

108
9. LA POSTERIDAD

Años más tarde a la muerte del linaje maldito de Edipo, en el asedio de


Tebas, los hijos de los siete comandantes del ejército Argivo70, bajo el
mando de Alcmeón, condición dada por el Oráculo para que el nuevo
ejército Argivo, los Epigonos, venciera a los Tebanos, asoló a la ciudad,
tras ser convencido por su madre Erifile, sobornada por Tersandro 71, el hijo
de Polinices, de regresar para culminar con la tarea de sus predecesores,
enfrentándose contra el ejército de Tebas, comandado por Laodamante, hijo
de Eteocles, el cual, tras la muerte de su padre, fue cuidado por Creonte72
hasta que estuvo en edad de gobernar. En esta ocasión, la situación no
fue la misma de antaño, los hijos de los vencidos, vencieron, quedando
70
Estos nuevos guerreros que se encaminaron contra Tebas son: “Alcmeón y Anfíloco,
hijos de Anfiarao; Egialeo, hijo de Adrasto; Diomedes, hijo de Tideo; Prómaco, hijo de
Parteponeo; Esténelo, hijo de Capaneo; Tersandro, hijo de Polinices; y Euríalo, hijo de
Mecisteo” (Apolodoro: Biblioteca III 7,2). A los hijos de los siete primeros guerreros Argivos
caídos en Tebas, se les conoce como Epígonos.
71
Tersandro soborna a Erifile, dándole la túnica que tiempo ha, había recibido Harmonía
de Atenea, en su boda con Cadmo, para que convenza a su hijo Alcmeón de luchar al
lado de los Epigonos; de un modo similar, su padre, Polinices, la soborna, sólo, que éste
le dio el collar que antes había recibido Harmonía de manos de su madre Afrodita, para
que convenciera a su esposo Anfiarao de luchar en el bando de los Argivos.
72
En este caso, contrariando a las versiones trágicas, Creonte no se convierte en rey
legítimo de Tebas, sino en uno temporal, guardando el trono para la descendencia de
Edipo; era común que al estar el heredero al trono en edad no apta para gobernar,
alguien más lo tomara en su lugar, guardándolo hasta que alcanzara las condiciones
necesarias para reclamar lo que le pertenece. Adicional a la contradicción aquí ofrecida
sobre el gobierno de Creonte, en las mismas tragedias Sofocleas, Edipo rey y Antígona,
se puede ver algo similar, en tanto que en Edipo rey, tras enceguecerse, cede el trono a
Creonte, mientras que en Antígona (v. 165-174), escrita previamente a la tragedia de su
padre, aquél se presenta ante el Coro, recordándole su lealtad para con los anteriores
gobernantes que tuvieron, entre los cuales están los hijos de Edipo.

109
así, tras la huida de Laodamante73 a Iliria con los tebanos que quisieron
seguirle, la ciudad Cadmea, en manos de Tersandro, el cual más tarde,
formando parte del ejército Aqueo, fue muerto por Télefo, cuando en la
expedición que se hizo a Troya, se equivocaron y desembarcaron en Micia,
gobernada por él, quien, inmediatamente, salió a defender su ciudad de los
Aqueos. Tras la muerte del hijo de Polinices, reina, años más tarde,
cuando está en edad para hacerlo, Tisámeno, hijo de Tersandro y
Demonasa, hija de Anfiarao, el adivino que formó parte del primer ejército
Argivo que atacó a Tebas, comandado por el abuelo de Tisámeno; éste,
afortunado, igual que su padre, no sufrió la maldición de sus ancestros,
pues esta acabó con sus abuelos, mas, aunque no se sabe por qué, si la
sufrió Autesión, su hijo, que tuvo que mudarse a la tierra de los Dorios,
dejando su reino a Damasictón74.

Cresfontes Teras, el hijo de Autesión, reclama el país de Mesenia para sí


y no para los hijos de Aristodemo, menor a él en edad y esposo de su
hermana Argea, tras los Dorios haberle dado Argos a Témeno, a quien
73
Según otra versión, Laodamante tras asesinar a Egialeo, muere a manos de Alcmeón,
(Apolodoro, Op. Cit., III. 7,3). Según el Argumento de Salustio sobre Antígona, Contenido
en la traducción de Gredos realizada por Assela Alamillo (pág. 246), tenemos que
Laodamante incineró a Antígona e Ismene en el templo de Hera, lo que permite conocer
que las jóvenes, por lo menos Antígona, vive más de lo que los tragediógrafos han
planteado, ya que de Ismene, según el argumento mencionado, refiere lo dicho por Ión en
sus ditirambos, que muere por orden de Atenea a manos de Tideo, uno de los siete
guerreros Argivos que en compañía de Polinices atacaron a Tebas. Este funeral compartido
por las dos hermanas, tiene su caso análogo con sus hermanos, pues, según Pausanias,
Antígona, ante la impotencia de no poder dar sepultura a su hermano Polinices, decide
arrojarlo a la pira donde ardía el cuerpo de Eteocles, (Pausanias: Descripción de Grecia IX
25,2), dando una variante a la versión Sofoclea en Antígona, en la que Polinices es
incinerado por Creonte y sus hombres, mientras Antígona está presa.
74
PAUSANIAS, Op. Cit., IX 5,12-16.

110
Teras convence de dejar a la suerte la posesión de Mesenia, de lo que se
siguió que éste, Témeno, metió en una hidria con agua “la suerte de los
hijos de Aristodemo y de Cresfontes”75, con el acuerdo ya establecido de
que aquel o aquellos cuya suerte saliera primero, en el mismo orden
escogería una parte de la región. Esta suerte hecha por Témeno, estaba
compuesta de “barro seco al sol para los hijos de Aristodemo y cocido por
el fuego para Cresfontes”76, de ahí que este último obtuviera la victoria y
eligiera la tierra que deseaba, Mesenia, pues la suerte de sus rivales se
disolvió.

Tras su victoria, Teras fue aceptado como rey por el pueblo de los
Mesenios, los mismos que a su vez, para no ser expulsados por los
Dorios, accedieron a compartir sus tierras con ellos. Ya establecido y
aceptado, Cresfontes toma por esposa a Mérope, cuyo padre y rey de los
Arcadios era Cípselo; con ella tiene varios hijos, de los cuales el menor
fue llamado Épito, el mismo que se convirtió en el único sobreviviente de
la familia, tras sus padres y hermanos haber sido asesinados por los
miembros de la clase alta, gobernados por Teras, sublevados a causa de
que éste gobernaba mayormente para agradar al pueblo.

Épito, tras lo sucedido, como aún era un niño, fue criado por su abuelo
Cípselo, hasta que se hizo hombre y los Arcadios le hicieron regresar a
Mesene, donde recuperó su trono con ayuda de “los restantes reyes de los
Dorios, los hijos de Aristodemo, e Istmio, hijos de Témeno” 77, de lo que se
siguió que se vengó de los asesinos de su familia y de sus cómplices,

75
Ibíd. IV 3,5.
76
Ibíd. IV 3,5.
77
Ibíd. IV 3,8.

111
para de ahí gobernar con tal éxito que sus descendientes recibieron el
epíteto de Épitidas.

Su hijo, Glauco, lo imitó en su manera de gobernar, tanto en lo público


como en lo privado, pero con más piedad; siendo además aquel al que se
le deben, entre los Dorios, el culto y honor al recinto sagrado de Zeus,
ubicado en la cima del Itome, así como también fue “el primero que hizo
sacrificios a Macaón, hijo de Asclepio, en Gerenia, y asignó a Mesene, hija
de Tríopas, los honores habituales a los héroes.

Istmio, hijo de Glauco, construyó un santuario a Gorgaso y a Nicómaco


que está en Faras. De Istmio nació Dotadas que construyó el puerto
Motone, aunque Mesenia tenía ya otros. Sibotas, hijo de Dotadas,
estableció que el rey hiciera sacrificios todos los años al río Pamiso e
hiciera ofrendas al héroe Éurito, hijo de Melaneo, en Ecalia, antes de los
misterios de las Grandes Diosas”78, que se celebraban en Andania.

En la época de Fintas, hijo de Sibotas, sucedieron tres cosas; se envió por


primera vez a Delos un sacrificio y un coro de hombres en honor de
Apolo; dicho canto procesional fue compuesto por Eumelo. Lo tercero fue
que por primera vez tuvo lugar una disputa con los lacedemonios, cuya
verdadera causa es controvertida según cuenta Pausanias, porque son dos
las versiones según las partes involucradas. El lugar de la disputa fue un
templo de Artemis llamada “Limnótide”, situado en las afueras de Misenia y
Lacedemonia.

78
Ibíd. IV 3,9-10.

112
Para los lacedemonios lo sucedido en el templo fue que unas de sus
jóvenes fueron violadas, al igual que fue asesinado por unos Mesenios,
mientras trataba de impedirlo, su rey Teleclo, “hijo de Arquelao, hijo de
Agesilao, hijo de Doriso, hijo de Labotas, hijo de Equéstrato, hijo de
Agis”79; además, al parecer por vergüenza se suicidaron las mancilladas.
Pero otra es la versión de los mesenios, para quienes “Teleclo tramó una
conspiración contra los de mayor categoría en Mesene, que habían ido al
santuario, y que la causa era la excelencia de la región de Mesenia, y que
para su conspiración eligió a cuantos espartanos todavía no tenían barba, y
que ataviando a éstos con vestidos y adornos de muchachas los introdujo
entre los mesenios que descansaban, habiéndoles dado puñales; y los
mesenios al defenderse dieron muerte a los jóvenes imberbes y al propio
Teleclo. Los lacedemonios -pues su rey tomó esta decisión no sin el
consentimiento unánime- teniendo conciencia de que habían iniciado el
agravio, no les exigieron satisfacción por el asesinato de Teleclo”80; aunque
la guerra inició una generación posterior, cuando era rey en Lacedemonia
Alcámenes, hijo de Teleclo; y de “la otra casa Teopompo, hijo de Nicandro,
hijo de Carilao, hijo de Polidectes, hijo de Éunomo, hijo de Prítanis, hijo de
Eriponte, y de los mesenios Antíoco y Androcles, hijos de Fintas”81.

79
Ibíd. IV 4,2. En este punto, Pausanias da cuenta de la genealogía de Teleclo, hasta
Agis, hijo de Eurístenes. A los descendientes de Agis, se les llama Agíadas. Esta rama
secundaria de la descendencia de Edipo tiene una importancia muy grande en la
configuración de Grecia, pues si se continúa indagando en varias generaciones posteriores
a las hasta ahora mencionadas, que competen a los fines de este trabajo, se llega hasta
Leónidas, y continúa, evidenciándose la importancia del mito para la configuración de la
historia de una cultura tan grande como la griega.
80
Ibíd. IV 4,3.
81
Ibíd. IV 4,4. En este punto, brevemente resume Pausanias casi toda la genealogía de
Teopompo, primo lejano de Alcámenes, omitiendo solamente a Soo, hijo de Procles. A
partir de Euriponte, sus descendientes se llaman Euripontidas.

113
La causa del conflicto fue de interés; Policares, un mesenio distinguido, con
ganado pero no tierras para sostenerlo, se las dio al espartano Evefo para
que las alimentara en sus predios y obtuviera así una parte del fruto de
éstas; aunque el lacedemón, ambicioso e injusto, vendió los animales a
unos mercaderes que atracaron en Laconia, mintiéndole a Policares al
decirle que unos piratas las habían hurtado junto con sus pastores, aunque
sin que el mentiroso lo pudiera evitar, uno de los pastores escapó de los
mercaderes, encontrando a su regreso, a su amo Policares junto a Evefo,
refutando a este último. Atrapado, suplicó a Policares y a su hijo,
declarando que devolvería todo el dinero obtenido por los animales, en
Laconia, pidiendo al hijo del hurtado que lo acompañara a dicha tierra, pero
una vez que allá, Evefo lo asesinó. A causa de tales desgracias, Policares
fue a Lacedemonia y se quejó, exponiendo su caso sin obtener respuesta,
por lo que loco y sin más en el mundo que le importara, asesinó a todos
los lacedemonios que atrapaba.

Los espartanos aseguraban que hicieron la guerra porque Policares no les


fue entregado por el asesinato de Teleclo, y porque aún dudaban de la
mala fe de Cresfontes en el concurso por el que obtuvo el reinado de
Mesenia; a esto respondieron los mesenios con lo que ya habían dicho
antes sobre las causas innobles de Teleclo hacia Mesenia, agregando que
fueron los hijos de Aristodemo quienes ayudaron a Épito, hijo de Teras, a
recuperar su poder, lo que no habrían hecho de considerar mal a su
padre; y que no entregaron a Policares porque ellos, los lacedemonios, no
entregaron a Evefo, “pero que querían someterse a juicio ante los argivos,
que eran parientes de ambos, en la Anfictionía, y encomendarlo al tribunal
de Atenas llamado Areópago, porque este tribunal parecía que juzgaba

114
desde antiguo los procesos por asesinato”82. Al parecer la causa de la
guerra fue la ambición de los espartanos.

Cuales fueran las causas reales del conflicto, en ese tiempo de discordia
los lacedemonios enviaron unos embajadores a Mesenia por Policares, el
mismo que no les fue entregado bajo el acuerdo de que ellos, los
mesenios, deliberarían con el pueblo y les comunicarían lo concertado.
Durante dicha deliberación hubo una división, por un lado estaban
Androcles y sus partidarios, que pensaban entregar a Policares; por el otro,
Antíoco y los suyos, que con un pensar contrario afirmaban que lo peor
era que Policares sufriera frente a Evefo, enumerando cuántos y cuáles
males éste debía sufrir. Esta división llevó a ambos hermanos a luchar
entre sí, terminando con la muerte de Andrócles y los más importantes de
los suyos, pues el bando de Antíoco lo superaba en número.

Antíoco, como único rey entonces, envió una carta a Esparta para someter
a los tribunales la situación de Policares, pero no obtuvo respuesta; poco
después a la muerte de Antíoco, Eufaes, su hijo, heredó el trono.

Sin aviso y preparados a escondidas, los lacedemonios “juraron primero que


ni la duración de la guerra, que se pensaba que sería breve, ni las
desgracias, aunque fueran grandes mientras combatieran, les disuadirían
hasta que conquistaran por la fuerza de las armas la región de Mesenia”83.
Durante la noche, tras su juramento, los lacedemonios atacaron con
Alcamenes, hijo de Teleclo, como jefe del ejército, la ciudad de Anfea,
porque ésta era pequeña pero rica en agua, y estaba cerca a Laconia;
82
Ibíd. IV 5,2.
83
Ibíd. IV 5,8.

115
además, porque les pareció una “base de operaciones para toda la
84
guerra” . Al momento de apoderarse de la ciudad, aprovechando que las
puertas estaban abiertas y que no había vigilancia, arrasaron con casi
todos los mesenios de allí, pues fueron pocos escaparon. Esta primera
expedición de los lacedemonios contra los mesenios sucedió en 743 a.C.,
al segundo año de la 10ª olimpiada.

La guerra librada entre los lacedemonios y sus aliados contra los mesenios,
fue llamada la guerra mesenia, tratada en la épica por Riano de Bene y
Mirón de Priene, cuyas narraciones según cuenta Pausanias están cargadas
de subjetividad, pues Riano narró desde la toma de Anfea hasta la muerte
de Aristodemo, sin más; mientras que Mirón escribió sobre lo sucedido a
los mesenios desde su sublevación contra los lacedemonios, aunque
solamente fueron “los sucesos posteriores a la batalla que libraron junto a
la llamada Gran Fosa”85.

Los mesenios se reunieron en Esteniclaro, luego de escuchar lo sucedido a


Anfea, “y reunido el pueblo en asamblea, diversos magistrados y finalmente
el Rey les exhortaron a no consternarse con el saqueo de Anfea, en la
idea de que toda la guerra estaba ya decidida por éste, y a no temer los
preparativos de los lacedemonios como superiores a los suyos, pues éstos
tenían un entrenamiento en los asuntos de la guerra desde hacía mucho
tiempo, pero ellos tenían una necesidad más fuerte de ser hombres
valientes y tendrían la mayor benevolencia de parte de los dioses, pues
defendían su propia tierra y no iniciaban la injusticia”86.

84
Ibíd. IV 5,9.
85
Ibíd. IV 6,2.
86
Ibíd. IV 6,6.

116
Tras haber hablado Eufaes, hijo de Antíoco y rey de Mesenia, tuvo a todos
sus súbditos con armas, incluso a los que no sabían luchar, pues debían
aprender, mientras que a los que sí sabían se les hacía entrenarse más.

Los lacedemonios no destruían Mesenia porque la consideraban suya,


aunque nunca pudieron apoderarse de ninguna otra ciudad de las atacadas,
porque estaban bien fortificadas y cuidadosamente guarnecidas; simplemente
saqueaban, pero finalmente, a causa de las pérdidas, cesaron en su ataque
a otras ciudades y se retiraron fracasados, recibiendo igualmente, por parte
de los mesenios, golpes a sus tierras, pues éstos saquearon sus regiones
costeras y sus tierras de labor en torno al Taigeto.

Aprovechando la ira que contra los lacedemonios aún guardaban los


mesenios, Eufaes les ordenó marchar a la guerra considerando que ya
estaban suficientemente entrenados, llevando inclusive a los esclavos, con
palas y todo lo necesario para construir una empalizada; los lacedemonios
se enteraron de tal marcha bélica en su contra y salieron de inmediato a
su encuentro, llevado a cabo en Mesenia, frente a la Gran Fosa, escogida
por Eufaes, donde organizó a su ejército, nombrando como estratega a
Cleonis y a Pitarato y Antrandro, como líderes de la caballería e infantería
ligera, cuyo número era menor de quinientos. La batalla por el foso estuvo
bastante equilibrada, pero mientras se desarrollaba, Eufaes ordenó a los
esclavos proteger “primero la parte de atrás del campamento con estacas y
después los dos costados”87, fortificando de noche la delantera, una vez
que la batalla cesó, de manera tal que al día siguiente y sin medios para
87
Ibíd. IV 7,6.

117
luchar contra los mesenios, por la previsión de Eufaes, los lacedemonios
decidieron renunciar a su asedio, aunque años después, tras los reproches
hechos por los ancianos frente a su cobardía y desprecio por el juramento
hecho, volvieron a marchar contra los mesenios, liderados por dos reyes,
Teopompo y Polidoro, y un lacedemonio, Eurileonte, un cadmeida, cuarto
descendiente de Egeo, hijo de Eólico, hijo de Teras88. Teopompo lideraba la
derecha de los lacedemonios, Polidoro la izquierda, y Eurileonte el centro.
Por parte de los mesenios, Eufaes y Antandro comandaban el ala derecha;
Pitarato la izquierda y Cleonis el centro.

Ambos reyes, Teopompo y Eufaes, se dirigieron a sus ejércitos antes del


combate, según la costumbre; el primero invocó a las ansias de gloria de
su pueblo; el segundo al conocimiento de los males que les vendrían si
eran derrotados.

Los mesenios lucharon sin cuidado de sí mismos, llevados por su furia,


mientras que los lacedemonios, igualmente llevados con celo, fueron más
cautelosos; no sólo no rompieron su formación, sino que también eran
superiores en número y entrenamiento, contando además con el apoyo de
los periecos y de los dríapes de Asire; y arqueros cretenses a sueldo,
contra la infantería ligera de los mesenios.

88
El vínculo familiar entre Egeo y Eólico con Teras, es mencionado también en
(Pausanias, Op. Cit., III 15,8), de ahí que al ser Eurileonte un descendiente de ellos,
también esté vinculado con los Cadmeidas, y se niegue la posibilidad de que el único
descendiente de Teras que sobrevivió a su asesinato el de sus hermanos, haya sido Épito,
como Pausanias afirmó antes (Op. Cit., IV 3,7).

118
Con buen ánimo ante la muerte y el honor a la patria, los mesenios se
exhortaban unos a otros al combate, los ilesos a los heridos y viceversa,
logrando grandes actos de valor. Como a los lacedemonios, instruidos en el
combate desde niños, lo hecho por los mesenios no les interesaba,
esperaban a que éstos no resistieran de igual manera a como ellos podían
hacerlo, el enfrentamiento.

De los guerreros que iba a morir ninguno suplicaba u ofrecía dinero por su
vida, quizá, por miedo o por temor a perder su gloria obtenida en el
combate; así mismo, los que asesinaban se abstenían de celebrar porque
aún la victoria no era segura o porque al poco tiempo podían ser
asesinados.

La batalla se reavivó a tal punto que parecía que acababan de iniciar, una
vez que Teopompo y Eufaes se enfrentaron, pues ello armó nuevamente de
valor a los suyos; finalmente las fuerzas de Eufaes repelieron e hicieron
huir a los lacedemonios, comandados por Teopompo.

Por otra lado, murió el estratega Pitarato, dejando su parte de las tropas
en un total caos en el combate. Los que huían no eran perseguidos ni por
Eufaes ni por Polidoro. El enfrentamiento entre Clenis y Eurileonte, y las
tropas de ambos, estuvo igualado hasta que se tuvieron que separar por la
llegada de la noche.

La batalla fue librada por la infantería pesada, porque la caballería aún no


era muy buena para los peloponesios, y la infantería ligera de ambos

119
bandos estaba reservada. Al día siguiente ninguno de los dos ejércitos
quiso luchar, en cambio, se dedicaron a recoger y enterrar a sus muertos.
Después de la batalla, los mesenios pasaron por varias dificultades,
“estaban exhaustos por el gasto de dinero que empleaban en las
guarniciones de las ciudades, y sus esclavos se pasaban a los
lacedemonios. Se les presentó una enfermedad que les causó gran
preocupación, porque pensaban que era una peste, aunque no afecto a
todos”89; por ello, decidieron huir de las ciudades y fundar una nueva en el
Itome; allí les fue vaticinada para su fortuna, que debían sacrificar a una
doncella de la sangre de los Epítidas; la designada fue la hija de Licisco,
que en realidad no lo era según reveló el adivino Epébolo; aunque antes
de saberlo Licisco huyó y se pasó a Esparta. La nueva escogida fue la
hija de Aristodemo, calumniada por un enamorado que dijo que ella
esperaba un hijo suyo, lo que enfureció a su padre, quien la asesinó y
abrió para mostrar que en su vientre no había ninguna criatura. Este hecho
desembocó la furia de los mesenios, que iban a asesinar al mentiroso,
pues por ello se sacrifico a la joven en vano; como el enamorado era
amigo de Eufaes, éste le salvó diciendo que la muerte de la hija de
Aristodemo era suficiente; palabras que se aceptaron por temor de los
demás a perder a sus hijas. Este hecho desanimó a los espartanos,
trayendo con ello cinco años de paz, aunque tras recibir buenos presagios,
volvieron a marchar, ahora contra el Itome, sin la compañía de los
cretenses; de igual manera, los mesenios lucharon sin aliados, confiados en
el oráculo.

Durante la batalla, Eufaes estuvo muy animoso, atacando


despreocupadamente a los hombres de Teopompo, perdiendo a la larga, el
conocimiento a causa de sus heridas; los mesenios lucharon con más
89
Ibíd. IV 9,1.

120
fiereza por arrastrar a su campo el cuerpo aún con vida de su rey, por el
cariño que el guardaban y porque sabían lo que podía sufrir a manos de
sus enemigos; en ello murió Antandro.

“La caída de Eufaes prolongó la batalla e hizo aumentar los actos de


audacia por ambos lados. Más tarde se repuso y pudo ver que no habían
tenido la peor parte de la acción, y no muchos días después murió, tras
reinar durante trece años sobre los mesenios y haber hecho la guerra
contra los lacedemonios durante todo el tiempo de su reinado”90.

A pesar de las objeciones que tuvo, como la maldición que poseía por
haber asesinado a su hija, fue elegido Aristodemo como nuevo rey, por el
propio pueblo que iba a gobernar, tras la muerte sin herederos de Eufaes,
aunque en su reinado tampoco hubo paz con los lacedemonios.

90
Ibíd. IV 10,4.

121
GLOSARIO

Cuantitativamente toda tragedia está compuesta por: prólogo, parte coral


(puede ser párodo o estásimo), episodio, éxodo.

Anapesto: es un pie (unidad métrica usada en los versos griegos y latinos,


formada por pocas sílabas, no más de cuatro, breves y largas; todo pie
tiene dos momentos, uno alto y otro bajo) compuesto por dos sílabas
breves y una larga (la tercera), usado en las métricas griegas y latinas.

Coro: establece divisiones en los diálogos; es previsor, pues narra lo que


sucederá en la historia, por lo que puede advertir, aconsejar; expresa ideas
y sentimientos generales, se compadece, suplica, media, comenta; aunque
no puede participar directamente de la acción dramática, algo que no
siempre se cumple, como se ve en la Medea de Eurípides, donde llega
incluso irrumpir en las puertas de palacio 2175-2176, intentando evitar que
Medea asesine a sus hijos, en vano. En la tragedia aparece de dos
formas, una es al interior de los diálogos, interactuando con los demás
personajes; la otra es en estrofas y antistrofas, donde en la escena, los
personajes del coro se dividen en dos, una parte, la de las estrofas, se
ubicaba a la izquierda, mientras que la de las antistrofas, a la derecha;
generalmente, tras las estrofas y antistrofas, que deben darse en igual
cantidad, se presenta el Corifeo, que es un representante del Coro.

122
Epílogo: es la parte final de un discurso, donde se recapitula lo dicho y se
refieren sucesos causados por la acción principal de la obra o relacionados
con ella.

Épodo: es una lírica de maldición e injuria, una poetización del insulto.

Estásimo: es un cantar del coro que no está compuesto ni por anapestos


ni por troqueos. Es la parte de la obra donde canta el Coro y se divide
en Estrofas y Antístrofas.

Éxodo: es la parte final de la obra, posterior a éste, no hay cantares del


Coro.

Hipoquerma: es una oda o cantar alegre, donde se invoca la presencia del


festivo dios del vino, Dionisio.

Kommós: es una canción lírica de lamento, se presenta cuando el Coro y


el personajes dramático cantan juntos.

Párodo: es la primera puesta en escena del coro, su primer canto, entre


éste y el éxodo se dan varios episodios seguidos de estásimos, aunque
generalmente son tres, pueden extenderse hasta cinco.

123
Prólogo: es el primer acto en la tragedia, precede al párodo, y en él se
exponen las ideas de los principales actores de la obra, la situación por la
que se pasa.

124
GENEALOGÍA TEBANA

Poseidón Libia

Agenor Telefasa Belo Ares Afrodita

Fenix Cílix Electra Europa Zeus Cadmo Harmonía

Radamantis Minos Sarpedón

Ágave Equión Ino Autonoe Sémele Zeus Ilirio


Polidoro Nicteide

Dionisio
Penteo ? Lábdaco ?

Meneceo ?

Creonte Eurídice Yocasta Layo

Edipo

Hemón Megareo

Antígona Ismene Polinices Eteocles

125
LA POSTERIDAD DE EDIPO

Edipo Yocasta

Polinices Egialea Eteocles ? Ismene Antígona

Tersandro Demonasa Laodamante

Tisámeno ?

Autesión ?

Cresfontes Teras Mérope Argea Aristodemo

Eólico ? Épito ? Procles Eurístenes

Egeo ?
Glauco ?

? ?
Istmio ?

? ?

Dotadas ?
? ?

Sibotas ?
Eurileonte

Fintas ?

Antíoco ? Androcles

Eufaes

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