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Problemas sociales de la ciencia y la tecnología frente al reto del desarrollo

sustentable.
Celestino Gonzales León
Resumen

El desarrollo científico y tecnológico influye en la sociedad contemporánea. Y le brinda a


la globalización mundial riqueza y el poder. La relación naturaleza – sociedad, estudia el
comportamiento de la humanidad ante los retos de la Revolución Científica Técnica, que
ha dado saberes humanos, pero también ha propiciado la acelerada destrucción
y apropiación irracional del medio ambiente. Identificamos a la Revolución Científica
Técnica al proceso de la ciencia y su conversión en fuerza productiva directa.

El resultado ha conducido a un deterioro del medio ambiente, a consecuencias de una


insensata y despiadada intervención humana. Es necesario un análisis de la relación
ciencia-tecnología-sociedad y como esta ha repercutido en el actual desarrollo de la
humanidad y el papel que le corresponde asumir en el marco del nuevo paradigma
del desarrollo sustentable, teniendo en cuenta los avances en la ciencia y las tecnologías
científicas.

Introducción
La ciencia y la tecnología han aportado resultados a la Humanidad, sin embargo es
necesario rectificar las formas de desarrollo económico, que amenazan con agotar para
siempre recursos inapreciables del patrimonio universal, y lo que es peor, comprometer la
existencia misma de las futuras generaciones de seres humanos (Clark, 1998).
Castro, F(1992), señaló que “los avances de la ciencia y la tecnología se multiplican
diariamente, pero sus beneficios no llegan a la mayoría de la Humanidad, y que se apoyan
el consumismo irracional de los recursos limitados y amenaza la vida en el planeta”.
El desarrollo científico y tecnológico brinda a la globalización mundial riqueza y el poder.
La Revolución Científica Técnica, ha brindado de saberes humanos, pero también ha
propiciado la destrucción y apropiación irracional del medio ambiente, con la consecuente
derivación hacia problemas tales como: aumento poblacional, salud, vivienda, educación,
alimentos e incluso conflictos armados. De la situación global de la protección del medio
ambiente ha surgido un nuevo debate ético: el motivado por los cambios ambientales que
a escalas global y local afectan a toda la Humanidad.

Puede citarse la internacionalización que ha adquirido el fenómeno ambiental, el grado de


concienciación alcanzado sobre los problemas ecológicos globales, el surgimiento de un
fuerte movimiento de organizaciones no gubernamentales (ONGs) de corte ambientalista,
así como los compromisos formales de muchos estados y gobiernos en hacer reversible el
deterioro del entorno al más corto plazo de tiempo posible.

Ante tal desafío el planeta se divide; una parte una minoría industrializada, poderosa y
rica; y una mayoría atrasada, pobre y desposeída, ambas con marcadas diferencias en el
nivel de vida. Recordemos que más del 90 % de la capacidad científica y tecnológica
mundial está en manos de un reducido grupo de países. La ciencia y la tecnología son
parte de la dinámica de concentración de riqueza y poder. En los países poderosos se da
origen a la pobreza ambiental, al imponer los actuales patrones de desarrollo, donde
predomina la ignorancia ambiental, junto a la avaricia, el egoísmo y la necedad propias de
la especie humana.

La minoría de la Humanidad se aísla en un ambiente de consumismo, artificial enajenado y


pobre en sus componentes sociales y ecológicos, la otra parte minoritaria, subsiste en
precarias condiciones de vida, donde se opta por la pobreza, el hambre, la insalubridad, el
analfabetismo, el deterioro ambiental.

Los problemas ocasionados por el ser humano que provocan crisis ambiental, ha crecido
en población de forma desmedida y ha realizado un uso irracional de los recursos y
condiciones naturales, al sobrepasar las capacidades de renovación de los mismos; ha
ejecutado una despiadada deforestación y desertificado los suelos; ha lacerado los
sistemas costeros por las incongruentes construcciones, la contaminación de las aguas y
los derrames de hidrocarburos; ha generado una dañina contaminación ambiental a
consecuencias de la proliferación; así ha deteriorado la calidad de vida urbana. (PNUMA,
1997).

Si se suma la degradación del ambiente social y económico en que se desenvuelve la vida


humana (miseria, hambre, desempleo, insalubridad, analfabetismo, violencia,
drogadicción), nos encontramos ante los perversos tributos que el ser humano ha
impuesto a todos los inquilinos de La Tierra.

El objetivo del presente trabajo está dirigido a valorar algunos de los principales
problemas sociales derivados de la ciencia, la técnica y la tecnología, la complejidad que
enfrenta la Humanidad para enfrentar su solución, frente al reto del desarrollo
sustentable.

El actual desarrollo y el medio ambiente

Las formaciones socioeconómicas como el capitalismo y el socialismo, no han logrado una


solución al deterioro ecológico ancestral y a la creciente crisis ambiental. De parte del
capitalismo las acciones de beneficio ambiental dependen a la maximización de las
ganancias económicas, con una extrema desigualdad e injusticia social, mientras que las
percepciones socialistas están dominadas por un marcado humanismo, pero con
limitaciones en cuanto a las concepciones ecológicas y al crecimiento económico.

El resultado histórico que ha devenido del desarrollo conocido hasta el presente no ha


conducido sino, a un marcado deterioro del medio ambiente, a consecuencias de una
insensata y despiadada intervención humana sobre los sistemas ambientales de nuestro
entorno planetario, poniendo en peligro la existencia de los sistemas sustentadores de
vida en La Tierra, que a su vez colocan en riesgo de desaparición a la propia especie
humana.
En el siglo XX (industrial y tecnológico), la magia soñada en otras épocas se ha hecho
realidad, ya sea en términos de volar como las aves, comunicarse a distancia, producir y
controlar la energía, curar las enfermedades y extender la vida. Hemos creado un mundo
artificial del que dependemos inevitablemente para vivir. Que se ha llegado con tres
habilidades: la habilidad de crear artefactos; la habilidad de fijarse objetivos externos a él
mismo y alcanzarlos; y la habilidad de multiplicarse, expandirse. Hemos creado un mundo
artificial pero profundamente humano, dando libertad a su naturaleza más profunda y a
sus características más genuinas. El único problema es que la tecnología, una hecha
realidad física, y puesta al servicio de los intereses, adquiere autonomía, se rebela y causa,
estragos en la vida del hombre, puede afectar a lo que llamamos “humano”, la actividad
de reflexión, que atrae el interés de todos: pensadores, intelectuales y políticos. Puede
que la sociedad tecnológica actual haya surgido de la enorme utilidad que proporciona vía
de crecimiento económico, acumulación de riqueza y dominio y preeminencia de unos
sobre otros.

Al comienzo del siglo 21, el nivel de desarrollo nunca antes alcanzado por la ciencia y la
tecnología está marcando transformaciones tan significativas en la sociedad. Identificamos
a la Revolución Científica Técnica al proceso de la ciencia y su conversión en fuerza
productiva directa. En el ámbito social se aprecia la insuficiente valoración del impacto
social en el proceso de desarrollo, la incipiente cultura ambiental en cuanto a gestión
participativa, la insuficiente sensibilización humana sobre los problemas del ambiente y la
escasa utilización de las elevada potencialidades humanas para resarcir los efectos
negativos sobre el ambiente.

En la actualidad la Humanidad asiste a la crisis de la era del desarrollismo industrial, dado


que muestran sus efectos sobre los sistemas sustentadores de la vida en el Planeta y sobre
la propia subsistencia del ser humano. La tecnología y la eficiencia económica comienzan a
rendirse ante las reacciones de los sistemas biofísicos, a su transformación desmedida, y al
hecho de que no se respeta la lógica propia de las leyes de la Naturaleza (Jiménez
Herrero, 1995).

Si bien señala Clark (1998), que se experimenta un “abismo creciente entre el avance de la
ciencia y de la tecnología , el ritmo y alcance del progreso social”, se aprecia las
contradicciones con respecto al medio ambiente, donde habita el ser humano y del cual
depende para su propia existencia. Los actuales patrones de desarrollo se perciben ante el
conocimiento científico contemporáneo, como absolutamente insostenibles en términos
ecológicos y no pueden por tanto servir de referencia futura a los que pretenden
desarrollarse (Clark, 1998).

En consecuencia parte de la Humanidad ha buscado un paradigma alternativo de


desarrollo a los actuales y fracasados modelos existentes, que son el resultado de la
interacción de la sociedad, la ciencia y la tecnología, lo que a su vez ha propiciado el
surgimiento de un nuevo paradigma científico, dados los nuevos retos que tal
problemática le impone a la ciencia y a los propios científicos de estos tiempos. Al
respecto, se precisa que un nuevo paradigma ofrezca una visión alternativa a la realidad
actual, en consonancia con la búsqueda de una solución de esa contradicción.

El paradigma del desarrollo sustentable

En la década de los ochenta, varios conceptos de desarrollo ya incluían el beneficio a la


naturaleza y el uso racional de sus recursos, esto no resultaba suficiente para demostrar la
seriedad de su denominación. Así que buscaron un nuevo término para catalogar al
desarrollo del mismo el medio ambiente. Y surgieron acercamientos conceptuales, hasta
la aparición del apellido sostenible o sustentable que se la ha adjudicado al término, con el
ánimo de ponderar su faceta ambiental y plasmarlo posteriormente por la Comisión
Mundial sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo (1987). Los contenidos más sensatos
sobre el desarrollo sustentable, apuntan hacia un crecimiento con eficiencia económica,
garantizando el progreso y la equidad social por medio de la solución de las necesidades
básicas de la población y la salvaguardia de las culturas, sobre la base del funcionamiento
y la eficiencia ecológica de los sistemas biofísicos. El nuevo paradigma de la
sustentabilidad presupone alcanzar una armonía entre todos los atributos que
corresponden al desarrollo, a saber, a la economía, la sociedad, la naturaleza, la cultura y
la tecnología, donde la dimensión ambiental formase parte integral del proceso de
desarrollo.

De otro modo se interpreta que al desarrollo sustentable, le resultan esenciales: la


adopción de una nueva ética humana para con la naturaleza, un motivo de solidaridad
intergeneracional, una teoría humanista y progresista, el sentido de responsabilidad por
salvar las condiciones que sustentan la vida en el planeta, un móvil para la paz y la
estabilidad mundial, una alternativa sensata a los modelos existentes de desarrollo y la
globalización de la solidaridad ambiental.

Ante tan compleja encrucijada, las interrogantes divagan entre rechazar o tomar como
referente la teoría de la sustentabilidad. Entre las exigencias que el nuevo paradigma del
desarrollo sustentable le impone a la ciencia y a la técnica actual, se impone reorientar las
nuevas tecnologías, hacia la sustitución de recursos naturales y a la prevención de la
contaminación ambiental, desarrollando programas pertinentes y coherentes que
propicien la educación ambiental, contribuyan a mitigar las desigualdades entre ricos y
pobres y propicien la búsqueda de la calidad de vida en lugar del nivel de vida de la
población.

Los cambios hacia la sustentabilidad presuponen poner en funcionamiento la capacidad


de la sociedad para apelar a otras alternativas (industriales, tecnológicas, biotecnologías,
etc.), capaces de complementar las exigencias y las necesidades humanas, a introducir los
mas novedosos avances científicos y tecnológicos en materia de desarrollo sostenible.

Conscientes de la abismal ignorancia que atesora el ser humano sobre su ambiente y de su


incapacidad actual para enfrentar un desarrollo sustentable, pero esperanzados en que
más temprano que tarde la sensibilidad por su ambiente y propia existencia propicien un
cambio hacia lo ambiental, entonces cabe predecir que sólo en un muy prolongado lapso
de tiempo imposible de determinar, la Humanidad podrá aspirar a ese anhelado
desarrollo sustentable.

Ciencia, Tecnología y Sostenibilidad

De los grupos serios, responsables y preocupados, participantes del mundo avanzado


tecnológicamente hablando, se podrían identificar dos posicionamientos enfrentados: los
optimistas en relación con el desarrollo tecnológico y los pesimistas. Los primeros, aún
reconociendo los efectos colaterales no deseables de la tecnología, argumentan que el
desarrollo tecnológico es imprescindible para mantener a la población mundial y para
hacer crecer el nivel de vida de la población. Sin la tecnología el mundo volvería a la
barbarie y al subdesarrollo y muchos habitantes del planeta simplemente desaparecerían.
La respuesta a nuestros problemas es más tecnología, ya que si la tecnología nos ha traído
hasta aquí y nos enfrentamos a grandes problemas por ello, es la tecnología y el desarrollo
científico, lo que nos tiene que sacar de esta situación comprometida actual.

Los pesimistas, por otra parte, son partidarios de actuar sobre el mundo actual,
simplificando los estilos de vida, descentralizando las actividades productivas, volviendo a
los cultivos naturales sin fertilizantes ni otros productos químicos, patrocinando el uso de
energías alternativas y difundiendo en el mundo la idea de un desarrollo sostenible que
proteja nuestro medio ambiente y la biodiversidad de la naturaleza. Sin dejar por ello,
lógicamente, de alimentar a la población mundial y conseguir un nivel de vida aceptable
para todos. Este grupo es, por supuesto, enemigo de la energía nuclear, del petróleo y de
otras energías peligrosas y contaminantes, y se opone, como cabría esperar, a los
productos transgénicos y a la manipulación de los genes en general.

Hoy, sin embargo, existe la conciencia generalizada de no poder ir mucho más lejos sin
control del desarrollo tecnológico y sin fuerte atención a la protección del medio
ambiente. Las nuevas tecnologías, por otra parte, especialmente las relacionadas con la
vida y la genética, se manifiestan más amenazantes que nunca, aunque también en esto
hay confrontación y diversidad de opiniones.

El reforzamiento de la capacidad científica ha sido establecido como una de las piezas


claves del desarrollo sostenible. La Agenda 21 enfatiza la necesidad de “reforzar las bases
científicas para llevar a cabo una gestión sostenible.”

El Informe de la Secretaría General, preparado por el Consejo Social y Económico de las


Naciones Unidas (UNSEC, 1998), en referencia al capítulo 35, ‘Ciencia para el Desarrollo
Sostenible’ de la Agenda 21, expone que:

“Habida cuenta de la creciente importancia que tienen las ciencias en relación con las
cuestiones del medio ambiente y el desarrollo, es necesario aumentar y fortalecer la
capacidad científica de todos los países, especialmente de los países en desarrollo, a fin de
que participen plenamente en la iniciación de las actividades de investigación y desarrollo
científicos en pro del desarrollo sostenible. Hay muchas maneras de aumentar la
capacidad científica y tecnológica. Algunas de las más importantes son las siguientes:
enseñanza y capacitación en materia de ciencia y tecnología, prestación de asistencia a los
países en desarrollo para mejorar las infraestructuras de investigación y desarrollo que
permitirían a los científicos trabajar en forma más productiva; concesión de incentivos
para alentar las actividades de investigación y desarrollo y mayor utilización de los
resultados de estas actividades en los sectores productivos de la economía.

Es necesario hacer especial hincapié en que los países en desarrollo fortalezcan su propia
capacidad para estudiar su base de recursos y sus sistemas ecológicos respectivos y para
ordenarlos mejor con objeto de hacer frente a los problemas en los planos nacional,
regional y mundial”.

A lo que se añade en párrafos sucesivos que la “…investigación necesita llegar a ser más
pro-activa y centrarse en la prevención e identificación temprana de los problemas
emergentes así como en las oportunidades, más que en su actual enfoque en el que los
problemas se afrontan una vez que se han agudizado.”

Al tenor de esta exposición se plantea la pregunta, qué tipos de problemas son los más
críticos para el desarrollo sostenible y cómo la ciencia se puede movilizar mejor para
darles respuesta. Los retos que afronta la ciencia en la búsqueda de la sostenibilidad no
son solamente de tipo técnico; así, los aspectos empíricos y de metodología científica son
retos fundamentales en el logro de un mejor entendimiento de nuestro medio natural y
de los sistemas complejos del planeta. Finalmente, existen también aspectos de tipo
moral y de procedimiento en la definición del rol del conocimiento científico y de las
innovaciones que afectan a la gobernabilidad de los riesgos ambientales y tecnológicos, en
relación a una gestión sostenible de los ecosistemas y a una comunicación efectiva de la
información científica, en el logro de esos fines.

Los avances científicos están abriendo nuevos dominios en la innovación de potencial


tecnológico, con potenciales consecuencias para la salud humana, la oferta energética, la
producción de alimentos y la ingeniería ambiental. Estos campos de conocimiento
avanzado conllevan muchas esperanzas para la humanidad, pero al mismo tiempo, ciencia
y tecnología traen nuevos azares a la sociedad y nuevos retos para asegurar la calidad.

Los recursos financieros destinados al desarrollo sostenible siguen siendo


extremadamente limitados, y muchas veces condicionados; el acceso de las naciones más
pobres a las tecnologías ambientalmente idóneas continúa siendo sumamente restringido;
no se han registrado modificaciones sustanciales en los patrones insostenibles de
funcionamiento socioeconómico global; y consecuentemente, se han agravado muchos de
los problemas ambientales locales, regionales y globales que afectan a la humanidad.

En lo referido a la transferencia internacional de tecnologías ambientalmente idóneas, el


requerimiento de un mayor acceso de los países subdesarrollados a los nuevos adelantos
tecnológicos continúa chocando con las nuevas estrategias corporativas y las actuales
políticas comerciales de los países industrializados, que tienden a imponer normas más
estrictas y uniformes para la protección de la propiedad intelectual; como se refleja en los
resultados de la Ronda Uruguay y en las directivas de la Organización Mundial de
Comercio.

Hasta el momento, a nivel internacional, se ha avanzado preferentemente en el desarrollo


de tecnologías ambientales de fase final, destinadas a controlar la contaminación una vez
que esta se ha producido; en lugar de dar mayor prioridad a aquellas tecnologías limpias
orientadas a reducir sustancialmente la contaminación, desde las primeras fases del ciclo
productivo, o a eliminarla cuando sea posible y que, por tanto, suponen cambios
significativos en los patrones de producción y consumo. Según algunas estimaciones, el
mercado global de las tecnologías ambientales a finales de los años 90 era del orden de
los 500 mil millones de dólares; y la mayor parte de este monto correspondía al comercio
de tecnologías de fase final.

Una característica de los nuevos dominios de las innovaciones científicas es su


intervención en procesos biológicos complejos y ecosistemas, donde asegurar la calidad
en términos de resultados es casi imposible. Esta dificultad requiere cierta reflexión,
durante mucho tiempo se ha reconocido que las actividades de producción industrial,
consumo y agricultura intensiva podían producir efectos indeseables o negativos en
ecosistemas y en la calidad ambiental. Lo que se ha enfatizado, más recientemente, es
que algunas de esas consecuencias adversas pueden tener un horizonte temporal de muy
largo plazo, efectos irreversibles y una muy difícil gestión.

En estos momentos, debemos aceptar e internalizar la preocupación de que las


intervenciones científicas en procesos naturales complejos pueden constituir una fuente
propia de generación de problemas, que afecten no solamente al medio natural sino
también a la salud, al sustento de la población y las perspectivas económicas. Estos
hechos son claramente observables en los riesgos que conllevan la industria nuclear y las
aplicaciones de biotecnología basadas en ingeniería genética; observándose también en el
complicado y frágil sistema de producción de comida y comunicación de los que dependen
las sociedades modernas. Así, muchos de los logros en el proceso de incremento de la
productividad dentro de la industria agro-alimentaria dependen de una permanente
utilización de pesticidas químicos, fertilizantes, semillas híbridas o genéticamente
modificadas. Estos desarrollos tecnológicos pueden afectar sobremanera la vulnerabilidad
de los sistemas de producción alimentaria ante cambios tecnológicos, naturales o
económicos. La producción intensiva está también, en muchas regiones, produciendo
negativas consecuencias para la calidad de las aguas y suelos, viéndose afectadas sus
productividades a largo plazo.

Los problemas complejos como la salud, el medio ambiente, entre otros, han demostrado
los límites de la capacidad de la ciencia de predecir y controlar. Un testimonio son los
problemas globales como el cambio climático. Se observa que antiguas enfermedades que
se consideraban extinguidas reaparecen y se multiplica el número de nuevas
enfermedades; se producen accidentes nucleares; el caso de las vacas locas demuestra la
vulnerabilidad de los controles tecnocientíficos y los desastres ecológicos ocurren a diario.
Todos estos ejemplos son también el resultado de los procesos de industrialización que la
tecnología ha hecho posibles. La Revolución Verde es un claro ejemplo de destrucción
ambiental asociada al avance tecnológico.

Las actividades industriales y agrícolas provocan cambios en los ciclos biológicos, químicos
y geológicos que perturban los sistemas naturales. Asistimos a la desaparición de especies,
contaminación del aire y del agua, el agujero en la capa de ozono, sequías y exceso de
lluvia, inundaciones, huracanes, tsunami, entre otros.

Se observan un montón de paradojas: los plaguicidas crean plagas, los antibióticos hacen
surgir nuevos agentes patógenos, los hospitales son focos de infección, el desarrollo
agrícola aumenta la brecha entre ricos y pobres. Se abre paso la convicción de una nueva
conciencia de la ciencia, sistémica y humanista, que asimila la incertidumbre y los
compromisos con los valores. La comprensión de la complejidad se abre paso.

Los problemas ambientales, entre otros, plantean a la ciencia y la sociedad problemas


nuevos. El ideal de la ciencia libre de valores; la ingenua idea de que a partir de los hechos
científicos es posible extraer conclusiones inapelables y de ellas deducir acciones y
políticas incontestables, está en buena medida descartada. Ahora se admite que la ciencia
y las políticas que en ella se asientan, se vinculan estrechamente con los valores que guían
las decisiones; en muchos casos carecemos de respuestas únicas y completas y en
consecuencia, es preciso aprender a lidiar con la complejidad, la incertidumbre, el riesgo.
En materia ambiental con frecuencia no es posible explicar y predecir sobre la base de
teorías probadas; frecuentemente sólo es posible tener modelos matemáticos,
simulaciones por computadora, soluciones aproximadas. A este tipo de práctica científica,
envuelta en valores en conflicto, incertidumbre y riesgos, algunos autores prefieren
denominarla “ciencia post-normal”, en alusión a una época en que la norma para la
práctica científica podía ser la solución rutinaria de problemas sin considerar cuestiones
éticas, políticas o metodológicas complejas (Funtowicz y Ravetz, 1997).

Una lección a aprender es que la relación entre los avances en la ciencia y las tecnologías
científicas, por un lado, y el desarrollo sostenible por otro, es compleja, ambigua y
presenta múltiples facetas. Simplemente, el reconocimiento de los límites ecológicos en
términos de producción y consumo económicamente sostenibles conllevan que “más
output” no es lo mismo que “buen output”, así, no necesariamente más conocimiento
científico expresado en innovaciones científicas tendrá como resultado una sociedad más
sostenible.

Ante todo esto se deben plantear importantes cambios en la relación existente entre los
problemas afrontados por la ciencia y las soluciones científicas que sean necesarias.
Algunos de estos cambios son:

 La Ciencia no debe ofrecer el ‘beneficio’ de nuevos descubrimientos y aplicaciones,


como un tipo de valor añadido para la inversión.
 En cambio, debe jugar el papel de intentar rellenar un déficit de conocimiento ante
el crecimiento de la preocupación por problemas como la contaminación de las aguas,
desechos radiactivos, disminución de recursos renovables, cambio climático, otros
aspectos de la contaminación atmosférica y efectos en los hábitat terrestres y acuáticos.
 Cada vez más, los análisis se desarrollan con el fin de contribuir a respuestas
políticas o tecnológicas. A este respecto, se puede hablar de una actividad científica
diseñada con el fin de servir a los fines del desarrollo sostenible.
 Sin embargo, esta “ciencia para la sostenibilidad” tendría que ser una ciencia
orientada a problemas, así como generadora de curiosidad o dirigida a un objetivo;
dirigirse a los problemas claves para la sostenibilidad, sin considerar su capacidad para
encontrar una solución tradicional. Estas cuestiones incluyen complejos y difíciles
problemas, sin olvidar aquellos en los que nuestro conocimiento esta afectado por la
incertidumbre, la ignorancia y el conflicto de valores.

Una de las implicaciones que se deducen es que dentro de las prioridades de la ciencia se
debe analizar si la ciencia puede contribuir efectivamente al desarrollo sostenible. Este es
un mensaje que se tiene que comunicar a sí misma la comunidad científica; la práctica
científica no esta básicamente libre de valores, pero tiene que encontrar sus
justificaciones en referencia a las preocupaciones sociales prevalecientes. El objeto del
ámbito científico, en este nuevo contexto, podría bien ser el de impulsar el proceso de
resolución social del problema, incluyendo la participación y el aprendizaje mutuo entre
los agentes involucrados, en vez de la búsqueda de soluciones definitivas o
implementaciones tecnológicas.

En este sentido, las orientaciones normativas de desarrollo sostenible deben guiar el


trabajo científico hacia innovaciones tecnológicas que respeten los valores fundamentales
de sostenibilidad, tales como la resistencia de los ecosistemas locales, la mitigación de los
impactos provocados por el cambio climático, la eficiencia energética, la seguridad
alimenticia impulsando, al mismo tiempo, la capacidad de las poblaciones locales de influir
en los procesos de resolución de problemas. Una parte importante de las ideas aquí
sugeridas, es el diseño e implementación de procesos de acuerdos sociales para asegurar
la calidad del conocimiento científico y de las implementaciones tecnológicas. Esto nos
dirige al resurgir de nuevas instituciones sociales que desarrollen la función de asegurar la
calidad. En este estilo de ciencia, el conocimiento de un lugar específico y los recursos de
las comunidades locales necesitarán ser integradas de forma complementaria al
conocimiento universal de la práctica científica tradicional.

La Ciencia en el contexto de la complejidad ambiental

El gran éxito de la ciencia europea moderna fue la simplificación de la complejidad. El


conocimiento abstracto, normalizado, dominó los particulares éxitos y procesos naturales.
Sabemos ahora que por este éxito se pagó un precio. ¿Cuál fue este precio?
La creencia de los fundadores de la ciencia moderna fue que la ignorancia sería
conquistada por el poder de la razón. La incertidumbre era resultado de las pasiones
humanas. La tarea de la ciencia era la creación de un Método que asegurara la separación
entre la razón y la pasión. Su objetivo era el descubrir los puros hechos duros, no
contaminados por sistemas de valores blandos.

El incipiente método científico incluía los siguientes supuestos: el sistema de la naturaleza


podía ser dividido en componentes aislados casi estables, y los objetos de estudio podían
ser separados del sujeto que los estudiaba. Eso ha dado como resultado una ciencia
dividida en disciplinas (que es la base del sistema universitario) y el mito de una ciencia
neutral, libre de valores, que legitima a los expertos. Al mismo tiempo que Europa
conquistaba nuevos mundos, la ciencia moderna conquistaba a la Naturaleza: ambas
conquistas están interrelacionadas.

El éxito de la ciencia dio al Estado moderno un modelo legitimador en la toma de


decisiones racionales. El descubrimiento de los hechos verdaderos llevaba a tomar las
acciones correctas. En otras palabras, lo Verdadero conducía al Bien. La racionalidad se
convirtió en sinónimo de racionalidad científica y el conocimiento fue sinónimo de
conocimiento científico. Otras formas de conocimiento y otras apelaciones a la
racionalidad, como el conocimiento práctico agrícola, medicinal o artesanal, fueron
considerados de segunda categoría.

El sistema científico recientemente ha dado a la sociedad moderna una nueva


comprensión de la noción de peligro, etiquetando las situaciones de peligro como riesgos
sometidos a una evaluación probabilística cuantitativa. La gestión de los riesgos
corresponde a los «sistemas expertos», es decir, a la ciencia, a la tecnología basada en la
ciencia, y a los expertos científicos. Se trata de un mecanismo diseñado para que parezca
puramente racional, pero la pasión está implícitamente presente en los juicios de valor
que disimulan o se imponen sobre las muchas incertidumbres científicas. Es la pasión y no
la razón, la que da el contexto de confianza que hace falta para que la gestión del riesgo
pueda funcionar bien. Algunos episodios recientes, como la enfermedad de las vacas locas
(BSE), muestran que el mecanismo que permite traducir el peligro en riesgo es ahora
frágil, poniéndose en cuestión los métodos que permiten plasmar lo desconocido en
términos cuantitativos o de control. Los intentos de los funcionarios para tranquilizar al
público sirven sobre todo para confirmar que existe un peligro. El supuesto tradicional de
que la ciencia sólo puede llegar a lo Verdadero, está ahora en entredicho.

Más por lo general, se difunde el sentimiento de que el sistema científico (incluida la


tecnología basada en la ciencia) es responsable de muchos de los problemas que
percibimos en el ambiente natural y en nuestra salud. La sociedad percibe también la
conexión entre ese sistema científico y una ciencia económica que privilegia el
crecimiento económico como la única forma de desarrollo, olvidándose de las cuestiones
de equidad y justicia, y que adopta un despreocupado optimismo tecnológico. Así pues, el
Bien que deriva de la ciencia, también está en entredicho.
Si éste es actualmente el estado de la cuestión, podemos preguntarnos lo siguiente. ¿Sí la
ciencia y la tecnología han creado esas patologías en nuestro sistema industrial, serán esas
mismas ciencia y tecnología las que contribuirán a solucionarlas? Si la respuesta es
negativa, ¿cuál sería la tarea de una nueva ciencia?

Claramente esa tarea no puede ser solamente el avance del conocimiento impulsado por
una mezcla de curiosidad científica de los científicos y de ganancia económica o política de
los patrocinadores de la investigación. Esa nueva ciencia se dirigirá, más bien, a resolver
problemas de salud en la escala individual humana, de las comunidades, y del ambiente
natural. Para lograr esto, su método será necesariamente como antaño, una cierta
simplificación de la complejidad, pero eso debe hacerse ahora en el contexto de una
incertidumbre irreducible e incluso aceptando la ignorancia. Los supuestos básicos de la
ciencia moderna deben modificarse para poder desarrollar una ciencia nueva, dirigida a
los problemas. Para hacer frente a esas nuevas cuestiones, la ciencia dividida en
disciplinas tiene que convertirse en ciencia transdisciplinaria, y la razón debe reconciliarse
con la pasión.

El sistema científico moderno y su modelo de toma de decisiones no puede por sí mismo


dar respuestas completas a los problemas de salud individuales, sociales o ambientales. La
salud sólo puede entenderse y abarcarse como un concepto sistémico que incluye una
pluralidad de perspectivas legítimas.

El nuevo paradigma del desarrollo sustentable requiere de una democratización de la


ciencia, una ciencia más humanista, más cuidadosa del medio ambiente, de más amplio
acceso a diferentes grupos sociales y países; en suma la ampliación de los seres humanos
que participa y se beneficia del desarrollo científico y tecnológico, la contribución de la
ciencia y la tecnología al desarrollo social equitativo, sustentable, que incorpore la justicia
social como una prioridad esencial. Esto requiere:

 La ampliación del conjunto de seres humanos que se benefician directamente de


los avances de la investigación científica y tecnológica, la cual deberá privilegiar los
problemas de la población afectada por la pobreza.
 La expansión del acceso a la ciencia, entendida como un componente central de la
cultura.
 El control social de la ciencia y la tecnología y su orientación a partir de opciones
morales y políticas colectivas y explícitas. Todo ello enfatiza la importancia de la educación
y la popularización de la ciencia y la tecnología para el conjunto de la sociedad.

La búsqueda de un desarrollo sostenible requiere integrar factores económicos, sociales,


culturales, políticos, ecológicos; exige tomar en cuenta dimensiones locales y globales y
sus interrelaciones; obliga a considerar la equidad intrageneracional e intergeneracional.
Estos problemas no sólo exigen un enfoque interdisciplinario, sino cambios en la
metodología de la ciencia y las vías para la construcción de consensos.
La complejidad de los objetos y la metodología que sintoniza con ella, obliga también a
considerar el concepto de calidad de la investigación y los métodos para estimarla. El
método habitual de estimación de la calidad es la “evaluación por pares, es decir, el juicio
de los expertos sobre las contribuciones de sus semejantes. Sin embargo, en los sistemas
socioecológicos, el conocimiento del contexto específico que se investiga, la experiencia
práctica de los actores, la memoria de una colectividad pueden ser fundamentales para
los nuevos desafíos al conocimiento. Y ese saber puede no pertenecer a los expertos.

La naturaleza práctica y compleja de los problemas a emprender obliga a la superación del


enfoque disciplinario y abre paso a la transdisciplinariedad, que es la forma privilegiada y
atributo del conocimiento. El absolutismo y la arrogancia disciplinaria cede paso a un
diálogo más abierto y participativo. De algún modo ello supone una cierta
democratización, llamémosle interna. Como sabemos, las disciplinas científicas no
representan solamente espacios cognitivos diferenciados sino también zonas que
traducen intereses y distribuyen poder. El diálogo transdisciplinario es una forma de
ejercicio comunicativo que para ser efectivo tiene que ser participativo y puede ayudar a
superar las clásicas dicotomías entre “ciencias duras” y ciencias blandas”, ente otras
denominaciones que apenas disimulan la arrogancia disciplinaria.

Esto puede ejemplificarse con el caso de un debate sobre el manejo integrado de una
zona costera que ha soportado en alto grado la degradación que el turismo hotelero y los
cruceros puede generar. Mi observación participante en diálogos de esta naturaleza
donde grupos organizados de la sociedad civil (ecologistas, pescadores, buzos),
empresarios y representantes del poder público presentan sus argumentos y buscan
respuestas a preguntas sobre las causas y consecuencias de los deterioros ambientales,
me sugiere la conveniencia de acompañar la legitimidad de las diferentes perspectivas e
intereses (“la zona costera es de todos”) con una capacidad comunicativa que la
racionalidad fundada en la educación puede respaldar.

Los problemas que enfrentamos son también responsabilidad de la propia ciencia, con sus
enfoques mecanicistas, su determinismo estrecho, la reducción del todo a las partes, la
formación hiperespecializada, la incapacidad de apreciar lo particular a nombre de las
leyes generales, el exceso de empirismo, sus métodos, sus prioridades. Y también cierta
dosis de prepotencia que conduce a sobre valorar el conocimiento experto en detrimento
de los saberes y juicios de los legos, a veces también poseedores de información útil para
la toma de decisiones en asuntos de interés social (en campos como la agricultura, la
salud, el medio ambiente, existen numerosos ejemplos al respecto).

El carácter social de la ciencia debe ser orientado hacia la sostenibilidad social y


ambiental, como prioridad. La práctica científica y tecnológica debe ayudarnos a lidiar con
el riesgo y la incertidumbre, reconociendo que la capacidad de predicción y control de la
ciencia, es necesario lidiar convenientemente con la complejidad inherente a la naturaleza
y la sociedad.
Para ello parece muy importante romper con la dicotomía ciencia/valor, promover la
integración transdisciplinaria, así como el encuentro fecundo ente las ciencias naturales y
sociales, entre la ciencia y la tecnología, entre las tecnologías físicas y las tecnologías
sociales.

Una ciencia orientada a la sostenibilidad debe extenderse a todo el cuerpo social,


promoviendo la cultura científica y tecnológica de la población. Será esencial lograr una
efectiva participación pública en ciencia y tecnología, de modo que la población pueda
efectivamente influir en el curso de la ciencia.

La ciencia se concibe como un “bien compartido solidariamente en beneficio de todos los


pueblos”. El derecho a la educación, en particular la científica, se considera necesaria para
la “plena realización del ser humano”. La práctica científica debe fundarse en un “amplio
debate público” y los sistemas tradicionales y locales de conocimiento deben ser
reconocidos. La práctica científica regulada por normas éticas apropiadas debe basarse en
un amplio debate público.

Conclusiones

Ante la encrucijada que se enfrenta la Humanidad, de reconocer o desconocer el peligro


ambiental que se cierne sobre la propia especie humana, no cabe dudas en calificar como
desacertado, toda manifestación de desarrollo que hasta el presente haya tenido cabida
en La Tierra, al negar como factor común dentro del desarrollo, la inclusión de la
complejidad y diversidad ambiental, en sus componentes naturales, sociales, económicos,
culturales y tecnológicos.

En tanto que las definiciones precedentes de desarrollo hayan incluido o no términos


inherentes a la protección ambiental, lo cierto es que las actuaciones humanas bajo los
modelos conocidos de desarrollo, no cubren pertinentemente todo el espectro de
necesidades del desarrollo y en consecuencia, se puede afirmar que jamás haya existido
desarrollo sobre la faz del planeta, de acuerdo a la concepción más certera que se conoce
bajo el paradigma de la sustentabilidad.

Conocida la amplia interpretación que la ciencia contemporánea le ofrece al nuevo


paradigma de la sustentabilidad, se hace necesario la aspiración a un nuevo modelo de
desarrollo, basada en la reinserción armónica del ser humano en su medio ambiente,
como alternativa a la responsabilidad social de los científicos en el contexto y tiempo que
le corresponde vivir.

Objetivamente los modelos de desarrollo prevalecientes hasta el presente, muestran


evidentes enfoques antropocéntricos, productivistas y reduccionistas, al negar lo
inhumano y ponderar la ignorancia y arrogancia humanas, para imponer una verdadera
tiranía sobre el ambiente, que implora a salvar al Homo sapiens, en menoscabo de las
propias bases que sustentan a la vida humana. Cualquier intento de proteger al ser
humano y no a su entorno que lo incluye, pues tributará a la aceleración de la extinción de
ésta especie, única capaz de propiciar su propia desaparición sobre la faz de La Tierra.

Aspirar a la sustentabilidad no implica aplicar a una meta tangible, ni cuantificable, para


alcanzar a corto plazo, sino se trata de una posibilidad de mantener un equilibrio dinámico
– evolutivo y armónico entre los factores que integran los componentes del nuevo
paradigma: la economía, la sociedad y la naturaleza.

La gravedad de los problemas ambientales inserta a los científicos en una dinámica social
que necesita replantear su perspectiva de desarrollo, urge la demanda de reelaborar el
papel de la ciencia ante la situación de deterioro, en la necesidad de reivindicar la
tradición ecológica y los aportes que puede ofrecer al análisis critico de la protección de
ese medio en notable depauperación.

Hoy emerge la necesidad de un saber ambiental donde la concientización de la


complejidad del medio se convierta en un punto de partida para asumir su dimensión, se
vuelve impostergable el replantear las coordenadas de la ciencia, con la intención de que
la vida y el propio lenguaje puedan ajustarse a las nuevas problemáticas que la
degradación ambiental presenta, vinculando el mundo científico y académico a una
práctica cotidiana que urge ser transformada.

El desarrollo sustentable en tanto que hoy se presenta como una utopía inalcanzable, ha
llegado a erigirse en una alternativa que requiere de una sensibilización del ser humano y
de su necesaria educación y capacitación, para poner en práctica la búsqueda de
soluciones propias e imaginativas ante la armonía que precisa alcanzar con la extrema
complejidad ambiental, y sólo así propiciar el necesario cambio en la sociedad humana,
conscientes de su tributo a ese anhelado y posible cambio, hacia un mundo mejor.

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