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Anne Lécu · Adrien Candiard

Hervé Ponsot

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Retiros en la ciudad
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Saborear la Palabra
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NARCEA, S.A. DE EDICIONES


ÍNDICE

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Introducción............................................................... 9

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En torno a las piedras
| El templo por Anne Lécu................................. 12
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Tienda provisional y morada eterna. Dios viene a
habitar en el templo. El agua de la samaritana.
| La ciudad por Hervé Ponsot...................... 18
gr
Cuidado con la torre. Tenemos una ciudad fuerte.
La nueva Jerusalén.
| La roca y la casa por Adrien Candiard............ 24
ra

I am a rock. Los tres cerditos. En el taller.


st

A los pies de las plantas


| Los árboles y los frutos por Anne Lècu
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y Adrien Candiard............................................. 32
Observar la higuera. El árbol a la orilla del agua.
De tal árbol, tal fruto. Cinco frutas y verduras al día.
Empecemos por el principio. Un arbusto espinoso.
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| La vid por Anne Lécu...................................... 44


Las uvas verdes. El viñedo desperdiciado. Los
enólogos infieles.
| El agua por Hervé Ponsot.................................. 50
Sed de agua... "fuerte". Vida recibida, vida ofreci-
da. Cruzar el desierto.
| El trigo y la cosecha por Adrien Candiard..... 56
Al revés. Químicamente puro. Haced pasar.
© narcea, s. a. de ediciones 5
con los aniMalEs
| Los mamíferos por Anne Lécu ..................... 64
Las vacas gordas y las flacas. En la guarida del
león. Los perritos.
| Los pájaros por Hervé Ponsot ...................... 72
La paloma de la paz. La preocupación por el por-
venir. Seguro de vida.
| Las ovejas por Hervé Ponsot ........................ 78
La culpa y el perdón. Jesús, el buen pastor. Jesús,

ta
el siervo.
| Los peces por Adrien Candiard ..................... 84

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Hombre al agua. A pescar. Pedir mucho.

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En torno a la FaMilia
| La mujer y la pareja por Anne Lécu
y Adrien Candiard ............................................. 92
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Emmanuel, "Dios con nosotros". Mujer, he ahí a tu
hijo. La Jerusalén desposada. Lado a lado. Tatua-
jes. Cara a cara.
| Los niños y los hermanos por Hervé
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Ponsot y Adrien Candiard ............................... 104


La sabiduría de Dios se revela a sus hijos. La fa-
st

milia de Jesús. Las exigencias de la vida fraterna.


Un hermano para la adversidad. Malentendidos.
¡También!
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sobrE la sociEdad
| El dinero por Anne Lécu .............................. 118
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El becerro de oro. El administrador infiel. La ofren-


da de la viuda.
| El trabajo por Hervé Ponsot ........................ 124
Con Dios lo imposible se hace posible. Protección
de la sabiduría. La suerte del siervo.
| El valor por Adrien Candiard ........................ 130
La isla del tesoro. Sobreendeudamiento. Como yo
os he amado.
6 © narcea, s. a. de ediciones
El cuerpo
| La oreja por Hervé Ponsot............................. 138
Dios es fiel. Prestar atención. Dios hace justicia.
| El ojo por Anne Lécu.................................... 144
La paja y la viga. Como los ciegos. Mis ojos de carne.
| La boca por Anne Lécu................................. 150
La palabra está cerca de ti. El libro comido. El pri-
mer poema del Siervo.
| La nariz por Adrien Candiard......................... 156

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Imborrable El tiempo de las cerezas. El olor humano.
| El cuerpo por Hervé Ponsot............................. 162

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Se levanta la aurora. El que se hace prójimo.
Nuestro cuerpo forma un todo.
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Gracias al cielo
| El viento por Anne Lécu............................... 170
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¡Qué maravilla! El murmullo de una brisa suave.
La tempestad calmada.
| La luz por Hervé Ponsot................................ 176
ra

Sobre ti se levanta el Señor. Palabra de Dios, pala-


bras de hombres. La belleza de la creación.
| Los astros y los ángeles por Adrien Candiard.182
st

A la medida del hombre. Así en la tierra como en


el cielo. Aves nocturnas.
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Los gestos cotidianos


| Comer por Adrien Candiard.......................... 190
¿Mann hou? Los gorrones. Mermelada.
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| Andar y correr por Anne Lécu..................... 196


Abraham, ponte en camino. No hay caminos ocul-
tos para ti, Dios mío. La larga marcha.
| Dormir y velar por Hervé Ponsot................. 204
Vigilar desde las murallas. El maestro puede llegar
de improviso. No sabéis el día ni la hora.
| Despertarse por Adrien Candiard................. 207
Perder o dar. Ajustado. Alegraos.
© narcea, s. a. de ediciones 7
INTRODUCCIÓN

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Las personas que tienen por costumbre dedicar unos
at
minutos de su día a la oración, saben lo difícil que resul-
ta, la mayoría de las veces, posponer los problemas de la
vida para centrarse en Dios. Quizás no hay que pospo-
gr
nerlos ni olvidarlos sino ponerlos ante Dios para verlos
con su mirada.
Eso es lo que pretende este libro que nos ofrece una
ra

selección de textos del Antiguo y Nuevo Testamento con


sus comentarios pegados a la vida cotidiana con sus ale-
grías y sus penas.
st

En sus páginas observaremos cómo se hablan Dios y


el hombre y cómo se revelan a través de la imagen. Los
ue

textos son una invitación a ver más allá de las palabras


que los componen. Buena muestra de ello son, por ejem-
plo, las parábolas, donde aparecen, hechos símbolo, una
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piedra, el trueno, plantas y animales como la vid, un pes-


cado, una gallina, o incluso, figuras humanas, incluso una
prostituta... Con ellos la Biblia “dice lo indecible y nos
muestra lo invisible”.
La revelación cristiana siempre está al lado de la per-
sona y de sus entornos. Solo hace falta abrir los ojos para
ver y el corazón para amar y adorar.

© narcea, s. a. de ediciones 9
La variedad de ambientes y situaciones en que nos
movemos se traducen en el libro en estos ocho grandes
capítulos:
• En torno a las piedras
• A los pies de las plantas
• Con los animales
• En torno a la familia
• Sobre la sociedad

ta
• El cuerpo
• Gracias al cielo
• Los gestos cotidianos

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El origen de este libro está en las intervenciones de
at
Anne Lécu, Adrián Candiard y Hervé Ponsot aparecidas
en Retraite dans la Ville que es una página web animada
por los frailes dominicos de Lille (Francia) que funciona
gr
desde hace trece años y que ha llegado a formar una co-
munidad de internautas de más de ciento sesenta mil
miembros cuyo fin es hacer accesible la Palabra de Dios
para vivirla cada día.
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10 © narcea, s. a. de ediciones
Los gestos cotidianos

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Comer

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Andar y correr
at
Dormir y velar
Despertarse
gr
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Los gestos cotidianos

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Is 25,6-10
En el monte Sion, el Señor todopoderoso

ui
preparará para todas las naciones
un banquete con ricos manjares y vinos añejos,
at
con deliciosas comidas y los más puros vinos.
En este monte destruirá el Señor
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el velo que cubría a todos los pueblos,
el manto que envolvía a todas las naciones.
El Señor destruirá la muerte para siempre,
secará las lágrimas de los ojos de todos
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y hará desaparecer en toda la tierra


la deshonra de su pueblo.
st

El Señor lo ha dicho.
Aquel día se dirá: Este es nuestro Dios;
en él confiamos y él nos salvó.
ue

Alegrémonos, gocémonos, él nos ha salvado.


La mano del Señor protegerá al monte Sion,
mientras que a Moab la pisoteará
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como se pisotea la paja en un basurero.

192 © narcea, s. a. de ediciones


| Comer

Los gorrones
Adrien Candiard
La Biblia nos dice pocas cosas concretas sobre el pa-
raíso. El programa de actividades propuesto allí arriba no
es muy claro, con una excepción: habrá algo que comer,
y en abundancia. El profeta Isaías nos presenta la imagen

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grandiosa de un festín, que Jesús retoma, precisando en
el Evangelio, que se trata de una fiesta de bodas. Solo
por eso, el programa es tentador.

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Pero cuando se frecuentan bodas, uno se da cuenta
rápidamente de que hay dos tipos de personas: los que
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vienen para aprovecharse de la cena, el vino servido ge-
nerosamente, el pastel de bodas y los aperitivos, y los
que vienen por los recién casados. Ambos tipos están en-
gr
cantados, por supuesto, pero su alegría no es exactamen-
te la misma.
Y cuando buscamos a Dios, en el fondo, ¿qué estamos
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buscando? ¿Los bienes que puede concedernos, como


una cierta seguridad, la paz interior o la solución de cierta
preocupación que nos atormenta, o a Dios mismo, por sí
st

mismo? Buscar a Dios por él mismo, no es renunciar a vi-


vir o huir de las pequeñas cosas de la vida cotidiana; por
ue

el contrario, es afrontar nuestra vida, distinguiendo lo


esencial y lo accesorio, lo esencial y lo urgente. Es poner
cada cosa en su sitio: el amor de Dios en primer lugar,
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ante cualquier razón de eficacia. Es también descubrir


que nuestro Dios es un alimento que sacia nuestra ham-
bre de felicidad mejor que cualquier comida rápida que
pretenda satisfacer nuestros deseos.

© narcea, s. a. de ediciones 193


Los gestos cotidianos

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Is 40,25-31
El Dios santo pregunta: “¿Con quién me vais a

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comparar? ¿Quién puede ser igual a mí?
Levantad los ojos al cielo y mirad: ¿Quién creó todo
at
eso? El que los distribuye uno por uno y a todos llama
por su nombre. Tan grande es su poder y su fuerza que
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ninguno de ellos falta.
Israel, pueblo de Jacob, ¿por qué te quejas? ¿Por qué
dices: El Señor no se da cuenta de mi situación; Dios no
se interesa por mí? ¿Acaso no lo sabes? ¿No lo has oído?
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El Señor, el Dios eterno, el creador del mundo entero,


no se fatiga ni se cansa; su inteligencia es infinita.
st

Él da fuerzas al cansado, y al débil le aumenta su


vigor.
Hasta los jóvenes pueden cansarse y fatigarse, hasta
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los más fuertes llegan a caer, pero los que confían en el


Señor tendrán siempre nuevas fuerzas y podrán volar
como las águilas; podrán correr sin cansarse y caminar
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sin fatigarse”.

198 © narcea, s. a. de ediciones


| Andar y correr

No hay caminos ocultos para ti, Dios mío


Anne Lécu
Conoces los atajos y desvíos, los caminos secundarios
y los errados, las piedras del desierto y las de la estepa, y
las rutas seguidas por los esclavos hebreos con el traque-
teo de toneladas de ladrillos. Conoces los caminos del

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exilio de los hombres que tuvieron que abandonar a toda
prisa con su casa a la espalda y un niño en cada mano,
perdiendo todo, para empezar con la esperanza de vol-

ui
ver, y la esperanza de vivir. Conoces los atascos en la ca-
rretera de los que piensan ir más rápido y que finalmente
at
van más despacio. Conoces los caminos que tomamos
para evitarnos, para ignorarnos, para perdonarnos, para
reencontrarnos, para amarnos.
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Aceptas todos nuestros caminos. Nos dejas ensayar y
nos sigues. Aquí, nos quitas una piedra para que no ten-
gamos una mala caída. Allí, permites que un desconoci-
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do nos lleve la maleta. Y cuando no puedes más porque


la vida es dura y pesada, permaneces cerca de nosotros,
ya seamos fuertes o débiles, viejos o jóvenes.
st

Tú no explicas nada, no justificas nada, no condenas


nada, pero caminas con una cruz a la espalda, tú, el inocen-
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te por excelencia, hasta ser identificado con los culpables.


Entonces, ya no hay ningún camino ajeno: tú eres el
inocente y la víctima, con todos los inocentes y todas las
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víctimas y, además, te han puesto al lado de los culpables


en el momento de la muerte, para que nadie quede solo
con su culpa. Y haces de todos nuestros rodeos, incluso
de los más graves, un camino contigo.

© narcea, s. a. de ediciones 199


Los gestos cotidianos

ta
ui
Mc 13,33-37
at
Permaneced despiertos y vigilantes, porque no sabéis
cuándo llegará el momento.
gr
Esto es como un hombre que, a punto de irse a otro
país, deja a sus criados al cargo de la casa. A cada cual le
señala su tarea, y ordena al portero que vigile.
ra

Así que permaneced despiertos, porque no sabéis


cuándo va a llegar el señor de la casa: si al anochecer, a
la medianoche, al canto del gallo o a la mañana. ¡Que no
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venga de repente y os encuentre durmiendo!


Y lo que os digo a vosotros se lo digo a todos: ¡Perma-
ue

neced despiertos!
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204 © narcea, s. a. de ediciones


| Dormir y velar

El maestro puede llegar de improviso


Hervé Ponsot
Se dice de san Luis Gonzaga, jesuita del siglo XVI,
muerto a los veintitrés años, que, al ser interrogado por
otro joven en el patio de recreo sobre lo que haría si le
anunciaran que moriría dentro de un cuarto de hora, res-

ta
pondió: “Seguiría jugando”. Luis no estaba dispuesto a
perder la serenidad ante la urgencia de una muerte próxi-
ma: “¿Quién puede añadir un instante a la duración de

ui
su vida?” (Mt 6,27).
En las sociedades modernas, donde decimos encanta-
at
dos que “el tiempo es oro”, no hemos cesado, por el con-
trario, en querer hacernos dueños del tiempo. Requeri-
mos relojes, agendas y teléfonos móviles para llenar el
gr
tiempo, para no perder nada porque “cada minuto cuen-
ta”. Muchos están overbooking.
Detrás de este deseo de controlar el tiempo, existe el
ra

pánico a la muerte y el intento desesperado para mante-


nerla alejada.
Este modo velar no consiste en preparar con calma el
st

corazón para la venida del Señor, sino en recular lo más


posible. ¡Pena perdida y angustia garantizada!
ue

El que confía en Dios con toda su alma y todo su ser


puede vivir con tanta serenidad como Luis Gonzaga: sabe
que su verdadera felicidad estará en el encuentro con el
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Señor, aunque sea inesperada, y que la muerte no es más


que un paso. Puede, con el autor del Cantar de los Canta-
res, decir: “Duermo, pero mi corazón vela” (5, 2).

© narcea, s. a. de ediciones 205


Los gestos cotidianos

1R 17,8-23
Elías se levantó y se fue a Sarepta. Al llegar a la entra-
da de la ciudad vio a una viuda que estaba recogiendo
leña. La llamó y le dijo: “Por favor, tráeme en un vaso un
poco de agua para beber”. Ya iba ella a traérselo, cuando

ta
Elías la volvió a llamar y le dijo: “Por favor, tráeme tam-
bién un pedazo de pan”. Ella le contestó: “Te juro por el
Señor, tu Dios que no tengo nada de pan cocido. No ten-

ui
go más que un puñado de harina en una tinaja y un
poco de aceite en una jarra, y ahora estaba recogiendo
at
un poco de leña para ir a cocinarlo para mi hijo y para
mí. Comeremos, y después nos moriremos de hambre”.
Elías le respondió: “No tengas miedo. Porque el Señor,
gr
Dios de Israel, ha dicho que no se acabará la harina de la
tinaja ni el aceite de la jarra hasta el día en que el Señor
haga llover sobre la tierra”...
ra

Algún tiempo después cayó enfermo el hijo de la viu-


da, y su enfermedad fue gravísima, tanto que hasta dejó
de respirar. Entonces la viuda dijo a Elías: “¿Qué tengo
st

yo que ver contigo, hombre de Dios? ¿Has venido a


recordarme mis pecados y a hacer que mi hijo se
ue

muera?”. “Dame acá a tu hijo”, le respondió él. Y tomán-


dolo del regazo de la viuda, lo subió al cuarto donde él
estaba alojado. Luego clamó al Señor en voz alta: “Señor
y Dios mío, ¿también a esta viuda, en cuya casa estoy
M

alojado, has de causarle dolor haciendo morir a su hijo?”.


En seguida se tendió tres veces sobre el niño y clamó al
Señor en voz alta: “¡Señor y Dios mío, te ruego que de-
vuelvas la vida a este niño!”. El Señor escuchó los ruegos
de Elías e hizo revivir al niño. En seguida, Elías tomó al
niño, y lo entregó a su madre, diciéndole: “¡Mira, tu hijo
está vivo!”.

208 © narcea, s. a. de ediciones


| Despertarse

Perder o dar
Adrien Candiard
“Dame tu hijo”, se atreve decir Elías a esa pobre viuda
que ha perdido a su niño. Debería haber sido más discre-
to, respetar el dolor, callarse o encontrar, si era capaz, pa-
labras de consuelo. En cambio, el hombre de Dios toda-

ta
vía le pide algo más; que le dé lo poco que le queda: el
cuerpo del hijo que ella tanto ha amado, y que lleva en
sus brazos.

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Anteriormente, ya Elías tuvo el valor de pedir a esta
pequeña familia hambrienta lo que quedaba de harina,
at
las últimas gotas de aceite. Y extrañamente, había conse-
guido que la jarra no se vaciara y que la mujer alimenta-
ra por algún tiempo este pequeño mundo. Los alimentos
gr
ahorrados se agotaron, pero la comida era más abundan-
te que nunca. Sin embargo, la muerte seguía rondando y
cuando se lleva a la vida del niño, Elías le propone el
ra

mismo secreto de siempre: para que el hijo viva, hay que


darlo.
Lógica desconcertante la del Reino, que aparece en
st

tantas parábolas de Jesús: lo que se comparte vive y se


engrandece, mientras que lo que se guarda se puede per-
ue

der. Una lógica tan lejos de nuestra experiencia cotidiana,


donde nos quedamos sin lo que damos. Esto es cierto al
menos en lo que se refiere a las cosas materiales, para la
M

lógica contable del dinero. Pero nuestro error es creer que


todo funciona de esa manera. ¿No experimentamos que
es diferente para las cosas esenciales? ¿Que la alegría, la
amistad, el amor, la confianza, la fe en Dios crecen cuan-
do son compartidos y disminuyen cuando las guardamos
para nosotros mismos?

© narcea, s. a. de ediciones 209

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