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Hervé Ponsot
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Retiros en la ciudad
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Saborear la Palabra
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Introducción............................................................... 9
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En torno a las piedras
| El templo por Anne Lécu................................. 12
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Tienda provisional y morada eterna. Dios viene a
habitar en el templo. El agua de la samaritana.
| La ciudad por Hervé Ponsot...................... 18
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Cuidado con la torre. Tenemos una ciudad fuerte.
La nueva Jerusalén.
| La roca y la casa por Adrien Candiard............ 24
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y Adrien Candiard............................................. 32
Observar la higuera. El árbol a la orilla del agua.
De tal árbol, tal fruto. Cinco frutas y verduras al día.
Empecemos por el principio. Un arbusto espinoso.
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el siervo.
| Los peces por Adrien Candiard ..................... 84
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Hombre al agua. A pescar. Pedir mucho.
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En torno a la FaMilia
| La mujer y la pareja por Anne Lécu
y Adrien Candiard ............................................. 92
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Emmanuel, "Dios con nosotros". Mujer, he ahí a tu
hijo. La Jerusalén desposada. Lado a lado. Tatua-
jes. Cara a cara.
| Los niños y los hermanos por Hervé
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sobrE la sociEdad
| El dinero por Anne Lécu .............................. 118
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Imborrable El tiempo de las cerezas. El olor humano.
| El cuerpo por Hervé Ponsot............................. 162
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Se levanta la aurora. El que se hace prójimo.
Nuestro cuerpo forma un todo.
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Gracias al cielo
| El viento por Anne Lécu............................... 170
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¡Qué maravilla! El murmullo de una brisa suave.
La tempestad calmada.
| La luz por Hervé Ponsot................................ 176
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Las personas que tienen por costumbre dedicar unos
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minutos de su día a la oración, saben lo difícil que resul-
ta, la mayoría de las veces, posponer los problemas de la
vida para centrarse en Dios. Quizás no hay que pospo-
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nerlos ni olvidarlos sino ponerlos ante Dios para verlos
con su mirada.
Eso es lo que pretende este libro que nos ofrece una
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© narcea, s. a. de ediciones 9
La variedad de ambientes y situaciones en que nos
movemos se traducen en el libro en estos ocho grandes
capítulos:
• En torno a las piedras
• A los pies de las plantas
• Con los animales
• En torno a la familia
• Sobre la sociedad
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• El cuerpo
• Gracias al cielo
• Los gestos cotidianos
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El origen de este libro está en las intervenciones de
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Anne Lécu, Adrián Candiard y Hervé Ponsot aparecidas
en Retraite dans la Ville que es una página web animada
por los frailes dominicos de Lille (Francia) que funciona
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desde hace trece años y que ha llegado a formar una co-
munidad de internautas de más de ciento sesenta mil
miembros cuyo fin es hacer accesible la Palabra de Dios
para vivirla cada día.
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10 © narcea, s. a. de ediciones
Los gestos cotidianos
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Comer
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Andar y correr
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Dormir y velar
Despertarse
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Los gestos cotidianos
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Is 25,6-10
En el monte Sion, el Señor todopoderoso
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preparará para todas las naciones
un banquete con ricos manjares y vinos añejos,
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con deliciosas comidas y los más puros vinos.
En este monte destruirá el Señor
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el velo que cubría a todos los pueblos,
el manto que envolvía a todas las naciones.
El Señor destruirá la muerte para siempre,
secará las lágrimas de los ojos de todos
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El Señor lo ha dicho.
Aquel día se dirá: Este es nuestro Dios;
en él confiamos y él nos salvó.
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Los gorrones
Adrien Candiard
La Biblia nos dice pocas cosas concretas sobre el pa-
raíso. El programa de actividades propuesto allí arriba no
es muy claro, con una excepción: habrá algo que comer,
y en abundancia. El profeta Isaías nos presenta la imagen
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grandiosa de un festín, que Jesús retoma, precisando en
el Evangelio, que se trata de una fiesta de bodas. Solo
por eso, el programa es tentador.
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Pero cuando se frecuentan bodas, uno se da cuenta
rápidamente de que hay dos tipos de personas: los que
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vienen para aprovecharse de la cena, el vino servido ge-
nerosamente, el pastel de bodas y los aperitivos, y los
que vienen por los recién casados. Ambos tipos están en-
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cantados, por supuesto, pero su alegría no es exactamen-
te la misma.
Y cuando buscamos a Dios, en el fondo, ¿qué estamos
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Is 40,25-31
El Dios santo pregunta: “¿Con quién me vais a
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comparar? ¿Quién puede ser igual a mí?
Levantad los ojos al cielo y mirad: ¿Quién creó todo
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eso? El que los distribuye uno por uno y a todos llama
por su nombre. Tan grande es su poder y su fuerza que
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ninguno de ellos falta.
Israel, pueblo de Jacob, ¿por qué te quejas? ¿Por qué
dices: El Señor no se da cuenta de mi situación; Dios no
se interesa por mí? ¿Acaso no lo sabes? ¿No lo has oído?
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sin fatigarse”.
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exilio de los hombres que tuvieron que abandonar a toda
prisa con su casa a la espalda y un niño en cada mano,
perdiendo todo, para empezar con la esperanza de vol-
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ver, y la esperanza de vivir. Conoces los atascos en la ca-
rretera de los que piensan ir más rápido y que finalmente
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van más despacio. Conoces los caminos que tomamos
para evitarnos, para ignorarnos, para perdonarnos, para
reencontrarnos, para amarnos.
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Aceptas todos nuestros caminos. Nos dejas ensayar y
nos sigues. Aquí, nos quitas una piedra para que no ten-
gamos una mala caída. Allí, permites que un desconoci-
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Mc 13,33-37
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Permaneced despiertos y vigilantes, porque no sabéis
cuándo llegará el momento.
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Esto es como un hombre que, a punto de irse a otro
país, deja a sus criados al cargo de la casa. A cada cual le
señala su tarea, y ordena al portero que vigile.
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neced despiertos!
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pondió: “Seguiría jugando”. Luis no estaba dispuesto a
perder la serenidad ante la urgencia de una muerte próxi-
ma: “¿Quién puede añadir un instante a la duración de
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su vida?” (Mt 6,27).
En las sociedades modernas, donde decimos encanta-
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dos que “el tiempo es oro”, no hemos cesado, por el con-
trario, en querer hacernos dueños del tiempo. Requeri-
mos relojes, agendas y teléfonos móviles para llenar el
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tiempo, para no perder nada porque “cada minuto cuen-
ta”. Muchos están overbooking.
Detrás de este deseo de controlar el tiempo, existe el
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1R 17,8-23
Elías se levantó y se fue a Sarepta. Al llegar a la entra-
da de la ciudad vio a una viuda que estaba recogiendo
leña. La llamó y le dijo: “Por favor, tráeme en un vaso un
poco de agua para beber”. Ya iba ella a traérselo, cuando
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Elías la volvió a llamar y le dijo: “Por favor, tráeme tam-
bién un pedazo de pan”. Ella le contestó: “Te juro por el
Señor, tu Dios que no tengo nada de pan cocido. No ten-
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go más que un puñado de harina en una tinaja y un
poco de aceite en una jarra, y ahora estaba recogiendo
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un poco de leña para ir a cocinarlo para mi hijo y para
mí. Comeremos, y después nos moriremos de hambre”.
Elías le respondió: “No tengas miedo. Porque el Señor,
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Dios de Israel, ha dicho que no se acabará la harina de la
tinaja ni el aceite de la jarra hasta el día en que el Señor
haga llover sobre la tierra”...
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Perder o dar
Adrien Candiard
“Dame tu hijo”, se atreve decir Elías a esa pobre viuda
que ha perdido a su niño. Debería haber sido más discre-
to, respetar el dolor, callarse o encontrar, si era capaz, pa-
labras de consuelo. En cambio, el hombre de Dios toda-
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vía le pide algo más; que le dé lo poco que le queda: el
cuerpo del hijo que ella tanto ha amado, y que lleva en
sus brazos.
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Anteriormente, ya Elías tuvo el valor de pedir a esta
pequeña familia hambrienta lo que quedaba de harina,
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las últimas gotas de aceite. Y extrañamente, había conse-
guido que la jarra no se vaciara y que la mujer alimenta-
ra por algún tiempo este pequeño mundo. Los alimentos
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ahorrados se agotaron, pero la comida era más abundan-
te que nunca. Sin embargo, la muerte seguía rondando y
cuando se lleva a la vida del niño, Elías le propone el
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