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A. política y sociedad.
a). La violencia.
Sin embargo, los cambios ocurridos son impresionantes. La novedad más
importante es la violencia: en la medida en que la revolución de las élites
criollas urbanas no logra éxito inmediato, debe ampliarse progresivamente,
mientras lo mismo deben hacer quienes pretenden aplastarla. La movilización
militar implica una previa movilización política. En la guerra de
independencia hallan expresión tensiones raciales, regionales, grupales;
demasiado tiempo reprimido.
Al lado de la violencia plebeya surge un nuevo estilo de acción de la élite
criolla que en quince años de guerra saca de sí todo un cuerpo de oficiales:
éstos, obligados a menudo a vivir y hacer vivir a sus soldados del país que
ocupan, terminan poseídos de un espíritu de cuerpo rápidamente consolidado
y son a la vez un íncubo e instrumento de poder para el sector que ha
desencadenado la revolución y entiende seguir gobernándola.
Ya no es posible retornar a la relativa tranquilidad del antiguo orden. Luego
de la guerra, es necesario difundir las armas por todas partes para mantener
un orden interno tolerable, así la militarización sobrevive a la lucha.
B. Militarización:
Pero la militarización es un remedio costoso e inseguro: los jefes de los
grupos armados se independizan rápidamente de quienes los han invocado y
organizado. Por ello, para mantenerlos a su favor, deben tenerlos satisfechos:
utilizan las rentas del Estado para sostenerlos. Así se entra en un círculo
vicioso, porque para obtener más recursos en países arruinados
económicamente es necesaria más violencia, lo que implica un mayor apoyo
militar. En los países que han hecho la guerra fuera de sus fronteras
(Argentina, parte de Venezuela, Nueva Granada y Chile) tienen un papel
considerable las milicias que garantizan el orden local. Estas milicias, más
cercanas a las estructuras locales de poder (y menos costosas), a veces se
meten en la lucha política expresando la protesta de las poblaciones
agobiadas por el peso del ejército regular. Pero ingresar en la lucha política
significa más recursos, para tener una organización más regular que permita
confrontar contra el ejército.
Así, los nuevos estados suelen gastar más de lo que sus recursos
permiten, y ello, más que nada, porque el ejército –que por bastante tiempo
arbitrará entre distintas facciones- consume la mayor parte de ellos. Hasta
cierto punto, Hispanoamérica estaba prisionera de los guardianes del orden,
que a menudo eran los causantes del desorden. Si bien la militarización había
permitido una limitada democratización (al permitir una movilidad mayor
dentro de sus filas), también se esforzaban porque la democratización no se
extendiera demasiado. Por ello, muchas de las elites que acusaban al ejército
de ser la causa del desorden, no se animaban a eliminarlo, por miedo a que
esta democratización ampliada se hiciese efectiva.
C) Democratización: fue otra de las consecuencias de la revolución. Ha
cambiado la significación de la esclavitud. En la mayoría de los estados,
comienzan a darse procesos de liberación de los esclavos (con distintos
matices), no tanto por voluntad propia, sino más bien porque la guerra los
obliga a hacerlo, pues necesitan soldados. Aparte su objetivo inmediato
buscan en algún caso muy explícitamente salvar el equilibrio racial,
asegurando que también los negros darán su cuota de muertos a la lucha. La
esclavitud doméstica pierde importancia, aunque la agrícola se defiende
mejor en las plantaciones. Sin embargo, la mano de obra esclava es cada vez
menos disciplinada y menos productiva; además, las trabas a la trata (sobre
todo por parte de Inglaterra) aumentan el precio de los esclavos. Así, antes de
ser abolida (en casi toda Hispanoamérica hacia mediados de siglo ya había
desaparecido), la esclavitud se vacía de su anterior importancia. Aunque los
negros emancipados no serán reconocidos como iguales por los blancos ni por
los mestizos, tendrán un lugar muy distinto en una sociedad que, aunque sigue
siendo desigual, al menos las desigualdades están organizadas de manera
distinta a las de la sociedad colonial.
Otro de los cambios fue el debilitamiento del sistema de castas: los
mulatos libres y los mestizos, que durante el orden colonial habían estado
desfavorecidos legalmente, ahora ya no están tan condenados desde
nacimiento. Sin embargo, se mantuvo la legislación respecto a las masas
indígenas que, si bien las postergaba en derechos, al menos permitía que sus
tierras no les fuesen expropiadas. Esto no se dio tanto por la acción tutelar de
las nuevas autoridades, sino más que nada por cuestiones coyunturales: el
debilitamiento de las elites urbanas; la falta de una expansión del consumo
interno (en las regiones con alta población indígena) y, sobre todo, la
reducida exportación agrícola, explican por qué las comunidades indígenas,
indefensas y sin títulos de propiedad, pudiesen conservar sus tierras, que por
ahora no eran muy necesarias para los sectores dominantes. Frente al
mantenimiento del estatuto real de la población indígena, son los mestizos,
los mulatos libres, en general los legalmente postergados en las sociedades
urbanas o en las rurales de trabajo libre los que aprovechan mejor la
transformación revolucionaria.
Otra de las consecuencias de la revolución, asociada con la decadencia
del sistema de castas, es la modificación en la relación entre las elites
urbanas prerrevolucionarias y los sectores (mulatos, mestizos urbanos, blancos
pobres) desde los cuales había sido difícil el acceso a ellas. Uno de los canales
de ascenso había sido el ejército. Pero también tiene que ver otro fenómeno
que fue efecto de la revolución: la pérdida de poder de las elites urbanas
frente a los sectores rurales.
d) La ascensión de los propietarios terratenientes.
Dado que tanto los realistas como los patriotas requerían cada vez más
personas en sus ejércitos, no es llamativo que el campo, donde vivía la gran
mayoría de la población, comenzara a tener más peso. Pero hay que advertir
que si bien el campo comenzó a tener mayor relevancia, ello no significa que
haya sufrido grandes modificaciones con la revolución. De hecho, en casi
todas partes no había habido movimientos rurales espontáneos, y los
dirigentes seguían siendo los terratenientes, quienes dominaban las milicias
para asegurar el orden rural.
Pero una de las consecuencias más importantes de la revolución fue
que el sector terrateniente, subordinado durante la etapa colonial, ahora
se convierte en dominante. En cambio, las elites urbanas ahora pierden
parte de su poder político y económico. La guerra consume
desenfrenadamente los ganados y frutos de la tierras que cruza; pero aun asi
deja intacta la semilla de una riqueza que podrá ser reconstituida: la tierra, a
partir de la cual las clases terratenientes podrán rehacer su fortuna tanto más
fácilmente porque su pedo político se ha hecho mayor. La revolución no priva
solamente a las élites urbanas de una parte de su riqueza. Acaso, sea mas
grave que despoje de poder y prestigio al sistema institucional con el que sus
élites se identificaban. Lo paradójico de la revolución es que destruyó lo que
debía ser el premio de los vencedores (las elites criollas urbanas: cargos en las
altas magistraturas, poder y prestigio). Las élites se debilitarían, también, por
el derrumbe de los circuitos comerciales en los que habían prosperado (la ruta
de Cádiz, ahora reemplazada por la de Liverpool).
e) La iglesia.
También hay cambios en la Iglesia, dado que ésta, en la colonia, había
estado muy vinculada a la Corona. La depuración de obispos y párrocos,
expulsados, reemplazados por sacerdotes patriotas designados por el poder
civil, transforma la composición del clero hispanoamericano: La Iglesia, tras
la revolución, se empobrece y se subordina al poder político. Sin embargo,
en algunas zonas, como México, Guatemala, Colombia o Ecuador, el cambio es
limitado y compensado por el nacimiento de un prestigio popular muy grande.
f)Las élites urbanas.
Debilitadas las bases económicas de su poder por el coste de la guerra y
despojados de las bases institucionales de su prestigio social, las elites
urbanas deben aceptar ser integradas en posición subordinada en un nuevo
orden político, cuyo núcleo es militar. Los más pobres dentro de esas elites
(administrativos y burócratas inferiores) hallan en esta aceptación rencorosa
una vía para la supervivencia, al poner las técnicas administrativas que ellos
dominan al servicio del nuevo poder político. Las elites que han salvado o
aumentado parte importante de su riqueza (comerciantes extranjeros,
generales transformados en terratenientes, etc.) reconocen, más allá de sus
limitaciones, la capacidad del ejército para mantener el orden interno. La
impopularidad que las nuevas modalidades políticas encuentran en la élite
urbana, haya sido ésta realista o patriota, no impiden una cierta división de
funciones en la que ésta acepta resignadamente la suya.
g) La división del trabajo.
La revolución sin embargo, no ha suprimido, a grandes rasgos, un
aspecto esencial de la realidad hispanoamericana: la importancia que tiene el
apoyo de poder político-administrativo para alcanzar y conservar la riqueza.
Ahora como antes, en los sectores rurales se sigue obteniendo la tierra por
medio del favor del poder político, que es necesario conservar. En los
urbanos, la continuidad no excluye cambios más importantes: si en tiempos
coloniales el favor por excelencia era la posibilidad de comerciar con
ultramar, esta ya no plantea serios problemas en tiempos postrevolucionario.
En cambio, la miseria del estado crea en todas partes una suerte de
“aristocracia financiera” que le presta dinero a intereses altísimos y con
garantías insólitas. En suma, la relación entre el poder político y los
económicamente poderosos ha variado. El poderío social, expresable en
términos de poder militar de los hacendados, la relativa superioridad
económica de los prestamistas los coloca en una posición nueva frente a un
estado al que no solicitan favores, sino imponen concesiones.
b. Economía.
Pero no sólo los 15 años de guerra fueron la causa de esto último. Una
de las modificaciones más fundamentales que acarreó la revolución fue la
brutal transformación de las estructuras mercantiles, ya que, desde 1810,
toda Hispanoamérica se abrió plenamente al comercio extranjero.
a)El cambio y sus límites.
Hay un cambio esencial en la relación entre Hispanoamérica y el
mundo. El contexto en que se dio este cambio explica en parte sus resultados:
hasta 1850, los países europeos invirtieron escasos capitales en
Hispanoamérica. Las causas de esto no sólo se reducen al desorden
postrevolucionario hispanoamericano, sino también a que en Europa, el
capitalismo no se había consolidado lo suficiente. Tanto Inglaterra como el
resto de los países europeos quieren arriesgar poco en Hispanoamérica, no
sólo porque el riesgo es grande, sino porque no tienen mucho para arriesgar;
buscan en cambio, cosas muy precisas de la nueva relación que se ha abierto.
Por ello, lo que más se busca en Latinoamérica, por parte de las metrópolis
económicas (sobre todo Inglaterra), es que se compren los productos
industriales
b) Los perdedores.
Perdida sobre todo para los que habían dominado las estructuras mercantiles
coloniales. Lo que más debilitaba a los sectores criollos que habían esperado
prosperar con la ruina de su rival peninsular, era el derrumbe de los circuitos
comerciales en los que había prosperado. La ruta de Cádiz es cortada por la
guerra y la revolución. Y la nueva ruta dominante pasará a ser la de Londres y
luego (1820) la de Liverpool.
Como consecuencia de todos estos cambios, la aristocracia local tendrá
muchos integrantes extranjeros, que dominan el comercio local. Esto se
asimila un tanto al orden colonial, en el cual los comerciantes peninsulares
pertenecían a las elites. Pero el sistema comercial postrevolucionario (sobre
todo el inglés) se diferencia del español en tanto logra colocar un excedente
industrial cada vez más amplio. A la vez, introduce un circulante monetario
que sus predecesores se habían cuidado de difundir: de este modo la
economía confirma a la política impulsando a la emancipación del productor
rural frente al mercader y prestamista urbano.
c) El nuevo equilibrio.
Sin embargo, luego de 1815 la relación así esbozada entra en crisis. las
aspiraciones inglesas se verían limitadas por tres motivos: a)la depresión
metropolitana obliga a cuidar los precios a que se compran los frutos locales;
b) la “sobredimensión” de la capacidad de consumo hispanoamericana y c) la
aparición de Estados Unidos como competidor directo.
En muchos aspectos, Inglaterra es la heredera de España, beneficiaria
de una situación de monopolio que puede ser sostenida ahora por medios más
económicos que jurídicos, pero se contenta de nuevo demasiado fácilmente
con reservarse los mejores lucros de un tráfico mantenido dentro de niveles
relativamente fijos. La Hispanoamérica de 1825 es, sin embargo, más
consumidora que la de 1810, en parte porque la manufactura extranjera la
provee mejor que la artesanía local. Pero no sólo Inglaterra conquistaría el
mercado existente, sino que también crearía uno nuevo, gracias a sus
precios muy bajos y a su oferta abrumadora. La ofensiva industrial arruinaría,
a mediano y largo plazo, a las artesanías locales. Pero más decisivo aún fue el
déficit comercial de los países latinoamericanos, que importaban más de lo
que exportaban.
En suma, Hispanoamérica estaba estancada en lo económico. La
victoria del terrateniente sobre el mercader se debe, sobre todo, a la
decadencia de éste y no basta, en general, para inducir un aumento de
producción tal como se había pensado en 1810. Hispanoamérica aparece
entonces encerrada en un nuevo equilibrio, mucho más estático que el
colonial.
B. El cometido del extranjero.
Desde el comienzo de su vida independiente, esta parte del planeta
parecía ofrecer un campo privilegiado para la lucha entre nuevos
aspirantes a la hegemonía.
Estados Unidos, entre 1815 y 1830, y Francia, a partir de 1830,
comenzaron a enfrentarse a la hegemonía británica.
a) Estados Unidos.
El avance norteamericano estaba apoyado en una penetración comercial que
comenzó por ser exitosa: desde México, a Lima y Bs. As (más radicales) pero
como éstos fracasaron, también decayó la importancia de aquél en los asuntos
políticos. En su aspecto político la amenaza norteamericana se desvaneció
bien pronto. En la economía, el declive norteamericano fue más lento,
apoyada en un sistema mercantil extremadamente ágil, iba a perder buena
parte de sus razones de superioridad cuando se rehiciera sólidamente una red
de tráficos regulares; fue sin embargo, el abaratamiento progresivo de los
algodones de Lancashire el que, al desalojar del mercado latinoamericano a la
Nueva Inglaterra, tanto mas rústicos, hizo perder importancia al comercio
norteamericano con Hispanoamérica.
b) La presencia francesa.
Francia, por su parte, nunca significó un riesgo para el comercio británico,
pues era complementario (vendía bienes de lujo, a diferencia de Inglaterra
que vendía bienes más masivos). En lo político, la agresiva política francesa
no fue bien vista por los sectores locales, que preferían la discreta hegemonía
británica.
c) La hegemonía inglesa.
Esta última se apoyaba en su predominio comercial, en su poder naval, en
tratados comerciales y, sobre todo, en el uso prudente de esas ventajas:
Inglaterra sólo se propone objetivos políticos conforme a sus potencialidades y
limitaciones. Es decir, Inglaterra no aspira a una dominación política directa,
que implicaría altos gastos. Por el contrario, se propone dejar en manos
hispanoamericanas, junto con la producción y buena parte del comercio
interno, el gobierno de esas extensas tierras –siempre y cuando sea conforme
a sus intereses económicos, claro está-. A Inglaterra lo que más le interesa es
el mantener el statu quo, si este asegura razonablemente la paz y el orden
interno. Salvo excepciones una extremada cautela es el rasgo dominante de
una política así concebida. Aquella explica la preferencia inglesa por el
mantenimiento de la fragmentación política heredada de la revolución, que
suele atribuirse al deseo de debilitar a los nuevos estados.
d) El retorno de Estados Unidos.
Su fuerza y el uso moderado que de ella hace, contribuyen a hacer de
Inglaterra la potencia dominante. Sin embargo, hacia mediados de siglo XIX
parece surgir, lentamente, un competidor cada vez más sólido: Estados
Unidos, que ya tiene bastante influencia en el Caribe y en México. Además, el
descubrimiento de oro en California en 1849 transforma las economías de los
países del Pacífico, que proveen a los barcos que van desde la costa este a la
oeste de Estados Unidos.
En suma, el marco postrevolucionario es, por el momento, muy distinto
al imaginado en los albores de la revolución. América Latina, entre 1825 y
1850, es estable en la penuria; la nueva potencia dominante, al tomar en
cuenta esa situación e introducirla como postulado esencial de su política,
contribuye a consolidarla. Mientras tanto, Hispanoamérica espera, cada vez
con menos esperanzas, el cambio que no llega. Es que entre los cambios
traídos por la independencia es fácil sobre todo advertir los negativos: a)
degradación de la vida administrativa; b) desorden y militarización; c) un
despotismo más pesado de soportar porque debe ejercerse sobre poblaciones
que la revolución ha vuelto más activas, y que sólo deja la alternativa de la
guerra civil, incapaz de fundar sistemas de convivencia menos brutales; d)
estancamiento económico, donde los niveles de comercio internacional de
1850 apenas superan a los de 1810.
De todos modos, el marasmo económico es variable según las regiones.
Por ejemplo, Venezuela, en la agricultura, y el Río de la Plata, con la
ganadería, logran retomar y superar los niveles de los más prósperos años
coloniales. En cambio, Bolivia, Perú y sobre todo México no logran
reconquistar su nivel de tiempos coloniales. Nótese que la crisis en estos
últimos países, al ser predominantemente mineros, se debe a que la guerra ha
destruido gran parte de la infraestructura, y requieren cuantiosas inversiones
de capital para rehabilitarla, cosa que no ocurre. La Hispanoamérica
marginal, la que en tiempos coloniales estaba en segundo plano, y sólo
comenzaba a despertar luego de 1780, resiste, pues, mejor las crisis brutales
del período de emancipación. Así, el Río de la Plata, Venezuela, Chile, Costa
Rica y las Antillas (aún bajo dominio español), prosiguen su avance
económico.
En este contexto globalmente crítico, América Latina fue elaborando
soluciones (de política económico-financiera o de política general) que sólo
lentamente madurarían. Allí donde la crisis fue, dentro de todo, menos
honda, las soluciones fueron halladas más pronto, y significaron
transformaciones menos profundas.
Algunos sostienen que la causa de esta situación, más crítica en
Hispanoamérica que en Brasil, se debe a que la primera estaba muy
fragmentada, a diferencia del segundo. Pero para Halperin, esto es discutible:
la división de Hispanoamérica –entendible dado que es un territorio más
grande que Brasil- es previa a la independencia, mientras que Portugal había
creado un Brasil unido. La guerra de Independencia había confirmado las
divisiones internas de Hispanoamérica y había creado otras, como las del Río
de la Plata o Centroamérica. Por ello, para Halperin, para la post
independencia, más que de fragmentación hispanoamericana, es preferible
hablar de incapacidad para superarla. Bolívar, por ejemplo, había intentado
una unificación, que fracasó. El fracaso de Bolívar puede vincularse, en parte,
a un pronóstico errado por parte suya: mientras él creía que la militarización
y ruralización posrevolucionarias serían efímeras y que un orden durable sólo
surgiría cuando volviesen a aflorar los rasgos esenciales del
prerrevolucionario, la historia indicaría que las innovaciones aportadas por la
revolución habían llegado para quedarse. El desengaño bolivariano también se
explica por la derrota frente a sus adversarios y la erosión de sus apoyos.
Brasil
En el imperio del Brasil, la adaptación al nuevo orden fue la más
exitosa de todas. Esto se puede explicar gracias a que las diferencias entre el
viejo y nuevo orden eran, en Brasil, menos intensas que en Hispanoamérica.
El Brasil colonial anticipaba algunos rasgos del Brasil independiente: una
metrópoli menos vigorosa e influyente; un contacto ya directo con Inglaterra
o un peso menor de los funcionarios de la Corona respecto de las elites
locales. Sin embargo, las transformaciones eran indudables y difíciles. Si bien
la transición al Brasil independiente fue más pacífica que en Hispanoamérica,
mantener el orden interno no es tarea sencilla (durante los ´30 y ´40, hubo
varias guerras civiles).
La creación de un parlamento tenía consecuencias análogas a la
militarización de Hispanoamérica, no por la violencia, sino por la
predominancia de los terratenientes. Las aristocracias locales, rurales y
liberales chocarían con las elites conservadoras urbanas, que en su mayoría
eran portugueses que habían sido privilegiados durante el antiguo orden. La
Corona, con el apoyo del ejército, debería arbitrar entre ambos bandos. A
partir de la década del ´30, Brasil sería más bien liberal.
En lo económico, Brasil, el principal mercado latinoamericano para
Inglaterra, es otro de los países que supera sin dificultades económicas
inmediatas la crisis de independencia. Como en Cuba, el nordeste brasileño
sale beneficiado de la crisis azucarera en las Antillas inglesas. A la vez, el sur
ganadero también prospera. Pero el resultado de esta bonanza en los
extremos del país es que se crean desequilibrios que repercutirán en la vida
política brasileña; recién, con el surgimiento del café, en la región central,
hacia mediados del siglo XIX, se equilibrará un tanto la situación. No obstante,
el renacimiento del nordeste azucarero mantiene los rasgos arcaicos de la
producción: esclavos que debe importar pero cada vez más dificultosamente,
dado que Inglaterra busca frenar la trata. Lo logrará, violencia mediante, en
1851.
Hacia mediados de siglo, la agricultura esclavista –azúcar y, en menor
medida, el incipiente café- entraba en crisis, ya que la persecución a la trata
aumentaba el costo del esclavo. Pero mientras el café lograba encontrar
nuevas alternativas, el azúcar decaía poco a poco. De esta manera, el núcleo
económico del Brasil comenzaba a moverse hacia el centro y el sur.
El Brasil imperial sufrirá, durante esta época, déficit comercial,
desaparición del circulante metálico y penuria de las finanzas, principalmente
porque importa a Inglaterra más de lo que exporta. Además, su economía
crece, pero más lentamente que su población. Sin embargo, hay en ella
ciertos avances –como una sólida estructura financiera- que, junto con la
estabilidad política, explican el prestigio –que no duraría mucho- que tiene
Brasil en Hispanoamérica.
México
Perú y Bolivia
Ecuador
Venezuela
América Central
Paraguay
Argentina y Uruguay
En 1820 se había disuelto el alicaído estado unitario. Esta disolución
destrozaba tanto al centralismo de Buenos Aires como al federalismo del
Litoral. Artigas había quedado virtualmente preso en Paraguay. Buenos Aires,
no obstante, sería hegemónica en el país y económicamente muy próspera.
Además, Rodríguez y Rivadavia realizan reformas administrativas, fiscales y
políticas, de sesgo liberal, que convierte a Buenos Aires en una provincia
modernizada. Este éxito bonaerense se explica porque un conjunto de
problemas ha sido dejado de lado, pero no solucionado: la (des)organización
del país, que por ahora la beneficia, por ejemplo, al no tener que costear un
ejército. La guerra con el Brasil en 1825, por la posesión de la Banda Oriental,
anuló muchos de los cambios que había traído 1820: había que pagar un
ejército, devolver importancia a los jefes militares revolucionarios y arruinar
el fisco. Además, Buenos Aires estaba bloqueada y aparecía la inflación. En
1827, Argentina ganaría la guerra, cada vez más impopular entre los ricos de
Buenos Aires, aunque no estaría en condiciones de apropiarse de la Banda
Oriental: en 1828, las negociaciones de paz –mediadas por Inglaterra-
llevarían a la creación de la República Oriental del Uruguay.
A partir de esta época comienza una suerte de guerra civil entre
unitarios y federales. El orden solo podría recuperarse si un partido vencía
sobre el otro. Esto, hasta cierto punto, llegaría con el ascenso del “federal”
hacendado Rosas como gobernador de Buenos Aires. En realidad, más que una
lucha entre partidos era una lucha entre caudillos. Rosas logrará aferrarse al
poder mediante el apoyo de la plebe y el uso del terror hacia la disidencia
unitaria. Pero en el Interior, el predominio rosista no será tan absoluto hasta
1842, y hasta esta fecha existirán importantes oposiciones a su poder.
Uruguay, independiente desde 1828, estará marcado por los conflictos
entre distintos caudillos, algunos representantes de los intereses rurales
(blancos) y los otros, de la elite urbana (colorados).
Rosas, que seguía aprovechándose de las ventajas geopolíticas de
Buenos Aires, tendrá conflictos en el frente externo, sobre todo con Francia.
Hacia 1850, Brasil vuelve a gravitar en el Plata. Urquiza, gobernador de Entre
Ríos, Brasil y el gobierno de Montevideo se unen y derrotan a Rosas en
Caseros, en 1852.
Así, termina la Argentina rosista que, pese a todas sus limitaciones,
prosperó. Más que nada, esa prosperidad es la de la provincia de Buenos Aires,
que durante el período casi no sufrió guerras en su territorio. El Litoral
comienza a tener importancia nueva y también el Interior crece.
Chile
Cuba
Cuba, como Puerto Rico, sigue siendo una colonia española. Durante
este período experimenta una expansión del azúcar gracias al liberalismo
comercial que ahora permite España y a la crisis del azúcar en las Antillas
inglesas, producto de la abolición de la esclavitud.