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David

La modernidad de una economía es un conjunto de


condiciones institucionales y culturales que le permiten avanzar
en una cierta dirección de progreso, productividad, generación
de riqueza e innovación. 

La modernidad económica llegó al mundo durante el ocaso de


la Edad Media, de la mano de los burgueses, de las gentes de
las ciudades, quienes dentro de la visión medieval de la
sociedad ocupaban un estrato inferior y casi indigno, en tanto
que no eran nobles ni servidores de la Iglesia. En las pequeñas
villas medievales se fue formando poco a poco lo que luego se
conocería como capitalismo. No solamente se generaron allí
las relaciones típicas de la economía moderna, sino que
también empezaron a tomar cuerpo algunos conceptos éticos
que luego, con la Reforma Protestante, se inscribieron con
fuerza en la cultura de las naciones que forjaron el capitalismo. 

En el mundo medieval, las relaciones sociales eran


prácticamente inalterables, y la posición en la sociedad estaba
determinada por factores diferentes a la capacidad productiva y
el ingenio. La ética era, por supuesto, puramente religiosa; era
una ética que estaba fuera de este mundo, en un plano divino.
Todo ese armónico mundo medieval, más propio de los cielos
que de la tierra, era un mundo mediocre en lo económico.
Como bien dijeron Marx y Engels, la mayoría de ideas
medievales sobre la nobleza y lo caballeresco encubrían lo que
en realidad era una profunda incapacidad, una vida ociosa e
improductiva. 

Las gentes discriminadas de aquel mundo, artesanos,


albañiles, pequeños financistas, y en general personas
dedicadas a alguna labor productiva, resultaron convertirse en
una fuerza arrolladora, la cual echó por tierra todo lo anterior,
instauró una extraordinaria dinámica de cambio y progreso, y
adoptó como propias todas las características institucionales y
culturales de la modernidad económica: una cultura del trabajo
duro, el ahorro y la inversión; una ética secular, la cual sirve de
base a la convivencia social; una ausencia de estructuras
sociales basadas en los privilegios; y una dinámica permanente
de cambio en los procesos económicos: nuevas ideas, nuevos
productos, nuevos mercados. Este proceso se convirtió en un
feroz e inclemente vendaval que, para citar de nuevo a Marx y
Engels, arrasó con todas las relaciones patriarcales e idílicas
anteriores. Fue un auténtico proceso de liberación. El
desarrollo económico de que goza hoy el mundo es producto
de esta revolución, la cual es responsable de que, incluso en
muchos países no desarrollados, se viva mejor que lo que vivía
un noble francés en las vísperas de la revolución de 1789,
quien no tenía a su disposición una aspirina, y quien fácilmente
podía morir por causa de una pequeña infección. 

Por supuesto, la gran tragedia económica del mundo actual


radica en que, por causas de diversa índole, muchas
sociedades no participan de esta modernidad. Si se examina la
situación social de la mayoría de países pobres, se verá que en
ellos las estructuras sociales todavía son dominadas por
relaciones tribales o señoriales. Y lamentablemente, estas
sociedades terminan recibiendo solamente subproductos de la
modernidad, aunque no participan de los grandes beneficios de
ella. Esto los deja, como dice acertadamente el profesor
francés Daniel Cohen, como meros espectadores de la
globalización: la ven a través de sus televisores, pero no
participan de sus frutos, pues sus sociedades no han subido al
tren de la modernidad. 

En obvio que este es un espacio insuficiente para evaluar el


desempeño de nuestro país y nuestra sociedad al respecto.
Valga decir que, al parecer, nuestra característica más propia
es la de que combinamos el avance con el retroceso. La
Regeneración, por ejemplo, dotó al país de ferrocarriles y
realizó importantes reformas, pero reforzó una ética de corte
medieval y una estructura social patriarcal. Hoy, Colombia ha
dado pasos enormes hacia la modernidad, especialmente en
las grandes ciudades, donde, al igual que ocurrió hacia el final
de la Edad Media, las personas exitosas y ascendentes han
dejado atrás a los otrora patricios por familia y herencia. Sin
embargo, también retrocedemos: en buena parte de las zonas
rurales de Colombia se vive bajo estructuras sociales definidas
por la mafia, es decir, en relaciones tenebrosamente
señoriales. Además, hay grandes sectores de la sociedad y la
economía que se lucran de las rentas que les dan el Estado y
la ley. Son quienes viven, por ejemplo, de los trámites que se
imponen a los ciudadanos. O quienes viven de participar en
licitaciones y presentar demandas, y que, a contrario de la
competencia típicamente mercantil de la modernidad, compiten
mediante la difusión de informaciones negativas sobre sus
rivales. 

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