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¿LOS NIÑOS TAMBIÉN SE ESTRESAN?

Aunque percibido como un mal exclusivo de la adultez, el estrés


es una enfermedad también presente en los niños y provocada por
las preocupaciones y situaciones propias de la edad temprana.
¿Cómo detectarla en nuestros hijos? Aquí algunas pistas.

César tenía ocho años cuando su mamá notó que, como cuando tenía tres, volvía
a orinarse en la cama durante las noches. Esta conducta regresiva, la madre la tomó
como un episodio incómodo y curioso, pero su hijo no conseguía explicarle por qué
no podía controlar la micción, a la vez que se encontraba renuente a hablar de otros
temas como su situación escolar o la relación con sus amigos. Estas señales
llegaron a ser sospechosas para la mamá, quien acudió a una psicóloga y esta, tras
algunas evaluaciones al pequeño, halló que estaba atravesando un cuadro de
estrés ocasionado por la separación de sus padres. El caso que hemos contado es
real y fue referido para nosotros por Katherine Castillo, psicóloga y coordinadora de
la Fundación Alvartez del Grupo San Pablo.

Los niños llegan a somatizar el estrés de maneras diversas. Desde


conductas regresivas como mojar la cama o chuparse el dedo,
hasta volverse taciturnos, irritables o agresivos.

Comúnmente asociado a las complicaciones de la vida adulta, el lector quizá se


sorprenda al descubrir que el estrés es una enfermedad también presente en niños,
y en la cual ellos perciben una situación hostil y reaccionan ya sea a nivel mental o
anímico, como también a nivel fisiológico. Queda claro que el estrés en los niños no
es igual al de una persona adulta -por las realidades distintas que se viven-, pero
veamos en qué se diferencian, contando sus inevitables similitudes. Katherine
Castillo puntualiza que, si bien un niño no tiene desarrollada una personalidad que
defina su individualidad, y tampoco complejiza los problemas a la manera
sofisticada de un adulto, eso no quiere decir que no sienta, y por tanto, se preocupe
o angustie. Como los problemas de la niñez no son los mismos de la adultez, la
psicóloga es capaz de detectar en un niño dos tipos de factores que pueden causar
estrés: factores internos y externos. Así, los factores internos son “los rasgos de
personalidad que ya vienen con el niño”, algo que en sencillo podríamos definir
como lo que viene de cuna. Habrá niños más extrovertidos, otros más introvertidos,
y en un eventual caso de estrés ocasionado por problemas de socialización en la
escuela, pues al niño introvertido le sería más difícil de manejar esa situación. Por
otro lado, existen los factores externos que tienen que ver con el entorno del niño.
La psicóloga Castillo afirma: “Estos son básicamente tres: familia, salud y colegio”.
Dentro de la familia pueden suceder separaciones de los padres, violencia
doméstica o que un niño tenga un hermano “pegalón”; todas esas situaciones
pueden generar estrés en un pequeño, provocándole cuadros de ansiedad o
depresión. En el ámbito de la salud, dice Castillo, un niño que sufre de una
enfermedad crónica o cuyos padres padecen de una, puede llegar a desarrollar
estrés. Por último, en el ámbito de la escuela, problemas como el bullying o que
exista un profesor demasiado severo, pueden ocasionar preocupaciones y miedos
en el infante que deriven en un cuadro de estrés.

Los niños llegan a somatizar el estrés de maneras diversas. Desde conductas


regresivas como mojar la cama o chuparse el dedo, hasta volverse taciturnos,
irritables o agresivos; además de otros síntomas fisiológicos como padecer
náuseas, insomnio o falta de apetito. Como cada caso es particular, es labor de los
padres el estar atentos a las señales que pueda dar su niño para poder detectar un
cuadro de estrés.
Finalmente, con terapias psicológicas y con mucha comunicación en el hogar – algo
que apunta Castillo como “absolutamente imprescindible”-, se le puede enseñar al
menor a manejar su estrés, existiendo técnicas de relajación adecuadas para que
un niño pueda echar mano de ellas. Si existe, por ejemplo, un cuadro de Trastorno
por déficit de atención con hiperactividad (TDAH) asociado al estrés, el tratamiento
puede complementarse con el concurso de un neurólogo o un psiquiatra, y la
administración de fármacos no se descarta, aunque suele ser por periodos cortos y
en dosis menores a las empleadas en jóvenes o adultos.

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