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Mini Geopoeticas

Geopoéticas
Las geopoéticas son el despliegue sensible de la contracultura transmoderna.

Ellas no se visibilizan en el circuito de la multiculturalidad guionada. No están institucionalizadas. No son


ni geográficas ni estéticas. No son siquiera arte. Tal vez se las pueda describir como poéticas de una
espacialidad sensitiva migrante. Este verdadero lado oscuro de la alteridad artística no necesita de
instituciones culturales, quizás porque sea instituyente en sí mismo. O porque su institución no es otra
que la integridad social de un cara a cara.

Apropiación del espacio y del tiempo que cuestiona los imperialismos del cronómetro y el mapa, las
geo poéticas Impugnan la historización y el archivo. La pregunta por el origen deja lugar a la pregunta
por las afecciones que unen esas prácticas a un lugar, incluso cuando se trata de lugares de tránsito,
muchas veces forzado. Condición que intensifica los intercambios, fuerza los desplazamientos,
yuxtapone las marcas de origen y produce subjetivaciones hibridas.

Las poéticas no consisten en dibujar y borrar fronteras sino en superponerlas y desplazarlas. Cada
posición -siempre móvil- proyecta un territorio según su uso y necesidad. Se trata de desprolijidades que
conforman una estética de lo fallido, de lo monstruoso. Corresponde al paisaje postoccidental de
aquello que no se deja administrar desde afuera. Es el sustrato de lo “interno”. No tanto en su sentido
espacial (como oposición a una exterioridad) sino en su sentido de recuperación de una integridad que
ha sido previamente negada y desmembrada.

La espacialidad en tránsito impone una doble migración: el desplazamiento de los cuerpos que
fragmenta el espacio social (globalizando las relaciones) y el desplazamiento del espacio social hacia el
interior de los cuerpos. A esta clase de espacialidad migrante le corresponde la forma de un pensar
fronterizo. Un pensar que interpela a las prácticas infinitas de la identidad. Para que haya identidad,
debe haber al mismo tiempo diferencia. La existencia actual se juega en torno a cómo se articulan los
espacios de las convivencias transmodernas.

El lugar de encuentro es el cruce donde los infinitos itinerarios constituyen una geocultura. No se
trata de una geocultura del lugar fijo, del arraigo y de la folklorización. Rodolfo Kusch definió a la
espacialidad americana como un “enfrentamiento absoluto consigo mismo”. Al hacerlo distinguió la
experiencia de esta geografía sin mapas, asumida en su pathos agonal, de los artificios tecnológicos
-teóricos o empíricos- con que se intenta medirla. El suelo es un espacio móvil surgido de los itinerarios
y desplazamientos. Lo americano, agrega Kusch, “entendido como un despiadado aquí y ahora”. Tiempo
y espacio son despiadados en América, sin duda. Esa impiedad describe -no define, ya que es
indefinible- lo americano. Ante esto la cultura es apenas un refugio precario, un domicilio provisorio.

Esperanza es el nombre de ese ambiente invisible, de esta corriente vital, desfondante y a la vez
fundante de una contracultura del devenir. Las geopoéticas no se proyectan sobre un espacio vacío ni
sobre una temporalidad histórica. No tienen lugar y no tienen futuro, eluden la hoja en blanco, el lienzo
vacío o el silencio de la audiencia. De ese modo manifiestan la dimensión de “profundidad” que el
imperio necesita negar para reproducir su eterna privatización de la existencia.

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