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Ficha Nº 19 José BARRIONUEVO

ADICCIONES; DROGADICCIÓN Y ALCOHOLISMO.

En este capítulo abordaremos el tema de las adicciones, específicamente en lo


referido a drogadicción y alcoholismo, desde la perspectiva del psicoanálisis. Para ello
haremos un punteo en los escritos de Freud sobre la cocaína y nos detendremos luego en
sus propuestas sobre las adicciones, así como también en los planteos de Lacan, y de
otros psicoanalistas, sobre configuraciones clínicas que consideramos modalidades de
expresión de las patologías del acto.

En esta oportunidad nos referiremos a la adicción a las drogas y a las bebidas


alcohólicas, dejando las adicciones a computadoras, al juego, al sexo, a jueguitos, u otras
varias, para otra ocasión.

Pero veamos antes los planteos desde el saber médico, al cual adhieren algunas
corrientes psicológicas, en cuanto a drogas y a drogadependencias.

El decir de la psiquiatría y de las organizaciones de salud pública:

Como introducción a la temática de este capítulo veremos entonces brevemente la


perspectiva que desde la psiquiatría y desde la O. M. S. y del DSM IV se presenta al
respecto, con las definiciones de droga y de adicción propuestas, lectura con la que
concuerdan algunas corrientes psicológicas.

Los términos toxicomanía, drogadependencia o drogadicción suelen ser


utilizados habitualmente como sinónimos para referirse a un estado psicofísico causado
por la interacción de un organismo vivo con un fármaco o una sustancia, caracterizado por
la modificación del comportamiento y otras reacciones, generalmente a causa de un
impulso irreprimible por consumir una droga en forma continua o periódica a fin de
experimentar sus efectos psíquicos, y es este el planeo que sostiene la psiquiatría.

Usualmente, el término adicción está vinculado al consumo de sustancias


psicoactivas, pero se ha extendido a otras situaciones que no requieren del consumo de
ninguna sustancia, como el juego (ludopatía), la compulsión a la búsqueda de sexo o el
uso de internet, y ha estado sometido a múltiples discusiones a lo largo de los siglos XX y
XXI, siendo objeto de variadas definiciones que reflejan el estado de ánimo social y
político sobre el tema más que una discusión netamente científica.
La O.M.S., Organización Mundial de la Salud, define a la drogadicción como el
consumo repetido de una droga que lleva a un estado de intoxicación periódica o crónica 1.
Y respecto del término droga propone utilizarlo para referirse a: “cualquier sustancia que
introducida en el organismo es capaz de modificar una o varias de sus funciones”2.
1
O. M. S. (Organización Mundial de la Salud): Manual sobre dependencia de las drogas. 1975.
2
O. M. S. (Organización Mundial de la Salud): Manual sobre dependencia de las drogas. Op. cit.
El DSM-IV, Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales, citando
la definición de “droga” que propone la OMS, agrega algunas consideraciones: “es toda
sustancia que introducida en el organismo por cualquier mecanismo (ingestión, inhalación
de gases, intramuscular, endovenosa, etc.) es capaz de actuar sobre el sistema nervioso
central del consumidor, provocando un cambio en su comportamiento, ya sea una
alteración física o intelectual o una modificación de su estado psíquico”3.
En cuanto a las formas de consumo de drogas, suele diferenciarse entre uso,
abuso y adicción:
Uso: este término supone un contacto esporádico u ocasional con la droga, con
consumo circunstancial y en ocasiones determinadas.
Abuso: reiterado consumo de drogas, recurriendo el sujeto a cantidades y/o
frecuencia que superan en mucho a las iniciales. Discontínuo o no, el abuso suele ser
considerado un riesgo en cuanto a la posibilidad de facilitar el traspaso de los límites que
lo separan de la adicción propiamente dicha.
Drogadicción: dependencia, compulsiva y constante, de una sustancia de la cual el
sujeto no puede prescindir, ocasionando trastornos en lo físico y en lo psíquico,
constituyéndose en peligro para el consumidor y para los demás.
Etimológicamente, del latín a-dictio, ‘no dicción’ o sin palabras, el término adicto se
referiría a alguien que sigue ciegamente al líder, sin criticarlo ni decirle nada, sin
cuestionamiento. Luego se llamó addictus a un ‘esclavo’ por deudas, de allí addictio:
‘adjudicación, cesión al mejor postor, consagración, dedicación’.
En el DSM 5 se ha omitido, no se utiliza, la palabra adicción como término
diagnóstico “a causa de su definición incierta y su posible connotación negativa”4,
proponiendo livianamente en su reemplazo: “Trastornos adictivos” (si bien se objeta el
término adicción) y “Trastornos relacionados con sustancias” que se dividen en 2 grupos:
los trastornos o afecciones por consumo de sustancias (intoxicación y abstinencia) y
trastornos mentales inducidos por sustancia o medicamento (trastorno psicótico, trastorno
bipolar, trastornos depresivos, trastornos de ansiedad, trastorno obsesivo compulsivo,
trastornos del sueño, trastornos sexuales, síndrome confusional y trastornos
neurocognitivos). Para clasificar los trastornos por consumo de sustancias se tienen en
cuenta los síntomas presentes en ellos, según la cantidad de los mismos, en: trastorno
adictivo leve (2 o 3 síntomas), moderado (4 o 5 síntomas) y grave (6 o más síntomas).
Supuestamente drogadicción propiamente dicha deberíamos considerarla desde el DSM 5
como trastorno adictivo o trastorno grave por consumo de sustancias. Evidentemente la
propuesta del DSM es cada vez más pobre e inconsistente, pero sostenida por el discurso
capitalista que con el diagnóstico liviano o “blando” de trastorno, utilizado por la psiquiatría
y por algunas corrientes psicológicas, tiene como ideal terapéutico la administración de
medicamentos que “generosamente” proporcionan los laboratorios.

Adicción a drogas:
El consumo de drogas es tan antiguo como la historia de la civilización,
utilizándoselas con fines diversos tales como para aliviar momentos de pesar o de tristeza
o depresión, para acompañar festejos o durante ceremonias religiosas, etc. Son diversas
las causas o “motivaciones” del consumo así como también la consolidación de la

3
DSM IV: Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales. 4ª edición. Barcelona.
1995.

4
DSM 5: Guía de consulta de los criterios diagnósticos del DSM 5. Arlington. VA. Asociación
Americana de Psiquiatría. 2013.
drogadicción propiamente dicha. La diversidad de factores intervinientes en la aparición y
desarrollo de las adicciones permite considerarlas un problema multicausal,
determinado no solo por factores biológicos y psicológicos sino también por razones
sociales y culturales. Una gran variedad de elementos contribuyen a la comprensión de la
situación: la pobreza, la exclusión social, la inseguridad, la distorsión de valores, las
carencias afectivas y las presiones en el ámbito laboral -entre otros factores de riesgo-
que incrementan la vulnerabilidad, tanto social como individual para el desarrollo de las
adicciones.
Respecto de los tipos de drogas hay clasificaciones varias, si bien de manera
sencilla y sintéticamente se las puede ordenar de la siguiente manera:
Legales: son usadas por un alto porcentaje de la población. Las más frecuentes
son: tabaco, bebidas alcohólicas, fármacos, anabólicos y esteroides. Y entre ellos los
ansiolíticos, o tranquilizantes menores, que disminuyen la ansiedad, mitigando estados de
zozobra, inquietud o agitación son fármacos que ocupan primeros lugares de venta entre
los medicamentos en general. Deben adquirirse con receta archivada, pero es sabido que
muchos consiguen dichos psicofármacos sin prescripción médica en un consumo masivo
e indiscriminado.
Ilegales: son aquellas sustancias cuyo consumo está prohibido por ley, y pueden
dividirse en tres grupos:
Narcóticos o depresores: adormecen los sentidos al actuar sobre el sistema
nervioso central (como la marihuana, el opio y la morfina). Una intoxicación aguda con
estas sustancias causa vómitos y disminución de la agudeza sensorial. La heroína o
“droga heroica”, heredera directa de la morfina, es denominada así por los Laboratorios
Bayer, donde fuera creada, por su potencia o “magníficas” propiedades en tanto es tres
veces más potente que la morfina. Al ser consumida generalmente por inyección
intravenosa, puede producir intensa sensación de tranquilidad o sedación, si bien también
causa estados de excitación o euforia.
Estimulantes: la más conocida de estas drogas es la cocaína. Da resistencia física,
pero acelera el ritmo cardíaco, provoca parálisis muscular y dificultades respiratorias que
pueden desembocar en un coma respiratorio. Las anfetaminas son un producto de
laboratorio sintetizado originariamente en Alemania a fines de del siglo XIX cuyo efecto
más importante es el aumento de la actividad psicomotora, y que fuera utilizado durante la
Segunda Guerra Mundial para levantar el espíritu combativo y la moral de la tropa así
como para eliminar el cansancio.
Alucinógenos: el éxtasis es el más consumido entre los jóvenes. Su peligrosidad
radica principalmente en que puede causar la muerte por deshidratación o paro
respiratorio. Por su parte, el L.S.D. o ácido lisérgico, no tiene circulación o consumo de
importancia en nuestro país, es un alcaloide derivado de un hongo que ataca el centeno,
descubierto por el químico suizo Albert Hofman en 1943, y provoca mareo, excitación y
visiones de formas y colores vivos y cambiantes.
Si bien las drogas han estado presentes desde los comienzos de la historia de la
humanidad, con el paso del tiempo han ido cambiando el tipo de sustancias y las formas
de consumo, estimulándose la adicción desde la exigencia de forclusión de la castración
del discurso capitalista, rechazo de todo límite, jerarquizándose el goce autoerótico y
consecuente debilitamiento del lazo social al aceptar las condiciones de la sociedad de
mercado.
Hoy la problemática de las adicciones se presenta como un fenómeno complejo,
dinámico, en evolución, con indicadores propios como el inicio del consumo a edades
cada vez más tempranas, la aparición de nuevas sustancias en el mercado generadoras
de un deterioro físico y psíquico cada vez más rápido y diferentes patrones de consumo.
Es claro en las definiciones anteriormente enunciadas que la droga es la que hace
adicto a un sujeto, el consumo reiterado lo convierte en adicto, e incluso éste es
nombrado remitiendo a la sustancia de la cual es adicto: “drogadicto”, e incluso se
definen: “soy adicto”, remarcándose así el poder de la droga que llega a ser considerado
incontrolable o demoníaco, proponiéndose la siguiente relación:

DROGA SUJETO (drogadicto)


Desde la perspectiva que propone el psicoanálisis la relación se invierte: es el
sujeto quien construye a la droga como tal, le otorga a la sustancia o al objeto valor de
droga. No es condición suficiente que haya consumo reiterado de una sustancia para
convertir a un sujeto en drogadicto quedando por ello dependiendo de ella,
drogadependiente, por los efectos que produce, sino que es el sujeto quien le da estatuto
o lugar a determinada sustancia que se constituye en droga para sí, pero puede no ser
droga para otros sino simplemente una sustancia. La relación sería entonces desde el
psicoanálisis:

SUJETO DROGA
Así pues, es posible afirmar: Droga no es la sustancia, no es el objeto.
Para comprender las precedentes afirmaciones consideremos desde el
psicoanálisis los planteos de Freud y de Lacan al respecto, así como posteriores aportes
de especialistas sobre el tema.

La investigación freudiana sobre la planta de coca:

Es posible ubicar los inicios del estudio de las adicciones desde el psicoanálisis en
los trabajos de Freud sobre la cocaína5, pues si bien manifiesta y originariamente éstos se
trataron de investigaciones destinadas a estudiar la función de la cocaína como
anestésico local, desde un punto de vista médico, su autor propone ya consideraciones
sobre la relación entre la cocaína y lo anímico que es importante remarcar, planteando las
diferencias subjetivas en relación a los efectos del consumo de cocaína, y propone su
utilización en el tratamiento de la melancolía y del alcoholismo. Además, extiende la
posibilidad de su administración como estimulante ante cansancio físico, para tratamiento
de trastornos digestivos, ante enfermedades con degeneración de tejidos, etc.

En “Uber coca” y en “Coca” (julio y diciembre de 1884 respectivamente) Freud se


ocupa de investigar los efectos en lo físico del cloruro de cocaína, en dosis comprendidas
entre 0,05 y 0,10 gramos, que consistiría en alegría y euforia constantes. Estudia en el
primero y más conocido de sus trabajos acerca del tema, las referencias sobre la planta

5
Freud, S. (1884/87). Escritos sobre la cocaína. Barcelona: Editorial Anagrama. 1980.
de coca en la mitología de los pueblos indígenas de Sudamérica y dice además sobre sus
propiedades:

“Según la leyenda, Manco Capac, el hijo del Sol, descendió, en tiempos


remotos de las cumbres del lago Titicaca para llevar la luz de su padre a los desgraciados
habitantes del país; consigo llevaba también muchas enseñanzas y así explicó a los
hombres la vida de los dioses, les enseñó la práctica de artes útiles, y les dio además la
hoja de coca, esa planta divina que sacia al hambriento, hace fuerte al débil y permite al
desgraciado olvidar su tristeza”,

Con la cocaína, a diferencia de lo que sucedería con el alcohol, la persona se


siente con fuerza normal y con gran capacidad de trabajo, asegura Freud en dichos
escritos. Y deja una punta interesante en esa presentación en cuanto a la relación
cambios - exigencias - efectos de la cocaína, que aclara frases más adelante cuando
sostiene ante qué circunstancias se recurría al mascar coca:

“Cuando tiene que realizar un viaje difícil, cuando toma mujer, o, en


general, siempre que sus fuerzas tienen que hacer frente a una prueba que exige un
rendimiento mayor de lo normal, el indio aumenta su dosis ordinaria”.

En “Contribución al conocimiento de los efectos de la cocaína” (enero de 1885)


Freud se ocupa de los efectos “objetivos” que produce la cocaína, investigando su utilidad
para la medicina mediante aparatos, dinamómetro y neuroamebímetro, en procura de
poder cuantificar la energía muscular y el tiempo de reacción correlativas a la
administración de la droga.

Por otro lado, en “Sobre el efecto general de la cocaína” (marzo de 1885) apunta a
la disposición individual, sosteniendo que ésta juega un papel muy importante en los
efectos de la cocaína. Y sostiene:

“Los fenómenos subjetivos que aparecen después de la ingestión de la


cocaína varían según las personas, y sólo unas pocas experimentan, como en mi caso,
una euforia sin alteración. Otros experimentan una ligera intoxicación, hiperkinesia y
locuacidad con la misma cantidad de cocaína, mientras que hay otros que no tienen
ningún síntoma subjetivo”.

Propone en el citado trabajo la importancia de la droga estudiada, la cocaína, para


la psiquiatría que, dice Freud:

“...cuenta con una gran abundancia de drogas capaces de reducir la


actividad nerviosa de una persona excesivamente estimulada, pero no cuenta con
muchos agentes capaces de aumentar la actividad de un sistema nervioso deprimido”,

Y plantea la posibilidad de pensar la utilización de la cocaína en estados de


debilidad y depresión del sistema nervioso, sin presencia de lesiones orgánicas. Y
remarca, por otro lado que la cocaína era capaz de aliviar los síntomas graves que
aparecen cuando se suprime el suministro de morfina a un paciente habituado a ella.

Su último trabajo de esta serie de cinco dedicados al tema es titulado “Anhelo y


temor de la cocaína” (julio de 1887). Respecto de la utilización de la cocaína en las curas
de supresión de la morfina expresa su profunda decepción tras el inicial entusiasmo, y
sostiene:
“Los pacientes empezaron a apropiarse de la droga por su cuenta y se
convirtieron en adictos a la cocaína como antes lo habían sido de la morfina... Pronto se
supo que la cocaína utilizada de esta forma es más peligrosa que la morfina. En lugar de
un lento marasmo se produce aquí una deteriorización física y moral rápida, unos estados
alucinatorios con agitación similares al delirium tremens, una manía persecutoria crónica,
que en mi experiencia se caracteriza por la alucinación de pequeños animales que se
mueven por la piel, y la adicción a la cocaína en lugar de adicción a la morfina. Tales
fueron los tristes resultados obtenidos al tratar de expulsar al demonio por medio de
Belcebú”

Pese al fracaso de su iniciativa, Freud sigue sosteniendo la conveniencia del uso


de la cocaína en casos de melancolía acompañada de mutismo que, con aplicaciones de
inyecciones de cocaína, tuvieron evolución favorable, consiguiéndose que las pacientes
con este tratamiento volvieran a hablar.

De la correspondencia al malestar en la cultura:

Hay puntos fundamentales en la obra de Freud a los que tenemos que remitirnos
para ubicar el lugar del estudio de las adicciones en el psicoanálisis, comenzando por la
carta 79 dirigida a Fliess, de fecha 22 de diciembre de 1897, en la que sugiere Freud 6:

“Se me ha abierto la intelección de que la masturbación es el único gran


hábito que cabe designar «adicción primordial», y las otras adicciones sólo cobran vida
como sustitutos y relevos de aquella (el alcoholismo, morfinismo, tabaquismo, etc.)”

Ahora bien, ¿cómo explicar la relación que se establece entre adicciones y la


masturbación?

En “Contribuciones para un debate sobre el onanismo”7, luego de diferenciar: 1-


onanismo del lactante (todos los quehaceres autoeróticos al servicio de la satisfacción
sexual), 2- onanismo del niño (derivado directamente del primero y fijado a zonas
erógenas definidas) y 3- onanismo de la pubertad (a continuación del anterior o separado
de aquél por la latencia), y refiriéndose a los daños que puede ocasionar al sujeto la
práctica masturbatoria, plantea que desde el psicoanálisis habría que otorgar importancia
a la fijación de metas sexuales infantiles y la permanencia en el infantilismo psíquico,
refiriéndose al onanismo después de la pubertad, proseguido fuera de tiempo. Ello
posibilitaría consumar en la fantasía desarrollos sexuales y sublimaciones que no
constituirían progreso sino formaciones de compromiso dañinas. En tanto en la pubertad
es el momento en que la masturbación asume la función de ejecutora de la fantasía, en
“reino intermedio” entre la vida ajustada al principio del placer y la gobernada por el de
realidad, lo peligroso es que se sostenga cierto prototipo psíquico por el cual se mantiene
la ilusión de que no habría necesidad de modificar el mundo exterior para satisfacer
exigencias pulsionales.

En la drogadicción habría desmentida de la castración, tal como lo sugiere el

6
Freud, S. (1950). Fragmentos de la correspondencia con Fliess. Madrid: Editorial B. Nueva. 1967.
7
Freud, S. (1912). Contribuciones para un debate sobre la masturbación. Madrid: Editorial B.
Nueva. 1967
creador del psicoanálisis en las referencias citadas anteriormente. Y, si sostenemos
desde el psicoanálisis, como afirma Lacan, que la castración quiere decir que el goce
debe ser rechazado para ser realcanzado en la escala invertida de la ley del deseo 8,
podríamos decir que los adictos quedan aferrados a un goce imposible, sin poder realizar
el pasaje de lo pulsional a lo deseante. De allí la fuerza de la definición freudiana de la
adicción como sustituto de la masturbación, en la cual hay goce, con reclamo del goce
perdido. Consultan, se observa, expresando tener una sensación de vacío, o de pérdida, o
manifestando no tener ideales o proyectos, con ausencia de interés por el mundo externo,
dando cuenta de que la sublimación no tiene cabida, con falta de energía vital, e incluso con
ideas de muerte, con pensamientos suicidas que raramente se vehiculizan en el pasaje al
acto suicida en esta clínica sino que se reorientan al consumo, nuevamente, para salir de
ese estado mortífero. En realidad la idea de que este hastío, tristeza inmensa o intensa
depresión, está en la base misma de la configuración clínica toxicómana, sería sólo una
derivación posible de la forma en que Freud, en1897, nos presentara como definición de las
adicciones, cuando en la anteriormente citada carta a Fliess las ubicara como sustituto de la
masturbación.

Años más tarde9, nos encontramos con una definición de la droga como
"quitapenas" enunciada en "El malestar en la cultura":

"...es que al fin todo sufrimiento es sólo sensación, no subsiste sino


mientras lo sentimos, y sólo sentimos a consecuencia de ciertos dispositivos de nuestro
organismo. El método más tosco, pero también más eficaz, para obtener ese influjo es el
químico: la intoxicación... Bien se sabe que con los "quita-penas" es posible sustraerse en
cualquier momento de la presión de la realidad y refugiarse en un mundo propio que
ofrece mejores condiciones para la sensación”.

¿A qué penar se estaría refiriendo Freud en estas expresiones, en las que podemos
recalcar el lazo adicciones-masturbación o adicciones-autoerotismo, sino al referido al dolor
por la primordial pérdida del objeto?

Lacan, J. nos orienta en esta línea al referirse al tema de la carencia del objeto, en
"La relación de objeto"10, como el resorte mismo que une al sujeto con el mundo, pues,
como ya Freud lo afirmara, es a partir de la pérdida que el niño es capaz de representar, y,
en tanto el reencuentro es imposible, el desplazamiento, la metonimia, hace que el objeto
pueda ser reemplazado, manteniendo en este movimiento la ilusión de haber hecho posible
el reencuentro y sabiendo del auto-engaño simultáneamente.

Winnicott, D., en "El miedo al derrumbe", proponía la expresión "agonías primitivas",


para intentar dar cuenta de un estado de cosas impensable, que remitiría a otro en realidad
ya sucedido: una agonía original pero que el sujeto teme ocurra en cualquier momento,
como si fuera por vez primera, y que alude a una muerte que se prolonga agónicamente y
no se puede saldar.

8
Lacan, J. (1960). Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconciente freudiano. México:
Siglo Veintiuno editores. 1878.
9
Freud, S. (1930). El malestar en la cultura. Bs. As.: Amorrortu editores. 1983.
10
Lacan, J. (1956). Seminario 4. La relación de objeto. Bs. As.: E.F.B.A. sin fecha.
En "Duelo y melancolía"11, Freud sostiene que el duelo se singulariza en lo anímico
por una desazón profundamente dolida, una cancelación del interés por el mundo exterior,
por la pérdida de la capacidad de amar y por la inhibición de toda productividad. Es posible
pensar que el adicto se sostiene en una primera posición propuesta por Freud para el duelo,
oponiéndose a reconocer la pérdida, apelando a una cancelación tóxica al problema de la
castración. Por su parte, en "Hamlet, un caso clínico", recordemos que Lacan plantea algo a
tener en cuenta: una relación inversa, aunque están emparentados, entre duelo y
mecanismo psicótico, y afirma que el agujero de la pérdida en lo real moviliza al significante.
Entonces, podríamos pensar, la falta en lo real convoca la acción de lo simbólico
apelándose a rituales o a diversas maniobras simbólicas para producir esa desatadura a la
que Freud se refería al estudiar el proceso de duelo.

En el duelo patológico habría una estrategia que tiene a la inhibición como


instrumento de evitación o de fuga. Llamativamente, podemos decir, la inhibición, como
medio para defenderse de lo real, a través de un dispositivo de renuncia que evita la división
subjetiva, relanza al sujeto al recurso de la fuga definida por Freud como prototipo
primordial de los mecanismos defensivos, el más arcaico. La fuga en un goce tóxico anula o
suprime la realidad inquietante o dolorosa. Siguiendo esta línea de pensamiento, podemos
citar a Sylvie Le Poulichet12 quien propone considerar a las toxicomanías como:

"...dispositivos de autoconservación paradójica, que organizan de manera


transitoria o crónica cierta respuesta a las cuestiones de la falta y de la pérdida,
independientemente de que haya sobrevenido una muerte real"

Y también, se refiere a las mismas como: "...medios de salir del vacío o encontrarle
otra forma".

Es importante destacar, a partir de la cita propuesta, que hablar de vacío, de falta o


de pérdida, no supone que haya acontecido una muerte real. Este equívoco de considerar
que el duelo se produciría puntualmente ante la muerte de un ser querido, o por alguna
relación que se corta, puede llevar a que en la clínica se ponga atención en las entrevistas
iniciales a la detección de un suceso traumático o de alguna circunstancia que accione el
proceso para otorgar sentido al estado de ánimo enunciado de depresión devastadora o
inmenso vacío. Desde el psicoanálisis sabemos que cada una de estas pérdidas sólo
recrearían aquella primordial pérdida de objeto, que deja al sujeto expectante, temeroso, o,
al decir de Winnicott, en agónica espera de que algo ocurra cuando en realidad ya ocurrió13,
así pues no es necesario que suceda pues de hecho aquella otra está presente por
estructura.

Lo cierto es que en la drogadicción, cada uno a su manera, el intento es fugar, vía


acto de tomar, inyectarse o beber, de ese duelo inacabado, eterno, permanente, para el
cual no se encuentra otra salida, congelando la serie "cobardía moral de la tristeza" -
"pecado mortal de la manía", de la que nos hablara Lacan, en el circuito tristeza o depresión
- acto de drogarse que propondríamos como peculiar en la modalidad tóxica aquí estudiada.

11
Freud, S.: (1915). Duelo y melancolía. Bs. As.: Amorrortu editores. 1998.
12
Le Poulichet, S. (1980). Toxicomanías y psicoanálisis. Bs. As.: Amorrortu editores.
13
Winnicott, D. (1979). Realidad y juego. Barcelona: Editorial Gedisa.
Como drogadicto, desde el psicoanálisis, se designaría a un sujeto que ha entablado
cierto lazo con una sustancia, droga, y él mismo supone que por proclamarse “drogadicto”
de tal manera, como autodefinición, o como carta de presentación, los demás podrían
construir los atributos relativos a su ser. El aceptar definirse como tal lo ubica, en bruta o
masiva identificación, en cierto lugar de no falta, y la droga le facilitaría poder sortear el
problema de reconocer las diferencias, incluídas en éstas las sexuales, le evita tener que
vérselas con los enigmas fundamentales: muerte y sexualidad, con la falta y con lo des-
semejante. Desde el psicoanálisis es posible afirmar que no es sino con ésto con lo que el
sujeto se enfrenta permanentemente y encuentra su ubicación en relación con el problema
de la castración según modalidades diversas, buscando la causa de su ser en ese
posicionarse ante los enigmas.

En el apartado "El amor y el significante" del Seminario "Aun", Lacan14 trabaja en el


intento de diferenciar entre signo y significante, y, para el interés de la temática aquí
desarrollada, nos detendríamos en una frase en la cual, refiriéndose a la adicción al fumar,
define al humo, por esencia, como signo del fumador, o, podríamos decir, aunque no se lo
utilice así en castellano, del "ahumador", de aquel que hace humo. Dice Lacan en el texto
anteriormente mencionado:

"Cada quien sabe que si ve humo en una isla desierta, se dirá de inmediato
que con probabilidad hay allí alguien que sabe hacer fuego. Hasta nueva orden, ha de ser
otro hombre. El signo no es pues signo de algo, es signo de un efecto que es lo que se
supone como tal a partir del funcionamiento del significante”

Así pues, el fumar, el hacer humo, que el fumador porta y soporta como signo, no
representa un interrogante para el sujeto. Habría en ello la suposición de poder ser
reconocido en su deseo que sería leído según un sentido otorgado por los demás,
especulándose con el deseo del Otro como completitud de reconocimiento. El adicto se
posicionaría como signo, y no como significante para otro significante, debilitado en su ser
sujeto en tanto dependería del Otro para su definición en tanto pueda darle sentido a su
hacer signo en el drogarse. Como Lacan dijera en otro seminario, el dedicado al tema de la
angustia15, un signo se ofrece para la comprensión por todos, por otros, y quien lo emite
cuenta con que se le atribuirá a su acto una intencionalidad o un deseo supuestamente
puesto en juego.

La droga ofrece un goce por el cual se pierde el sujeto como tal, el sujeto de la
palabra, re-jerarquizándose la dimensión de la necesidad. Podríamos pensar que es posible
hablar de un "sujeto del goce", que supone haber encontrado LA solución al problema de la
castración, por medio de la cual obtiene un goce que no pasa por el Otro. Goce remite a
algo que está más allá del principio del placer, en un exceso o exacerbación de la
satisfacción que se encuentra con la pulsión de muerte, en la repetición, que evoca la
búsqueda "loca" del objeto perdido, del tiempo mítico del suministro incondicional, sin falta
alguna.

Del beber circunstancial al extremo del alcoholismo:

14
Lacan, J. (1972). Seminario 20. Aun. Bs. As.: Editorial Paidós. 1985.
15
Lacan, J. (1962). Seminario 10. La angustia. Bs. As.: Editorial Paidós. 2006.
Las bebidas alcohólicas, como otras drogas, también se encuentran presentes
desde tiempos inmemoriales en la historia de la humanidad. En el beber circunstancial en
festividades varias o en simples reuniones de amigos el vino o la cerveza, como otras
bebidas de mayor graduación alcohólica, suelen oficiar de facilitadores del acercamiento
entre quienes circula, al producir rebajamiento de la censura a través de sus efectos
embriagadores. Suele decirse que se toma para “animarse”, “para levantar el espíritu”,
que con unos vasos de “birra” o de “tinto” se encuentra el sujeto de mejor talante,
emprendedor y con mayor facilidad de palabra.
En muchas de las frases hay referencias a obstáculos a salvar, pudiéndose pensar
desde el psicoanálisis en la existencia de un esfuerzo identificatorio con aquel que se
transformaría al beber. Beber para “animarse”, para “levantar el espíritu”, o que se llame a
las bebidas alcohólicas de alta graduación: "espirituosas", son expresiones que merecen
ser tenidas en cuenta y que remitirían a una pretendida “transformación” en un ánima o en
un espíritu, en un “ser” que se encuentra más allá de lo humano, que puede traspasar
todas las barreras que limita a un simple mortal. Respecto de qué se entiende por
“espíritu”, para pensar en el poder que otorgan las “bebidas espirituosas”, encontramos
consultando un diccionario de lengua castellana la siguiente acepción: “Ser inmaterial...”.
“Don sobrenatural y gracia especial que suele dar Dios a algunas criaturas...” Y en cuanto
al significado de “ánima”: “… del griego ánemos: soplo,… alma que pena en el purgatorio.
Parte hueca y vana de algunas cosas”
Podríamos proponer entonces, como primera aproximación, que las bebidas
alcohólicas tendrían la "virtud" de dotar a quien bebe de las fuerzas necesarias para
triunfar sobre los límites materiales, al darle “ánimo” o “levantar el espíritu”. Esta
operación supondría, desde lo inconciente, la pretensión de tener éxito en el esfuerzo por
oponerse a la existencia de una realidad traumatizante o desquiciante, que cuestiona el
propio sentimiento de sí, con la creación de un “doble” al que por proyección se adjudica
la victoria sobre la muerte y a cuya imagen se supone poder transformarse al beber.
Freud afirma que el doble sería una formación oriunda de épocas primordiales, y que
implicaría una lógica del sentimiento yoico en que no habría deslinde neto del mundo
exterior ni "del Otro"16, dice textualmente y escribiendo Otro con mayúscula inicial, recurso
de la duplicación para protegerse del aniquilamiento, como "enérgica desmentida del
poder de la muerte" que hunde sus raíces en la concepción del animismo que se
caracteriza por llenar el mundo de espíritus humanos, la omnipotencia del pensamiento y
la técnica de la magia basada en ella, que serían "...creaciones todas con las que el
narcisismo se protegiera ante el inequívoco veto de la realidad", ante el terrorífico
sentimiento de desvalimiento o total inermidad.
Cuando se sostiene, por ejemplo, que el vino “anima”, o levanta el “espíritu”, la
expresión se estaría refiriendo al anhelo de lograr nuevas fuerzas allí donde el deseo
vacila, sosteniendo la representación de sí del sujeto acorde a un ánima, a un espíritu, a
un otro de hablar fluido, de mejor talante, animoso, emprendedor y arriesgado, en una
transformación que el líquido facilitaría con sus efectos.
Hasta aquí, podríamos decir, es clara la relación de los sujetos con las bebidas
alcohólicas como recurso buscado cuando el valor flaquea, pudiéndose pensar el
consumo en forma circunstancial, o incluso recurrente durante cierto tiempo, como
garantía supuesta de sostén identificatorio al tener que enfrentar situación que pone a
prueba el sentimiento de sí del sujeto, su identidad.
Por su parte, en el extremo del alcoholismo se marcaría el exceso en la pretensión
de encontrar un reaseguro, vaso tras vaso, botella tras botella, ante la inevitabilidad con la

16
Freud, S. (1919). Lo ominoso. Bs. As.: Amorrortu editores. 1986.
que la muerte se presenta como límite para la propia existencia, oponiéndose en enérgica
desmentida al juicio de la castración que en el vivir se impone. La desconexión que sigue
al exceso en la borrachera, y luego la depresión y la resaca, mostrarían en su secuencia
lo fallido del intento y la eficacia del accionar de la pulsión de muerte en la búsqueda de la
bebida nuevamente, en forma compulsiva. En el alcoholismo en sus casos más graves se
caería como estado final en la borrachera en un estado estuporoso, con amnesia parcial o
total de lo ocurrido, como expresión evidente de una retracción narcisista tras los intentos
fallidos de fundirse amorosamente con los otros, con declaraciones pasionales, abrazos y
besos.
El “mamarse” o el “quedar dado vuelta”, como se dice comúnmente, tomando
expresiones populares, marcarían el fracaso del intento desmentidor de la identificación
con un doble supuesto en el beber “para darse ánimos”, y tras la manía muestra al sujeto
borracho en un mortífero encierro gozoso y a expensas de accidentes por obra del
accionar de la desestimación, que es defensa a la que se apela para abolir o no dar lugar
al reconocimiento de los peligros que pueden poner en riesgo la propia vida. No sería en
este caso búsqueda de lograr un sostén allí donde el sujeto siente que sus fuerzas están
débiles, sino intento de borrarse del mundo, desconectarse en el letal coma alcohólico.
En el alcoholismo propiamente dicho se busca "nada", el cortar con lo inmanejable
que el vivir supone, la desconexión total para anular todo sufrimiento, y entonces, hasta
quedar “dado vuelta" el sujeto no se detiene. Podríamos afirmar que en el extremo del
beber sin límite, en la borrachera, el sujeto queda arrojado o caído, como organismo,
atrapado en el goce del “mamarse”, en un encierro gozoso de “mamar de sí” que es
expresión de clara y contundente retracción narcisista.
En la actualidad drogadicción y alcoholismo adquieren dimensión diferente a las de
otros momentos histórico-socio-culturales. El drogadependiente se presenta hoy como “el
mejor alumno”, aunque supuso ser abanderado de la rebeldía en tanto desafía lo
prohibido, y es dependiente no ya sólo de la droga sino fundamentalmente del Otro del
discurso capitalista que exige rechazo de la castración, que “le vende” la posibilidad del
logro de la inmediatez del goce, del éxito individual y solitario, de la ilusión de
omnipotencia narcisista, casi sin mayores esfuerzos, con solo “consumir” sustancias y
objetos que se convierten en drogas que lo alojan en ese mundo propio que el “ser
drogadicto” propone.

Las adicciones como patologías del acto:

Escribiendo sobre el amor, Freud17 sostiene que algo en la naturaleza misma de la


pulsión es desfavorable a la satisfacción plena, siempre falta un tanto para ser completa,
lo cual genera y estimula una constante búsqueda de objeto a objeto en la vida amorosa
de los hombres que hasta puede convertirse en "patología de la vida cotidiana". Pero lo
que sucede en el amor, sugiere el creador del psicoanálisis, no ocurriría en el caso del
bebedor que mantiene una fidelidad absoluta para con su objeto de amor, la bebida, con
la cual construye una relación armoniosa, un modelo de "casamiento feliz", o casamiento
perfecto, al decir de Freud, de perpetua y apasionada luna de miel. Sólo en los momentos
de pasión el enamorado, así como el toxicómano bajo los efectos de la droga, tiene la
ilusión de haber reencontrado el objeto perdido, vana pretensión. Luego, la vida diaria de
relación le marca el auto-engaño y pueden producirse reacciones patológicas si se

17
Freud, S. (1912). Sobre la más generalizada degradación de la vida amorosa. Madrid: Editorial
B. Nueva. 1967.
sostiene la desmentida, y así es como sucede en el caso del don Juan o de la alegre
casquivana, quienes pasan su vida de un partenaire a otro, de frustración en frustración,
después del inicial romance o del deslumbramiento, oponiéndose a reconocer que
siempre algo falte para la felicidad total, no resignándose a aceptar que bienestar y
malestar son alternativas que forman parte de la vida misma.

Dice Freud en una carta a Ferenczi que el adicto a las drogas prefiere apagar la
moción pulsional. Podríamos decir en otros términos que no puede entregarse al juego de
las palabras. Y es posible pensar, siguiendo en esta línea, que habría un esfuerzo por
intentar evitar reconocer la pérdida del objeto, decíamos, tal como lo expresara con claridad
Freud al enlazar adicciones - masturbación - autoerotismo, en la carta a Fliess citada en
párrafos precedentes. Repetición, pulsión de muerte, es un circuito que se completa,
aunque siempre provisorio, con la incorporación de una sustancia tóxica o con el beber
líquidos embriagadores, suponiendo poder escapar así de ese dolor o de esa angustia que
no cesa de reaparecer en tanto en las toxicomanías hay muerte de la que el sujeto no
puede desprenderse y para la cual no encuentra palabras, en una deriva a un "siempre lo
mismo", doloroso, oscuro e inefable, que se anula en un acto que debe reiterarse cuando
los efectos anestésicos o distractivos desaparecen.

Las afirmaciones freudianas respecto del intento de apagar la moción pulsional, se


ven confirmadas en la clínica con adictos a drogas. Suele encontrarse por momentos una
grave perturbación en el percibir, no hay percepciones ni huellas mnémicas claras, aunque
quizás no sea esto lo más importante porque tampoco pueden tener cabida en muchos
casos los sentimientos, los afectos. La sensorialidad va desplazando al sentir, como punto
eje, cuando el infans empieza a descubrir que hay un mundo más allá de sus propios
límites, que no es el propio cuerpo lo único existente, y entonces se va invistiendo a la
sensorialidad y no sólo al afecto. La impresión sensorial se construye en la medida en que
los estallidos afectivos disminuyen y sólo en tal circunstancia.

En el drogadicto podría decirse que esa disminución no se produce por cuanto, a


raíz de una falla en el sostén identificatorio, una intensa angustia o, con más precisión: un
terror sin palabras, o una inmensa y devastadora depresión, se presentan como imparables,
como desbordantes, quedando sólo el recurso de la ingesta de una sustancia intoxicante
cuando la convicción de que no hay escucha para su padecer se le impone. Entonces,
como consecuencia, un placer autoerótico suple el proceso identificatorio, se busca el
soporte conformado por los fundamentos pulsionales de la elaboración psíquica no lograda.
Llamativamente, la certeza de que no hay escucha para su padecer, un "no ha lugar"
supuesto para sí, se reafirma con la expulsión que desde lo social se hace del drogadicto,
consolidando su lugar "aferente del lenguaje", empujado a ocupar el borde, en el mejor de
los casos, al margen, o bien en extramuros, fuera, lugar para su existencia de muerte.

El drogadicto pues, si bien se presenta como un experto, que se supone a sí mismo


como portador del saber acerca de goce del cual no necesita o no puede hablar, está
pendiente- dependiente del Otro, del Otro social, mientras que en lo manifiesto dependería
de la droga. Con el accionar de la desmentida supone poder sostenerse ante el malestar
que la cultura impone al sujeto como condición por la posibilidad de vivir en su seno,
esquivando la exigencia que Freud define en el último párrafo de “Nuestra actitud hacia la
muerte” y que expresa de la siguiente manera: "Soportar la vida es, y será siempre, el deber
primero de todos los vivientes"18

Frente a la fragilidad de los emblemas y de los soportes identificatorios en un


momento de conmoción estructural como lo es la así llamada adolescencia, o en otras
encrucijadas definidas como “críticas”, los lenitivos, los "quita-penas", al decir de Freud,
pueden ser utilizados por los sujetos para aliviar la angustia o la depresión que se presentan
como desbordantes e insoportables.

Con el reforzamiento de la diagonal imaginaria propuesta por Lacan en el


Esquema Lamda19, se intentaría compensar el debilitamiento de la diagonal simbólica
cuyo extremo está constituído por el significante del Nombre del Padre. Dicha diagonal
imaginaria une a que es el yo y a’ que es lugar del interlocutor, del otro. Debiéndose
aclarar que: “…el yo no es sujeto, y que está más cerca del personaje, de la
apariencia…”20, mientras que la subjetividad se sitúa en relación al eje simbólico.

No se trataría en este caso del resultado de la forclusión del Significante del


Nombre del Padre tal como lo estudia Lacan en las psicosis, sino que podríamos pensar
que en la drogadicción habría fragilidad o debilidad de la metáfora paterna que no alcanza
a producir el corte en la célula narcisística madre-hijo en la justa medida para sostener al
sujeto frente al avasallador Goce del Otro primordial. La debilidad de la diagonal
simbólica, resultado de la fragilidad de la metáfora paterna, lo circunscribe o condena a
quedar representado por lo imaginario.

Cada quien, mediante formaciones diversas, en el mejor de los casos a través de


producciones discursivas, procura establecer cierta distancia o poner freno al goce del
Otro. Pero, por cierto, es ésta la fundamental función de la palabra, del lenguaje, como
instrumento ideal que el sujeto posee para producir la separación respecto del Otro
primordial o poner coto a su goce. Así pues, si la represión primaria opera
adecuadamente, el Nombre del Padre o la fórmula de la metáfora paterna hace de límite
al deseo de la madre rompiendo la célula narcisista, produciendo una separación,
abriendo una hiancia entre madre e hijo, espacio sobre el cual se teje un entramado
protector: el lenguaje, como aquello que resguarda al sujeto de caer en un agujero de
tétrico silencio o aterrador abismo de sin palabras.

En las patologías del acto, incluyéndose entre las mismas a los intentos de
suicidio, a anorexia y bulimia veras, a las drogadependencias propiamente dichas o
adicción a drogas y a bebidas alcohólicas, etc., la impulsión o la tendencia a pasar al acto
es el recurso utilizado en forma prioritaria en tanto si bien el sujeto en estas problemáticas
habita el lenguaje no puede apelar al mismo en ciertas circunstancias en las cuales
angustia o pánico sin nombre, sin palabras, o intensa depresión, devastadora, hacen
imposible todo procesamiento psíquico con riesgo consiguiente de quedar a merced del
goce del Otro, como objeto. Desde la perspectiva planteada anteriormente en cuanto a la
función de la palabra podríamos decir que en las patologías del acto el sistema protector o
entramado de contención constituído por el lenguaje tiene puntos de debilidad o fallas, no
18
Freud, S. (1915). Nuestra actitud ante la muerte, en Consideraciones sobre la guerra y la muerte.
Bs. As.: Amorrortu editores. 1998.
19
Lacan, J. (1955). El seminario sobre “La carta robada”. México: Siglo Veintiuno editores. 1975.
20
Rifflet-Lemaire, A. (1986). Lacan. Bs. As.: Editorial Sudamericana.
alcanzando para impedir que el sujeto quede a merced del goce del Otro, no pudiendo
hacer uso del lenguaje o no teniendo eficacia el mismo para ponerle límite a dicho goce.

En el acto se perfila un sujeto en una posición de goce silencioso, si bien en el


callar no se libera del lenguaje. Estamos en terreno del autoerotismo, más allá de la
demanda y con un deseo disminuido, en un goce diferente y apartado de la palabra en un
apelar a un acto con el cual el sujeto supone poder ponerse a salvo de la castración. En el
pasaje al acto, en tanto la separación es insuficiente, los registros R.S.e I. quedan con-
fundidos, uno se mezcla con los otros, o se desarticulan, rompiéndose la relación o
articulación de equilibrio que Lacan define para el nudo borromeo de tres21.

A través del acto puede apelarse a "quita-penas", como decía Freud de la droga
en el escrito “El malestar en la cultura”, anteriormente citado. O bien como decía Lacan:
"No hay otra definición de la droga que ésta: es lo que permite romper el casamiento con
el pipi"22, como sustracción del orden fálico que intenta el adicto, con la pretensión es
eludir las demandas, las regulaciones y las coacciones que el gran Otro de la cultura
impone al sujeto.

Recortes de un material clínico:

En el marco de una investigación llevada a cabo hace unos años atrás,


Programación Científica UBACyT (Secretaría de Ciencia y Técnica de la Universidad de
Buenos Aires) 1998-2001, titulada: “Particularidades de la adicción a la cocaína por vía
intravenosa y su relación con el pasaje al acto suicida”, se realizaron entrevistas con
pacientes internados y ambulatorios adictos a la cocaína. Los fragmentos seleccionados
de una entrevista, tomada en una institución con internación para pacientes adictos,
forman parte del material del citado proyecto. En la presentación del caso se modifican
detalles de la vida del paciente y los correspondientes datos personales, y se lo relata en
tiempo presente, haciéndose la aclaración que el propósito es detenernos en la
consideración del discurso de un así denominado “drogadicto” sin ahondar en modalidad
de consumo o droga elegidas en tanto estas pueden ser otras varias.

Sergio, de cuarenta años de edad, se encuentra internado en una institución


asistencial por su adicción a la cocaína. Es el mayor de cuatro hermanos, son dos
varones y dos mujeres. Sus padres se han separado hace ocho años. Ha realizado
estudios de medicina, que abandonara avanzada la carrera, habiéndose recibido luego de
técnico radiólogo.

El paciente refiere que él se autoexcluía, y al pedírsele aclaración al respecto dice


que eso significa que “se posponía en función de los demás”. Y lo relaciona en un primer
momento con el estilo de sus padres. Dice Sergio que tenía que ser “el padre” de sus
hermanos. La madre tuvo que salir a trabajar cuando el paciente cursaba sexto grado al
no contar con dinero suficiente para mantener a sus hijos. Durante la escolaridad primaria
de sus hermanos, y ante la ausencia de sus padres, preparaba el almuerzo y estaba
encargado de llevar a sus hermanos a la escuela y buscarlos. Esto, dice, “tenía como
consecuencia que era juzgado por todos como un adulto. Mis hermanos hacían mal uso
de esta delegación de mis padres. El castigo era peor para mí”, comenta Sergio.

21
Lacan, J. (1974). Seminario 22. RSI. Publicación E. F. B. A. (sin fecha)
22
Lacan, J.: Palabras de apertura en Jornadas de Cartel. 1969.
Del padre dice que era un vicioso del juego. Trabajaba en la calle, tenía un puesto
de diarios. “Los otros, los amigos, tenían siempre necesidades que él tenía que
solucionar. Era más importante darle plata a sus amigos que llevarla a casa”. Había
trabajado anteriormente en la rama textil, habiendo sido delegado gremial. “Papá ganó
mucha plata pero no llevaba nada a casa” De su madre comenta que “ella fue y es
trabajadora”, y que salió a trabajar siendo los hijos chicos porque no entraba suficiente
dinero a la casa para alimentarlos y mandarlos al colegio.

A los veinte años Sergio se va a vivir con una mujer separada que tenía una hija. A
los veintiocho años comienza a consumir, y ante el interrogante respecto de qué recuerda
de aquél tiempo comenta que “el malestar empezó cuando emergió el descanso”… “se
produce una especie de vacío”. “Bajo presión trabajo muy bien, y el descanso me
molestó, cuando perdí el trabajo. ¿Qué hago con el tiempo libre? me preguntaba”

Desde los treinta y cinco comienza a usar la vía inyectable. Sergio comenta que se
inyecta cuando está sólo. No comparte ni nunca compartió el consumir, incluso antes de
empezar a drogarse por vía intravenosa.

Respecto de los motivos por cuáles habría empezado su relación con la droga,
contesta:

“Para mí la droga no era una enfermedad sino un hábito. No sabía que me hacía
ocultar un montón de broncas que tenía adentro. No existe una comprensión conciente.
Aparte trabajé con un grupo de adictos al salir de una granja en la que me interné para
dejar la cocaína. Tenía herramientas para darme cuenta, pero bueno, uno no se da
cuenta. Yo siempre digo: el cardiólogo se muere de un infarto, sin darse cuenta que tiene
un infarto. A mí me pasaba lo mismo, no comprendía lo que me pasaba. Me ahogué de un
día para el otro. Accidentalmente conocí una persona que consumía y empecé a
consumir”

Entrevistador: “¿Por qué dijo que se ahogó?”.

Sergio: “Porque tuve presiones durante muchos años. Un día hubo un relax.
Cuando ya dejaron de joder nuestras familias, el ex marido, un primer hijo… me relajé. Y
entonces se me vino el mundo abajo. El descanso me molesta. Funciono bien bajo
presión.”

Haciendo referencia a su convivencia en pareja Sergio comenta:

“No teníamos experiencia, había un vacío, no sabíamos qué hacer. Mientras


éramos aliados, bien. Éramos compañeros de lucha. El vacío apareció cuando dejaron de
jodernos”

Luego plantea que a partir de la falta de presión no supo qué hacer con su mujer:

“No sabía de qué hablar con mi pareja. No había más problemas. Y empecé a
convertirme en mi viejo. Fui a trabajar con mi viejo. Mi enfermedad también es mi viejo”
“No me di tiempo para vivir. Absorbo conocimientos y no me sirven para nada. No tenía
posibilidades de goce. No podía decirles a los demás lo que me pasaba, no podía antes ni
tampoco puedo hacerlo ahora”
Ante la mayor necesidad económica y la dificultad de poder ganar más dinero,
aparece la droga como la salida paradójicamente protectora, al hacerle olvidar “el dolor de
no poder llevar plata a casa”.

“Empecé a llegar tarde a casa”. “¿Para qué le voy a llevar tan poco?, mejor
compro droga, pensaba”. “Terminé siendo el fiel reflejo de mi viejo, no pudiendo asumir la
parte de responsabilidad que me correspondía como hombre, como esposo y como
padre”

Entrevistador: ¿Cómo llegó a inyectarse? y ¿por qué cambió de modalidad de


consumo?

Sergio: “El efecto de la cocaína aspirando es más lento, inyectable el efecto es


inmediato, treinta segundos, es un flash, un pico. Para mí aspirar no me producía placer.
No me servía para nada. Me aceleraba. Me ponía de mal humor. Encima estaba todo el
día moqueando. Tenía la nariz lastimada”

Entrevistador: ¿Qué lo dejó “pegado” al pico?

Sergio: “Mi condición era ‘sometido a la droga’. El ocio me molestaba, me


deprimía, no sé disfrutar de la tranquilidad, necesito estar a mil, y la cocaína, de golpe me
levantaba”

Entrevistador: ¿Cómo se manejó respecto de los límites?

Sergio: “Esto es bastante recurrente, desde los seis a los cuarenta años si me
obligan a hacer algo yo sé lo que tengo que hacer, lo que me corresponde, cuál es mi
obligación. Esto es cuando me obligan y no tengo alternativa. Pero si usted me dice: vos
tenés que decidirlo, puedo estar horas analizando cómo hacer para no hacerlo. Los
límites los conozco desde que nací. Yo sabía que mi situación en Congreso (se refiere al
lugar donde vivía) era muy enfermiza pero la seguía sosteniendo. Cuando tengo que
definir desde mí me cuesta mucho”

Entrevistador: ¿Pasó situaciones de peligro estando drogado?

Sergio: “Me dijeron que una vez crucé una calle drogado pero yo no me acuerdo”.
“Recuerdo sí dos sobredosis. Una conciente. Me di un pico y había hablado previamente
de esto a mi hermana. Le dije que estaba muy drogado, pasado de droga, y corté. Fui a la
pieza y volví a drogarme. Gracias a ella, que me buscó por distintos lugares donde
habitualmente iba y me encontró, pude zafar. Ese día estaba frustrado porque las cosas
no salían bien y me quería matar. Había perdido mucho. Había perdido a mi mujer, a mi
familia. Mi mujer me dijo ‘esto no va más’ y se fue”.

“En otra oportunidad con motivo de que me querían crear una causa judicial me fui
a un hotel y empecé a inyectarme. Luego, gracias a un comisario que me conocía, me
auxiliaron y pude salir bien”

La presentación de fragmentos del discurso de un adicto a la cocaína tiene como


objetivo analizar la explicitación de los motivos manifiestos respecto del comienzo de la
adicción desde el discurso del paciente, y marcar el accionar de la desmentida en su
relación con el manejo de los límites y respecto de las situaciones de riesgo vividas, para
sí o para otros, al encontrarse bajo los efectos de la droga.
Si bien habla de “broncas” en un primer momento, con una expresión vacía o
aprendida como otras que pueden utilizar los adictos para referirse a sus afectos, luego,
reiteradamente, se refiere a la desaparición de presiones y al tener que enfrentarse al
vacío cuando el descanso lo enfrenta a la angustia o a la depresión devastadora. En este
sentido, refiriéndose a las toxicomanías, Le Poulichet las definía como “dispositivos de
autoconservación paradójica…” o como “…medios de salir del vacío o de encontrarle otra
forma”, y es con este manejo con el que nos encontramos en el caso presentado.

Muchas otras consideraciones podrían hacerse al analizar este fragmento de un


material clínico que fue presentado como disparador para dichas múltiples lecturas.

Breves comentarios sobre clínica psicoanalítica con adicciones en particular y con


patologías del acto en general:
A partir de lo explicitado oportunamente en cuanto a aspectos teóricos, es
importante dedicar un espacio para referirnos al tema de la clínica con problemáticas
como las que aquí abordamos.
En tanto es posible considerar que las patologías del acto, en este caso la
drogadicción, son configuraciones clínicas que se presentan en cualquiera de las
estructuras freudianas (neurosis, perversiones o psicosis), la relación enunciada exige
replanteo acerca del dispositivo clínico, respecto de posición del sujeto en análisis, en lo
referido a las intervenciones del analista y en cuanto a las peculiaridades en la dirección
de la cura, pues nos encontramos en estos casos con pacientes que no se adecuan
fácilmente a las condiciones del encuadre clásico o tradicional definido por el intercambio
asociación libre - interpretación psicoanalítica.
Desde el psicoanálisis no proponemos una “clínica de las toxicomanías o de las
drogadependencias”, no es posible hablar de una clínica diferencial o particular. Si,
decíamos, se considera que pueden las adiciones presentarse en cualquiera de las
estructuras freudianas, la tarea es atender prioritariamente a la estructura de base con
escucha atenta a sus producciones discursivas y además tratar de registrar los momentos
de pleno accionar de la desmentida como defensa prioritaria en las patologías del acto,
para trabajar en una y otra dirección en tanto el interés del analista es el sujeto y no la
droga o las medidas o dimensiones del consumo.
¿Qué hacer entonces?, ¿cómo definimos la dirección de la cura con adicción a
drogas?
Es habitual que lleguen a consulta sujetos que se auto-denominan “drogadictos”, y
considerando que dicha configuración clínica puede desplegarse o presentarse
mayoritariamente en neurosis, en estos casos las intervenciones del analista tienen que
variar por momentos de la clásica interpretación psicoanalítica que apunta a la castración,
a lo neurótico, pues aunque es en esta estructura en la que se pueden apoyar o en las
que se pueden manifestar, el accionar de la desmentida desplaza a la represión en
muchos momentos y eso tiene que ser reconocido en el discurso del paciente para regular
las intervenciones del analista. Este debe estar atento para detectar cuál es la posición
del sujeto en tratamiento, apuntando a la fortaleza desmentidora de la adicción evidente
en el discurso del sujeto o en el acto cuando éste reemplaza a la palabra, o bien
considerando las expresiones sintomáticas de la estructura de base peculiar de ese sujeto
en la cual se presenta la adicción como configuración clínica, en uno u otro momento, en
una u otra presentación clínica. Cuándo considerar adecuado apuntar a la estructura,
remitiendo a la represión y sus derivaciones en síntomas, y cuándo trabajar teniendo en
cuenta el accionar de la desmentida y del acto que en la adicción a drogas se sostiene, es
decisión que dependerá de lo que se registra desde la escucha analítica.
Si bien no hay fórmulas para trabajar ante la rigidez de la posición desmentidora
en las drogadependencias, no hay interpretaciones mágicas o recetas acerca del
quehacer terapéutico, podríamos considerar los aportes acerca de la clínica que la
enseñanza de Lacan nos provee.
Para pensar la clínica con patologías del acto podríamos revisar conceptos
teóricos referidos a la relación entre lo imaginario, lo simbólico y lo real planteada por
Lacan, para proponer intervenciones que provoquen cierto movimiento subjetivo.
El sujeto, desde la propuesta de Lacan del nudo borromeo, está triplemente
determinado por lo real, lo simbólico y lo imaginario, y ninguno de los registros prevalece
por sobre los otros, manteniendo en lo ideal una ubicación armónica entre sí, sin anularse,
mientras que en las intersecciones se ubica el matema lacaniano de los goces (fálico, del
Otro y del sentido). Cada cuerda tiene en sí lo real, o sea que, además del registro real,
en cada uno de los registros lo real constituye su núcleo. En el centro del nudo, en el lugar
donde se superponen los agujeros de los tres registros se ubica el objeto a, que es sobre
lo que el fantasma escribe desde lo real, desde lo simbólico y desde lo imaginario, y
desde allí sirve de respuesta al interrogante acerca del deseo del Otro.

En su buena medida el goce fálico permite a una madre "dar lugar" o ubicar a su
bebé para obturar su falta, pues a través del goce fálico se procura bloquear la eficacia de
la castración. Pero si el goce fálico que la madre obtiene de su hijo es excesivo, no deja
espacio, se lograría la completud, y del lado del hijo, del “nene”, puede ser sentido como
aplastante Goce del Otro, quedando entonces en lugar de objeto que garantiza el
taponamiento de la falta, de la castración materna. Lo que en el nudo borromeo de tres de
la madre es goce fálico aumentado o inflado, en el nudo borromeo del hijo se dibuja como
fuerte y avasallador Goce del Otro. Cuando el Goce del Otro (materno) es tan fuerte, y
está debilitada la función paterna, hay angustia, porque la castración es desmentida, y
entonces hay problema en puerta: el engarce entre los tres registros es endeble y al niño
le cae sobre sí, con todo su peso y paralizándolo, el Goce del Otro primordial, sin espacio
suficiente para deseo propio. En las patologías del acto en general, y en las adicciones en
particular, podemos pensar en la existencia de una debilitada función paterna, lo cual
complica el trabajo clínico apuntando a lo simbólico tal como se platea en una “simple”
neurosis, sin la presencia recurrente del acto.
Es posible trabajar con el dispositivo psicoanalítico apuntando al síntoma,
recordando, como lo planteáramos en el capítulo referido a síntoma y acto, que en el
mismo se produce en el nudo borromeo un desplazamiento del registro de lo simbólico
sobre el registro de lo real, tratándose de dar cuenta de ese real que provoca angustia en
el sujeto. En lugar del pensar y de la posibilidad de asociar libremente, para recordar y
elaborar, trabajándose sobre el síntoma, atendiendo a la regla fundamental del análisis, el
sujeto recurre al acto, agieren dice Freud, cuando un afecto inmanejable o devastador
hace imposible tal procesamiento o trabajo de elaboración, y esto se consolida como
único recurso en las patologías del acto.
Entre el enigma y la cita, proponía Lacan al referirse a la interpretación, siendo
posible pensar que las intervenciones del analista apuntarán en esa línea en cuanto a lo
simbólico prioritariamente, y también hacia lo imaginario o hacia lo real. Pero esta
propuesta debe adaptarse a la clínica con drogadependientes que no se entregan al juego
con los significantes que convocan lo simbólico. Así pues, debido a la importancia de la
posición desmentidora de la castración predominante en las drogadependencias quedan
postergadas las interpretaciones que apuntan a lo simbólico, por lo cual el analista
intentará enfrentar al enigma desde otra dimensión, siendo un recurso que se utiliza el
presentar intervenciones en lo real que se desplazan bordeando lo imaginario y lo real,
constituyéndose en instrumento válido en tanto provocan desconcierto, malhumor, no
entender... desacomodando la suposición de haber encontrado LA solución al problema
de la castración. Algo “no se puede”, no se alcanza a entender, y es a esto, a la falta, a lo
que la intervención desde lo real enfrenta procurando debilitar la desmentida.
Las intervenciones clínicas orientadas en procura de abrir R, el registro de lo real,
para intentar hacer emerger la significación fálica, para volver a poner en funcionamiento
el agujero real de lo Real, son necesarias cuando la desmentida actúa prioritariamente. El
analista trabaja en la línea de reforzar la función paterna debilitada apuntando a remarcar
la castración de ese Otro Real Puro Goce en dirección a que se vaya marcando una
mayor separación que la existente, pues en tanto se vaya debilitando el goce fálico
materno, el Goce del Otro tendrá menos peso y podrá el sujeto ir corriéndose del lugar de
objeto en el que resignadamente se ubicó/fue ubicado. La intervención en lo real desde el
analista propiciaría permitir el corte al enfrentar al sujeto a un interrogante que remarca la
castración, ¿qué está haciendo?, ¿por qué hace eso?, surgiría como pregunta en el
paciente con extrañeza ante lo que sorprende expresándose como irrupción de lo real.
Cuando se trabaja teniendo en cuenta el aporte lacaniano del nudo borromeo en
entrevistas con un adicto, al incidirse con las intervenciones analíticas sobre el goce fálico
puede permitir que se abra la cuerda de lo real y el objeto a puede caer, de manera tal
que quede como ilusión el capturarlo nuevamente, siendo éste el trabajo con el fantasma
de cada quien, para que en el sujeto pueda ir fortaleciéndose el deseo que se encuentra
debilitado.
Las intervenciones en lo real que se utilizan en la clínica con adicciones se
orientan al intento de producir movimiento en la zona que delimita la influencia del Goce
del Otro para que pueda ir abriéndose y marcándose un corte en la presencia opresora
que somete al sujeto. En tanto pueda ir abriéndose la cuerda de lo real, vía intervención
en lo real, se descomprimirá la presión que lo imaginario ejerce sobre lo simbólico y se irá
reduciendo la fuerza de la problemática de la drogadependencia en dirección al
fortalecimiento del deseo que estuviera debilitado.
Al operarse sobre lo real de lo real, o sobre lo real del registro imaginario tal como
lo consideraremos en próximo espacio, las intervenciones del analista en un decir sin
palabras apuntarán a aquellos afectos que en las patologías del acto se eludieron y se
podrá penetrar respetuosamente en el atrincheramiento defensivo lo cual permitirá al
sujeto entender que hay Otro que no lo goza, en tanto lo escucha valorándolo y otorgando
un lugar a su padecer que fuera desmentido. Semblanteo de diálogo sobre lo cotidiano,
recursos gestuales, acto analítico o intervenciones en lo real, proponer al paciente estar
atentos ante las repeticiones marcando el accionar de la desmentida... son intervenciones
todas que irán preparando el camino para un trabajo posterior sobre lo simbólico cuando
la represión tenga nuevas fuerzas, debilitado el recurso defensivo desmentidor con el que
el adicto suponía poder protegerse al recurrir al drogarse eludiendo las palabras que
referían a afectos sentidos como inmanejables.
Por cierto, la propuesta es considerar lo oportuno de uno u otro tipo de
intervención, aclarando que las intervenciones en lo real no es exclusividad de la clínica
con drogadicción, pues de lo contrario estaríamos contradiciendo lo explicitado
anteriormente en cuanto a la consideración de la misma como patología del acto que se
presenta en cualquiera de las estructuras freudianas y además que las intervenciones en
lo real, en lo imaginario y en lo simbólico dependen de cómo se perfile en la clínica la
posición del analizante y lo oportuno de cada uno de ellas se definirá en la dirección de la
cura.
Reiteramos que, en tanto no habría clínica peculiar de drogadicción o
drogadependencia, el analista deberá estar atento a “momentos” en los cuáles el sujeto
en análisis se abre al juego discursivo del asociar y del elaborar, para poder diferenciarlos
de aquellos otros en los cuáles se produce el atrincheramiento en la posición
desmentidora que es base de las patologías del acto y que se presenta por lo tanto en
adicción a drogas y bebidas alcohólicas que es objeto de estudio de este capítulo.
Otro punto de especial importancia en la clínica con esta configuración clínica de la
adicción a drogas, así como con patologías del acto en general, es considerar el aporte de
Lacan respecto del sinthome, que desarrolláramos en otro capítulo de este libro, en un
trabajo de facilitar su construcción o consolidación como refuerzo del Significante del
Nombre del Padre debilitado si bien no forcluído.
Que no se pierda el sujeto, que no quede sepultado por la droga, es la apuesta en
la clínica psicoanalítica que jerarquiza el lugar del sujeto como protagonista y propone la
desmitificación del poder demoníaco de la droga que no sería otra cosa que objeto o
sustancia que se toma o se deja, y que puede ser sustancia o droga, una u otra cosa,
según como cada quien elige definirla siendo responsable en ello.

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