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Pero veamos antes los planteos desde el saber médico, al cual adhieren algunas
corrientes psicológicas, en cuanto a drogas y a drogadependencias.
Adicción a drogas:
El consumo de drogas es tan antiguo como la historia de la civilización,
utilizándoselas con fines diversos tales como para aliviar momentos de pesar o de tristeza
o depresión, para acompañar festejos o durante ceremonias religiosas, etc. Son diversas
las causas o “motivaciones” del consumo así como también la consolidación de la
3
DSM IV: Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales. 4ª edición. Barcelona.
1995.
4
DSM 5: Guía de consulta de los criterios diagnósticos del DSM 5. Arlington. VA. Asociación
Americana de Psiquiatría. 2013.
drogadicción propiamente dicha. La diversidad de factores intervinientes en la aparición y
desarrollo de las adicciones permite considerarlas un problema multicausal,
determinado no solo por factores biológicos y psicológicos sino también por razones
sociales y culturales. Una gran variedad de elementos contribuyen a la comprensión de la
situación: la pobreza, la exclusión social, la inseguridad, la distorsión de valores, las
carencias afectivas y las presiones en el ámbito laboral -entre otros factores de riesgo-
que incrementan la vulnerabilidad, tanto social como individual para el desarrollo de las
adicciones.
Respecto de los tipos de drogas hay clasificaciones varias, si bien de manera
sencilla y sintéticamente se las puede ordenar de la siguiente manera:
Legales: son usadas por un alto porcentaje de la población. Las más frecuentes
son: tabaco, bebidas alcohólicas, fármacos, anabólicos y esteroides. Y entre ellos los
ansiolíticos, o tranquilizantes menores, que disminuyen la ansiedad, mitigando estados de
zozobra, inquietud o agitación son fármacos que ocupan primeros lugares de venta entre
los medicamentos en general. Deben adquirirse con receta archivada, pero es sabido que
muchos consiguen dichos psicofármacos sin prescripción médica en un consumo masivo
e indiscriminado.
Ilegales: son aquellas sustancias cuyo consumo está prohibido por ley, y pueden
dividirse en tres grupos:
Narcóticos o depresores: adormecen los sentidos al actuar sobre el sistema
nervioso central (como la marihuana, el opio y la morfina). Una intoxicación aguda con
estas sustancias causa vómitos y disminución de la agudeza sensorial. La heroína o
“droga heroica”, heredera directa de la morfina, es denominada así por los Laboratorios
Bayer, donde fuera creada, por su potencia o “magníficas” propiedades en tanto es tres
veces más potente que la morfina. Al ser consumida generalmente por inyección
intravenosa, puede producir intensa sensación de tranquilidad o sedación, si bien también
causa estados de excitación o euforia.
Estimulantes: la más conocida de estas drogas es la cocaína. Da resistencia física,
pero acelera el ritmo cardíaco, provoca parálisis muscular y dificultades respiratorias que
pueden desembocar en un coma respiratorio. Las anfetaminas son un producto de
laboratorio sintetizado originariamente en Alemania a fines de del siglo XIX cuyo efecto
más importante es el aumento de la actividad psicomotora, y que fuera utilizado durante la
Segunda Guerra Mundial para levantar el espíritu combativo y la moral de la tropa así
como para eliminar el cansancio.
Alucinógenos: el éxtasis es el más consumido entre los jóvenes. Su peligrosidad
radica principalmente en que puede causar la muerte por deshidratación o paro
respiratorio. Por su parte, el L.S.D. o ácido lisérgico, no tiene circulación o consumo de
importancia en nuestro país, es un alcaloide derivado de un hongo que ataca el centeno,
descubierto por el químico suizo Albert Hofman en 1943, y provoca mareo, excitación y
visiones de formas y colores vivos y cambiantes.
Si bien las drogas han estado presentes desde los comienzos de la historia de la
humanidad, con el paso del tiempo han ido cambiando el tipo de sustancias y las formas
de consumo, estimulándose la adicción desde la exigencia de forclusión de la castración
del discurso capitalista, rechazo de todo límite, jerarquizándose el goce autoerótico y
consecuente debilitamiento del lazo social al aceptar las condiciones de la sociedad de
mercado.
Hoy la problemática de las adicciones se presenta como un fenómeno complejo,
dinámico, en evolución, con indicadores propios como el inicio del consumo a edades
cada vez más tempranas, la aparición de nuevas sustancias en el mercado generadoras
de un deterioro físico y psíquico cada vez más rápido y diferentes patrones de consumo.
Es claro en las definiciones anteriormente enunciadas que la droga es la que hace
adicto a un sujeto, el consumo reiterado lo convierte en adicto, e incluso éste es
nombrado remitiendo a la sustancia de la cual es adicto: “drogadicto”, e incluso se
definen: “soy adicto”, remarcándose así el poder de la droga que llega a ser considerado
incontrolable o demoníaco, proponiéndose la siguiente relación:
SUJETO DROGA
Así pues, es posible afirmar: Droga no es la sustancia, no es el objeto.
Para comprender las precedentes afirmaciones consideremos desde el
psicoanálisis los planteos de Freud y de Lacan al respecto, así como posteriores aportes
de especialistas sobre el tema.
Es posible ubicar los inicios del estudio de las adicciones desde el psicoanálisis en
los trabajos de Freud sobre la cocaína5, pues si bien manifiesta y originariamente éstos se
trataron de investigaciones destinadas a estudiar la función de la cocaína como
anestésico local, desde un punto de vista médico, su autor propone ya consideraciones
sobre la relación entre la cocaína y lo anímico que es importante remarcar, planteando las
diferencias subjetivas en relación a los efectos del consumo de cocaína, y propone su
utilización en el tratamiento de la melancolía y del alcoholismo. Además, extiende la
posibilidad de su administración como estimulante ante cansancio físico, para tratamiento
de trastornos digestivos, ante enfermedades con degeneración de tejidos, etc.
5
Freud, S. (1884/87). Escritos sobre la cocaína. Barcelona: Editorial Anagrama. 1980.
de coca en la mitología de los pueblos indígenas de Sudamérica y dice además sobre sus
propiedades:
Por otro lado, en “Sobre el efecto general de la cocaína” (marzo de 1885) apunta a
la disposición individual, sosteniendo que ésta juega un papel muy importante en los
efectos de la cocaína. Y sostiene:
Hay puntos fundamentales en la obra de Freud a los que tenemos que remitirnos
para ubicar el lugar del estudio de las adicciones en el psicoanálisis, comenzando por la
carta 79 dirigida a Fliess, de fecha 22 de diciembre de 1897, en la que sugiere Freud 6:
6
Freud, S. (1950). Fragmentos de la correspondencia con Fliess. Madrid: Editorial B. Nueva. 1967.
7
Freud, S. (1912). Contribuciones para un debate sobre la masturbación. Madrid: Editorial B.
Nueva. 1967
creador del psicoanálisis en las referencias citadas anteriormente. Y, si sostenemos
desde el psicoanálisis, como afirma Lacan, que la castración quiere decir que el goce
debe ser rechazado para ser realcanzado en la escala invertida de la ley del deseo 8,
podríamos decir que los adictos quedan aferrados a un goce imposible, sin poder realizar
el pasaje de lo pulsional a lo deseante. De allí la fuerza de la definición freudiana de la
adicción como sustituto de la masturbación, en la cual hay goce, con reclamo del goce
perdido. Consultan, se observa, expresando tener una sensación de vacío, o de pérdida, o
manifestando no tener ideales o proyectos, con ausencia de interés por el mundo externo,
dando cuenta de que la sublimación no tiene cabida, con falta de energía vital, e incluso con
ideas de muerte, con pensamientos suicidas que raramente se vehiculizan en el pasaje al
acto suicida en esta clínica sino que se reorientan al consumo, nuevamente, para salir de
ese estado mortífero. En realidad la idea de que este hastío, tristeza inmensa o intensa
depresión, está en la base misma de la configuración clínica toxicómana, sería sólo una
derivación posible de la forma en que Freud, en1897, nos presentara como definición de las
adicciones, cuando en la anteriormente citada carta a Fliess las ubicara como sustituto de la
masturbación.
Años más tarde9, nos encontramos con una definición de la droga como
"quitapenas" enunciada en "El malestar en la cultura":
¿A qué penar se estaría refiriendo Freud en estas expresiones, en las que podemos
recalcar el lazo adicciones-masturbación o adicciones-autoerotismo, sino al referido al dolor
por la primordial pérdida del objeto?
Lacan, J. nos orienta en esta línea al referirse al tema de la carencia del objeto, en
"La relación de objeto"10, como el resorte mismo que une al sujeto con el mundo, pues,
como ya Freud lo afirmara, es a partir de la pérdida que el niño es capaz de representar, y,
en tanto el reencuentro es imposible, el desplazamiento, la metonimia, hace que el objeto
pueda ser reemplazado, manteniendo en este movimiento la ilusión de haber hecho posible
el reencuentro y sabiendo del auto-engaño simultáneamente.
8
Lacan, J. (1960). Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconciente freudiano. México:
Siglo Veintiuno editores. 1878.
9
Freud, S. (1930). El malestar en la cultura. Bs. As.: Amorrortu editores. 1983.
10
Lacan, J. (1956). Seminario 4. La relación de objeto. Bs. As.: E.F.B.A. sin fecha.
En "Duelo y melancolía"11, Freud sostiene que el duelo se singulariza en lo anímico
por una desazón profundamente dolida, una cancelación del interés por el mundo exterior,
por la pérdida de la capacidad de amar y por la inhibición de toda productividad. Es posible
pensar que el adicto se sostiene en una primera posición propuesta por Freud para el duelo,
oponiéndose a reconocer la pérdida, apelando a una cancelación tóxica al problema de la
castración. Por su parte, en "Hamlet, un caso clínico", recordemos que Lacan plantea algo a
tener en cuenta: una relación inversa, aunque están emparentados, entre duelo y
mecanismo psicótico, y afirma que el agujero de la pérdida en lo real moviliza al significante.
Entonces, podríamos pensar, la falta en lo real convoca la acción de lo simbólico
apelándose a rituales o a diversas maniobras simbólicas para producir esa desatadura a la
que Freud se refería al estudiar el proceso de duelo.
Y también, se refiere a las mismas como: "...medios de salir del vacío o encontrarle
otra forma".
11
Freud, S.: (1915). Duelo y melancolía. Bs. As.: Amorrortu editores. 1998.
12
Le Poulichet, S. (1980). Toxicomanías y psicoanálisis. Bs. As.: Amorrortu editores.
13
Winnicott, D. (1979). Realidad y juego. Barcelona: Editorial Gedisa.
Como drogadicto, desde el psicoanálisis, se designaría a un sujeto que ha entablado
cierto lazo con una sustancia, droga, y él mismo supone que por proclamarse “drogadicto”
de tal manera, como autodefinición, o como carta de presentación, los demás podrían
construir los atributos relativos a su ser. El aceptar definirse como tal lo ubica, en bruta o
masiva identificación, en cierto lugar de no falta, y la droga le facilitaría poder sortear el
problema de reconocer las diferencias, incluídas en éstas las sexuales, le evita tener que
vérselas con los enigmas fundamentales: muerte y sexualidad, con la falta y con lo des-
semejante. Desde el psicoanálisis es posible afirmar que no es sino con ésto con lo que el
sujeto se enfrenta permanentemente y encuentra su ubicación en relación con el problema
de la castración según modalidades diversas, buscando la causa de su ser en ese
posicionarse ante los enigmas.
"Cada quien sabe que si ve humo en una isla desierta, se dirá de inmediato
que con probabilidad hay allí alguien que sabe hacer fuego. Hasta nueva orden, ha de ser
otro hombre. El signo no es pues signo de algo, es signo de un efecto que es lo que se
supone como tal a partir del funcionamiento del significante”
Así pues, el fumar, el hacer humo, que el fumador porta y soporta como signo, no
representa un interrogante para el sujeto. Habría en ello la suposición de poder ser
reconocido en su deseo que sería leído según un sentido otorgado por los demás,
especulándose con el deseo del Otro como completitud de reconocimiento. El adicto se
posicionaría como signo, y no como significante para otro significante, debilitado en su ser
sujeto en tanto dependería del Otro para su definición en tanto pueda darle sentido a su
hacer signo en el drogarse. Como Lacan dijera en otro seminario, el dedicado al tema de la
angustia15, un signo se ofrece para la comprensión por todos, por otros, y quien lo emite
cuenta con que se le atribuirá a su acto una intencionalidad o un deseo supuestamente
puesto en juego.
La droga ofrece un goce por el cual se pierde el sujeto como tal, el sujeto de la
palabra, re-jerarquizándose la dimensión de la necesidad. Podríamos pensar que es posible
hablar de un "sujeto del goce", que supone haber encontrado LA solución al problema de la
castración, por medio de la cual obtiene un goce que no pasa por el Otro. Goce remite a
algo que está más allá del principio del placer, en un exceso o exacerbación de la
satisfacción que se encuentra con la pulsión de muerte, en la repetición, que evoca la
búsqueda "loca" del objeto perdido, del tiempo mítico del suministro incondicional, sin falta
alguna.
14
Lacan, J. (1972). Seminario 20. Aun. Bs. As.: Editorial Paidós. 1985.
15
Lacan, J. (1962). Seminario 10. La angustia. Bs. As.: Editorial Paidós. 2006.
Las bebidas alcohólicas, como otras drogas, también se encuentran presentes
desde tiempos inmemoriales en la historia de la humanidad. En el beber circunstancial en
festividades varias o en simples reuniones de amigos el vino o la cerveza, como otras
bebidas de mayor graduación alcohólica, suelen oficiar de facilitadores del acercamiento
entre quienes circula, al producir rebajamiento de la censura a través de sus efectos
embriagadores. Suele decirse que se toma para “animarse”, “para levantar el espíritu”,
que con unos vasos de “birra” o de “tinto” se encuentra el sujeto de mejor talante,
emprendedor y con mayor facilidad de palabra.
En muchas de las frases hay referencias a obstáculos a salvar, pudiéndose pensar
desde el psicoanálisis en la existencia de un esfuerzo identificatorio con aquel que se
transformaría al beber. Beber para “animarse”, para “levantar el espíritu”, o que se llame a
las bebidas alcohólicas de alta graduación: "espirituosas", son expresiones que merecen
ser tenidas en cuenta y que remitirían a una pretendida “transformación” en un ánima o en
un espíritu, en un “ser” que se encuentra más allá de lo humano, que puede traspasar
todas las barreras que limita a un simple mortal. Respecto de qué se entiende por
“espíritu”, para pensar en el poder que otorgan las “bebidas espirituosas”, encontramos
consultando un diccionario de lengua castellana la siguiente acepción: “Ser inmaterial...”.
“Don sobrenatural y gracia especial que suele dar Dios a algunas criaturas...” Y en cuanto
al significado de “ánima”: “… del griego ánemos: soplo,… alma que pena en el purgatorio.
Parte hueca y vana de algunas cosas”
Podríamos proponer entonces, como primera aproximación, que las bebidas
alcohólicas tendrían la "virtud" de dotar a quien bebe de las fuerzas necesarias para
triunfar sobre los límites materiales, al darle “ánimo” o “levantar el espíritu”. Esta
operación supondría, desde lo inconciente, la pretensión de tener éxito en el esfuerzo por
oponerse a la existencia de una realidad traumatizante o desquiciante, que cuestiona el
propio sentimiento de sí, con la creación de un “doble” al que por proyección se adjudica
la victoria sobre la muerte y a cuya imagen se supone poder transformarse al beber.
Freud afirma que el doble sería una formación oriunda de épocas primordiales, y que
implicaría una lógica del sentimiento yoico en que no habría deslinde neto del mundo
exterior ni "del Otro"16, dice textualmente y escribiendo Otro con mayúscula inicial, recurso
de la duplicación para protegerse del aniquilamiento, como "enérgica desmentida del
poder de la muerte" que hunde sus raíces en la concepción del animismo que se
caracteriza por llenar el mundo de espíritus humanos, la omnipotencia del pensamiento y
la técnica de la magia basada en ella, que serían "...creaciones todas con las que el
narcisismo se protegiera ante el inequívoco veto de la realidad", ante el terrorífico
sentimiento de desvalimiento o total inermidad.
Cuando se sostiene, por ejemplo, que el vino “anima”, o levanta el “espíritu”, la
expresión se estaría refiriendo al anhelo de lograr nuevas fuerzas allí donde el deseo
vacila, sosteniendo la representación de sí del sujeto acorde a un ánima, a un espíritu, a
un otro de hablar fluido, de mejor talante, animoso, emprendedor y arriesgado, en una
transformación que el líquido facilitaría con sus efectos.
Hasta aquí, podríamos decir, es clara la relación de los sujetos con las bebidas
alcohólicas como recurso buscado cuando el valor flaquea, pudiéndose pensar el
consumo en forma circunstancial, o incluso recurrente durante cierto tiempo, como
garantía supuesta de sostén identificatorio al tener que enfrentar situación que pone a
prueba el sentimiento de sí del sujeto, su identidad.
Por su parte, en el extremo del alcoholismo se marcaría el exceso en la pretensión
de encontrar un reaseguro, vaso tras vaso, botella tras botella, ante la inevitabilidad con la
16
Freud, S. (1919). Lo ominoso. Bs. As.: Amorrortu editores. 1986.
que la muerte se presenta como límite para la propia existencia, oponiéndose en enérgica
desmentida al juicio de la castración que en el vivir se impone. La desconexión que sigue
al exceso en la borrachera, y luego la depresión y la resaca, mostrarían en su secuencia
lo fallido del intento y la eficacia del accionar de la pulsión de muerte en la búsqueda de la
bebida nuevamente, en forma compulsiva. En el alcoholismo en sus casos más graves se
caería como estado final en la borrachera en un estado estuporoso, con amnesia parcial o
total de lo ocurrido, como expresión evidente de una retracción narcisista tras los intentos
fallidos de fundirse amorosamente con los otros, con declaraciones pasionales, abrazos y
besos.
El “mamarse” o el “quedar dado vuelta”, como se dice comúnmente, tomando
expresiones populares, marcarían el fracaso del intento desmentidor de la identificación
con un doble supuesto en el beber “para darse ánimos”, y tras la manía muestra al sujeto
borracho en un mortífero encierro gozoso y a expensas de accidentes por obra del
accionar de la desestimación, que es defensa a la que se apela para abolir o no dar lugar
al reconocimiento de los peligros que pueden poner en riesgo la propia vida. No sería en
este caso búsqueda de lograr un sostén allí donde el sujeto siente que sus fuerzas están
débiles, sino intento de borrarse del mundo, desconectarse en el letal coma alcohólico.
En el alcoholismo propiamente dicho se busca "nada", el cortar con lo inmanejable
que el vivir supone, la desconexión total para anular todo sufrimiento, y entonces, hasta
quedar “dado vuelta" el sujeto no se detiene. Podríamos afirmar que en el extremo del
beber sin límite, en la borrachera, el sujeto queda arrojado o caído, como organismo,
atrapado en el goce del “mamarse”, en un encierro gozoso de “mamar de sí” que es
expresión de clara y contundente retracción narcisista.
En la actualidad drogadicción y alcoholismo adquieren dimensión diferente a las de
otros momentos histórico-socio-culturales. El drogadependiente se presenta hoy como “el
mejor alumno”, aunque supuso ser abanderado de la rebeldía en tanto desafía lo
prohibido, y es dependiente no ya sólo de la droga sino fundamentalmente del Otro del
discurso capitalista que exige rechazo de la castración, que “le vende” la posibilidad del
logro de la inmediatez del goce, del éxito individual y solitario, de la ilusión de
omnipotencia narcisista, casi sin mayores esfuerzos, con solo “consumir” sustancias y
objetos que se convierten en drogas que lo alojan en ese mundo propio que el “ser
drogadicto” propone.
17
Freud, S. (1912). Sobre la más generalizada degradación de la vida amorosa. Madrid: Editorial
B. Nueva. 1967.
sostiene la desmentida, y así es como sucede en el caso del don Juan o de la alegre
casquivana, quienes pasan su vida de un partenaire a otro, de frustración en frustración,
después del inicial romance o del deslumbramiento, oponiéndose a reconocer que
siempre algo falte para la felicidad total, no resignándose a aceptar que bienestar y
malestar son alternativas que forman parte de la vida misma.
Dice Freud en una carta a Ferenczi que el adicto a las drogas prefiere apagar la
moción pulsional. Podríamos decir en otros términos que no puede entregarse al juego de
las palabras. Y es posible pensar, siguiendo en esta línea, que habría un esfuerzo por
intentar evitar reconocer la pérdida del objeto, decíamos, tal como lo expresara con claridad
Freud al enlazar adicciones - masturbación - autoerotismo, en la carta a Fliess citada en
párrafos precedentes. Repetición, pulsión de muerte, es un circuito que se completa,
aunque siempre provisorio, con la incorporación de una sustancia tóxica o con el beber
líquidos embriagadores, suponiendo poder escapar así de ese dolor o de esa angustia que
no cesa de reaparecer en tanto en las toxicomanías hay muerte de la que el sujeto no
puede desprenderse y para la cual no encuentra palabras, en una deriva a un "siempre lo
mismo", doloroso, oscuro e inefable, que se anula en un acto que debe reiterarse cuando
los efectos anestésicos o distractivos desaparecen.
En las patologías del acto, incluyéndose entre las mismas a los intentos de
suicidio, a anorexia y bulimia veras, a las drogadependencias propiamente dichas o
adicción a drogas y a bebidas alcohólicas, etc., la impulsión o la tendencia a pasar al acto
es el recurso utilizado en forma prioritaria en tanto si bien el sujeto en estas problemáticas
habita el lenguaje no puede apelar al mismo en ciertas circunstancias en las cuales
angustia o pánico sin nombre, sin palabras, o intensa depresión, devastadora, hacen
imposible todo procesamiento psíquico con riesgo consiguiente de quedar a merced del
goce del Otro, como objeto. Desde la perspectiva planteada anteriormente en cuanto a la
función de la palabra podríamos decir que en las patologías del acto el sistema protector o
entramado de contención constituído por el lenguaje tiene puntos de debilidad o fallas, no
18
Freud, S. (1915). Nuestra actitud ante la muerte, en Consideraciones sobre la guerra y la muerte.
Bs. As.: Amorrortu editores. 1998.
19
Lacan, J. (1955). El seminario sobre “La carta robada”. México: Siglo Veintiuno editores. 1975.
20
Rifflet-Lemaire, A. (1986). Lacan. Bs. As.: Editorial Sudamericana.
alcanzando para impedir que el sujeto quede a merced del goce del Otro, no pudiendo
hacer uso del lenguaje o no teniendo eficacia el mismo para ponerle límite a dicho goce.
A través del acto puede apelarse a "quita-penas", como decía Freud de la droga
en el escrito “El malestar en la cultura”, anteriormente citado. O bien como decía Lacan:
"No hay otra definición de la droga que ésta: es lo que permite romper el casamiento con
el pipi"22, como sustracción del orden fálico que intenta el adicto, con la pretensión es
eludir las demandas, las regulaciones y las coacciones que el gran Otro de la cultura
impone al sujeto.
21
Lacan, J. (1974). Seminario 22. RSI. Publicación E. F. B. A. (sin fecha)
22
Lacan, J.: Palabras de apertura en Jornadas de Cartel. 1969.
Del padre dice que era un vicioso del juego. Trabajaba en la calle, tenía un puesto
de diarios. “Los otros, los amigos, tenían siempre necesidades que él tenía que
solucionar. Era más importante darle plata a sus amigos que llevarla a casa”. Había
trabajado anteriormente en la rama textil, habiendo sido delegado gremial. “Papá ganó
mucha plata pero no llevaba nada a casa” De su madre comenta que “ella fue y es
trabajadora”, y que salió a trabajar siendo los hijos chicos porque no entraba suficiente
dinero a la casa para alimentarlos y mandarlos al colegio.
A los veinte años Sergio se va a vivir con una mujer separada que tenía una hija. A
los veintiocho años comienza a consumir, y ante el interrogante respecto de qué recuerda
de aquél tiempo comenta que “el malestar empezó cuando emergió el descanso”… “se
produce una especie de vacío”. “Bajo presión trabajo muy bien, y el descanso me
molestó, cuando perdí el trabajo. ¿Qué hago con el tiempo libre? me preguntaba”
Desde los treinta y cinco comienza a usar la vía inyectable. Sergio comenta que se
inyecta cuando está sólo. No comparte ni nunca compartió el consumir, incluso antes de
empezar a drogarse por vía intravenosa.
Respecto de los motivos por cuáles habría empezado su relación con la droga,
contesta:
“Para mí la droga no era una enfermedad sino un hábito. No sabía que me hacía
ocultar un montón de broncas que tenía adentro. No existe una comprensión conciente.
Aparte trabajé con un grupo de adictos al salir de una granja en la que me interné para
dejar la cocaína. Tenía herramientas para darme cuenta, pero bueno, uno no se da
cuenta. Yo siempre digo: el cardiólogo se muere de un infarto, sin darse cuenta que tiene
un infarto. A mí me pasaba lo mismo, no comprendía lo que me pasaba. Me ahogué de un
día para el otro. Accidentalmente conocí una persona que consumía y empecé a
consumir”
Sergio: “Porque tuve presiones durante muchos años. Un día hubo un relax.
Cuando ya dejaron de joder nuestras familias, el ex marido, un primer hijo… me relajé. Y
entonces se me vino el mundo abajo. El descanso me molesta. Funciono bien bajo
presión.”
Luego plantea que a partir de la falta de presión no supo qué hacer con su mujer:
“No sabía de qué hablar con mi pareja. No había más problemas. Y empecé a
convertirme en mi viejo. Fui a trabajar con mi viejo. Mi enfermedad también es mi viejo”
“No me di tiempo para vivir. Absorbo conocimientos y no me sirven para nada. No tenía
posibilidades de goce. No podía decirles a los demás lo que me pasaba, no podía antes ni
tampoco puedo hacerlo ahora”
Ante la mayor necesidad económica y la dificultad de poder ganar más dinero,
aparece la droga como la salida paradójicamente protectora, al hacerle olvidar “el dolor de
no poder llevar plata a casa”.
“Empecé a llegar tarde a casa”. “¿Para qué le voy a llevar tan poco?, mejor
compro droga, pensaba”. “Terminé siendo el fiel reflejo de mi viejo, no pudiendo asumir la
parte de responsabilidad que me correspondía como hombre, como esposo y como
padre”
Sergio: “Esto es bastante recurrente, desde los seis a los cuarenta años si me
obligan a hacer algo yo sé lo que tengo que hacer, lo que me corresponde, cuál es mi
obligación. Esto es cuando me obligan y no tengo alternativa. Pero si usted me dice: vos
tenés que decidirlo, puedo estar horas analizando cómo hacer para no hacerlo. Los
límites los conozco desde que nací. Yo sabía que mi situación en Congreso (se refiere al
lugar donde vivía) era muy enfermiza pero la seguía sosteniendo. Cuando tengo que
definir desde mí me cuesta mucho”
Sergio: “Me dijeron que una vez crucé una calle drogado pero yo no me acuerdo”.
“Recuerdo sí dos sobredosis. Una conciente. Me di un pico y había hablado previamente
de esto a mi hermana. Le dije que estaba muy drogado, pasado de droga, y corté. Fui a la
pieza y volví a drogarme. Gracias a ella, que me buscó por distintos lugares donde
habitualmente iba y me encontró, pude zafar. Ese día estaba frustrado porque las cosas
no salían bien y me quería matar. Había perdido mucho. Había perdido a mi mujer, a mi
familia. Mi mujer me dijo ‘esto no va más’ y se fue”.
“En otra oportunidad con motivo de que me querían crear una causa judicial me fui
a un hotel y empecé a inyectarme. Luego, gracias a un comisario que me conocía, me
auxiliaron y pude salir bien”
En su buena medida el goce fálico permite a una madre "dar lugar" o ubicar a su
bebé para obturar su falta, pues a través del goce fálico se procura bloquear la eficacia de
la castración. Pero si el goce fálico que la madre obtiene de su hijo es excesivo, no deja
espacio, se lograría la completud, y del lado del hijo, del “nene”, puede ser sentido como
aplastante Goce del Otro, quedando entonces en lugar de objeto que garantiza el
taponamiento de la falta, de la castración materna. Lo que en el nudo borromeo de tres de
la madre es goce fálico aumentado o inflado, en el nudo borromeo del hijo se dibuja como
fuerte y avasallador Goce del Otro. Cuando el Goce del Otro (materno) es tan fuerte, y
está debilitada la función paterna, hay angustia, porque la castración es desmentida, y
entonces hay problema en puerta: el engarce entre los tres registros es endeble y al niño
le cae sobre sí, con todo su peso y paralizándolo, el Goce del Otro primordial, sin espacio
suficiente para deseo propio. En las patologías del acto en general, y en las adicciones en
particular, podemos pensar en la existencia de una debilitada función paterna, lo cual
complica el trabajo clínico apuntando a lo simbólico tal como se platea en una “simple”
neurosis, sin la presencia recurrente del acto.
Es posible trabajar con el dispositivo psicoanalítico apuntando al síntoma,
recordando, como lo planteáramos en el capítulo referido a síntoma y acto, que en el
mismo se produce en el nudo borromeo un desplazamiento del registro de lo simbólico
sobre el registro de lo real, tratándose de dar cuenta de ese real que provoca angustia en
el sujeto. En lugar del pensar y de la posibilidad de asociar libremente, para recordar y
elaborar, trabajándose sobre el síntoma, atendiendo a la regla fundamental del análisis, el
sujeto recurre al acto, agieren dice Freud, cuando un afecto inmanejable o devastador
hace imposible tal procesamiento o trabajo de elaboración, y esto se consolida como
único recurso en las patologías del acto.
Entre el enigma y la cita, proponía Lacan al referirse a la interpretación, siendo
posible pensar que las intervenciones del analista apuntarán en esa línea en cuanto a lo
simbólico prioritariamente, y también hacia lo imaginario o hacia lo real. Pero esta
propuesta debe adaptarse a la clínica con drogadependientes que no se entregan al juego
con los significantes que convocan lo simbólico. Así pues, debido a la importancia de la
posición desmentidora de la castración predominante en las drogadependencias quedan
postergadas las interpretaciones que apuntan a lo simbólico, por lo cual el analista
intentará enfrentar al enigma desde otra dimensión, siendo un recurso que se utiliza el
presentar intervenciones en lo real que se desplazan bordeando lo imaginario y lo real,
constituyéndose en instrumento válido en tanto provocan desconcierto, malhumor, no
entender... desacomodando la suposición de haber encontrado LA solución al problema
de la castración. Algo “no se puede”, no se alcanza a entender, y es a esto, a la falta, a lo
que la intervención desde lo real enfrenta procurando debilitar la desmentida.
Las intervenciones clínicas orientadas en procura de abrir R, el registro de lo real,
para intentar hacer emerger la significación fálica, para volver a poner en funcionamiento
el agujero real de lo Real, son necesarias cuando la desmentida actúa prioritariamente. El
analista trabaja en la línea de reforzar la función paterna debilitada apuntando a remarcar
la castración de ese Otro Real Puro Goce en dirección a que se vaya marcando una
mayor separación que la existente, pues en tanto se vaya debilitando el goce fálico
materno, el Goce del Otro tendrá menos peso y podrá el sujeto ir corriéndose del lugar de
objeto en el que resignadamente se ubicó/fue ubicado. La intervención en lo real desde el
analista propiciaría permitir el corte al enfrentar al sujeto a un interrogante que remarca la
castración, ¿qué está haciendo?, ¿por qué hace eso?, surgiría como pregunta en el
paciente con extrañeza ante lo que sorprende expresándose como irrupción de lo real.
Cuando se trabaja teniendo en cuenta el aporte lacaniano del nudo borromeo en
entrevistas con un adicto, al incidirse con las intervenciones analíticas sobre el goce fálico
puede permitir que se abra la cuerda de lo real y el objeto a puede caer, de manera tal
que quede como ilusión el capturarlo nuevamente, siendo éste el trabajo con el fantasma
de cada quien, para que en el sujeto pueda ir fortaleciéndose el deseo que se encuentra
debilitado.
Las intervenciones en lo real que se utilizan en la clínica con adicciones se
orientan al intento de producir movimiento en la zona que delimita la influencia del Goce
del Otro para que pueda ir abriéndose y marcándose un corte en la presencia opresora
que somete al sujeto. En tanto pueda ir abriéndose la cuerda de lo real, vía intervención
en lo real, se descomprimirá la presión que lo imaginario ejerce sobre lo simbólico y se irá
reduciendo la fuerza de la problemática de la drogadependencia en dirección al
fortalecimiento del deseo que estuviera debilitado.
Al operarse sobre lo real de lo real, o sobre lo real del registro imaginario tal como
lo consideraremos en próximo espacio, las intervenciones del analista en un decir sin
palabras apuntarán a aquellos afectos que en las patologías del acto se eludieron y se
podrá penetrar respetuosamente en el atrincheramiento defensivo lo cual permitirá al
sujeto entender que hay Otro que no lo goza, en tanto lo escucha valorándolo y otorgando
un lugar a su padecer que fuera desmentido. Semblanteo de diálogo sobre lo cotidiano,
recursos gestuales, acto analítico o intervenciones en lo real, proponer al paciente estar
atentos ante las repeticiones marcando el accionar de la desmentida... son intervenciones
todas que irán preparando el camino para un trabajo posterior sobre lo simbólico cuando
la represión tenga nuevas fuerzas, debilitado el recurso defensivo desmentidor con el que
el adicto suponía poder protegerse al recurrir al drogarse eludiendo las palabras que
referían a afectos sentidos como inmanejables.
Por cierto, la propuesta es considerar lo oportuno de uno u otro tipo de
intervención, aclarando que las intervenciones en lo real no es exclusividad de la clínica
con drogadicción, pues de lo contrario estaríamos contradiciendo lo explicitado
anteriormente en cuanto a la consideración de la misma como patología del acto que se
presenta en cualquiera de las estructuras freudianas y además que las intervenciones en
lo real, en lo imaginario y en lo simbólico dependen de cómo se perfile en la clínica la
posición del analizante y lo oportuno de cada uno de ellas se definirá en la dirección de la
cura.
Reiteramos que, en tanto no habría clínica peculiar de drogadicción o
drogadependencia, el analista deberá estar atento a “momentos” en los cuáles el sujeto
en análisis se abre al juego discursivo del asociar y del elaborar, para poder diferenciarlos
de aquellos otros en los cuáles se produce el atrincheramiento en la posición
desmentidora que es base de las patologías del acto y que se presenta por lo tanto en
adicción a drogas y bebidas alcohólicas que es objeto de estudio de este capítulo.
Otro punto de especial importancia en la clínica con esta configuración clínica de la
adicción a drogas, así como con patologías del acto en general, es considerar el aporte de
Lacan respecto del sinthome, que desarrolláramos en otro capítulo de este libro, en un
trabajo de facilitar su construcción o consolidación como refuerzo del Significante del
Nombre del Padre debilitado si bien no forcluído.
Que no se pierda el sujeto, que no quede sepultado por la droga, es la apuesta en
la clínica psicoanalítica que jerarquiza el lugar del sujeto como protagonista y propone la
desmitificación del poder demoníaco de la droga que no sería otra cosa que objeto o
sustancia que se toma o se deja, y que puede ser sustancia o droga, una u otra cosa,
según como cada quien elige definirla siendo responsable en ello.
Bibliografía:
DSM 5: Guía de consulta de los criterios diagnósticos del DSM 5. Arlington. VA.
Asociación Americana de Psiquiatría. 2013.