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Reflexiones sobre la gestión cultural bajo el Per... https://journals.openedition.

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Nuevo Mundo
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New world New worlds

Débats | 2008
El Peronismo revisitado: nuevas perspectivas de análisis – Dossier coordinado por Marcela Gené y
Moira Cristiá

FLAVIA FIORUCCI

Reflexiones sobre la gestión


cultural bajo el Peronismo
https://doi.org/10.4000/nuevomundo.24372
[10/02/2008]

Résumés
English Español
This article briefly describes the evolution of the cultural administration
during Perón’s rule. It studies the bureaucratic reforms that brought in
those years (the creation of a Sub Secretary of Culture and a Direction of
Culture later on). The analysis permits to observe a cycle that goes from the
expansion of the state on that regard, to budgetary cut-downs. The last
phase coincides with a time in which the attempts to attract intellectuals to
work with the state are abandoned. The article also explores the content of
the cultural policies implemented by the state during those years.

Este artículo describe brevemente el derrotero de la administración cultural


bajo el peronismo deteniéndose en las reformas burocráticas que se dieron
en esos años (la creación de la Subsecretaría de Cultura y la Dirección de
Cultura luego). El análisis permite observar un ciclo que va de la expansión
estatal en el área a otro donde dominado por los recortes. Esto coincide con
otro ciclo: el de las estrategias que el estado ensaya con los intelectuales.
En dicho terreno se registra un primer momento animado por el objetivo de
integrar a la intelectualidad y otro de políticas con ánimos censuradores. El
artículo también ofrece un breve análisis del contenido de las políticas

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culturales que se implementaron desde el mencionado aparato burocrático.

Entrées d’index
Keywords : Peronism., Intellectuals, autonomy, Cultural Policy, Intellectual
Field, Sub Secretary of Culture
Palabras claves : intelectuales, Peronismo., autonomía, Política Cultural,
Campo Intelectual, Subsecretaría de Cultura

Texte intégral
1 La imagen asociada con el nacimiento del peronismo, la de las
masas avanzando hacia la Plaza de Mayo el 17 de octubre de 1945,
le dio a este movimiento político una identidad “plebeya” y
“antiintelectual” que lo acompaña desde entonces. La
intelectualidad vernácula reaccionó en su mayoría con una mezcla
de horror y estupor a lo que se les aparecía como la reivindicación
de la barbarie y como la confirmación de la amenaza más temida: la
instauración del fascismo en el país. Los años posteriores, los de
Perón presidente, no recibieron tampoco una pintura más
auspiciosa. Diagnósticos contemporáneos hablaban de la
“indigencia espiritual”. De un país que – como afirmaba el escritor
Héctor Murena en la revista Sur en 1950 - “toda actividad cultural
[resultaba]… un equívoco … un tenue vapor del invernadero que un
viento helado [dispersaba] en pocos segundos.”1. Estas
descripciones se sumaban a   la quejas por un nacionalismo
exacerbado, un “patrioterismo” que trazaba una estética estatal
definida por el “color local”.2 No obstante, este gobierno que en la
visión de sus detractores censuraba y desdeñaba a sus elites
cultivadas, llevó adelante un conjunto de transformaciones en el
terreno de la administración cultural. Es en esos años cuando el
estado incorporó una serie de dependencias para coordinar la
administración de la cultura creando la Subsecretaría de Cultura
luego Dirección de Cultura e incrementó notablemente el gasto
público en cultura. Fundó además un organismo – la Junta Nacional
de Intelectuales – tendiente a organizar y patrocinar las actividades
de la intelectualidad. Es decir, el gobierno expandió su esfera de
acción hacia ámbitos que atañían a la vida intelectual y cultural
tanto en su dimensión más simbólica como material. ¿Cómo leer
estas iniciativas a la luz del vehemente rechazo que el peronismo
suscitó en la intelectualidad? ¿Pueden ser unilateralmente
interpretadas como la prueba de los ánimos censuradores del
régimen? ¿Existía, en lo ideológico, tal hiato entre la política oficial
y el campo intelectual? ¿Se mantuvo la política cultural inamovible a
lo largo de todo el periodo? A través de una breve lectura del
derrotero institucional de la administración cultural bajo el
peronismo este capítulo se propone acercar algunas reflexiones
sobre la gestión cultural del peronismo y sobre las reacciones que
ésta última suscitó en la intelectualidad local.3 La intención es

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observar las luchas que se tejieron alrededor de una institución que


era fundada con la manifiesta intención de adjudicarse el monopolio
de la definición de la política cultural a nivel nacional dado que en
este proyecto de transformación burocrática se dirimieron
posiciones y debates cruciales a la hora de delimitar las relaciones
entre el estado y el campo intelectual.4

La gestión cultural en los inicios del


Peronismo: Instituciones y
proyectos
2 La pertinencia del patronazgo estatal de la cultura ha generado,
allí donde el tema ha sido planteado, numerosos conflictos porque
se temía que la cultura quedara subsumida a una lógica político-
instrumental. No obstante, el patronazgo y la coordinación estatal
de la cultura crecieron en paralelo con el surgimiento de los estados
benefactores. La intervención estatal ofrece ventajas financieras y
de recursos; permite además poner potencialmente en marcha un
proyecto cultural capaz de representar la “nación” y no tan sólo a
una clase social, como sucede con las iniciativas asociadas a la
filantropía de las clases altas.5 El estado por su parte, tiene interés
en avanzar sobre el área porque la cultura puede constituir una
herramienta de cohesión, inclusión y control social.  En el caso de
Argentina, fue durante la década del treinta cuando surgieron las
primeras instituciones que testimoniaban la voluntad oficial de
sistematizar el patronazgo y centralizar la política cultural, sobre
todo en lo concerniente a la denominada “alta cultura”, en
instancias burocráticas específicas. Creaciones que se insertaban en
el telón de fondo de un estado cuya estructura burocrática se
ampliaba, y en un contexto donde éste último había asumido un rol
regulador.6   En 1931, bajo el gobierno de José F. Uriburu, fue
Debate intervencion del E vs
fundada por decreto del poder ejecutivo la Academia Argentina de Autonomia de los artistas
Letras cuya misión principal era velar “la pureza del idioma
español”, “otorgar a los escritores la significación social que les
correspondía” e “infundir en el pueblo la noción de la importancia
de la literatura.”7 La creación de la Academia mostraba cierto
equilibrio entre el respeto por la autonomía del campo intelectual y
la voluntad intervencionista: pese a que una fracción de los
académicos eran nombrados por el estado, a partir de allí la
Academia estaba habilitada para funcionar independientemente,
redactaba su propio reglamento y elegía sus autoridades. Se le
adjudicaba discrecionalidad para decidir sobre los premios literarios
instituidos por el gobierno y sobre las cuestiones relacionadas con el
lenguaje. Sin embargo, la creación de la Academia generó los
primeros resquemores de algunas figuras intelectuales que no veían
con agrado un proyecto al que leían como el avance de la política
sobre el mundo literario. Algunos de los académicos escogidos
renunciaron antes de asumir el cargo como el caso de Alberto

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Gerchunoff o Ricardo Rojas. En 1933 se instituyó junto con la


reforma de la ley de propiedad intelectual (ley 11.723) un
importante programa de subsidios estatales para la creación
artística e intelectual y se estableció la Comisión Nacional de
Cultura cuyo fin era fomentar el cultivo de las letras y las artes en el
país. En esta participaban representantes de la cultura y figuras de
la política. Tan sólo un año después el estado auspició la fundación
de la Comisión Argentina de Cooperación Intelectual y la Academia
Nacional de Bellas Artes.8
3 En el caso del peronismo, la primera invención en  la materia fue
importante. Se separó  en febrero de 1948 el Ministerio de Justicia e
Instrucción Pública creando primero la Secretaria de Educación de
la Nación y el Ministerio de Educación un año después.9 Según el
decreto los temas relacionados con la educación y la cultura habían
alcanzado un grado de complejidad e importancia que se hacía
necesaria la formación de un despacho especial para su gestión.10
Esta reforma era acompañado de otro cambio substancial: la
fundación de la Subsecretaría de Cultura. La creación de esta
agencia tenía una justificación doble. Por un lado se explicaba
porque   en “el plan de gobierno figura[ba] entre sus capítulos
esenciales el fomento de la cultura y el fortalecimiento de sus
instituciones representativas” y por el otro porque el nuevo régimen
quería dar “su propia orientación” a la cultura, “fijar [sus] objetivos
y controlar [su] ejecución”11. La Subsecretaría proyectaba orientar
sus iniciativas a dos audiencias diversas: “los productores y los
consumidores de cultura” intentando además corregir asimetrías similar a lo que dice marechal
en proyecciones culturales
regionales entre el interior y Buenos Aires, tanto en relación a la
creación como al consumo cultural. Si bien la nueva dependencia
cultural se asentaba sobre el andamiaje institucional creado en la
década del treinta la misma introducía dos objetivos innovadores: la
democratización y el acento en la federalización del consumo
cultural.12 El aumento de las partidas presupuestarias para el área
puede leerse como un signo del “compromiso” político del régimen
con la empresa. Estas se triplicaron, pasando de 1.355.500 pesos a
  3.817.000 pesos.13 El gobierno nombró al historiador Antonio P.
Castro al frente de esta institución. Castro había sido director del
Palacio San José en Entre Ríos y cuando fue designado
subsecretario ostentaba el cargo de director del Museo Sarmiento y
presidente de la Comisión de Cultura.
4 ¿Cómo reaccionó la intelectualidad local ante estas nuevas
creaciones burocráticas? La instauración en mayo de 1948 de la
Junta Nacional de Intelectuales, el primer experimento de la
Subsecretaría de Cultura, dejó al descubierto las tensiones que las
iniciativas del peronismo generaban entre los literatos locales. La
idea de la Junta estaba inspirada en el pedido de algunos
intelectuales, no todos peronistas.14 Oportunamente, varios
intelectuales habían reclamado a Perón por la precariedad de la
  situación económica del sector y   éste había respondido con el
proyecto de la Subsecretaría y de la Junta que debía actuar bajo
esfera de la primera. La Junta asumía como misión expresa extender

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los beneficios de la reforma social peronista al sector de los


“trabajadores intelectuales”. Debía paliar la “situación de injusta
pobreza” en que la clase intelectual desarrollaba su tarea, “rayana a
menudo –según el decreto- en la indigencia”.15 El documento que
reglamentaba la constitución de la Junta establecía que la
organización “promovería la investigación y la creación literaria,
artística, científica y técnica y … velaría por todas las
manifestaciones de la cultura y su difusión”.  Si bien la normativa
estipulaba que “ninguna iniciativa del gobierno, bajo pretexto
alguno, ha[bría] de interferir [con] el ejercicio de la libertad del
trabajador intelectual”, las reacciones que la creación de esta
organización suscitó en el campo intelectual dejaron al descubierto
las sospechas que generaba entre los literatos locales las
intervenciones del peronismo en el área cultural.
5 El gobierno, viendo que la creación de la Junta podía constituirse
en una oportunidad para cooptar a un sector que en su gran
mayoría le era hostil convocó a la intelectualidad en su conjunto a
participar en la fundación de dicha organización. En un Teatro
Cervantes repleto, se desarrolló la sesión en donde se debía votar la
conformación de este nuevo órgano que prometía institucionalizar la
voz de los intelectuales dentro de la burocracia estatal. Si bien la
lista de miembros propuesta por el gobierno para conformar la
controvertida Junta reunía a acólitos y detractores, contando con
intelectuales abiertamente peronistas como Gustavo Martínez
Zuviría o Delfina Bunge y antiperonistas como Carlos Alberto Erro o
Eduardo Gonzáles Lanuza, la discordia fue la nota de la reunión. El
antiperonismo decidió oponerse un proyecto que no era otra cosa
para ellos que un intento del gobierno de controlar la cultura y se
rehusó a conformar la institución. Sin siquiera escuchar aún los
últimos fundamentos del proyecto, declaró desde los diarios en un
comunicado firmado por la Sociedad Argentina de Escritores:

No habiéndose precisado las directivas del mencionado organismo, se


anticipan a manifestar categóricamente que la cultura no puede ser
dirigida; que en su libertad cada vez más dilatada y segura tiene su
fundamento, que es inherente a la discusión de este grave problema la
reposición de los intelectuales separados de sus cargos u obligados a
renunciar; el restablecimiento integral de la libertad de prensa, el
levantamiento de la censura radiofónica, cinematográfica y teatral y la
suspensión de las limitaciones que afectan al derecho de reunión.16

6 El rechazo revelaba la defensa de la autonomía del campo


intelectual frente a un estado que ya había dado signos elocuentes
de su afán expansionista. La creación de la Junta – y conjuntamente
la de la Subsecretaría – ponía sobre el tapete un debate profundo y
constitutivo a la formación del campo intelectual que ya había
aparecido en los años treinta. Sin embargo es plausible pensar que
la resistencia de los antiperonistas a este proyecto no implicaba una
posición doctrinaria en contra del avance del estado sobre la
cultura. Si recordamos que la Sociedad Argentina de Escritores,
donde participaban la gran mayoría de los literatos locales, tenía
hasta fines de 1947 un representante en la Comisión Nacional de

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Cultura, es factible pensar que la intransigencia de los intelectuales


a la Junta y a la Subsecretaría tenía más que ver con un
cuestionamiento concreto al estado peronista, al elenco de
funcionarios escogidos y no a la conveniencia misma de una política
cultural o del patronazgo estatal. Finalmente los temores de los
antiperonistas no se cumplieron: la Junta no fue un instrumento
regulador porque ésta enseguida perdió ímpetus hasta ser cerrada
por un decreto en 1953.17
7 ¿En que medida las lecturas de los intelectuales sobre los ánimos
de la gestión cultural eran acertados? ¿Buscaba tan sólo el gobierno
centralizar e intervenir con un proyecto como el de la Junta?
¿Lograr la domesticación de un sector que le era hostil? Si bien no
es posible descifrar los fines ocultos del gobierno sí podemos
rastrear las causas que explican la negativa reacción de los
intelectuales locales. Los recelos de la intelectualidad antiperonista
frente al nuevo proyecto tenían concretos fundamentos en la
realidad: la exoneración de sus cargos de un número importante de
profesores universitarios hablaba por sí solo de los impulsos
censuradores del régimen. A esto se sumaban los efectos de la
politización que se había dado en el campo intelectual desde los
años treinta donde el antifascismo era dominante. Desde dicha
postura iniciativas como las de la Junta resultaban sospechosas. El
gobierno, por su parte, actuó con torpeza si buscaba vencer las
resistencias de la intelectualidad. La selección de nombres
desconocidos para conformar la nueva dependencia, sobre todo
incapaces de lograr apoyos alimentó un conflicto típico del campo:
el de los reconocidos y las figuras menores. Tal como advierte Pierre
Bourdieu, el campo intelectual tiene sus dominados y dominantes,
constituye un campo de fuerzas y de luchas que buscan conservar o
transformar jerarquías internas. En 1948 ya hacía varios años que el
campo cultural argentino operaba con cierta autonomía. Contaba
con espacios de sociabilidad específica y había logrando la
imposición de criterios de distribución de prestigio internos, aún en
aquellos ámbitos donde su labor se realizaba en conjunción con la
del estado.18 Aún cuando el peronismo no se propuso en ningún
momento una completa renovación de los círculos intelectuales sí
permitió a muchos personajes de trayectorias deslucidas, figuras del
interior poco reconocidas a nivel nacional, la posibilidad de una
mayor visibilidad integrándolos a instituciones estatales o
haciéndolos acreedores de galardones que difícilmente sus pares les
hubieran concedido. El caso de Castro no escapaba a la denuncia de
Rojas: director de un museo en la provincia de Entre Ríos dos años
después dirigía la dependencia estatal encargada de definir la
política cultural nacional.
8 Como se mencionó, a la hora de crearse, la Subsecretaría había
de vuelta creadores y
dispuesto que su labor debía orientarse a dos audiencias, los asimiladores
productores de cultura y   a sus consumidores Si la Junta fue el
proyecto “estrella”, aunque fracasado, destinado a este primer
público, varias fueron las políticas que la Subsecretaría intentó para
el segundo de los grupos. Con un afán primordialmente distributivo,

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no exento de preocupaciones “civilizadoras”,   la Subsecretaría Junta de Intelectualres --


abocó desde un principio sus esfuerzos a hacer posible el consumo Creadores
de alta cultura a la mayor cantidad de público. A tan solos días de Asimiladores --- Alta cultura
accesible
ser inaugurada dispuso la consecución de un “plan integral de N19
política cultural”, el que debía ser diseñado por la Comisión de
Cultura.19 Varias y con suerte dispares fueron las actividades del
gobierno programadas por este plan. Entre ellas cabe recalcar por
ejemplo la del Tren Cultural: una especie de centro cultural
itinerante que tenía como misión recorrer el país llevando “la
cultura” a las poblaciones alejadas. Este debía trasladar al interior
conjuntos teatrales y artísticos, orquestas, exposiciones pictóricas,
escritores y libros. Paralelamente a este proyecto se sumaban otras
políticas que tenían el mismo “afán democratizador” que se le
quería dar a la nueva agencia estatal. Se organizó un programa de
conferencias y audiciones radiales, un programa de teatro para
niños de los hogares obreros, se creó una Orquesta de Música
Popular. La Comisión de Bibliotecas Populares dependiente de la
Subsecretaria acusó un dinamismo extraordinario, entre cosas
porque se aumentaron sus partidas en forma notable (de 1.309.935
pesos en 1946 pasó a tener  3.578.865 en 1946).  El ciclo cerró con
mas 1600 bibliotecas subvencionadas y congregando a 5.535.521
lectores según estadísticas del año 1954. En julio de 1949 se ordenó
la institución de un Gran Certamen Nacional de Teatro Vocacional,
el cual se inspiraba en el intento de fomentar la labor de los grupos
teatrales en el interior del país, “raramente visitados por compañías
teatrales”, atentos además a que “tales cuadros constituyen núcleos
experimentales de los que surgirán nuevas personalidades para
incorporarse a la escena nacional”. La resolución que disponía la
creación de este concurso estipulaba además que “el apoyo a dichas
Apoyo a las vocaciones
manifestaciones artísticas [las vocacionales] ocupa[ban] un lugar de N20
preferencia dentro de las actividades planificadas por esta
subsecretaría”.20 El estado no imponía un “contenido rector” de
“una” política cultural – como sucedía con la idea de un tren que
desde el centro se dirigía a la periferia -  sino que fomentaba un
espacio por donde discurría la espontaneidad creativa del pueblo.21
No obstante sería erróneo pensar que el contenido de cultura que se
promovía delineaba una estética estatal centrada en el color local y
en lo popular. Si ciertas iniciativas podrían abonar dichas tesis: la
fundación del Instituto del Folklore, o la creación de la Orquesta de No localismo
Música Popular, otras la desmentían, como la Orquesta Sinfónica. El N21
famoso decreto que dictaminó que la obligatoriedad de pasar el 50%
de música nacional en las salas de espectáculos estaba basado en
consideraciones económicas (proteger a la corporación de músicos e
intérpretes) y sólo secundariamente apelaba a motivos
22
nacionalistas. Por otro lado, la misma Orquesta de Música Popular,
definía lo popular como toda música consumida por el pueblo, aún la
extranjera.23 La apelación a la tradición (cuando se hacía) no era un
Gaucho y tradicion en la
elemento novedoso. Como sostiene Alejandro Cattaruzza, la inconografia peronista
apropiación estatal del gaucho y la consecuente reivindicación de
las prácticas culturales folclóricas, la identificación de dicha figura

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como esencia de la identidad nacional, precedía al peronismo.24


Además, el estado seguía abonando la idea de existía una cultura Ojo! diferencia entre
superior que era la que debía llevarse del centro a la periferia. jerarquizacion cultural/
Cuando Castro asumió citó las palabras de Perón: “la vulgarización democratizacion/ legitimo
de nuestra cultura deber servir como elemento espiritual para
captar a las masas de emigrados, facilitando por esa vía generosa la
absorción”. Es inherente al objetivo de la democratización cultural
la jerarquización. Dicho propósito se basa en la visión de que hay
una cultura legítima, lo que se busca es diseminar su acceso. En
consecuencia el pueblo aparece como un sujeto a ser renovado
donde las prácticas de la cultura popular no tienen valor artístico o
estético.
9 La creación por parte del Ministerio de Educación de las
denominadas “Misiones Monotécnicas” (1947), que tenían entre Ver visiones monotecnicas
--- Detectar grado de
otros el rol manifiesto de “irradiar cultura” a las comunidades desarrollo cultural?
rurales nos ofrece un ejemplo acabado de cuál era finalmente la
visión del gobierno del grado de desarrollo cultural del pueblo.25 El
estado proyectaba lo popular como una esfera de actividad creativa Lo popular =/ de lo
"verdadero"
pero no un espacio – tal como era postulado por el romanticismo – N26 VER!
de “una autenticidad o verdad que no se hallaría en otra parte”.26
“Hasta en el pueblo más lejano” llegaba ahora el arte, proclamaba la
revista Mundo Peronista. “Hasta donde jamás llegó un signo de la
cultura metropolitana” llegaba un concertista, que en el relato de la
revista, provocaba una reacción nueva y desconocida para una
familia que vivía en el monte.27 Cuando Perón decía que la “cultura
si no es popular no es cultura”,   no proponía un rescate sin
cortapisas de las tradiciones populares, se refería en forma expresa
Peron y la cultura
a la necesidad de “borrar tantas décadas de olvido … y capacitar a
las masas para que se ilustraran en todo lo posible, poner a su
alcance los medios más comunes y elementales de estudio … y
lograr por ese medio su elevación cultural”. 28 La misma estructura
burocrática de la Subsecretaría de Cultura centralizada en la
Capital Federal respondía a una implícita  jerarquía entre la cultura
urbana (“metropolitana”) y la del interior. Subrayaba la distancia
entre un “mundo” (el de la ciudad) que podía “irradiar cultura” –
utilizando el lenguaje del régimen – y uno que podía recibirla. El
peronismo abrevaba en un tópico clásico de las elites letradas
latinoamericanos que en Argentina había tenido su elaboración más
acabada en Sarmiento: la ciudad como foco civilizador.29 A la hora
de interpretar el énfasis al apoyo de las vocaciones no debe Apoyo vocacional = intencion
politica
descartarse una estrategia de recambio: el estado busca crear sus Peronismo reproduce
propios cuadros artísticos.30 Dicha política no desafiaba las asimetria centro-periferia
jerarquías culturales sino que intentaba reproducirlas; en
consecuencia, las reforzaba.

La intervención estatal: censura y


cooptación después de 1949

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10 En 1949, la reforma constitucional, incorporó a la carta magna un


artículo que estipulaba expresamente la responsabilidad estatal en
“la protección y fomento” de las ciencias y las artes. Dicho artículo
establecía además criterios para determinar aquello que constituía
el patrimonio cultural de la nación incluyendo en éste todas “las
riquezas artísticas e históricas” y dictaminaba que éstas quedarían
sujetas a la “tutela del estado”. La Constitución imponía por lo tanto
la necesidad de elaborar un aparato legislativo que pudiera
reglamentar las nuevas disposiciones y es de esperar que la
Subsecretaría estuviera llamada a jugar un rol importante en la
consecución de esta labor. Sin embargo en julio de 1950, con el
ingreso del nuevo ministro de Educación (Armando Méndez de San Subsecretaria baja a
Direccion Nacional de Cultura
Martín) se transformó a la Subsecretaría en una Dirección Nacional Castro (presidente de la
de Cultura. Castró, quien consiguió quedar como presidente de la comision nacional del cultura)
es reemplazado por Jose
Comisión de Cultura, fue reemplazado por un joven poeta vinculado Castiñeira de Dios
al catolicismo: José Castiñeira de Dios. El cambio de nomenclatura,
significaba que se bajaba el rango de la agencia al pasar de una
Subsecretaría dependiente directamente del Ministro de Educación
a una dirección y además se recortaba un 1/3   las partidas
presupuestarias.
11 La nueva agencia sugería la aceptación de un fracaso: el del
proyecto de la Subsecretaría y sobretodo de aquel que proponía
incluir a la intelectualidad en su conjunto en la elaboración de una
política estatal, lo que fue aceptado por el estado cuando disolvió la
Junta de Intelectuales (1953). El recorte también se hizo evidente en
la disolución de la Comisión Nacional de Folclore que había sido
abierta por la Subsecretaría de Cultura en 1948.  Por otro lado, el
hecho de que a pesar de ser creada en 1950, el funcionamiento de la
Dirección de Cultura no se reglamentó hasta 1954, revela la poca
importancia que se le asignaba a la nueva burocracia que siguió
funcionando casi por inercia. De esta forma, la Dirección de Cultura
sólo esporádicamente se ocupó de las nuevas exigencias
establecidas por la Constitución proclamada en 1949. Esta retomó
las iniciativas culturales que se había originado en los años
anteriores pero con un presupuesto y un entusiasmo más modesto.
Religiosamente continuo organizando el Certamen de Teatro
Vocacional, transformó el proyecto del Tren Cultural en más
humildes fiestas provinciales de cultura e instituyó nuevos
certámenes como el Salón Nacional de Estudiantes de Artes
Plásticas siguiendo esa idea que aparecía tan cara al peronismo
como la que era fomentar las vocaciones. Subsidió también algunos
proyectos populares distribuyendo subsidios aislados como por
ejemplo el que le dio en 1951 al Museo de Bellas Artes de la Boca.
12 En cuanto a los denominados “productores de cultura”, pese al
ruidoso fracaso que la Subsecretaría de Cultura había tenido en
convocar a la intelectualidad en su conjunto, el estado no abandonó
completamente sus intentos por intervenir en el campo intelectual.
Esto se puede observar tanto en los esfuerzos por promover los
premios de la Comisión Nacional de Cultura como en el decreto que
reglamentó el funcionamiento de las academias nacionales. Estas

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dos tentativas por intervenir en el campo intelectual hablaban de la


coexistencia de estrategias estatales incompatibles con respecto a
las clases letradas: la cooptación en el caso de los premios y la mera
subordinación y censura en el caso de las academias.  En 1951,  a
pesar que las partidas para cultura habían sido reducidas, el
gobierno aumentó el monto recibido por el premio de la Comisión
Nacional de Cultura de 15.000 a 40.000 pesos. Instauró además 12
nuevos premios nacionales a investigaciones académicas y textos
literarios, e instituyó   una serie de premios regionales. Junto con
esto inició un programa de becas para intelectuales americanos
para que concurran a la Argentina a estudiar e investigar. Sin
embargos, los esfuerzos fueron vanos. Para ser escogido como
ganador de los premios de la Comisión había que inscribirse. En
1955 el estado volvió a aumentar los premios nacionales a 60.000
pesos y cambió el reglamento que regía la asignación de los
galardones porque en muchos de ellos no habido ninguna
presentación. Se derogó la obligatoriedad de la publicación oficial
del trabajado ganador. El estado aceptaba tácitamente su escasa
legitimidad para distribuir prestigio en el campo intelectual: El Estado deja de ser
importante en la cultura
estimaba que sólo exentos del deber de publicar en la editorial
oficial los intelectuales se presentarían al concurso.31 Era cierto que
ya desde los primeros días del peronismo los premios oficiales
habían perdido valor luego que el gobierno le quitó el Primer Premio Peronismo le quita un premio a
Ricardo Rojas
de la Comisión de Cultura a Ricardo Rojas y se lo otorgó a un
escritor revisionista con escasas credenciales motivando un
escandaloso episodio.32 Sin embargo, la indiferencia a la importante
recompensa económica estipulada debe relacionarse con otras
políticas que se desplegaban en paralelo. El conflicto que se inició a
fines de 1950 por la legislación que pretendía regular el
funcionamiento de las Academias Nacionales explicaba en gran
medida la apatía, no exenta de temor y desconfianza, con que los
intelectuales reaccionaron a la modificación en los premios.
13 En septiembre de 1950, el Congreso de la Nación promulgó una
ley que establecía el objetivo de las Academias y estipulaba que el
Poder Ejecutivo debía reglamentar su funcionamiento.33 El proyecto
fue materia de una acalorada discusión entre los legisladores. Los
diputados peronistas lo defendieron invocando los clásicos
reproches a una intelectualidad que acusaban de antipopular y
antinacional.34 Recién en 1952 el Poder Ejecutivo sancionó el
decreto respectivo. El mismo, justificado en que el gobierno nacional
debía ser el “rector y el organizador de toda actividad que interese
al patrimonio social, tanto en el terreno cultural como en el
científico”, centralizaba la fiscalización de la labor de las Academias
a un órgano recientemente creado (el Consejo Académico Nacional).
El nuevo reglamento establecía entre otros requisitos que la
designación de los académicos de número debía ser aprobada por el
Poder Ejecutivo y que los miembros de más de sesenta años debían
  retirarse.35 En el caso de las academias privadas el gobierno se
erigía con la potestad para crearlas, intervenirlas o negarles
personería jurídica. El requerimiento de lo sesenta años implicaba el

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virtual vaciamiento de las academias. Por ejemplo, de los 21


académicos de la Academia de Letras, tan sólo uno – el poeta
Francisco Luis Bernárdez – era menor. En lugar de reestrucutar
estas entidades culturales la normativa provocó renuncias masivas.
En las dimisiones que fueron reproducidos en la prensa se acusaba
al gobierno de avasallar “el derecho de asociación, la libertad de
pensamiento y de expresión”.36 El nuevo reglamento no logró por lo
tanto poner en práctica lo que parecía ser su objetivo explicito: una
estrategia de recambio resultando por el contrario en la virtual
parálisis de dichas asociaciones. Esto revela el poder – aunque
relativo – de la intelectualidad antiperonista frente al estado ya que
ésta última fue capaz de desarticular uno a uno los distintos
proyectos estatales que intentaron regular la vida intelectual.
14 Cuando no se había disipado el conflictivo clima provocado por el
decreto referente a las Academias el gobierno presentó el II Plan
Quinquenal. Este rescataba el artículo constitucional que postulaba
la responsabilidad estatal en la promoción de las artes y las letras. A
pesar de esto, a partir de 1952, la gestión de la nueva burocracia
estatal languideció por completo y el estado paso a convertirse en
un verdadero desorganizador del mundo letrado mostrando sus
aristas más censuradoras. Varias instituciones de la cultura local
tales como la Sociedad Argentina De Escritores, el Museo Social o el
Colegio Libre de Estudios Superiores experimentaron a partir de
1952 diversos episodios de censura.37 Señal de cambio en la política
cultural con respecto a la denominada “alta cultura” fue la asunción
en octubre de dicho año de un nuevo Director de Cultura: el  Sr.
Raúl de Oromi quien se había desempeñado hasta entonces en el
cargo de Subsecretario de Informaciones de la Presidencia de la
Nación, secundando en su tarea a Raúl Alejandro Apold. Este último
había sido el encargado de llevar adelante la política de propaganda
del régimen, siendo el responsable de la progresiva peronización del
imaginario público, sobretodo a partir de 1950.38
15 Hubo en 1954 un último intento por vigorizar la Dirección de
Cultura al regularse su funcionamiento. En dicho reglamento se
apelaba a reforzar el contacto con las distintas agencias que
conformaban la Dirección de Cultura y se volvían a reformular sus
objetivos. Esta vez, el pueblo era el único sujeto de las políticas a
desarrollarse. Al estipular como función de la Dirección: “despertar,
elevar el sentido estético del pueblo, con el fin de crear un ambiente
Marechal Puro
de buen gusto que permita el nacimiento de las vocaciones”
quedaba claro que no estaba en el horizonte la revaloración sin
reservas de la cultura popular. Pero fue la inestabilidad institucional
la nota distintiva de la gestión en los últimos meses. Luego del
intento de repuntar la gestión cultural, Oromí fue reemplazado por
otra figura que dificultosamente lograría simpatías en el mundo
letrado: el profesor Enrique Catani, director de la Escuela superior
de Bellas Artes de Eva Perón, titular de la cátedra de literatura
argentina en la Facultad de Humanidades de la UBA de la cual
también era vicedecano. Casi es redundante en este caso afirmar
que los recurrentes cambios de personal implican la imposibilidad

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de institucionalizar objetivos y reglas de juego, o lo que es lo mismo,


implican serias trabas a la consecución de un proyecto.   Catani Quien era y cuales?
prometió, como todos sus antecesores en el puesto, planes
refundacionales. Una vez más – aunque por razones distintas – los
tiempos de la política serían igual de implacables. La Revolución
Libertadora abortaría los proyectos de este profesor universitario.

Reflexiones finales
16 La propuesta inicial del estado peronista de regular y legislar
sobre la cultura, especialmente la alta cultura, coincidió con un
clima de época. Entre 1935 y 1943 funcionó en Estados Unidos el
primer programa federal de financiamiento de las artes. En Brasil la
constitución establecida por el Estado Novo en 1937 estipuló el
deber estatal de contribuir directa e indirectamente en el
desenvolvimiento cultural del país, lo que estimuló la fundación de
diversas instituciones artísticas, científicas y de enseñanza.39 En
Inglaterra fue alrededor de la década del treinta cuando comenzó a
discutirse el tema del patronazgo estatal.40 En el caso de Argentina,
el avance del estado en la gestión cultural se retrotrae a los años
treinta y el estado peronista en un principio continúo un proyecto
que lo antecedía introduciendo algunas innovaciones. Pero
claramente bajo el peronismo el nuevo aparato institucional
enfrentó numerosas dificultades para constituirse en el motor de
una política cultural estatal más activa. Varios son los motivos que
se pueden asociar a este fracaso. Por un lado, existió una evidente
periodización en voluntad política: el proyecto inicial que era el de
la continuidad  languideció a principios de 1950 y murió para 1952,
lo que se reflejó en la inicial expansión y posterior recorte de los
recursos económicos que el estado dispuso para la gestión de la
cultura. A esto también debemos asociar los ánimos dispares que
primaron en uno y en otro momento en relación a qué tipo de
vínculo intentar establecer con los intelectuales, quienes debían
legitimar el proyecto.   Ánimos que se observan si se compara la
distancia entre un proyecto (aún si algo contradictorio) como el de
la Junta (1948) y el que llevaba adelante la reglamentación de las
Academias (1952). La defensa desde la primera hora de la
autonomía del campo realizada por la intelectualidad fue decisiva a
la hora de limitar el radio de acción del estado. No obstante, sería
equivocado deducir del rechazo de la intelectualidad el intento del
peronismo de socavar las jerarquías entre lo que comúnmente se
denomina como baja y alta cultura. Los proyectos de la burocracia
cultural bajo el peronismo no sólo abrevaban en el más liberal de los
proyectos, educar al soberano, sino que hacían hincapié en
dispositivos y valores propios de la llamada cultura alta como el
libro. El modo en qué los sectores populares reprocesaron estas
intervenciones queda como interrogante abierto. Es plausible
aventurar que las mismas contribuyeron a la construcción de la
ciudadanía social del peronismo, se unieron como un capítulo más –

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aunque menor – a la prometida democratización del bienestar


ofrendada por el movimiento popular.41 Nuevamente vemos, que
como en otros capítulos de la historia de este gobierno, en el tema
cultural es en la democratización donde el régimen tiene, aunque
limitados, ciertos éxitos. El estado reconocía el consumo y la
producción (aunque fuese torpe y amateur) de cultura como factores
fundamentales en el desarrollo de la personalidad y la sociabilidad.

Notes
1 Hector Murena, “Los penúltimos días (Calendario)”, Sur, 183 (1950), p.71.
2 Estela Canto, “Crónica de cine”, Sur, 185 (1950), p.70.
3   El interrogante sobre la política cultural conlleva una serie de
complicaciones. En principio, el mismo objeto de estudio - la política
cultural - resulta sumamente complejo de delimitar dada la dificultad de
definir aquello que puede ser englobado bajo este concepto. En lugar de
definir a priori aquello que se entiende como política cultural, se recurre
aquí a un camino inverso: observar aquello que el estado designa como área
de acción de su burocracia cultural.
4 Esta lectura no se plantea estudiar la política cultural del peronismo, si no
los esfuerzos de una dependencia estatal creada para definirla y
coordinarla. La aquí propuesta es necesariamente una mirada recortada:
existían una multiplicidad de otras dependencias estatales que se ocupaban
de la cultura.
5 Ver Paul DiMaggio, “Emprendimiento cultural en el Boston del siglo XIX:
la creación de una base organizativa para la alta cultura en Norteamérica,
en Javier Auyero, Caja de Herramientas- El lugar de la sociología
norteamericana, (Universidad Nacional de Quilmes, Bernal 1999),
pp-163-198.
6 Esta tendencia fue evidente en el capítulo económico. A partir de la crisis
de 1930 el estado argentino asume un rol más preponderante en la
regulación de las fuerzas de la economía. Fue en ese entonces que se
estableció el Banco Central y las Juntas Reguladoras.
7 Decreto de la creación de la Academia de Letras, 13 de agosto de 1931.
Sobre los pormenores de la creación de la Academia ver Manuel Gálvez,
Recuerdos de la vida Literaria II,(Buenos Aires, Taurus, 2003), pp. 93-104  y
Carlos Ibarguren, La Historia que he vivido,(Buenos Aires, Editorial
Universitaria de Buenos Aires, 1969) 452- 467.
8   Ver detalles en Jesus Mendez, Argentine Intellectuals in the Twentieth
Century, 1900-1943, (PhD Tesis, The University of Texas at Austin, 1980),
pp. 314-188.
9   Según el decreto tanto el secretario de educación como la Secretaria
tenían prerrogativas de ministro y ministerio respectivamente.
10 Ver Boletín del Ministerio de Educación, N 7, febrero de 1948.
11 Boletín del Ministerio de Educación, N 2, febrero de 1948, p. 12.
12 La Subsecretaría se organizó en cinco departamentos que hablan de las
tareas que se proponía esta agencia al ser creada: Departamento de
Difusión Cultural; Departamento de Bellas Artes; Departamento de
Investigaciones Culturales; Departamento de Conservación de la Cultura y
Departamento de Política Cultural ejercido por el mismo subsecretario.
Boletín del Ministerio de Educación, 31 de marzo de 1949
13 Ver detalle en Decreto 1709, 24 de enero de 1949, incorporado al Boletín
del Ministerio de Educación, N 13, Enero de 1949. Esto representa una
proporción claramente mayor a la que aumentó el gasto público real en su
totalidad, que creció en el período que va de 1947 a 1948 en
aproximadamente un 40% para luego estacionarse. Proporcionalmente, el
incremento para cultura es también mayor a aquel que fue considerado “el
principal motor de las inversiones estatales”: el gasto en defensa que se
incrementó en dicho período en un 60 %. Estos datos están calculados o
recabados en base a una tabla de gasto público real reproducida por  Pablo
Gerchunoff, Lucas Llach, El ciclo de la ilusión y el desencanto. Un siglo de

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políticas económicas argentinas, (Buenos Aires, Ariel, 2003), p. 179.


14 Elías Castelnuovo, Carta a Manuel Gálvez, 3 de marzo de 1947, Archivo
Gálvez, Academia Argentina de Letras.
15 Decreto N 15484, 28 de mayo de 1948, N 5, Boletín del Ministerio de
Educación, p.1530.
16 La Nación, 21, 22 y 23 Diciembre 1947, La Prensa 22 y 23 de diciembre
1947.
17   Sobre la Junta ver Flavia Fiorucci,   Neither Warriors Nor Prophets:
Peronist and AntiPeronist intellectuals, 1945-1956, (Tesis Doctoral,
Universidad de Londres, 2002)
18   Entre ellos podemos mencionar los mecanismos de elección
independiente de los miembros de la Academia de Letras, la creación de la
Sociedad Argentina de Escritores, la extensa lista de premios y hasta la
tácita y compartida aceptación de una jerarquía de publicaciones.  
19   Decreto N 11.415, 22 de abril   de 1948, Boletín del Ministerio de
Educación, N4, p.1058.
20 Boletín del Ministerio de Educación, N 18, 19 de Julio de 1949.
21   Se estipulaba que el jurado debía estar formado por la Asociación
Argentina de Actores, la Asociación gremial de Actores, Sociedad de
Autores (Argentares), la Asociación de Críticos Teatrales de Buenos Aires y
la Sociedad Argentina de Empresarios Teatrales.
22 Decreto 3371, 31 de diciembre de 1949.
23 El folklore no fue una preocupación exclusiva del peronismo. cuando el
peronismo llegó al poder ya estaba instalado en las elites.
24   Ver Alejandro Cattaruzza y Alejandro Eujanian, “Héroes Patricios y
Gauchos Rebeldes. Tradiciones en Pugna”, en Políticas de la Historia
Argentina 1860-1960, (Buenos Aires: Alianza Editorial, 2003), pp. 217- 262
y Alejandro Cattaruzza, “Descifrando pasados: debates y representaciones
de la historia nacional”, en Alejandro Cattaruzza (comp.), Crisis económica,
avance del Estado e incertidumbre política (1930-1943), (Buenos Aires:
Sudamericana, 2001), pp. 426-476. Sobre la aparición del gaucho en la
iconografía del peronismo ver Gene, Un mundo, pp. 108-116
25   Las misiones empezaron a funcionar en 1947 y tenia como misión
“educar al campesinado rural”. No sólo se les enseñaban técnicas agrícolas,
artesanía, nociones de economía sino también se organizaba una biblioteca
y una discoteca.
26   Ver Jesús Martín-Barbero, De los medios a las mediaciones
Comunicación, cultura y hegemonía, (Ediciones Gilli, México, 1988), pp.18.
 Los escritores que se afiliaron al peronismo tampoco vieron en “lo popular”
un lenguaje para operar un cambio en lo literario. Ver Andres Avellaneda, El
Habla de la Ideología,  (Buenos Aires, Sudamericana, 1983), p. 22.
27   “Hasta en el pueblo más lejano”, Mundo Peronista, N 1, N9, 15 de
noviembre, p. 1.
28 Mundo Peronista, subrayado es mío.
29 Sobre el “ideal urbano” en América Latina y su relación con la cultura
letrada ver Ángel Rama, La Ciudad Letrada, (Montevideo: Arca, 1995).
30   La voluntad de recambio se puede relacionar a las dificultades que
enfrentó el gobierno para lograr apoyos en la familia intelectual. Según Luis
Ordaz el apoyo del peronismo al teatro vocacional se explicaba por su
conflicto con el teatro independiente liderado por figuras opositoras como la
de Leónidas Barletta. Luis Ordaz, El Teatro en el Río de la Plata, (Buenos
Aires: Leviatán, 1957).   
31 El sueldo de un maestro que recién se iniciaba en la docencia era de 300
pesos.
32 Ver “Los escritores y la SADE: entre la supervivencia y el antiperonismo.
Los límites de la oposición (1946-1956)” Prismas-Revista de Historia
Intelectual,  N°5, 2001
33 Las academias tendrán por objeto la conservación, fomento y difusión de
la cultura en sus diversas manifestaciones, así como el asesoramiento
permanente de los poderes públicos, cuando le fuera requerido.
34 Sobre los usos de lo popular ver Pierre Bourdieu “Los usos del pueblo”,
en Pierre Bourdieu Cosas Dichas, (Madrid, Editorial Gedisa, 1993), pp.
152-157.
35   El PEN tenía además el derecho de elegir sobre quien recaería la
presidencia entre aquellos ternados por el recientemente fundado Consejo

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Académico.
36 Ver La  Nación, 3 de octubre de 1952.
37   Federico Neiburg, Los intelectuales y la invención del peronismo,
(Alianza Editorial, Buenos Aires, 1998).
38   Plotkin, Mañana, p. 126. Sobre su labor en la Subsecretaría de
informaciones ver Marcela Gené, Un Mundo Feliz – Imágenes de los
trabajodres en el primer peronismo 1946-1955,(Fondo de Cultura
Económica, Buenos Aires, 2006), especialmente capitulo 1 .
39   Daryle Williams, “Gustavo Capanema, ministro da cultura”, Angela de
Castro Gomes, Capanema: o ministro e seu ministério, (FGV, 2000) p.256.
40   Ver Milton C. Cummings Jr, Richard S. Katz, The Patron State
Government and the Arts in Europe, North America and Japan, (Oxford:
Oxford University, 1987).
41   Ver Elisa Pastoriza y Juan Carlos Torre,   “La democratización del
bienestar en los años peronistas”, en J.C Torre (comp), Los Años Peronistas,
Tomo VIII, Nueva Historia Argentina,   (Editorial Sudamericana, Buenos
Aires, 2002).

Pour citer cet article


Référence électronique
Flavia Fiorucci, « Reflexiones sobre la gestión cultural bajo el Peronismo », Nuevo
Mundo Mundos Nuevos [En ligne], Débats, mis en ligne le 10 février 2008, consulté le
03 mai 2020. URL : http://journals.openedition.org/nuevomundo/24372 ; DOI :
https://doi.org/10.4000/nuevomundo.24372

Auteur
Flavia Fiorucci

Quilmes/Conicet

Droits d’auteur

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