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1.

LA LIBERTAD HUMANA Y CRISTIANA

Por: Josué Oswaldo Bárcenas Hernández

1.1 El don de la libertad

Nos encontramos ante un don dado por Dios, pero al mismo tiempo ante un reto, ya
que, la libertad implica tantas cosas para nuestra vida concreta. Por la Revelación sabemos
que La vocación divina del hombre pide de él una respuesta libre en Jesucristo.
A libertad la experimentamos en lo concreto de nuestra propia persona, en el centro de
nuestra propia persona, vivimos lo que somos y nos damos cuenta, desde en el hontanar de
nuestro existir que no puede haber sino un acto de inteligencia y de elección: nosotros
éramos conocidos antes de existir y hemos sido elegidos entre infinitos seres posibles.
Hasta ahí llega la razón. Y, en profunda sintonía con sus exigencias aclaratorias. Desde la «
fe cristiana se enseña que cada persona humana es creada por el propio Dios. Más aún, y
con mayor precisión, que el espíritu humano sólo puede ser originado, de forma directa e
inmediata, por el propio Dios. Pero el núcleo sustancial de la persona lo constituye el
alma espiritual»1. Por lo tanto, nos encontramos, con la realidad de que ninguno de
nosotros existe por azar o por necesidad, sino que ha sido querido y escogido por Dios
mismo. Si pensamos bien, si el hombre no trascendiera los mecanismos biológicos que lo
han causado, estaría completamente a merced de esos elementos, sin la menor posibilidad
de decir verdaderamente: «“yo actúo”, “yo elijo”. Con otras palabras: no cabría afirmar
razonablemente la libertad de la persona, si al mismo tiempo se sostuviera que mi
existencia queda del todo explicada mediante sus antecedentes físicos y biológicos. Las dos
afirmaciones —“el hombre es libre” y “el hombre es sólo un individuo más de la especie
humana”— no pueden ser racionalmente sostenidas al mismo tiempo»2.
Por tanto, nos damos cuenta con el planteamiento anterior, desde una manera ad
libitum, que desde un marco filosófico y teológico, el hombre no puede menos que ser
libre. Es propio de su dignidad y responsabilidad que, siendo dueño de sus acciones, guarde
la ley natural y la ley de la gracia y adherirse a Dios que se reveló en Cristo. Se nos dice en
el Catecismo de la Iglesia Católica una definición bastante precisa de lo que es la
libertad. «La […] es el poder, radicado en la razón y en la voluntad, de obrar o de no
obrar, de hacer esto o aquello, de ejecutar así por sí mismo acciones deliberadas. Por el
libre arbitrio cada uno dispone de sí mismo. La libertad es en el hombre una fuerza de
crecimiento y de maduración en la verdad y la bondad. La libertad alcanza su perfección
cuando está ordenada a Dios, nuestra bienaventuranza»3. Bajo este encuadre es claro que
la libertad, es un don dado por Dios al hombre, en el cual,  “Quiso Dios “dejar al hombre

1
C. CAFFARRA, «La libertad humana en la concepción cristiana I. El origen y el destino de la libertad. Human
Freedom in the Christian Tradition I. Origin and Destiny of Freedom», p.13
2
ídem.
3
CEC, n.1731.
en manos de su propia decisión” (Si 15,14.), de modo que busque a su Creador sin
coacciones y, adhiriéndose a Él, llegue libremente a la plena y feliz perfección”4.
La libertad siempre se encuentra situada entre la elección del bien y el mal, «Hasta que
no llega a encontrarse definitivamente con su bien último que es Dios, la libertad implica
la posibilidad de elegir entre el bien y el mal, y por tanto, de crecer en perfección o de
flaquear y pecar. La libertad caracteriza los actos propiamente humanos»5. Es claro que la
vida se marca por este anhelo de elegir a Dios como el Sumo Bien y en la medida que lo
elegimos el a este Sumo Bien, vamos encontrando la verdadera libertad. Pero en contraste
con esto, también es una experiencia que fallamos en la elección de este bien total y de
tantas cosas, y esto lo explicamos por la herida que tenemos por el pecado original. La
libertad del hombre caído quedó herida, no puede cumplir las obligaciones de la ley natural
por mucho tiempo, sin el auxilio de la gracia divina; pero la gracia eleva y fortalece de tal
manera su libertad que viviendo en la carne, está en capacidad de vivir santamente en la fe
de Jesucristo (Cfr. Gal. 2,20).
Por el pecado encontramos como bien lo menciona el Catecismo de La Iglesia Católica:
« [qué] la libertad del hombre es finita y falible. De hecho el hombre erró. Libremente
pecó. Al rechazar el proyecto del amor de Dios, se engañó a sí mismo y se hizo esclavo
del pecado. Esta primera alienación engendró una multitud de alienaciones. La
historia de la humanidad, desde sus orígenes, atestigua desgracias y opresiones
nacidas del corazón del hombre a consecuencia de un mal uso de la libertad»6.
En cristo descubrimos el verdadero sentido de la libertad, que se dona y salva al
hombre, ya que, en su cruz sabemos lo que es nuestra vida como donación total a los
demás. En este sentido todos nosotros como cristianos, estamos llamados a trabajar con
dedicación y sinceridad en el orden temporal de las cosas para que en lo posible se den las
mejores condiciones para el ejercicio de la libertad de cada uno.
Es este un compromiso que compartimos todos, aún con lo que no creen, aunque deben
también saber que esta obligación les urge a ellos por razones más válidas y apremiantes;
pues no se trata de promover solo un bien terrenal, sino el bien inestimable de la gracia y la
salvación eterna.
El amor de Dios es creativo, como también lo es el amor humano, más creativo que el
amor humano. El amor de Dios no es sólo su presencia, como una disposición amigable,
misericordiosa, buena. Si no que su amor salta al hombre, lo marca en su ser más profundo,
le da nueva impronta, le da nueva capacidad, la nueva libertad para el hacer. En esta línea
se puede citar el texto de San Pablo «El amor de Dios ha sido derramado en nuestros
corazones por medio del Espíritu que se nos ha dado» (Rom 5,5).
El amor de Dios alcanza en nosotros realmente a nuestra misma realidad, nos hace
efectivamente libres y capaces de amar; pues el amor de Dios, como cualquier amor, es

4
Íbidem, n. 1730.
5
CEC, núm. 1732.
6
Ibídem, n. 1739.
creativo y súper-creativo. Bajo este enfoque es realmente cierto lo que nos dice el
Catecismo de la Iglesia Católica en el 1742:
« La gracia de Cristo no se opone de ninguna manera a nuestra libertad cuando ésta
corresponde al sentido de la verdad y del bien que Dios ha puesto en el corazón del
hombre. Al contrario, como lo atestigua la experiencia cristiana, especialmente en la
oración, a  medida que somos más dóciles a los impulsos de la gracia, se acrecientan
nuestra íntima verdad y nuestra seguridad en las pruebas, como también ante las presiones
y coacciones del mundo exterior. Por el trabajo de la gracia, el Espíritu Santo nos educa
en la libertad espiritual para hacer de nosotros colaboradores libres de su obra en la
Iglesia y en el mundo»...
Concluimos diciendo que nos encontramos ante esta nueva realidad, que es el don del
amor, el don de la verdadera libertad. Este efecto de la gracia divina, nos muestra la
transformación interior del hombre por obra de Dios, que viene llamada y vivificada por la
colaboración libre de la creatura al plan divino de amor de Dios.

2. EL PECADO DEL HOMBRE

Ahora pasando al siguiente tema que es el pecado del hombre, hay que considerar que
la doctrina del pecado original no es sino el aspecto negativo de la solidaridad de los
hombres en Cristo. Y presupone a su vez que el hombre ha sido creado por Dios «en la
gracia”, que desde el primer momento Dios le ha ofrecido al hombre su amistad. Sólo así
tiene sentido hablar del pecado como ruptura de la alianza con Dios, de la comunión con
él»7. Es indudable que somos libres y estamos llamados a elegir como lo habíamos
comentado con anterioridad el Sumo Bien, pero muchas veces es un hecho lamentable que
erramos en esta elección, elegimos cosas que nos seducen por su apariencia del Bien.
El pecado hay que entenderlo como esa ofensa a Dios y el no consiente del hombre a
su proyecto de amor. Se nos dice en el catecismo de la Iglesia católica en el número 1849:
«El pecado es una falta contra la razón, la verdad, la conciencia recta; es faltar al amor
verdadero para con Dios y para con el prójimo, a causa de un apego perverso a ciertos bienes.
Hiere la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana. Ha sido definido como
“una palabra, un acto o un deseo contrarios a la ley eterna”».
Sabemos que por el pecado original nuestra naturaleza ha quedado herida, pero Dios en
su misericordia no ha abandonado al hombre, sino que por medio de su pedagogía divina,
ha llevado al hombre por medio de una historia de salvación, la Plegaria eucarística número
cuatro es muy esclarecedora en este sentido, nos dice:
«Tanto amaste al mundo, Padre santo, que, al cumplirse la plenitud de los tiempos, nos
enviaste como salvador a tu único Hijo. El cual se encarnó por obra del Espíritu Santo,
nació de María, la Virgen, y así compartió en todo nuestra condición humana, menos
en el pecado; anunció la salvación a los pobres, la liberación a los oprimidos, y a los

7
Ladaria Luis F. - Antropologia Teológica, Edit. Verbo Divino, Pamplona 1993, p.20.
afligidos el consuelo. Para cumplir tus designios, él mismo se entregó a la muerte y,
resucitando, destruyó la muerte y nos dio nueva vida. Y porque no vivamos ya para
nosotros, sino para él, que por nosotros murió y resucitó, envió, Padre, al Espíritu
Santo como primicia para los creyentes, a fin de santificar todas las cosas, llevando a
plenitud su obra en el mundo».
La respuesta de Dios ante el hombre caído en el pecado es la misericordia, es el enviar
a un salvador para el mundo, el cual, revela que Dios es un Padre lleno de amor y de
compasión.  
«El Evangelio es la revelación, en Jesucristo, de la misericordia de Dios con los
pecadores (cf.  Lc 15). El ángel anuncia a José: “Tú le pondrás por nombre Jesús,
porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt 1, 21). Y en la institución de la
Eucaristía, sacramento de la redención, Jesús dice: “Esta es mi sangre de la alianza,
que va a ser derramada por muchos para remisión de los pecados” (Mt 26, 28) »8.

Pero esta salvación que Dios nos da por medio de Jesucristo, es para el hombre
ciertamente un don, pero al mismo tiempo implica que el hombre acepte lo acepte y camine
junto con Dios, con toda su libertad para que pueda llegar a este fin último al que esta
llamado.
En Cristo Dios se ha mostrado rico en misericordia y nos llama al mismo tiempo a
acoger este don, Dios, «que te ha creado sin ti,  no te salvará sin ti” (San
Agustín,  Sermo  169, 11, 13). La acogida de su misericordia exige de nosotros la confesión
de nuestras faltas. “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos y la verdad no está
en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es él para perdonarnos los
pecados y purificarnos de toda injusticia” (1 Jn 1,8-9) »9.
La historia de la salvación es también historia de liberación del pecado. Todas las
intervenciones de Dios desde el Antiguo hasta el Nuevo Testamento tienen también la
finalidad de dirigir al hombre en la lucha contra las fuerzas del mal; la misión histórica de
Cristo se endereza a la destrucción del pecado y se realiza en el misterio de la cruz. Junto a
esta dimensión histórica de la historia de la salvación, también hay que notar que la historia
de la salvación es una realidad existencial para cada uno de nosotros.
La salvación traída por Cristo va mucho más allá de la redención del pecado. Ella es
de hecho la realización del designio de Dios de comunicarse en Jesucristo con una riqueza
que trasciende toda comprensión; es un designio que no se detiene ante la culpa de los
hombres, sino que les confiere una gracia sobreabundante con respecto a la muerte causada
por el pecado (Rom. 5, 15-17).
Por último, hay que notar que hay una variedad de pecados según su gravedad. Se
habla de que las condiciones para el pecado son: materia grave, pleno conocimiento y
consentimiento. Así mismo, se da la distinción entre pecado mortal y venial. El primero

8
CEC, núm. 1846.
9
Íbidem, núm. 1847.
destruye la caridad en el corazón del hombre por una infracción grave de la ley de Dios;
aparta al hombre de Dios, que es su fin último y su bienaventuranza, prefiriendo un bien
inferior. El segundo, deja subsistir la caridad, aunque la ofende y la hiere 10.
Finalmente hay que notar que nos entramos ante esta iniciativa de amor, por la cual
los hombres son llamados a participar, por medio del espíritu de Cristo, a la misma vida de
Dios, es siempre eficaz y actual en todos los tiempos. El hombre, aún pecador, queda
siempre incluido en el único orden querido por Dios es decir el de comunicare
benévolamente a nosotros en Cristo Jesús y por eso, movido de la gracia puede obtener la
salvación por la conversión.

10
Cfr. ídem, núm. 1855.

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