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2.

La sucesión de los Apóstoles

Después de esta breve mirada sobre el origen y sobre el centro cristoló-


gico del nuevo ministerio que Jesucristo ha instituido por la potestad que
se deriva de su propia misión, debemos hacernos la pregunta: ¿cómo se
entendió todo esto en la época apostólica? Y sobre todo, ¿cómo se pre- \\
senta el paso a la época post-apostólica; cómo se refleja en el Nuevo \
Testamento la successio apostolorum que junto a la fundación cristoló-
gica, constituye el segundo pilar importante de la doctrina católica sobre
el sacerdocio de la Nueva Alianza? En cuanto al primer punto, o sea, la
continuidad del comienzo cristológico en la época apostólica, podemos
ser muy breves, dado que los mismos testimonios de los evangelios
ofrecen un doble aporte histórico: de un lado remiten a lo que sucedió al
principio, en la obra de Jesús; de otro lado reflejan también las consecuen-
cias. Lo que nos dicen del oficio apostólico no testimonia sólo la historia
de los comienzos, sino que presenta también la interpretación del ministe-
rio apostólico en el acontecer de la Iglesia. Además, y sobre todo, tenemos
el importante testimonio de san Pablo, que en sus cartas nos hace ver por
así decir el apostolado en su desarrollo. El paso más importante me parece
la exhortación hasta implorante que se encuentra en la segunda carta a los
corintios: “ Somos embajadores de Cristo, como si Dios exhortara por
medio de nosotros. En nombre de Cristo os suplicamos: ¡reconciliaos con
Dios!” (2Co 5,20-21). Se manifiesta aquí en modo perfectamente claro la
función vicaria y el carácter de misión del ministerio apostólico, que antes
hemos considerado como la esencia del “s a c r a m e n t o aquí se hace
evidente la derivación de Dios de la autoridad que consiste precisamente
en la expropiación del yo, en el hablar-no-en-nombre-propio y que más
adelante induce a Pablo a decir: “ Nosotros somos los ministros de Dios”
(6,4). Aquí se resume brevemente el contenido del ministerio apostólico,
que Pablo llama “ ministerio de la reconciliación” (5,18), -de la reconci-
liación con Dios, que proviene de la cruz de Cristo y tiene por tanto
carácter “ sacramental” . Pablo presupone que el hombre de suyo vive en
la “ alienación” (Ef 2,12) y sólo a través de la unión con el amor crucifi-
cado de Jesucristo, esta alienación respecto a Dios y a la naturaleza
humana puede ser superada, sólo así el hombre puede alcanzar la “ recon-
ciliación” . La cruz, como 2Co 5 muestra claramente- es central en este
proceso de reconciliación y dado que, como suceso histórico, pertenece al
pasado, puede ser aplicada sólo de modo “ sacramental” , aunque aquí no
se diga en detalle de qué modo sucede. Pero si escuchamos la primera
carta a los corintios, veremos que bautismo y eucaristía son esenciales en
este proceso, ambos nunca separados de la Palabra del anuncio que suscita
la fe y la hace renacer. Por consiguiente, en Pablo resulta del todo evidente
que la potestad “ sacramental” del apostolado es un ministerio específico
y no define en algún modo la existencia cristiana en su plenitud, como
algunos han querido concluir del hecho que los Doce representan al
mismo tiempo el ministerio futuro y la Iglesia en su totalidad. La especifi-
cidad de la misión apostólica aparece claramente en el sentido descrito
donde Pablo en la primera carta a los corintios dice: “ Que nos tengan los
hombres por servidores de Cristo y administradores de los misterios de
Dios” (4,1). Justo en la primera carta a los corintios se describe la
autoridad del apóstol frente a la comunidad, cuando Pablo pregunta:
“ ¿Qué queréis? ¿Que vaya a vosotros con palo o con amor y espíritu de
mansedumbre?” (4,21). El apóstol que impone la excomunión ‘‘a fin de
que el espíritu pueda obtener la salvación en el día del Señor” (5,5) y que
si es necesario está dispuesto a “ venir con el palo” , no tiene nada que ver
con la anarquía pneumática que algunos teólogos de nuestros días quisie-
ran deducir de la primera carta a los corintios, como imagen ideal de la
Iglesia7.
Las cartas paulinas confirman y precisan lo que nosotros hemos
tomado de los evangelios: el oficio de los “ ministros de la Nueva
Alianza” (2Co 3,6) edificado cristológicamente hay que entenderlo sacra-
mentalmente. Ellas nos muestran al apóstol como titular de una autoridad
proveniente de Cristo en relación con la comunidad. En este cara a cara del
apóstol se prolongan el cara a cara de Cristo en relación al mundo y a la
Iglesia- aquella estructura dialógica que pertenece a la esencia de la
revelación. La fe no es una cosa autónomamente concebida; el hombre no
se hace cristiano a través de la reflexión o en virtud de una práctica moral.
El se hace cristiano siempre por una acción externa: a través de una gracia
que puede venir sólo a partir del otro, a través del Tú de Cristo en el cual
encuentra el Tú de Dios. Cuando se minusvalora este cara a cara, expre-
sión de la exterioridad de la gracia, se disuelve la estructura esencial del
cristianismo. Una comunidad que se hace tal por sí misma, ya no repro-
duce el misterio di alógico de la revelación y el don de la gracia que
proviene siempre de fuera y se puede únicamente recibir. Todo sacra-
mento postula el cara a cara de la gracia y de quien lo acoge; y esto vale
también para la palabra de Dios: la fe no viene del leer sino del escuchar;
la palabra del anuncio, en la que yo soy interpelado por el otro, pertenece
a la estructura del acto de fe.
Pero ahora debemos tocar el punto siguiente, preguntándonos: ¿este
ministerio de los apóstoles prosigue después de su muerte, existe una
“ sucesión apostólica” o este oficio es único e irrepetible como la vida
terrena, la muerte y la resurrección del Señor? A esta pregunta fuertemente
discutida, por mi parte no puedo responder más que con un par de relieves.
Ante todo hay que observar que a los inicios tenemos delante de nosotros
con una fisonomía claramente definida sólo el ministerio apostólico,
donde sin embargo la limitación del título de apóstol en torno a los Doce
fue hecha sólo en la teología lucana. Además, hay ministerios de diverso
género, que todavía no tienen una figura definida ni nombres establecidos:
según las diversas situaciones locales se diversificaban bastante. Hay

7Cfr. F.W. Maier, Paulus ais Kirchengrürtder und Kirchlicher Organisator,


Würzburg 1961, sobre todo el resumen p. 78.

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funciones de carácter prevalentemente superlocales como la del profeta y
del maestro, y con ellos oficios locales que, en el ámbito judeo-cristiano,
probablemente en conexión con el orden sinagoga!, se calificaron con la
noción de presbíteros, mientras que para el área pagano-cristiana encon-
tramos por primera vez en la carta a los filipenses el acoplamiento “ obis-
pos y diáconos” (1,1). La clarificación teológica de esta función madura
lentamente, y encuentra su forma esencial en la fase del paso a la época
post-apostólica.
Este proceso de clarificación se refleja en el Nuevo Testamento de
muchas formas. Quisiera ilustrarlo sólo con dos textos que me parecen
particularmente importantes. Pienso ante todo en el discurso de despedida
de san Pablo a los presbíteros de Mileto, al cual Lucas ha dado la forma de
testamento del apóstol, el cual con esta finalidad reunió a su alrededor
también a los ancianos de Efeso. El texto expresa una formal insistencia
en la sucesión: “ Tened cuidado de vosotros y de toda la grey, en medio de
la cual os ha puesto el Espíritu Santo como vigilantes para pastorear la
Iglesia de Dios, que él se adquirió con la sangre de su propio Hijo”
(20,28). Aquí los dos términos de “ presbítero” y “ obispo” se identifican:
ministerios judeo-cristianos y pagano-cristianos son equiparados y descri-
tos como un ministerio indiviso de la sucesión apostólica. Se establece
que el Espíritu Santo es el que introduce en este ministerio: no es la
comunidad, la que confía, por motivos de oportunidad a cada uno ciertas
funciones comunitarias, sino que el oficio es un don del Señor, el cual da
él mismo lo que sólo él puede dar. Gomo ministerio conferido pneumáti-
camente, es un ministerio “ sacramental” . Es finalmente la continuación
del oficio apostólico de apacentar la grey del Señor, y la asunción del
oficio de pastor que fue del mismo Jesús, donde no se olvida que el pastor
Cristo muere en la cruz: el buen Pastor da la propia vida por sus ovejas. La
estructura apostólica evoca el centro cristológico. Así, junto a la primera
identificación entre ministerios judeo-cristianos y pagano-cristianos y
junto a la unificación terminológica, se da relieve a una segunda y más
esencial identificación: el ministerio del presbítero y del obispo son,
según su naturaleza espiritual, idénticos a los de los apóstoles. Esta
identificación, con la cual se formula el principio de la sucesión apostó-
lica, Lucas la ha precisado ulteriormente con otra opción terminológica:
limitando la noción de apóstol a los Doce, distingue la unicidad del origen
de la continuidad de la sucesión. En este sentido, el ministerio de los
presbíteros y de los obispos es algo diferente del apostolado de los Doce.
Los presbítreros-obispos son sucesores pero no apóstoles ellos mismos. A
la estructura de la revelación y de la Iglesia pertenece así el “ semel” (una
vez) y el “ semper” (siempre). La potestad, fundada cristológicamente, de
reconciliar, apacentar, de enseñar, permanece inmutable en los sucesores,
pero éstos son sucesores en sentido correcto sólo cuando “ son asiduos en
el escuchar la enseñanza de los apóstoles” (Hch 2,42).

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Los mismos principios son formulados en un modo casi más amplio
en el espejo del presbítero de la primera carta de Pedro (5,1-4): “ Exhorto
a los presbíteros, yo co-presbítero, testigo de los sufrimientos de Cristo y
partícipe de la gloria que está para manifestarse: apacentad la grey de Dios
que os está encomendada, vigilando, no forzados, sino voluntariamente
según Dios, no por mezquino afán de ganancia, sino de corazón; no
tiranizando a los que os ha tocado cuidar, sino siendo modelos de la grey.
Y cuando aparezca el Mayoral, recibiréis la corona de gloria que no se
marchita” . He aquí de nuevo, en seguida, un importante proceso de
identificación: el apóstol se define como co-presbítero, para quien minis-
terio apostólico y presbiterado se identifican teológicamente. Toda la
teología del apostolado que hemos tratado en la primera parte se ha
transferido al presbiterado y de este modo se crea una teología del sacer-
docio propiamente neotestamentaria. Pero esta conexión de contenido
tiene un alcance hasta la historia de la Iglesia: ella es, por así decirlo, una
sucesión apostólica en acto; en ella está al mismo tiempo incluida la idea
de sucesión.
Pero si se lee en el contexto general de la carta, en este breve paso es
posible percibir otra importante adquisición teológica. Como en el dis-
curso de despedida de Mileto, también aquí el contenido del oficio apostó-
lico y sacerdotal se retoma de la palabra “ pascete” (apacentad), y defi-
nido a partir de la imagen del pastor. Debemos además relevar que Pedro
al final del segundo capítulo (2,25) define al Señor como “ pastor y Obispo
de vuestras almas” evocando esta definición en nuestro texto cuando
llama a Cristo el pastor por excelencia. La palabra “ epískopos” , en un
tiempo profana, se identifica ahora con la imagen del pastor y es un
apelativo propiamente teológico en el cual la Iglesia en su devenir desa-
rrolla su nueva y particular sacralidad. Si con la palabra co-presbítero
Pedro une el sacerdote con el apóstol, con la palabra epískopos (inspector,
custodio) lo conecta con Cristo mismo, epískopos y pastor unificando así
todo en la cristología. Por tanto podemos decir con toda claridad que al fin
de la época apostólica en el Nuevo Testamento nos encontramos en
presencia de una completa teología del sacerdocio neotestamentario, con-
fiada a las manos fieles de la Iglesia, y que en los altos y bajos de la
historia establece la ineliminable identidad del sacerdote.
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