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funciones de carácter prevalentemente superlocales como la del profeta y
del maestro, y con ellos oficios locales que, en el ámbito judeo-cristiano,
probablemente en conexión con el orden sinagoga!, se calificaron con la
noción de presbíteros, mientras que para el área pagano-cristiana encon-
tramos por primera vez en la carta a los filipenses el acoplamiento “ obis-
pos y diáconos” (1,1). La clarificación teológica de esta función madura
lentamente, y encuentra su forma esencial en la fase del paso a la época
post-apostólica.
Este proceso de clarificación se refleja en el Nuevo Testamento de
muchas formas. Quisiera ilustrarlo sólo con dos textos que me parecen
particularmente importantes. Pienso ante todo en el discurso de despedida
de san Pablo a los presbíteros de Mileto, al cual Lucas ha dado la forma de
testamento del apóstol, el cual con esta finalidad reunió a su alrededor
también a los ancianos de Efeso. El texto expresa una formal insistencia
en la sucesión: “ Tened cuidado de vosotros y de toda la grey, en medio de
la cual os ha puesto el Espíritu Santo como vigilantes para pastorear la
Iglesia de Dios, que él se adquirió con la sangre de su propio Hijo”
(20,28). Aquí los dos términos de “ presbítero” y “ obispo” se identifican:
ministerios judeo-cristianos y pagano-cristianos son equiparados y descri-
tos como un ministerio indiviso de la sucesión apostólica. Se establece
que el Espíritu Santo es el que introduce en este ministerio: no es la
comunidad, la que confía, por motivos de oportunidad a cada uno ciertas
funciones comunitarias, sino que el oficio es un don del Señor, el cual da
él mismo lo que sólo él puede dar. Gomo ministerio conferido pneumáti-
camente, es un ministerio “ sacramental” . Es finalmente la continuación
del oficio apostólico de apacentar la grey del Señor, y la asunción del
oficio de pastor que fue del mismo Jesús, donde no se olvida que el pastor
Cristo muere en la cruz: el buen Pastor da la propia vida por sus ovejas. La
estructura apostólica evoca el centro cristológico. Así, junto a la primera
identificación entre ministerios judeo-cristianos y pagano-cristianos y
junto a la unificación terminológica, se da relieve a una segunda y más
esencial identificación: el ministerio del presbítero y del obispo son,
según su naturaleza espiritual, idénticos a los de los apóstoles. Esta
identificación, con la cual se formula el principio de la sucesión apostó-
lica, Lucas la ha precisado ulteriormente con otra opción terminológica:
limitando la noción de apóstol a los Doce, distingue la unicidad del origen
de la continuidad de la sucesión. En este sentido, el ministerio de los
presbíteros y de los obispos es algo diferente del apostolado de los Doce.
Los presbítreros-obispos son sucesores pero no apóstoles ellos mismos. A
la estructura de la revelación y de la Iglesia pertenece así el “ semel” (una
vez) y el “ semper” (siempre). La potestad, fundada cristológicamente, de
reconciliar, apacentar, de enseñar, permanece inmutable en los sucesores,
pero éstos son sucesores en sentido correcto sólo cuando “ son asiduos en
el escuchar la enseñanza de los apóstoles” (Hch 2,42).
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Los mismos principios son formulados en un modo casi más amplio
en el espejo del presbítero de la primera carta de Pedro (5,1-4): “ Exhorto
a los presbíteros, yo co-presbítero, testigo de los sufrimientos de Cristo y
partícipe de la gloria que está para manifestarse: apacentad la grey de Dios
que os está encomendada, vigilando, no forzados, sino voluntariamente
según Dios, no por mezquino afán de ganancia, sino de corazón; no
tiranizando a los que os ha tocado cuidar, sino siendo modelos de la grey.
Y cuando aparezca el Mayoral, recibiréis la corona de gloria que no se
marchita” . He aquí de nuevo, en seguida, un importante proceso de
identificación: el apóstol se define como co-presbítero, para quien minis-
terio apostólico y presbiterado se identifican teológicamente. Toda la
teología del apostolado que hemos tratado en la primera parte se ha
transferido al presbiterado y de este modo se crea una teología del sacer-
docio propiamente neotestamentaria. Pero esta conexión de contenido
tiene un alcance hasta la historia de la Iglesia: ella es, por así decirlo, una
sucesión apostólica en acto; en ella está al mismo tiempo incluida la idea
de sucesión.
Pero si se lee en el contexto general de la carta, en este breve paso es
posible percibir otra importante adquisición teológica. Como en el dis-
curso de despedida de Mileto, también aquí el contenido del oficio apostó-
lico y sacerdotal se retoma de la palabra “ pascete” (apacentad), y defi-
nido a partir de la imagen del pastor. Debemos además relevar que Pedro
al final del segundo capítulo (2,25) define al Señor como “ pastor y Obispo
de vuestras almas” evocando esta definición en nuestro texto cuando
llama a Cristo el pastor por excelencia. La palabra “ epískopos” , en un
tiempo profana, se identifica ahora con la imagen del pastor y es un
apelativo propiamente teológico en el cual la Iglesia en su devenir desa-
rrolla su nueva y particular sacralidad. Si con la palabra co-presbítero
Pedro une el sacerdote con el apóstol, con la palabra epískopos (inspector,
custodio) lo conecta con Cristo mismo, epískopos y pastor unificando así
todo en la cristología. Por tanto podemos decir con toda claridad que al fin
de la época apostólica en el Nuevo Testamento nos encontramos en
presencia de una completa teología del sacerdocio neotestamentario, con-
fiada a las manos fieles de la Iglesia, y que en los altos y bajos de la
historia establece la ineliminable identidad del sacerdote.
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