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8/5/2020 Carreras clandestinas.

Cómo es correr por apuestas millonarias - LA NACION

CRÓNICAS

Carreras clandestinas. Cómo es correr por


apuestas millonarias

Ezequiel Brahim

17 de mayo de 2019

Q ue yo sea un atleta con casi una década de entrenamiento no importa, que haya
ganado una decena de carreras desde Ushuaia hasta Río de Janeiro, tampoco. Acá, en
una pista clandestina oculta en el corazón de Lugano, rodeada de monoblocks que
vigilan desde ventanas entreabiertas, todo eso no me sirve para nada. Ni trofeos ni

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medallas. Acá, dos corredores se juegan mano a mano cientos de miles de


pesos cash, billete sobre billete en una bolsa . El primero que cruza la línea
se vuelve rico; el segundo se descarta. Sin antidoping, sin excusas.
Bienvenidos al mundo de las picadas humanas.

¿Cómo yo, corredor de podios y fotitos en Instagram, que trota los domingos por
Palermo, terminé detrás de una gatera para "caballos" a punto de jugarme en 50 metros
contra el mayor apostador del circuito?

Fuente: Brando - Crédito: Sebastián Pani

El rumor llegó en el lugar menos pensado. En el otro extremo de la ciudad, entre chalets
tradicionales y edificios recoletos: el Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo
(CeNARD), en Núñez. Meca del deporte altruista y olímpico. Es decir, de los que sudan
por amor a la camiseta y no ganan un mango.

Javier Carriqueo, dos Juegos Olímpicos, récord nacional, una década viviendo y
compitiendo en Europa, detiene la marcha: "Tengo un contacto para ir a ver las picadas
humanas –susurra–. Nadie sabe dónde son ni cuándo se corren". Mira para atrás con

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cierta paranoia y remata: "Se necesita alguien para poder entrar". Javier es especialista
en carreras de larga distancia, así que solo irá de espectador. Esto es para hombres
ultraveloces, para los Usain Bolt, pero pobres, los que no salen en el diario
ni viajan por el mundo y en una sola carrera desean cambiar su suerte, su
destino. Y yo quiero conocerlos.

La cancha

Fuente: Brando - Crédito: Sebastián Pani

"Pero no somos dueños del terreno", aclara Larguirucho. "Por cada fin de semana que
hay carrera, le pagamos al dueño $5.000". El terreno es un amplio descampado, en el
partido de San Miguel, que muere en el río Reconquista. Larguirucho paga por un lado
y, por el otro, cobra $100 la entrada y otros $100 por auto. Unas 200 personas, unos 50
autos. Les dejo la cuenta, pero no es un mal negocio. Ah, y hay que sumarle algunos
extras de las mesas de timba que se ponen con dados y otros juegos y un puestito
bastante destruido donde se vende algo para comer y mucho para tomar.

"Más seca, más húmeda, a punto", dice Larguirucho que le piden la cancha los patrones.
Pero basta por ahora de cancheros. Ya contaremos cómo largan tras unas gateras de

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"caballos" y qué tan ingenioso y efectivo es el mecanismo para definir quién gana, con
milésimas de segundo de precisión. Ahora vamos a explicar qué es un patrón. Y cómo
terminé corriendo contra el más ganador de todos.

El patrón
El ambiente se ve siempre muy calmo. Sin embargo, los patrones suelen ir con algún
guardaespaldas amigo.

Fuente: Brando - Crédito: Sebastián Pani

Primero se llamó Pedro, aunque hoy todo el mundo lo conoce como Toyota. Pedro nació
hace 55 años en Paso de Patria, ahí donde se unen las aguas de los ríos Paraguay y
Paraná, en Paraguay. Allí, las carreras de este tipo son parte de su tradición y legales,
hasta la policía las cuida. Acá, son apuestas ilegales, pero también va la policía.

Antes, cuando era Pedro, tenía 25 años y nadie lo conocía, al finalizar un partido de
fútbol alguien le dijo: "Te desafío a una carrera, mano a mano, de arco a arco". "¿Una
carrera, para qué?". "Por plata". "Ah, bueno, ahí tiene otro color". Hoy recuerda: "Le

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gané por 10 metros". Sin saberlo, en ese momento, entraba en el mundo de las picadas
humanas.

¿Cómo yo, corredor de podios y fotitos en Instagram, que trota los domingos
por Palermo, terminé detrás de una gatera para "caballos" a punto de jugarme
en 50 metros contra el mayor apostador del circuito?

Fueron muchos años como corredor, aprendiendo todos los recovecos de las carreras.
Cómo ganar, cuándo ganar, cuándo conviene perder, cómo conviene perder para que no
se den cuenta de que se está ganando plata con la derrota, quiénes son los mejores
entrenadores, dónde se contacta al mejor médico, qué te suministra ese médico para
exprimir tu cuerpo. Aprendió todo y luego se hizo apostador.

Hoy es Toyota, uno de los patrones más ganadores e influyentes del circuito. Sus
"caballos" tienen fama de imbatibles, su entrenador es de los mejores del país, su
médico sabe las dosis justas de cada polvito mágico. "Si apuesto –asegura Toyota–, 90%
que gano".

Historias veloces
El entrenador
"Y a ese gran velocista llevarlo adonde no lo conozca nadie". No solo hay que ser rápido,
además nadie tiene que saberlo, para que pierdan plata por sus piernas. ¿Quién
apostaría contra Usain Bolt? "La apariencia en la cancha es muy importante, hay que ir
como colectivero". (Colectivero: dícese en la jerga del que luce desaliñado para ocultar
que es un gran atleta). "También te miran mucho los gemelos y si tenés el pocito en el
mentón". "¿Qué pocito? ¿Ese agujerito que, a veces, se hace en la pera?". "Sí, ese, no sé
qué tendrá que ver; pero acá, eso es sinónimo de buen velocista".

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Fuente: Archivo - Crédito: Sebastián Pani

Antes de tener a Toyota como patrón, el Correntino entrenó corredores para Enrique.
Era 2009 y en la previa a una carrera le pidió que le guardara $20.000. Para ser
textuales, le dijo: "Escondelos entre los huevos". El Correntino recuerda: "Jamás había
visto tanta guita junta. ¡Tenía el valor de un auto ahí! Pensaba: qué cotizado tengo esto".

Como entrenador llegó a participar por una carrera donde se apostaba el valor de tres
Toyota Hilux 0 km. Corría Chivas, el "caballo" de Toyota. Estaban tan seguros de ganar
que hasta contrataron a un par de seguridad para llevarse la plata. "Y con mi parte me
compraba un auto. ¿Cómo no voy a estar motivado entrenándolos?", dice el Correntino
para explicar su entusiasmo.

Al principio, además de entrenarlos, les daba suplementos. En frascos con letras (A, B,
C), los corredores no sabían lo que estaban tomando. "Eran pavadas, aminoácidos,
proteínas, esas cosas. Después buscaron un médico y la suplementación se puso
picante", detalla el Correntino.

Historias veloces
Esto no es atletismo, no importa quién pasa el pecho antes, sino quién corta la llegada.
Lean el reglamento, señores.
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El reglamento

Fuente: Brando - Crédito: Sebastián Pani

"No puede ser partidor cualquiera, ni un patrón, ni un gordo", explica Larguirucho.


"Tiene que ser alguien que haya corrido; y acá siempre parto yo". ¿Qué es lo que hace
que es tan importante? Se para a dos metros de las gateras, mira a los ojos a cada uno de
los "caballos" y les pregunta: "¿Listos?". Cuando recibe ambos sí hace un paso rápido,
un salto y le pega con todas sus fuerzas a una palanca que destraba las gateras. ¡Plaf! Se
abren y a correr como si fuese por medio millón de pesos; bueno, de hecho, a veces lo es.
"La verdad, a mí no me gusta ser partidor –reconoce Larguirucho– porque te perdés de
ver la carrera".

Y es así, el primer tercio de la cancha no tiene alambrado, pasan disparados los


corredores y todo el público se avalancha detrás para ver el final. A veces, la diferencia
es de un centímetro. Recordemos: el que llega primero se lleva todo; el segundo, nada.
¿Te imaginás lo importante que es saber quién gana? El sistema de control es tan básico
como efectivo.

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Fuente: Brando - Crédito: Sebastián Pani

Dos laucheras enfrentadas. Simple. Una especie de trampa para ratones abierta,
sostenida por un hilo que cruza el camino. Al cortarse el hilo se cierra la trampa y una
cae antes que la otra. La que queda abajo señala al ganador y nuevo dueño de algunos
cientos de miles.

Apenas cortan el hilo, alguien se mueve más rápido que todos y se abalanza sobre el
mecanismo. Mientras un numeroso grupo se alborota sobre el ganador y festeja la
sonrisa de la diosa fortuna, este custodio de las tramperas las cubre con su cuerpo y
protege que ninguna mano rápida quiera modificar el solapamiento que supieron lograr
los "caballos" a fuerza de sudor.

Historias veloces
La negociación

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Fuente: Brando - Crédito: Sebastián Pani

La negociación entre los patrones se da en varios niveles. Primero, elegir la distancia,


que suele ir desde 50 a 100 metros pasando por todas las medidas intermedias.
Después, la ventaja que pueda dar un "caballo" a otro; si se otorga, varía entre medio y
tres metros. Por último, se puede negociar la relación de la apuesta: generalmente, uno
a uno. También puede llegar a dos o incluso tres a uno. Al final, casi todo es negociable,
y ahí está la gracia.

Tras los duelos de peso se realizan carreras espontáneas. Ahí, cualquiera (grande, chico,
gordo, flaco, hombre, mujer, viejo, joven) puede correr siempre que haya alguien que
quiera apostar. Dos patrones empiezan un juego de negociación rodeados de una nube
de curiosos que disfrutan cada detalle de los desafíos, cargadas, apuradas y arrugues.
Cual mercado turco, pero con corredores en juego. La eterna discusión humana en la
que dos quieren ganar y ninguno quiere perder.

Desde dentro, alguien que sabe mucho cuenta: "Los patrones se pierden cuando se los
come el orgullo. Más todavía si se tienen pica; ahí ponen un intermediario, para
negociar sin hablarse siquiera, pero muestran quién la tiene más larga".

La previa
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Al rato pasarán los "caballos" entrando en calor. Se pavonean como gallos. "Eso es muy
importante –explica el Correntino–. Si te quedás apichonado en un rincón, fuiste". Antes
de la batalla física, empieza la batalla mental.

Los llaman "caballos", se pavonean como gallos o se apichonan como pollitos, vuelan
para llegar antes a la trampera. En este mundo, los hombres parecen volver a un estado
primitivo, ese en el que debían correr para cazar o para no ser cazados: por la
recompensa de la comida o por la vida misma.

Fuente: Brando - Crédito: Sebastián Pani

Los corredores trotan desafiantes y sacan pecho, mientras los patrones empiezan la
"ceremonia del hilo". Algo tan simple como tensar y atar el hilo que tiene la trampera se
convierte en un evento de enorme interés. El hilo (que es el mismo piolín de la caja de
pizza) toma igual importancia que el valor del dólar en Argentina. La discusión sobre
qué tan tenso se ata lleva un rato bien largo. Un hilo flojo puede demorar en cortarse y
definir mal el destino de varios miles de pesos. Pero suele suceder que de tanto tensar,
al final: tac. Se corta el hilo. Y vuelta a empezar. Aunque acá nadie desespera, que el
tiempo corra tranquilo; en la cancha, lo único que importa es ese bendito hilo.

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Ya pusieron otra vez el dichoso hilo. Los "caballos" se acercan, lo miden, practican con
qué mano lo van a cortar. El broche final a la ceremonia del hilo es atar un pedazo de
tela en la mitad para que sea más visible. Ahora, la cuestión sigue con la cancha. Que
cada sendero no tenga una piedrita, una ramita, una hojita. Y se sortea de qué lado se
lanza al galope cada uno.

El tiempo pasa, se acabaron los lugares en primera fila, algunos se trepan a paredes
cercanas. Resta probar las gateras –los contrincantes cavan unos pequeños pozos en el
suelo para afirmar los pies, que calzan zapatillas con suelas con clavos– y la largada de
prueba: quizás un "caballo" no esté conforme con el partidor. Porque tarda más de lo
debido, o es muy lento, o lo mira feo y lo distrae. Lo que sea, pero no va a largar hasta
que no pongan otro. Y ahí vuelve el debate, quién sí, quién no. Si no hay consenso, se
elige uno por sorteo. En el mundo de las apuestas ilegales, no hay nada que se respete
más que el azar.

Historias veloces
Mi carrera
Los músculos están compuestos por células en forma de filamentos. Con mucha
imaginación se las bautizó "fibras musculares". De modo resumido, existen fibras rojas y
blancas: las rojas son de contracción lenta, pero resistentes a la fatiga; las blancas son
veloces, pero se cansan rápido. El porcentaje de cada tipo de fibra en los músculos está
bastante determinado por los genes. Los velocistas que vuelan en cada Juego Olímpico
llegan a un 75% de fibras rápidas. Los africanos que ganan las maratones más
importantes del planeta tienen la proporción inversa: hasta un 90% de fibras lentas y un
10% de rápidas. Las rojas y lentas son chiquitas, livianas; las fibras rápidas y blancas son
más anchas, crecen bastante. Por eso Usain Bolt pesa 94 kilos y Haile Gebrselassie
(quizás el mejor maratonista de este milenio) en cualquier balanza marca 54.

Yo soy como este último, 65 kilos, muchas fibras rojas, resistentes, pero lentas. En parte,
por eso llevo ganadas más de 30 carreras de entre tres y 15 kilómetros. Y, quizás, por eso
estaba tan complicado esa noche en Lugano, el escenario propuesto. Toyota me había
aceptado el desafío, pero en 50 metros. Después de casi tres años de seguir el mundo de
las carreras clandestinas, había llegado el día. Ahora yo sería un "caballo".

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El autor de la crónica junto a Toyota, su contrincante

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Fuente: Archivo - Crédito: Sebastián Pani

Llegué apurado a las cinco de la tarde. Se estaban por largar dos carreras pesadas. En la
primera, de 100 metros, ganó Olimpia, un "caballo" de Toyota, y se juntaron unos
buenos pesos. La segunda fue una pengua, es decir, cuando corren tres en vez de dos.
Ahí, el ganador se lleva la apuesta de los tres. Y el sistema de tramperas para tres hace
gala del ingenio humano: el hilo del tercero, para llegar a la trampera sin que lo corte el
segundo corredor, pasa bajo tierra. En la segunda carrera, por cuatro centímetros (y no
exagero), otra vez ganó un "caballo" de Toyota, que volvió a embolsar. A todo esto, entre
la previa y la negociación y otra carrera que se pactó luego, ya era de noche. Entonces se
me acerca Toyota, me lleva aparte y me dice en voz baja: "¿Lo podemos dejar para otro
día?". Mi cara lo dijo todo. Empecé a enumerar los motivos para no posponer la carrera,
incluida mi misión de contar esta historia. "Es que tenemos mucha plata y ya nos
queremos ir", argumentó.

Forcé más mi súplica facial, y aflojó: "Bueno, dale, corramos".

Entramos en calor con la noche ceñida sobre los monoblocks mientras la adrenalina me
palpitaba cada vez más en los poros. La espera de toda la tarde, de todas esas semanas
previas, se evaporaba. Ahora, el tiempo corría veloz. De golpe me encontraba, por
primera vez en mi vida, dentro de la gatera.

Hacemos la partida de prueba, todos nos miran: soy el muchacho raro que nadie conoce
contra Toyota, el hombre que nadie desconoce. Sé lo que es llegar primero en una
carrera, subirme a podios, rematar finales. Pero acá nadie lo sabe y yo también me lo
olvido.

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Fuente: Archivo - Crédito: Sebastián Pani

De repente estoy aferrado contra ese arco de metal, mirando tras los caños el final de la
cancha. El largador: "¿Listo, Toyota?". "Sí". "¿Listo, Ezequiel?". Creo que digo sí,
pero no me escucho. Los golpes de las puestas de acero estallan en mis
oídos, debería salir corriendo lo más rápido posible, pero antes me asusto;
después, corro. Como en los sueños, intento escapar, pero las piernas no
responden.

Toyota pega 10 pasos explosivos y me saca cinco metros. Corro furioso, pero me pongo
duro, me trabo, se me aleja un poco más. Recién ahí me suelto y noto que voy más
rápido, que empiezo a descontar. Pero son apenas 50 metros, Toyota eligió bien la
distancia, ya no tengo chances. Él gana, otra vez.

Por fin corto el hilo. Es mucho más duro de lo que me imaginaba. Estoy eufórico, casi no
me importa perder. Fue una descarga de adrenalina, de tensión, de nervios como en una
caída libre. El público nos encierra, lo felicitan, me preguntan de dónde salí, quién soy.

Soy alguien que vivió lo que es ser un apostador, un largador, un entrenador, un


"caballo".

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Por una cabeza / De un noble potrillo / Que justo en la raya / Afloja al llegar

Y que al regresar / Parece decir: "No olvidéis, hermano / Vos sabés, no hay
que jugar".

Antes de escapar de la noche de Lugano, lo busco a Toyota. Le doy la mano y adentro


escondo la apuesta que hicimos. Ya puedo irme en paz, saldé mi deuda con las picadas
humanas.

Epílogo: Toyota y yo

Fuente: Brando - Crédito: Sebastián Pani

Desde principios de 2018, cuando se realizó esta crónica, hasta hoy, los
patrones también sintieron la crisis: en Argentina apenas se llegaron a poner
en juego $500.000 en la competencia más cara mano a mano. Este año,
devaluación mediante, el mercado fuerte emigró. Paraguay (la cuna de estas
carreras) está superando a la Argentina. En Asunción está a punto de
realizarse una con U$S 40.000 como bolsa.

Por: Ezequiel Brahim


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