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4. La distinción entre las dos formas de actividad del hombre era para
Aristóteles tan importante que vuelve a ella en un pasaje del libro Theta de
la Metafísica: «La operación [ergon] —escribe— es el fin y el ser-en-acto
[energeia] es una operación, y de ésta deriva el término ser-en-acto, que
significa también poseerse-en-el-fin [pros ten entelecheia]. En ciertos
casos, el fin último es el uso [chresis], como ocurre en la vista [opseos] y
en la visión [horasis], en las cuales no se produce nada más que una
visión; en otros, en cambio, es producido algo más, por ejemplo el arte de
construir produce, además de la acción de construir [oikodomesin],
también la casa […]. Así pues, en todos aquellos casos en los cuales hay
producción de algo más que el uso, el ser-en-acto es en la cosa producida:
la acción de construir está en la cosa construida y la acción de tejer en el
tejido […]. Por el contrario, en aquellas [operaciones] en que no hay
alguna obra además del ser-en-acto, en ellas reside el ser-en-acto, en el
sentido en que la visión está en el vidente, la contemplación [theoria] en
aquel que contempla y la vida en el alma» (Met., 1050 a 21- 1050 b).
Podemos comprender mejor, en este punto, por qué Aristóteles no
parece tener mucha consideración por el technites y por qué la poiesis, la
«producción», le parece inferior a la praxis, a la acción. Por mucho que
pueda parecernos extraño, para los griegos la operación no reside en el
artista, sino en la obra que él produce: la operación de construir no está en
el arquitecto, sino en la casa, la operación de tejer no está en el tejedor,
sino en el tejido. Lo que define para Aristóteles la acción es, más bien, que
el ser-en-acto consiste aquí plenamente en el agente y no en una cosa
exterior.
La idea de un fin en sí, que Aristóteles evoca en la Ética nicomáquea y
que los modernos y Arendt retoman, es, en este sentido, inexacta. Mientras
tanto el artesano como el artista estén condenados a tener su energeia, su
ser-en-acto fuera de sí, el hombre de acción es ontológicamente amo de
sus actos; pero por esto, mientras el artesano sigue siendo tal también si no
ejerce su actividad, el hombre de acción no puede ser argos, tiene
constitutivamente que actuar. Por lo demás, si el fin es aquello «con vistas
a lo cual» las demás cosas quedan constituidas como medio, hablar de un
fin en sí no tiene otro sentido que aquel —por otra parte tautológico— de
excluirlo resueltamente de la esfera de los medios.
10. Las dos expresiones «fin en sí» y «fin último» se presuponen una a
otra y significan, en realidad, la misma cosa. Es Kant mismo quien lo
sugiere, cuando, en el § 82 de la Kritik der Urteilskraft, busca definir este
concepto. Comienza con oponerlo a la «finalidad externa» (aussere
Zweckmässigkeit), en la cual una cosa sirve a otra como medio con vistas a
un fin, sirve a la finalidad «interna» (innere), que se refiere a un objeto
«independientemente de la consideración de si la existencia misma del
objeto es o no un fin». Decir que el fin de la existencia de un ser natural
está en él mismo, agrega a continuación, significa que no es simplemente
«fin» (Zweck), sino también «fin último» (Endzweck: ibid., § 82, pp. 301-
302). Fin en sí y fin último se legitiman y se definen circularmente el uno
al otro: aquello que tiene en sí mismo su fin es necesariamente también un
fin último, puesto que, si hubiera un fin ulterior, cesaría de ser fin en sí;
por otra parte, un fin último, en cuanto no puede ser condicionado por otro
fin, debe tener su fin necesariamente en sí.
Justamente en este círculo vicioso consiste la insuficiencia de la
argumentación kantiana, sobre la cual ya Schopenhauer tenía que ironizar.
«Existir como fin en sí mismo —observa en el § 8 de la Presschrift über
die Grundlage der Moral— es una cosa inconcebible, una contradictio in
adiecto. Ser un fin, quiere decir ser objeto de una voluntad [gewolt sein].
Todo fin es tal solamente en relación con un querer, del cual él es el fin, es
decir, como se ha dicho, el motivo directo. Sólo en esta relación el
concepto de fin tiene un sentido, y lo pierde si es desvinculado de aquella
relación. Pero esta relación que le es esencial excluye necesariamente todo
“en sí”. “Fin en sí” es justamente como “amigo en sí”, “enemigo en sí”,
“tío en sí”, “norte o sur en sí”, “sobre o bajo en sí”, y asi sucesivamente»
(Schopenhauer 2, pp. 238-239).
La crítica de Schopenhauer, que se funda en la necesaria
complementariedad de medios y fines, es, en verdad, menos probatoria de
lo que parece. Kant era ciertamente consciente del vínculo que aprieta
juntas las dos nociones en un dispositivo unitario y es posible que él
buscara precisamente una estrategia para neutralizarlo. Y, tal vez, intentó
hacerlo operando sobre el concepto de fin. La frase «independientemente
de la consideración de si la existencia misma del objeto es o no un fin» en
la definición de la finalidad interna podría sugerir justamente esta
indeterminación de fines y medios. Así pues, el problema no es tanto si la
expresión «fin en sí» —como aquella de «tío en sí»— tiene o no sentido o
es o no contradictoria, sino medir la eficacia de la estrategia en la cual
ellas se inscriben. Si la idea de un «tío en sí» consiguiera hacer saltar la
relación de parentesco en la cual supuestamente actúa, ella, a pesar de su
contradictoriedad, habría conseguido su objetivo.
Bibliografía