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Delegación Diocesana de Juventud

Diócesis de Pamplona y Tudela

5. Elaboración y autenticidad de
los evangelios de Jesucristo

Retablo de San Miguel de Aralar (s. XII)

5.1. Objetivos
• Presentar los evangelios como quienes traen a Jesús a nuestra mis-
ma vida.

• Animar a leer, orar, apreciar y vivir los evangelios como un tesoro


que contiene todo lo que el hombre necesita para salvarse.
• Ofrecer una primera presentación de la elaboración de los evange-
lios, y de su credibilidad.

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5.2. Oración inicial

Señor Jesús, que dijiste “cuando os reunáis dos o más en mi nom-


bre, yo estoy en medio de vosotros”. En tu nombre, queremos ini-
ciar y celebrar esta reunión para gloria tuya y bien de nuestros
hermanos.
Dígnate hacerte presente entre nosotros, iluminarnos y fortalecer-
nos. Danos sinceridad y sencillez de corazón, amor a la verdad, a
la justicia y a la paz.
Refuerza los lazos de amistad cristiana que nos unen y danos un
corazón abierto y generoso para amar a todos los hombres nues-
tros hermanos, como Tú los amas. Amén.

5.3. Cuestiones iniciales


• Hace unas semanas teníamos en cuenta las palabras de san Jeróni-
mo: “Desconocer la Escritura es desconocer a Cristo”. Esto se puede
aplicar muy directamente a los evangelios. ¿Podemos prescindir de
la lectura y escucha de los evangelios y llegar a encontrarnos con Je-
sús? ¿por qué?
• En el abandono silencioso, pero real de la fe cristiana, protagonizado
por muchísimos bautizados en nuestros días, tiene también mucho
que ver también el abandono de la lectura de los evangelios y su
desconocimiento. ¿Qué te parece esta afirmación? ¿Se puede decir
que conocemos a una persona y no haberla “escuchado” nunca? ¿se
puede decir que amamos a una persona y “pasar” de escucharla?

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• De nuevo unas conocidas palabras de Jesús: “El que escucha estas pa-
labras mías y las pone en práctica, es como aquel hombre sensato
que edificó su casa sobre roca” (Mt 7, 24). Ante las palabras del Se-
ñor, recogidas en los evangelios, ¿tienes una actitud de escucha, de
apertura de corazón? ¿Qué lugar ocupa la lectura del evangelio en
tu vida? ¿Escuchas con atención las lecturas en la celebración de la
Eucaristía?
• Si lees los evangelios, ¿de qué te sirve? ¿Hay algún texto o alguna
palabra de Jesús que está más metida y presente en tu memoria y
en tu corazón?
• ¿Sabes quiénes escribieron los evangelios, cómo se escribieron y por
qué?

5.4. Recursos
• Video: Origen (La verdad de los evangelios): sencillo video de 6
min. Que explica esquemáticamente la composición de los evangelios.
Puede encontrarse en Youtube: http://www.youtube.com/watch?
v=36d6_V4GO3g

Biblia de Guttemberg, primera Biblia impresa (1455)

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5.5. Contenido
Un pequeño libro en nuestras manos: los evangelios.

En el prólogo escrito por el Card. Antonio María Rouco Varela para el


Evangelio de San Mateo que distribuyó en la Jornada Mundial de la Ju-
ventud 2011, el Cardenal expresa, de una manera magistral y sencilla, lo
que significa el Evangelio y lo que puede suponer en nuestra vida si lo aco-
gemos en nuestro corazón:

“Este pequeño libro que tienes en tus manos excede en grandeza a cual-
quier otro, pues contiene el Evangelio de Jesucristo, es decir, el anuncio de
la salvación del hombre.

Es como un tesoro que hubieras descubierto en el campo; o una perla pre-


ciosa de inconmensurable valor. Quien lo lee y vive de su verdad se salva;
quien ora con él encuentra la palabra viva de Cristo; quien ajusta su vida
a sus enseñanzas se parece a aquel hombre del que habla Jesús al final de
la montaña, que edifica su vida sobre una roca firme que resiste todas las
inclemencias del tiempo y los desastres de la naturaleza.

Dicho de otra manera: este evangelio está llamado a ser la roca de tu exis-
tencia, el cimiento de tu vida, la fuerza de tu corazón.

Lee, medita, ora, guarda silencio, escucha


sus palabras, y te encontrarás con Cristo
que late en cada una de sus páginas (…)
Te animo a apreciar este tesoro que con-
tiene todo lo que el hombre necesita para
salvarse. (…)

Será tu alimento en momentos bajos, y, si


lo lees y meditas en tu corazón, descubri-
rás que tú también formas parte de
aquellas gentes que vieron, oyeron, toca-
ron a Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios,
porque las palabras de fe del evangelio
traerán a Jesús a tu misma vida, lo senti-
rás cercano y podrás hablar con Él cara a
cara, como un amigo”.
S. Juan evangelista (icono)

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Elaboración de los evangelios (Raniero Cantalamessa)

“Antes de iniciar el relato de la vida de Jesús, el evangelista Lucas explica


los criterios que le han guiado. Asegura que refiere hechos transmitidos por
testigos oculares, verificados por él mismo con «comprobaciones exactas»
para que quien lee pueda darse cuenta de la solidez de las enseñanzas
contenidas en el Evangelio. Esto nos ofrece la ocasión de ocuparnos del
problema de la historicidad de los Evangelios.

Hasta hace algún siglo, no se mostraba entre la gente el sentido crítico. Se


tomaba por históricamente ocurrido todo lo que era referido. En los últi-
mos dos o tres siglos nació el sentido histórico por el cual, antes de creer en
un hecho del pasado, se somete a un atento examen crítico para compro-
bar su veracidad. Esta exigencia ha sido aplicada también a los Evangelios.

Resumamos las diversas etapas que la vida y la enseñanza de Jesús atra-


vesaron antes de llegar a nosotros.

• Primera fase: vida terrena de Jesús. Jesús no escribió nada, pero


en su predicación utilizó algunos recursos comunes a las culturas anti-
guas, los cuales facilitaban mucho retener un texto de memoria: frases
breves, paralelismos y antítesis, repeticiones rítmicas, imágenes, pará-
bolas... Pensemos en frases del Evangelio como: «Los últimos serán los
primeros y los primeros los últimos», «Ancha es la entrada y espacioso
el camino que lleva a la perdición...; estrecha la entrada y angosto el
camino que lleva a la Vida» (Mt 7,13-14). Frases como éstas, una vez
escuchadas, hasta la gente de hoy difícilmente las olvida. El hecho, por
lo tanto, de que Jesús no haya escrito Él mismo los Evangelios no signi-

El Tributo (Masaccio, s. XV)

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fica que las palabras en ellos referidas no sean suyas. Al no poder im-
primir las palabras en papel, los hombres de la antigüedad las fijaban
en la mente.

• Segunda fase: predicación oral de los apóstoles. Después de la


resurrección, los apóstoles comenzaron inmediatamente a anunciar a
todos la vida y las palabras de Cristo, teniendo en cuenta las necesida-
des y las circunstancias de los diversos oyentes. Su objetivo no era el de
hacer historia, sino llevar a la gente a la fe. Con la comprensión más
clara que ahora tenemos de esto, ellos fueron capaces de transmitir a
los demás lo que Jesús había dicho y hecho, adaptándolo a las necesi-
dades de aquellos a quienes se dirigían.

Predicación de san Pedro en presencia de san Marcos (Fra Angélico, s. XV)

• Tercera fase: los Evangelios escritos. Una treintena de años des-


pués de la muerte de Jesús, algunos autores comenzaron a poner por
escrito esta predicación que les había llegado por vía oral. Nacieron
así los cuatro Evangelios que conocemos. De las muchas cosas llegadas
hasta ellos, los evangelistas eligieron algunas, resumieron otras y expli-
caron finalmente otras, para adaptarlas a las necesidades del mo-
mento de las comunidades para las que escribían. La necesidad de
adaptar las palabras de Jesús a las exigencias nuevas y distintas influ-
yó en el orden con el que se relatan los hechos en los cuatro Evange-
lios, en la diversa colocación e importancia que revisten, pero no alte-
ró la verdad fundamental de ellos.

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Los redactores de los evangelios se sir-


vieron de documentos escritos anterio-
res, en una primera recopilación, e in-
vestigaciones personales, al tiempo
que daban a sus escritos una propia
intencionalidad teológica. Uno de es-
tos documentos anteriores es la llama-
da “Quelle” («fuente», en alemán),
que recogía discursos y logia (frases
cortas memorizables) de Cristo, exis-
tente ya en los años cuarenta, que fue
utilizada por Lucas y Mateo. Otra
fuente escrita es la cono−cida con el
nombre de «triple tradición», que re-
coge los hechos de la vida de Cristo, de
la que han dispuesto los tres sinópticos.
Como hemos recordado, san Lucas co-
mienza su evangelio diciendo: «Puesto
que muchos han intentado narrar or-
denadamente las cosas que se han ve-
rificado entre nosotros, tal como las
La inspiración de san Mateo
han transmitido los que desde el prin- (Caravaggio, s. XVI-XVII)
cipio fueron testigos oculares y servi−
dores de la Palabra, he decidido yo
también, después de haber investigado diligentemente todo desde los orí-
genes, escribírtelo por su orden, ilustre Teófilo, para que conozca−mos la so-
lidez de las enseñanzas que hemos recibido» (Lc 1,1-4).
Que los evangelistas tuvieran, en la medida de lo posible en aquel tiempo,
una preocupación histórica y no sólo edificante, lo demuestra la precisión
con la que sitúan el acontecimiento de Cristo en el espacio y el tiempo. Po-
co más adelante, Lucas nos proporciona todas las coordenadas políticas y
geográficas del inicio del ministerio público de Jesús (cf. Lc 3,1-2).
En conclusión, los Evangelios no son libros históricos en el sentido moderno
de un relato lo más despegado y neutral posible de los hechos ocurridos.
Pero son históricos en el sentido de que lo que nos transmiten refleja en la
sustancia lo sucedido.
Pero el argumento más convincente a favor de la fundamental verdad
histórica de los Evangelios es el que experimentamos dentro de nosotros
cada vez que somos alcanzados en profundidad por una palabra de Cris-
to. ¿Qué otra palabra, antigua o nueva, jamás ha tenido el mismo poder?”

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La respuesta a esta pregunta con la que termina el P. Rainiero Cantala-


messa es, sin duda alguna, positiva. Sí. Ello se debe a que los evangelios
son, en realidad, catequesis y testimonio de fe de personas que creen en
Cristo y que quieren comuni−car la fe que tienen. Fueron escritos a la luz
de Pascua, lo que ha permitido a los redactores ver los hechos de Jesús con
una nueva luz, la luz proporcionada por el Espíritu Santo.
Que los evangelios sean un testimonio de fe no signifi−ca que no encierren
un verdadero contenido histórico. Poco a poco se ha ido decantando una
criteriología científica que examina los evangelios como documentos de la
historia y permite llegar a una certeza
de los hechos y dichos funda−mentales
de Jesús desde un punto de vista histó-
rico.
En síntesis, la exégesis católica no ad-
mite que la comunidad primitiva
haya ejercido en el acontecimiento de
la presencia, predicación y acciones de
Jesús, una acción creadora y defor-
mante hasta el punto de constituir
una especie de pantalla opaca que
impida todo acceso a la realidad de
Jesús. Afirma, por el contrario, que dis-
ponemos de criterios válidos, crítica-
mente elaborados, que nos permiten
escuchar el mensaje auténtico de Jesús
y alcanzar unos hechos "sucedidos de
verdad" que pertenecen a Jesús de S. Lucas (El Greco, s. XVI-XVII)
Nazaret.

Entonces, ¿son auténticos los Evangelios que conocemos?


Un libro histórico, como son los evangelios, merece credibilidad cuando
reúne tres condiciones básicas: ser auténtico, verídico e íntegro. Es decir,
cuando el libro fue escrito en la época y por el autor que se le atribuye
(autenticidad), cuando el autor del libro conoció los sucesos que refiere y
no quiere engañar a sus lectores (veracidad), y, por último, cuando ha lle-
gado hasta nosotros sin alteración sustancial (integridad).
Los evangelios son auténticos, en primer lugar, porque sólo un autor con-
temporáneo de Jesucristo o discípulo inmediato suyo pudo escribirlos: si se

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tiene en cuenta que en el año 70 Jerusalén fue destruida y la nación judía


desterrada en masa, difícilmente un escritor posterior, con los medios que
entonces tenían, habría podido describir bien los lugares; o simular los
hebraísmos que figuran en el griego vulgar en que está redactado casi to-
do el Nuevo Testamento; o inventarse las descripciones que aparecen, tan
ricas en detalles históricos, topográficos y culturales, que han sido confirma-
das por los sucesivos hallazgos arqueológicos y los estudios sobre otros auto-
res de aquel tiempo. Los hechos más notorios de la vida de Jesús son per-
fectamente comprobables mediante otras fuentes independientes de cono-
cimiento histórico.
Respecto a la integridad de los evangelios, nos encontramos ante una si-
tuación privilegiada, pues desde los primeros tiempos los cristianos hicieron
numerosas copias en griego y en latín, para el culto litúrgico y la lectura y
meditación de las escrituras.
Gracias a ello, los testimonios documentales del Nuevo Testamento son
muy abundantes: en la actualidad se conocen más de 6.000 manuscritos
griegos; hay además unos 40.000 manuscritos de traducciones antiquísi-
mas a diversas lenguas (latín, copto, armenio, etc.), que dan fe del texto
griego que tuvieron a la vista los traductores; nos han llegado 1.500 leccio-
narios de Misas que contienen la mayor parte del texto de los evangelios
distribuido en lecciones a lo largo de todo el año; y a todo ello hay que
añadir las frecuentísimas citas del evangelio de escritores antiguos, que son
como fragmentos de otros manuscritos anteriores perdidos para nosotros.

Codex Sinaiticus (s. IV)

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Toda esta variedad y extensión de testimonios de los evangelios constituye


una prueba históricamente incontrovertible. Si lo comparáramos, por
ejemplo, con lo que conocemos de las grandes obras clásicas, veríamos que
los manuscritos más antiguos que se conservan de esas obras son mucho
más distantes de la época de su autor. Por ejemplo: Virgilio (siglo V, unos
500 años después de su redacción origi-
nal), Horacio (siglo VIII, más de 900 des-
pués), Platón (siglo IX, unos 1400), Julio
César (siglo X, casi 1100), y Homero (siglo
XI, del orden de 1900 después).
Sin embargo, hay papiros de los evange-
lios datados en fechas muy cercanas a su
redacción original (hay que decir que hoy
día, gracias a los avances de los estudios
filológicos, se pueden datar con gran pre-
cisión): el Códice Alejandrino, unos 300
años después; el Códice Vaticano y el Si-
naítico, unos 200; el papiro Chester Beat-
ty, entre 125 y 150; el Bodmer, aproxima-
damente 100; y el papiro Rylands, final-
Papiro Bodmer
mente, dista tan sólo 25 o 30 años.

¿Certeza total?
Ahora bien, hay quienes ponen en duda la certeza total de los evangelios
ya que los manuscritos han sido muchos y muy antiguos y los copistas han
podido hacer interpolaciones o deformar algunos pasajes. Sin embargo,
habiendo tantas copias y de procedencia tan diversa, son decenas de miles,
en varios idiomas y encontradas en lugares y fechas muy distantes, es facil
desenmascarar al copista que hace alguna alteración del texto, porque di-
fiere de las demás copias que llegan por otras vías. Han aparecido, de
hecho, un reducido número de falsificaciones o copias apócrifas; pero siem-
pre se han detectado con facilidad, gracias a la prodigiosa coincidencia del
resto de las versiones.
Así se ha venido comprobando a lo largo del propio proceso histórico de
descubrimiento de los diversos manuscritos: por ejemplo, en el siglo XVI se
hicieron numerosas ediciones impresas basadas en profundos estudios críti-
cos sobre copias manuscritas, algunas de las cuales se remontaban hasta el
siglo VIII, que era lo más antiguo que conocían entonces; posteriormente se
encontraron códices de los siglos IV y V, y concordaban sustancialmente con

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aquellos textos impresos; más adelante,


desde el siglo XIX hasta nuestros días, se
han ido encontrando cerca de cien nue-
vos papiros escritos entre los siglos II y IV,
la mayoría procedentes de Egipto, que
han resultado coincidir también de for-
ma realmente sorprendente con las co-
pias que se tenían.

Teniendo en cuenta la diversa proceden-


cia de cada uno de esos documentos,
que son decenas de millares, cabe dedu-
cir que la prodigiosa coincidencia de to-
das las versiones que nos han llegado es
un testimonio aplastante de la venera-
ción y fidelidad con que se han conser-
Monje copista (códice medieval)
vado los evangelios a lo largo de los si-
glos, así como de su autenticidad e inte-
gridad indiscutibles.
El Nuevo Testamento es, sin comparación con cualquier otra obra literaria
de la Antigüedad, el libro mejor y más abundantemente documentado.

¿Es verdad lo que cuentan los evangelios?


Respecto a la veracidad de los evangelios, podrían señalarse multitud de
razones. Pascal, refiriéndose al testimonio que dieron con su vida los prime-
ros cristianos, señala un argumento muy sencillo y convincente: "Creo con
más facilidad las historias cuyos testigos se dejan martirizar en comproba-
ción de su testimonio".
Haber llegado a la muerte por ser fieles a las enseñanzas de los evangelios
otorga a esas personas una fuerte garantía de veracidad. Por lo menos, se
conocen pocos mentirosos que hayan muerto por defender sus mentiras.
Por otra parte, es bastante llamativo, por ejemplo, que los evangelistas no
callen sus propios defectos ni las reprensiones recibidas de su maestro, así
como que relaten hechos embarazosos para los cristianos, que un falsifica-
dor podría haber ocultado. ¿Por qué no se han corregido, o al menos puli-
do un poco, los pasajes más delicados?
¿Qué razones hay, por ejemplo, para que se narre la traición y dramática
muerte de Judas, uno de los doce apóstoles, elegido personalmente por Je-

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sucristo? Se han presenta-


do, señala el escritor Vitto-
rio Messori, muchas oportu-
nidades para omitir ese
episodio, que desde el inicio
fue motivo de escarnio co-
ntra los cristianos (¿Qué
clase de profeta es éste,
ironizaba Celso, que no sa-
be siquiera elegir a sus se-
guidores?); sin embargo, el
pasaje ha llegado inaltera-
do hasta nosotros. Traición de Judas - detalle (Salzillo, s. XVIII)

La única explicación razonable es que ese hecho, por desgraciado que fue-
ra, ocurrió realmente. Los evangelistas estaban obligados a respetar la ver-
dad porque, de lo contrario -y dejando margen a otros motivos-, las falsifi-
caciones habrían sido denunciadas por sus contemporáneos. Los cristianos
fueron en aquellos tiempos objeto de burlas, se les consideró locos, pero no
se puso en discusión que lo que predicaran no correspondiera a la verdad
de lo que sucedió.
Además, puestos a inventar, continúa Messori, difícilmente los evangelistas
hubieran ideado episodios como la huida de los apóstoles ante la Pasión, la
triple negación de Pedro, las palabras de Cristo en el Huerto de los Olivos o
su exclamación en la cruz ("Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abando-
nado?"), sucesos que nadie habría osado escribir si no hubieran sido escru-
pulosamente reales: tan contrarios eran a la idea de un Mesías, victorioso y
potente, arraigada en la mentalidad hebrea de la época.
Ante contrastes de este tipo, el propio Rousseau, nada sospechoso de sim-
patía hacia la fe católica, solía afirmar, hablando de los evangelios:
“¿Invenciones...? Amigo, así no se inventa”.
La mayoría de los argumentos que en estos dos últimos siglos se han dirigi-
do contra la veracidad de los evangelios parecen dictados por un prejuicio
ideológico. Y toda esa fuerte crítica, que en algunos momentos pareció po-
ner en crisis la fe tratando de eliminar su base histórica, ha logrado más
bien, como de rebote, fortalecerla. Un gran número de sucesivos descubri-
mientos ha ido barriendo poco a poco toda la nube de hipótesis que se
habían ido formando en su contra.
La nube que ahora flota en el ambiente es más bien la sospecha de si mu-
chos de aquellos grandes desmitificadores de la fe no habrán resultado fi-

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nalmente ser, en realidad, unos grandes


inventores de mitos en torno a la inter-
pretación de los evangelios (unos mitos
que por aquellos años nadie osaba discu-
tir). Hoy, asegura Lucien Cerfaux, presti-
gioso especialista de exégesis bíblica, des-
pués de dos siglos de ensañamiento crítico,
estamos descubriendo con sorpresa que,
posiblemente, el modo más
"científico" de leer los evangelios es
leerlos con sencillez.

San Marcos (Giotto, s. XV)

5.6. Oración final

Te pedimos, Señor, que nos ayudes a coger los evangelios en nuestras


manos.
Que nos ayudes a coger tu Evangelio con las manos y los ojos del co-
razón.
Que no nos cerremos ante él. Que no nos defendamos ante él.

Que nos abramos a todo el amor que nos ofrece tu Palabra.


Que nos abramos a todo el cambio que nos exiges en nuestra vida.

Que leamos, meditemos y oremos tu Evangelio.


Que, por fin, nos atrevamos a vivirlo, sabiendo que en él están nues-
tro gozo y nuestra salvación. Amén.

Dios te salve María…

Gloria al Padre…

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