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Antropología de tramas
políticas colectivas
Estudios en Argentina y Brasil

Mabel Grimberg
Marcelo Ernandez Macedo
Virginia Manzano
Etnografía de tramas políticas colectivas
ISBN: 978-987-1238-74-3
Primera edición: Editorial Antropofagia, febrero de 2011.
www.eantropofagia.com.ar

Etnografía de tramas políticas colectivas : estudios en Argentina y


Brasil / compilado por Marcelo Fernández Macedo y Virginia Man-
zano. - 1a ed. - Buenos Aires : Antropofagia, 2011.
256 p. ; 23x15 cm.

ISBN 978-987-1238-74-3

1. Antropología. 2. Etnografía. I. Fernández Macedo, Marcelo, comp.


II. Manzano, Virginia, comp.
CDD 301

Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723. No se permite la repro-


ducción total o parcial de este libro ni su almacenamiento ni transmisión
por cualquier medio sin la autorización de los editores.
Índice
Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7
Mabel Grimberg, Marcelo Ernandez y Virginia Manzano

“Como si me hubieran dado un puñal”. Las emociones como


prácticas políticas colectivas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21
María Inés Fernández Álvarez

Afetados e tradicionais – mobilizaçao social, práticas de


representãço e (re)organização do setor pesqueiro no Estado do
Rio de Janeiro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 49
Deborah Bronz

Estado y asambleas en la Ciudad de Buenos Aires. Procesos de


ocupación de espacios públicos y privados (2002-2007) . . . . . . . . . . . . . 69
Matías Triguboff

Las formas de la movilización y la construcción ritual del


movimiento. Un análisis etnográfico de las marchas mensuales
por el caso Cromañón . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 87
Paula Isacovich

Tempo de luta . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 111


Nashieli Rangel Loera

“Activar”, “gestionar”, “ayudar”. Obligaciones mutuas y


expectativas diferenciales en una asociación de personas
afectadas por el vih-sida . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 141
Juan José Gregoric

Formas y sentidos de la actividad gremial de un grupo de


trabajadores telefónicos de la Ciudad de Buenos Aires . . . . . . . . . . . . . 171
Sandra Wolanski

Lidar com o povo, ajudar o povo, falar com o povo: notas sobre
o exercício da liderança em um movimento social . . . . . . . . . . . . . . . . 195
André Dumans Guedes

5
6 Antropología de tramas políticas colectivas

Moralismo y economicismo en la política popular: problemas de


explicación socio-antropológica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 225
Julieta Quirós

Miradas encontradas. Notas etnográficas sobre una experiencia


de trabajo colectiva . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 255
María Inés Fernández Álvarez
Marcelo Ernandez
Sebastian Carenzo

El escándalo: modos de estar, negociar, resistir y demandar. El


caso de las travestis y transexuales del área metropolitana de
Buenos Aires . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 287
María Soledad Cutuli

El hacerse y (des)hacerse del movimiento. Sobre espacios


etnográficos y espacios en movimiento en el Gran Buenos Aires . . . . . 309
Virginia Manzano
Introducción

Mabel Grimberg, Marcelo Ernandez y Virginia Manzano

Este libro, análogamente a las distintas situaciones y procesos que se


analizan en los trabajos reunidos, es el resultado de la política en movi-
miento. En el año 2007 se inició formalmente el proyecto “Reconfigura-
ción estatal, movimientos sociales y formas de construcción de ciudadanía
en perspectiva comparada: Brasil y Argentina”. Este convenio ganó vida
con las iniciativas de investigadores brasileños y argentinos 1 sobre la ba-
se de intereses compartidos acerca del conocimiento de las dinámicas de
los movimientos sociales y sus articulaciones con distintos niveles guber-
namentales. Las actividades conjuntas fueron apoyadas por políticas de
cooperación científica entre Argentina y Brasil, entre las que se destacaron
misiones de trabajo y estudio (tanto en el sentido Brasil- Argentina como
Argentina-Brasil) 2, seminarios, coordinación y participación en simposios

1 El mencionado proyecto asoció a investigadores brasileños vinculados al programa de


Pós-Graduação em Antropologia Social do Museu Nacional da Universidade Federal do Rio
de Janeiro (ppgas-Museu Nacional/ufrj), coordinados inicialmente por la Dra. Lygia Sigaud
y, posteriormente, por el Dr. Federico Neiburg, e investigadores argentinos del Instituto de Cien-
cias Antropológicas (Facultad de Filosofía y Letras-Universidad de Buenos Aires), coordinados
por la Dra. Mabel Grimberg. Por el lado brasileño, participaron del convenio los investigadores
Marcelo Carvalho Rosa, Marcelo Ernandez Macedo y André Guedes; por el lado argentino,
contamos con la participación de María Inés Fernández Álvarez, Virginia Manzano, Matías
Triguboff, Juan José Gregoric y Soledad Cutuli. Además de los investigadores citados, otros
colaboraron en las actividades realizadas a través de la participación en grupos de trabajos
en congresos y seminarios organizados en el marco del convenio, o bien formando parte de
publicaciones, tales como quienes escriben en este libro.
2 En el marco de este proyecto se aprobaron y ejecutaron cinco misiones, tres de doctorado
(dos en sentido ar-br y una br-ar), una de posdoctorado (br-ar) y una de trabajo (br-ar).

7
8 Antropología de tramas políticas colectivas

y grupos de trabajos en congresos y reuniones científicas 3, publicaciones 4


y un video documental 5.
En el proceso de intercambio se crearon vínculos sociales y espacios para
el encuentro y la reflexión. Se tejió un diálogo colectivo del que tomaron
parte los investigadores del convenio, otros colegas convocados en las ac-
tividades académicas organizadas, integrantes de movimientos sociales y
personas ligadas a programas gubernamentales tanto en Brasil como en
Argentina. En ese diálogo se trazaron comparativamente ejes analíticos
relativos a la formación de movimientos sociales y su articulación con
distintos niveles del Estado. Así, se identificaron los tres ejes que estruc-
turan el presente volumen: formas de reivindicar y demandar, modos de
3 Durante el período del convenio se organizaron tres grupos de trabajo en reuniones científicas:
el Simposio “Procesos políticos, estado y formas de acción colectiva en perspectiva etnográfi-
ca”, que sesionó en el ii Congreso Latinoamericano de Antropología, realizado entre el 28 y el
31 de julio de 2008 en la Universidad de Costa Rica, en San José de Costa Rica; la Mesa de
Trabajo “Estado y movimientos sociales en perspectiva etnográfica”, que funcionó en el ix Con-
greso Argentino de Antropología Social, celebrado entre el 5 y el 8 de agosto por el Programa
de Posgraduación en Antropología Social de la Universidad Nacional de Misiones en Posadas,
Argentina; y el Grupo de Trabajo “Procesos de movilización social, políticas estatales y vida
cotidiana. Perspectivas etnográficas”, que se realizó en la viii Reunión de Antropología del Mer-
cosur celebrada en Buenos Aires entre el 29 de septiembre y el 2 de octubre de 2009. Finalmente,
el día 6 de noviembre de 2009 la totalidad de los integrantes de este proyecto de convenio se
reunieron en el Instituto de Ciencias Antropológica de la Facultad de Filosofía y Letras de la
Universidad de Buenos Aires. En ese encuentro se trabajó sobre los ejes de comparación que
habían sido fortalecidos por el proceso de intercambio y se precisaron los lineamientos para la
elaboración de este libro. La participación conjunta en las reuniones científicas mencionadas
fue importante tanto para la difusión de los resultados de investigaciones en curso como para
la construcción de ejes de análisis para la reflexión comparativa.
4 Además de este libro, también como parte de las publicaciones conjuntas, en el mes de octu-
bre de 2009 se comenzó a difundir el libro Estado y movilización social: estudios etnográficos en
Argentina y Brasil, compilado por Mabel Grimberg, María Inés Fernández Álvarez y Marcelo
Rosa. Ese libro reúne una serie de trabajos presentados en el 6◦ Foro de la Reunión de An-
tropología del Mercosur, coordinado por Mabel Grimberg (uba) y Lygia Sigaud (Universidad
Federal de Río de Janeiro), que tuvo lugar en noviembre de 2005. El mencionado Foro convocó
estudios etnográficos que tuvieran como foco de análisis las relaciones entre políticas estatales,
movimientos sociales y otras formas de acción colectiva en el marco de las alternativas y es-
pecificidades de los procesos políticos y las transformaciones socioeconómicas en curso desde
mediados de los noventa. A partir de ese evento, se inició un espacio de diálogo y reflexión en
torno de los enfoques sobre el Estado, la política y los movimientos sociales en la región. La
publicación incluye la selección de una serie de etnografías de Argentina y Brasil que ponen en
discusión aquellos enfoques normativos sobre las relaciones entre Estado y sectores populares
que operan tanto en las ciencias sociales como en los ámbitos de militancia de ambos países.
Desde la óptica de la antropología social, los trabajos presentados colocan la mirada en las
prácticas y sentidos sociales, las experiencias cotidianas, y la reconstrucción de trayectorias
de vida de las personas. También se interrogan por las especificidades locales y regionales e
indagan sobre la gravitación de tradiciones sociales y políticas particulares.
5 El análisis de esta experiencia está contenido en el capítulo de Fernández Álvarez, Ernandez
Macedo y Carenzo en este libro.
Grimberg, Ernandez y Manzano: Introducción 9

inserción en movimiento, y las formas epistemológicas y metodológicas de


representar movilizaciones sociales.
El primer eje de análisis, formas de reivindicación y de demanda, resul-
tó de un trabajo comparativo sobre los procesos de ocupación de tierras
y espacios públicos, y de las marchas en puntos clave de la ciudad. Se
detectaron particularidades del caso argentino, fundamentalmente la ape-
lación de los movimientos sociales a demostraciones colectivas y masivas
que politizan de manera general el espacio público. En el caso de Brasil,
este tipo de demostraciones es menos frecuente y ocurre solamente en mo-
mentos específicos, tales como fechas importantes o para reivindicaciones
extraordinarias. Las actividades cotidianas de los movimientos sociales
rurales –aquellos que vienen actuando de forma más incisiva en el esce-
nario político– giran en torno a la organización de ocupaciones de tierras
(públicas o privadas), actos que sólo aparecen a los ojos del gran público
por los medios masivos en los casos en que estos se interesen por cubrir.
Con relación a esto, también se analizaron repertorios de movilización,
atendiendo a dimensiones religiosas, seculares y rituales. En particular,
los equipos de investigación debatieron sobre la tarea performativa de
los repertorios de movilización en la producción de identidades. Es decir,
cómo las propias formas crean categorizaciones e identidades a lo largo
del tiempo, en muchos casos reconocidas y reforzadas por organismos es-
tatales, y cómo esas construcciones se incorporan o cuestionan aquellas
articuladas por programas políticos más característicos de una tradición
política marxista o nacional-popular en la región.
El segundo eje de análisis, relativo a los modos de inserción en los
movimientos sociales, se construyó sobre resultados de investigación que
mostraban múltiples arreglos sociales para generar la participación y para
compensar la no participación, así como también el peso de vinculacio-
nes domésticas, laborales y generacionales para comprender la vida en
movimiento. La militancia representó en este marco un punto central de
reflexión; así, se acordó interpretarla como resultado de un proceso en
el cual algunas personas se consagran paulatinamente o aceleradamente
a la tarea militante. En ese proceso de hacerse militante, compromisos
vinculantes y tareas pedagógicas contribuyen para crear principios de le-
gitimidad, términos de impugnación e interpretaciones sobre la movilidad
permanente de las personas por los movimientos, incluyendo los ingresos,
egresos y re-ingresos. En particular, en el tratamiento de la dimensión
pedagógica, las reflexiones señalan, por una parte, iniciativas de políticas
10 Antropología de tramas políticas colectivas

estatales y de organismos internacionales que promueven la formación de


líderes comunitarios y de participación comunitaria, y, por otra, elemen-
tos de una vasta tradición de izquierda que se integran en un formato
que otorga centralidad a los momentos místicos y a los muertos, quienes,
definidos como mártires, obligan y comprometen a la movilización social.
El tercer eje de análisis se formó a partir del intercambio sobre las sen-
sibilidades académicas y sociales, tanto en Argentina y en Brasil, desde
las cuales se formulan los interrogantes de investigación, se construyen los
objetos de estudio, se circula por el trabajo de campo y se decide sobre
el modo de representación (escrita o fílmica) de los movimientos. En Ar-
gentina, cuestiones referentes a los movimientos sociales y las formas de
reivindicación al Estado asumieron un lugar central en disciplinas como
la sociología y la antropología en comparación con Brasil. Los trabajos
reunidos muestran cómo esa centralidad se expresó en la escisión del cam-
po académico sobre la base de supuestos morales entre la buena política
de la acción colectiva y los movimientos sociales, y la mala política, del
clientelismo. Por otra parte, se vuelve a reparar en el problema de la
distancia y la proximidad en la construcción de conocimiento. Distancia
y proximidad que no sólo recorren los estudios académicos sino también
la relación de militancia de estudiantes universitarios con todas aquellas
personas que son categorizadas según locaciones de clase o en el mundo
popular. Las relaciones que se refuerzan o crean en esos encuentros son
objeto de reflexión, especialmente las dimensiones relativas a los saberes
en juego y el procedimiento común de tipificar como conocimiento prácti-
co al saber del otro, descuidando el componente reflexivo y conceptual que
generan, aunque asimétricamente, los distintos actores en esos encuentros.
La suma de los trabajos reunidos aborda dimensiones parciales de los
tres ejes de análisis que fueron construidos en un diálogo que apostó a
los procedimientos antropológicos de comparación y contrastación. Com-
paración y contrastación que permiten hallar lo particular en lo general,
la continuidad en los cambios históricos, la singularidad en la totalidad.
A través de estos procedimientos, los trazos de una agenda antropológica
y regional para el estudio de los movimientos sociales y sus modos de
articulación con el Estado parecen ganar forma y contenido.
Así, en lo que refiere a las formas de reivindicación y demanda, el capí-
tulo de María Inés Fernández Álvarez analiza cómo las narraciones
sobre la lucha colectiva performan sentidos y se transforman en soportes
para la construcción de demandas. En su etnografía sobre una de las fábri-
Grimberg, Ernandez y Manzano: Introducción 11

cas recuperadas de la Ciudad de Buenos Aires, la autora logró comprender


que este grupo de trabajadoras/es, junto con la ocupación de la planta
productiva, había creado también la narración de “su historia”. La autora
describe cómo la selección y repetición de ciertos eventos y la forma de
narrarlos conformaron una historia oficial de la ocupación que inscribía
las prácticas de los trabajadores en un registro de racionalidad, destacán-
dose el uso de categorías técnico-jurídicas. Al mismo tiempo, la presencia
cotidiana de la investigadora y su proximidad con las/los trabajadoras/es
de la fábrica le permitió entender que la reconstrucción del proceso de
ocupación también se inscribía en un registro de las emociones, las sen-
saciones y los sentimientos para evocar la experiencia vivida. El trabajo
discute procedimientos de análisis en ciencias sociales que procuran definir
las motivaciones para la acción atendiendo a una distinción dicotómica y
jerárquica que pivotea entre un dominio racional, consciente y estratégico
y otro irracional, no consciente e involuntario. A partir de sus resultados,
la autora propone restituir el registro de las emociones para comprender
las prácticas (políticas) desde la experiencia encarnada.
Por su parte, el capítulo de Débora Bronz muestra cómo la organi-
zación de los trabajadores puede intensificarse y transformarse en función
de categorías jurídicas creadas por el Estado. Por medio del estudio del
sector pesquero en Río de Janeiro y de las categorías jurídicas que afectan
a sus trabajadores, la autora evidencia cómo el proceso de construcción
social de esas categorías resultó en la creación de nuevas organizaciones en
defensa de los intereses de estos grupos y en cambios en las relaciones de
fuerza entre estos. A partir de las categorías jurídicas “comunidades afec-
tadas” (por proyectos industriales) y “tradicionales”, se acrecentó entre
las organizaciones colectivas de los pescadores la disputa por recursos dis-
tribuidos por las empresas y por el Estado como medidas compensatorias
a sus acciones. El trabajo refuerza los resultados ya encontrados en otras
investigaciones, en el sentido de que la atención de las demandas por par-
te del Estado brasileño pasa, por un lado, por el reconocimiento formal o
informal de ciertas categorías –por ejemplo, “acampado” y “afectado”– y,
por otro, por la capacidad de la organización colectiva de los trabajadores
en movimientos sociales, conformando la “forma movimiento”, lenguaje
descubierto por Rosa (2004). Ese lenguaje prevé la organización de los
trabajadores en movimientos para que estos tengan el acceso a políticas
públicas.
12 Antropología de tramas políticas colectivas

También dentro del primer eje de análisis, el trabajo de Matías Tri-


guboff muestra cómo las ocupaciones de edificios, calles y espacios des-
habitados representan formas de reivindicación y de comunicación social.
El autor se concentra en las acciones de ocupación que emprendieron las
asambleas que se habían conformado en la Ciudad de Buenos Aires en el
marco del intenso proceso de movilización social del año 2001. Los inte-
grantes de las asambleas iniciaron en el año 2002 la ocupación de distintos
espacios en la ciudad para potenciar actividades educativas, culturales y
artísticas, para ensayar la creación de cadenas y mecanismos de comer-
cialización de objetos producidos en espacios definidos como alternativos
a la economía capitalista, y para intervenir en la redistribución de recur-
sos enmarcados en políticas públicas. La descripción de Triguboff permite
identificar las diversas maneras en que el Estado se expresó a través de las
ocupaciones: como detentor de recursos a ser distribuidos, como garante
de la propiedad y el orden y como espacio y límite para la negociación. Al
mismo tiempo, nos muestra cómo las ocupaciones se inscribieron en una
lucha histórica por definir los alcances del espacio público en la ciudad.
De esta manera, el trabajo advierte sobre los riesgos epistemológicos de
etiquetar las acciones a partir de la imputación de un sentido unívoco,
proponiendo restituir múltiples sentidos por medio de la reconstrucción
de prácticas cotidianas, relaciones sociales y puntos de vista heterogéneos.
El trabajo de Paula Isacovich cierra las elaboraciones parciales sobre
el primer eje de análisis y se concentra en la dimensión ritual de la movi-
lización social. El 30 de diciembre de 2004, un local bailable de la Ciudad
de Buenos Aires se incendió durante la actuación de una banda de rock,
y esto ocasionó la muerte de 194 personas, en su mayoría jóvenes. El tra-
bajo muestra cómo los sobrevivientes, amigos y familiares de las víctimas
iniciaron un complejo proceso organizativo para reivindicar justicia a las
agencias estatales, a la vez que fundaron y mantienen un espacio físico
denominado el Santuario, el cual, emplazado frente a donde funcionaba el
boliche, contiene fotos y pertenencias de las víctimas fatales y mensajes
dirigidos hacia ellas, y convoca a sus allegados en fechas especiales, como
sus días de cumpleaños. La totalidad de las prácticas desplegadas en el es-
pacio y el tiempo se condensan en las marchas que los días 30 de cada mes,
desde enero de 2005, se realizan en homenaje a las víctimas; estas marchas
se inician con un oficio religioso en el Santuario, continúan con un trayecto
a pie y culminan con un acto en Plaza de Mayo, el principal centro político
de la Argentina. Por medio de la práctica etnográfica, la autora da cuenta
Grimberg, Ernandez y Manzano: Introducción 13

de los elementos simbólicos combinados en las marchas, y advierte el efec-


to performativo del ritual entre personas que no se conocían previamente
y a quienes las une una experiencia profundamente dramática pero que
no se sostiene en el tiempo ni se refuerza necesariamente en la práctica
cotidiana. El análisis de Isacovich, aún cuando trata un caso sumamente
singular, nos propone interrogar ontológicamente aquellas explicaciones
de la movilización colectiva centradas en la existencia de identidades y
grupos previamente constituidos para ahondar sobre la potencialidad de
las formas ritualizadas en la creación y re-creación de comunidades.
El capítulo de Nashiele Loera inicia las elaboraciones particulares
sobre el segundo eje de análisis: modos de inserción en los movimientos
sociales. La autora sigue la senda abierta por los estudios coordinados por
la Dra. Lygia Sigaud sobre la “forma acampamento”, lenguaje social por
medio del cual los movimientos sociales demandan tierras al Estado bra-
sileño. Loera muestra cómo el tempo de acampamento (o tempo de luta)
–que indica el grado de participación de cada familia en las movilizaciones
y actividades de los movimientos– es la categoría principal que legitima el
alcance del objetivo central de los participantes (la obtención de tierra) y
el ascenso en la estructura jerárquica de estos grupos. 6 En otras palabras,
lo que está en juego no es participar o no, ser o no ser de un determina-
do movimiento, pero sí cómo se participa, en qué situaciones se asumen
tales o cuales identidades, la legitimidad que esa participación confiere a
cada uno y cuál es el impacto de eso sobre los objetivos perseguidos por
los movimientos. La autora fortalece la tesis de que la participación en
movimientos sociales no debe ser analizada a partir de concepciones sisté-
micas –dentro o fuera, interno o externo, pertenece o no pertenece– sino
a partir de un abordaje procesual, por medio del cual se intenta develar
cómo las diferentes formas de participar resultan en diferentes figurações
(Elias, 2006).
A su turno, el trabajo de Juan José Gregoric se inscribe en los aná-
lisis sobre la historia social del sida que pusieron de relieve las formas
de organización y movilización en demanda de derechos sociales y políti-
cos, y, particularmente, la transformación de las personas de “pacientes”
a “activistas”. En su etnografía con integrantes de una Red de personas
viviendo con hiv en el Gran Buenos Aires, el autor identifica distintos
6 La relevancia del artículo reside en el mérito de abordar uno de los ejes tratados previamente
por un grupo de investigadores brasileños, que es la relación entre la intensidad de la participa-
ción, las identidades y las legitimidades adquiridas a partir de esta y de los éxitos alcanzados
por los grupos. Ver Macedo (2003), Rosa (2004) y Sigaud (2006).
14 Antropología de tramas políticas colectivas

espacios de interacción, como grupos de ayuda en los hospitales, trámites


cotidianos y movilizaciones hacia dependencias gubernamentales, viajes
y apariciones en foros internacionales. En esos espacios, con límites difu-
sos y móviles en el tiempo, se crean y re-crean prácticas de “activismo”,
categorías sociales de distinción y prestigio, criterios de legitimidad y de
impugnación. Para iluminar el sentido de las prácticas, se reconstruyen
vínculos que entrelazan a las personas y que incluyen/excluyen según los
momentos a funcionarios estatales, representantes de agencias internacio-
nales, integrantes de otros grupos de pacientes, trabajadores municipales
y médicos. En ese entrrelazamiento también se generan identificaciones,
afectos, expectativas, lealtades y compromisos. El capítulo señala las difi-
cultades de aquellos análisis que definen a priori y sobre la base del modelo
de un sistema cerrado a asociaciones, organizaciones, colectivos y grupos.
En esta línea, la descripción constituye un intento por desencializar las
relaciones sociales y los procesos cambiantes que los analistas tienden a
categorizar por medio de conceptos como “sociedad civil”, “movimiento
social”, “organización” o “estado”.
El proceso de construcción de criterios de distinción en el marco de un
proceso de organización es el foco del capítulo de Sandra Wolanski,
quien analiza cómo categorías impuestas a través de una de las reformas
laborales más profundas de Argentina se movilizaron y transformaron en
el curso de la lucha colectiva. La autora enumera una serie de modificacio-
nes incorporadas en la legislación laboral a partir del año 1991, entre ellas,
las “modalidades de contratación promovidas”, que eximen el pago de las
cargas sociales patronales (aportes jubilatorios, asignaciones familiares,
indemnizaciones por despido). Una de esas modalidades de contratación
resultó ser el régimen de pasantías educativas, a través del cual estudian-
tes de universidades públicas y privadas comenzaron a desempeñarse en
empresas. En su etnografía con un grupo de pasantes universitarios con-
tratados por una empresa de servicio telefónico privatizada a inicios de
la década del 90, Wolanski muestra cómo los trabajadores definieron las
pasantías como un “fraude laboral” y construyeron la demanda de efecti-
vización de los pasantes, activando modalidades de organización aprendi-
das en la militancia estudiantil y otras trasmitidas por antiguos militantes
sindicales. En particular, describe y analiza la creación de múltiples cate-
gorías de identificación entre los trabajadores, que también funcionaron
para definir los niveles de incorporación al proceso de organización colec-
tiva y de actividad sindical.
Grimberg, Ernandez y Manzano: Introducción 15

La contribución que cierra la reflexión sobre el segundo eje de análisis es


el trabajo de André Guedes, que nos presenta el universo del mab (Mo-
vimento dos Atingidos por Barragens), “primo-hermano” del mst (Mo-
vimento dos Trabalhadores Rurais Sem Terra), pues los dos surgieron en
períodos y localidades próximas, con prácticas semejantes y amplia circu-
lación y apoyo entre sus militantes. El caso estudiado, narrado en un texto
etnográfico fluido –justamente por eso, atrayente para el lector–, traza la
especificidad del mab, que consiste en contener entre sus protagonistas
a garimpeiros, labradores que perdieron sus tierras y que constituyen un
público distinto de aquel que acostumbra a participar de ese tipo de mo-
vimientos. Tal vez sea exactamente esa particularidad lo que facilita al
autor percibir las “conexiones” y “conjunciones” entre dos “tradiciones”:
el patronazgo y la militancia en movimientos sociales. El autor nos mues-
tra la importancia que viene adquiriendo la formación educativa en los
últimos años dentro de los movimientos sociales como pre-requisito para
el ascenso en sus estructuras jerárquicas. Esa valorización de la educación
formal ocurre al mismo tiempo en situaciones donde lo político se expresa
en la cotidianeidad por el intercambio de favores, por la “ayuda” al pró-
ximo, por la “valentía”, en fin, por relaciones basadas en la fidelidad, que
caracterizan a las dominaciones tradicionales. Aunque en forma de ensayo,
los análisis del autor permiten sugerir el concepto de “forma-militante”.
Ese concepto refuerza la idea ya presente en otros trabajos del grupo de
investigadores de Brasil, relativa a que la participación en movimientos
sociales puede ocurrir de diferentes formas e intensidades y, sobre todo,
evidencia la existencia de un modo apropiado que legitima una participa-
ción más activa. El “lenguaje militancia” prevé determinadas experiencias
de participación, rituales de pasaje, comportamientos, capacidad de ora-
toria y, cada vez más, la educación formal, adquirida en las escuelas de
los propios movimientos.
El capítulo de Julieta Quirós oficia como apertura del tercer eje de
análisis. La autora analiza las prácticas de conocimiento a través de las
cuales los socio-antropólogos se interrogan por las motivaciones y las dis-
posiciones del involucramiento político, especialmente en contextos defi-
nidos como de pobreza y asociados con lo popular. El trabajo muestra
la escisión entre campos y prácticas de conocimiento que se correspon-
den con imágenes legas y moralizadas de la política; así, mientras los
fenómenos y vínculos asociados con la acción colectiva y los movimientos
sociales remiten a una “buena política” (la de la lucha, el compromiso y
16 Antropología de tramas políticas colectivas

la transformación), aquellos asociados a clientelismo remiten a una “mala


política” (la política del intercambio instrumental, la manipulación y la
reproducción). Estas imágenes, asentadas sobre la escisión mayor entre
el dominio de la política y la economía, configuran las interpretaciones
posibles sobre la política de los sectores populares invocando razones le-
gítimas y razones ilegítimas. El capítulo revaloriza las posibilidades de la
etnografía para ensayar explicaciones que superen el dualismo menciona-
do, desplazando la atención de las motivaciones para la acción hacia el
hacer. En otras palabras, se propone la restitución de la dimensión vivida
de la política, que no es sino restituir el sabor, el dolor y el placer que
constituyen y atraviesan toda acción social.
La contribución que continúa es la de María Inés Fernández Ál-
varez, Marcelo Ernandez y Sebastián Carenzo, quienes analizan la
experiencia de realización conjunta (argentino-brasileña) de un video etno-
gráfico con integrantes de una cooperativa de recolección de residuos en el
distrito de La Matanza-Gran Buenos Aires. Los autores reflexionan sobre
las posibilidades del soporte audiovisual como método de investigación,
estrategia de integración social y de producción y difusión de conocimien-
to científico. El artículo se desplaza del análisis del producto/objeto (el
documental) hacia las relaciones sociales que se anudaron en un proceso
de intercambio de saberes, valores y afectos. De esas relaciones, desta-
can el diálogo entre los investigadores argentinos con los integrantes de la
cooperativa y el marco del mismo que categorizan, recuperando el aporte
de Charles Hale, como investigación activista. Al mismo tiempo, señalan
los límites del intercambio de saberes definidos socialmente como asimé-
tricos y la tensión entre la proximidad/distancia, intimidad/externalidad,
según los contextos de interacción. El extremo de la externalidad aparece
en el relato del investigador brasileño, quien narra una serie de incidentes
a su llegada a la Argentina y las sucesivas reconciliaciones que confor-
maron una identificación afectiva con los miembros de la cooperativa y
los integrantes del equipo argentino. Esa identidad afectiva se construyó
a través de la categoría compañero, puesto que en el universo semántico
de la cooperativa “compañero” encarna un conjunto de disposiciones y
valores morales que son movilizados para definir y clasificar a las perso-
nas. En suma, el capítulo nos confronta con la complejidad del proceso
de intercambio de saberes y la creación de vínculos sociales, proponiendo
considerar bajo otra óptica problemas comunes de la tradición antropoló-
gica como la proximidad, la distancia y la autoridad etnográfica.
Grimberg, Ernandez y Manzano: Introducción 17

El capítulo de Soledad Cutuli explora la potencialidad de la construc-


ción de conocimiento a partir de la identificación de categorías nativas y
de la comparación del significado y los usos de las mismas en distintos con-
textos nacionales. A través del análisis de la categoría escándalo, la autora
procura desentrañar las lógicas según las cuales travestis y transexuales
del Área Metropolitana de Buenos Aires resisten, negocian, demandan y
gestionan el acceso a determinados derechos, oportunidades y/o bienes,
de los que han sido históricamente excluidas por sus identidades de gé-
nero. La reconstrucción etnográfica también muestra cómo la categoría
escándalo pone de relieve el problema de la esencialización cuando los
activistas políticos definen el movimiento de lesbianas, gays, bisexuales
y trans como una suerte de “comunidad imaginada” a la que sus miem-
bros sienten pertenecer por el hecho de que sus prácticas sexuales y/o sus
identidades de género desestabilizan la heteronormatividad. La categoría
escándalo desplaza la atención de la investigadora del movimiento para
poner el acento en las luchas y los términos en que se negocia la inclu-
sión en el movimiento y, fundamentalmente, en las más de dos décadas
que travestís, transexuales y transgéneros trabajan colectivamente para
revertir los procesos de estigmatización y opresión que pesan sobre ellas.
Finalmente, el trabajo de Virginia Manzano propone una reflexión
sobre los sitios de trabajo de campo como lugares de aprendizaje, de for-
mación y de energización del debate teórico a partir de la producción de
nuevas articulaciones conceptuales. La autora analiza los diferentes espa-
cios por los cuales circuló en su trabajo de campo intentando aprehender
lo que había sido definido como movimiento de desocupados. A partir de
la selección de cuatro contextos de trabajo de campo, muestra la circula-
ción por espacios domésticos, barriales, eclesiales y asociativos en los que
se tejían y destejían vínculos con el movimiento. En particular, el trabajo
advierte sobre las dificultades de recortar como objeto de estudio a los
movimientos sociales escindidos del flujo de la vida social e histórica. La
circulación de la antropóloga no era otra que la circulación que las propias
personas realizaban espacial y temporalmente, indicando un permanente
hacerse y (des)hacerse del movimiento.
El trabajo conjunto contribuyó a construir o fortalecer un enfoque para
el abordaje de la política de los movimientos o de la política en movimien-
to. Se trata de un enfoque que reconoce en la etnografía la posibilidad de
captar la vida en relación de aquellas personas involucradas en los proce-
sos y situaciones analizadas.
18 Antropología de tramas políticas colectivas

Desde este enfoque, los autores que participan de este volumen se


esfuerzan en superar dicotomías (normativas) que rigen en estudios de
ciencias sociales para explicar la participación en movimientos sociales,
como las distinciones entre economía/política; materialidad/simbolismo;
instrumentalidad/expresión; estado/sociedad civil; cognitividad/emoción;
interno/externo. Los trabajos reunidos ensayan caminos fuera de los sen-
deros trazados por esas dicotomías para mostrar los múltiples sentidos
que se ponen en juego en la experiencia de los sujetos y la variabilidad
de vínculos que se construyen con los movimientos sociales. En otras pa-
labras, se re-valoriza el aporte etnográfico para captar el vínculo de los
sujetos con los movimientos en situación y en proceso.
Un procedimiento de análisis compartido consiste en suspender la defi-
nición per se de entidades totalizantes tales como movimiento, campamen-
to, organización, cooperativa, organización o asociación. En su lugar se
ponderan las prácticas de sujetos sociales que cotidianamente construyen
y deconstruyen esas formas. Como se verá, los estudios identificaron la ro-
tación de las personas por espacios en movimiento en función de motivos
diversos, como la subsistencia inmediata, los lazos familiares, la amistad,
el vecinazgo y la formación política. Desde esta óptica, se proyecta nueva
luz sobre el esfuerzo pedagógico y de formación política, es decir, conside-
ramos que no es la identidad construida previamente la que garantiza la
permanencia y la adhesión a los movimientos, son los propios movimientos
los que promueven la estabilización por medio de la formación política de
sus miembros.
La atención puesta sobre las prácticas y los espacios en que se constru-
yen y reconstruyen entidades que tendemos a categorizar como totalidades
abstractas dibuja de otro modo la comprensión de las articulaciones con
el Estado. Los integrantes de los movimientos se vinculan cotidianamen-
te con la estructura burocrática estatal movilizando vínculos personales
para el seguimiento de expedientes, trámites administrativos o aspectos
“técnicos” de las reivindicaciones. A su vez, la vinculación cotidiana con
agencias estatales configura la agenda de una parte de los integrantes de
los movimientos reforzando distinciones y elementos de prestigio social.
Las personas en movimiento también se movilizan para tomar parte de
la planificación y ejecución de programas sociales. En algunos casos, se
movilizan retomando y redefiniendo categorías creadas por las propias
agencias gubernamentales para indicar sectores o áreas de actividad so-
cial, especialmente en aquellos casos de reconocimiento de los efectos de
Grimberg, Ernandez y Manzano: Introducción 19

reestructuraciones económicas y privatización de áreas estatales. El Esta-


do también aparece en los casos analizados como un espacio de lucha por
el reconocimiento y la gestión de derechos.
Los múltiples encuentros del conjunto de personas que producen los mo-
vimientos con las agencias gubernamentales también presentan un cuadro
más complejo de la actividad estatal. De este modo, el reconocimiento so-
bre la fluidez de las relaciones y los vínculos sociales constituye un punto
de acuerdo para seguir explorando aquello que se pone en movimiento con
los movimientos.
En este libro, entonces, el lector encontrará registros etnográficos so-
bre prácticas, procesos y situaciones antes que definiciones normativas
que contornean entidades homogéneas y totalizantes tales como Estado y
Movimientos. También encontrará firmes intenciones por demostrar que
las personas en su vida, y desde posiciones asimétricas, crean conexiones
y anudan relaciones sociales que rebasan aquellos andamiajes conceptua-
les que procuran dar cuenta de esas relaciones a través de la identifi-
cación de mediadores entre entidades fijas como Estado/Sociedad, Es-
tado/movimientos o Estado/organizaciones. Finalmente, quien lea estas
páginas advertirá el intento colectivo en exponer resultados de investiga-
ciones etnográficas sostenidas a lo largo del tiempo y vigorizadas por el
diálogo, social e históricamente condicionado, entre equipos de investiga-
ción de Brasil y Argentina.

Bibliografía
Elias, Norbert. 2006. Escritos e ensaios 1 – Estado, processo, opinião pública.
Federico Neiburg & Leopoldo Waizbort (orgs.). Rio de Janeiro: Zahar.
Grimberg, Mabel; Alvarez, María Inés Fernández y Rosa, Marcelo (orgs).
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Buenos Aires: Antropofagia
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Universidade do Estado do Rio de Janeiro.
Rosa, Marcelo. 2004. O engenho dos movimentos: reforma agrária e significação
social na zona canavieira de Pernambuco. Tese de Doutorado em Sociologia. Rio
de Janeiro, iuperj.
20 Antropología de tramas políticas colectivas

Sigaud, Lygia, David Fajolles, Hernan Gómez, Jerôme Gautier e Sergio


Smircic. 2006. “Os acampamentos da reforma agrária: história de uma surpresa”
in l’estoile, Benoit e Lygia sigaud (orgs), Ocupações de terra e mudança social:
uma experiência de etnografia coletiva. Rio de Janeiro: fgv Editora, pp. 29-63.
“Como si me hubieran dado un
puñal”. Las emociones como
prácticas políticas colectivas 1

María Inés Fernández Álvarez

Introducción
Hacia fines de abril de 2002, en un aula de la Facultad de Filosofía y
Letras de la Universidad de Buenos Aires, escuché hablar por primera
vez a Julia 2, una obrera de la confección a quien tendría la oportunidad
de conocer personalmente algunas semanas después. Vestida con su guar-
dapolvo celeste desabrochado, pidió permiso para hablar y se dispuso a
relatar la historia de su fábrica. La acompañaban dos varones jóvenes, de
quienes se podía adivinar que eran militantes universitarios. Ambos lleva-
ban una caja de cartón con una inscripción que decía “fondo de huelga”.
Durante los 10 minutos que Julia tomó la palabra, narró brevemente una
historia que después escucharía de manera sucesiva en charlas públicas,
encuentros con organizaciones sociales y entrevistas con periodistas o es-
tudiantes universitarios. El relato comenzaba el 18 de diciembre de 2001,
cuando un grupo de obreras y obreros de la confección, entre los que ella
se encontraba, había ocupado la planta en la que trabajaban hacía más
de diez años en promedio. “Los dueños se fueron y no volvieron más. El
último viernes cobramos un vale de 5 pesos y no podíamos ni volver a
nuestras casas. Nos quedamos para proteger nuestra fuente de trabajo,
que es lo único que tenemos”. Antes de despedirse, Julia nos invitó a cola-
borar con el “fondo de huelga” y nos propuso acercarnos a la fábrica para
apoyar la medida.

1 Una versión previa de este trabajo fue presentada en las V Jornadas de Investigación en
Antropología Social (2008). Agradezco las sugerencias de Sebastián Carenzo y los comentarios
a la primera versión de Mabel Grimberg y Virginia Manzano.
2 Los nombres de las personas y de la fábrica han sido modificados. Utilizo bastardilla para
términos nativos y comillas para citas textuales.

21
22 Antropología de tramas políticas colectivas

En los meses trascurridos entre diciembre de 2001 y abril de 2002, el


caso que Julia narraba había cobrado notoriedad pública y otras fábricas
en situaciones similares habían seguido el mismo camino. Más tarde se-
rían conocidas como “recuperadas” 3. Si bien tenía información sobre estos
procesos a través de los medios masivos, era la primera vez que escuchaba
el relato en boca de una de sus protagonistas. Recuerdo que la fuerza de
sus palabras logró conmoverme. Pocos días después ingresaba en la fábrica
por primera vez.
En las semanas siguientes visité la planta de manera regular con el ob-
jetivo de comenzar un estudio etnográfico sobre la recuperación. Durante
esas visitas escuché a las compañeras y compañeros de Julia reproducir
aquel relato ante una innumerable cantidad de personas que, como yo, se
acercaban diariamente para conocerlos, brindarles apoyo o estudiarlos 4.
Con el tiempo fui comprendiendo que contar “su historia” se había con-
vertido en una actividad central entre las prácticas que desarrollaban a
partir de la ocupación. La repetición de ciertos eventos y formas de na-
rrarlos había ido conformando una suerte de historia oficial de la misma.
Esta narración exponía una serie de argumentos que situaban la acción
desarrollada como resultado del incumplimiento de la patronal en el pago
del salario 5 y el abandono de la empresa. Frente a esto, señalaban, se ha-
bía hecho necesario “proteger la fuente de trabajo” como única forma de
“mantener un trabajo digno”. En este relato se recuperaba una terminolo-
gía que encuadraba las prácticas (propias y ajenas) en una lógica de legi-
3 Con esta denominación se hizo referencia a una forma específica de demanda por la “fuente
de trabajo” desarrollada en Argentina a partir de mediados de los años noventa. De manera
sintética, esta consistió en la ocupación del inmueble, la gestión colectiva de la producción, el
desarrollo de negociaciones con diferentes agencias del Estado para lograr la continuidad de la
unidad productiva y la conformación de una cooperativa de trabajo (Fernández Álvarez, 2007)
4 La presencia diaria de estudiantes, periodistas, intelectuales o militantes marcó el ritmo de mi
trabajo de campo durante los primeros meses. En función de esto consideré necesario diferenciar
mi práctica, que se planteaba como una tarea a largo plazo, de la presencia de estos ‘otros’ que
también formaban parte de mis interlocutores en el campo. Para ello presenté mi trabajo ante
una asamblea y dejé una copia del proyecto de investigación, la cual no fue iniciada hasta
su aprobación en este espacio. A partir de entonces pude circular libremente por los pisos
de la planta, entre los que se distribuían los sectores de la producción, así como observar
el proceso de trabajo. Las asambleas, en cambio, permanecieron siendo un espacio privado,
salvo en situaciones excepcionales. La posibilidad de ingresar en “horario productivo” resultó
fundamental no solamente en función de registrar las prácticas desarrolladas sino también de
diferenciar mi estadía de la de aquellos cuya presencia era menos cotidiana o que ingresaban a
la planta una vez finalizado el “día de trabajo”.
5 En este relato se explicaba que a partir del año 1998 los dueños habían suspendido los aportes
a la seguridad social y desde el 2000 habían interrumpido el pago del sueldo quincenal. Este
fue reemplazado por un vale semanal, un retiro en adelanto de la quincena. El monto de este
retiro fue decayendo durante el 2001 para alcanzar en la última semana la suma de 5 pesos.
Fernández Álvarez: “Como si me hubieran dado un puñal”. . . 23

timidad/ilegitimidad, destacándose el uso de categorías técnico-jurídicas


como “vaciamiento”, “derecho a la fuente de trabajo” o “concurso preven-
tivo”. A medida que mi presencia en la fábrica se fue haciendo cotidiana
pude advertir que, en situaciones de mayor intimidad, la reconstrucción de
este proceso adquiría otro registro en el que las emociones, las sensaciones
y los sentimientos cobraban mayor centralidad. Términos como “bronca”,
“esperanza” o “miedo”, con los que se evocaba la experiencia vivida en los
últimos años, resultaban recurrentes en estas narraciones que reconstruían
escenas de desesperación y angustia frente a la incertidumbre del futuro
de la empresa. Si en la presentación de la historia oficial la apelación al
registro emotivo aparecía subordinada a la lógica de dotar de legitimidad
las acciones desarrolladas, en los relatos más íntimos estos términos eran
expresión directa de un padecimiento encarnado, vivido cotidianamente
por estas personas y sus familias.
En los últimos años algunos representantes de las Teorías de la Acción
Colectiva llamaron la atención sobre la necesidad de reconsiderar el lu-
gar de las emociones en la protesta y la movilización social (Jasper y
Goodwin 2006; Goodwin, Jasper y Polleta 2001; Polletta 1998). Estas
propuestas focalizaron en el carácter social de las emociones sosteniendo
que en consecuencia podían ser estudiadas como significados cognitivos.
Así, cuestiones como la bronca o el miedo constituyeron, al igual que las
dimensiones simbólicas y los principios morales, elementos que podían ex-
plicar las motivaciones de los individuos en la acción colectiva. Desde este
marco, algunos autores (Calhoun 2001) destacaron que el estudio de las
emociones en las ciencias sociales estuvo ligado a falsos dualismos, que
las ubicaban en el polo opuesto al de la acción racional. La dicotomía
racional-irracional constituyó una tensión central en este planteo en tanto
las teorías de la acción colectiva en las que se inscribieron fueron desa-
rrolladas desde el rechazo a las visiones irracionales del comportamiento
colectivo 6. El peso que cobró esta tensión se tradujo en el modo en que
estas propuestas expresaron una permanente preocupación por resituar a
6 Las teorías del comportamiento colectivo consideraron a las emociones la puerta de entrada
para entender toda acción política desarrollada por fuera de las instituciones. En ese marco,
las multitudes y sus dinámicas fueron concebidas como el corazón de la protesta y los compor-
tamientos colectivos se explicaron como producto de la anomia, la irracionalidad de las masas
y el despliegue de mecanismos de manipulación que arrastraban a los individuos a la acción
por efecto de contagio o patologías. El acercamiento de los cientistas sociales como activistas o
simpatizantes de los movimientos que estudiaban, a partir de los años 70, invitó a revisar estas
explicaciones reorientando la perspectiva hacia miradas estructurales, racionalistas y organi-
zadas de la acción colectiva. En contraposición, los actores de la protesta fueron considerados
grupos que perseguían intereses individuales y los movimientos fueron vistos como una ex-
24 Antropología de tramas políticas colectivas

las emociones en el lugar de las acciones racionales; una suerte de raciona-


lización de las emociones. En consecuencia, estas últimas se convirtieron
en factores para explicar el involucramiento de las personas. Pensadas
en términos de razones motivacionales, “lo emocional” –al igual que “lo
cultural” o “lo simbólico”– quedó reducido a variables que explicaban el
surgimiento de la movilización o la protesta 7.
Desde los años 80 la antropología ha desarrollado una línea de trabajo
cuyos aportes han sido sustantivos para el estudio de las emociones en la
vida social y las prácticas políticas (Lutz 1986; Abu-Lughud 1985; Lutz
y White 1986; Lyon 1995) 8. Esta perspectiva destacó el carácter cultural
de las emociones sosteniendo que la mirada eurocéntrica desde la que tra-
dicionalmente fueron abordadas las ubicó en el lugar de la irracionalidad,
la subjetividad o el espacio privado del interés individual 9. En función de
revisar esta tradición, promovieron un abordaje que considera a las emo-
ciones como un lenguaje social que se expresa en el cuerpo. Desde otros
enfoques, algunos trabajos pioneros de la disciplina contribuyeron al aná-
lisis de los movimientos sociales considerando el lugar de las emociones y
el uso del cuerpo en el desarrollo de prácticas políticas (Worsley 1980).
A mi entender, el estudio de P. Worsley aporta elementos sustantivos en
tanto desplaza el eje de debate sobre la (ir)racionalidad de la acción. Al
destacar la articulación entre el deseo o la frustración de los pueblos co-
lonizados con procesos políticos más amplios, afirma el carácter político

tensión normal de la vida social, una forma de hacer política de otra manera. Las emociones
quedaron así a la sombra.
7 Como lo hemos desarrollado en trabajos previos (Fernández Álvarez 2006) las teorías de
la acción colectiva en sus diferentes vertientes parten de un supuesto compartido según el
cual la acción colectiva es el resultado del involucramiento (individual) de las personas en
una acción común. Un actor racional que se mueve en pos de un interés estratégico a partir
de un cálculo costo-beneficio. Desde este supuesto se busca identificar factores que expliquen
las motivaciones de la gente para involucrarse en acciones colectivas, entre los que algunas
vertientes ponderan dimensiones de carácter estratégico, mientras que otras privilegian variables
identitarias, culturales o emocionales. Tal como lo desarrolla en profundidad V. Manzano (2007),
estos supuestos responden a la concepción parsoniana en que se fundan estas corrientes, según
la cual la acción es pensada como un sistema social que se explica a partir de la identificación
de factores que dan cuenta de su origen, desarrollo y declive.
8 En Argentina, esta línea de análisis ha sido recuperada recientemente para el estudio de
la configuración de “territorios de violencia y control policial” mostrando el modo en que las
emociones constituyen una forma particular de experiencia que permite reconstruir tramas de
relaciones y configura sujetos (Pita 2007; Daich, Sirimarco y Pita 2007).
9 Siguiendo a los autores, las emociones definieron una categoría ideológica cuyo rol fue cen-
tral en el pensamiento académico occidental, y a partir de ellas se sostienen dicotomías como
mente/cuerpo, comportamiento/intención, individuo/sociedad, consciencia/inconsciencia (Lutz
1986; Lutz y White 1986).
Fernández Álvarez: “Como si me hubieran dado un puñal”. . . 25

de los movimientos milenaristas en contraposición a la consideración de


estos últimos como fenómenos patológicos.
Siguiendo esta línea de indagación, en este trabajo retomo resultados
de un estudio etnográfico sobre recuperaciones de fábricas en la Ciudad
de Buenos Aires desarrollado entre los años 2002 y 2005 para analizar
el potencial de las emociones en el estudio de los procesos políticos 10. A
mi entender, esta consideración abre un camino que permite desplazar-
nos de un debate planteado en términos de racionalidad-irracionalidad,
tal como aparece en los enfoques dominantes sobre acción colectiva, e in-
troducir una comprensión de las prácticas (políticas) desde la experiencia
encarnada (Csordas 1994). Con este objetivo, reconstruyo los primeros
momentos de la recuperación, centrando en el inicio de la ocupación, a
partir de las narraciones que realizaron las obreras y obreros de la fá-
brica sobre ese momento. Para ello retomo tanto parte de las entrevistas
realizadas a lo largo de mi investigación como un relato de carácter más
fragmentario que pude escuchar de manera constante durante charlas in-
formales en situaciones diversas como almuerzos, marchas, esperas ante
oficinas de funcionarios del Estado, “tiempos muertos” en encuentros de
fábricas u otras actividades públicas, etc. Sobre la base de esta reconstruc-
ción sostengo que la puesta en juego de emociones y sentimientos resultó
un registro privilegiado a la hora de articular la experiencia y definir las
primeras reivindicaciones. La conformación de las demandas partiendo de
estas últimas implicó un proceso de objetivación de esta experiencia (la
conformación de una historia oficial) y, a la vez, de exposición (pública)
de determinadas emociones y sentimientos.

Cuando las emociones se comparten


El 18 de diciembre de 2001, Margarita se levantó minutos antes de las
cuatro de la mañana, preparó unos mates que tomó rápidamente mien-
10 El trabajo de campo para esta investigación se extendió entre abril de 2002 y marzo de 2005,
comprendiendo dos niveles. Un nivel de análisis intermedio, de carácter sectorial, en el que se
consideró el proceso de empresas recuperadas de la Ciudad de Buenos Aires; este nivel nos
permitió observar distintos casos y realizar luego entrevistas en profundidad con trabajadores
de diferentes procesos de recuperación, dirigentes de las organizaciones de empresas o fábricas
recuperadas y funcionarios de distintos organismos públicos vinculados con el sector. Un nivel
en profundidad, en el que hemos desarrollado la mayor parte de nuestro trabajo de campo, en el
que reconstruimos un caso en particular. Este artículo analiza este caso a partir de un trabajo
de relectura de los datos para el que retomamos y ampliamos las reflexiones de la conclusión
de la tesis doctoral.
26 Antropología de tramas políticas colectivas

tras armaba su bolso y emprendió camino a La Celeste donde trabajaba


como costurera desde inicios de los noventa. Llevaba con ella unas pocas
monedas que le alcanzaban apenas para llegar a la fábrica, lo último que
le quedaba del vale de 5 pesos que había cobrado el viernes anterior. A
las seis de la mañana ingresó a la planta. Cambió su camisa floreada por
su guardapolvo celeste y se sentó en su puesto de trabajo. La mañana
transcurrió lentamente. El ritmo acelerado de las máquinas, al que esta-
ba acostumbrada, había cobrado otra cadencia. En los días previos, en
reclamo de “los vales” en disminución, junto con sus compañeras/os ha-
bían comenzado a reducir la producción. Desde entonces, una sensación
de malestar recorría el tercer piso donde funcionaba el sector “saco” en el
que ella trabajaba tras su ingreso a la planta 11.
Algunos días antes, en la parada del colectivo, se había enterado por
una de sus compañeras de que un grupo de ellas habían contactado a un
abogado, preocupadas por la situación de la fábrica que parecía no tener
salida. Siguiendo el consejo del especialista, habían enviado un telegrama
mediante el que se consideraban despedidas con el objetivo de cobrar
algún día el seguro por desempleo 12. Esta situación aumentaba su temor
a perder el trabajo, una inquietud creciente que se había exacerbado aún
más cuando fue notificada de que las vacaciones –a diferencia de otros
años– habían sido estipuladas para todo el personal al mismo tiempo.
Este escenario le recordaba el día en que a mediados de 2000, después de
una suspensión de dos semanas, llegó a la fábrica y la encontró con una
faja de clausura 13.

11 La fábrica tiene seis pisos entre los que se distribuían y organizaban las distintas fases del
proceso de trabajo. Hemos realizado una descripción detallada del mismo, así como un análisis
de las continuidades y rupturas a partir de la recuperación en Fernández Álvarez 2006.
12 El seguro por desempleo fue implementado en el año 1991 en el marco de las reformas intro-
ducidas a la legislación laboral. Esta reglamentación establece que los beneficiarios del seguro
serán aquellos que puedan demostrar haber tenido una relación laboral con cierta permanencia
en el tiempo y acreditar mediante un documento legal la situación de desempleo (despido sin
justa causa, o despido por quiebra, o concurso preventivo del empleador). Se estipula una pres-
tación básica que se calcula tomando el 41,5 % de la mejor remuneración neta mensual, normal
y habitual de los últimos seis (6) meses trabajados y cuyo importe no puede superar los $300
ni ser inferior a $150. La duración de la cobertura por desempleo se encuentra en relación con
el tiempo efectivamente trabajado y cotizado a la Seguridad Social; por ello la extensión del
beneficio contempla un mínimo de cuatro meses y un máximo de 12 meses.
13 En el año 2000 se decretó la quiebra de la empresa. En ese momento la firma cambió de
nombre y consiguió convertir esa situación jurídica en una instancia previa, la figura de concurso
preventivo de acreedores, situación en la que se encontraba al inicio de la recuperación. La
quiebra de la nueva firma fue decretada en octubre de 2003.
Fernández Álvarez: “Como si me hubieran dado un puñal”. . . 27

Los acontecimientos se aceleraron y al final del día se encontraba en


una asamblea en la que discutían con sus compañeras/os la posibilidad
de permanecer en la planta. Tiempo después, cuando su fábrica se había
convertido en una de las primeras recuperadas de la Ciudad de Buenos
Aires, Margarita relataba así el recuerdo de ese día:

“El último vale fue de 5 pesos, después ellos se fueron [en referencia a
los dueños de la empresa]. Ellos se fueron y la gente que no tenía para
viajar se fue quedando. . . porque ya veníamos de una semana. . . Era
un día martes. . . me acuerdo el viernes nos fuimos todos mal, todos
así. . . porque nos habían dado 5 pesos; el lunes aparecieron con 2
pesos y la gente se fue, la que pudo irse se fue. El martes vinimos
temprano. . . normal, a trabajar con la esperanza de que Ricardo [el
jefe de personal] a las 10 de la mañana nos iba a dar los vales. Y
no. No apareció a las 10, ni a las 11, ni a las 12. Después habló por
teléfono que no consiguió la plata. Y bueno, nosotros nos quedamos
con eso, con la esperanza que por ahí andaba buscando la plata [. . .]
Yo, por lo menos, ni ahí pensé que iba a llegar hasta ahora. . . Yo dije:
‘No, capaz que mañana vienen, nos traen el vale y nos vamos. O esta
misma noche, nos quedamos, o vienen a las siete u ocho; van a volver y
nos traen los vales’. Eran las siete, las ocho, las once, las doce y nada”
(Margarita, 58 años, 13 años de antigüedad en la empresa).

Sentada en la máquina, Margarita evocaba el modo en que poco a poco


fueron quedándose en la fábrica. Su relato describía la sensación de males-
tar por el atraso en el pago de los vales acumulados que compartía con sus
compañeros. Contraponía el abandono de los dueños a su permanencia,
inscribiendo a esta última en un marco de “normalidad”. Permanecer en
la fábrica se describía como una práctica dentro de su cotidianeidad. El
relato destacaba la sensación de esperanza con la que llegó ese día y con
la que se fue quedando mientras aguardaba el pago de su vale. Expresaba
al mismo tiempo la sensación de una relación quebrantada (en referencia
a los dueños) y el deseo de una resolución no alcanzada en lo inmediato.
En relación con esto último, en mis primeras visitas a la fábrica una de las
cuestiones que más me sorprendía de mis intercambios con las/os obre-
ras/os era la expresión de deseo (aunque presentado como imposible) de
que los dueños de la planta volvieran a hacerse cargo de la firma, mante-
niéndolos como empleados y pagando sus deudas. Esta cuestión llamaba
mi atención, no porque me resultara incomprensible o extraña, sino por-
28 Antropología de tramas políticas colectivas

que se contraponía a la imagen pública que se proyectaba de ellas/os 14.


Sin duda que este ideal no era asumido por el conjunto de manera homo-
génea. Sin embargo, constituía una referencia frecuente para muchos/as
de ell0s/as. Esta expresión se completaba con el relato de anécdotas de
momentos compartidos con algunos de los dueños o parte del personal
jerárquico en los que estos se mostraban como personas cercanas y con
sentimientos amables hacia ellas/os. Un relato en el que la relación con los
dueños estaba marcada por expresiones afectivas, ya sea de acercamiento
o distancia.
Beatriz llevaba “toda una vida dedicada a la costura” el día en que
sus compañeras/os le informaron que iban a bajar al primer piso, donde
se ubicaban las oficinas de los dueños y el personal jerárquico, a exigir el
pago de los sueldos atrasados. Su marido venía insistiéndole en que dejara
de ir al trabajo, “total no le alcanzaba ni para viajar”, pero Beatriz no
quería “regalarles” su indemnización, sus años “sentada en la máquina”.
Una tarde mientras cumplía su guardia la entrevisté por primera vez 15.
Beatriz tenía entonces 49 años y vivía en Villa Tesei con su pareja y sus
4 hijos. Hacía 28 que trabajaba en la industria del vestido. Haber logrado
mantenerse tanto tiempo en el mismo oficio, siempre en “fábricas grandes”
y de renombre, era algo que la enorgullecía y trasmitía frecuentemente.
Se definía como “una mujer muy creyente” y en su relato evocaba a Dios
de forma repetida, sobre todo cuando recordaba los momentos difíciles
por los cuales habían pasado. El inicio de la ocupación había sido uno de
ellos, como lo atestiguaba la medallita de la Virgen que, prendida de la
solapa de su delantal, la acompañaba desde entonces. Hablamos un rato
largo en el que fue contándome parte de su vida hasta que hizo referencia
al día en que “se quedaron”, según sus palabras, “por bronca”:

B: Después empezó todo a venir abajo (silencio)


MI: ¿Vos estabas el día que se quedaron acá?
B: Sí.
14 Por distintas circunstancias, como la fecha de la recuperación, el hecho de constituir uno de
los primeros casos, el componente principalmente de mujeres, el proceso de construcción de las
demandas y las vinculaciones con partidos de izquierda, este caso apareció públicamente como
uno de los más politizados convirtiéndose en un “ejemplo de lucha”, sobre todo durante los años
2002 y 2003. En este sentido, había atraído la atención pública ganando adeptos y detractores,
respecto del que se opinaba ya sea para celebrar el heroísmo de sus protagonistas o bien para
poner en tela de juicio la radicalidad de sus demandas.
15 Hasta diciembre de 2003, momento en que el inmueble fue cedido a la cooperativa de trabajo
constituida en junio de ese mismo año, se realizaron guardias rotativas con el objetivo de
“custodiar los bienes de la empresa y evitar el vaciamiento de la firma”.
Fernández Álvarez: “Como si me hubieran dado un puñal”. . . 29

MI: ¿Me querés contar cómo fue ese día para vos?
B: Mirá, yo te digo cómo nos quedamos, nos quedamos. . . yo creo
que más por bronca, más por bronca no porque uno pensaba quedarse,
fue por la contestación de X [nombre de uno de los dueños], porque ya
en ese momento la mina había bajado a hablar con él, con la señora
que estaba en ese momento y toda la gente de la oficina. Yo creo que
no nos fuimos por bronca, que nos quedamos; bronca en el sentido
de todo lo que uno iba acumulando, de la plata que nos estábamos
llevando y habiendo mucho trabajo y mucha exigencia, porque ellos
nos pedían, por ejemplo, que entreguemos el trabajo, que terminemos;
nos exigían mucha producción, porque había mucho trabajo; eso es
lo que uno no comprende, adónde iba y por qué no entraba la plata
habiendo mucho trabajo; porque yo te puedo decir: “Bueno, sí, tenían
razón, si nosotros no producíamos y no había trabajo aquí adentro; si
mirá la cosa está mal, pero había mucho trabajo y cómo nos exigían el
trabajo y darnos lo que nos daban de vale”. . .(Beatriz, 49 años, obrera
calificada, 12 años de antigüedad en la empresa).
En este caso, Beatriz hizo referencia a la sensación de bronca que le per-
mitió quedarse o, más exactamente, “no irse”; una acción que ella describía
como no pensada. La bronca se fundaba en el inexplicable comportamien-
to de “los dueños”, quienes aunque “exigían producción” no cumplían con
el pago de los salarios. Hacía referencia así a la contraposición entre exi-
gencia e incumplimiento y se reforzaba en la falta de reconocimiento de
su trabajo. Desde este sentimiento rememoraba la sensación de traición y
maltrato que había desencadenado la permanencia en la planta, más que
como una acción prevista, como una consecuencia inevitable. Al mismo
tiempo, su descripción inscribía ese acto en el marco de su relación con
los dueños, como una respuesta: “Fue por la contestación de X”.
En síntesis, tanto en el relato de Margarita como en el de Beatriz, el
comienzo de la ocupación fue descripto siguiendo un registro emotivo.
Continuando este argumento, las emociones podrían constituir la base
para explicar el involucramiento de ambas en la ocupación. La bronca o
la esperanza serían factores para entender por qué Margarita y Beatriz
decidieron quedarse el 18 de diciembre y comenzar la recuperación de
la fábrica. El problema de esta argumentación radica, a mi entender, en
plantear una pregunta que ellas no se hicieron. Cuando volvemos sobre
estos relatos observamos que la permanencia en la fábrica se describe
principalmente como una acción no pensada. Para usar sus palabras, el
30 Antropología de tramas políticas colectivas

hecho de no irse aparece como una consecuencia inevitable y casi ‘natural’


frente al correr de los acontecimientos. Quedarse en su fábrica se describe
como una situación más mediada por las relaciones, entre ellas y con los
dueños, que por un cálculo de costo-beneficio, tan cercana al carácter de
las ideas como de los afectos.
Algunos autores (Lyon 1995; Reedy 1997) han reflexionado sobre las
implicancias del enfoque constructivista para el estudio de las emociones
enfatizando en la necesidad de ampliar la mirada para incluir la considera-
ción de cuestiones relativas a los afectos. En términos de Lyon, se trata de
salir de una conceptualización del cuerpo como representación, donde las
emociones resultan pensamientos corporizados, una mirada del “cuerpo
como mente”, a un reconocimiento de la corporalidad de la emoción, que
incluye el entendimiento de las relaciones sociales como necesariamente
corporales, del “cuerpo como cuerpo” (Lyon, 1995: 256). Esto supone una
comprensión de las emociones no como estados internos cuyas expresio-
nes deben ser estudiadas, sino como un fenómeno social que es siempre
relativo a otro. Recuperar esta consideración nos permite resituar la des-
cripción que hacen estas mujeres en el registro que ellas nos trasmiten
de ese momento, desplazando el interrogante por las motivaciones de la
acción colectiva –y en consecuencia su (ir)racionalidad–, para observar el
entramado de relaciones en el que esta fue posible, como lo veremos a
continuación.
En el 5◦ piso de la planta funcionaba la sección ensamblado de pantalón
en la que trabajaban Julia, Pedro y Eduardo. Pedro vivía en Buenos
Aires desde inicios de los noventa, año en que había partido de Oruro
(Bolivia) en busca de trabajo. Julia y Eduardo tampoco eran porteños.
Ella se fue de Salta siguiendo al padre de sus hijos y él se vino de Perú
pocos años antes, de donde había migrado “por problemas económicos”.
Un domingo a la mañana de mediados de 2003 Julia me recibió en “su
casa”, un departamento ubicado en el barrio de Paternal al que había
accedido junto con otras familias tras un largo proceso de ocupación y
lucha por la vivienda. Residía allí con sus tres hijos, su pareja y su cuñada,
quien la ayudaba con los chicos. Mate mediante fue contándome su llegada
a Buenos Aires, donde había iniciado la lucha para conseguir su casa a
partir del contacto con una organización a la que se vinculó al poco tiempo
de llegar, y la forma en que esta lucha se encadenó con la pelea por el
trabajo. Mientras sus hijos subían y bajaban de sus rodillas, Julia relataba
aquel momento de la siguiente manera:
Fernández Álvarez: “Como si me hubieran dado un puñal”. . . 31

J: En ese momento que sale esta vivienda, cuando nos sale esta
vivienda, muy contenta yo decía: “Bueno, ahora sí tenemos algo nues-
tro”, pagar la cuota. . . ahí edificamos de a poquito algo. Pasan a los
pocos meses, tres meses habrá. . . no, seis meses estuve viviendo acá,
con lo que ganaba de la fábrica tratando de juntar y ver, ¿viste?, cómo
sostenía acá porque la cuota de la casa es 260 más o menos. . . y nos
viene a pasar esto [se refiere a la fábrica]. ¡Me agarró una depresión!
Y yo dije: “Uh, ¿ahora qué?, ¿ahora qué hago?” porque yo no quería
dejar de pagar la cuota porque como que había luchado tanto por algo,
un crédito, algo, y ahora no poder pagar. . .
MI: ¿Ahora cuando los desalojaron de la fábrica?
J: No. Eso fue cuando se fue la. . . el 18 de diciembre del 2001. Eso
creo que fue una de las iniciativas, fue. . . la bronca que a mí me per-
mitió quedarme en la fábrica. Para algunos compañeros se quedaban,
para mí fue la toma de la fábrica. Porque con algunos compañeros
nos sentamos a hablar y yo les conté, les dije: “No puedo pagar mi
casa, estoy mal, es con un banco, ¿viste?”. Estaba repreocupada, sabía
sentarme ahí y lloraba y estaba mi marido, mi cuñado y les digo: “No
tengo para. . .”. Mi marido estaba sin trabajo. . . Les digo: “No sé cómo
hacer para que vivamos esta semana”. Por lo que nos venían pagando,
lo último ya eran 5 pesos los que nos venían dando. Después nos jun-
tábamos con algunos compañeros y sabés ¡qué bueno! Entonces nos
juntamos, con los compañeros. Hablamos cerca de la esquina, les digo:
“¿Qué hacemos?”. Y ya cuando nos dieron los dos pesos, bueno, ya
está. . . entonces yo digo: “Ya está. No, esto ya no se recupera más,
ellos [los dueños de la empresa] quieren sacar las cosas afuera e irse”
(Julia, 33 años, 7 años de antigüedad en la empresa).
Al igual que en el caso de Beatriz la sensación de broca recorrió el relato
de Julia. Pero a diferencia de sus compañeras ella hablaba de la “toma
de la fábrica”, expresión que prefería a la de “quedarse” o “permanecer”.
En su caso, esta acción se inscribía en una vida de lucha, primero por su
vivienda y luego por el trabajo. Perder su empleo era perder aquello que
había conseguido con el sacrificio de años. Julia evocaba su sufrimiento
frente a la imposibilidad de seguir manteniendo a los suyos. Expresaba la
sensación de desesperación y temor frente a la posibilidad de perderlo to-
do. Una sensación que sintetizaba en la idea de depresión y que resaltaba
exclamándola. Al mismo tiempo, su relato mostraba la preocupación por
organizarse cuando sentía que la fábrica ya no iba a recuperarse. Narra-
32 Antropología de tramas políticas colectivas

ba los encuentros con sus compañeras y compañeros en los que trasmitía


la necesidad de “hacer algo”. Encuentros en los que mostraba su preo-
cupación, exponía su intimidad y compartía su angustia, invitándolos a
sumarse.
Unos meses atrás el 5◦ piso se había quedado sin delegados y Julia le
había insistido a Pedro en que asumiera ese rol. Ese año, además, con
algunas de sus compañeras venían “ganándole terreno” a Antonia, la en-
cargada, festejando los cumpleaños durante el horario del almuerzo. Pero
en el último tiempo, Sandra, que trabajaba en la limpieza, les había trans-
mitido su preocupación por las “movidas extrañas” que observaba en el
primer piso. “Los dueños”, según decía, “se estaban llevando las cosas”.
Estos movimientos inusuales, sumados al retraso en los pagos semanales
y al anuncio de las vacaciones para el conjunto del personal en enero,
inquietaban a Julia, Pedro y Eduardo, como a algunos de sus compañeros
de otros pisos, quienes empezaron a reunirse a la salida de la fábrica.

“La chica de limpieza nos había contado que se estaban llevando las
cosas, la heladera, cosas personales estaban sacando. Por ejemplo, la
heladera de la dueña, no sé qué otras cosas se habían llevado ellos y
nosotros decíamos: ‘¡No! ¡Estos se están por ir!’. Y encima ya faltaba
una semana para salir de vacaciones todos. ¡Y no! Nosotros decíamos:
‘¡No! ¡Estos se están por ir!’. Y en la desesperación nos juntamos y de-
cíamos: ‘No. Tenemos que quedarnos. Tenemos que tomarla’. ‘Bueno,
pero hablemos, hablemos con los compañeros, con las que se quieran
quedar. Yo creo que hay muchos que tienen bronca y de última, no
importa, nos quedamos nosotros’. Como los dueños se iban. . . Y bueno
y nosotros siempre habíamos dicho: ‘Nos quedamos a pedir los vales
hasta que traigan la plata. Nos quedamos a pedir los vales, nos po-
nemos candado y nos quedamos encerrados ahí’. Yo les había pedido
ayuda a mis vecinos. Los mismos que habíamos luchado por la vivien-
da. A ver si se podían acercar por si nos pasaba algo. Yo tenía miedo a
la policía, que sé yo. . . Bueno, llega ese día; para esto estuve hablando
con muchas compañeras: ‘Miren, chicas, que nosotros nos quedamos.
Estamos decididos a quedarnos, sí o sí. Así nos vengan y nos den 20
pesos, nosotros nos quedamos’. Porque no eran 20 pesos los que es-
taban metidos adentro” (Julia, 33 años, 7 años de antigüedad en la
empresa).
Fernández Álvarez: “Como si me hubieran dado un puñal”. . . 33

Como en el caso anterior, la narración de Julia sobre los momentos pre-


vios a la ocupación estuvo marcada por un registro en el que sentimientos
como la desesperación y la angustia frente a la posibilidad de perder su
trabajo cobraron centralidad. Pero en su caso, este sentimiento que com-
partía con sus compañeros, que los encontraba, era un primer paso para
unirse en una acción conjunta. En principio juntarse era hacer común las
sensaciones. Después juntarse implicaba organizarse. Julia afirmaba: “En
la desesperación nos juntamos”. Y segundos después mencionaba que en
esas charlas con sus compañeros de piso, en las que trasmitían su desespe-
ración, fueron pensando que esa sensación podía ser vivida también por
otros que, como ellos, tenían bronca. De esta manera era posible quedarse,
tomar la fábrica. Como Julia sabía, tomar la fábrica exigía algo más que
compartir la desesperación. Era necesario transformar las emociones com-
partidas en organización. Al igual que en los casos previos, en su relato
las emociones aparecen también puestas en juego en una exposición que
la relaciona desde las sensaciones (corporales) con sus compañeras. Pero
en su caso, estas sensaciones no son el correlato de una acción no pensada
que naturalmente se inscribe en el acontecer del día. Ocupar la fábrica,
según la expresión de Julia, era una acción que debía organizarse y para
la cual disponía de un saber aprendido en experiencias de lucha previa.
Cuando observamos los relatos que hacen Margarita, Beatriz y Julia
sobre la antesala de la recuperación de su fábrica encontramos que la
(in)consciencia y la (in)voluntad se entremezclan: la ocupación para unos,
la permanencia para otros puede ser al mismo tiempo una concepción de
vida aprendida en la lucha y sensaciones de bronca que se sienten en el
estómago. La literatura sobre acción colectiva tiende a plantear una mi-
rada dicotómica que contrapone la acción racional estratégica a la acción
directa y espasmódica de las multitudes. El problema de esta dicotomía,
a mi criterio, es que asimila la acción racional a una acción voluntaria,
consciente, planificada, y en oposición a ella las expresiones no conscien-
tes y/o involuntarias quedan ubicadas en el dominio de la irracionalidad.
O más riesgoso aún, habría personas que actuarían de manera racional y
otras que lo harían siguiendo pulsiones naturales o la voluntad de otros.
Es en este punto, creemos, que resulta fértil avanzar en una línea de análi-
sis para el estudio de los procesos políticos que contemple a las emociones
como expresión del “cuerpo como cuerpo” (Lyon 1995), considerando con
M. Mauss (1971) que todo comportamiento corporal, lejos de ser natural,
supone siempre un aprendizaje social.
34 Antropología de tramas políticas colectivas

Cuando las emociones se organizan


A las 11 de la mañana del martes, obreras y obreros de diferentes sectores
bajaron al primer piso donde estaban las oficinas de los dueños y el perso-
nal jerárquico, a exigir el pago de un vale digno. A Inés le costaba creerlo:
“Los dueños siempre habían sido muy atentos con ella y con sus compa-
ñeros”. Todavía recuerda el momento en que le adelantaron una quincena
para pagar el viaje al entierro de su madre o cuando prestaron la casa
para el casamiento de Daniel, uno de sus compañeros “de corte”. Este
recuerdo profundizaba la sensación de contraste que le había producido
la respuesta irrespetuosa de uno de ellos esa mañana:

“Ese día habíamos bajado un grupo del 5◦ , un grupo del 3◦ y del 2◦


y con ellos estaba la delegada nuestra, la delegada del 2◦ piso. . . Y nos
pusimos a hablar de por qué nos pagaban así, que no nos alcanzaba
la plata. . . Y en una de esas [nombre de uno de los dueños] sale muy
airoso y dice: “¿Qué quieren, que traiga la plata de afuera?” y nos
pegó un portazo. A mí, la verdad, fue lo peor que me pudo haber
hecho, ¿viste? Porque uno de bronca te puede decir muchas cosas pero
que vos en la necesidad te diga “¿qué querés, que te traiga la plata de
afuera?”, como burlándose, fue la primera vez que sentí que me herían,
como si me hubieran dado un puñal. Porque vos cómo podés. . . Para
mí fue algo tremendo eso que me hayan dicho, qué sé yo, me hubiera
dicho: “No, no tengo plata”, capaz que si me hubiera engañado en
ese momento, cualquier cosa, no me hubiera herido tanto como me
hirió con esa soberbia de decirte “¿qué querés, que traiga la plata de
afuera?”. Y nos cerró la puerta, se fue y dio un portazo. Y eso fue lo
que a mí, a mí. . . yo estaba ahí y fue lo que a mí me cayó horriblemente
mal” (Inés, 42 años, 8 años de antigüedad en la empresa).

El relato de Inés resulta elocuente en varios sentidos. Por un lado, si-


guiendo la misma línea de las narraciones anteriores, la reconstrucción
ancla en referencias emotivas que incluyen a sus compañeros. Referencias
que, como ella expresaba, se sentían en el cuerpo: “Fue la primera vez
que sentí que me herían, como si me hubieran dado un puñal”. Por otro
lado, ubica las acciones de los dueños en este mismo registro. Aunque la
respuesta de “los patrones” resultaba para ella intolerable, podía ser leída
también desde la bronca. Finalmente, la descripción de la relación y los
intercambios entre ambos, trabajadores y dueños, también se inscribía en
Fernández Álvarez: “Como si me hubieran dado un puñal”. . . 35

el mismo registro mediante imágenes como la burla, el enojo o la falta de


voluntad.
Durante el resto de la jornada laboral habían vuelto a sus puestos de
trabajo esperando que “la plata llegara”, algunos cumpliendo con la orden
de los encargados de terminar la producción, otros iniciando una medida
de fuerza que desembocaría en la ocupación de la planta. Cerca de las tres
de la tarde, horario habitual de salida, “los dueños se habían ido”. Fue
entonces cuando Julia, Roberto, Pedro y Diana comenzaron a recorrer los
pisos trasmitiendo la idea de permanecer. Algunos, con temor, prefirieron
volver al día siguiente. Otros, sin posibilidades de regresar a sus casas,
pasaron la noche por primera vez en la planta. Así relató Julia el momento
en que comenzaron a recorrer los pisos trasmitiendo a sus compañeros la
decisión de permanecer:

“Nos reunimos con plancha, tres menos cuarto, tres menos veinte
eran, me acuerdo. Porque tres menos cuarto ya se iban a bañar al-
gunos. Nos reunimos con plancha y subimos, con Roberto que dice:
“Bueno, compañeros –dice así, ¿no? [con tono enérgico, como imitan-
do a Roberto en ese momento]–, vinimos a hablarles, estamos con el
sector pantalón y plancha y nosotros hemos pensado que nos vamos
a quedar. Así vengan con 20 pesos nosotros nos quedamos igual, por-
que estos seguramente piensan vaciar la empresa cuando nos vamos de
vacaciones, así que nosotros, entonces, nosotros, los que nos quieran
acompañar, estamos en el segundo piso al fondo y los esperamos ahí;
nosotros de acá no nos movemos, el que quiera ir a alcahuetearle a la
patronal –eso lo dijo por delegados de. . . –que les vaya a decir. Acá
no hay sindicato nadie que nos ayude, nosotros nos vamos a quedar
y nos sabemos defender y que venga y se entere la patronal mañana
que acá no estamos dispuestos ni a trabajar, ni a mover un dedo, ni
siquiera a irnos si ellos no traen nuestro sueldo, sueldo que tenemos
metido adentro” (Julia, 33 años, 7 años de antigüedad en la empresa).

Este fragmento de la narración de Julia marca una diferencia con el re-


lato anterior en el que evocaba la sensación de desesperación que los había
“juntado”, profundizando aquí la idea de organización. El relato describe
en qué consistió: trasmitir la idea a los demás sectores, explicar los moti-
vos de la decisión, lograr el convencimiento de las/os compañeras/os. En
este proceso una serie elementos cobraron centralidad en la construcción
de las argumentaciones públicas que legitimaron la acción, como la idea
36 Antropología de tramas políticas colectivas

de vaciamiento. La ocupación se inició, como lo expresa su relato, para


exigir el pago de vales atrasados pero fundamentalmente como una medi-
da que impidiera el cierre y vaciamiento de la planta. Al mismo tiempo,
encontramos referencias que recuperan un registro anclado en los senti-
mientos, en este caso en relación a la idea de desamparo: “No hay nadie
que nos ayude”. Desde esta referencia, Julia evocaba la falta de apoyo por
parte de los delegados y, en sentido más amplio, del sindicato, que en el
caso de este proceso de recuperación adoptó una posición crítica respecto
de las acciones llevadas adelante 16. En los relatos que pude reconstruir
fueron reiteradas las referencias no sólo a la falta de apoyo sino también
al comportamiento “negociador”, a la “traición de los dirigentes que, en
lugar de defender su trabajo, llegaban a la fábrica, discutían un rato, se
llevaban unos trajes y todo seguía igual”.
A las ocho de la noche las reivindicaciones habían sido definidas esta-
bleciéndose “cinco puntos”. Roberto guarda aún con él la hoja en la que
quedaron grabadas a puño y letra, que intercambió conmigo en su casa
mientras narraba el inicio de la ocupación. “Si querés apaga el grabador
que los busco”, me dijo y minutos después los fue leyendo en voz alta uno
a uno. “Acá está. Los cinco puntos que levantamos nosotros para exigir
a la patronal. El primer punto dice que la empresa no tome represalia
contra los trabajadores, ni despidos. Segundo punto: reincorporación de
los compañeros despedidos. Tercero: que se paguen los salarios atrasados
este viernes, como mínimo $200. Cuarto: refinanciación de la deuda que
la empresa tiene o bien que le planteen al Gobierno nuevos créditos. ¡Mirá
vos lo que pedíamos! Quinto: mantener a cualquier costa nuestra fuente
de trabajo. Esos son los cinco puntos que elaboramos ese día [. . .] La idea
era permanecer en la fábrica hasta que la patronal venga y solucione los
problemas salariales”, agregó. “Esa era nuestra intención el 18 de diciem-
bre, no una toma por tiempo indefinido. Porque nosotros no queríamos
robar la propiedad privada al patrón, ni mucho menos. La idea era esa,
entonces nosotros íbamos a permanecer en la fábrica, ocupación pacífica

16 A diferencia de esta, en otras recuperaciones el sindicato o, más precisamente, algunas


seccionales resultaron promotores o apoyos importantes. El caso más significativo fue el de la
uom seccional Quilmes. Desde la década del 80 esta seccional ha venido impulsando procesos de
ocupación y conformación de cooperativas de trabajo como estrategia gremial frente a procesos
de quiebra o cierres de fábricas. Actualmente la uom mantiene la filiación y obra social a
los trabajadores que forman parte de las cooperativas conformadas a partir de procesos de
recuperación. Asimismo, la Federación Gráfica Bonaerense ha apoyado e impulsado procesos
de recuperación principalmente en la Ciudad de Buenos Aires. Entre ellos se incluyen algunos
casos recientes iniciados entre finales de 2008 y comienzos de 2009.
Fernández Álvarez: “Como si me hubieran dado un puñal”. . . 37

en la fábrica, hasta que la patronal venga y solucione los problemas sa-


lariales”. Por esa misma hora un grupo de vecinos, algunos familiares y
compañeros de Julia, “junto a los que había luchado por su vivienda”, se
acercaron a la planta a alcanzarles comida, según lo recordaba:

“Eran las nueve de la noche y llegan mis vecinos con comida. ¡Uy,
una alegría! [. . .] mis vecinos que habían quedado todavía en La Rioja
viviendo [hace referencia a sus compañeros de la organización por la
vivienda en la que participaba y a partir de la que había obtenido su
casa], que no les habían dado la vivienda todavía porque habíamos
formado grupos, ellos se acercaron con comida ahí. Para esto ya era
otro portero el que estaba, un viejito más pilita, nos llama a nosotros.
Los otros llegaron con pizzas, milanesas. Mirá, no sé, para mí, yo. . . los
saludaba, tenía ganas de llorar, porque estaba de este lado, como había
peleado por la vivienda con ellos, unido con ellos, estaba de este lado,
estaban ellos de afuera y yo de adentro. . . ‘¿Qué necesitas? ¿Qué que-
rés?’. Les digo: ‘Aerosoles, vos traenos aerosoles’. Bueno, no sé de dónde
consiguieron, pobres, me trajeron aerosoles, me trajeron a esa hora y
llega la esposa de Roberto, otra vianda de comida. ¡No sabés el festín
esa noche! Después subimos todos, el hermano de Julio me acuerdo, o
sea que no eran sólo mis vecinos sino que también el hermano de Julio
también, que había llegado. Fuimos todos. Ellas contentas [refiriéndo-
se a sus compañeras de trabajo]: ‘Mirá cómo los vecinos nos vinieron,
los vecinos de Julia, la mujer de Roberto. ¡Mirá! ¡Como nunca! Hace
cuánto que no comíamos así’. Bueno, después empezaron a llorar las
chicas, ¿no? Que como estaba su familia y nosotros comer así. . . Y
entonces los aerosoles. . . ‘Chicas, ¿les parece que hagamos carteles?’
Ellas ‘no’, una ‘sí’, otra ‘no’. . . ‘Hagamos carteles, hagamos carteles
donde diga: «[Nombre del dueño] paga los sueldos», cosa que cuando
venga mañana se arme, que vea que esto es un escándalo, ¿no?” (Julia,
33 años, 7 años de antigüedad en la empresa).

Con el mismo énfasis y desde el mismo registro que movilizó para hablar
de los momentos previos, marcados por la desesperación, Julia narró a
continuación las horas que siguieron, en las que esta se entremezcló con
la alegría. Una alegría que la conmovía al sentirse acompañada y que se
extendía a sus compañeras. La narración enfatizaba el contraste entre esta
alegría, “el festín de esa noche”, y el sufrimiento por sus familias. Al mismo
tiempo, como pude encontrarlo en otros relatos, la alegría se vinculaba a
38 Antropología de tramas políticas colectivas

una sensación de logro, en este caso por la posibilidad de iniciar la medida.


Desde esta sensación describía el modo en que las reivindicaciones fueron
inscribiéndose en papel.
El 19 de diciembre la recuperación había comenzado. Quienes el día
anterior habían vuelto a su casa llegaron a las 6 de la mañana, como
lo hacían de costumbre, pero esta vez “los dueños” ya no estaban en la
planta. Encargados, personal jerárquico, empleados administrativos y de
ventas permanecieron en la calle. Solamente los operarios se sumaron a
la medida. En la primera asamblea definieron la conformación de una
comisión interna, compuesta por seis de ellos. Esta sería la cara visible de
la fábrica durante los próximos meses. Horas más tarde, el presidente De la
Rúa decretaba el estado de sitio. Algunos de ellos recuerdan la sensación
de temor frente a esta medida desobedecida ante la que tuvieron lugar
cacerolazos, saqueos y movilizaciones en diferentes puntos del país 17. Las
referencias a este momento transmiten la sensación de incertidumbre por
lo que iba a venir y el miedo a la represión policial:

“Al otro día renuncia Cavallo y se decreta el estado de sitio, y no-


sotros con la fábrica ocupada! ‘¡No! –decíamos. Va a venir la policía y
nos van a sacar. ¿Qué hacemos?’. . . Querían escaparse algunos, decían:
‘No, vámonos’. Sacamos las banderas, cerramos las ventanas y nos me-
tíamos en el fondo. Mientras veíamos en la tele lo que estaba pasando,
los saqueos. . . o sea, la rebelión del pueblo, cómo salía a las calles a
pelear. Las asambleas, los estudiantes, gente humilde, gente de clase

17 El 3 de diciembre de 2001, en un marco de recesión económica que no se detuvo desde 1998,


el ministro de Economía Domingo Cavallo anunció el corralito. Esta medida, sancionada como
decreto (1570), limitaba la posibilidad de retirar efectivo de los bancos. Días después, princi-
palmente en la Ciudad de Buenos Aires se realizaron los primeros cacerolazos –que consistieron
en la salida de los “vecinos” a la calle o la puerta de su casa golpeando cacerolas– en repudio al
congelamiento de las cuentas bancarias y se desarrollaron saqueos a supermercados en distintas
regiones del país, con una importante concentración en el Gran Buenos Aires. El 19 de diciembre
los saqueos se multiplicaron y fueron reprimidos, y dejaron un saldo de seis muertos y más de
cien heridos. Ese mismo día, a las 22, el Presidente de la Nación, Fernando de la Rúa, decretó el
estado de sitio por 30 días en todo el territorio argentino. Mientras la medida se anunciaba por
cadena nacional, comenzaron a multiplicarse los cacerolazos y las movilizaciones en diferentes
regiones del país, una de ellas dirigida hacia la Casa de Gobierno. Ante la movilización, que
reclamaba la renuncia de las autoridades, cerca de la una de la mañana del 20 de diciembre,
el ministro de Economía renunció a su cargo. Sin embargo, algunas personas permanecieron
en la plaza, frente a la Casa de Gobierno, y se fueron multiplicando desde las primeras horas
de la mañana. Exigían la renuncia del Presidente de la Nación. A media mañana del jueves
20 se inició una fuerte represión, que se agudizó en las primeras horas de la tarde e incluyó
detenciones, heridos y más de 25 muertos en todo el país. Pasadas las 19 horas, el Presidente
anunció su renuncia.
Fernández Álvarez: “Como si me hubieran dado un puñal”. . . 39

media, todos salían a la calle, era un quilombo total. Era una cosa muy
terrible para nosotros. Así pasamos unos días, hasta que. . . Navidad la
pasamos acá adentro, Año Nuevo lo pasamos acá. Un grupo se quedó
para Navidad y otro se quedó para Año Nuevo. Así fuimos, como se
dice, rotando los grupos. Yo, por ejemplo, en la primera instancia me
había quedado los tres días, después un día fui a la casa, volví, otros
tres días; así estuvimos, hasta que vimos la necesidad de organizarnos
un poco mejor. No podíamos estar todos acá. Entonces nos fuimos
rotando y bueno, los dueños no aparecían para nada ¿no? Habían des-
aparecido por completo” (Pedro, 41 años, 7 años de antigüedad en la
empresa).
El relato de Pedro, este obrero de origen boliviano que había sido ele-
gido delegado pocos meses antes de la ocupación, es parte de una charla
que mantuve con él en agosto del año 2002, cuando la fábrica ya se había
convertido en un caso emblemático de las empresas recuperadas. En ese
momento, las/os obreros/as se habían vinculado con asambleas barriales
–conformadas a partir de “las jornadas del 19 y 20”–, partidos políticos
de izquierda y otras empresas recuperadas, en particular un conjunto de
experiencias impulsadas por sindicados que promovían formas de “demo-
cracia obrera” y “control obrero” de la producción. La reconstrucción que
Pedro hace de esa noche recupera las interpretaciones que desde estas
organizaciones se construían sobre estos acontecimientos, expresadas en
ideas como la “rebelión del pueblo”, al tiempo que trasmite la atmosfera de
aquel momento, al igual que Julia, en un relato que combina sensaciones
de temor y euforia, destacando a continuación la necesidad de organizarse.
En este sentido, la idea misma de organización de la que habla Pedro y
la forma que esta fue tomando, debe comprenderse en el marco de estas
relaciones con organizaciones sociales y políticas.
Una de las primeras acciones realizadas al inicio de la recuperación fue la
implementación de una guardia rotativa en la que las/os trabajadoras/es
pasaban la noche en la fábrica. Para garantizarla se conformaron grupos
estables de seis trabajadoras/es, que rotaban cada 8 días. La guardia
comenzaba una vez finalizadas las tareas de confección, en este caso a
las tres de la tarde, y se prolongaba hasta las seis de la mañana del día
siguiente, momento en que se retomaban las tareas de producción. En las
primeras horas aseguraban el control del ingreso y egreso a la fábrica,
permaneciendo en la entrada de la planta. Esto incluía la recepción de las
personas que se acercaban al edificio, entre las que se encontraban vecinos
40 Antropología de tramas políticas colectivas

del barrio, militantes de distintas organizaciones, periodistas de diferentes


medios, estudiantes universitarios e incluso funcionarios públicos. En la
mayoría de los casos la recepción de las visitas implicaba el relato de
la recuperación y la actualización de la situación legal o financiera; la
coordinación de acciones de protesta y articulaciones con las distintas
organizaciones; e instancias de negociación con agentes gubernamentales.
Estos relatos resaltaban y definían una serie de eventos que se presentaban
como hitos fundantes de la ocupación y el inicio de la recuperación. Entre
ellos se destacaba el proceso de vaciamiento 18, que describía las maniobras
fraudulentas de los dueños y el retiro de pertenencias en los últimos días, el
deterioro de la relación tanto personal como laboral con los trabajadores,
el aumento de las deudas salariales y principalmente el abandono de la
planta. Esta descripción incluía tanto un modo de reconstruir la historia
como una manera de contarla, en la que se destacaba la experiencia de
sufrimiento.
Las guardias incluyeron las noches de Navidad y Año Nuevo. No sería
la única vez que pasarían “las fiestas” en la fábrica. Fueron numerosas las
veces que, más adelante, me relataron estos días en las entrevistas o charlas
informales que mantuvimos en la fábrica. A veces emocionados por lo que
fueron capaces de hacer, otras evocando la tristeza de un Año Nuevo “con
lo poco que había para comer”. Los días subsiguientes eran recordados
también como momentos de sufrimiento y humillación, sobre todo cuando
había que “salir a pedir”, una situación a la que nunca habrían creído que
deberían enfrentarse. Así lo recuerda María, una trabajadora incorporada
a la planta como jubilada 19:

M: Me acuerdo de la Navidad, una Navidad más triste, ahí adentro,


cuidando la fábrica. Pero todos los vecinos que pasaban nos traían
para comer, nos dejaban en el changuito.
MI: ¿Un changuito?
M: Un changuito para que nos den las donaciones. Después yo pedía
de un lado de la vereda y Diego [hace referencia a un compañero de
la fábrica] pedía del otro lado, y ya teníamos los clientes que a la

18 Esta categoría hace referencia a las prácticas ilegales que se desarrollan frente a situaciones de
quiebra en las que los dueños retiran del establecimiento maquinarias o insumos de la producción
con el objetivo de que no sean incluidos en el remate.
19 Durante los años 90 se recurrió a la contratación de trabajadores jubilados, que se empleaban
“en negro”, es decir, no registrados, como forma de reducir “costos laborales”. En la mayoría de
los casos se incorporaban mujeres que habían estado empleadas bajo relación de dependencia
previamente en la firma.
Fernández Álvarez: “Como si me hubieran dado un puñal”. . . 41

mañana nos daban ya las moneditas, y con esas moneditas hacíamos


la comida al mediodía. Y con lo que quedaba, si alguna compañera se
quería ir, entonces viajaba con esas monedas. Así que para nosotros fue
muy. . . la verdad que la luchamos tanto, tanto, para tener el trabajo.
Porque nosotros lo único que queríamos es el trabajo (María, 72 años,
7 años de antigüedad en la empresa).

Entre finales de diciembre y comienzos de enero se sucedieron reunio-


nes en el Ministerio de Trabajo para lograr la conciliación obligatoria,
que no alcanzaron resultados positivos. De esta manera, a comienzos de
enero la necesidad de organización exigió no sólo mantener las guardias
sino principalmente garantizar algún ingreso que permitiera sostener la
medida, reiniciando la producción. Retomar la producción fue una deci-
sión también mediada por el miedo. Esto se explicaba, como lo relata esta
trabajadora, como una acción frente a la “necesidad de subsistir” y, al
mismo tiempo, se contraponía a la “vergüenza” que producía el “salir a
pedir”:

“Como un mes después. . . como no nos decidíamos a trabajar por


miedo de todo, entonces había gente que vivía lejos, por ejemplo, para
subsistir teníamos que salir a pedir con la alcancía. Había gente que
no quería hacerlo y no lo hizo, y dijo ‘no, yo esto no lo hago, me voy
a mi casa y vivo de lo que puedo, o vivo con lo que gana mi marido’;
pero acá si vos te ponés a preguntarle a las mujeres, la mayoría es
separada o es viuda. O es madre soltera. La mayoría, ahora cuando
vos preguntes te van salir: ‘Sí, soy soltera, casada o separada’, enton-
ces es como que la única fuente de ingresos que tenés en la casa sos
vos y. . . Salíamos con la alcancía a pedir. Y con eso comíamos, con
eso íbamos a la casa. Quedábamos así dos o tres días seguidos y vol-
víamos a la casa con la plata que juntamos. Cocinábamos todo para
todos. ¡Sabés lo que era al principio, que no teníamos un mango, no
sabíamos que podíamos hacer eso! Venía gente y nos decía: “Pero ¿por
qué no ponen una caja ahí afuera y ponen que colaboren?’. Pero no
éramos capaces de sacar la alcancía hasta las últimas consecuencias.
Yo me acuerdo que nos habíamos mandado con Luisa y ¡una vergüen-
za! [. . .] Gracias a Dios que la gente todavía podía colaborar aunque
sea con moneditas. Pero entre monedita y monedita, se juntaba. Y,
bueno, así hasta que un día decidimos, no dábamos más y. . . Y bueno,
salieron con carrito y ellas mismas hicieron el cartel, salieron a pedir
42 Antropología de tramas políticas colectivas

por aquí, por allá, nos mandaban a un lugar, a otro, y ellas iban a
buscar. . . Es para los compañeros, éramos conscientes de. . . Creo que
entonces estábamos más unidos que ahora. [. . .] Así que decidimos em-
pezar a trabajar. Lo primero que hicimos fue entregar el trabajo [hace
referencia a un trabajo que había quedado sin entregar a otra empresa
en el momento en que se inicia la recuperación]. Bueno, entregamos
y después nos animamos a entregarle a otros trabajos también. Ahí
cuando entregamos eso hicimos el primer corte de ruta, me acuerdo.
De calle. ¡Qué vergüenza! Yo me voy a poner algo, no sé, un gorro de
cartón que no me conozca nadie. Y después me pareció divertido salir
a la calle” (Manuela, 38 años, 7 años de antigüedad en la empresa).

La organización se completó con la realización de acciones de protesta,


que en los primeros tiempos fueron sobre todo cortes de calle y movi-
lizaciones. Una acción que, en términos de Manuela, al principio daba
“vergüenza” pero se fue convirtiendo en “divertida”. Este pasaje en su
relato sintetiza algunas sensaciones respecto de la recuperación, en la que
se entremezclan sacrificio y sufrimiento, pero a la vez alegría y conquis-
ta. Estas prácticas fueron incorporándose en la cotidianeidad de la vida
de estos trabajadores, que a partir de entonces no incluyeron únicamente
el desarrollo de actividades productivas sino que se entremezclaron con
acciones de protesta. Más precisamente, la producción en sí misma se con-
virtió en una acción de protesta (Fernández Álvarez 2006). De esta forma,
la organización de la recuperación incluyó actividades como gestionar la
fábrica, realizar cortes de calle, movilizaciones o conferencias de prensa.
A finales de enero la demanda por la fuente de trabajo había quedado
planteada. Transcribimos un extracto de un comunicado de prensa en el
que se define el modo en que entonces esta se expresaba:

“Los trabajadores de [La Celeste] no aceptamos más el chantaje del


sistema, ni tampoco de la empresa. No queremos perder el trabajo que
mantiene a nuestras 120 familias, rechazamos el pago como salario de
$5.-, porque lo consideramos indigno como trabajadores y como per-
sonas, queremos todo nuestro salario de hace dos meses, el aguinaldo
y las vacaciones Los señores [nombre de uno de los propietarios de la
firma] huyeron de la fábrica dejando las máquinas y los bienes produ-
cidos, sin pagar ninguna de sus deudas. Por lo tanto hemos tomado la
decisión histórica de ocupar la empresa pacíficamente, para evitar que
se lleven el stock y las maquinas, en defensa pura y exclusivamente de
Fernández Álvarez: “Como si me hubieran dado un puñal”. . . 43

nuestra fuente de trabajo, hasta las últimas consecuencias. Ahora los


trabajadores debemos decidir cómo garantizar nuestro trabajo y nues-
tro futuro. El camino que ya iniciamos es el de la lucha. Llamamos a
todos los trabajadores a que nos apoyen” (Comunicado de prensa de
enero de 2002, Trabajadores de La Celeste en defensa de sus puestos
de trabajo).

El fragmento del comunicado de prensa, distribuido a pocas semanas


del 18 de diciembre, sintetiza el modo en que se definió esta demanda
por la fuente de trabajo 20. Condensa los principales argumentos sobre la
base de los cuales esta demanda se legitimó. Como lo desarrollamos en
trabajos previos (Fernández Álvarez 2006), estos hicieron eje en la digni-
dad del trabajo frente a la indignidad del desempleo. En la necesidad de
garantizar la continuidad de la fuente de trabajo como único medio para
lograrlo. En la capacidad y voluntad de los trabajadores, en tanto sujetos
dignos, para llevar adelante la producción. En el sufrimiento de los traba-
jadores y sus familias frente al desempleo. En este sentido, los argumentos
públicos, expresados en un registro de racionalidad, mostraron también
el despliegue de emociones y sentimientos, como el desamparo, la indig-
nación o la bronca. Emociones que se mostraron públicamente no sólo en
los discursos sino también en las acciones de protesta desarrolladas, en las
que la fábrica se defendió con el cuerpo, poniendo en juego la vida.
El registro a las emociones se hizo presente en diferentes ámbitos, co-
mo conferencias de prensa ante situaciones de desalojo. En este caso, los
obreros, pero principalmente las obreras, se disponían frente a las cáma-
ras acompañadas de sus hijas/os, anunciando: “Vamos a defender como
leonas el puesto de trabajo y la comida de cada día de nuestros hijos”.
El mismo registro fue el que escuché en las intervenciones que hacían en
los encuentros o reuniones con otras recuperadas. En estos eventos una
parte central del cronograma lo constituía la presentacion de cada una
de las fábricas o empresas convocadas. Para ellos, los trabajadoras y tra-
bajadores eran invitados a relatar su historia y trasmitir su experiencia
a compañeras/os que habían atravesado situaciones similares o estaban
iniciando procesos semejantes. En estas narraciones la exposición de los
sentimientos y el registro emotivo cobraba particular centralidad. En mu-
chos casos con los ojos llenos de lágrimas o la voz quebrada, se recordaban
los primeros tiempos relatando situaciones de penuria, falta de alimento
20 Esta demanda articuló al conjunto de las recuperaciones, más allá de las diferencias en los
recorridos y las metodologías adoptadas por cada una.
44 Antropología de tramas políticas colectivas

o desamparo, las noches en vela y las situaciones de represión. Momentos


críticos de angustia, temor, incertidumbre y sufrimiento que habían mar-
cado los inicios y que se contraponían a sensaciones de alegría, orgullo o
entusiasmo ante situaciones de conquista. En estas escenas se exponía y
compartía el miedo frente a la experiencia del eminente cierre, la angustia
ante la posibilidad de quedar sin trabajo, el sufrimiento para sostener la
lucha, el temor a la represión y el orgullo de mantener la fuente de traba-
jo a pesar de todo. Esta expresión obligatoria de los sentimientos (Mauss
1979) formó parte de un proceso de construcción política que privilegió la
presentación de ciertas emociones o sentimientos (como el sufrimiento, la
bronca o el temor). En este sentido, la puesta en escena de las emociones
permitió lograr adhesión en tanto resultó un registro que, al oponerse al
distanciamiento, apeló al compromiso (Pita 2007) 21 y promovió formas de
legitimidad (Barreira 2001).

La política de las emociones


Las recuperaciones de fábricas, así como otras formas de protesta desa-
rrolladas en los últimos años en la Argentina, han llamado la atención de
los cientistas sociales en tanto permitían poner en tela de juicio algunos
supuestos naturalizados en el ámbito académico local, como la idea de
descolectivización y apatía política. En el abordaje de estos procesos las
teorías de la acción colectiva, en sus diferentes vertientes, cobraron peso
significativo. Estos marcos analíticos focalizan en los momentos extraor-
dinarios, como las expresiones públicas de la protesta o la movilización
social, ya sea priorizando una mirada estratégica de la acción o bien a
partir de considerar a esta última como un producto cultural mediado
por factores emocionales. En todos los casos, la acción colectiva es pensa-
da como una resultante de las motivaciones (individuales) de las personas
que deciden (racionalmente) involucrarse en la acción. La mirada desde
la protesta, el acto público, la movilización, la toma, en una palabra, el

21 En este trabajo sobre las demandas de justicia de familiares de víctimas de la violencia fami-
liar en Argentina, la autora recupera las reflexiones de Ch. Lutz (1986) respecto del estudio de
las emociones en ciencias sociales para mostrar el modo en que este registro incidió en el proceso
de politización de las muertes. Siguiendo a Lutz, M. Pita llama la atención sobre la paradoja
que envuelve la mirada dicotómica sobre las emociones, que al oponerla al distanciamiento la
ubica del lado del compromiso. Así, en sentido positivo, la emoción puede ser vista como pro-
veedora de un poder personal que interviene en la construcción de poder social y permite lograr
adhesión.
Fernández Álvarez: “Como si me hubieran dado un puñal”. . . 45

acontecimiento, no permite contemplar el modo en que cotidianamente se


sostienen estas acciones, en las que el dolor se entremezcla con la alegría,
el temor con el entusiasmo, la bronca con la euforia. En esta cotidianeidad
las acciones no responden a actos calculados o racionales. Resultan, a la
vez, acciones organizadas y actos impensados.
En este sentido, la antropología ha desarrollado una perspectiva que
focaliza en las prácticas cotidianas, pondera un análisis de lo ordinario y
privilegia una mirada de las personas y sus experiencias de vida. Desde
este nivel de análisis, el registro de las emociones cobra presencia, no como
un elemento o factor que permite explicar disposiciones a la acción, sino
como un registro que se despliega en la vida cotidiana de las personas y
nos habla del modo en que se establecen las relaciones, se comparten ex-
periencias y se construyen acciones comunes. Un registro que se trasmite
a través de palabras verbales pero principalmente formas no verbalizadas
como el llanto, la risa, una mirada o un abrazo. Un código no verbal, tra-
ducido en las narraciones en términos como desesperación, miedo, bronca
o alegría.
En este caso, releer los datos en esta clave puso de relevancia el peso
que este registro cobró tanto en la puesta en común de la experiencia
como en el proceso de construcción política. Evidenció su centralidad
no sólo en el plano de las relaciones íntimas sino también como forma
de legitimación de las demandas. En este plano el registro emotivo se
actualizó tanto en los discursos como en las prácticas que las trabajadoras
y los trabajadores desplegaron para lograr la recuperación de la fábrica.
Movilizar este lenguaje resultó central para conseguir el apoyo de “los
vecinos”, convencer a “los políticos”, obtener adhesiones de agrupaciones
sociales, captar la atención de los medios masivos y atraer la mirada de
intelectuales y académicos. Como logró hacerlo conmigo Julia en abril de
2002 en un aula de la Facultad de Filosofía y Letras.

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Afetados e tradicionais – mobilizaçao
social, práticas de representãço
e (re)organização do setor pesqueiro
no Estado do Rio de Janeiro

Deborah Bronz

Nominações jurídicas, essencialismos sociológicos e


políticas identitárias
Pescadores litorâneos do Estado do Rio de Janeiro convivem e interagem
com as atividades de petróleo e portuárias em seus territórios marítimos.
Os efeitos desses empreendimentos sobre a pesca passaram a ser alvo de
uma maior regulação, desde a formulação dos instrumentos administra-
tivos de licenciamento ambiental de atividades industriais com potencial
poluidor, no final dos anos 1980. 1 A exigência governamental de implan-
tação de medidas compensatórias aos impactos de grandes projetos in-
dustriais teve como um de seus resultados a inclusão dos pescadores nos
grupos considerados como comunidades afetadas. Veremos no artigo como
tal nominação é apropriada de modo coletivo, identitário e político pelos
pescadores assim classificados.
Soma-se à de afetados outra condição considerada como de extrema vul-
nerabilidade social dos pescadores para os olhos da administração pública,
a de populações tradicionais, uma categoria jurídica atribuída a esses gru-
pos nas leis que regulamentam a preservação dos patrimônios ambientais
e culturais do Estado. Nos termos da lei 2.892 do Sistema Nacional de

1 Procedimento administrativo pelo qual o órgão ambiental competente licencia a localização,


instalação, ampliação e operação de empreendimentos e atividades utilizadores de recursos am-
bientais considerados efetivamente ou potencialmente poluidores ou aqueles que, sob qualquer
forma, possam causar degradação ambiental (Resolução do Conselho Nacional de Meio Am-
biente – Conama n o. 237, de 19/12/97).

49
50 Antropología de tramas políticas colectivas

Unidades de Conservação – snuc 2 está a seguinte definição jurídica de


população tradicional:

Grupos humanos culturalmente diferenciados vivendo há no mínimo


três gerações em um determinado ecossistema, historicamente repro-
duzindo seu modo de vida, em estreita dependência do meio natural
para a sua subsistência e utilizando os recursos naturais de forma sus-
tentável. (snuc, Disposições Preliminares, Artigo 2o, item xv)

Nas leis que regulamentam a tutela jurídica do patrimônio imaterial,


as populações tradicionais 3 tomam a forma de um “bem cultural”, como
se observa nas seguintes normas previstas pela Constituição Federal de
1988, em seus artigos 215 e 216:

Artigo 215 o - O Estado garantirá a todos o pleno exercício dos


direitos culturais e acesso às fontes da cultura nacional, e apoiará
e incentivará a valorização e a difusão das manifestações culturais.
§ 1◦ . O Estado protegerá as manifestações das culturas populares,
indígenas e afro-brasileiras e das de outros grupos participantes do
processo civilizatório nacional.
Artigo 216 o - Constituem patrimônio cultural brasileiro os bens de
natureza material e imaterial, tomados individualmente ou em conjun-
to, portadores de referência à identidade, à ação, à memória dos dife-
rentes grupos formadores da sociedade brasileira (. . .) 4 § 1◦ . O Poder
2 A lei do snuc foi aprovada na Câmara dos Deputados em 10/06/1999 e no Senado em
21/07/2000, embora alguns de seus artigos tenham sido alvo de vetos. É o caso da definição
citada de populações tradicionais, ainda que o termo siga sendo utilizado em outros trechos
da lei, reificando o uso essencializado da categoria. As razões atribuídas ao veto corroboram a
observação: “O conteúdo da disposição é tão abrangente que nela, com pouco esforço de imagi-
nação, caberia toda a população do Brasil. De fato, determinados grupos humanos, apenas por
habitarem continuadamente em um mesmo ecossistema, não podem ser definidos como popu-
lação tradicional, para os fins do Sistema Nacional de Unidades de Conservação da Natureza.
O conceito de ecossistema não se presta para delimitar espaços para a concessão de benefícios,
assim como o número de gerações não deve ser considerado para definir se a população é tradi-
cional ou não, haja vista não trazer consigo, necessariamente, a noção de tempo de permanência
em determinado local, caso contrário, o conceito de populações tradicionais se ampliaria
de tal forma que alcançaria, praticamente, toda a população rural de baixa renda,
impossibilitando a proteção especial que se pretende dar às populações verdadei-
ramente tradicionais. Sugerimos, por essa razão, o veto ao art. 2 o., inciso xv, por contrariar
o interesse público” (Presidência da República, Mensagem n o. 967, de 18/07/2000).
3 Na Constituição Federal, a categoria jurídica da noção englobante populações tradicionais
alberga uma grande diversidade de grupos, entre eles: povos indígenas, remanescentes de qui-
lombolas, caboclos ribeirinhos, comunidades tradicionais urbanas, populações tradicionais ma-
rítimas etc.
Bronz: Afetados e tradicionais. . . 51

Público, com a colaboração da comunidade, promoverá e protegerá o


patrimônio cultural brasileiro por meio de inventários, registros, vigi-
lância, tombamento e desapropriação, e de outras formas de acautela-
mento e preservação. § 4◦ . Os danos e ameaças ao patrimônio cultural
serão punidos na forma da lei.

Nas ciências sociais, alguns autores se dedicam à investigação de po-


pulações pesqueiras sob a mesma lógica classificatória aportada nas leis.
Antonio Carlos Diegues (2000) estudou os pescadores litorâneos do Estado
de São Paulo. Com base na caracterização de seus hábitos culturais espe-
cíficos, os pescadores artesanal 5 habitantes do trecho do litoral brasileiro
que inclui o norte do Estado de Santa Catarina, o sul do Rio de Janeiro
e São Paulo foram designados de caiçaras 6 –assim como também vigora
um termo nativo. As principais características das populações tradicionais
pesqueiras mencionadas por Diegues são: (i) importância das simbologias,
mitos e rituais associados à caça, pesca e atividades extrativistas; (ii) au-
toidentificação ou identificação pelos outros de se pertencer a uma cultura
distinta das outras; (iii) noção de território ou espaço onde o grupo social
se reproduz econômica e socialmente; (iv) moradia e ocupação desse terri-
tório por várias gerações, ainda que alguns membros individuais possam
ter-se deslocado para os centros urbanos e voltado para a terra de seus
antepassados (Diegues 2000: 87-88).
Tal abordagem considera o isolamento geográfico e social dos grupos
“tradicionais” os fatores mais decisivos para a conservação de sua diver-
sidade cultural. 7 Não se oblitera que alguns traços podem ser marcados

4 “Nos quais se incluem: I – as formas de expressão; ii – os modos de criar, fazer e viver; iii –
as criações científicas, artísticas e tecnológicas; iv – as obras, objetos, documentos, edificações e
demais espaços destinados às manifestações artístico-culturais; V – os conjuntos urbanos e sítios
de valor histórico, paisagístico, artístico, arqueológico, paleontológico, ecológico e científico”.
5 A classificação de pescador “artesanal” é utilizada como forma de diferenciação entre as di-
ferentes “classes” que se autodefinem como “artesanais”, bem como dos “patrões” da pesca
(donos de barcos e instrumentos de pesca) e de demais trabalhadores desta atividade (pescado-
res “empregados”, intermediários, carregadores, peixeiros etc.), para reivindicações de diretos
específicos (Barreto 2006: 16).
6 Para o autor, o traço essencial da distinção das populações tradicionais é da ordem do sim-
bólico, e as culturas tradicionais são definidas da seguinte maneira: “(. . .) padrões de compor-
tamento transmitidos socialmente, modelos mentais usados para perceber, relatar e interpretar
o mundo, símbolos e significados socialmente compartilhados, além de seus produtos materiais,
próprios do mundo da produção mercantil” (Diegues 2000: 87).
7 Nesse caso, a mesma crítica apresentada por Frederik Barth ao tratamento dado por alguns
antropólogos ao estudo de grupos étnicos se pode reproduzir para certos usos da categoria
população tradicional: “De igual modo se reduce el número de factores que utilizamos para
explicar la diversidad cultural: se nos induce a imaginar a cada grupo desarrollando su forma
52 Antropología de tramas políticas colectivas

como distintivos da diversidade cultural dos pescadores. Porém me pa-


rece um equívoco depositar sobre o estabelecimento de mecanismos de
“tombamento” a garantia da subsistência desses grupos, na mesma lógica
imposta aos bens de patrimônio material, assim como determinam as leis
que regulamentam a “proteção” das populações tradicionais no Brasil.
Não quero dizer com isso que a categoria não represente uma importan-
te conquista política para as populações que reúnem os atributos dessa
nominação legal. O problema está em apropriar-se da redução normativa
para analisá-la sociologicamente, esquecendo que o isolamento só existe
no recorte etnográfico de alguns estudiosos. Por mais antiga que seja esta
discussão –os estudos de Diegues datam do final dos anos 80–, ainda se
observa um uso essencializado da categoria por muitos autores.
Ao contrário, procurarei demonstrar como em certos casos é justamen-
te a interação dos pescadores com os aparatos e os grupos atrelados aos
projetos de desenvolvimento que termina por reafirmar os vínculos dos
pescadores com seus hábitos culturais “tradicionais”. Ou, dizendo de ou-
tro modo, tal interação resulta na criação de novos dispositivos organiza-
cionais voltados para a garantia da manutenção de suas práticas. Para-
doxalmente, o reconhecimento da condição de afetado pelos projetos de
desenvolvimento, noção dotada de uma significação de ameaça à manute-
nção da pesca, resulta na elaboração de estratégias para dar visibilidade
à condição tradicional.
O objetivo deste artigo é analisar a incorporação das categorias comu-
nidades afetadas e população tradicionais nas lutas políticas dos pesca-
dores do Estado do Rio de Janeiro. Estas, diferentemente dos aportes
sociológicos acima demonstrados, não serão tratadas como nominações
essencialistas, com vistas ao entendimento sobre a formação, a organi-
zação social ou as “cosmologias” dos grupos estudados. Ambas serão aqui
consideradas como “categorias de direitos” resultantes de uma “política
de identidades”, assim como se referiu Wiley à luta através das qualidades
atribuídas, social ou institucionalmente, aos indivíduos e grupos, que irão
definir suas obrigações e direitos e que afetarão a qualidade de suas vidas
(Wiley 1996: 131).

social y cultural en relativo aislamiento y respondiendo, principalmente, a factores ecológicos


locales, inserto en el curso de una historia de adaptación fundada en la invención y la adop-
ción selectiva. Según ello, esta historia ha producido un mundo de pueblos separados con sus
respectivas culturas y organizados en una sociedad que, legítimamente, puede ser aislada para
su descripción como si fuese una isla” (Barth 1976: 3).
Bronz: Afetados e tradicionais. . . 53

Interessa-me observar de que modo elas resultam, de um lado, da forma


como os pescadores são concebidos pelos instrumentos da política am-
biental e, de outro, do modo como constroem a si mesmos como sujeitos
políticos desse campo. Ou ainda, dito como Costa (2004), de que modo
“essas categorias jurídicas são reapropriadas em estratégias políticas de
sobrevivência por parte de populações que acabam reificando-as, tendo
sempre de enquadrar um modo de vida a partir de um fetiche construído
socialmente” (Costa 2004: 35).
As situações etnográficas que subsidiam as reflexões se referem aos con-
textos de implantação dos grandes projetos industriais. Meu interesse de
estudo se direciona às ocasiões em que os projetos de desenvolvimento eco-
nômico comprometem a organização política dos pescadores e se tornam
alvo de uma regulação ambiental que prima pela manutenção e pela sub-
sistência dos grupos organizados da pesca no Estado do Rio de Janeiro. 8
A descrição de alguns fatos e atos, extraídos de um volume bem maior de
detalhes e informações reunidas por mim em torno dessa história, 9 será
utilizada como um recurso de ilustração dos argumentos.

Dois marcos jurídicos do campo ambiental


As comunidades afetadas por grandes projetos industriais e as populações
tradicionais são sujeitas às políticas públicas aplicadas no campo ambien-
tal. Neste campo, os pescadores passaram a se mobilizar politicamente,
especialmente nos últimos anos. Vejamos o porquê.
Dentro do campo ambiental, as políticas públicas se distribuem entre
as funções de conservação/preservação do patrimônio natural do país e
de regularização dos projetos de desenvolvimento econômico (por meio do
licenciamento das atividades de potencial poluidor). De modo geral, as
leis que regulamentam as ações públicas sobre as populações tradicionais
8 Não tratarei aqui de outros resultados importantes da implantação dos projetos de desenvol-
vimento sobre a pesca, como as estratégias de subsistência elaboradas por esses grupos para a
manutenção da atividade, a exemplo das técnicas de pesca de plataforma, desenvolvidas pelos
pescadores do litoral norte na Bacia de Campos, a maior bacia petrolífera marítima do país
hoje explorada. Sobre isso ver Bronz (2009).
9 Desde de 2003, dedico-me ao estudo dos efeitos sociais dos grandes projetos industriais sobre
as populações pesqueiras. Uma parte do citado no presente artigo compõe os resultados da
minha dissertação de mestrado, defendida no Programa de Pós-Graduação de Antropologia
Social do Museu Nacional – ppgas/mn, da Universidade Federal do Rio de Janeiro, publicada
na íntegra em Bronz (2009). Outra parte comporá a etnografia que será apresentada em minha
tese de doutorado, a ser defendida na mesma instituição.
54 Antropología de tramas políticas colectivas

se concentram nas políticas de conservação, enquanto as comunidades


afetadas são classificadas e inventariadas nos processos de licenciamento
ambiental –o que não significa que em muitos momentos elas possam ser
evocadas em um ou outro subcampo, ou estar atreladas a um mesmo
contexto político.
Os grupos de pescadores e entidades de pesca afetados pelos projetos de
desenvolvimento são inventariados nos chamados estudos de impacto am-
biental (eia-Rima), exigidos pelo Estado numa das etapas dos processos
de licenciamento ambiental. 10 Nos estudos, determinam-se a magnitude e
a natureza dos impactos aos quais as populações pesqueiras estarão sujei-
tas e, deste modo, se reconhece publicamente uma comunhão de interesses
afetados pelos projetos industriais. As determinações a respeito do “grau
de afetação” incidente sobre as populações se baseiam numa racionali-
dade técnica e científica, e tendem à produção de resultados imbuídos
por um forte caráter “futurológico”, de certa predestinação aos acidentes,
características intrínsecas às conceitualizações de “risco” (Bronz e Frai-
man 2009). 11 Os eia-Rimas são o principal subsídio às decisões sobre a
distribuição das compensações ambientais convertidas em investimentos
e projetos sociais com os afetados.
A condição de afetado, formalizada nos estudos de impacto ambiental,
se refere à garantia de um direito futuro. O reconhecimento dos grupos nos
estudos é pretérito à própria afetação a que se estará sujeito. O substrato
dessa condição é material: o território. Os grupos afetados são aqueles que
residem ou se apropriam economicamente das áreas sujeitas às transfor-
mações ambientais.
Em oposição, a condição tradicional representa um direito do passado,
um direito patrimonial. A reivindicação desse direito ocorre em paralelo
às transformações sociais. O substrato da condição tradicional é imaterial:
a cultura e o conhecimento que as populações detêm sobre o território (e
que lhes pode garantir o direito de posse). Assim como as possibilidades
que elas adquirem de, com esse conhecimento, interferir nas avaliações e
decisões sobre o “grau de afetação” ao qual estão sujeitas, quando da im-
plantação de grandes projetos industriais. Quanto mais afetado e quanto
mais tradicional for caracterizado um grupo, maiores serão os recursos

10 A regulamentação dos Estudos de Impacto Ambiental (eia) está apresentada na Res. n o. 001,
de 23 de janeiro de 1986, do Conselho Nacional de Meio Ambiente (Conama), que estabeleceu
as definições, responsabilidades, critérios básicos e diretrizes gerais para o uso e implementação
das Avaliações de Impacto Ambientais.
11 Ver: beck, Ulrich. 2000. World Risk Society. Malden, Mass.: Polity Press.
Bronz: Afetados e tradicionais. . . 55

despendidos pelas empresas (por exigência do Estado) para a sua subsis-


tência social. 12
O acesso aos recursos das compensações não depende apenas da forma
como são caracterizados e identificados nas políticas ambientais e nos
instrumentos administrativos do licenciamento. Vai depender também do
“capital político” (Bourdieu 2001) dos grupos de pescadores, do seu poder
de mobilização e negociação, bem como da sua capacidade de se apropriar
das categorias de afetados e tradicionais. 13 A luta por esse reconhecimento
levou a uma intensificação da participação dos grupos organizados da
pesca –ou seja, das entidades formais representativas do setor– nos fóruns
de discussão pública do licenciamento ambiental, que são mediados pelo
Estado e possuem uma forte dimensão ritualizada. Ao mesmo tempo,
observa-se uma aproximação mais estreita das entidades de pesca com as
empresas, a quem o Estado, de certo modo, outorga a responsabilidade
sobre a gestão dos recursos destinados aos grupos por elas afetados.

Políticas estatais de pesca e organização política dos


pescadores
Para que se possa compreender de que modo os dois marcos jurídicos apli-
cados sobre os pescadores no campo das políticas ambientais influem na
organização política dos pescadores, fazem-se necessários alguns comen-
tários sobre as políticas estatais voltadas para o setor.
No período anterior à década de 1960, uma série de iniciativas e me-
canismos institucionais aportavam a intervenção do Estado na direção de
nacionalizar, disciplinar e gerir a atividade pesqueira. 14 O principal órgão
atrelado aos desígnios do cuidado com a pesca e com os pescadores nesse
12 Pode-se dizer que se reifica nos estudos de impacto ambiental –nos diagnósticos socioeco-
nômicos realizados por cientistas sociais de diversas formações, como sociólogos, antropólogos,
geógrafos etc. –o uso sociológico da categoria populações tradicionais. Quando há a presença
de algum grupo assim designado na área de influência de projetos industrias, o órgão ambiental
costuma exigir um item especialmente dedicado à sua caracterização.
13 Alguns grupos assumem o papel de uma identidade, pois através desta podem também
angariar certos privilégios, bem como evitar determinados tipos de sanções (Mennell, 1996:
184).
14 Dentre as quais, Castro Faria (1997) destaca: a criação da Inspetoria Federal da Pesca, em
1912; a criação da Diretoria de Pesca e Saneamento do Litoral, em 1919; a Missão Villar (1923),
comandada pelo oficial da Marinha de Guerra José Bonifácio, que percorreu todo o litoral do
Brasil para “assegurar saúde aos pescadores, fornecer instrução e incutir civilismo, ou seja,
incorporá-los às forças produtivas da nação” (op. cit.: 23); a criação das Colônias de Pesca, em
56 Antropología de tramas políticas colectivas

período foi a Marinha do Brasil, visto que lhe cabiam as responsabilidades


sobre os territórios marítimos do país. Aos pescadores, por conhecerem
profundamente os litorais e ocuparem regiões marítimas fronteiriças, era
atribuída a importância de “guardiões da pátria” (Castro Faria 1997). As
investidas governamentais tinham como justificativa a nacionalização dos
pescadores e o fortalecimento da pesca como uma atividade mobilizadora
de forças produtivas nacionais.
A partir de 1960, a gestão da pesca consolidou-se como uma atribuição
de órgãos governamentais criados especificamente para esse fim, cujos
vínculos estatais se alternavam entre os Ministérios da Agricultura e do
Meio Ambiente. Em 1963 foi criada a Superintendência do Desenvolvi-
mento da Pesca (Sudepe), extinta em 1989, quando a gestão dos recursos
pesqueiros se tornou uma das atribuições do Instituto Brasileiro de Meio
Ambiente e Recursos Naturais Renováveis (Ibama). No ano de 1998 foi
instituído mais um órgão responsável pelo manejo da pesca: o Departa-
mento de Pesca e Aquicultura (dpa/ma). Desde então, dois órgãos pas-
saram a dividir as questões da pesca, até a criação da Secretaria Especial
de Aquicultura e Pesca (Seap), que marca a entrada de mais um “braço”
do governo nessa partilha.
No período compreendido entre a extinção da Sudepe (1989) e a criação
da Seap (2003), houve praticamente um sucateamento e um abandono da
pesca e dos pescadores pelos órgãos da administração pública. Este fato,
somado à intensificação dos conflitos pela apropriação dos espaços marí-
timos entre os pescadores artesanais e as empresas de pesca, a ocupação
urbano-industrial desordenada das áreas costeiras e marítimas e o estado
de sobrepesca dos estoques pesqueiros, levou os pescadores a um estado
de grande vulnerabilidade e marginalidade social.
A criação da Seap, no primeiro ano do Governo Lula, em 2003, hoje
transformada em Ministério de Pesca e Aquicultura (mpa), foi um impor-
tante marco regulatório para a organização política do setor, na medida
em que reintroduziu a pesca na agenda política do Estado e deu visibili-
dade aos pescadores e suas pautas de reivindicação social.
Por muitas décadas, as colônias de pescadores, criadas em 1912 sob tute-
la da Marinha do Brasil, foram as entidades responsáveis pela regulamen-
tação profissional dos pescadores junto à administração pública. Somente
elas detinham o direito de garantir benefícios de assistência e previdência

1923; a criação da Confederação dos Pescadores do Brasil, em 1921; a publicação do periódico


A voz do mar, em 1921; e a elaboração do Código de Caça e Pesca, em 1963.
Bronz: Afetados e tradicionais. . . 57

social para o setor, direitos trabalhistas e empréstimos para a aquisição


de bens de produção junto aos bancos nacionais. Sem os incentivos go-
vernamentais e devido ao baixo nível de mobilização dos pescadores, as
colônias perderam muito de sua força política e de seu potencial de defesa
dos interesses da classe pesqueira.
Com o marco constitucional de 1988 15 e a conquista do chamado “direito
constitucional de livre associação”, uma grande diversidade de associações
de pesca passaram a ser fundadas no Brasil. Elas têm sido criadas para
defender interesses mais localizados e específicos dos pescadores, uma vez
que existe um controle territorial da jurisdição das colônias de pesca pelo
Estado (pela Marinha do Brasil) e raríssimos casos de existência de mais
de uma por município. Algumas associações surgiram como dissidências
das colônias, pois em muitos locais o poder hegemônico dos representan-
tes constituiu um regime de transferência hereditária do poder nos cargos
de direção destas entidades. Há também aquelas associações criadas para
“representar novas categorias de pescadores, que surgiam em virtude das
influências das políticas ambientais introduzidas no país, como aqueles
inseridos em Reservas Extrativistas Marinhas ou em trabalhos de mari-
cultura, opções alternativas à extração” (Barreto 2006: 69).
Os resultados das macropolíticas de pesca sobre a organização dos pes-
cadores se fizeram notar em todo o país. Vejamos agora como interferiram
nos grupos organizados da pesca no Estado do Rio Janeiro e de que mo-
do se relacionam com os dois marcos jurídicos incorporados às práticas
de representação e mobilização social dos pescadores nos contextos de
implantação de grandes projetos industriais.

Mobilização social e práticas de representação


O setor pesqueiro do Estado do Rio de Janeiro organizava-se institucio-
nalmente, até o ano de 2003, em torno das colônias, associações e duas
federações: a Federação de Pescadores do Estado do Rio de Janeiro, re-
presentativa de uma boa parcela das colônias de pesca do estado, e a
Federação das Associações de Pesca do Estado do Rio de Janeiro (Fapes-
ca), que reúne parte das associações.
No mesmo ano da criação da Seap, em 2003, foi instituída mais uma en-
tidade aglutinadora, a União das Entidades de Pesca e Aquicultura do Es-

15 Trata-se da última revisão constitucional realizada no Brasil, no ano de 1988.


58 Antropología de tramas políticas colectivas

tado do Rio de Janeiro (Uepa), composta tanto por colônias de pescadores


como por associações. Quatro fatores foram apontados como motivadores
à formação dessa entidade, por um de seus membros: (i) a ausência de um
sentimento de representatividade perante as organizações de pesca já pre-
sentes no Estado do Rio de Janeiro; (ii) o faccionalismo presente entre as
entidades de pesca até então estabelecidas no estado; (iii) a falta de uma
política eficaz de gestão da pesca no país; e (iv) o maior engajamento de
seus membros nas discussões sobre os impactos das atividades petrolíferas
na Bacia de Campos e a necessidade de se organizarem para negociar com
as empresas (Bronz 2009). Vou me concentrar no último aspecto, de nosso
interesse aqui.
Os membros da Uepa reconhecem íntima e publicamente que a partici-
pação nos encontros promovidos pelas empresas de petróleo impulsionou
a reunião e organização dos pescadores do estado. Em entrevista, o presi-
dente da entidade declarou: “Estamos aqui graças à Petrobras, discutindo
em conjunto com as outras comunidades. Discutindo, nos organizando;
e a Petrobras tem sido nossa parceira nisso”. Segundo ele, as primeiras
aparições da Uepa foram nas audiências públicas de empreendimentos
petrolíferos e os primeiros recursos obtidos pela entidade vieram das em-
presas 16 –para as reuniões internas da organização, a Petrobras costumava
fornecer o transporte e os motoristas; os pescadores foram envolvidos em
projetos de comunicação social e compensação ambiental das empresas
Petrobras e Shell. O reconhecimento do apoio dado pelas empresas pe-
trolíferas à Uepa foi enunciado, pelo então diretor da entidade, para uma
extensa plateia, na Conferência Protection Offshore, um evento anual que
reúne as empresas do setor:

Então, na história da pesca, a gente nunca conseguiu se organizar


da forma que está se organizando agora. Por quê? Porque se não fos-
se isso talvez demoraria mais. E nós não estaríamos nos unindo para
lutar contra uma atividade que traz danos à pesca (sic). (Chico Pesca-
dor, palestra na Conferência Protection Offshore, 02/06/2004 – grifos
meus)

16 Não se pode negar que o diálogo das empresas com os novos interlocutores se tornou quase
uma condição necessária para garantir o sucesso de seus empreendimentos. As empresas pre-
cisam de associações que se aglutinem, pois isso torna o seu trabalho mais fácil, na medida
em que elas passam a dialogar com entidades organizadas da sociedade civil. A Uepa surgiu
e tem-se fortalecido como uma organização “parceira” das empresas, ao aceitar participar dos
projetos que desenvolvem com os pescadores.
Bronz: Afetados e tradicionais. . . 59

Os incentivos institucionais, como cartilha de pesca, seminários,


apoio logístico aos encontros, iniciação de um projeto como o Mo-
saico, a g ente vê como um bem, com muito bons olhos, porque já
estava na hora de o Brasil acordar; acordar e dizer o seguinte: ‘Olha,
se nós investirmos no social, mais investidores nós vamos trazer pa-
ra nossa Bolsa’. (. . .) Se olhar desse lado, com certeza a gente vai ter
melhores condições de vida. É melhor organização social de classe em
nível social, é o que a gente está conseguindo em deferimento dessas
reuniões todas que a gente está tendo (sic). (Chico Pescador, palestra
na Conferência Protection Offshore, 02/06/2004)

Assim como a Uepa, as federações também intensificaram a participação


nos debates públicos sobre os impactos dos empreendimentos na pesca.
Cada uma das organizações, entretanto, desenvolveu métodos próprios de
contenda e negociação com as empresas e com os órgãos públicos na luta
pelos recursos das compensações ambientais. As negociações se processam
nos espaços formais do licenciamento ambiental –consultas e audiências
públicas, por meio da produção de documentos para serem anexados aos
processos jurídicos, durante a implantação dos programas ambientais e
sociais etc.–, bem como nos espaços informais, não mediados pelo Estado,
de interação direta com as empresas. 17
A ação política dessas entidades se coaduna quando estão em questão
os interesses do setor ou da “classe” pesqueira sobre o reconhecimento da
condição de afetados por projetos industriais. Porém, observa-se uma ten-
dência geral de aumento do faccionalismo entre as associações e colônias
e da sua polarização em torno das três entidades estatais na disputa pelos
recursos das compensações. Pode-se constatar uma distribuição regional
do poder das federações de acordo com os vínculos políticos e institu-
cionais dos grupos, o que subdivide o território do estado em áreas de
diferentes domínios. Vejamos como exemplo três destes domínios.
Nas localidades do entorno da baía de Guanabara 18 o poder de mobili-
zação está concentrado, principalmente, nas mãos da Feperj, desde que a

17 Observa-se uma inclinação das empresas na aproximação direta com os grupos afetados,
no intento de criar espaços de negociação informal, sem a mediação do poder público, fora
dos marcos da obrigatoriedade legal e da vigilância do Estado. Não se deve perder de vista
que, em grande medida, é o próprio Estado que legitima essa ação, ao outorgar às empresas a
responsabilidade pela gestão dos recursos destinados a essas populações.
18 A Baía de Guanabara é a segunda maior baía do Brasil. Localizada ao sul do Estado do
Rio de Janeiro, em seu entorno se encontram os seguintes municípios: Rio de Janeiro, Duque
de Caxias, Magé, Itaboraí, São Gonçalo e Niterói.
60 Antropología de tramas políticas colectivas

entidade mobilizou um grande processo contra a Petrobras em função de


um acidente com a refinaria de petróleo da empresa em Duque de Caxias
(Reduc) no ano de 2000. A Federação exigiu uma compensação de caráter
indenizatório e individual para os pescadores afetados.
No litoral norte do estado, na Região da Bacia de Campos, 19 as entida-
des se distribuem entre as adesões à Feperj –autora de processos jurídicos
contra algumas empresas na região e beneficiada por recursos de outros
para o desenvolvimento de projetos e melhorias nas estruturas logísticas
das colônias de pescadores dos municípios litorâneos –e à Uepa– “parcei-
ra” das empresas no desenvolvimento de projetos de pesca.
No oeste do estado, na região de entorno da baía de Sepetiba, 20 Ue-
pa e Fapesca disputam as adesões das entidades locais nas lutas pe-
los interesses dos pescadores afetados. A primeira foi responsável pela
criação de novas entidades locais, especialmente nos últimos cinco anos,
que passaram a receber recursos de compensações ambientais de gran-
des empresas siderúrgicas e portuárias instaladas na região. A segunda
lidera um movimento, em parceria com o Instituto de Políticas Alterna-
tivas para o Cone Sul (Pacs), 21 para barrar as obras do conglomerado
industrial-siderúrgico-portuário da tkca (um empreendimento das em-
presas Tyssen Kruup Steel e Vale) por meio de processos legais, entre
eles: quatro inquéritos civis e um criminal, no âmbito do Ministério Pú-
blico Federal, e sete ações reparatórias de danos e uma ação civil pública
em andamento na justiça estadual do Rio de Janeiro (pacs 2008). 22

19 A Bacia de Campos é a maior região marítima produtora de petróleo do país. Lá se encon-


tram em operação mais de oitenta plataformas de produção de diversas empresas petrolíferas,
muito embora a Petrobras ainda se mantenha como a maior empresa produtora.
20 Na região da Baía de Sepetiba localiza-se um dos principais polos industriais do país. Trata-se
de uma região portuária –em função da presença do Porto de Itaguaí –interligada aos estados
de São Paulo, Minas Gerais e Rio de Janeiro por uma extensa rede viária (trem e rodovia).
21 Com sede no Rio de Janeiro, o Instituto Políticas Alternativas para o Cone Sul (pacs) é
uma organização sem fins lucrativos que se dedica ao “desenvolvimento solidário” –uma visão
da economia contra-hegemônica e solidária, que busca rumos alternativos ao atual sistema so-
cioeconômico. A Instituição foi fundada em 1986. Sua proposta é assessorar movimentos sociais,
entidades eclesiais, governos populares, grupos de produção associada, escolas públicas e outras
organizações de desenvolvimento solidário. Para isso, desenvolve pesquisas, análises e reflexão
crítica sob a forma de publicações, entrevistas, programas de rádio e em linguagem audiovisual.
Também elabora propostas e políticas alternativas, oferecendo assessoria e atividades educativas
de formação para o desenvolvimento comunitário e cooperativo junto às comunidades urbanas
e rurais, escolas municipais, cooperativas e associações autogestionárias de trabalhadores e tra-
balhadoras. Outra atividade é a participação ativa em redes locais, nacionais e internacionais.
(Disponível em: http://www.pacs.org.br, acesso em 10/03/2010).
22 As ações da Fapesca receberam também o apoio de outras organizações, tais como: a Fun-
dação Rosa Luxemburgo, a Confederação Nacional das Associações de Pesca (Confapesca), a
Bronz: Afetados e tradicionais. . . 61

As estratégias de luta distinguem-se entre o caminho da “justicialização”


e os acordos formais. Por um lado, a abertura de processos jurídicos, cri-
minais e de ações civis públicas contra as empresas, sob a alegação de
causarem danos ambientais e sociais que resvalam sobre a pesca e pelos
quais se demanda compensações de caráter indenizatório (individual pa-
ra cada pescador). Pelo outro, os acordos formais entre as entidades e
as empresas requerem o desenvolvimento de projetos comunitários e um
aumento da formalização dos pescadores para que possam aceder aos re-
cursos. A última tendência –de intensificação dos acordos entre pescadores
e empresas– contribuiu para o aumento expressivo do número de entida-
des locais, geralmente na forma de associações, com o apoio da Fapesca e
da Uepa, ou mesmo das próprias empresas. 23
Seja qual for a estratégia de luta adotada, seu resultado vai depender
da capacidade que as organizações da pesca detêm de se apropriar da
condição de afetado e garantir o reconhecimento e a valorização do con-
hecimento tradicional nos debates em torno dos impactos ambientais dos
projetos de desenvolvimento.
Uma das principais formas de mobilização se dá por meio da partici-
pação dos pescadores nos eventos e atos administrativos de licenciamento
ambiental. As entidades de pesca estão cada vez mais presentes nas au-
diências públicas e reuniões promovidas pelas empresas para divulgar os
empreendimentos. As circunstâncias de participação pública dispostas pe-
lo Estado, que são instâncias consultivas e não decisórias, se estruturam
a partir de uma certa ritualização das etapas formais do licenciamento.
Como em todo ritual, existem normas e condutas preestabelecidas que
devem ser observadas como requisitos de participação. As audiências pú-
blicas são os principais marcos simbólicos e ritualísticos desses processos.
Porém, a participação, a presença e a mobilização dos pescadores nas
reuniões que a antecedem –e apoiam a preparação das audiências– são
os fatores que irão determinar quem será incluído ou excluído do grupo
de comunidades afetadas, uma vez que no ritual elas serão formalmente
apresentadas.

Organização dos Advogados do Brasil (oab), a Fundação Oswaldo Cruz (Fiocruz), o Conselho
Regional dos Economistas (Corecon), o Conselho Regional de Engenharia e Arquitetura (Crea)
e o Instituto de Desenvolvimento e Direitos Humanos (iddh).
23 Nota-se o apoio de empresas privadas à criação de entidades apenas nos casos onde já se
encontram comunidades organizadas em torno de alguma liderança com capital político e poder
de mobilização (que de algum modo “ameacem” a implantação dos projetos), mas que carecem
da formalização necessária para aceder aos recursos das compensações.
62 Antropología de tramas políticas colectivas

Utilizando-se do conhecimento empírico e tradicional adquirido no dia


a dia da prática de suas atividades, os pescadores consolidam e expõem
publicamente argumentos que, em alguns momentos, se contrapõem às
avaliações técnicas e científicas sobre o “grau de afetação” ao qual estarão
sujeitos. Nestas situações, as duas categorias identitárias se conjugam, sob
o seguinte argumento: as populações tradicionais de pescadores detêm o
conhecimento adquirido historicamente sobre a natureza e sobre o mar,
e ninguém melhor do que elas próprias para avaliar o que lhes reserva o
futuro na condição de comunidades afetadas. Uma declaração do então
presidente da Uepa, durante a realização de uma audiência pública de
um empreendimento da Petrobras, argumenta em prol da valorização das
lições da “escola da vida” e faz referência ao conhecimento adquirido no
dia a dia da vida do pescador: “Nós aqui não somos donos da verdade,
somos apenas pescadores e queremos aqui colocar a questão do nosso con-
hecimento do dia a dia” (Chico Pescador, audiência pública do Complexo
pdet, 10 nov. 2003). Na mesma audiência, em resposta aos argumentos de
um especialista de pesca contratado pela Petrobras, o presidente declarou:

Eu não vou dispensar a ajuda dele. Tenho certeza que nós temos
com ele muita coisa para interagir. Tenho certeza que temos coisas
para aprender com ele, mas temos certeza também que ele tem que
aprender muita coisa com a gente e descer do cavalo, que nós fazemos
tanto quanto ele. (Chico Pescador, audiência pública do Complexo
pdet, 10 nov. 2003)

Alguns pescadores são convocados a “contribuir” com as empresas nas


avaliações de impactos 24 e nos programas de monitoramento ambiental.
Mas isso só ocorre quando há um reconhecimento dos impactos sobre de-
terminados grupos. A “valorização” do conhecimento tradicional do pes-
cador termina por apoiar as negociações pelas compensações. A título
de exemplo, um dos primeiros projetos no qual se engajaram alguns dos
membros da Uepa foi a elaboração de uma cartilha denominada Cultura
da pesca artesanal, financiada pela Shell do Brasil. Essa cartilha foi con-
siderada uma das medidas de compensação de uma atividade da Shell na
Bacia de Campos, no campo de Produção Bijupirá & Salema. O diretor
da entidade assinou como um dos autores.

24 Membros da Uepa, hoje, prestam serviço para empresas de consultoria ambiental na rea-
lização de diagnósticos de pesca e mapas de pesqueiros incluídos nos estudos de impacto am-
biental.
Bronz: Afetados e tradicionais. . . 63

Outra forma de mobilização social disposta pelas organizações de pesca


é a realização de atos públicos, protestos, paralisações das obras e bar-
queatas. Faixas e cartazes com reivindicações são levados para os locais
onde se realizam os encontros públicos ou para as áreas das obras, e fo-
tografias são divulgadas pela imprensa e na Internet. As barqueatas são
uma forma de protesto bem característica dos pescadores e são dotadas de
uma forte dimensão simbólica. A presença corporificada dos pescadores
e suas embarcações em marcha teatraliza, ao mesmo tempo, o domínio
cultural e territorial desses grupos sobre o mar, o direito de preservarem
sua condição tradicional e a sujeição a qualquer transformação que venha
a ocorrer lá.

Barqueata de pescadores do “Canto do Rio”, no bairro de Santa Cruz do Rio de Janeiro,


paralisou as obras de dragagem da tkcsa no rio São Francisco.

Na região de Sepetiba, os pescadores de uma associação local –Associação


de Pescadores do Canto do Rio (Apescari)– vinculada à Fapesca, não in-
cluída no grupo de comunidades afetadas pelo empreendimento da tkcsa
(ou seja, não reconhecida no estudo de impacto ambiental), realizou uma
“barqueata” 25 logo após o início das obras. A mobilização teve como obje-
tivo paralisar as obras de dragagem na foz de um dos principais rios utili-

25 O termo “barqueata” é utilizado para se referir a uma passeata de barcos.


64 Antropología de tramas políticas colectivas

zados pelos pescadores desta associação, o rio São Francisco, que margeia
o terreno onde está em construção a usina siderúrgica. Os prejuízos cau-
sados pela paralisação da dragagem –em geral, as dragas são terceirizadas
e seu custo é calculado por dia de operação– provocaram um reconheci-
mento imediato da entidade pela empresa, culminando na realização de
reuniões de negociação para a definição de medidas de compensação.
Depois de um longo caminho de negociações –com o apoio e a parti-
cipação ativa da Fapesca e seus “especialistas” e advogados– não houve
acordo com o grupo, uma vez que a demanda de compensação visava o
pagamento de indenizações pessoais para todos os pescadores vinculados
à Apescari durante o período de operação da draga no rio São Francisco.
A justificativa apresentada pela empresa se baseou no fato das medidas
compensatórias individuais não estarem previstas entre as políticas acor-
dadas pela empresa com entidades representativas de outros grupos de
afetados da região da Baía de Sepetiba, que já haviam sido reconhecidos
nos estudos de impacto ambiental.
Sem a efetivação de um acordo, as estratégias políticas da Apescari se
encaminharam para um outro tipo de mobilização social frequentemente
observado no campo: o estabelecimento de vínculos dos grupos da pesca
com lideranças políticas formais e representantes do Ministério Público.
A ação da entidade informa-nos ainda sobre a entrada de atores interna-
cionais no fortalecimento das organizações de pesca no estado. Em ambos
os casos, observa-se a incorporação de uma nova lógica de organização,
que se impõe sobre as entidades pesqueiras.
Os Ministérios Públicos Federal e Estadual (mp) assumem um impor-
tante papel no licenciamento ambiental, por serem os únicos órgãos esta-
tais capazes de interferir diretamente nos processos. O mp tem formalmen-
te a função de fiscalizador do licenciamento e de “mediador” (no sentido
stricto do termo) entre a sociedade civil, o Estado e os empresários. Por
meio da formalização de acordos (preventivos ou corretivos) ou da moção
de ações judiciais, o órgão pode suspender o processo em nome dos anseios
dos grupos afetados ou das avaliações técnicas dos estudos ambientais por
seus especialistas. 26 Não raro observamos ações civis públicas movidas pe-
los mps e assinadas por entidades de pesca e outros tipos de organizações
–ongs ambientalistas, associações de moradores, sindicatos, movimentos
comunitários etc. Foi o caso das ações movidas contra a tkcsa, já citadas
26 O Ministério Público Estadual do Rio de Janeiro possui um Grupo de Apoio Técnico (Ga-
te), composto por uma equipe multidisciplinar, que costuma analisar os estudos ambientais
produzidos durante o licenciamento ambiental de grandes projetos industriais no estado.
Bronz: Afetados e tradicionais. . . 65

As negociações se iniciaram em mar e terminaram em terra, onde foi agendada uma nova
reunião da empresa com os pescadores da Apescari para tratar das compensações.

aqui, que contaram com as assinaturas de associações de pesca vinculadas


à Fapesca –entre elas a Apescari.
A “justicialização” do processo de licenciamento ambiental deu visibili-
dade pública internacional às ações da Apescari e da Fapesca, que recebeu
apoio do pacs. Seus membros chegaram a denunciar o caso da tkcsa no
Tribunal Permanente dos Povos, em Lima. Recentemente, o caso foi le-
vado à Alemanha, país de origem da empresa Tyssen Krupp Steel (que
detém 70% do capital da tkcsa) e debatido com ongs alemãs e membros
do Parlamento Europeu (pacs 2008).
66 Antropología de tramas políticas colectivas

Considerações finais
Com brevidade, procurei apresentar os casos que bem demonstram al-
gumas das transformações observadas na organização política do setor
pesqueiro do Estado do Rio de Janeiro. Concentrei-me naquelas mais dire-
tamente relacionadas às políticas ambientais de licenciamento de grandes
projetos industriais e aos marcos jurídicos do campo ambiental ancorados
nas populações pesqueiras.
Dentre as novas práticas de mobilização social, tratei da contratação
de assessorias jurídicas para as entidades pesqueiras e da incorporação
de um discurso legalista pelos seus próprios membros, que incorporam
o léxico do licenciamento ambiental e das políticas ambientais voltadas
para a gestão da pesca. As alianças entre entidades da pesca, políticos,
ambientalistas e instituições de outra natureza –movimentos sociais, orga-
nizações não governamentais, partidos políticos, Ministério Público etc.–
colaboram para a difusão de informações na mídia impressa e nas redes
sociais da Internet, para a realização de atos público (barqueatas, parali-
sações), de encontros, bem como para a publicação de documentos. Tudo
isso contribui para o aumento da visibilidade das entidades de pesca e,
consequentemente, influi nas negociações pelas compensações.
Nos casos em que as negociações resultam na formalização de acor-
dos entre entidades de pesca e empresas, vê-se a incorporação da lógica
organizacional e institucional corporativa, bem como dos discursos ideo-
lógicos e dos aparatos do desenvolvimento, às práticas das lideranças da
pesca. As entidades precisam estar formalizadas para que possam aceder
aos recursos das compensações. Com frequência, verificam-se investidas
das empresas para a regularização de entidades “parceiras”. Além disso,
é necessário que desenvolvam projetos estruturados, considerados “sus-
tentáveis” do ponto de vista ambiental e econômico, com cronogramas
e orçamentos complexos. Cursos de qualificação profissional, oficinas pa-
ra elaboração de projetos e contratação de consultores para dar apoio
na fase de implantação dos mesmos fazem parte das ações das empresas
direcionadas à adequação dos pescadores à mesma lógica organizacional.
Paradoxalmente, a construção dos pescadores como sujeitos políticos do
campo ambiental, por meio da incorporação das “categorias de direitos”
comunidades afetadas e populações tradicionais, terminam por viabilizar
a adequação do setor aos modelos contemporâneos, e nada tradicionais, de
organização das instituições do desenvolvimento. Mobilizar-se nos espaços
Bronz: Afetados e tradicionais. . . 67

instaurados a partir dos marcos jurídicos apresentados é uma forma de os


pescadores reelaborarem suas estratégias de subsistência. Mesmo sem que
isso contribua para uma modificação mais profunda das relações sociais
e uma diminuição do poder de influência dos grupos econômicos sobre
as configurações dos territórios políticos e sociais onde têm sido implan-
tados os grandes projetos industriais do país. Os grupos tradicionais já
são subjugados à condição de afetados desde o início dos processos de
licenciamento, e dificilmente suas ações podem chegar a inviabilizar a im-
plantação de algum projeto industrial. Resta-lhes apenas apropriar-se, ou
não, politicamente desta condição.

Bibliografia
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Estado y asambleas en la Ciudad de
Buenos Aires. Procesos de ocupación de
espacios públicos y privados (2002-2007) 1

Matías Triguboff

Introducción
Hacia fines de 2001 y principios de 2002, mientras los niveles de conflictividad y movilización
en Argentina continuaban en aumento, vecinos de diferentes barrios comenzaron a reunirse
con regularidad y a funcionar bajo la denominación de asambleas 2 en la Ciudad de Buenos
Aires, Gran Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba y otras ciudades más pequeñas 3. En el momento
de mayor auge, en agosto de 2002, existían 122 en la Ciudad de Buenos Aires y 329 en todo
el país 4. Las asambleas mostraron una notoria heterogeneidad en su composición, integradas

1 Una versión anterior de este trabajo fue presentada en el ix Congreso Argentino de Antropo-
logía Social en 2008.
2 Entre las asambleas podía observarse una amplia diversidad en sus denominaciones, que va-
riaban entre “barriales”, “populares”, “vecinales”, “vecinos autoconvocados” (Pérez, Armelino,
Rossi, 2005; Triguboff, 2005). Por ello, utilizo el concepto asamblea para poder contener es-
tas diferentes denominaciones. Utilizo comillas para referencias textuales y bastardilla para
términos nativos.
3 En ese momento, Argentina atravesaba una profunda crisis política, económica y social, con
crecientes índices de pobreza y desocupación. A la crisis económica se sumaban un ajuste
presupuestario y salarial cada vez mayor, combinado con un aumento de la movilización y la
protesta social y un cuestionamiento al sistema de representación política. En 2002, el nivel
de necesidades básicas insatisfechas ascendía a un 23,8%; la pobreza se había duplicado entre
1995-2002, llegando al 53,3% de la población; la desigualdad de la distribución del ingreso
experimentaba un constante aumento (pnud, 2002). Según datos del Banco Mundial, el pbi en
dólares había caído 11 puntos de 1995 a 2002 (Banco Mundial, 2002), lo cual se expresaba en
una caída de un 20% en el ingreso per cápita de la población (pnud, 2002). El porcentaje de
desempleados se había incrementado del 6,1% en 1985 al 17,4% en 2001 (cepal, 2003).
Respecto de las instituciones políticas, el 49% de la población opinaba que no importaba el
tipo de régimen político si un gobierno no democrático lograba brindar soluciones a los pro-
blemas económicos del país. Asimismo, hacia febrero de 2002, el 74% de la población tenía
poca o ninguna confianza en el Presidente, el 93% desconfiaba del Congreso y el 94% de los
partidos políticos. Solo un 23% promedio de la población confiaba en las instituciones políticas
democráticas (Zovatto, D. 2003).
En relación a las elecciones, en la elección parlamentaria de 2001 el voto en blanco y nulo había
alcanzado el 21,1% y el abstencionismo el 27,1%. La participación electoral se había reducido
del 86,04% en 1983 al 78,22% en 2003 (Abal Medina, 2006).
4 Según un informe realizado por Eduardo Ovalles de la consultora Nueva Mayoría, de marzo
a agosto de 2002 las asambleas aumentaron en un 21%, pasando de 272 a 329 en todo el país.

69
70 Antropología de tramas políticas colectivas

por profesionales, estudiantes, jubilados, desocupados, trabajadores estatales y privados, entre


otros. Podían encontrarse activistas sociales y políticos de diversas tendencias, personas sin
experiencia política previa, ex militantes y hasta algunos funcionarios de segundo nivel del
Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
En aquel momento las asambleas funcionaban a través de reuniones semanales (a las que
se consideraba un “espacio soberano”), trabajo en comisiones y elección de delegados renova-
bles con mandato. Con el correr del tiempo los asambleístas pasaron a participar de diversas
iniciativas de protesta con otros sectores. Organizaron actividades con agrupamientos de de-
socupados y con empresas recuperadas, así como con otras organizaciones locales tales como
centros culturales barriales, sociedades de fomento y centros de estudiantes. Al mismo tiempo,
se propusieron “responder a las necesidades de los vecinos” en temas como alimentación, salud y
educación. Para ello, pusieron en marcha numerosas iniciativas que incluyeron emprendimientos
productivos colectivos, comedores comunitarios, actividades culturales, jornadas abiertas de de-
bate, revistas y boletines; y la conformación de instancias de coordinación como la Interbarrial 5
y la Intersalud 6.
En mayo de 2002, algunas asambleas habían comenzado a ocupar locales y en Parque Díaz 7
se discutía insistentemente la “necesidad” de contar con un lugar para llevar adelante algunas
actividades que sus integrantes consideraban “imposibles” de realizar en la vía pública.
Luego de discutir el tema durante las reuniones plenarias de mayo, la propuesta mayoritaria
fue buscar un “lugar propio”. El propósito era conseguir un local donde poder trabajar y llevar
adelante nuevas iniciativas, transformando un inmueble en desuso en un lugar abierto a los
vecinos.
Una vez definido el proyecto, los asambleístas resolvieron que era necesaria una forma de
organización específica y formaron una “subcomisión” encargada de organizar la iniciativa. Al
igual que en otras asambleas, esta “subcomisión” se reunía en secreto y tenía mandato para
buscar un lugar, conseguir los elementos necesarios para realizar la ocupación, decidir día y
hora de la acción y luego, a último momento, comunicar al resto de los asambleístas cuándo y
cómo serían parte de la misma.
Luego de un relevamiento de inmuebles del barrio, encontraron un local deshabitado donde
durante varios años había funcionado un banco. La mañana del 28 de julio de 2002 ingresaron
al edificio. Según el relato de algunos de los que fueron parte de la iniciativa, el acceso al predio
no presentó muchos inconvenientes. La “subcomisión” creada para la ocupación no sólo había
definido lugar y día de la acción, también había preparado una serie de banderas y carteles.
Una vez dentro del local, comenzaron las guardias para “cuidar” el inmueble durante la noche.
Pocas semanas más tarde, ya se había definido una organización espacial: en la planta baja
se realizaban las principales actividades y en el primer piso estaba la “biblioteca popular”. De
igual modo, se dividieron las tareas y las responsabilidades: “finanzas”, mantenimiento del local,

5 La interbarrial se conformó con el objetivo de coordinar las asambleas de la ciudad, generando


un espacio de debate y de decisión conjunta. Se reunía todos los domingos de gran parte de
2002 en el Parque Centenario. Sin embargo, con el correr del tiempo la participación en las
reuniones fue disminuyendo por diferentes motivos, entre los que se destacan el debate sobre la
forma de decisión (por mayoría de los presentes o por mandato de asamblea), conflictos con los
partidos políticos y las largas listas de oradores que hacían que la reunión se prolongara por
muchas horas.
6 En ese contexto de crisis la mayoría de las organizaciones sociales realizaron una variedad de
iniciativas y demandas relacionadas con problemas de salud. Las asambleas crearon la Asamblea
Interzonal de Salud (que luego sus integrantes pasaron a denominar Intersalud) y alcanzaron
a incorporar a más de 40 asambleas. Este espacio se convirtió en un lugar de referencia desde
donde “defender el derecho a la salud pública y gratuita” y reclamar al Estado por mejores
condiciones en el sistema sanitario de la Ciudad de Buenos Aires (Grimberg, 2005b; Triguboff,
2004).
7 Utilizo nombres ficticios para las asambleas y para sus integrantes.
Triguboff: Estado y asambleas en la Ciudad de Buenos Aires. . . 71

“seguridad”, entre otros. Entre todos los asambleístas se definió un nombre: la casa del Parque
Díaz.
Las investigaciones sobre las ocupaciones desarrolladas por las asambleas se centraron en los
cambios en las concepciones de lo público, lo privado y la legalidad, así como en los efectos de
estas acciones en el funcionamiento posterior de las asambleas. Partiendo de la caracterización
de crisis de representación política y del sistema político en Argentina en general y poniendo
el eje en la confrontación con el Estado, estos estudios se orientaron hacia la identificación de
aportes políticos tales como la ruptura con formas tradicionales de representación política y
la creación de formas de “autoorganización” novedosas (Svampa y Corral, 2002), el cuestiona-
miento a la categorización público-privado (Fernández y otros, 2006) y la modificación de la
relación entre Estado y mercado (Ouviña, 2003).
Para Fernández y otros (2006), las ocupaciones de locales redefinían el lugar de lo priva-
do y lo público, instaurando un espacio “ni privado, ni estatal, sino comunitario”. Desde esta
óptica, la creación de estas instancias “vecinales-comunitarias” hacía “estallar” la polarización
público-privado o individual-social. Lo privado ya no era lo opuesto a lo público; tampoco era
lo personal. Lo público ya no era sólo sinónimo de Estado. Si bien no realizaron un rastreo
histórico de las prácticas comunitarias, estos autores sostuvieron que los nuevos espacios eran
“vecinales-comunitarios”, caracterizados por la “apropiación” de locales que el Estado no uti-
lizaba, la “autogestión” barrial, la utilización de la “imaginación colectiva” hacia iniciativas
concretas, y nuevas formas de “sociabilidad solidaria” llevadas adelante a través de la “vecin-
dad” (Fernández y otros, 2006: 64-66).
En esa línea, para Svampa y Corral (2002:14-15), las ocupaciones de inmuebles establecieron
una discusión sobre la legalidad de la medida a partir de un debate más general sobre las
formas legales o institucionales de lo político y lo público. Los autores señalaron que la decisión
de realizar una ocupación delineaba “cierto imaginario político” respecto de la relación con el
Estado, la “apropiación del espacio público” y los modos de asumir la confrontación con el poder
institucional. Al mismo tiempo, estos autores señalaron la emergencia de nuevos conflictos entre
los asambleístas como consecuencia del mantenimiento y la ocupación del local.
Estas investigaciones analizaron las asambleas como movimiento social, tomando como refe-
rencia los trabajos norteamericanos y europeos sobre protesta, acción colectiva y nuevos movi-
mientos sociales. Así, destacaron algunos aspectos organizativos del “movimiento” y evaluaron
el impacto de sus demandas en el sistema político, presentando en algunos casos una relación
objetualizada entre Estado y asambleas, caracterizándolas como dos esferas separadas y homo-
géneas. De esta manera, tendieron a homogeneizar las múltiples relaciones y contradicciones
que fueron parte de este proceso. Dejaron de lado el análisis de las tensiones entre los aspectos
discursivos y las prácticas, así como también las trayectorias de los sujetos, sus resignificaciones
y experiencias.
En este capítulo me interesa descentrar el análisis de la confrontación con el Estado y de
la crisis de representación y del sistema político, para mostrar cómo los diferentes procesos
de ocupación pusieron en juego múltiples relaciones e interacciones con el Estado, así como
diferentes representaciones de lo público y lo privado. Para ello, examino los debates y las
prácticas llevadas adelante en torno a los sentidos y tensiones de cada ocupación. En particular,
me detengo en dos casos. Por un lado, analizo el proceso por el que la asamblea Parque Díaz se
instaló en un inmueble. Por el otro, el proceso que llevó adelante la asamblea de San Lorenzo,
cuyos integrantes optaron por ocupar la calle para organizar festivales y una feria de productos,
establecieron una huerta en un terreno baldío y se instalaron en la casa de un asambleísta para
intentar evitar su desalojo por la Justicia.
Este trabajo forma parte de los resultados de una investigación doctoral ya finalizada sobre
las asambleas de la Ciudad de Buenos Aires, basada en un trabajo de campo intensivo entre
los años 2002 y 2007. Desde un enfoque etnográfico, propuse desplazar la mirada del momento
de la protesta para indagar en las prácticas cotidianas, las relaciones sociales y los sentidos que
cotidianamente ponen en juego los sujetos. En una primera etapa, desde un nivel intermedio de
72 Antropología de tramas políticas colectivas

análisis, entre 2002 y 2003, examiné la dinámica de funcionamiento de las reuniones de distintas
asambleas, de algunas de sus actividades y del funcionamiento cotidiano de los locales.
Luego de un acercamiento general, seleccioné dos asambleas para estudiar en profundidad,
focalizando en aspectos de la vida cotidiana y la trayectoria de vida de algunos de sus inte-
grantes. Entre fines de 2005 y principios de 2007, realicé la última serie de entrevistas. En esta
etapa, gran parte de las personas que entrevisté ya no formaban parte de ninguna asamblea.
Así pude trabajar sobre las percepciones y balances que ellos mismos efectuaban. En el caso de
la asamblea Parque Díaz entrevisté a algunas de las personas que todavía asisten a la misma y
pude analizar los aspectos de continuidad y ruptura con el período 2002/2003.

“Recuperar para el barrio un espacio público”


A mediados de marzo de 2002, la búsqueda de un nuevo lugar para funcionar era un tema de
debate recurrente en los plenarios y en las charlas informales entre asambleístas. Según relata-
ban los entrevistados, las extensas jornadas de las reuniones y el ruido constante del tránsito,
sumados a las bajas temperaturas y las lluvias, hacían cada vez más difícil la realización de
reuniones semanales a la intemperie, ya fuera en la calle o en una plaza. Algunas asambleas
comenzaron a buscar sitio en lugares como centros culturales, sociedades de fomento 8 u otros
locales de organizaciones barriales. Otras recurrieron a bares, pizzerías y hasta una iglesia lute-
rana, como fue el caso de la asamblea de San Lorenzo. Durante ese proceso, varios integrantes
discutían la posibilidad de tener un “local propio”.
Así, mientras un grupo de asambleas se mantuvo en la calle, algunas utilizaron locales pres-
tados por organizaciones barriales, y otras ocuparon espacios públicos o privados que se encon-
traban deshabitados. Estas ocupaciones se realizaban frecuentemente de hecho o, en algunas
ocasiones, de manera negociada con el Estado, que entregaba en comodato la utilización de
algún local vacío 9. De esta manera, las asambleas ocuparon terrenos baldíos, espacios de tierra
al costado de las vías del ferrocarril, clínicas, bares y pizzerías cerrados, y edificios públicos con
años de desuso. En todos los casos, la “necesidad” de un lugar propio se apoyaba fundamental-
mente en la búsqueda de un ámbito apropiado para las reuniones y, a su vez, en la posibilidad
de desarrollar iniciativas que sus integrantes no consideraban viables en la vía pública.
Los espacios ocupados fueron utilizados para llevar adelante actividades vinculadas con el
barrio, como talleres culturales, comedores comunitarios, cursos de capacitación para desocu-
pados, bibliotecas populares y clases de apoyo escolar. Sin embargo, a partir de 2003 disminuyó
la concurrencia a todas las asambleas, al tiempo que el Estado aceleró los procesos judiciales
comenzados en 2002 y desalojó así más de la mitad de los espacios ocupados. Como veremos
más adelante, las asambleas que pudieron mantener un local lo convirtieron en el centro de sus
actividades.
Parte de este proceso consistió en la conformación de un espacio específico de coordinación
entre asambleas, denominado Intertomas, que se constituyó en una instancia de intercambio de
saberes y tecnologías. En este espacio se intercambiaba sobre las actividades que desarrollaba
cada asamblea en su local, se identificaban los problemas comunes y se organizaban demandas
conjuntas al Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires para obtener bolsones de comida para

8 Las sociedades de fomento son organizaciones barriales, integradas por vecinos, que realizan
demandas al Estado para el mejoramiento de los servicios públicos y barriales. Al mismo tiem-
po, llevan adelante iniciativas culturales y sociales. Los Centros Culturales son organizaciones
barriales que llevan adelante actividades tales como clases de teatro, música, baile, entre otros.
Igualmente, realizan funciones abiertas de teatro y música. En general están financiados por
los propios vecinos y en algunas casos reciben subsidios estatales y/o privados.
9 El Gobierno de la Ciudad cedió provisoriamente algunos inmuebles propios que estaban en
desuso, como terrenos baldíos o ex ferias municipales.
Triguboff: Estado y asambleas en la Ciudad de Buenos Aires. . . 73

los comedores. Al mismo tiempo, se organizaban acciones para defender los espacios ocupados,
fundamentalmente de los desalojos policiales. En muchos casos, las tradiciones políticas de algu-
nos de sus integrantes y el conocimiento de algunos miembros de partidos políticos permitieron
la incorporación de ciertas tecnologías para organizar y mantener la ocupación. Entre ellas, el
modo y el momento en que se realizaría la acción, el procedimiento a seguir en caso de que
apareciera la policía y el establecimiento de vínculos de solidaridad con otras organizaciones
frente a la posibilidad de ser desalojados.
Lygia Sigaud (2004, 2005), en su investigación sobre ocupaciones de tierras en zonas rurales
de Brasil, analizó cuáles fueron los cambios en las condiciones sociales que contribuyeron para
que las ocupaciones y los campamentos se convirtieran en una forma apropiada de reclamar
al Estado la reforma agraria. Describió cómo a fines de los años 70 comenzaron las primeras
ocupaciones en Río Grande do Sul que luego se fueron multiplicando y extendiendo a lo largo
de todo el país como parte de un proceso de transformación del modo de actuar de distintas
organizaciones sociales del ámbito rural y del Estado. El trabajo de investigación mostró cómo
mientras el Movimiento Sin Tierra, los sindicatos de trabajadores rurales y otras organizaciones
llevaban adelante distintas ocupaciones, el Instituto Nacional de Reforma Agraria, que hasta ese
momento había tenido una acción muy limitada, comenzó a expropiar tierras y a distribuirlas
entre los ocupantes, transformándolos en titulares de una parcela de tierra.
A partir de la reconstrucción de diversos campamentos, señaló una serie de elementos recu-
rrentes que sintetizó bajo la categoría “forma acampamento”. Según la autora, los campamentos
son mucho más que una mera reunión de personas que reivindican la desapropiación de un inge-
nio. Esta forma de ocupación, que en su extensión territorial se fue adaptando a las condiciones
sociales de cada lugar, comprende acciones ritualizadas, una organización espacial, reglas de
convivencia, un vocabulario propio y elementos con fuerte simbolismo que constituyen sus ca-
racterísticas distintivas como una “bandera y una lona negra”.
La autora describe, entre otros elementos, cómo en el momento en que ingresan en las
propiedades las personas buscan lugares altos y visibles, cerca de los bosques y cursos de agua.
Arman las carpas con hojas y una lona negra y las ubican de manera alineada para armar calles.
En el momento de la ocupación están presentes mayormente varones adultos. Las mujeres y los
niños se acercan después. En todos los campamentos hay una división de trabajo en comisiones,
como las encargadas de la seguridad y de la gestión con diferentes órganos de gobierno para
el suministro de alimentos. También utilizan un vocabulario propio. Dicen ocupar en vez de
invadir, que es la palabra utilizada por los propietarios. La vida en el campamento la describen
como estar “bajo la lona negra”.
En este sentido, una mirada global al proceso de ocupación de estas asambleas posibilita
señalar que estas iniciativas no consistieron solamente en la instalación de un grupo de personas
en un espacio deshabitado con el objetivo de hacer actividades para el barrio. Por el contrario, la
ocupación muestra un complejo proceso llevado adelante a partir de relaciones previas, debates y
significaciones. Estas iniciativas comenzaron tras varios meses de funcionamiento e implicaron
una organización espacial, una división de tareas, una simbología, una tecnología específica,
distintas formas de relación con el Estado y un vocabulario determinado.

Asamblea Parque Díaz:


expectativas, conflictos y nuevas actividades
La asamblea Parque Díaz tomó el nombre del lugar donde realizaron sus primeras reuniones.
Estaba ubicada en el centro geográfico de la Ciudad de Buenos Aires, sobre el cruce de dos
avenidas. Era una zona muy transitada, cerca de una estación de subte; había algunos comercios
barriales y estaba a pocas cuadras de uno de los parques más grandes y emblemáticos de la
74 Antropología de tramas políticas colectivas

ciudad. El tipo de construcción estaba caracterizado por numerosos edificios de departamentos.


Había una facultad cerca y un hospital público.
En general, no todos los integrantes de las asambleas se sumaron a las ocupaciones. En el
caso de la Asamblea Parque Diaz, un grupo de personas que no estaba de acuerdo con esta
decisión siguió reuniéndose en el club del barrio. Como explico más adelante, este grupo sostenía
que la asamblea no tenía la legitimidad y apoyo del barrio suficiente para realizar la medida. La
diferencia de posturas frente a la ocupación produjo la primera ruptura de la asamblea Parque
Díaz. Los que se fueron mantuvieron vínculos personales con algunos de quienes permanecieron
en la asamblea y concurrieron a algunas de sus actividades, pero no volvieron a tomar parte
como integrantes.
Para la mayoría de los asambleístas, el local se convirtió en un centro organizativo de ini-
ciativas y acciones conjuntas. Las primeras actividades que se llevaron a cabo en este lugar
consistieron en un comedor para ciento veinte personas durante los fines de semana, un meren-
dero y una guardería para niños que funcionaba los días de semana.
En el marco de estas acciones, algunos integrantes de la asamblea conocieron el barrio desde
otra perspectiva, observaron otras realidades y entraron en contacto con otras personas e his-
torias. Así lo recuerda Marisa, quien a pesar de su profesión de psicóloga social, nunca había
atravesado una experiencia de este tipo.

“El tema del comedor fue fuerte, porque venían alcohólicos [. . .] Y algo que a mí particu-
larmente me impactó mucho en esa época fue la situación de hombres grandes que vivían en
la calle por elección, porque la falta de trabajo los había llevado a separarse de su familia,
porque se sentían como menoscabados por no tener trabajo y preferían dejar a su familia
en una casa y ellos pasaban a vivir en la calle ” (Marisa, psicóloga social, sin experiencia
política, 50 años, asamblea Parque Díaz 10).

De la misma manera se realizaron clases de apoyo escolar para niños, y de inglés y nivel
primario para adultos que necesitaran terminar sus estudios. Se organizaron “charlas debate”
con invitados especiales como Osvaldo Bayer 11, a las que llegaron a concurrir hasta cuatrocientas
personas.
De esta manera, a partir de agosto, la casa del Parque se convirtió en un ámbito de refe-
rencia cotidiano para los vecinos. Numerosas personas se acercaron a conocer el predio y otras,
además, se sumaron al espacio de discusión. Algunos vecinos llevaron sillas, mesas y muebles;
donaron libros, leche y pan para el merendero, y juguetes para los niños. Con estas acciones,
los asambleístas se sintieron respaldados por el barrio.

“Hubo cosas muy emotivas, cosas hermosas, como por ejemplo: estábamos todos ahí
charlando y de pronto se abría la puerta despacito y aparecía un vecino con cuatro o cinco
litros de leche, para hacer el merendero. Y me acuerdo que, para un Día del Niño, se apareció
el de Tom, de acá de la zona, y donó un montón de juguetes, y armamos paquetes y todos
los chicos se fueron con juguetes” (Berta, empleada administrativa, sin experiencia política,
60 años, asamblea Parque Díaz).

10 Cito con nombre, edad, ocupación y experiencia política. Utilizo nombres ficticios para las
asambleas y para sus integrantes.
11 Osvaldo Bayer es historiador, escritor y periodista. Se identifica con las ideas anarquistas
y participa de diversas iniciativas en apoyo a las reivindicaciones de los pueblos originarios
argentinos. Durante la última dictadura militar en Argentina estuvo exiliado en Alemania. Entre
sus ensayos más importantes están Los Vengadores de la Patagonia Trágica, Los anarquistas
expropiadores y otros ensayos, Fútbol argentino, Rebeldía y esperanza, Severino Di Giovanni ,
el idealista de la violencia y la novela Rainer y Minou.
Triguboff: Estado y asambleas en la Ciudad de Buenos Aires. . . 75

Como recuerda Marisa, otras personas se acercaban para pedir ayuda. Habitualmente, los
asambleístas intentaban ayudarlas ellos mismos, pero en algunas ocasiones les recomendaban
que se presentaran en el Centro de Gestión y Participación (cgp) del gobierno local 12.

“Nosotros no queríamos pero cuando vos te das cuenta que tenés un límite real, el Estado
se tiene que hacer cargo. [. . .]Habíamos llegado a tener una nena con una serie de violaciones,
que había que derivar sí o sí. Después un matrimonio de médicos que los dos se habían
quedado en la calle. Hay cosas que se tenía que hacer cargo el Estado, que nosotros como
asamblea no podíamos manejar; entonces el reconocimiento de límites me parece que también
era saludable” (Marisa, psicóloga social, sin experiencia política, 50 años, asamblea Parque
Díaz).

Si bien en sus discursos y acciones la asamblea rechazaba cualquier vínculo o propuesta


que proviniera del Estado, sus integrantes recurrían a este regularmente. En el argumento de
Marisa, que se repite en otros asambleístas, se observa un rechazo a comprometerse con el
Centro de Gestión y Participación (cgp), al mismo tiempo que demandas al Estado para que
se responsabilizara de garantizar asistencia y contención.

“Rechazábamos cualquier tipo de vinculación con el gobierno, hasta caminar por la vereda
del cgp [tono de risa];después te das cuenta que en realidad no queremos formar parte del
chanchullo, pero queremos lo que nos corresponde. Pero bueno, lo cierto es que en la práctica
nunca tuvimos una relación, al menos orgánica, con el cgp, salvo ir a reclamar una que otra
cosa” (Osvaldo, técnico informático, sin experiencia política, 38 años, asamblea Parque
Díaz).

La relación de los asambleístas con el Estado era compleja; la negativa a ser parte de ac-
ciones que los comprometieran políticamente con el Centro de Gestión y Participación (cgp)
no obstaculizó una serie de demandas, relaciones e interacciones con otros organismos estatales
centrados en la gestión de recursos, como subsidios y alimentos. En efecto, desde la comisión
de desocupados se vincularon con la Secretaría de Promoción Social del gobierno local a través
de la solicitud de subsidios para desocupados y bolsas de alimentos, que recibían en el local y
luego distribuían entre familias de bajos recursos del barrio.
Una vez más, el punto central de esta relación consistía en conseguir y gestionar recursos
del Estado. Así, los subsidios y las bolsas de alimentos otorgados por el gobierno local re-
presentaron, para las asambleas, un contacto con los desocupados y las familias más pobres
del barrio. En algunas ocasiones, primero conseguían los planes y luego buscaban quienes se
pudieran beneficiar con ellos. De este modo, mediante la entrega de bolsas de alimentos o de
subsidios a desocupados, la asamblea se convertía en un centro de distribución de las políticas
gubernamentales, al tiempo que atraía a otros sectores sociales y entablaba vínculos cotidianos
con algunas dependencias estatales.

Organización y “cuidado” del local


El establecimiento de un local propio modificó la relación entre asambleístas, quienes comenza-
ron a encontrarse con más frecuencia, compartiendo actividades, reuniones y “guardias” noc-
turnas, y profundizando sus vínculos. Así lo describió Esteban:

12 Los Centros de Gestión y Participación (cgp) fueron creados como parte del proceso de
descentralización administrativa del Gobierno de la Ciudad. Estas oficinas están distribuidas
en toda la ciudad, donde los vecinos pueden realizar algunos trámites y reclamos. A su vez, los
cgp realizan el seguimiento y la ejecución de algunas políticas estatales, como la distribución
de alimentos a personas de bajos recursos.
76 Antropología de tramas políticas colectivas

“Fue importante que desde que estuvo el lugar pasábamos más tiempo juntos, con lo cual
no podés estar matándote todo el tiempo si pasás mucho tiempo con alguien porque no te
da el cuero; en un momento tenés que parar y tomarte un mate. Así que eso estuvo bueno,
eso aflojó un poco los vínculos” (Esteban, docente universitario, ex activista del centro de
estudiantes del secundario y de la universidad, 35 años, asamblea Parque Díaz).

Luego de un mes de ocupación, la policía allanó el local. El inmueble era de un banco


declarado en quiebra y quienes poseían el fideicomiso de la propiedad realizaron una denuncia
por usurpación. Los asambleístas tenían conocimiento de la denuncia y habían acordado con
el comisario de la zona que no se realizaría un allanamiento sin la presencia del abogado que
representaba a la asamblea. Sabían, por la experiencia de otras asambleas, que un abogado
podría evitar que un procedimiento legal los perjudicara.
Sin embargo, la policía se presentó una tarde de manera sorpresiva. Marisa, valiéndose de su
contextura física robusta, se puso de pie en la puerta del local bloqueando el paso y exigiendo que
las fuerzas de seguridad esperaran la llegada del abogado. Cuando la policía ordenó detenerla,
los vecinos que observaban la situación hablaron en su defensa. En ese momento llegó el abogado.
La policía revisó el estado de conservación de la propiedad, observó las actividades que se
realizaban y tomó registro de las personas que estaban en el inmueble, a quienes se les inició
un juicio. Horas después se realizó un acto de repudio al allanamiento y a la posibilidad de
desalojo, al que concurrieron organizaciones del barrio, integrantes de partidos políticos y el
centro de estudiantes de una universidad cercana.
Tras varias semanas de tensión, durante las cuales se reforzaron las “guardias” nocturnas, la
asamblea recuperó su actividad habitual. Sin embargo, el juicio a quienes estaban presentes el
día del allanamiento siguió en marcha. Según el relato de algunos de los procesados, la asamblea
no acompañó el juicio y cada uno de ellos debió resolver individualmente cómo enfrentar su
situación legal. Esta situación generó conflicto entre asambleístas.
Finalmente, el magistrado a cargo de la causa resolvió que no había delito penal y que quienes
reclamaban el predio debían iniciar un juicio civil contra la asamblea. Como el predio no tenía
un titular claro, debido a que el banco había sido declarado en quiebra, el procedimiento judicial
se interrumpió. Esta fue una particularidad de Parque Díaz, pues en la mayoría de los casos el
Poder Judicial desalojó a las asambleas.
Así como poseer un local fue percibido por gran parte de los asambleístas como una posibili-
dad de realizar nuevas actividades y fortalecer relaciones, por otro lado desencadenó conflictos y
tensiones entre ellos. Los puntos más problemáticos fueron cuatro. En primer lugar, se debatió
qué actividades podían realizarse: “El espacio es nuestro, no es mío y es de todos. ¿Qué hacemos
con esto? ¿Qué es ahora el espacio?”. Aquí la discusión se centraba en quién o quiénes podían
disponer del lugar, si cualquier asambleísta o sólo quienes decidiera el plenario. En segundo
lugar, se discutió acerca de si era posible “prestar” el local a otra organización. En tercer lugar,
se deliberó si podían organizarse allí actividades lucrativas. En cuarto lugar, hubo conflictos
acerca de las formas de organización que deberían llevar adelante para sentirse “seguros” en el
local sin dejar de estar “abiertos” al barrio.
Para algunos, la asamblea era un espacio público, por lo que no debían imponer obstáculos a
quienes quisieran acercarse. Sin embargo, la entrada de desconocidos generó momentos difíciles.
Mantener el lugar abierto no era tarea sencilla, dado que “corrían riesgo” tanto el inmueble como
los integrantes de la asamblea. En varias ocasiones sufrieron robos, lo cual provocó situaciones
sumamente conflictivas. Luego de algunas actitudes violentas, en tres oportunidades el plenario
resolvió expulsar del espacio a algunos de sus integrantes. La expulsión significaba, básicamente,
que no podrían reingresar al local.
La asamblea de San Lorenzo, si bien no tuvo un local “propio”, llevó adelante otras formas
de ocupación. Al igual que en Parque Díaz, estas iniciativas requirieron de una organización
espacial, una división de tareas, una simbología específica, un vocabulario y cierta tecnología.
Triguboff: Estado y asambleas en la Ciudad de Buenos Aires. . . 77

La asamblea de San Lorenzo: otras formas


de ocupación
La asamblea de San Lorenzo estaba ubicada en la zona noroeste de la ciudad, sobre una avenida,
y había tomado el nombre de su barrio. La edificación era preferentemente de casas bajas o
edificios de pocos pisos y la asamblea estaba ubicada muy cerca de una estación de tren. Frente
a la esquina donde se reunían funcionaba una iglesia evangelista.
En este caso, había resuelto no tener un local propio, por lo cual solicitaba distintos espacios
del barrio cuando necesitaba un lugar cerrado. Una gran parte de las reuniones llevadas a cabo
durante el invierno de 2002 se realizaron en una iglesia luterana ubicada en la esquina del lugar
habitual de las reuniones. Allí se organizó un concierto, dos obras de teatro y una reunión con
el Movimiento de Trabajadores Desocupados (mtd).
Paralelamente, la asamblea utilizaba la casa de un asambleísta, Arnaldo, que vivía cerca y
estaba dispuesto a prestar su vivienda. Allí guardaban las banderas, el equipo de sonido y otros
materiales, organizaban algunos talleres y realizaron los preparativos de un “carnaval” con los
cartoneros para recaudar alimentos y enviarlos a la provincia de Tucumán.
Además organizaron una feria, una huerta y varios festivales en la calle, desplegando así sus
actividades sobre el espacio público y privado. Para la huerta colgaron banderas y debieron
aprender cómo cultivar y cuidar el terreno. En el caso de la feria, instalaron varios puestos
en la calle identificados claramente con la asamblea. Cuando los funcionarios gubernamentales
quisieron desmontarla, los asambleístas y otros vecinos organizaron una protesta para evitarlo;
lo mismo sucedió el día en que la policía intentó cancelar un fogón que habían encendido en la
calle y dispersar a los presentes. La falta de una estructura representativa, característica de la
asamblea, fue un recurso que permitió desarrollar estrategias de dilatación en las negociaciones
con las fuerzas de seguridad.
Del mismo modo, palabras como recuperación y toma eran utilizadas para referirse a estas
actividades y el canto “que se vayan todos, que no quede ni uno solo” 13 era una herramienta
central durante las protestas. Por último, en febrero de 2003 ocuparon la vivienda de Arnaldo,
transformándola en la “casa de la asamblea” para intentar evitar que su compañero fuera
desalojado.
La primera ocupación que llevaron adelante tuvo como objetivo el establecimiento de una
huerta. En marzo de 2002, algunos integrantes de San Lorenzo se instalaron en un terreno
baldío lindero a las vías del tren. En el barrio había dos líneas de ferrocarriles, alrededor de las
cuales había varios terrenos que habían sido parte de las instalaciones de las compañías férreas
y estaban fuera de uso. Esas propiedades eran administradas por el Organismo Nacional de
Administración de Bienes (onabe 14) aunque en un primer momento los asambleístas no sabían
claramente quién era el propietario.
El objetivo era convertir ese terreno en una huerta donde podrían cultivar alimentos para
quienes trabajaran allí o para comedores populares de la zona. A diferencia de otras formas
de ocupación, en este caso no hubo preparativos previos. La entrada al lugar fue sencilla.
Aproximadamente veinte personas de la asamblea se instalaron allí, colgaron una bandera y
empezaron a debatir cómo utilizar ese espacio.
Una vez ubicados en el terreno, descubrieron que ninguno de los integrantes sabía cómo
cultivar la tierra. Por consiguiente, decidieron conectarse con especialistas de la Facultad de

13 Ese canto hacía referencia a las manifestaciones populares del 19 y 20 de diciembre de 2001
en el marco de la cuales renunció a su cargo el Presidente de la Nación, Fernando De la Rúa.
14 Este organismo tiene a su cargo los bienes y terrenos que no fueron concesionados en el
proceso de privatización de los servicios públicos en la década del 90. Según la página web
oficial, su principal función es la de “administrar y resguardar en forma óptima los bienes
que no tienen afectación directa a las actividades propias del Estado, maximizar su valor y
entregarlos a la vida cotidiana de los ciudadanos”.
78 Antropología de tramas políticas colectivas

Agronomía de la Universidad de Buenos Aires, algunos de los cuales se acercaron a enseñarles


técnicas básicas de siembra. Durante las primeras semanas establecieron una dinámica de fun-
cionamiento. Se reunían todos los sábados para cultivar, cosechar y hacer el mantenimiento de
las plantaciones, y durante la semana se turnaban para garantizar el riego diario. Una vez por
mes organizaban un taller con especialistas invitados. Para las personas que fueron parte de ese
proyecto, como Josefina, fue una instancia de aprendizaje y construcción de nuevos vínculos.

“Éramos muchos participando de la huerta. A mí, en realidad, fue la actividad que más
me impactó en mi vida y que perdura. . .Yo me enganché mucho con cuidar la alimentación
y eso lo sigo haciendo” (Josefina, estudiante universitaria, ex integrante de una agrupación
universitaria trotskista, 30 años, asamblea de San Lorenzo).

La huerta funcionó hasta principios de 2004. La asamblea se había disuelto en mayo de


2003 y sólo diez personas continuaron manteniendo los cultivos. Sabían que serían desalojados
porque el Organismo Nacional de Administración de Bienes (onabe) había licitado los terrenos
para urbanizar la zona. Ante esta situación, reclamaron al Estado que les cediera el predio tal
como lo había hecho con otras asambleas, pero ante la falta de respuesta, decidieron retirarse
del lugar.
Otra forma de ocupación llevada adelante por la asamblea de San Lorenzo fue la “Feria la
Recuperada”, puesta en marcha todos los sábados en una de las esquinas donde había funcio-
nado una feria veinte años atrás. Desde el inicio, cada sábado, los asambleístas instalaban en
aquella esquina una mesa desde la que repartían volantes y conversaban con las personas que
transitaban por allí para difundir sus actividades y proyectos. Hacia marzo, los integrantes de
la comisión de compras comunitarias propusieron instalar en el lugar una feria de pequeños
emprendimientos productivos relacionados con productos comestibles. Tenían cuatro puestos
donde vendían pastas, dulces, milanesas de soja, alfajores de maicena y otros alimentos produ-
cidos de manera casera. Grupos integrados por dos o tres asambleístas se reunían en sus propias
casas para elaborar los productos y luego venderlos en la feria. Si bien en la mayoría de los
casos sólo llegaban a recuperar el dinero que habían invertido en la compra de los alimentos, en
un primer momento consideraron que podría ser una alternativa laboral para quienes estaban
desocupados.
Sorpresivamente, tras el primer sábado de funcionamiento, se ubicó en el mismo sitio una
“feria itinerante” organizada por el gobierno local, por lo cual los asambleístas no encontraron
lugar donde situarse. Esta “feria itinerante”, una iniciativa que ya estaba en funcionamiento en
diversas zonas de la Ciudad de Buenos Aires, consistía en una serie de puestos móviles que se
colocaban en distintos barrios para vender verduras, frutas, carne, pollo y pescado.
El jueves siguiente, en la reunión plenaria, quienes eran parte de la “Feria la Recuperada”
relataron a sus compañeros el conflicto con la feria del gobierno local. La asamblea resolvió que
todos concurrirían el sábado posterior y “defenderían” la esquina.
Los asambleístas llegaron al lugar con bombos y banderas, pero allí se encontraron no sólo con
la feria sino con una delegación de inspectores y policías. Luego de una prolongada discusión,
mientras vecinos del barrio y asambleístas cantaban “que se vayan todos, que no quede ni uno
solo”, los funcionarios resolvieron ceder a la asamblea veinte metros de la esquina.
La “Feria la Recuperada” todavía mantiene tres puestos en los que se venden fideos, dulces
y condimentos. Algunos de sus miembros fueron parte de la asamblea, otros se incorporaron
más tarde. Paralelamente continúa funcionando la feria estatal.
A lo largo de más de un año de funcionamiento, la asamblea de San Lorenzo realizó distintas
acciones de ocupación de la calle, como festivales y fogones. Entre los eventos señalados por
sus protagonistas como más importantes pueden mencionarse el festival con los cartoneros para
recaudar alimentos para enviar a Tucumán, llevado adelante a mediados de 2002; el fogón
realizado para el primer aniversario del 19 y 20 de diciembre de 2001, y el carnaval “contra la
farsa electoral” 15 de marzo de 2003.
Triguboff: Estado y asambleas en la Ciudad de Buenos Aires. . . 79

Como todas las iniciativas que la asamblea organizó en la calle, el fogón de diciembre de
2002 generó tensas situaciones de negociación con la policía, que procuraba evitar la ocupación
de la vía pública. Tras pocos minutos de haber iniciado esta actividad, se presentaron agentes
policiales de la zona en dos autos patrullas, buscando algún representante de la asamblea o
encargado de la actividad. Consultaron a distintas personas, pero todas negaban la existencia
de un referente. Las autoridades pretendían liberar uno de los carriles de la avenida donde
estaba realizándose el fogón. Continuaron interrogando a la gente hasta que un asambleísta
les contestó: “Pero nosotros somos una asamblea, y ahora están todos de fiesta, y nosotros
para liberar un carril tenemos que hacer una asamblea acá, y no da porque esto es una fiesta”.
Frente a esta inesperada respuesta, los uniformados decidieron retirarse. Una hora más tarde
regresaron, pero todos comenzaron a cantar “que se vayan todos, que no quede ni uno solo”,
y, como resultado, los policías se quedaron observando desde los patrulleros y finalmente se
retiraron.

La casa de Arnaldo, nuevos debates y conflictos


La asamblea de San Lorenzo llevó adelante otra ocupación con el objetivo de evitar que desalo-
jaran a un asambleísta de su casa. A mediados de febrero de 2003, Arnaldo pidió el “apoyo” de
la asamblea porque había recibido una orden de desalojo. Era inquilino desde que era niño y
vivía con sus padres, pero había dejado de pagar el alquiler cuando los dueños de la propiedad
fallecieron. Después de varios años sin novedades, los herederos habían iniciado acciones legales
en reclamo del inmueble.
En la reunión plenaria, los asambleístas conversaron acerca de esta situación y decidieron
por mayoría ocupar la casa para conservarla como “casa de la asamblea”. Luego, suspendieron
la reunión y se dirigieron al lugar. A pesar de que no todos los integrantes estaban de acuerdo
con la medida, la casa de Arnaldo fue declarada como “centro cultural”. Algunos, como Luisa,
consideraban que la decisión había sido muy repentina.

“Bueno, lo que ocurrió realmente fue que ese jueves, vos no fuiste [se refiere a Fernando]
y fui yo, y yo me sentí re-mal, porque sentí como que vinieron y dijeron: ‘Acá lo central es
que a Arnaldo lo van a desalojar y nosotros tenemos que tomar la casa para impedir que lo
desalojen y convertir ese lugar en la casa de la asamblea’. Entonces, de repente se levantó
la reunión de esa esquina y todo el mundo. . .” (Luisa, psicóloga social, ex integrante del
Partido Revolucionario de los Trabajadores (prt), 56 años, asamblea de San Lorenzo).

Recuperando prácticas de otras ocupaciones, pusieron una bandera, armaron “guardias” y


organizaron un festival en “defensa” de la casa, convocando asambleas, agrupaciones de desocu-
pados y otras organizaciones sociales y políticas. Paralelamente, enviaron una carta al Centro
de Gestión y Participación del barrio, solicitándole que intercediera para suspender el desalojo.
Entre los principales argumentos, sostenían que el vecino no tenía los medios económicos para
una defensa justa y que su casa era utilizada como “casa de la cultura”, donde se habían llevado
adelante diversas actividades de “interés social”. Igualmente, destacaban que esta situación era
parte de las “formas de inclemencia social que afectan al conjunto de la población de la Ciudad
de Buenos Aires y el país” (Boletín de la asamblea de San Lorenzo, 29 de marzo de 2003).

15 Una de las últimas actividades que realizó San Lorenzo fue el “carnaval contra la farsa
electoral”. Como en la mayoría de las asambleas, sus integrantes no alcanzaron una síntesis
común sobre la postura que debía tomar el espacio colectivo frente a las elecciones. Sin embargo,
la mayoría de los asambleístas coincidió en que era necesaria una reforma institucional profunda.
El carnaval consistió en un festival en la calle al que asistieron bandas musicales invitadas
y en el que los asambleístas se disfrazaron como una forma de rechazo a los representantes
gubernamentales de ese momento.
80 Antropología de tramas políticas colectivas

Como consecuencia, durante los casi tres meses que duró la ocupación, la asamblea cambió su
dinámica y dejó de funcionar en su tradicional esquina para trasladarse a la casa.
Sin embargo, el debate interno en relación con esta decisión continuó y se incorporó al boletín
de la asamblea del 21 de mayo de 2003. Tras la controversia causada por un artículo escrito por
uno de los asambleístas, la asamblea decidió en la reunión plenaria “censurar” este contenido
retirando la revista de circulación. Esa nota cuestionaba la ocupación de la siguiente manera:

“¿Puede una asamblea entera, en un rapto de solidaridad (o simplemente de mezcla cul-


posa de lavado de conciencia, porque, quién sabe qué haríamos si estuviéramos del otro lado
de la antinomia, si se me permite una digresión al respecto) apoyar a un vecino en situación
de desalojo, sin discutir seriamente por ejemplo sobre la maldita propiedad privada y men-
tirse a sí misma alevosamente durante tanto tiempo, ignorando aparentemente los hechos
que se esconden detrás de esta historia? ¿Puede una asamblea combativa estar hace más de
dos meses debatiendo casi exclusivamente sobre esto? ¿Podemos gestionar ante quien corres-
ponda (por ejemplo cgp, etc.), cuando nos declaramos autónomos y horizontales? ¿O será
que tenemos que confesar y asumir una vez más que la necesidad tiene cara de hereje? ¿Es
posible que pongamos en segundo plano y hasta posterguemos actividades indispensables
que tienen que ver directamente con la historia actual de nuestro país, que lisa y llanamente
nos está pasando por arriba? Creo que no”.

Este artículo resumió los principales núcleos del debate en torno a la ocupación: la propiedad
privada, la relación con el Estado, la “necesidad” de un local propio y la toma de decisiones. El
intento de “solidarizarse” con Arnaldo forzó una resolución en torno al tema de la ocupación
para tener un espacio “propio”, que en la asamblea de San Lorenzo parecía haberse saldado
tiempo atrás. A su vez, Arnaldo representaba el vínculo con el “otro”, con otros sectores sociales
que en general no eran parte de la asamblea.
Finalmente, Arnaldo fue desalojado en mayo. Sin embargo, el juez que dictó la orden de
desalojo hizo lugar al reclamo de la asamblea y solicitó al Gobierno de la Ciudad que cediera
un local para realizar las actividades. Pero esta posibilidad ya no interesaba a los asambleístas;
días antes del desalojo habían decidido dejar la casa debido a conflictos internos, y retornar a la
esquina habitual de reuniones. Ese mismo mes realizaron sus últimas reuniones y actividades,
hasta que la asamblea terminó por disolverse.

Las ocupaciones de inmuebles: ¿recuperación o toma?


Los asambleístas que realizaron ocupaciones convergieron en una misma iniciativa a la que
otorgaron diferentes sentidos. Si bien coincidían en el carácter político de la acción, algunos
hacían hincapié en el desarrollo de proyectos autogestivos mientras otros subrayaban el “desafío”
al Estado y la propiedad privada. Como señalaron Grimberg y otros (2002:11), las ocupaciones
conformaron un campo de disputa en torno a los sentidos y el énfasis político brindado a la
acción.
En general, las iniciativas dirigidas a la realización de proyectos propios y a la construcción
de ámbitos abiertos al barrio priorizaban la recuperación de un local. La propuesta era obtener
un lugar donde llevar adelante nuevas iniciativas, transformando un inmueble en desuso en
un espacio disponible para los vecinos, el barrio en general y otras organizaciones sociales y
políticas.
En este sentido, la decisión de algunas asambleas de recuperar un inmueble en desuso ge-
neraba una discusión acerca de las representaciones de lo público y lo privado. Al ocupar un
local, las asambleas se trasladaban a un ámbito cerrado, aunque proyectaban mantener las ca-
racterísticas de un “lugar público” como las calles y las plazas. Lograr este objetivo no resultó
una tarea sencilla. Tener un local obligó a los asambleístas a administrar su uso y cuidado,
Triguboff: Estado y asambleas en la Ciudad de Buenos Aires. . . 81

definir límites de funcionamiento e incluso decidir, en algunos casos extremos, expulsiones del
ámbito colectivo. Igualmente, la definición del local como lugar público entró en debate cuando
un grupo de personas sin vivienda pidió instalarse allí. Para la mayoría de los asambleístas, la
recuperación tenía como fin la realización de actividades sociales y políticas para la “lucha”,
razón por la cual la demanda de estas personas sin vivienda fue vista como un intento de
apropiación del sitio.
Por otro lado, cuando las ocupaciones se hicieron sobre otro tipo de espacios, como terrenos
en desuso o la vía pública misma, las representaciones de lo público cobraron otros sentidos. En
el caso de la huerta, la discusión sobre lo público y lo privado atravesó directamente la acción.
Este proyecto de San Lorenzo no pretendía abrir un espacio para los vecinos, sino servirse de
un lugar desocupado del barrio para realizar una actividad vinculada con la asamblea. En este
sentido, la acción se justificaba por el fin social y solidario que tendría la huerta.
En estos casos, el sentido de lo público tenía como denominador común la constitución de
espacios de sociabilidad y acción política orientados a los vecinos y al barrio. De esta manera,
a diferencia del trabajo realizado por Fernández y otros (2006), los datos de mi investigación
muestran que la acción de los asambleístas no apuntaba a una interpretación de las ocupaciones
como un ámbito “comunitario” en confrontación con el Estado, sino que estaba orientada a la
construcción de ámbitos abiertos de interacción y de desarrollo de diversos proyectos. A su vez,
las ocupaciones no sólo eran de locales, ni de locales estatales, sino que también fueron llevadas
adelante en la vía pública, como calles y plazas.
Por otra parte, quienes hicieron hincapié en que la ocupación se establecía sobre propiedad
privada resaltaron la categoría toma. Este fue el caso del grupo de integrantes de la asamblea
Parque Díaz que se separó de la misma cuando se decidió ocupar un local. Argumentaron que la
medida no “representaba” a los vecinos del barrio y que era una “aparateada”, una imposición
de partidos que integraban la asamblea, como el Partido Comunista (pc) y el Partido Obrero
(po). Ernesto, integrante de la Central de Trabajadores de la Argentina 16 (cta), insistió a lo
largo de la entrevista en que decidió no sumarse a la ocupación debido a que, desde su punto de
vista, estos partidos motorizaban la toma de una propiedad privada, sin asumir que para llevar
adelante una medida de estas características la asamblea debía recibir el apoyo del barrio.

“El elemento que termina por generar la ruptura es cuando un grupo decide tomar un lu-
gar. Había sido una propuesta que no se había cerrado en la asamblea. Muchos no estábamos
de acuerdo. [. . .] La discusión era si la acción política que hacíamos representaba al conjunto
o no; si representaba al barrio o no, aunque el barrio no acompañara. [. . .] Porque estamos
hablando de Parque Díaz: clase media media. Tenemos que saber también el entorno en el
que estamos trabajando. [. . .] Te iba a acompañar el sector progresista, el problema es qué
iba a ocurrir con todo el resto” (Ernesto, docente, ex integrante del Frente País Solidario
[frepaso] y activista de la Central de los Trabajadores Argentinos [cta], 60 años, asamblea
Parque Díaz).

Sin embargo, algunos de quienes respaldaron la ocupación y no integraban partidos políticos,


como Marisa y Bruno, sostuvieron que esta iniciativa excedió la propuesta de partidos como el
Partido Obrero (po) o el Partido Comunista (pc). Del mismo modo, manifestaron que el grupo
de personas que se apartó de la asamblea rechazaba la ocupación por considerarla “violenta”.

“Marisa: Esta decisión de la toma hace una fractura muy importante en la asamblea; esta
decisión hace que una parte de los militantes, que representaban a la cta y que no estaban
conformes con la toma, se fuesen de la asamblea.

16 La Central de Trabajadores de la Argentina (cta) es una central de trabajadores ocupados y


desocupados creada en 1991 como una instancia de organización alternativa a la Confederación
General del Trabajo (cgt). Según sus documentos, la propuesta central de la cta es llevar
adelante un “nuevo modelo sindical” basado en la “afiliación directa, una democracia plena y
la autonomía política”.
82 Antropología de tramas políticas colectivas

M: ¿Cuál era la discusión? ¿Por qué no estaban de acuerdo con la toma?


B: Yo creo que era porque veían a la toma como una cosa más de izquierda, una cosa
violenta. . .
Marisa: Porque no. No había una fundamentación. Lo entendían como que era una bajada
de línea de un partido y yo puedo asegurar que no” (Entrevista colectiva; Marisa, psicóloga
social, sin experiencia política, 50 años, y Bruno, empleado administrativo, sin experiencia
política, 52 años, asamblea Parque Díaz).

Del mismo modo, Cecilia, como integrante del Partido Comunista (pc), señaló que el pro-
blema era ideológico, pues se fundaba en las diferentes concepciones de los integrantes de la
asamblea sobre la propiedad privada y el “derecho” que tenían a ocupar ese local. En su relato,
a diferencia de quienes se oponían a la ocupación y se retiraron de la asamblea, resaltó el apoyo
que Parque Díaz recibió de distintos vecinos de la zona.

“C: Después se tomó la decisión de tomar este lugar; eso dividió aguas porque eso era
romper la legalidad en el sentido de la propiedad: cómo vamos a tomar un lugar que no nos
pertenece.
M: ¿Y cuál era la discusión?
C: La discusión era esa. Un docente decía: yo no le voy a enseñar a mi hijo que tome
algo que no le pertenece. Entonces la discusión era: ¿y a quién le pertenece si no es a los
vecinos del barrio que fueron estafados por el banco? ¿De quién es ese lugar? Eso dividió
aguas y apartó a un sector de la asamblea. Otro grupo quedó expectante; esa fue otra cosa
muy interesante. Porque cuando se abrió el lugar, la reacción de los vecinos del barrio fue
muy buena, muy solidaria, la gente traía de todo; entonces mucha gente de la asamblea que
había vacilado sobre lo que iban a decir los vecinos se sumó” (Cecilia, jubilada, integrante
del Partido Comunista [pc], 70 años, asamblea Parque Díaz).

Tal como señalaron Svampa y Corral (2002) las ocupaciones de inmuebles pusieron en discu-
sión la legalidad de la medida; no obstante, en el caso de la asamblea de San Lorenzo, en lugar
de hacer hincapié en la trasgresión a la legalidad, los asambleístas discutieron el sentido que
adquiría esta acción, destacando la obligación que implicaba poseer un local propio y evitar
que no se desvirtuaran los objetivos iniciales de la ocupación. Para ellos, la toma imponía una
obligación a la asamblea, que debería mantener y administrar este espacio. Tal como señaló
Josefina, la ocupación suponía una organización particular, una división de tareas, responsabili-
dades, deberes y actividades diarias, como las “guardias nocturnas”, que no estaban dispuestos
a asumir.

“Nosotros no teníamos un local. [. . .] no queríamos tener el compromiso de hacer guardias


nocturnas. . . No considerábamos que eso fuera a redundar en un beneficio para nosotros
como personas. [. . .] Todos para [sostener una ocupación] tuvieron que repartir cargos y
nosotros no tuvimos que hacer eso, nunca tuvimos la necesidad de que alguien tuviera un
cargo, o una llave, o una responsabilidad mayor que la de las finanzas” (Josefina, estudiante
universitaria, ex integrante de una agrupación universitaria trotskista, 30 años, asamblea de
San Lorenzo).

Para algunos asambleístas, la ocupación de un local era parte de la “gestión” común de la


asamblea, lo cual significaba el compromiso de administrar un lugar entre todos. Señalaron que
otras asambleas habían tenido dificultades para compartir esta responsabilidad y que esto había
generado conflictos y un desvío de los objetivos iniciales: los locales ocupados terminaron por
convertirse en depósitos para cartoneros o viviendas para algunos jóvenes. Por consiguiente, la
mayoría de los integrantes de San Lorenzo no estuvo dispuesta a embarcarse en un proyecto
que consideraba que tenía pocas posibilidades de éxito.
Triguboff: Estado y asambleas en la Ciudad de Buenos Aires. . . 83

“F: Es muy difícil acordar cómo gestionás para sostener en el tiempo y mantener un
lugar [. . .] Entonces en lo que terminaban, como por ejemplo la toma de [nombre],terminó
convirtiéndose en un depósito de cartoneros. Los cartoneros venían, dejaban sus cosas. . . Yo
no sé si está bien o está mal, pero para mí por lo pronto no era el objetivo. Yo lo que no
veía era la posibilidad de acordar qué íbamos hacer con ese espacio. Qué se yo, está bien,
yo podía decir ‘organicemos un centro cultural como armaron acá en [barrio]’; se daban una
cantidad de actividades, se organizaban talleres, había una cantidad de gente que concurría
[. . .] Pero no estaba dado para que nosotros hiciéramos eso” (Fernando, ex integrante del
gremio aeronáutico, 50 años, asamblea de San Lorenzo).

Del mismo modo, consideraban que una toma los obligaría a exceder los lazos que habían
construido. Evaluando la experiencia de otras asambleas, sostenían que el encuentro y la acción
conjunta, al asumir la responsabilidad de mantener el local, dejarían de ser voluntarios para
convertirse en un deber.

“Yo creo que todos los que tomaron. . . terminó como pesando; estaba el lugar y faltaba el
lazo; como que nosotros apostamos a generar el lazo. [. . .] el lugar estaba. El lugar eran los
vínculos que se daban y las actividades se elegían ad hoc. [. . .] Esa fue la decisión y estuvo
bien, nos hubiera atado a seguir” (Mariano, psicólogo, ex activista del centro de estudiantes
de la universidad, 40 años, asamblea de San Lorenzo).

Así, las relaciones de las asambleas con el Estado durante los procesos de ocupación no se
circunscribieron al cuestionamiento del poder institucional como garante de la propiedad priva-
da y del espacio público. Las asambleas interpelaron a las instituciones estatales de diferentes
maneras; a su vez, las políticas estatales tuvieron diferentes dimensiones.
Los procesos de interacción y relación asumieron diferentes formas según el carácter y los
sentidos otorgados a las ocupaciones. En casos como el de Parque Díaz, que ocupó un local cuyo
propietario era una empresa privada, la acción estatal fue posterior a la ocupación, y se ejerció
fundamentalmente a través de la policía y la Justicia. En general, las agencias represivas del
Estado desplegaron diferentes estrategias de intimidación y coerción, realizando inspecciones a
los locales y citaciones y juicios a varios asambleístas. Así obligaron a las asambleas a recurrir
a abogados y especialistas con el objetivo de evitar desalojos y responder a cargos judiciales
individuales.
En 2003, cuando el nivel de movilización social había disminuido, la mayor parte de las
asambleas fue desalojada. Sin embargo, la política de desalojo no fue homogénea. En el caso de
San Lorenzo, la Justicia aceptó el reclamo interpuesto por sus integrantes e instó al Gobierno
de la Ciudad a ceder un local en desuso para la asamblea. Del mismo modo, no hizo lugar a la
denuncia penal contra Parque Díaz y suspendió el desalojo.
Cuando los locales ocupados eran propiedad del Estado, no se iniciaron acciones legales. La
excepción se produjo en los casos en que, como sucedió con el terreno donde se asentaba la
huerta de San Lorenzo, los terrenos ocupados eran parte de planes de licitación para urbanizar
algunas zonas de la ciudad. Cuando se trataba de inmuebles que eran parte de la comuna de
la Ciudad de Buenos Aires, el gobierno local intentó, por intermedio de los Centros de Gestión
y Participación (cgp), entablar instancias de diálogo y negociación con las asambleas. Un
ejemplo de esta política fue la discusión promovida sobre la ley de comunas y el presupuesto
participativo. Sin embargo, las asambleas generalmente rechazaron el diálogo y presionaron
para que se les brindara un predio sin condicionamientos. En diversas ocasiones, como sucedió
con la feria de San Lorenzo, lograron la cesión del espacio.
Paralelamente, la postura de las asambleas hacia el Estado consistió en rechazar sus ini-
ciativas, al mismo tiempo que reclamar el cumplimiento de lo que consideraban obligaciones
estatales. Entre otras cuestiones, los asambleístas solicitaban bolsas de comida, planes de em-
pleo, viviendas, atención médica en los hospitales y vacunas para los cartoneros.
84 Antropología de tramas políticas colectivas

Un caso paradigmático en relación con la disputa, el reclamo y la negociación con el Estado


fue la Intertomas. Este ámbito, que había sido creado con el fin de intercambiar conocimientos
y estrategias que sirvieran para llevar adelante ocupaciones y evitar desalojos, se convirtió en
una instancia de encuentro para realizar demandas conjuntas.

Conclusiones
Como señalé, luego de que la asamblea Parque Díaz resolviera recuperar un local abandonado,
el eje de preocupación y acción pasó a ser el cuidado del lugar. Para la mayoría de sus protago-
nistas, trasladar el espacio público de la asamblea hacia un lugar cerrado revitalizó y dinamizó
la asamblea, a la vez que brindó a Parque Díaz un perfil específico y diferente. Este proceso
no fue casual ni espontáneo, sino que fue una forma de ocupación característica de numerosas
asambleas, que se nuclearon en las reuniones de Intertomas.
La ocupación del local permitió que la asamblea Parque Díaz canalizara ciertas demandas y,
a su vez, generó conflictos y debates que en San Lorenzo se dieron de modo diferente o tomaron
otra connotación. Convertirse en un interlocutor diario del barrio y ser un centro de distribución
de bolsones de comida fueron algunos de los ejes centrales de Parque Díaz. Al mismo tiempo, la
ocupación provocó rupturas, alejamiento de algunos integrantes y la expulsión de asambleístas
que “ponían en riesgo” las instalaciones. Así, cada asamblea fue forjando su propio recorrido a
través de los múltiples sentidos brindados a las ocupaciones, a lo público, a la propiedad privada
y a la relación con el Estado.
En el marco de la amplia movilización producida en Argentina durante fines de 2001 y 2002,
las asambleas, de la misma manera que otros actores de la protesta, identificaron al Estado o,
más específicamente, a sus instituciones, como representantes “corruptos” de los intereses de la
“clase dirigente”. Los discursos y consignas indicaban fuertes críticas al conjunto del sistema y
a la dirigencia política, y expresaban el nivel de cuestionamiento al régimen. Esas posturas, sin
embargo, no implicaban una confrontación general con las políticas estatales.
Desde este punto de vista, desplazar la mirada del momento de la protesta y de las acciones
de confrontación con el Estado, para indagar las prácticas cotidianas, las relaciones sociales
y los sentidos que cotidianamente ponen en juego los sujetos protagonistas (Grimberg, 1997,
2005; Fernández Álvarez, 2006; Manzano, 2007), me permitió mostrar cómo en las ocupaciones
llevadas adelante por las asambleas la relación con el Estado combinó contradictoriamente
procesos de demanda y búsqueda de recursos con un fuerte rechazo a las intervenciones de
las fuerzas de seguridad y a políticas identificadas por los asambleístas como acciones para
comprometerlos y condicionarlos. Por un lado, las ocupaciones promovieron la intervención del
Estado como garante de la propiedad privada. Por otro, desde el local “propio” se llevaron
adelante nuevas iniciativas, posibilitando que las asambleas pudieran constituirse en agentes de
gestión de políticas estatales.

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Las formas de la movilización y la
construcción ritual del movimiento. Un
análisis etnográfico de las marchas
mensuales por el caso Cromañón

Paula Isacovich

El 30 de diciembre de 2004 se incendió un boliche bailable de la Ciudad


de Buenos Aires. Esa noche el local albergaba entre 2800 y 6000 personas
que habían asistido para participar de un recital de rock. De ellos, 194
murieron en los días subsiguientes, y luego de esa fecha fallecieron algunos
otros, mientras que muchos (no hay datos completos al respecto) cargan
con secuelas físicas y psicológicas.
Desde el día posterior al incendio comenzaron a confluir numerosas
personas en Plaza Miserere, ubicada a metros de donde funcionaba el
boliche República de Cromañón. En su mayoría, eran allegados a quienes
habían participado del recital, y reclamaban centralmente justicia 1. El 1 o
de enero de 2005, a dos días del incendio, la concentración de desplazó
hacia Plaza de Mayo, principal centro político del país y de la ciudad,
alrededor de la cual se sitúan las sedes de los gobiernos nacional y local,
la Catedral, el Banco Central, el Ministerio de Economía y el antiguo
Cabildo, entre otros edificios.
Entre las personas que se acercaban a Plaza Miserere, algunas fueron
ocupando la calle donde funcionaba el boliche con fotos de las víctimas
fatales, cartas o mensajes dirigidos a ellas y diversos objetos que les habían
pertenecido, entre los que se destacaron las zapatillas. Estos objetos y
otros, como las velas encendidas colocadas allí desde los primeros días,
dieron lugar a la conformación de un espacio que denominan El Santuario,
y que continúa edificado sobre la calle 2.

1 Los términos nativos estarán señalados por el uso de cursiva.


2 Debido a la presencia de El Santuario, desde hace más de 5 años se mantiene cortada la
circulación de la calle sobre la que está emplazado.

87
88 Antropología de tramas políticas colectivas

Los sobrevivientes, amigos y familiares de las víctimas del incendio con-


forman un conjunto sumamente heterogéneo en cuanto a su lugar de resi-
dencia, condiciones socioeconómicas y otras variables como la edad, aun-
que la mayor parte de los asistentes al concierto eran jóvenes. La mayoría
de las víctimas y allegados no se conocían entre sí antes de esa fecha. No
obstante, luego del incendio, algunos de ellos se integraron en distintos
agrupamientos. Asimismo, estas personas, junto a una importante canti-
dad de otras afectadas por el incendio, se mantuvieron comunicadas por
distintos medios, como un foro virtual.
Desde enero de 2005, los días 30 de cada mes se realizan marchas a modo
de homenaje a las víctimas. Estas movilizaciones comienzan siempre en
Plaza Miserere y luego recorren un trayecto variable hasta culminar en
Plaza de Mayo. En la agenda de actividades de las víctimas de Cromañón
y sus allegados, esas marchas constituyen un evento de gran importancia.
En ellas se presentan reclamos hacia diferentes agencias estatales. Se ha
demandado a los juzgados que tienen a cargo los procesos judiciales que
investigan diversos aspectos del incendio “cárcel a todos los responsables
políticos y materiales de la masacre de Cromañón” o “la no división de las
causas judiciales”, entre otras reivindicaciones. También se ha exhortado
al Ministerio del Interior a rendir cuentas acerca del desempeño de los
cuerpos de Policía y Bomberos la noche del incendio. En una apelación
más amplia, que no se dirige especialmente al Estado, se ha instado a que
“. . . para el cuidado de las personas (. . .) haya un antes y un después de
Cromañón” 3.
En estas movilizaciones se ha centrado una parte importante de mi
trabajo de campo etnográfico 4. Esto me ha me permitido advertir que la
manera en que se desarrollan está altamente estandarizada y consiste en
una compleja secuencia de actividades en las que se pone de manifiesto
un rico simbolismo. Las marchas realizadas al cumplirse cada nuevo mes
transcurrido desde el incendio comienzan con un oficio religioso, continúan
con el recorrido a pie de un trayecto variable y culminan con un acto en el
cual se lee una proclama. En al menos dos momentos de la marcha se lee la
lista de nombres de los fallecidos, y durante el recorrido se portan diversos
estandartes con sus fotografías. Las secuencias de actos que conforman las

3 Todas las citas están tomadas de diferentes documentos leídos por las víctimas en las marchas
de los días 30.
4 Como resultado de ese trabajo, escribí mi tesis de licenciatura en antropología social: Isaco-
vich (2009) Sobre el dolor, la furia y la justicia.Etnografía del procesamiento político del caso
Cromañón.
Isacovich: Las formas de la movilización y la construcción. . . 89

marchas condensan múltiples sentidos. Intentaré dilucidarlos recuperando


algunas propuestas de la literatura antropológica para pensar los rituales.
La ritualidad de algunas prácticas de los familiares, amigos y sobre-
vivientes de Cromañón 5 ha sido abordada por distintos estudios. Uno
de ellos, siguiendo a Goffman, identificó roles particulares desempeñados
por los participantes en reuniones de agrupamientos de víctimas (Crive-
lli, 2007). Otro trabajo enfocó las acciones públicas de las víctimas de
Cromañón, en tanto rituales mediante los cuales ellas intentan dotar de
inteligibilidad histórica a un acontecimiento trágico, apelando a un len-
guaje religioso (Reguillo, 2006). Un tercero recuperó los aportes de Laclau
y Zizek, y analizó cómo las estrategias discursivas/interpretativas de los
familiares de Cromañón se materializan en una serie de rituales que, al
mismo tiempo, constituyen sus identidades colectivas y apelan a la adhe-
sión de la opinión pública (Mauro, 2009).
Me interesa aproximarme, en coincidencia con los trabajos reseñados, a
una serie de prácticas de las víctimas de Cromañón desde la dimensión ri-
tual, aunque desplazando la mirada de las reuniones o las relaciones entre
las víctimas hacia las acciones de protesta –tal como lo hace Reguillo–,
específicamente hacia las marchas realizadas todos los días 30. Al mismo
tiempo, estos desplazamientos me permitirán incluir en el análisis rela-
ciones establecidas con otros actores, así como posicionamientos públicos
que construyen las víctimas en estas marchas.
La dimensión ritual de la movilización pública fue tratada en diver-
sas situaciones. En algunos casos para comprender los modos en que se
ha alterado la apropiación del espacio urbano a partir de la intervención
de colectivos efímeros que irrumpieron en un momento determinado –en
diversos contextos histórico-geográficos– para expresar anhelos y valores
compartidos (Delgado, 2004). También las marchas de trabajadores ru-
rales sin tierra de Brasil han sido analizadas como rituales en los que se
legitiman posicionamientos colectivos (Chaves, 2002).
Propongo centrarme en las marchas en tanto eventos destacados del
proceso de movilización social impulsado por los familiares, amigos y so-
brevivientes del incendio. Apelo al concepto de movilización social en
orden a situar las marchas en un proceso social más amplio, en una trama

5 La expresión Familiares, amigos y sobrevivientes de Cromañón, utilizada por las víctimas


y allegados para referirse a quienes asisten a reuniones, movilizaciones y otros eventos, así
como a quienes participan del foro virtual, será utilizada en cursiva. En cambio, cuando haga
referencia a la totalidad de las víctimas y sus allegados, participen o no de estas actividades,
haré referencia a familiares, amigos y sobrevivientes de Cromañón en imprenta.
90 Antropología de tramas políticas colectivas

de relaciones sociales y políticas en el marco de las cuales estos eventos


ocurren y se reformulan constantemente. Descentrando la mirada de los
actores colectivos y de la protesta como fenómenos en sí mismos, buscaré
indagar en el lugar que ocupan en el proceso de movilización social para
explicar la importancia de los aspectos rituales en este caso particular.
Para abordar esta dimensión será de utilidad la línea de estudios que
consolidó S. Tambiah (1985), quien propuso entender los rituales como
sistemas culturalmente construidos de comunicación simbólica constitui-
dos por secuencias ordenadas de actos y palabras cuyos contenidos están
caracterizados por convenciones, estereotipos, condensaciones y repeticio-
nes. En este esquema, la fuerza simbólica de los rituales, su eficacia, resul-
ta de la combinación entre acciones comunicativas verbales, que aportan
orden y riqueza expresiva, con otras no verbales, que otorgan realismo
empírico, cualidades sensibles. En este marco, los rituales son performati-
vos 6, esto es, no sólo enuncian mensajes sino que en ellos la enunciación es
un modo de acción, instituye realidades, por ejemplo, la unidad de los ac-
tores como grupo o la actualización de valores sociales, siempre y cuando
sean estos realizados en las condiciones adecuadas.
Desde esta línea, lo que define a ciertas prácticas como rituales no es un
modelo a priori sino el hecho de ser identificados por los nativos como mo-
mentos distintivos de la vida cotidiana, en los términos de su cosmología.
La diferencia con otros eventos es de grado, y deben ser comprendidos en
términos nativos. Tal como destacaron antropólogos brasileros (Peirano,
2002), se trata de eventos especiales, más formalizados y estereotipados,
y por lo tanto más susceptibles al análisis y adecuados para detectar ca-
racterísticas comunes a distintas situaciones sociales.
A partir de los aportes reseñados, en este artículo me propongo anali-
zar las marchas de los días 30 como rituales en los cuales los familiares,
amigos y sobrevivientes de Cromañón procesan –ritualmente– sus contra-
dicciones. Para ello, en el próximo apartado describiré detalladamente las
marchas, iluminando el grado de formalización y estandarización, así co-
mo las repeticiones que se suceden mes tras mes en estos eventos. Luego
veremos cómo en ellas se insinúan tensiones entre los participantes. El
análisis de las marchas como rituales permitirá identificar los modos en

6 Este término no debe comprenderse en el sentido de las teorías que se centran en la catego-
ría de performance. En cambio, remite a la lingüística pragmática de Austin, quien distinguió
(analíticamente) los actos de habla por sus características locucionarias o referenciales; ilocucio-
narias o performativas, en el sentido señalado, y perlocucionarias en el sentido de que producen
efectos sobre el oyente.
Isacovich: Las formas de la movilización y la construcción. . . 91

que esas tensiones se expresan y se procesan. Asimismo, habilitará una


reflexión acerca de las formas de la movilización social, que permitirá
advertir la importancia de estos eventos y de su dimensión ritual en el
proceso político protagonizado por las víctimas de Cromañón.

Las marchas mensuales por Cromañón


La cita es cada día 30 después de las 18 horas en el Santuario. Como anun-
cié más arriba, se trata de un espacio físico construido posteriormente al
incendio ubicado sobre la calle en la que funcionaba Cromañón, funda-
mentalmente con pertenencias y fotos de las víctimas fatales, así como
con mensajes dirigidos a ellos. Allí se congregan familiares, amigos de las
víctimas y sobrevivientes del incendio, tanto los días de movilización co-
mo en otros momentos (por ejemplo, cuando una persona fallecida en el
incendio hubiera cumplido años).
Junto al Santuario, el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, con
apoyo de un conjunto de familiares, construyó la Plaza de la Memoria,
un espacio abierto rectangular en una de cuyas paredes están colocadas
las fotos de las víctimas fatales del incendio junto a sus nombres. Con el
tiempo, allegados a ellas fueron añadiendo otras fotos, cartas, inscripcio-
nes y demás objetos. Pese a que la convocatoria suele hacer referencia al
Santuario, es allí donde comienzan las marchas, con una misa ecuménica
llevada a cabo por religiosos de varios cultos. Lo más frecuente es que sean
un sacerdote católico, un rabino judío y un pastor evangélico, aunque esta
composición puede presentar variantes. La misa culmina con la lectura de
los nombres de las víctimas fatales del incendio. Esta lectura se realiza en
un diálogo entre un orador que lee un nombre y los demás presentes que
le responden diciendo en voz alta “justicia” o “presente”.
“El santuario tiene dos espacios diferenciados. Uno tiene unos 7 me-
tros de largo (recuerdo aproximado); fue armado contra la valla que
corta la circulación del tránsito de la calle en la que funcionaba Cro-
mañón con objetos y fotos de las víctimas. Se escucha el sonido de
tambores.
La otra parte es un reducto cerrado entre cuatro paredes con una
galería techada sobre una de las paredes del perímetro. De sus paredes
cuelgan fotos de las víctimas fatales, muchas de ellas con flores y otros
objetos colocados alrededor.
92 Antropología de tramas políticas colectivas

Acá hay gente dispersa en pequeños grupos o sola; son más de 100
y más de la mitad de ellos parecen tener menos de 25 años. Algunos
tienen pancartas o remeras con caras que estimo de víctimas y en la
mayor parte de ellas se lee la consigna ‘justicia’.
En la pared de enfrente hay una suerte de cartelera con inscripciones
donde pueden leerse desde opiniones generales hasta mensajes afectivos
dirigidos a las víctimas. Es un espacio de más de 10 metros de largo y
unos 4 de ancho.
Camino desde la entrada por el piso de cemento y pasto y oigo
que desde el micrófono se leen nombres. A medida que me acerco al
micrófono desde el cual se leen los nombres escucho que la gente dice
(y digo con ellos) ‘presente’ tras cada uno de los nombres” (Registro
de campo, 30-04-06).
En el transcurso de la misa continúan arribando personas a la plaza y,
cuando aquella finaliza, se disponen todos sobre la calle de Cromañón y del
Santuario. De modo seguido, se inicia la marcha propiamente dicha, una
caminata que invariablemente llegará a Plaza de Mayo. En algunas oca-
siones, el trayecto sigue una línea recta por la avenida que conecta ambas
plazas. En otras, se desvía para transitar otras de gran circulación o bien
para pasar por puntos clave como la dependencia policial responsable de
la zona, o el Palacio de Tribunales, sede central del poder judicial. Estos
desvíos están generalmente vinculados con situaciones específicas relacio-
nadas con el curso de las causas judiciales que investigan los hechos. En
alguna oportunidad, el paso por algún otro punto significativo se realizó
después del acto en Plaza de Mayo (sobre el que volveré enseguida).
Durante la marcha, los participantes portan numerosas banderas, pan-
cartas o vestuario en los cuales pueden verse fotos de víctimas fatales
junto a sus nombres. Algunas de estas insignias llevan impresa la palabra
“justicia”, o mensajes de afecto hacia los muertos. Además de este tipo de
objetos que podemos considerar diacríticos (Barth, 1976), en tanto iden-
tifican a sus portadores como allegados a las víctimas, hay tres banderas
de gran tamaño que son regularmente exhibidas en estas marchas. Una de
ellas es negra, y lleva escrito en blanco “justicia”. Las otras dos tienen
los colores de la bandera argentina y llevan las fotos de las víctimas, y en
una de ellas hay inscripciones y numerosas palmas de manos estampadas.
También es frecuente que algunos familiares enarbolen otras banderas con
el rostro pintado de alguna víctima, o con su nombre escrito y algún men-
saje hacia esta persona. Por otra parte, mientras que algunos intentan
Isacovich: Las formas de la movilización y la construcción. . . 93

vivar consignas, otros prefieren caminar en silencio, conversar entre sí, o


encargarse de detener el tránsito vehicular de las calles transversales para
que circule la manifestación.
Al llegar a Plaza de Mayo, se realiza un acto que también tiene una
estructura más o menos regular, la cual consta de cuatro partes. El orden
más regular en que se suceden es el siguiente: primero se anuncia la agenda
de actividades, después se lee la lista de nombres de los fallecidos, luego
se da lectura al documento de la Articulación y finalmente interviene un
invitado. No obstante, este orden ha presentado variantes en más de una
ocasión.
El acto se realiza desde un escenario generalmente ubicado en el centro
de la plaza. Frecuentemente, se inicia con algunas breves palabras que
enuncian la estructura prevista para el acto e informan cuestiones de
agenda, como actividades organizadas por los grupos para el mes siguiente
o avances de las causas judiciales, entre otras.
A continuación se lee nuevamente la lista de los fallecidos en el incendio.
La lectura de esta lista, que está ordenada alfabéticamente por apellido y
a la que con el tiempo le han ido incorporando las listas de padres y ma-
dres fallecidos en lucha, así como la de sobrevivientes fallecidos, se realiza
siempre entre varias personas, cada una de las cuales lee un fragmento
(por ejemplo, aquel de los apellidos que comienzan con las letras F a M),
y se repite el formato de diálogo descripto para la misa, en el cual las
palabras “justicia” o “presente” responden a cada uno de los nombres. Al
finalizar su lectura, generalmente el orador que leyó el último fragmento
inicia otro diálogo en el cual dice sucesivamente “los pibes de Cromañón”,
y le contestan “presentes”. Luego repiten ese ida y vuelta con una serie
de sujetos como “los padres y madres fallecidos”, “los sobrevivientes fa-
llecidos”, “los sobrevivientes de Cromañón”, “los familiares y amigos en
lucha”. Ante cada una de estas apelaciones, se responde “presentes”. Poste-
riormente, el orador central dice tres veces “ahora” y el público responde,
cada vez, “y siempre”. A modo de cierre, todos dicen “justicia”.
Inmediatamente después de este momento, de alta carga emotiva, se
lee el documento elaborado por ellos a partir de los debates ocurridos en
las reuniones de la Articulación de Familiares, Amigos y Sobrevivientes
de Cromañón. La lectura del documento suele culminar con la reiteración
del diálogo formalizado que cierra la lectura de los nombres (“Los pibes
de Cromañón” / “Presentes”).
94 Antropología de tramas políticas colectivas

Finalmente, en la mayor parte de las marchas, así como en otros actos


públicos organizados por este grupo a los cuales asistí, hubo un momento
para que alguna persona hiciera uso de la palabra para expresar reclamos
no originados en el incendio de Cromañón, aunque presentados por los
organizadores como relacionados con los propios. Por ejemplo, tuve opor-
tunidad de escuchar las palabras de trabajadores de fábricas recuperadas 7,
familiares de víctimas de otros incendios, como el de un avión comercial o
uno ocurrido años atrás en otro boliche; también de estudiantes universi-
tarios; familiares de víctimas de un atentado cometido contra una mutual
judía, entre otros. Entre los invitados, tal vez se han destacado por su
frecuencia las organizaciones de derechos humanos y las víctimas de actos
de violencia policial 8.
Esta compleja secuencia de actividades y su puesta en práctica sistemá-
tica, repetida mes tras mes, sugiere la importancia de la forma de estos
eventos. Desde la antropología, la dimensión formal o estética del compor-
tamiento ha sido destacada por su capacidad expresiva –o ritual– (Leach,
1976). Las relaciones entre formas y sentidos de las prácticas también han
sido analizadas por autores que propusieron pensar los rituales como com-
portamientos cuyas características formales permiten transmitir mensajes
y de este modo otorgar autoridad o legitimar valores, posiciones, puntos
de vista (Falk Moore y Myerhoff, 1977). 9
Creo haber podido mostrar en la descripción de las marchas mensuales
que se trata de eventos altamente formalizados, constituidos por secuen-
cias ordenadas de actos convencionales y repetidos: la misa, la lectura de
los nombres, el recorrido más o menos fijo, el acto de cierre con lectura de
nombres y el grito de “Presentes”, la lectura del documento común, y la
intervención de algún invitado. En estos eventos se movilizan emociones,
se manipulan símbolos de intenso realismo empírico (como las fotos de
las víctimas) y se comunican mensajes tanto verbales (el documento final,

7 Se trata de empresas que, en un contexto de intensa crisis económica, fueron abandonadas o


cerradas por sus dueños, y posteriormente ocupadas y puestas a producir por sus empleados,
quienes evitaron así la pérdida de su trabajo.
8 En la Argentina, fundamentalmente en el contexto de la última dictadura militar que tuvo
lugar entre 1976 y 1983, surgieron una serie de agrupamientos sociales que reclamaron contra los
crímenes del gobierno de facto. Dentro de este conjunto heterogéneo de asociaciones actualmente
denominadas organismos de derechos humanos se destacan los casos de Madres y Abuelas de
Plaza de Mayo. Entre sus reclamos, de amplia variedad, se destaca el de justicia entendida
como castigo penal a los funcionarios estatales que perpetraron esos crímenes.
9 Este análisis es tributario de la lectura de Leach que realizaron antropólogos brasileros para
analizar modalidades de demanda de tierras en Brasil (Sigaud, 2000; Sigaud, Rosa y Ernandez
Macedo, 2008).
Isacovich: Las formas de la movilización y la construcción. . . 95

la misa) como no verbales (la caminata, las imágenes, el recorte espacial


que une el Santuario con la Plaza de Mayo). Además, estos eventos se
destacan entre otros que conforman la agenda cotidiana de las víctimas
de Cromañón 10. De acuerdo a las teorías antropológicas referidas, queda
manifiesta la dimensión ritual de estos eventos. Sin embargo, no se
trata de identificar rituales, sino de intentar comprender qué es
lo que estos están comunicando. En el próximo apartado intentaré
desentrañar esos sentidos que, como veremos, no son unívocos ni homo-
géneos. Entonces, será necesario un análisis que permita dar cuenta de su
carácter dinámico, de los modos en que algunas tensiones se manifiestan
y procesan en estos eventos.

Las marchas de los días 30 como rituales


Hasta aquí, hemos identificado el alto grado de formalización de estas
marchas, señalando que en ellas se manipulan símbolos y se comunican
mensajes. Algunos de esos símbolos permiten establecer analogías con
otras manifestaciones políticas. Por un lado, la estética de estas activida-
des presenta numerosas semejanzas con aquella que puede observarse en
las marchas impulsadas por familiares de víctimas de actos de violencia
policial, así como en las marchas que se realizan anualmente en conmemo-
ración del último golpe de Estado militar. Por ejemplo, la larga bandera
argentina que lleva las fotos de las víctimas del incendio es muy similar a
aquella que está siempre presente durante las marchas de aniversario de
la dictadura militar, que lleva fotos de víctimas del terrorismo de Estado,
y que es transportada en la misma posición que la de las víctimas de Cro-
mañón. Del mismo modo, existe una evidente similitud entre la exhibición
de diversos estandartes con fotos de alguna víctima en particular, con su
nombre y la inscripción “justicia”, y las imágenes de múltiples activida-
des públicas en las cuales familiares de víctimas del gatillo fácil 11 policial
10 Dado que mi trabajo de campo estuvo centrado en buena medida en estas marchas, cabe la
posibilidad de que su centralidad no surja tanto de la propia valoración de los sujetos sino de
mi agenda de observaciones. No obstante, comentarios recurrentes de los familiares, amigos y
sobrevivientes de Cromañón sobre las actividades y discusiones del movimiento me habilitan a
confiar en que esta centralidad de las marchas no es conferida por mí sino por ellos mismos.
11 El término “gatillo fácil” designa numerosos hechos de violencia en los cuales miembros
de las fuerzas policiales han disparado sin causa legalmente válida sobre personas que con
frecuencia resultaron muertas. En relación con estos “casos” se articularon agrupamientos que
naturalizaron la autoadscripción de sus integrantes como familiares de las víctimas. Sobre este
punto, se puede consultar Pita (2005).
96 Antropología de tramas políticas colectivas

formulan sus denuncias y demandan justicia alzando imágenes similares.


Además, la repetición mensual de la marcha puede relacionarse con la
repetición semanal de la ronda que realizan las Madres de Plaza de Mayo
en la Pirámide de Mayo, ubicada en la plaza del mismo nombre.
Teniendo en cuenta las relaciones identificadas desde distintas perspec-
tivas teóricas entre las formas de las prácticas y sus sentidos (Leach, 1976;
Falk Moore y Myerhoff, 1977; Tambiah, 1985), podríamos decir que estas
características formales son movilizadas para sostener posicionamientos y
otorgar legitimidad a los reclamos y a los demandantes, acercándolos a
aquellos formulados por otras víctimas que ya cuentan con un grado de
reconocimiento social anterior. Dicho de otro modo, establecen a partir
de una referencia simbólica elaborada mediante la estética o la forma de
sus prácticas una relación entre sus propias demandas y aquellas que se
formulan en los actos referidos 12. En sus palabras:

“Nuestra pelea nosotros decimos que es básicamente una pelea de


ddhh hoy. Nosotros decimos: está muy lindo los ddhh ayer, pero es
una herramienta del gobierno para perpetuarse, en este momento, par-
te de esa lucha. Entonces decíamos, bueno, nosotros somos los malos
de esta película. Estamos reclamando un estatuto dentro de los que
queremos ser.
Porque además, en definitiva, las condiciones generadas en el país
por la dictadura, y la matanza que produjo, generó el país que tenemos,
y produjo Cromañón. No es que no tiene nada que ver.
Tenemos este país porque perdimos; la verdad que sí. Y este es el
país que provoca que la gente se muera. La gente se muere, y se va a
seguir muriendo, porque además. . . no . . . no tienen cabida todos.

12 Este análisis recupera el aporte de Alencar Chaves (2002), quien estudió la “Marcha nacional
dos sem-terra” como un ritual de larga duración en el cual se expresó y realizó la identidad
del Movimento Sem-Terra (mst, movimiento campesino de Brasil que reclama centralmente
la reforma agraria). Según su lectura, la marcha permitió monopolizar la conciencia de los
sujetos participantes en un solo sentimiento, una sola idea. En términos más generales, señaló
que al indexar contenidos referenciales de la cultura a nuevos actores, los rituales aportan
patrones renovados de relaciones sociales y pueden ser instrumentos de construcción de nuevas
legitimidades. Esto le permitió identificar cómo el mst construyó la legitimidad de sus demandas
a partir de la “marcha nacional”. Si se toma su propuesta para pensar el caso Cromañón,
es posible sostener que, a través de los dispositivos diacríticos mencionados, los familiares se
indexan a sí mismos con un contenido que los acerca a las demandas de los organismos de ddhh
y de las víctimas del gatillo fácil, así como les indexan a estos características nuevas por la
inclusión en su espectro del caso Cromañón (para un análisis más extenso de estas relaciones
simbólicas se puede consultar Isacovich, 2009).
Isacovich: Las formas de la movilización y la construcción. . . 97

Y eso, si bien no es que yo digo que solamente en la dictadura hubo


injusticias, pero ahí había un mojón muy grande de haber asesinado a
media generación, literalmente, y dejar a los demás cagados de susto.
Y a otros diciendo ‘bueno, no nos ocupemos de hacer política porque,
la verdad, o uno se muere, o igual es difícil movilizar’. Me parece que
anda por ahí” (Entrevista a Patricia, 18-02-09).

Al mismo tiempo, las fotos de “los pibes de Cromañón” y la reiterada


afirmación de que ellos están “presentes”, junto a algunas consignas tam-
bién repetidas como “Todos somos sobrevivientes en Argentina República
de Cromañón”, colaboran en la construcción de una comunidad que D.
Zenobi (2007) llama “familia Cromañón”. En esta “familia”, “todos hemos
perdido 194 hijos el día 30 de diciembre de 2004” 13, y todos podríamos
perder a nuestros hijos. En otras palabras, todos somos igualmente vul-
nerables en una sociedad que nos deja morir, y ante la presencia de un
Estado que no protege la vida, y al cual mes tras mes se le demanda
protección en el centro simbólico del poder político nacional.
Sin embargo, tanto la demanda de justicia como aquellas que suelen
enunciarse en las marchas que conmemoran el golpe de Estado son alta-
mente polisémicas. Si bien, tal como proponen Falk Moore y Myerhoff,
en estas marchas se legitiman reclamos y demandantes, en ellas no existe
un mensaje unánime ni homogéneo sino que estos eventos son, al mismo
tiempo que una instancia de construcción del movimiento Cromañón 14,
un momento de disputa por el sentido de las demandas y por el sentido
del que se dota al acontecimiento en el intento, como diría Reguillo, de
hacerlo inteligible. Así, este ritual es performativo pero falta iden-
tificar cuáles son los sentidos en disputa y cómo estos eventos
son instancias en las que se procesan tensiones.
El ritual como un evento en el cual se procesan tensiones ha sido traba-
jado en antropología por V. Turner, quien consideró estos eventos como
unidades dinámicas en las que se juegan conflictos entre aspectos con-
tradictorios de la vida social (en el caso de los ndembu que él estudió,
entre los principios de matrilinealidad y virilocalidad). Los rituales con-

13 Este comentario, formulado por un diputado porteño y extractado del acta de la sesión
especial de la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires del día 7 de marzo de 2006, puede
escucharse con variantes de boca de familiares, analistas, personas invitadas a los actos de
Cromañón, o bien leerse en documentos diversos.
14 No debe interpretarse el término movimiento tal como ha sido definido desde las ciencias
sociales, sino que se trata de un término nativo, que intenta definir a los familiares, amigos y
sobrevivientes y a sus agrupamientos como constituyentes de un actor político.
98 Antropología de tramas políticas colectivas

tienen símbolos que condensan y unifican sentidos pero al mismo tiempo


los polarizan entre un polo relativo a normas y valores morales, y otro
sensorial relacionado con la forma del signo que provoca deseos y senti-
mientos. Entre los símbolos rituales, algunos son dominantes en tanto su
significación es constante y tiene cierta autonomía de los fines del ritual,
mientras que otros son instrumentales, medios para alcanzar esos fines
(Turner, 1980 [1967]). En los próximos párrafos, identificaremos los mo-
dos en que los distintos momentos de las marchas operan simbólicamente
en la creación del movimiento y en el procesamiento de las tensiones entre
los manifestantes.
En este punto es necesario recuperar la estructura organizativa del mo-
vimiento o la familia Cromañón. Entre quienes lo/la integran, se han con-
formado distintos grupos más o menos estables. Algunos orientaron sus
acciones hacia la difusión de demandas en actividades de protesta, charlas
y otros medios; otros procuraron acompañar a los sobrevivientes para que
recibieran atención médica; otros centraron sus esfuerzos en las causas ju-
diciales. Estos grupos además se reúnen en el espacio de Articulación de
Familiares, Amigos y Sobrevivientes de Cromañón, donde se discuten y
acuerdan acciones comunes, y se intercambia información. También par-
ticipan de estas reuniones personas que no pertenecen a ninguno de los
grupos.
Ahora bien, en las marchas de las cuales me estoy ocupando en este
artículo, los distintos grupos no se muestran diferenciados. Al contrario,
sus miembros se alternan en la lectura de documentos, se mezclan en
los recorridos, y se identifican, tal como he intentado describir, sólo como
allegados de víctimas directas. Sin embargo, una mirada más atenta revela
algunas cuestiones acerca de la distribución de las personas en los distintos
momentos del ritual. Vale mencionar que mi experiencia de trabajo de
campo se concentró en las prácticas de uno de los grupos, por lo que no
he podido observar esta distribución más que en relación con este. Sin
embargo, considero que será al menos ilustrativo.
El grupo Memoria y Justicia por Nuestros Pibes, aquel al que seguí
con mayor atención durante mi trabajo de campo, se orienta sobre todo
a las actividades de difusión, debate y actividades públicas de protesta.
Si retomamos la secuencia de las marchas de los días 30, veremos que la
mayoría (no todos; los grupos no determinan las prácticas de sus inte-
grantes) de quienes lo conforman no asisten jamás a la misa. Tampoco
se excusan por ello, al contrario: algunos se muestran levemente molestos
Isacovich: Las formas de la movilización y la construcción. . . 99

por su duración, aunque nunca muy abiertamente, sobre todo los días de
frío. Otros lo refieren con respeto pero son muy claros en cuanto a que no
tienen ningún interés en participar. Al mismo tiempo, miembros de este
grupo han cuestionado en más de una ocasión posicionamientos y prác-
ticas de las iglesias, aunque no en relación con Cromañón y las prácticas
de los familiares que adscriben a ellas. En este sentido, conversando con
algunos de sus integrantes he escuchado los siguientes comentarios:

“‘Yo respeto la misa, pero ellos tienen que respetar terminar más
temprano porque no todos queremos ir, y la gente ya se acostumbró y
viene más tarde, más ahora que hace frío, el día está feo. Si está lindo
por ahí vienen antes y se quedan un rato esperando, pero un día así
no. Además son tres cultos; es larga, una vez tuvimos también un. . .’
(No registro, parece un religioso de otro culto)” (Registro de campo,
30-04-06).
“La verdad que nadie te obliga a ir a la misa, ¿eh? Y todo el mundo
sabe que yo no voy a ir a una misa. Que he ido a algunas, que en
particular donde está la jerarquía de la Iglesia, no voy. De hecho, yo no
sabía, yo me levanté de una misa que le hicieron a Julián los primeros
días porque apareció Bergoglio. . .
Pero lo que uno hace individualmente no es lo mismo que lo que uno
hace en un colectivo. Yo después fui caminando a Luján. Porque una
de las mamás había dicho que –yo no lo sabía, parece que se reza hacia
dentro; yo soy atea así que desconozco–, pero ella había dicho que si lo
destituyen a Ibarra 15, si lo logramos destituir, iba a ir a agradecerle a
la Virgen. Y yo le dije: ‘Te acompaño. A mí me gusta caminar’ [risas].
Y es loco porque fuimos varios de Cromañón, y nos acompañó el
padre Jere que, la verdad, es un divino, y fuimos cantando ‘Corazón
libre’.
Es bastante loco. Todo esto es bastante loco. Y después la mitad del
mundo creía que yo me había convertido. No, yo fui a Luján porque
había dicho que iba a ir a Luján. A mí me gusta caminar, no tengo nada

15 Aníbal Ibarra ocupaba el cargo de Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires en el


momento del incendio. Los familiares, amigos y sobrevivientes de Cromañón lo señalaron como
uno de los principales responsables de lo ocurrido en el incendio, sobre todo por una serie de
medidas que durante su gobierno había impulsado en el área de inspecciones de la ciudad, y
por la actuación del servicio de emergencias la noche del 30-12-2004. Por estos y otros cargos
fue sometido a un juicio político llevado a cabo por la Legislatura de la Ciudad, como resultado
del cual fue destituido.
100 Antropología de tramas políticas colectivas

contra las caminatas. Es bastante gracioso” (Entrevista a Patricia,


18-02-09).

Luego de la misa es el momento de la marcha, el recorrido del trayecto


que une ambas plazas. De ese momento participan todos, prácticamente
indiferenciados más allá de lo dicho sobre las distintas actividades que
pueden estar haciendo unos y otros, como cantar o conversar.
La marcha culmina en Plaza de Mayo, y al llegar allí se realiza el ac-
to de cierre. Como vimos, en el acto se reitera la lectura de la lista de
víctimas fatales. A mi juicio, la lectura de la lista constituye el símbolo
dominante de este ritual (las marchas). Como tal, condensa una multi-
plicidad de sentidos: en un sentido literal, encarna a una gran cantidad
de personas fallecidas que representan una enorme pérdida y un profundo
dolor para sus allegados. Este sentido, vinculado con la forma del signo,
con la enunciación de cada una de las víctimas, reforzada por fotos im-
presas en pancartas o remeras, moviliza sentimientos hacia las víctimas y
hacia los allegados que comparten el dolor y colabora a enunciar lo desco-
nocido, lo incomprensible de la muerte. Al mismo tiempo, en tanto esos
sentimientos unen a los presentes como comunidad, este signo representa
al movimiento, y expresa en sí mismo la demanda de justicia (reforzada
con su enunciación luego de cada nombre). Y más importante aún: repre-
senta la unidad de estas personas a su vez organizadas en agrupamientos
muchas veces enfrentados entre sí.
Esta unidad, simbolizada por la lectura de los nombres de las víctimas,
es en sí misma reivindicada por los sujetos como un logro del movimiento,
que mantiene así la fuerza necesaria para soportar el dolor y enfrentar
al poder que vulnerabiliza a la sociedad. Desde este punto de vista y
recordando el análisis de E. Durkheim (1992 [1912]) sobre el tótem, el
acto de lectura de la lista de víctimas puede ser visto como la “bandera”
del movimiento Cromañón.
El otro punto importante es que la lectura de la lista se realiza en forma
rotativa. Como puntualicé previamente, distintas personas leen cada una
un fragmento. Esta distribución, que durante los primeros años era exten-
siva a muchas tareas de coordinación de los actos, parece estar frenando
la instalación de alguno de los grupos como cara visible del conjunto y
equilibrando las relaciones de fuerzas entre ellos 16.

16 Sobre este punto, ya Durkheim había señalado que los rituales dejan entrever clasificaciones
de las personas y de las cosas.
Isacovich: Las formas de la movilización y la construcción. . . 101

“Y bueno, te quiero decir, que tiene algunos de esos líderes así,


complicados. Y mucha gente que los sigue, porque los líderes no tienen
la culpa, en todo caso. Que a lo mejor si se corrieran, darían más
espacio. Yo intenté correrme varias veces. Las últimas. . . bueno, la
última marcha mi papá no estaba bien, y me volví para evitar que
él fuera a la marcha. Y me corrí. Pero no es fácil correrse cuando
uno, aunque sea por algo terrible, se acostumbra a ejercer un rol.
Pero digo, por qué no va a pasar eso en el movimiento Cromañón si
ocurre. . . digo, vivimos en una estructura vertical en el país, y me
parece que el mundo” (Entrevista a Patricia, 18-02-09).

Culminado este momento del acto, sobreviene la lectura del documento


común. En él se reflejan –según la firma del documento, atribuida a la Ar-
ticulación– las discusiones y los principales eventos del mes que transcurrió
desde la marcha anterior, los posicionamientos colectivos, y se presentan
demandas vinculadas con el caso; tanto las más generales –por ejemplo,
que se realice un juicio y se condene a los culpables de las muertes en el
incendio– como algunas más específicas que varían mes a mes, en relación
con los procesos políticos y judiciales en los que intervienen.

“El acto tarda una media hora en empezar. Allí hay sonido y luces
pero no escenario. En ese tiempo Patricia y Noemí se paran frente a los
micrófonos y comienzan a convocar a la gente cantando: ‘Escúchenlo,
escúchenlo, escúchenlo, ni una bengala ni el rock and roll, a nuestros
pibes los mató la corrupción’ (. . .). Interrumpen de a ratos los cantos
para pedirle a la gente que se desplace para que pueda entrar más
gente frente a donde se hace el acto.
Van a leer el documento común de la articulación de organizaciones.
Piden cárcel a Ibarra, López y Chabán 17.
El documento se titula ‘16 meses. ¿Por qué seguimos marchando?’.
Comienza la lectura; leen Patricia y Noemí; Noemí llora y mien-
tras algunos la contienen (una mujer rubia, Andrés, una mujer joven,
dirigente del po, la misma que impulsaba los cantos al frente de la
columna), otra mujer toma el micrófono y la reemplaza en la lectura.
Luego otra mujer, la que contuvo a Noemí, toma la lectura. Me voy
dando cuenta de que cada uno de los conductores del acto, que son
más de 10 personas y van rotando, lee un fragmento no como algo
17 Gustavo López era Secretario de Cultura de la Ciudad al momento del incendio. Por su
parte, Omar Chabán era el empresario que gerenciaba el boliche.
102 Antropología de tramas políticas colectivas

accidental ante el llanto de Noemí sino como algo preparado, al menos


es la impresión que da” (Registro de campo, 30-04-06).

Este texto, que en teoría representa a la Articulación, y que es leído en


nombre de este espacio, se discutía inicialmente en sus reuniones pero con
el tiempo fue perdiendo centralidad y su elaboración fue progresivamente
quedando en manos de algunos integrantes del grupo Memoria y Justicia
por Nuestros Pibes, y específicamente de Patricia, la madre de una vícti-
ma. Del mismo modo, su lectura fue rotativa durante largo tiempo pero
progresivamente se fue reduciendo a algunas pocas personas, específica-
mente a esta madre o su hijo, con la frecuente participación de Noemí,
una madre de otro grupo. Pero no es sólo que no todos los participantes
de las marchas intervienen en su elaboración sino que muchos de ellos,
como he podido observar en varias oportunidades, se retiran de la Plaza
en el momento de la lectura. Sin embargo, según Patricia, estos mismos
familiares dan por sentada la existencia del documento, y cuestionarían
su falta. Reflexionando sobre esto y sobre la organización de las marchas,
me dijo:

“Patricia: Yo ya sé que la gente que hace la misa la va a hacer, lo


discuta yo o no lo discuta. Ya sé que los que llevan la bandera hecha
con las manos los primeros días no se van a correr de ese lugar (. . .).
Entonces, en las marchas hay, yo te diría que hay como una base de
acuerdo, y casi de costumbre, que eso está bueno y está malo. Porque
hay cosas que no se discuten, que ya no se discuten. Así como antes
se discutían apasionadamente, y con mucha desconfianza, yo creo que
ahora estamos en un proceso de poca discusión, y no está bueno eso.
Pero ya se acepta que se produce un documento. Es más, la gente me
dice: ‘¿Y el documento?’. Inclusive la que no se queda a la lectura, no
sé si me entendés. Es parte del folclore, mística, no sé cómo llamarlo.
Paula: Como un momento obligatorio de la marcha mensual.
Patricia: Claro. Y los nombres de los chicos se leen. O sea, a esta
altura sorprendería que no hubiera un documento. Y sorprendería que
no se le leyera el nombre de los pibes. Serían cosas muy sorprendentes.
Yo creo que es un problema eso. Yo ahora produzco a veces docu-
mentos en mi casa sola en la computadora. Porque tomo lo que se está
diciendo, lo que dicen todos los grupos y lo que hemos charlado en
la Articulación. La verdad que tampoco la realidad es tan rápida, no
Isacovich: Las formas de la movilización y la construcción. . . 103

está pasando gran cosa para decir. Y la verdad que nadie cuestiona lo
que yo escribo. Nadie. Hace mucho.
A mí eso particularmente no me agrada. Me parece que la falta de
representatividad es una gran cagada. Todos me dicen: ‘No, lo que
pasa es que vos lo hacés re bien’. Está bien pero, mañana, viste, me
deliro y pongo cualquier cosa. . .
Pero también digo: si nosotros tenemos un país acostumbrado a fun-
cionar sin participación, con liderazgos carismáticos o autoritarios, en
todos los órdenes, ¿por qué va a ser diferente el movimiento Croma-
ñón?” (Entrevista a Patricia, 18-02-09).

Finalmente, con frecuencia estas marchas son ocasiones para que otros
sujetos presenten demandas no originadas en Cromañón. Su inclusión sue-
le depender de invitaciones realizadas por alguno de los grupos, y los te-
mas a los que han referido han abarcado reivindicaciones estudiantiles,
laborales y otras, aunque tal vez hayan primado las demandas de justicia,
algunas de víctimas de incendios en locales comerciales, pero sobre todo
–como vimos– de familiares de víctimas de actos de violencia policial o
estatal. La mayoría de ellos reclamaron que el Estado diera solución a
demandas centradas en el cuidado de la vida. Como dijo un obrero de
una fábrica recuperada:

“Sentimos que teníamos que tomar posición (. . .) el Gobierno (nacio-


nal) es responsable de esta masacre y de todas las pequeñas masacres
(. . .) de no darle solución a las fábricas recuperadas (. . .) Cada uno tie-
ne que aportar desde donde está, desde el lugar que le toca. Tenemos
que apoyarnos mutuamente” (Registro de campo, 20-05-06).

No obstante, esta coincidencia encierra algunas discusiones: tengo la


impresión de que estas alianzas momentáneas con los invitados permiten
intervenir en la definición del sentido del acontecimiento, siempre multí-
voco y siempre en disputa.
Como hemos visto, los grupos impulsan actividades y objetivos diversos.
Por un lado, como ha sido señalado por distintos investigadores, algunos
consideran prioritaria la resolución judicial del caso, y otros sostienen que
“la única solución es política”. Entre quienes promueven una resolución
judicial, ya sean grupos o personas, la política puede ser considerada una
herramienta necesaria para ejercer presión sobre los jueces. Entre quienes
proponen centralmente una resolución política, algunos “no creen en la
104 Antropología de tramas políticas colectivas

Justicia”, o consideran que lo más importante es que se ponga fin a la


“corrupción” y a los “negocios sucios”, o bien proponen un “cambio de
sistema”.
En cuanto a las marchas, pienso que también comportan sentidos dis-
tintos para los sujetos. Como vimos, algunos participan de la misa, otros
del acto de cierre, otros de toda la marcha, y así podemos seguir enume-
rando variantes. Sospecho, por los modos en que he visto involucrarse a
los participantes y por algunos diálogos sostenidos entre ellos, que para
unos prima el ejercicio de la memoria y el homenaje a los muertos, para
otros la protesta, para algunos ambas cosas, y probablemente haya otros
tantos sentidos atribuidos a las marchas como para que no sea posible
enumerarlos aquí.
Si bien las distintas lecturas, demandas y prácticas no pueden asociarse
linealmente a ninguno de los grupos, considero que con esas tensiones, en-
tre otras, se vinculan las denominaciones (nativas y académicas) de este
colectivo inestable y multiforme que algunos autores llaman familia y yo
movimiento, en coincidencia con denominaciones y sentidos de los familia-
res, amigos y sobrevivientes de Cromañón con los que, respectivamente,
compartimos más intensamente nuestras experiencias de trabajo de cam-
po. Si para la familia la política es más bien un complemento necesario
de una disputa que se libra en el terreno judicial (Zenobi, 2007), para
el movimiento, la calle, la Plaza, frente a las sedes de gobierno, son los
espacios en los que se dirime la posibilidad de construir la justicia. Dicho
de otro modo, si la definición de la propia pertenencia en términos de fa-
milia habilita un distanciamiento de los valores atribuidos a la política, la
decisión de autodenominarse movimiento revela un intento de los sujetos
de posicionarse como actores políticos.
Retomando la propuesta de Turner para pensar los símbolos rituales,
por un lado, la misa, y por otro, la combinación del documento de la Ar-
ticulación con la invitación a otros agentes a hablar en el acto de cierre,
frente a las sedes gubernamentales, pueden ser pensados como símbolos
instrumentales que intervienen en la disputa por el sentido de las marchas
y las demandas de los familiares, amigos y sobrevivientes de Cromañón.
De este modo, en las marchas mensuales, los sujetos procesan
ritualmente sus contradicciones, como aquella que se plantea entre
el sentido religioso otorgado en la misa de inicio y el sentido secular y
político enunciado en el acto de cierre en la Plaza de Mayo. Desde ya, no
quiero sugerir con esto que ambos sentidos estén necesariamente disocia-
Isacovich: Las formas de la movilización y la construcción. . . 105

dos. Creo que sí lo están para algunos, tal vez por ejemplo para Patricia,
pero no para otros, que participan activamente de ambos momentos. Pero
más allá de aquellos que se posicionan de uno u otro modo, las interpreta-
ciones sobre la política, los modos en que las personas proponen resolver
el conflicto, las aspiraciones y demandas, en conjunto, son sí contradicto-
rias o al menos divergentes. Y esto parece ser lo que expresan y permiten
procesar las marchas.
Simultáneamente, el mecanismo de lectura rotatoria de los nombres y
los documentos impide que los valores que definen a la comunidad de
familiares, amigos y sobrevivientes de Cromañón queden asociados exclu-
sivamente con unos u otros de sus integrantes y, por extensión, con los
sentidos que cada uno prioriza y defiende.
Por último, es necesario resaltar que este dispositivo formalizado y re-
petitivo no sólo presenta algunas variantes en su formato sino también en
sus intérpretes. Si bien algunos sujetos son más regulares en sus modos de
participar, otros asisten a veces a las misas, otras al acto de cierre, otras
a toda la marcha, etc. Dicho de otro modo, este esquema no determina
conductas, como tampoco las determinan los grupos, dado que miembros
de unos y otros intervienen en la marcha de modos divergentes.

La re-creación ritual del movimiento


En este artículo me propuse estudiar las marchas realizadas por el movi-
miento Cromañón los días 30 de cada mes. Un primer análisis fundamen-
talmente descriptivo me permitió identificar la importancia de la forma
de estos eventos, constituidos por secuencias ordenadas de actos conven-
cionales y repetidos: la misa –incluyendo la lectura de los nombres–, el
recorrido, el acto de cierre con lectura de nombres y del documento común,
y la intervención de un invitado. Además, advertí que la disposición o uso
del espacio y del tiempo comunica demandas e interpela. También hemos
visto que estos eventos actualizan prácticas estereotipadas de disputa po-
lítica, como la marcha hacia Plaza de Mayo o la exhibición de fotos de las
víctimas.
Un análisis de sus componentes como símbolos rituales nos permitió
comprender la importancia de la lectura de nombres como símbolo do-
minante que representa al movimiento, la unidad de estos sujetos pese
a sus contradicciones, y cómo esta es valorada, frenando parcialmente el
106 Antropología de tramas políticas colectivas

surgimiento de liderazgos establecidos. Simultáneamente, este momento


enuncia la demanda de justicia y protección. Por otra parte, pudimos ver
en la misa y el acto de cierre momentos en los que se manifiestan tensiones
entre los grupos.
En este sentido, las marchas son doblemente creadoras. Por un lado,
crean al movimiento en el sentido en el que Durkheim (1992 [1912]) pro-
puso que los rituales crean a la sociedad: les permiten a los sujetos con-
cebirse como grupo, sentir el colectivo, y en esa posibilidad lo realizan y
refuerzan. Por otro lado, como hemos visto, lo re-crean procesando sus
contradicciones.
Ahora bien, ¿a qué se debe esta construcción ritualizada del movimien-
to? Desde un análisis histórico, Hobsbawm sostiene que probablemente
todos los agrupamientos políticos requieran rituales. No obstante, su im-
portancia varía. En los “movimientos sociales primitivos” europeos, como
las asociaciones revolucionarias secretas, las hermandades y los sindicatos
del siglo xix, la forma y los rituales fueron centrales para mantener la
cohesión, unidad y lealtad entre sus miembros (Hobsbawm, 1983 [1968]).
Desde este enfoque, cuando estos movimientos fueron reemplazados a me-
diados del siglo xix por otros impulsados por la clase obrera, la fuerte
raigambre social de clase de los nuevos movimientos tornó innecesario el
énfasis en la “forma” (ritual) y la desplazó. En cambio, el “contenido” –el
programa, la pertenencia a la clase obrera– pasó a ser lo que los articulaba
y cohesionaba.
Salvando las distancias, este trabajo puede orientar la búsqueda de al-
gunas explicaciones sobre la importancia del ritual en el movimiento Cro-
mañón. Entre personas que no se conocían previamente y a quienes no las
une más que una experiencia profundamente dramática pero, en fin, una
experiencia que no se sostiene en el tiempo ni se refuerza necesariamente
en la práctica cotidiana –como podrían ser la experiencia compartida del
barrio o del trabajo–, es necesario crear y re-crear de algún modo una
comunidad, construir la unidad de sus miembros, aun manteniendo sus
contradicciones.
Algo similar parece haber ocurrido entre los familiares, amigos y sobre-
vivientes de Cromañón, según se desprende de sus propios relatos. Como
señalé, la mayor parte de ellos comenzaron a encontrarse, a conocerse, a
compartir espacios y situaciones, luego del incendio. En ese proceso, las
marchas fueron un espacio de encuentro importante. Tal como me han
sugerido en ocasión de una entrevista:
Isacovich: Las formas de la movilización y la construcción. . . 107

“(. . .) a partir de que discutíamos mucho todo, porque no nos co-


nocíamos, yo propongo (. . .) Y que las marchas eran un dolor, porque
se marchaba, se lloraba y después llegamos ahí y alguien que quisiera
subía al escenario y decía lo que se le ocurría, y estaba bueno pero era
terrible, ¿no? Y lo que yo dije que me parecía que ante la ciudad te-
níamos que producir lo más parecido a una única voz, frente a algunas
cosas. Entonces les propuse que produjéramos un documento.
El primer documento se produjo a los 6 meses de la muerte de los
chicos, y costó la elaboración. . . estuvimos días. Porque cada coma
había que discutirla” (Entrevista a Patricia, 18-02-2009).
De esta manera, algunos familiares, amigos y sobrevivientes de Cro-
mañón comenzaron a impulsar activamente un proceso de unificación de
criterios, actividades y posicionamientos, de creación de una única voz,
que en ningún momento fue absoluta, coherente ni unánime, pero que
derivó en la emergencia del espacio que llaman Articulación, y en la posi-
bilidad de actividades, documentos y pronunciamientos varios elaborados
y suscritos en forma conjunta por diferentes personas y grupos. En ese
proceso, las marchas fueron el principal espacio de reunión periódica.
Por otra parte, volviendo a las tensiones, hace tiempo que las ciencias
sociales han identificado que lo religioso y lo político no son esferas real-
mente separadas en la vida social, más allá de las distinciones analíticas
que puedan realizarse. Tampoco lo son en este caso. Si bien el análisis de
las características políticas y religiosas de este proceso excede los límites
de este trabajo, quisiera señalar que ambas dimensiones están presentes
casi en todo momento y en toda acción pública. No obstante, su fuerza
relativa es distinta según se operen unos u otros símbolos instrumentales:
la misa en el Santuario, la lectura del documento en Plaza de Mayo. De
este modo, en los rituales, los familiares, amigos y sobrevivientes de Cro-
mañón realizan y actualizan las disputas por el sentido del acontecimiento
y de las prácticas.
Entonces, las marchas de los días 30 construyen el movimiento Croma-
ñón, pero lo hacen de un modo siempre dinámico, conflictivo, operando
simbólicamente en la definición de los posicionamientos, alianzas y espa-
cios de acción.
Todo esto permite explicar la importancia que tienen estas marchas en
la agenda de las víctimas. Al mismo tiempo, advierte algunas contradic-
ciones: como hemos ido viendo, el movimiento Cromañón está lejos de ser
un colectivo unificado, coherente y uniforme. En cambio, los modos de
108 Antropología de tramas políticas colectivas

disputa y demanda (en la calle, en los tribunales), los modos de relación


con diversos sectores religiosos, las alianzas que se establecen, especial-
mente con los organismos de derechos humanos, están en discusión entre
los mismos familiares, amigos y sobrevivientes, y con varios de sus adver-
sarios.
Algunos trabajos antropológicos recientes han señalado la heterogenei-
dad de los llamados movimientos sociales, y la inconveniencia de abordar-
los como actores colectivos homogéneos (Manzano, 2007). En este mismo
sentido, el análisis de las marchas del movimiento Cromañón muestra có-
mo, lejos de constituir un actor homogéneo que interviene en una disputa
política más amplia de un modo monolítico, se trata de una trama de
relaciones que, en todo caso, adquiere cierta unidad dinámica y transi-
toria en el proceso de disputa, en el campo de fuerzas. Por eso no es
pertinente pensar este caso en términos dicotómicos (política/religión, fa-
milia/movimiento, etc.). En cambio, el proceso histórico se tensiona y se
resuelve también entre los familiares, amigos y sobrevivientes de Croma-
ñón. O mejor, dado que difícilmente existan límites que permitan esta-
blecer un interior o un exterior del movimiento, podemos decir que las
relaciones establecidas, tanto entre sí como con sus aliados y adversa-
rios más ocasionales o más permanentes, también están atravesadas por
conflictos, cambios y contradicciones, es decir, por la lucha.

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Tempo de luta

Nashieli Rangel Loera

Introdução 1
Hoje em dia, no Brasil, aqueles que desejam um pedaço de terra devem
ocupar uma terra, montar um acampamento ou participar de um acampa-
mento organizado por um movimento e, a partir desse momento, fazer suas
demandas ao Estado. 2 Desde os anos 1990, a fórmula ocupação-acampa-
mento tornou-se uma das maneiras de demandar reforma agrária ao Es-
tado brasileiro, ou seja, para que as demandas das organizações de tra-
balhadores rurais (movimentos) 3 sejam atendidas, deve existir ocupação
e, sobretudo, um acampamento (Rosa 2004; Sigaud 2005). 4

1 Este trabalho, de cunho etnográfico, faz parte da minha tese de doutorado em Antropologia
Social, intitulada Tempo de acampamento, defendida em dezembro de 2009 no programa de
Pós-graduação em Antropologia Social da Universidade Estadual de Campinas (Unicamp).
Uma versão anterior deste artigo foi apresentada em Buenos Aires, em setembro de 2009, no gt
“Procesos de movilización social, políticas estatales y vida cotidiana. Perspectivas etnográficas”,
no marco da viii Reunión de Antropología del Mercosur. Os dados empíricos aqui apresentados
foram colhidos ao longo de quase seis anos de pesquisa em vários acampamentos no Estado
de São Paulo. Neste trabalho, vou me referir principalmente a três deles: O Terra sem Males,
onde realizei trabalho de campo de 2003 a 2004; o Dom Hélder Câmara, onde realizei trabalho
de campo em 2003, e o acampamento Famílias Unidas, onde realizei três períodos de campo,
em 2006, 2007 e 2009. A estratégia metodológica da pesquisa de doutorado consistiu em seguir
o percurso de uma família extensa (de consanguíneos e afins), a família Dos Reis-Cerqueira,
pelo mundo das ocupações de terra, desde os primeiros acampamentos, dos quais participaram
em 2003 até alguns membros da família serem assentados no começo de 2006. Dei seguimento
também, até começo de 2009, aos integrantes dessa família que não foram assentados em 2006
e que continuaram em peregrinação por acampamentos de sem-terra do Estado de São Paulo.
Devo ainda mencionar que o objetivo da pesquisa não foi fazer uma história de vida, mas,
através do caminho percorrido por uma família extensa, descrever o que algumas trajetórias
podem revelar do mundo das ocupações de terra.
2 Essa forma de demanda ao Estado e a relação entre ocupações de terra e organizações de
trabalhadores rurais são o que Rosa (2004) chama de “forma movimento”.
3 Todos os termos nativos aparecerão em itálico.
4 A partir da constituição de 1988, as propriedades que não cumprem com a sua função so-
cial podem ser desapropriadas. De maneira geral, as principais etapas do processo de reforma
agrária ligado à montagem dos acampamentos são as seguintes: uma vez que uma propriedade
foi ocupada e um acampamento foi montado, o Instituto Nacional de Colonização e Reforma
Agrária (Incra), órgão do Governo Federal encarregado das desapropriações de terras, classifica

111
112 Antropología de tramas políticas colectivas

Nas últimas duas décadas, especialistas em movimentos sociais têm fo-


calizado suas análises não nas ocupações, mas nas organizações que as
promovem, principalmente no mst (Movimento dos Trabalhadores Ru-
rais Sem-Terra). 5 No entanto, no Brasil existem inúmeras organizações
de trabalhadores rurais (movimentos) que promovem ocupações de terras
e organizam “acampamentos de lona preta”, entre elas: Movimento dos
Agricultores Sem-Terra (Mast), Associação dos Trabalhadores Sem-Terra
de São Paulo (atst), Movimento do Trabalhador Rural Sem-Terra do
Brasil (mtrsb), União dos Trabalhadores Sem-Terra (Uniterra), Organi-
zação de Luta no Campo (olc), Movimento Terra, Trabalho e Liberdade
(mtl), Movimento do Trabalhador Rural (mtr), Movimento de Luta pela
Terra (mlt), Comissão Pastoral da Terra (cpt) e as federações de trabal-
hadores rurais estaduais (Fetape, Fetag–rj, Fetaemg, entre outras). São
recentes as análises que tomam as ocupações e os acampamentos como ob-
jeto de estudo, privilegiando principalmente o ponto de vista dos homens
e das mulheres que fazem possíveis as ocupações de terras e que vivem o
dia a dia dos acampamentos. Entre elas encontram-se Sigaud (2000, 2002,
2004); L’Estoile e Sigaud (2006); Sigaud, Rosa e Macedo (2008); Smircic
(2000); Macedo (2003, 2005); Rosa (2004); Loera (2006 e 2009) e Barra
(2007). Esses estudos exploram a diversidade de casos específicos encon-
trados em diversos lugares do Brasil e formulam hipóteses a respeito das
condições sociais que têm contribuído para a reprodução ampliada de um
fenômeno social recente: os acampamentos da reforma agrária. 6
a terra ocupada como “área de conflito” e inicia-se o processo de vistoria, isto é, a propriedade
ocupada é examinada por técnicos do Incra, que avaliam a produtividade da terra de acordo
com um nível mínimo de rendimento por hectare. Caso a terra seja improdutiva, seu valor é
avaliado e o resultado é encaminhado ao Incra em Brasília, para que o decreto de expropriação
seja assinado pelo Presidente. Uma vez que o decreto é assinado, a terra pode ser liberada para
assentamento. Esse processo pode demorar meses, ou até anos, não só porque o proprietário da
terra ocupada pode pedir a reintegração de posse –e os ocupantes, na maioria das vezes, acabam
saindo da propriedade e reocupando novamente, um tempo depois, para iniciar outro processo
–, mas também porque o próprio processo de vistoria técnica e envio do resultado é demorado.
Desde 2001, uma medida provisória (mp 2.183) foi baixada pelo Governo Federal proibindo que
áreas invadidas sejam vistoriadas pelo Incra por dois anos. Para as lideranças dos movimentos
que promovem as ocupações, essa medida tem como objetivo frear a empreitada de ocupações e
evitar o pipocar de acampamentos. No entanto, os movimentos conseguem, em certas ocasiões,
“driblar” essa medida, ocupando e montando acampamentos na beira das propriedades e não
dentro delas. Para uma discussão mais apurada sobre as mudanças na legislação brasileira e
sobre o procedimento de distribuição de terras e sua relação com o mst e o Estado, ver Meszaros
(2000).
5 Dentre os autores que têm analisado as formas de atuação desse movimento estão: Fernandes
(1998, 1999 e 2000), Stédile e Fernandes (1999), Meszaros (2000), Veltmeyer e Petras (2002),
Navarro (2002, 2005), Wolford (2003), Branford e Rocha (2004), Ondetti (2006), Giarracca et
al. (2006), Baletti et al. (2008) e Vergara-Camus (2009).
Loera: Tempo de luta 113

Como demonstrado por Sigaud (2000), a “forma acampamento” é uma


linguagem social, uma nova forma de reivindicar demandas sociais ao Es-
tado, políticas públicas, neste caso, desapropriação de terras para fins de
reforma agrária. Segundo essa autora, essa “forma” se reproduz instau-
rando uma espécie de linguagem simbólica. Para os participantes das ocu-
pações, o ato de montar uma barraca num acampamento de sem-terra é a
forma de dizer que se é candidato à reforma agrária, e, para os sem-terra
e para representantes do Estado, o ato de instalar um acampamento é
a forma apropriada de dizer que é essa a terra ou o espaço físico que se
pretende que seja desapropriado. Para Macedo (2003), os acampamentos
constituem-se como uma linguagem social, que tem seus próprios proces-
sos de constituição e que variam de acordo com as conjunturas específicas:
“possuem as lonas (que cobrem as barracas) e as bandeiras (que indicam a
instituição que organiza o acampamento) como principais símbolos e um
modelo de organização social próprio, que vem se transformando ao longo
do tempo e também comporta variações dessa representação social de ca-
so para caso” (2003: 5). Já para Loera (2006), a “forma acampamento” é
reproduzida em espiral: um acampamento sempre está vinculado a outro
em formação ou já formado e este, por sua vez, se encontra vinculado
a um assentamento. Segundo a autora, são os indivíduos, os ocupantes
desses espaços que, cumprindo com uma série de obrigações e compro-
missos para com o movimento que organiza a ocupação, convidam outros
para formarem novos acampamentos e, mais, eles mesmos participam de
novas ocupações, mostrando para os novos acampados a tecnologia de
montagem e organização da “forma acampamento”.
Como demonstram Sigaud, Rosa e Macedo (2008), a sociogênese dessa
forma de reivindicação data dos primórdios dos anos 1960, no Rio Grande
do Sul, sendo depois socializada e expandida para outros estados do Brasil.
Naqueles anos, ainda seguindo o argumento dos autores, a ideia de ocupar
para forçar a distribuição de terras já figurava no horizonte dos possíveis,
e começava a ser forjado um novo tipo de relação entre demandantes de
terra e Estado. No entanto, foi nos últimos 20 anos, principalmente após
a Constituição de 1988, no contexto pós-ditadura militar, que a “forma
acampamento” como linguagem social sofreu um processo de expansão e
principalmente de institucionalização. Segundo os autores anteriormente
citados, “a linguagem só começou a se esboçar antes de 1964 e pôde-se
6 Outros trabalhos nessa direção, que analisam o caso das organizações de piqueteros na Ar-
gentina, são Quirós (2006) e Manzano (2007), e ainda, para um estudo comparativo recente
sobre movimentos sociais no Brasil e na Argentina, ver Grimberg, Fernández e Rosa (2009).
114 Antropología de tramas políticas colectivas

consolidar a partir da década de 1990, porque houve escuta por parte do


Estado brasileiro” (Sigaud et al. 2008: 136).
A partir desse momento, diversos atores sociais (principalmente orga-
nizações de trabalhadores rurais) foram entrando em cena; deu-se outro
tipo de intervenção e atuação do Estado, e outros códigos sociais e outros
valores pareciam ser compartilhados ao ocupar uma terra.

Tempo de acampamento
Hoje em dia, estar na reforma, para aqueles que realizam as ocupações e
se instalam em acampamentos, corresponde a participar de uma ocupação
e acampar, reivindicando uma terra para si ou para outros. No entanto,
estar acampado ou manter uma barraca num acampamento e participar
das tarefas do movimento que o organiza pode significar também uma
chance de ascensão social, uma maneira de adquirir certo status ou ocupar
uma posição privilegiada no mundo das ocupações de terra; posição que
passa pelo tempo de acampamento. 7
Essa expressão não é só uma forma de quantificar o tempo que se passa
num acampamento, mas também o número de ocupações, acampamentos
e mobilizações dos quais já se participou, o quanto já se sofreu, o número
de famílias que se conseguiu levar para a terra e mais: também traduz as
relações tecidas com outros acampados, com militantes dentro do próprio
acampamento e do próprio movimento que organiza a ocupação, as alia-
nças e relações estabelecidas com outros movimentos, com representantes
do Estado e com políticos locais. Essa expressão diz também respeito
ao tempo de participação e dedicação ao barraco, ao acampamento, ao
movimento e ao cumprimento de certas obrigações, assim como ao con-
hecimento ou saber que se tem sobre o modo de funcionar do mundo das
ocupações de terra.
Desta maneira, o tempo de acampamento remete-nos a diversas si-
tuações e diversos significados, todos eles referidos ao contexto, à situação
e à condição do indivíduo, assim como às posições que as pessoas ocupam
nesse mundo social particular.
7 Parto da hipótese de que, no processo de institucionalização do mundo das ocupações de terra,
configuraram-se grupos de status (Bourdieu, 1998). Para Bourdieu, “são os grupos de status
que impõem aos que neles desejam participar, além de modelos de comportamentos, modelos
da modalidade dos comportamentos, ou seja, regras convencionais que definem a maneira justa
de executar os modelos” (1998: 16). Esses grupos, portanto, distinguem-se não pela maneira de
ter bens, mas de usar esses bens.
Loera: Tempo de luta 115

Leach (1971), em sua análise da categoria tabu entre os clãs trobriande-


ses, demonstra que há vários significados de tabu, significados que seriam
acidentalmente nomeados com um mesmo termo; no entanto, tabu seria
uma categoria de relações, e seu significado varia de acordo com o con-
texto, a idade, o status e a posição genealógica do indivíduo dentro de
um sistema de parentesco. Já Malinowski (2002), na sua “teoria etnográ-
fica da linguagem”, adendo do seu Coral Gardens, inspira-nos a analisar
os termos dos grupos que estudamos no seu contexto, em situação, pois
somente assim poderemos elucidar seus significados.
Assim sendo, ainda que os participantes do mundo das ocupações de
terra façam referência às expressões nativas, tempo de barraco, tempo
de luta e tempo de reforma, como expressões homônimas ao tempo de
acampamento, descrevem, na maioria das vezes, uma diversidade de sig-
nificados, ações e situações.
O tempo de barraco, por exemplo, tanto para os acampados como para
lideranças dos movimentos, faz referência ao tempo que de fato uma pes-
soa passa debaixo da lona preta num acampamento, 8 mas também, para
os acampados, refere-se à dedicação ao seu barraco e às tarefas do acam-
pamento em geral. Os acampados acreditam que a vida no acampamento
é sofrida e também se faz referência ao tempo de barraco como uma forma
de “medir” o sofrimento debaixo da lona. Já o tempo de luta é importan-
te para novos e velhos acampados que mantêm barraca principalmente
em acampamentos do mst e, sobretudo, para coordenadores e militantes
que organizam e dirigem os acampamentos. 9 Através do tempo de luta,
contabiliza-se a participação em mobilizações ou jornadas organizadas pe-
lo movimento (ocupações, marchas, atos, caminhadas e outras formas de
protesto) e também é uma forma de medir a capacidade de mobilização
individual e de certos grupos dentro dos acampamentos, e de comparar
essa capacidade com a de outros militantes e outros movimentos. E, por
último, o tempo de luta também expressa o tempo de dedicação ao movi-
mento, os recursos mobilizados e a capacidade de negociação que se tem,

8 “Ficar debaixo da lona” é uma expressão comum, entre os participantes dos acampamen-
tos, para designar a vida no acampamento. Muitas vezes é usada em situações nas quais os
acampados querem mostrar ou fazer explícitas as penúrias e dificuldades pelas quais passam no
acampamento; é uma expressão, muitas vezes, ligada à noção de sofrimento.
9 Como assinalado por Rosa (2009), o termo militante é usado principalmente por indivíduos
ligados ao mst e participantes dos acampamentos promovidos por esse movimento. Para outros
casos, faz-se referência a dirigentes ou lideranças. Ocasionalmente, o termo militante também
pode ser usado para lideranças que não fazem parte dos quadros do mst. Farei referência a
esses diferentes termos respeitando, então, a lógica nativa.
116 Antropología de tramas políticas colectivas

assim como o capital de relações acumulado que pode ser mobilizado em


benefício dos acampados e do movimento.
E, finalmente, o tempo de reforma é uma expressão utilizada por mi-
litantes e dirigentes dos movimentos e, na maioria das vezes, por velhos
assentados. O tempo de reforma parece equacionar os dois tempos ante-
riores como uma forma de relembrar o cumprimento de obrigações para
com o movimento, mas também como um modo de contabilizar os ganhos
e as perdas dessa incursão pelo mundo das ocupações de terra.
Cada uma dessas expressões nos remete não só a uma diversidade de
significados, mas de temporalidades, a distintas maneiras de vivenciar
o mundo das ocupações de terra. Nesta ocasião irei deter numa dessas
expressões em particular, o tempo de luta.

Tempo de luta
Em acampamentos organizados pelo Movimento dos Trabalhadores Rurais
Sem-terra (mst), ficar acampando ou, em termos nativos, ficar debaixo
da lona não é suficiente para ser beneficiário de reforma agrária ou, como
mencionam alguns acampados: não é suficiente para ser indicado para
uma vaga num assentamento; para isso, também é preciso ter tempo de
luta.
Comerford (1999), na sua análise sobre as reuniões de trabalhadores
rurais, menciona que o termo “luta” pode ter diversos significados. Nos
acampamentos da reforma agrária, tal como entre os trabalhadores ru-
rais estudados por Comerford, o termo “luta” pode estar “intimamente
associado à noção de sofrimento” (1999: 19). Para a maioria dos novos
e velhos acampados, 10 é o sofrimento debaixo da lona o que legitima a
pretensão de ter terra. Macedo (2003), por exemplo, na sua etnografia
sobre o acampamento Zé Pureza, organizado por lideranças do mst no
Rio de Janeiro, já mencionava a existência dessa relação entre a luta e o
sofrimento. Para esse autor, muitas das disputas e tensões vividas nesse
acampamento aconteciam entre “residentes” e “andorinhas”, estes últimos
indivíduos que não moravam no acampamento. As disputas tinham como

10 Nos acampamentos, o primeiro desses termos faz referência àqueles que têm pouco tempo
num acampamento e àqueles que acampam pela primeira vez, que também são chamados no-
vatos. O segundo termo refere-se àqueles que já têm experiência na arte de acampar, seja por
serem acampados de outros lugares, porque já passaram por vários outros acampamentos antes,
seja porque já têm bastante tempo no acampamento.
Loera: Tempo de luta 117

pano de fundo certos critérios de legitimidade, dentre eles uma ética do


sofrimento que, em maior ou menor grau, é o que consideravam que dava
mais legitimidade àquele que de fato ficava no acampamento.
No entanto, nos acampamentos de sem-terra, o termo “luta” pode ter
também outros usos e significados, que dependem do contexto e “do lugar
que os agentes ocupam no ciclo da vida” (Loera 2006: 98) 11 e, mais, da
posição que ocupam no mundo das ocupações de terra e, especificamente,
na hierarquia do movimento e/ou do acampamento. No caso aqui anali-
sado, o termo “luta”, acompanhado da variável “tempo”, para militantes
do mst e acampados de acampamentos do mst, pode significar também,
ainda que de maneira diferenciada, a contabilidade da participação em
marchas, ocupações, passeatas, congressos, entre outros eventos, e per-
formances coletivas organizadas pelo movimento. Contudo, é importante
mencionar que, em alguns acampamentos do Estado de São Paulo, para
dirigentes de outros movimentos e integrantes de acampamentos orga-
nizados por outros movimentos que não o mst, o termo “luta” não faz
referência à participação em mobilizações, mas ao tempo que se passa
como morador debaixo da lona, no acampamento, o que se aproximaria
mais da noção do tempo de barraco antes mencionada.
Já no caso dos militantes das regionais 12 do mst e daqueles que atuam
nos acampamentos, o tempo de luta pode estar relacionado com o tempo
dedicado ao movimento organizando ocupações, marchas e outras perfor-
mances coletivas e com os recursos sociais que se consegue mobilizar nesses

11 Loera (2006) encontrou que o discurso do sofrimento geralmente é evocado por pessoas
adultas ou idosas, pois para a maioria dos jovens a vivência do acampamento é representada
como uma aventura.
12 Os militantes do mst de São Paulo organizam eventos e mobilizações a partir de escritórios do
movimento montados nas principais cidades desse estado. Escritórios chamados de regionais.
Os militantes, no entanto, também estão divididos hierarquicamente em Direção Nacional,
coordenações estaduais e regionais. Por outro lado, como assinalado por Rosa (2009), e já
mencionado na nota 9, o termo militante é usado principalmente por indivíduos ligados ao
mst e participantes dos acampamentos promovidos por esse movimento. Para outros casos,
faz-se referência a dirigentes ou lideranças. Ocasionalmente, o termo militante também pode
ser usado para lideranças que não fazem parte dos quadros do mst. Ainda devo esclarecer
que nos acampamentos do mst em São Paulo é feita uma distinção entre os militantes. Por um
lado, alguns acampados que de fato moram nos acampamentos, mas estão envolvidos nas tarefas
locais do mst, podem ser considerados pelos acampados como militantes do acampamento. Por
outro, há os Militantes –que distingo do resto colocando-os com M maiúsculo– que não ficam ou
não moram com os acampados e geralmente fazem parte de alguma comissão ou núcleo do mst
ligada à secretaria Estadual ou Nacional; estes são considerados cabeças do movimento, aqueles
que na percepção dos acampados ocupariam os lugares mais altos na hierarquia do movimento.
Os primeiros, militantes dos acampamentos, muitas vezes não são considerados dessa maneira
pelas cabeças do movimento, e são vistos como apoios do acampamento.
118 Antropología de tramas políticas colectivas

eventos, assim como com as negociações feitas em favor dos acampados


perante representantes do Estado.
Retomo a expressão “recursos sociais” inspirada na análise de Coradini
(2001). Para esse autor, os recursos sociais, no contexto por ele estudado,
de inserção de candidatos em posições político-eleitorais, seriam uma série
de atributos sociais lidos também como “qualidades pessoais” ou de “lide-
rança”, “competência profissional, vinculação a sindicatos, exercício an-
terior em cargos públicos, valores morais, recortes territoriais etc.” (2001:
7). No mundo das ocupações de terra, entre acampados e militantes, os
recursos sociais estão relacionados, principalmente, com a capacidade de
negociação, com a capacidade de mobilizar um capital de confiança e de
relações e, no caso específico dos militantes, também com a capacidade
de mobilizar um capital de acampados.
Assim sendo, o tempo de luta é vivenciado de maneira diferenciada
por acampados e representantes dos movimentos, dependendo do acam-
pamento e do movimento com o qual se está.

Vale mais um dia de luta do que um mês de barraco


Como mencionei anteriormente, o tempo de luta, para alguns acampados
instalados em acampamentos do mst, está relacionado, principalmente,
com as mobilizações das quais participaram, mas também, como vere-
mos, com as dificuldades que passaram e os recursos materiais e sociais
investidos, dentre eles o esforço e o tempo dedicado à mobilização.
Para a família Dos Reis, a necessidade de cumprir ou acumular tempo
de luta se fez evidente logo nas primeiras semanas de acampamento. 13
Cleusa, membro dessa família, acreditava que seria fácil ganhar as terras,
pois achava que era só ficar debaixo do barraco. Entretanto, num primeiro
episódio que relatarei a seguir, ocorrido duas semanas após a formação
do primeiro acampamento no qual Cleusa participou, as reações e relatos
dos velhos acampados mostraram-lhe que o caminho era longo, e ela ainda

13 Essa família (conformada por Alfredo (65), Cleusa (43), Tiago (19), Marcos (16), Junino
(13)) realizou em abril de 2002 sua primeira ocupação na região de Bragança Paulista, na
Fazenda Capuava, pertencente ao município de Atibaia, localizado ao leste do Estado de São
Paulo. Ali montaram seu barraco e passaram a ser acampados do acampamento Terra Sem
Males, acampamento que foi organizado por militantes do mst de Campinas (sp). O contingente
de famílias desse acampamento era composto por famílias de novos acampados, mas também
por acampados de outros acampamentos da região e, ainda, por assentados que, cumprindo
com seus compromissos, tinham ido apoiar a ocupação.
Loera: Tempo de luta 119

teria que passar por muitas outras ocupações e mobilizações antes de pisar
em terra própria.
Cleusa relatou-me que, certa noite, alguns militantes haviam tido uma
reunião a portas fechadas no acampamento. Por volta das 22h00, quan-
do uma das militantes saiu da reunião, começou a correr o rumor, entre
os novos acampados, de que as terras haviam sido liberadas para assen-
tamento, pois havia um grande alvoroço, ouviam-se gritos e palavras de
ordem dos militantes. Nas palavras de Cleusa, os militantes fizeram uma
farra mesmo. O acampamento todo havia se tornado uma festa. No dia
seguinte, porém, para os novos acampados a festa acabara. O desânimo
foi uma das primeiras reações de alguns novatos logo depois que soube-
ram que a comemoração de alguns militantes havia sido não pela suposta
liberação das terras, mas pela liberação de uma das lideranças do mst
que havia sido presa uns dias antes. Já para os velhos acampados, “a fa-
rra” dos militantes e as reações dos novatos foram motivos de gozação,
porém também de distinção entre experientes e inexperientes do mundo
das ocupações. Gracilda, uma velha acampada, mas nova acampada nesse
acampamento, lembrando daquele episódio, me explicou que aquilo havia
provocado risos e reações de outros velhos acampados ao ouvirem os no-
vatos comemorando o boato de que haviam ganhado as terras. Gracilda
e outros velhos acampados sabiam que, tão somente duas semanas após
terem feito a ocupação na Fazenda Capuava e montado o acampamen-
to, era impossível entrarem nas terras. 14 Ela, com quase quatro anos de
acampamento, havia aprendido não só a etiqueta e/ou o ritual seguido
logo após uma ocupação –reintegração de posse, despejo, desmanche do
acampamento, deslocamento das famílias e reocupação –, mas também
que aquela ocupação era só o começo para alguns, era uma de tantas
outras; os novatos ainda teriam que acumular um tempo considerável de
luta antes de serem assentados. Como ela me disse, ao relembrar aquele
episódio: “[os novatos] não sabiam que ainda tinham muitas ocupações
pela frente”. 15

14 Essa expressão se refere ao momento em que acampados conseguem ser assentados.


15 Parece-me importante esclarecer que existe uma diferença entre ocupação e acampamento.
O primeiro termo se refere ao momento da entrada na propriedade e aos primeiros dias nos
quais os novos acampados e principalmente os velhos de acampamento e assentados ficam na
propriedade ocupada, apoiando o movimento e mostrando para os novatos a tecnologia de mon-
tagem do acampamento. Acampamento é o termo usado uma vez que as barracas são montadas,
a bandeira do movimento é colocada e famílias novas começam a se instalar debaixo da lona.
Não necessariamente as famílias acampadas participam da ocupação que cria o acampamento;
120 Antropología de tramas políticas colectivas

Só no decorrer de um ano, as famílias desse acampamento, o Terra sem


Males, fizeram mais três ocupações, além de participar de outros atos e
protestos organizados pela militância da Regional de Campinas do mst.
Uma dessas tantas mobilizações foi a ocupação em Franco da Rocha, na
Região Metropolitana de São Paulo. Famílias do acampamento Terra sem
Males avaliaram aquela ocupação como uma das mais sofridas, sobretudo
pelo tempo que passaram num lugar considerado por eles perigoso (próxi-
mo a um presídio) e pelas dificuldades que passaram, especialmente para
conseguir recursos básicos para sobreviver dentro do acampamento. Se-
gundo relatos de vários acampados, nesse contexto, e principalmente após
ter corrido o rumor de que havia três presos fugitivos do presídio próximo
e que poderiam estar escondidos dentro do acampamento, “disfarçados”
de novos acampados, muitas famílias desistiram da luta. As que ficaram,
dentre elas a família Dos Reis, mobilizaram todos os recursos de nego-
ciação disponíveis para pressionar os militantes do mst da Regional de
Campinas para que os tirassem daquele lugar.
As dificuldades vivenciadas durante as mobilizações (ocupações, mar-
chas, passeatas) são consideradas uma forma de legitimar o tempo de luta.
Acredita-se que aqueles que arriscam mais e passam mais dificuldade, de
alguma forma, acabam acumulando mais tempo de luta. Por exemplo,
uma marcha ou uma ocupação na qual passam penúrias, sentem fome e,
muitas vezes, medo por causa de despejos ou por outros motivos, “va-
le mais” ou conta mais do que outras mobilizações. Ao longo do tempo,
acredita-se que são essas mobilizações as que darão um plus à luta de al-
guns acampados e que estes, afinal, acabarão sendo escolhidos para serem
assentados.
Na reconstrução dos fatos das mobilizações, e principalmente das ocu-
pações vivenciadas, as famílias de acampados colocam também em desta-
que, como parte das dificuldades, a perda de bens materiais.
A saga de ocupações que culminou na formação do acampamento Dom
Hélder Câmara, localizado no município de Birigui, no oeste do Estado de
São Paulo, foi considerada por alguns participantes, principalmente por
famílias de velhos acampados, como uma das mobilizações mais desorga-
nizadas das quais participaram, e eles atribuíram as dificuldades daquela
mobilização à perda de bens materiais, aos imprevistos que surgiram du-
rante a mobilização e ao tempo que demoraram em se fixar num local. 16

algumas, a convite de outras famílias assentadas ou acampadas, se instalam dias, meses ou até
anos depois num acampamento já constituído.
Loera: Tempo de luta 121

Retomemos os relatos de dois acampados, que narram parte das dificul-


dades vivenciadas durante a saga de ocupações anteriormente menciona-
da:

Eram [no total] 103 pessoas, famílias, fora o apoio que veio de An-
dradina, veio muita gente de Andradina que já foram assentadas, aí
veio até um padre de lá [de Andradina]; aí, quando foi de noite, fi-
zeram uma assembleia, aí falaram que íamos ficar na frente de uma
outra [fazenda].Mas o Gugu militante falou assim: “Vamos carregan-
do de pouquinho em pouquinho até nós entrar na fazenda”. O que
que aconteceu? Ninguém seguiu as ordens [do Gugu],todo mundo se
apavorou e já foi carregando, e entrou, e foi arrancar aquela cerca, e
entraram não sei quantos, aí virou aquela bagunça. (. . .) Tinha uns
[acampados] que não prestava, só tava ali para fazer bagunça; eles [os
militantes] não souberam controlar o povo, trouxeram uns [novatos]
sei lá de onde, foram mobilizados pelo pessoal [militância] de Andra-
dina. (. . .) Quando foi na sexta-feira, fomos lá na Câmara Municipal
com o vereador e eu fui convidada para entrar junto. Aí eu vi o Luiz
pegando a liminar, assim, e nós lemos. Até então nós não estava sa-
bendo; aí, quando nós viemos, já a Laís pegou e falou: “Já temos a
liminar de despejo, nós temos 24 horas para sair”. Aí eles tentaram
tudo quanto é jeito para ficar lá, aí não conseguiram, não souberam
negociar (. . .). Quando foi na terça-feira cedo, teve uma assembleia,
quando foi na segunda-feira de noitinha, já aí chamaram para explicar
que nós ia sair; aí ele falou nós vamos sair daqui, 20 quilômetros longe
da fazenda, e amanhã cedo já nós vai começar a sair, né, e começou
cedo, menina do céu! Aí, cedo teve outra assembleia e tinha uma fila
como daqui lá naquele mato; tinha Corpo de Bombeiro, ambulâncias,
tudo isso, e falei: “Gente, o que que está acontecendo aqui”? A polí-
cia tava entrando. Aí nós fizemos o cordão assim comprido, com todo
mundo beirando o feijão, assim, e nós todos de mão dada assim, na
frente de todos os camburão, os policial que tava lá, e todo mundo
16 As famílias que participaram da conformação desse acampamento haviam saído de Cajamar,
a 30 quilômetros da cidade de São Paulo, e percorrido mais de 500 quilômetros, até o município
de Araçatuba, onde ocuparam a Fazenda Pau d’Alho, depois a Santa Rosa e dias depois a fazen-
da Araçá, todas elas no município de Araçatuba. Finalmente, ocuparam uma fazenda em Brejo
Alegre, próxima à cidade de Birigui, e ali montaram o acampamento Dom Hélder. Essa saga
de ocupações durou ao todo 11 dias, desde o planejamento da mobilização até a conformação
do acampamento. Devo especificar que uma ocupação não corresponde necessariamente a uma
só mobilização; uma sucessão de ocupações, num espaço curto de tempo, pode ser considerada
uma mobilização ou várias.
122 Antropología de tramas políticas colectivas

rezou o Pai-Nosso naquele cordão; assim, aí todo mundo desceu para


arrumar suas coisas, e dali a pouco foi chegando o caminhão, aí foi dois
caminhão para trazer os bambu e dois caminhão para carregar a mu-
dança, porque nesses caminhão não cabia nada, não cabia nada nesses
caminhão tudo pequenininho, até que por fim aí apareceu uma verea-
dora que nós tínhamos conversado com ela lá na Câmara Municipal,
aí arrumou uma carreta, uma, mas não coube tudo, aí veio mais outro
caminhão, aí veio aqueles caminhão carregando as coisas, caminhando,
caminhando, carregando, carregando, tava lotado de ônibus, foi quatro
ônibus, três para trazer as pessoas; aí um povo tinha saído, tinha ido
embora, não tavam confiando mais. (. . .) [Na mudança] minha bolsa
sumiu com meus documentos, aí eu falei: “Mas, se sumir coisa, meu,
eu entro em tudo quanto é barraco”. As pessoas falavam “aqui é tudo
meu”, puxava um da mão do outro, isso aqui é meu, não sei que lá
(. . .). Aí nós pôs a grade da cama assim no chão, joguemos e. . . aquela
terra vermelha, sujando tudo, e nós naquela bagunça. Aí de manhã
eu levantei e falei: “Ah, nós vamos ficar aqui mesmo”, bem tranquila;
quando pus o fogão, fui ver, o fogão tava tudo quebrado, quebraram
tudo. (Cleusa, acampamento Dom Hélder Câmara, jul. 2003)
Quando chegamos na outra fazenda, deu uma chuva de vento, uma
chuva de vento que, pronto, quase levou todos os barracos, todo mundo
molhou as coisas, molhou tudo, o colchão da cama, mas virou aque-
la coisa, pelo amor de Deus! Foi forte mesmo. Não tinha para fazer o
barraco, você acredita? Aí, depois, assim no chão, os colchão tudo mol-
hado, tudo molhado; aí, quando foi no outro dia, aí desmanchou tudo
de novo e aí fiz um barraquinho benfeitinho, bem durinho, nossa! E já
no outro dia, dois dias, de novo desmancha o barraco, carrega tudo de
novo (. . .). Tava assim de polícia, bombeiro, ambulância, motoqueiro,
quando nós levantamos assim do banco do ônibus para olhar, aquilo
era polícia, motoqueiro, Corpo de Bombeiro e ambulância; falei: “Gen-
te, mais isso aqui”. (. . .) Gugu [militante] chamou só os homens, só os
homens, as mulheres não, e falou assim: “É o seguinte, aqui não tem
cachorro, tem gente, tem mulher, tem criança e todo mundo aqui é
gente, tem direitos iguais”. Falou para polícia, pro major: “Oh, major,
se o senhor quiser me prender, pode me prender agora, mas só en-
quanto o senhor não arrumar 120 marmita para dar comida aqui pro
pessoal, nós não vai liberar o ônibus, nós vai liberar só dois. Nós vai
ficar com o ônibus até a marmita chegar, porque, enquanto não chegar,
Loera: Tempo de luta 123

nós não vai liberar o ônibus, não, vai liberar todos, mas um vai ficar”.
Foi tipo de um sequestro, e os motorista de ônibus louco, dava até dor
de ver, porque eles não podia ir embora, todo mundo descarregou, a
carreta descarregou tudo e eles ficou, encostou lá na beira da pista
e, do outro lado de lá, era só polícia e polícia, aí demorou, demorou,
demorou, todo mundo com fome, porque nós tinha feito, tinha comido
era 10 horas da manhã. (. . .) O Gugu foi corajoso, enfrentou a polí-
cia por nós. Ele negociou direitinho com eles. O pessoal novo [novatos]
não o conheciam, mas, quando enfrentou. . . passaram a confiar nele. O
pessoal tava desconfiado, já era muito despejo e muda para cá e muda
pra lá, mas o pessoal viu que podia confiar. (Antônio, acampamento
Dom Hélder Câmara, jul. 2003)
Nos depoimentos acima, relata-se não somente o processo de mobili-
zação das pessoas e das sucessivas ocupações, mas, na percepção desses
acampados, o medo, a incerteza, a desordem, a presença de agentes exter-
nos aos sem-terra, a inexperiência dos novos acampados, a falta de bens
básicos do mundo das ocupações, a perda de bens materiais e o tempo
passado se deslocando de um lugar para o outro conformaram também
as dificuldades daquela mobilização. Por outro lado, essas dificuldades se
foram atenuando no momento em que se fez uso de certos recursos sociais:
quando o capital de relações foi acionado, com militantes de alto escalão
do movimento, com o vereador ou a vereadora, e também no momento em
que os militantes que acompanharam a mobilização, fazendo uso das suas
competências pessoais, conseguiram negociar com as autoridades em favor
dos acampados e quando, graças ao conjunto desses recursos mobilizados,
a confiança foi restituída.
Se as dificuldades vivenciadas durante as mobilizações são consideradas
pelos acampados uma condição sine qua non do tempo de luta, a confia-
nça aparece como uma dádiva, como algo que é dado e pode ser cobrado,
tornando-se um dom e contradom fundamental para que os acampados
“vão à luta”. Inclusive, também no processo de mobilização de famílias
novas, a confiança é um valor fundamental. A maioria dos novatos só
se instala debaixo da lona quando alguém conhecido, e em quem con-
fiam, os convida ou fala sobre a experiência do acampamento. No caso
da formação dos acampamentos Terra sem Males e Dom Hélder, as famí-
lias novas que constituíram esses acampamentos foram mobilizadas por
militantes, assentados ou acampados das regiões onde os acampamentos
foram instalados, pessoas que já conheciam. Esses militantes, acampados
124 Antropología de tramas políticas colectivas

ou assentados, ou já contavam com a confiança das pessoas convidadas


ou essa confiança foi sendo adquirida com um trabalho de base contínuo
e um grande investimento de tempo.
Sigaud, Rosa e Macedo (2008) demonstram que, nas primeiras ocu-
pações realizadas em Pernambuco, organizadas por sindicalistas, o capital
de confiança acumulado em relação aos trabalhadores foi fundamental, e
de fato decisivo para que moradores dos engenhos se instalassem em acam-
pamentos montados em terras dos patrões.
Seu Zé Antônio, acampado do Terra sem Males, sabia da importân-
cia da confiança para convencer as pessoas a irem à luta. Segundo ele, é
precisamente a retribuição da confiança depositada, principalmente nos
militantes, o que faz com que os acampados pensem: a militância de lá
é uma beleza, a militância de lá é isso, eu confio no movimento, confio
nas pessoas que estão lá trabalhando. E, de fato, muitas vezes, quando
a confiança não é retribuída, a não retribuição pode se tornar uma das
razões para desistir da luta ou para mudar de acampamento. Esse foi o
caso da própria família Dos Reis. Depois de ficar pouco mais de um ano
acampados em Birigui, no Dom Hélder Câmara, eles e mais 22 famílias,
a convite de um sindicalista da região, conhecido de algumas pessoas do
acampamento, aceitaram participar de uma ocupação em outra fazenda,
com a promessa de que seriam assentados. No entanto, segundo Cleusa,
Cláudio, o sindicalista que coordenou a mobilização, não é pessoa confiá-
vel: as famílias confiaram nele e nas palavras dele e acreditaram que, como
ele lhes disse: a fazenda já havia sido liberada. Porém, segundo ela, ele
contou mentiras, pois usou as famílias para movimentar, para fazer uma
ocupação e montar um acampamento. 17 Como menciona Loera (2009),
muitas vezes, os acampamentos são vistos pelos acampados como ten-
do donos, e, para aqueles que assim se percebem, ter um acampamento é
também uma maneira de adquirir certo prestígio no mundo das ocupações
de terra. 18 Como enunciado por Rosa (2004), há concorrência entre movi-
mentos e, muitas vezes, fazer uma ocupação e levantar um acampamento
sob a bandeira de um determinado movimento é também uma forma de
marcar presença numa determinada região.
17 É comum ouvir a expressão movimentar para fazer referência ao fato de mobilizar pessoas
para participarem de uma ocupação, marcha ou qualquer outra forma de protesto. Também se
usa “criar movimento”.
18 Entendo o prestígio –tomando como inspiração as considerações de Elias (2005)– mais como
“chances” de poder numa hierarquia tensa de determinada figuração social, através de elementos
convertíveis em moeda de troca nas relações de status, e menos como uma qualidade que se
porta ou acumula pela reunião de certas qualidades.
Loera: Tempo de luta 125

A confiança, como vimos, pode ser um elemento central nas mobili-


zações, mas não o único, pois outros recursos sociais –ou, em termos nati-
vos, recursos– são acionados. Por exemplo, quando se faz uso de relações
com parentes, prefeitos, vereadores, comerciantes e outras autoridades
locais, aos quais se pede ajudas em forma de comida, lona, transporte,
para que as mobilizações aconteçam. Vimos, nos depoimentos de Cleusa
e Antônio, anteriormente citados, em que momento e como certos recur-
sos foram acionados. Em um dos depoimentos, o militante que liderava
a ocupação negocia marmitas com um policial para os participantes da
ocupação e, no outro, o contato com uma vereadora foi fundamental para
conseguir o transporte e levar os pertences das pessoas para o local da
próxima ocupação.
No caso do acampamento Terra sem Males, quando da ocupação em
Franco da Rocha, a prefeitura de Atibaia havia concedido alguns camin-
hões para transportar a mudança dos acampados até o local da próxima
ocupação. Um ano depois, por ocasião de uma nova mudança do Terra
sem Males, militantes da Regional de Campinas negociaram com mora-
dores de um assentamento próximo ao acampamento para que as famílias
desse acampamento ocupassem uma parte de um lote do assentamento.
Meses depois, os coordenadores do acampamento fizeram acordos e ne-
gociariam com representantes do Instituto de Terra do Estado de São
Paulo (Itesp) e do Instituto de Colonização e Reforma Agrária (Incra) as
condições do deslocamento das pessoas, o transporte e o lugar para on-
de as famílias seriam levadas e realocadas em caso de despejo. 19 No caso
de um acampamento no oeste do Estado de São Paulo, o coordenador e
velhos acampados mantinham contato pessoal com o prefeito da cidade
próxima ao acampamento e, quando precisavam, negociavam com ele para
conseguir carro ou transporte para mobilizar os acampados.
Macedo (2003, 2005), Rosa (2004), Barra (2007) e Sigaud, Macedo e Ro-
sa (2008) também relatam, para o caso de mobilizações no Rio de Janeiro,
na mata pernambucana, na região de Campinas e no Rio Grande do Sul,
respectivamente, a existência de acordos e negociações entre trabalhado-
res, representantes de movimentos, autoridades locais e representantes de
órgãos de governo encarregados das desapropriações. Rosa (2000), no seu
estudo de caso sobre as relações sociais entre assentados e municípios re-
ceptores em Porto Alegre, menciona que as relações entre assentados e
prefeitura local encerram um amplo leque de significados. No entanto, na

19 Para uma análise mais detalhada desses acordos, ver Loera (2009a)
126 Antropología de tramas políticas colectivas

maioria das vezes, essas relações são estabelecidas sob a base da recipro-
cidade, ainda que a balança do poder penda, é claro, para um lado e que,
ainda, nessas relações sejam colocados frente a frente diferentes universos
de valor.
No caso das relações entre acampamentos e prefeituras, não é muito dife-
rente. Em entrevista, em janeiro de 2009, com o recém-eleito vice-prefeito
de uma pequena cidade do noroeste do Estado de São Paulo, o tema das
“ajudas” e dos recursos para os acampamentos veio à tona. Para ele, era
um tema que não devia ser falado em público, no entanto, ele aceitou:
as ajudas existem como acordos informais entre movimentos e prefeitura.
De fato, ele mencionou que a nova administração da cidade pretendia ofi-
cializar esses acordos, criando uma estrutura na prefeitura para atender
um público específico, os sem-terra.
Se, por um lado, para o vice-prefeito, os sem-terra geram despesas para
o município (já que a prefeitura apoia os acampamentos principalmente
com água, transporte para levar as crianças até as escolas, transporte pa-
ra o deslocamento de lideranças e outros recursos para as mobilizações)
e não necessariamente retribuem à prefeitura –pagando impostos, por
exemplo–, por outro, acampados na forma de assentados potenciais re-
presentam uma possibilidade de captação de recursos para o município, 20
recursos na forma de verbas do estado, 21 mas também uma possibilidade
de acumular capital simbólico. Os acordos, o vice-prefeito deixou claro,
são feitos com o mst, já que, segundo ele, “é um movimento que trabalha
melhor e tem mais articulação política, mais relações”. Dependendo da
“articulação dos movimentos”, as relações de cooperação entre prefeitu-
ras e movimentos podem ser, de fato, institucionalizadas, como no caso
da cidade anteriormente mencionada, onde inclusive o novo secretário da
cultura é uma pessoa ligada ao mst, que, como o vice-prefeito mencionou,
“já foi acampado e era membro da coordenação estadual do movimento”.
Alguns acordos entre prefeitura e mst parecem ser estabelecidos ten-
do como base uma crença de que esse movimento teria uma posição de
destaque no mundo das ocupações de terra. Todavia, os acordos também
dependem da posição que os próprios representantes dos governos locais
20 Em um documento informativo da campanha do atual prefeito, os acampamentos do mu-
nicípio são vistos como parte do “grande potencial agrário” do município e são contemplados,
juntamente com os assentamentos, como o alvo de novos projetos.
21 O vice-prefeito também mencionou a importância que teria para o município que os acam-
pados “de fora” mudassem o título de eleitor para a sua cidade. Afinal, isso também é necessário
para esses acampados poderem usufruir dos serviços do município, como saúde e educação, por
exemplo.
Loera: Tempo de luta 127

ocupam no mundo da política. Para o vice-prefeito da cidade antes men-


cionada, os acordos são preferentemente estabelecidos com lideranças do
mst; no entanto, na administração anterior, o prefeito do psdb (Partido
da Social Democracia Brasileira), adversário político do atual prefeito, 22
preferia estabelecer acordos com outros movimentos que não o mst, pre-
ferentemente com representantes ou dirigentes do mtr, dirigentes estes
que coordenavam um acampamento próximo, o Famílias Unidas.
O investimento ou a busca de recursos durante as mobilizações aparece
recorrentemente nos relatos de acampados e militantes: o quanto foi gasto,
em dinheiro, em materiais comprados ou conseguidos por eles para fazer
a mobilização acontecer, o esforço e o tempo dedicado à mobilização e as
pessoas e o capital de relações que foram mobilizados. E, como veremos,
assim como no caso das dificuldades, o fato de relatar ou falar sobre os
recursos, tanto para os militantes como para os acampados, parece ser
uma forma de legitimar, para eles mesmos e perante outros, o seu tempo
de luta.
Alguns acampados do acampamento Famílias Unidas, 23 revoltados com
a indicação de militantes do mst e de duas famílias do acampamento para
uma vaga numa fazenda vizinha, isto é, para serem assentados, começa-
ram a reavaliar e a fazer um balanço dos recursos mobilizados no seu
tempo de luta. Teresa acampa nesse acampamento desde 2007, com seus
dois filhos pequenos. Ela decidiu mudar de grupo, ou seja, não era mais
acampada do mst, havia passado para o grupo do Sintraf. E explicou as
razões dessa mudança: segundo ela, as famílias acampadas no grupo do
mst estavam sendo vítimas de uma injustiça por parte dos militantes,
pois a exigência do coordenador, de participação nas jornadas como re-
quisito para poder ganhar terra, não levava em conta a heterogeneidade
das famílias. Ela, com dois filhos pequenos, não conseguia participar de
todas as jornadas; em compensação, mandava um representante da sua
família ou pagava pela não participação o equivalente a 20 ou 30 reais,
dependendo do tipo de jornada. Essas eram geralmente as quantidades
exigidas pela militância do mst do acampamento para compensar a não
participação da pessoa e pagar as despesas da jornada. Segundo Teresa,
22 A nova administração dessa cidade ganhou como coligação: pt (Partido dos Trabalhadores),
ptb (Partido Trabalhista Brasileiro), pv (Partido Verde), pcdob (Partido Comunista do Brasil),
pr (Partido da República), pdt (Partido Democrático Trabalhista), psc (Partido Social Cristão)
e prp (Partido Republicano Progressista).
23 O acampamento Famílias Unidas está dividido em três movimentos –mst, mtr e Sintraf–
e é comum que os acampados circulem de um grupo para outro, dentro do acampamento,
dependendo das brigas e acordos entre acampados, e também das preferências individuais.
128 Antropología de tramas políticas colectivas

é nas assembleias que é passada a informação das jornadas, e o valor da


taxa de jornada geralmente é decidido entre o coordenador e os acampa-
dos próximos a ele, podendo variar segundo a distância, o tipo de jornada
e o número de pessoas que devem participar. Geralmente os acampados
não ficam sabendo o tipo de jornada que acontecerá até pouco antes do
evento. Quando é uma ocupação, eles podem passar de 15 a 20 dias fora
dos seus acampamentos e, como mencionava seu Joaquim, pai da Teresa,
“para quem mora no acampamento, é difícil deixar barraco, filhos, pa-
rentes, criação sem ninguém durante esse tempo, por isso não vai todo
mundo nas jornadas”. Teresa relata que ela e seus pais, que moram no ba-
rraco ao lado do seu, haviam encontrado uma maneira de estar presentes
na maioria das jornadas: revezando a participação. Contudo, na última
jornada de que participou, a estratégia de revezamento não funcionou,
pois o coordenador do grupo do mst não aceitou que só ela participasse
e argumentou que ela e seus pais tinham dois cadastros no acampamento
e que, então, ela poderia participar da jornada, mas teria que pagar pela
não participação dos pais. Esse foi um dos motivos que a levaram a mudar
de movimento dentro do próprio acampamento e passar para o grupo do
Neguinho (Sintraf). 24
Dércio, outro acampado, também pela mesma razão apontada por Tere-
sa, mudou de movimento, mas decidiu ir para o lado do Nino, coordenador
do grupo de acampados pelo mtr. Dércio relatava que, por estar encosta-
do, 25 ou seja, por ter problemas de saúde, não podia participar de todas as
jornadas organizadas pela militância do acampamento. No entanto, isso
não o havia impedido de inúmeras vezes dar dinheiro do seu bolso para
uma jornada. A quantidade exigida, segundo Dércio, dependia do tipo de
jornada, da distância que seria percorrida e do tempo que seria investi-
do. No caso de uma ocupação, sempre acabavam pagando mais; segundo
ele, a explicação da militância era de que ajudariam a “bancar as despe-
sas de um substituto” durante vários dias, “o tempo que demorasse uma
nova família para se instalar debaixo da lona e ocupar o lugar daquele

24 Neguinho é o coordenador dos acampados que acampam sob a bandeira do Sintraf. Ele foi
eleito entre outros velhos acampados, no contexto de um racha acontecido no acampamento,
em que algumas famílias de acampados do mst passaram para o mtr (grupo do Nino) e outros
criaram o grupo do Neguinho. Os detalhes dessa divisão são descritos em Loera (2009).
25 Estar encostado é uma expressão recorrente entre acampados quando fazem referência a
alguém que foi aposentado por doença, o que, nos termos oficiais do Estado brasileiro, significa
aposentadoria por invalidez. Portanto, para os acampados, estar encostado ou estar encostado
no inss significa também estar recebendo benefícios do Estado, especificamente uma aposenta-
doria do Instituto Nacional do Seguro Social (inss).
Loera: Tempo de luta 129

acampado temporário”. Nesse caso, o “tempo” é um bem que pode ser


acumulado, negociado e trocado, e também faz parte dos recursos que
podem ser mobilizados.
Sigaud (2000), Sigaud et al. (2002) e Loera (2006) identificaram, nos
acampamentos da reforma agrária, a existência de representantes, geral-
mente parentes ou conhecidos, que ficavam debaixo da lona guardando
o lugar para um parente ou amigo. No entanto, segundo o material re-
colhido em acampamentos do noroeste do Estado de São Paulo, não há
somente representantes que estariam acampando pelo parente ou amigo,
mas haveria uma distinção entre representante e substituto para o caso
das jornadas. Representante geralmente é alguém da família ou conhecido
que vai participar no lugar do outro. Substituto é alguém, geralmente des-
conhecido, que pode ser acampado, assentado ou qualquer outra pessoa,
que participará na jornada ocupando o lugar daquele que pagou a taxa
para compensar a não participação. 26
Um Militante da região, quando questionado sobre a cobrança da taxa
de jornada, da qual eu não havia ouvido falar em outros acampamentos,
argumentava: “a luta não se faz sem recurso, está mentindo quem falar
que dá para organizar uma luta sem recurso (. . .), o movimento, quando
dá, apoia, mas a gente tem que se virar, fazer as correrias e conseguir o
recurso”. Segundo esse militante, a cobrança por jornada é “uma forma
também de que as pessoas se engajem na luta”. Ele mencionou que, no
caso das jornadas organizadas pela Regional, o recurso era sempre pouco
e, por isso, cada acampado e cada militante faz uso dos seus recursos.
Parece, então, que o tempo de luta não necessariamente se acumula
somente com a participação em mobilizações; o tempo de luta também se
vivencia dentro e fora do espaço dos acampamentos, negociando e mobi-
lizando recursos.

26 Quirós (2006), na sua etnografia sobre os movimentos piqueteros em Buenos Aires, também
identifica a existência de uma prática de substituição nas mobilizações e a importância dessa
prática para a obtenção de recursos por parte do Estado. Para a autora, “la generalidad de la
práctica del reemplazo parece revelar, por un lado, la importancia que la cantidad tiene para
los movimientos. Ellos dependen de esa participación, pues en la cantidad movilizada se juega
la capacidad de negociación con el Estado. Por otro lado, los reemplazos hablan, también, de
la importancia que la asistencia tiene para las propias personas que marchan” (2006: 78).
130 Antropología de tramas políticas colectivas

Os bons de luta
As dificuldades e os recursos como elementos que podem conferir mais ou
menos valor a uma mobilização e, ao longo prazo, ao tempo de luta, às
vezes são enunciados ou lembrados, principalmente, no contexto de outras
mobilizações. Esse foi o caso, na ocasião de uma marcha acontecida em
abril de 2003, que envolveu a participação de famílias do Terra sem Ma-
les. 27 O contingente da marcha, composto na sua maioria por acampados
do tsm, acampados da Região Metropolitana de São Paulo, assentados,
estudantes e simpatizantes do mst, partiu do acampamento tsm que es-
tava localizado no município de Cajamar, a 30 quilômetros da grande São
Paulo. A marcha percorreu trinta quilômetros pela via Anhanguera até
o seu destino final: o Consulado dos Estados Unidos na cidade de São
Paulo.
Dias antes de a marcha acontecer, no acampamento Terra sem Males,
aquela mobilização era o principal tema de conversa entre os acampados
e os militantes do acampamento, e todas as tarefas realizadas no acam-
pamento estavam direcionadas à organização da marcha. Todos os dias
havia reuniões entre grupos de acampados e militantes para definir quem
e como as pessoas participariam das diversas comissões que comporiam a
marcha. As discussões mais acirradas, naquele contexto, aconteciam entre
aqueles que se consideravam experientes na luta, principalmente velhos
acampados e militantes, e os menos experientes, os novatos. Os novos
acampados haviam chegado ao Terra sem Males em janeiro de 2003. A
maioria havia sido convidada por militantes durante um trabalho de base
na região; outros haviam sido recomendados ou convidados por familiares
que já eram assentados ou estavam acampando. Também, alguns desses
acampados eram novos naquele acampamento, mas não era a primeira vez
que apostavam na lona preta.
No grupo de acampados onde se encontrava a barraca da família Dos
Reis, não cessavam os comentários sobre quem participaria e quem não
participaria da marcha. Cleusa já havia decidido que não participaria, já
que, segundo ela, havia participado de várias mobilizações nesse ano e,
principalmente, porque considerava que a ocupação em Franco da Rocha
valia por muitas. 28 Pelo que acreditava, eles contavam com um capital de
mobilizações e podiam, sem constrangimento nenhum, não participar da
27 Para uma descrição detalhada dessa marcha, ver Loera (2006).
28 Como foi mencionado anteriormente, essa ocupação foi realizada no município de Franco da
Rocha, perto de um presídio próximo à cidade de São Paulo.
Loera: Tempo de luta 131

marcha, estabelecendo, é claro, os devidos acordos e trocas, com outros


acampados e com os militantes, sobre as tarefas que iriam desempenhar
no acampamento para compensar a não participação. 29 Entre as compen-
sações, estava dedicar um maior número de horas e dias às tarefas do
acampamento.
Angêla estava acampando sozinha e fazia parte do mesmo grupo de ba-
rracas que Cleusa e Alfredo (família Dos Reis). Por ser novata no acam-
pamento, ela teria que participar da marcha. Havia sido convidada du-
rante o trabalho de base que militantes e acampados tinham realizado em
Polvilho, cidade vizinha ao acampamento. Velhos acampados, vizinhos
de barraco de Angêla, haviam-lhe explicado que, caso quisesse continuar
acampada e num futuro próximo ganhar um pedaço de terra, deveria ter
tempo de luta. Cleusa comentava com ela que os militantes sabiam quem
participava e quem não participava das mobilizações, estavam de olho, e
que quem não participasse das lutas simplesmente teria menos oportuni-
dade de ir para a terra. 30 No mundo das ocupações de terra, os velhos
acampados tornam-se fundamentais para mostrar ou ensinar aos novatos
as regras e os códigos desse mundo social. O relato cotidiano de expe-
riências pode ser por vezes alentador e por vezes desanimador, mas sem
dúvida é fundamental para a continuidade da luta.
Um dia antes de a marcha acontecer, em uma reunião dentro do acam-
pamento, dois novatos questionavam a exigência, por parte da militância
do acampamento e dos Militantes da Regional de Campinas, de ter que
participar da marcha. Argumentavam que já era suficiente o sofrimen-
to de ficar debaixo da lona. Zê Antônio, velho acampado e militante do
acampamento, que escutava atento a conversa, interveio tentando explicar
para eles: “não adianta ficar só no barraco, sem se mexer”; segundo Zé
Antônio, a luta implicava ir para a rua. Não bastava, para tanto, ficar no
barraco, nas palavras dele: “não adianta ficar parado esperando que as
coisas aconteçam, esses [acampados] que estão indo para a luta [na mar-
cha], vão conseguir, esses são os que vão conseguir; o camarada que fica no
seu barraquinho, só esperando que os outros façam, esse não vai”. . . Ele
ainda deu como exemplo uma família do acampamento que tinha cinco

29 Como tratado em Loera (2006), no Terra sem Males, como em outros acampamentos or-
ganizados pelo mst, todos os acampados devem cumprir uma série de tarefas coletivas dentro
do acampamento, tarefas que são divididas em diferentes setores: saúde, educação, segurança,
almoxarifado, agricultura. A participação nos setores e a realização de tarefas fazem parte das
“obrigações de acampado”.
30 O termo “lutas” também é usado como sinônimo de mobilizações.
132 Antropología de tramas políticas colectivas

crianças, mas sempre participava da luta; segundo ele, “carregavam com


as crianças e iam para a luta”. Zé Antônio parecia dar mais valor àquelas
famílias que de fato participavam das mobilizações do que àquelas que,
como mencionava um Militante de Andradina, driblam a luta, ou seja,
não participam de mobilizações.
Biro, coordenador do mst do acampamento Famílias Unidas, também
dá mais valor àqueles que participam das mobilizações. De fato, ele fazia
questão de repetir: “vale mais um dia de luta do que um mês de barraco”,
quando alguém no acampamento questionava, por exemplo, o fato de se
permitir a presença dos chamados moradores de final de semana ou apoios
–pessoas que não moram no acampamento, passam somente alguns dias,
geralmente os finais de semana, ou comparecem às assembleias e reuniões
coletivas. Em compensação, participam da maioria das mobilizações. Para
Biro, esses apoios são o “Bope das ocupações”. 31 A maioria deles sabe que
só pode ganhar um pedaço de terra acumulando tempo de luta, podem não
ficar debaixo do barraco, mas sabem que devem cumprir com as jornadas.
Esse é o caso de Helena, Raleigh, Jonas e as mais de sessenta famílias
consideradas apoios do acampamento Famílias Unidas. Criticados pelos
moradores do acampamento precisamente por não morarem debaixo da
lona, as famílias consideradas apoios podem ser, para os militantes do
mst, os participantes mais valorizados, aqueles identificados como bons
de luta. 32
Dona Helena, por exemplo, é considerada, por outros acampados e pelos
militantes do mst, uma das mais ativas participantes nas jornadas. Ela
tem 55 anos e trabalha lavando roupa numa cidade próxima, onde mora.
Dona Helena diz ter perdido a conta das jornadas que já fez; a última
delas foi um evento de mulheres organizado pelo mst em Andradina.
Ela passa menos tempo no acampamento do que outras famílias, mas
tem acumulado um capital de jornadas que lhe permite contar com um
considerável capital de luta ou, em termos nativos, tempo de luta.

31 Esse militante fazia uma analogia com o Batalhão de Operações Policiais Especiais (Bope),
que é considerado a elite da instituição policial no Brasil.
32 Esse tipo de acampado intermitente também é chamado, em outros acampamentos, de
andorinha. Essa categoria foi identificada por outros autores (Macedo, 2003 e Barra, 2007)
nos acampamentos por eles estudados. No caso estudado por Macedo (2003), as disputas mais
acirradas no acampamento, pela legitimidade da luta, aconteciam entre residentes e os chamados
andorinhas (não residentes no acampamento), no entanto, ao contrário do que acontece com
os apoios ou moradores de final de semana do acampamento Família Unidas, considerados
os participantes mais valorizados, os andorinhas do acampamento no Rio tinham um status
inferior ao dos considerados residentes.
Loera: Tempo de luta 133

Raleigh também é dos apoios do acampamento: mora em Andradina


e, em meados de 2008, chegou como novata no acampamento. Tal como
Dona Helena, ela sabe da importância da participação nas jornadas para
ser considerada pelos coordenadores do acampamento para um lote de
terra, 33 e também para obter o que é chamado de benefícios de acampado,
entre eles cesta básica, doações e outros benefícios públicos. Raleigh sabe
que os apoios não são bem-vistos pelos moradores do acampamento. Os
moradores argumentam que os apoios não passam pelas mesmas penúrias
que aqueles que ficam debaixo da lona. No entanto, ela justifica: “pagamos
com participação em jornadas”.
O uso do verbo “pagar” não é fortuito, já que aqueles que não são mora-
dores no acampamento Famílias Unidas geralmente pagam uma quantida-
de em dinheiro, todo mês, para poder manter sua vaga no acampamento.
Também aqueles que não conseguem participar das jornadas e não po-
dem mandar um representante, na maioria das vezes, pagam uma taxa,
que varia, como vimos, segundo o tipo de jornada, o lugar, a distância
que irão percorrer e o número de pessoas que devem participar. Devo fa-
zer menção à pertinência, como assinalado por Sigaud (2006), de se dar
importância aos termos, verbos e sintaxes das frases empregadas pelos
participantes dos acampamentos; segundo a autora, “es precisamente por
medio de estos elementos del lenguaje que logramos comprender el signi-
ficado vívido de la relación mantenida por las personas” (2006: 18) com
os movimentos. 34
Os acampados do acampamento Famílias Unidas, em conversas coti-
dianas, costumam comparar a sua participação em jornadas com aqueles
apoios e acampados que não têm nenhum impedimento para participar
de todas as jornadas, e justificam a legitimidade do seu tempo de luta
pelos recursos materiais e pelo esforço investidos, mobilizando um capital
de relações e pessoas, seja negociando com outro acampado, no caso um
representante para participar por eles, seja pagando um substituto para
ocupar seu lugar na mobilização.
Dércio, a quem já fizemos referência anteriormente, numa discussão
entre vizinhos, tentava colocar em destaque o seu tempo de luta perante

33 Como demonstrado por Loera (2009), os militantes e coordenadores dos acampamentos têm
uma participação decisiva na indicação de pessoas para uma vaga ou um lote dentro de um
assentamento.
34 Bourdieu (1982) é outro autor que também chama a atenção sobre a importância de se
prestar atenção na linguagem. Para ele, as palavras são atos, e a língua, além de ser um
instrumento de comunicação, é também um instrumento de poder.
134 Antropología de tramas políticas colectivas

o argumento de alguns apoios, de haver muitos acampados que só ficavam


debaixo da lona. Ele mencionou que não participou fisicamente de muitas
jornadas, mas que, nas importantes, segundo ele, naquelas obrigatórias,
tinha ido. Portanto, parece que a participação efetiva numa jornada tem
mais valor que aquela que é paga. Paradoxalmente, mesmo sendo a taxa
de jornada um mecanismo de substituição da participação legitimado pela
própria militância do mst do acampamento, aqueles que sempre pagam
não são bem-vistos nem pelos acampados nem pelos militantes.
Apesar da cobrança da participação em mobilizações acontecer prin-
cipalmente em acampamentos organizados pela militância do mst, em
algumas mobilizações são feitos acordos entre movimentos para que mo-
bilizem seus acampados, pois o objetivo é aglomerar o maior número de
participantes possível.
Esse foi o caso, por exemplo, de uma reocupação da Fazenda Cafeei-
ra, localizada na região de Araçatuba. Naquela ocasião, em novembro
de 2006, militantes de vários movimentos e coordenadores de diversos
acampamentos da região mobilizaram seus respectivos acampados para
realizar uma grande ocupação, a qual, como relata um dos Militantes que
organizou a mobilização, “foi a melhor luta da região, com mais de 800
famílias”. 35
Biro, coordenador do mst do acampamento Famílias Unidas, com or-
gulho, relatava que o acampamento fora representado em todas as lutas
do estado, ou seja, acampados desse acampamento haviam participado de
todas as mobilizações organizadas no estado. Para esse militante, é impor-
tante cumprir com um mínimo de lutas e que os acampados, de maneira
individual, também cumpram com um mínimo de jornadas.
No mundo das ocupações de terra, é malvisto, principalmente pela mi-
litância das regionais do mst, quando não há acampados de algum acam-
pamento participando das mobilizações organizadas. A responsabilidade
da participação acaba recaindo não sobre os acampados, mas sobre o mili-
tante “responsável” por aquele acampamento. Como mencionava um mili-
tante, “pega mal não participar”. Por isso, é importante cumprir ou fazer
participar os acampados do maior número de jornadas possível, pois não
é só o sucesso da luta ou da mobilização que está em jogo, mas também
o próprio prestígio do militante.
35 Em 2008, essa fazenda foi liberada para fins de reforma agrária e foram assentadas todas as
famílias que acampavam na beira da fazenda; no entanto, houve lotes remanescentes que foram
negociados entre coordenadores de vários acampamentos da região. Acampamentos organizados
principalmente pelo mst, mtr e Sintraf.
Loera: Tempo de luta 135

Devo mencionar que o militante e, inclusive, o acampado podem ser


reconhecidos não só pelo número de pessoas que conseguem levar para a
luta, mas também pelo tipo e qualidade de pessoas que se leva e consegue
manter nos acampamentos. No caso dos militantes, também aqueles que
fazem um bom trabalho negociando e conseguindo recursos e protegem
e se responsabilizam pelos acampados são considerados bons de luta. No
caso dos acampados, aqueles que dedicam tempo à luta, têm iniciativa
para propor novas atividades e sempre se mostram dispostos a participar
em qualquer atividade do movimento cumprem com todas as obrigações
de acampado –obrigações estas que dependem das regras de cada acam-
pamento, entre as quais, em geral, a participação nas mobilizações é uma
tarefa fundamental– são aqueles que serão reconhecidos pelos militantes
como bons elementos ou bons de luta.

Reflexões finais
O tempo de luta, visto também por participantes do mundo das ocu-
pações como tempo de acampamento, torna-se decisivo, principalmente
em acampamentos organizados pelo mst, para se poder aspirar aos bens
disponibilizados pelo Estado, como um lote de terra, por exemplo. Aquele
que não participa das lutas tem menos chance de chegar a ser indicado
para um lote de terra se surgir uma vaga numa fazenda. Para Biro, mili-
tante e coordenador de um acampamento do mst, “o que forma as pessoas
dentro da luta é a própria luta”. Para ele, o tempo de acampamento tem
uma função de criação e consolidação de grupos participantes na luta.
Militantes do mst acreditam que esse objetivo será atingido com a nova
estrutura do movimento: a criação do Frente de Assentamentos, ou seja,
militantes e acampados são escolhidos a dedo ou indicados para serem
assentados, dependendo da luta que fizeram, e são estes, os indicados, os
bons de luta, os que, na visão de militantes do mst, irão dar continuidade
à luta a partir dos assentamentos.
Assim sendo, os participantes das ocupações de terra logo aprendem que
não basta ter um barraco em um acampamento para ser merecedor a um
lote de terra; para isso também há que se cumprir uma série de obrigações
e critérios. Em alguns acampamentos é preciso se dedicar ao seu barraco,
caprichar na arrumação, sofrer e passar dificuldades debaixo da lona; em
outros também é preciso ocupar, fazer jornadas e convidar pessoas para
participar de outros acampamentos, assim como correr atrás de recursos.
136 Antropología de tramas políticas colectivas

Nesse processo, não só o tempo pode se tornar um bem que pode ser
acumulado, trocado e negociado, mas também a dedicação, o sofrimento,
a participação, a confiança, e os acampados tornam-se recursos que podem
ser mobilizados.
Por outro lado, seguindo o fluxo dos recursos, vimos a evidência da
existência de relações de cooperação entre Estado e movimentos, alianças
tecidas entre grupos e instituições que, como mencionam Grimberg, Fer-
nández e Rosa (2009), são vistos geralmente como antagônicos, mas que,
no entanto, inclusive mantêm obrigações recíprocas. Ainda, essa coope-
ração entre Estado e movimentos se intensifica dependendo também do
contexto e de determinadas conjunturas políticas e sociais.
Assim, ao indagar como os recursos circulam, de quem e para quem e
em que circunstâncias, tornam-se evidentes as tramas de relações. Tramas
que se estendem para além dos acampamentos, ficando assim cada vez
mais claro que, no mundo das ocupações de terra, como em qualquer
mundo social, as pessoas estão indiscutivelmente ligadas umas às outras.
O conjunto dessas tramas de relações constitui o que Elias (2000 e 2005)
chama de figuração.
As relações de interdependências recíprocas fazem com que cada ação
individual dependa de uma série de outras. E, ainda, ao falar de relações
de interdependência, falamos também de tensões. Essas tensões na teia de
relações adquirem uma cor local e, muitas vezes, são elas que permitem
perceber a existência de certos códigos de comportamento existentes nesse
mundo social em particular. Assim sendo, o tempo de luta não é uma
mera medida cronológica, no sentido de que não só indica o tempo que
de fato uma pessoa passa na luta, num acampamento ou participando de
mobilizações, mas também é um código social, um demarcador de prestígio
e um ordenador das relações sociais dentro dos acampamentos.
Finalmente gostaria de colocar que os participantes das ocupações de
terra e dos acampamentos não necessariamente se consideram ou são con-
siderados como membros dos movimentos. Estudiosos da ação coletiva ou
especialistas em movimentos sociais frequentemente assumem que todos
os grupos ou indivíduos mobilizados fazem parte dos quadros dos mo-
vimentos. Beletti et al. mencionam, por exemplo, fazendo referência ao
mst, que “today the movement has approximately two million members
[. . .] who are settled in government-funded land reform settlements or li-
ving in temporary ‘encampments’ awaiting final resolution of their claim
to land” (2008: 294). Já Feix (2002), em seu estudo sobre assentamentos
Loera: Tempo de luta 137

rurais na região de Rondonópolis (mt), analisa o que ele chama de proje-


tos sociopolíticos que levaram os trabalhadores a “ingressar” no mst. O
autor identifica diferenças entre a base assentada e os militantes do movi-
mento, ou o que ele chama de “defasagens” no projeto de vida entre um e
outro grupo. No entanto, assume que os assentados “são do mst” e toma
o momento da participação dos assentados na primeira ocupação de terra
como o momento de “ingresso” no movimento. Segundo Sigaud, “a ideia
de que os participantes de um acampamento organizado, por exemplo,
pelo mst ‘são’ do mst é uma dessas pré-noções que concebem os acam-
pamentos a partir do modelo do clube, como se para neles ingressar fosse
necessário ser sócio” (2000: 84). Como tentei mostrar através de exemplos
etnográficos no caso dos acampamentos de sem-terra em São Paulo, exis-
te uma grande circulação de indivíduos entre acampamentos organizados
por diferentes movimentos. A maioria dos indivíduos, ao se instalarem
debaixo da lona preta, não decidem fazer parte de um movimento, mas
de um acampamento, pois sem constrangimento nenhum podem mudar
de acampamento e mudar de bandeira, o que me leva a concordar com
Quirós (2006), quando menciona que os indivíduos não são do movimento,
estão em movimento.

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“Activar”, “gestionar”, “ayudar”.
Obligaciones mutuas y expectativas
diferenciales en una asociación de
personas afectadas por el vih-sida 1

Juan José Gregoric

Introducción
La historia social del sida mostró la emergencia y el entrecruzamiento de
múltiples formas de organización y movilización por el acceso a derechos
sociales y políticos de parte de conjuntos tradicionalmente estigmatizados.
A lo largo de los años, junto al crecimiento de la epidemia las personas di-
rectamente afectadas fueron haciéndose visibles públicamente y generaron
estrategias de intervención política y trabajo comunitario, siendo sus prin-
cipales demandas el acceso universal y sostenido a tratamientos y atención
médica en forma gratuita y la creación de políticas de prevención soste-
nidas 2. Muchas de esas personas dejaron de ser simplemente “pacientes”
para convertirse en “activistas”, conformaron sus propias organizaciones
–las redes de personas viviendo con vih 3–, generaron prácticas de asisten-
1 Este artículo es una versión reformulada de una monografía originalmente producida para
el curso Teoría Antropológica ii dictado por la profesora Lygia Sigaud en 2008 en el marco
del ppgas (Programa de Postgraduación en Antropología Social) del Museo Nacional de la
Universidad Federal de Río de Janeiro.
2 En el caso de Argentina, esta demanda resultó en la provisión a nivel nacional de terapias
antirretrovirales de alta eficacia por parte del Estado a partir de 1997. Esto posibilitó la dis-
minución de la aparición de enfermedades oportunistas y de la mortalidad asociada al sida,
convirtiendo al vih en un padecimiento transmisible crónico y abriendo mayores posibilidades
de sobrevida. Pero a la vez emergieron problemáticas complejas ligadas a dificultades en el
acceso a y el sostenimiento de los regímenes de medicación antirretroviral (Margulies, Barber,
Recoder, 2006: 287).
3 Hasta donde he podido relevar actualmente en Argentina existe una “Red Argentina de per-
sonas viviendo con vih” (Redar+), redes provinciales o regionales (por ejemplo, Red Patagonia
y la Red Bonaerense) y otras menores que nuclean a grupos del conurbano bonaerense y loca-
lidades provinciales, como por ejemplo la Red de La Matanza de personas con vih y las redes
de Mar del Plata o de Bahía Blanca. Sobre todo a partir de la creación del Foro nacional de

141
142 Antropología de tramas políticas colectivas

cia y advocacy y acciones diversas de promoción de la salud en torno a


problemáticas más generales como el uso de drogas y la reducción de da-
ños, los derechos sexuales y reproductivos y la violencia hacia las mujeres.
El fenómeno de la asociación y la acción colectiva de personas viviendo con
vih ha sido estudiado en diferentes países y muchos autores coinciden en
resaltar varios aspectos positivos, como su capacidad de movilizar medios
para sobreponerse al padecimiento, contrarrestar la discriminación, desa-
rrollar lazos de solidaridad y generar estrategias de intervención política;
todas acciones que les permitieron renegociar identidades estigmatizadas
y constituirse en actores sociales y políticos, y en algunos casos convertirse
en un representante y “portavoz” de otros (Pierret, 2000; Altman, 2004;
Terto, 2004). En Argentina diferentes investigaciones enfocaron acciones
en la “lucha contra el sida”, señalando las reivindicaciones por el acceso
a derechos civiles y sexuales de grupos de activistas gay (Pecheny, 2000) y
la importancia que tuvieron las “ong/sida” creadas en los años 90 en la
“re-ciudadanización” de los más afectados por la enfermedad (Kornblit y
Petracci, 2000). También fue señalada su oscilación entre la construcción
de ciudadanía y el “asistencialismo social” o la prestación de servicios,
y su posición ambigua como “agentes de salud” o “nuevos movimientos
sociales” (Biagini y Sánchez, 1995).
En este trabajo describo y analizo las relaciones que un conjunto de
hombres y mujeres de sectores populares que viven con el vih construyen
cotidianamente en torno a variadas prácticas de activismo. Desplegando
diferentes escenarios de interacción busco caracterizar esas prácticas y
relaciones en términos de una trama de obligaciones recíprocas (Sigaud,
1996) en la cual algunas personas responden a demandas y expectativas de
los demás por medio de la obtención y circulación de determinados bienes
materiales y simbólicos, ejerciendo mediaciones en una red de relaciones
duraderas con otros significativos.

ong con trabajo en sida en 2002, existe un diálogo fluido entre los referentes y líderes de las
distintas redes, basado fundamentalmente en el uso del correo electrónico y los e-groups, en
los cuales circulan discusiones, diversas informaciones, noticias y denuncias. Como espacios de
relativa unificación entre las redes y otras asociaciones dedicadas al problema del vih-sida,
existen también un Foro provincial en Buenos Aires, y otros regionales (Cuyo y Patagonia, por
ejemplo). Algunos líderes también participan, a nivel de Latinoamérica y del Caribe, en redes
mayores y “movimientos” junto a representantes de otras organizaciones como la Red Global
de personas viviendo con vih-sida (gnp+ por sus siglas en inglés), la Red Latinoamericana de
personas viviendo con vih (redla+), el Consejo Latinoamericano y del Caribe de ongs con
trabajo en vih-sida (laccaso), la Comunidad Internacional de Mujeres positivas (icw por sus
siglas en inglés) y el Movimiento Latinoamericano y del Caribe de Mujeres Positivas (mlcm+).
Gregoric: “Activar”, “gestionar”, “ayudar”. . . 143

Miradas sobre vih-sida y acción colectiva


Originadas en su mayoría durante la década de 1990, desde 1998 algu-
nas asociaciones de personas viviendo con el vih modelaron parte de sus
prácticas y su vinculación con el Estado de acuerdo a una lógica de “ar-
ticulación por proyectos” (Biagini, 2009), la cual consistió fundamental-
mente en la ejecución de diversas actividades financiadas por agencias
externas 4 pero controladas en forma centralizada a nivel nacional. Esto
tuvo implicancias en la formalización de las asociaciones, las cuales en
parte se subordinaron a lineamientos y pautas de trabajo, se dedicaron
a gestionar fondos, contratar “promotores” y en cierto modo disputaron
unos recursos limitados para poder reproducir sus acciones. En relación
a esto último recientemente algunos estudios advirtieron acerca de pro-
blemas como los conflictos recurrentes entre líderes de las organizaciones
(ubatec-mcp, 2008) o la “despolitización” de sus acciones y las dificulta-
des para articularse a demandas de carácter “más universal e inclusivo” de
otros conjuntos sociales, como las organizaciones de piqueteros (Biagini,
2009). Así, al estar dedicadas muy específicamente al problema del sida,
a las acciones de lobby para conseguir fondos y a la ejecución de proyectos
de prevención primaria y secundaria, habrían contribuido a la fragmenta-
ción y la atomización de esfuerzos y luchas sociales (ídem, 328). Desde esa
óptica, las relaciones entre las variadas organizaciones formales (“redes”,
“ong”, fundaciones y otras), el Estado y las agencias de financiamiento
han sido interpretadas como fuente de conflicto y disrupción de accio-
nes supuestamente “autónomas”. Es cierto que a lo largo de una década
el proceso mencionado generó fragmentaciones y crisis internas y mostró
criterios heterogéneos sobre el sentido y el papel de las organizaciones de
activismo, asistencia y prevención, así como posicionamientos políticos e
ideológicos dispares, conflictos por la competencia para acceder a espacios
de representación y una tendencia hacia modalidades de organización más
rígidas adoptadas a medida que accedieron a financiamiento 5.

4 En Argentina fue muy relevante el impulso dado desde 1997 y 1998 a las acciones de las
llamadas “Organizaciones de la sociedad civil”, sobre todo de parte del Banco Mundial. Ese
impulso se renovó entre 2003 y hasta 2008 con los aportes del Fondo Global de lucha contra
el sida, la tuberculosis y la malaria, creado en enero de 2002, con sede en Ginebra, como un
instrumento de financiamiento destinado a complementar los programas oficiales dirigidos a
estos padecimientos existentes en distintos países.
5 Un estudio reciente sobre la situación social de personas con el vih en Argentina señala
que, para la mayoría de los referentes de organizaciones entrevistados, la falta de fondos es
considerada un factor de incertidumbre respecto a la continuidad de su trabajo. Pero al mismo
144 Antropología de tramas políticas colectivas

A lo largo de mi investigación he percibido una tendencia a interpre-


tar ese proceso sobre la base de un supuesto normativo acerca de “el
movimiento social” o “los movimientos sociales”, desde el cual los actores
son pensados exclusivamente en términos de “combativos” y “politizados”
o como “desmovilizados” e “institucionalizados”; víctimas –o cómplices–
de las políticas estatales. Desde ese punto de vista, las contradicciones y
los conflictos por categorizar y definir el curso del proceso del cual las
personas forman parte tienden a ser reducidos a “la competencia” entre
los actores por el acceso a recursos, o bien son considerados como impedi-
mentos para alcanzar un horizonte ideal de movilización y resistencia, que
suele ser el resultado de la proyección de una expectativa quizás exagera-
da sobre los sujetos y los procesos estudiados como vehículos de cambio
y transformación social. Muchas veces ese tipo de interpretación pasa por
alto el análisis de cómo las personas llegan a generar una “participación
social” o un activismo y qué significa eso para ellas, obturando también
la indagación sobre cómo se construyen entre los sujetos de estudio las
relaciones jerárquicas del tipo “líderes/bases”. Así, bajo el supuesto de
que en un mismo grupo las motivaciones para la acción son homogéneas,
se deja de lado el análisis de los valores que permean posicionamientos,
propósitos y prácticas que muchas veces son dispares.
Por otra parte, la mayoría de los trabajos dedicados a este campo han
considerado a las llamadas redes de personas viviendo con el vih como
parte de “las ong que trabajan en vih-sida”, denominación genérica a ve-
ces resumida como “ong/sida”. De este modo, con la intención de operar
taxonomías sociológicas, se impone un orden abstracto a las relaciones
y las prácticas sociales, y se tiende a homogeneizar en exceso diversas
formas asociativas e iniciativas de distintos conjuntos bajo una denomi-
nación cuyo significado, tal como se ha señalado, carece de especificidad
(Galvão, 2000). Este problema está ligado a presuponer la existencia de
“la sociedad civil” como una entidad homogénea, separada de y casi siem-
pre en oposición al Estado –muchas veces considerado “ausente” a pesar
de ser un interlocutor fundamental de las y los activistas–, y resulta en la
reificación de los colectivos (las relaciones y las prácticas de las personas,
sus ideas y la dinámica de sus modos de vida).
Finalmente, los estudios dedicados a relevar las acciones de organizacio-
nes ligadas a la amplia problemática del vih-sida se basan en encuestas
tiempo reconocen que las disputas por los recursos materiales son causantes de conflictos y de
la disolución de grupos (Estudio nacional sobre la situación social de las personas viviendo con
vih en la Argentina. ubatec-mcp, 2008).
Gregoric: “Activar”, “gestionar”, “ayudar”. . . 145

estructuradas y en algunos casos en entrevistas realizadas exclusivamente


a dirigentes y representantes, cuyos discursos son tomados generalmente
como versión única de lo que “los movimientos” y “las organizaciones”
hacen. De esta manera, los modos en que las personas interactúan entre
sí y con otros en tramas de interdependencias, el tipo de relaciones especí-
ficas que implican dichas interacciones, los procesos por los cuales algunos
devienen representantes o líderes y legitiman su posición, cómo generan la
adhesión de otros a iniciativas propias presentadas como de interés común
y otros problemas allí implicados no son incluidos en el abordaje de las
experiencias asociativas.
En lo que sigue analizo prácticas y relaciones de personas que viven con
el vih que conforman una asociación denominada “la Red”, para poner en
evidencia las interdependencias que aquellos reconocidos como “líderes” y
“referentes” 6 tejen con sus compañeros y con otras personas. Mostraré una
trama de relaciones que se configura desde posiciones, prácticas y saberes
diferenciales, y una dinámica en la cual esos “líderes” y “referentes” deben
responder ante necesidades y expectativas de otros, desplazándose y tras-
ladando demandas al plano de la política gubernamental o interviniendo
activamente en instituciones y dependencias públicas. Al mismo tiempo
los compañeros o “pares” son instados a participar más, a incrementar su
compromiso desinteresado con el activismo, cumplir con algunas activida-
des pautadas, como los “proyectos”, asistir a eventos y también adecuar
sus hábitos a unas determinadas normas. Mi propósito es, primero, de-
mostrar que en esa trama de obligaciones mutuas la capacidad de algunos
de obtener y distribuir recursos no asegura su pleno reconocimiento, ya
que las personas también valoran especialmente otro tipo de vínculos ba-
sados en el apoyo mutuo, el acompañamiento y la contención; poniendo de
manifiesto valoraciones dispares sobre el activismo, la ayuda y las necesi-
dades de las personas. En segundo lugar, elucidar a partir de las prácticas
mencionadas cómo se entablan compromisos con otros significativos, como
funcionarios de gobierno, representantes de agencias de financiamiento y

6 Utilizo comillas e itálicas para citar el discurso directo y las categorías de las personas que
componen las unidades de análisis de mi estudio. A lo largo de todo el trabajo empleo las
nociones de “líder” y “referente”, las cuales, si bien son utilizadas por ellos distinguiéndolas, no
reflejan roles y personas siempre distinguibles en los hechos: un “referente” puede ser conside-
rado “líder” y viceversa, según la ocasión, pero no cualquier “referente” es un “líder”. Quienes
no son reconocidos por otros ni se consideran a sí mismos con esas categorías son llamados
“compañeros” o “pares”. En un sentido general y más abarcativo, esta última denominación
es utilizada para nombrar a todas las personas directamente afectadas por el vih, incluidos
“líderes” y “referentes”.
146 Antropología de tramas políticas colectivas

trabajadores de dependencias estatales; todos vínculos recreados cotidia-


namente y que expresan la labilidad de las fronteras entre “el Estado” y el
campo de las organizaciones o “movimientos sociales” (Manzano, 2009).

Los nudos de “la Red”


A lo largo de cinco años he asistido a reuniones de apoyo mutuo, cam-
pañas, encuentros, movilizaciones y otras actividades impulsadas por y
desarrolladas en torno a la Red bonaerense de personas viviendo con vih
(en adelante la Red), una asociación civil creada en el año 2000 a partir
de grupos de pacientes de instituciones públicas de salud 7. Tales grupos
se constituyeron como “delegaciones regionales” en distintas zonas del co-
nurbano bonaerense 8 y la provincia de Buenos Aires. Obtuvieron fondos
para ejecutar “proyectos” 9 de trabajo apoyando y aconsejando a pacientes
de hospitales, realizando campañas preventivas y talleres para mejorar el
seguimiento de los tratamientos médicos, hasta ir accediendo progresiva-
mente a espacios de instituciones de salud y otros ámbitos. Hasta fines del
año 2008 la “Oficina de servicios generales” de la Red funcionó en un mu-
nicipio del conurbano bonaerense, dentro de un edificio donde se reunía el
Círculo de prensa municipal, en el cual a su vez estaba radicada una ofi-
cina del Consejo Argentino de Alcoholismo (cada) 10, y hacia comienzos
de 2010 la oficina de la Red había sido trasladada a la Casa de la Mujer y

7 Algunos de esos grupos ya desarrollaban tareas de capacitación de “promotores” o “agentes”


de salud, prevención primaria y secundaria de vih-sida e infecciones de transmisión sexual,
y acciones de defensa de sus derechos (exigir el acceso a medicamentos y asistencia, la no
discriminación, el derecho al trabajo, etc.).
8 El conurbano bonaerense es el área geográfica de la provincia de Buenos Aires que rodea la
Ciudad Autónoma de Buenos Aires (Capital Federal) y está compuesta por 24 partidos que
se extienden sobre una superficie total de 3.680 km2 ; su población es de 8.684.437 habitantes,
siendo el territorio de mayor concentración poblacional de la provincia. Esta área recibió un
marcado impulso demográfico y de urbanización hacia la década de 1930. Más del 43% de los
hogares se encuentran bajo la línea de pobreza y el 50% de la población no posee ningún plan o
seguro médico privado ni obra social (Indec, Censo Nacional de Población, Hogares y Viviendas
2001).
9 Entre 2000 y 2008 la asociación recibió fondos de organismos como la agencia de Cooperación
Técnica Alemana (gtz), el proyecto Lucha contra el Sida del Ministerio de Salud de la Nación
(lusida) y el Fondo Global de Lucha contra el Sida, la Tuberculosis y la Malaria, que habilitaron
el sostenimiento de sus primeras actividades y su progresiva extensión.
10 Con ambas entidades la Red realizó actividades o generó algún vínculo específico, aprove-
chando un espacio en el periódico local para publicar mensajes y comunicados, y realizando
tareas de prevención de la adicción al alcohol con el Consejo de Alcoholismo como institución
que otorgaba su aval.
Gregoric: “Activar”, “gestionar”, “ayudar”. . . 147

la Familia en otro municipio de la zona oeste del conurbano. A lo largo de


los años las acciones, los modos de organización y las demandas en esta
asociación han ido variando a medida que diferentes personas con dife-
rentes trayectorias ocuparon roles de liderazgo y coordinación, y también
a partir de procesos específicos que dinamizaron las primeras iniciativas
basadas en la formación de grupos de apoyo mutuo. 11 Si bien la modali-
dad de generar soportes sobre la base de reuniones de contención marcó el
origen de las prácticas de las personas viviendo con el vih, 12 las acciones
actuales de muchas de ellas intentan ser más abarcativas, imprimiendo un
perfil diferente a lo que alguna vez fueron “grupos de pacientes”.

Entre la gestión del padecimiento


y la “incidencia política”
Una vez establecida la cobertura de medicación desde el Estado nacio-
nal, el eje de sus prácticas y reivindicaciones se fue corriendo hacia el
control de los factores que pueden dificultar el sostenimiento de ese tra-
tamiento médico, a idear formas viables de reproducción social y a exigir
su derecho a ser integradas en los procesos de toma de decisiones polí-
ticas en torno a esta problemática. Hay quienes definen como “la parte
social” del vih-sida a las condiciones precarias de vida, la discrminación,
las dificultades para obtener empleo, los problemas de adicciones, la vio-
lencia hacia mujeres, o la imposibilidad de acceder a una alimentación
acorde a su necesidad. Progresivamente, desde la asociación bajo estudio
se movilizaron iniciativas, como ocuparse de la distribución de cajas de
programas alimentarios y leche en polvo, intervenir en la tramitación de
“pases” (transporte público gratuito) para pacientes y en la obtención de
turnos de emergencia para atención médica sin espera. Como resultado
11 En mi tesis de grado (Gregoric, 2007) traté de reconstruir este proceso, al cual caractericé
como “politización” de las personas viviendo con vih. Presté especial atención a procesos de
coyuntura que condicionaron el surgimiento de la organización bajo estudio: una “emergencia
sanitaria nacional” declarada como consecuencia de la crisis social, política y económica que
se vivió en Argentina hacia fines del año 2001 y durante 2002, y en ese contexto, la creación
de un “proyecto país” y “subproyectos” con financiamiento externo para la lucha contra el
vih-sida, con participación de organizaciones de personas viviendo con vih. En un trabajo
posterior analicé los efectos de la ejecución de esos “proyectos” en los modos asociativos y en
la forma en que las personas interpretan sus trayectorias de vida y su presente sobre la base de
su participación en ellos (Gregoric, 2008).
12 En tal sentido me he referido a ello (Gregoric, 2007) utilizando la denominación de “protec-
ciones próximas” propuesta por Castel (1998).
148 Antropología de tramas políticas colectivas

de la conjunción de demandas concretas y de dispositivos estatales, estas


prácticas han estado orientadas desde y hacia un conjunto de la pobla-
ción afectada por el vih específicamente vulnerable por sus condiciones
particulares de existencia.
Los sujetos de mi estudio son hombres y mujeres de entre 30 y 45 años
de edad, residentes en el conurbano bonaerense, desempleados y con tra-
yectorias educativas y laborales disímiles, pero precarias en general. Una
proporción importante de ellos son o han sido usuarios de drogas, unos
pocos vivieron experiencias de reclusión en diferentes instituciones (cárce-
les e institutos de rehabilitación de adicciones) y algunos han participado
de grupos como aa (Alcohólicos Anónimos) y na (Narcóticos Anónimos).
Personas que raramente acceden a trabajos formales o en condiciones que
permitan ejercer derechos laborales. Una parte de ellas se dedican ocasio-
nalmente a la venta ambulante o al trabajo doméstico, tareas de limpieza,
jardinería, o bien a otras ocupaciones informales sin ningún tipo de be-
neficio ni seguridad social, como la recolección y venta para reciclado de
cartones y vidrio y plástico. Ocasionalmente reciben “planes” de empleo
transitorio que se otorgan a desocupados y a quienes presentan alguna
discapacidad certificada legalmente, a cambio de actividades en el ámbi-
to municipal colaborando con dependencias públicas 13. Para las personas
que se han incorporado a las actividades promovidas por la Red y han
permanecido durante algún tiempo con regularidad, la opción preferible
ha sido trabajar algunas horas a la semana como “promotores” en el mar-
co de los “proyectos” que mencioné más arriba (consejerías a pacientes
de hospitales, prevención comunitaria, capacitación en promoción de la
salud). Hasta fines de 2008 –momento en que Argentina dejó de contar
con el financiamiento del Fondo Global de Lucha contra el sida, la Tu-
berculosis y la Malaria– estos promotores y promotoras recibían por su
trabajo remuneraciones en torno a los 400 o 500 pesos (entre 100 y 150
dólares por mes).
A grandes rasgos estos sujetos componen “las bases” de la Red. Se
trata de personas que no pretenden acceder a roles de dirigencia ni coor-
dinación, ni han ocupado nunca funciones en la comisión directiva de la

13 A algunas personas les han diagnosticado grados de discapacidad muy altos en función de las
patologías que han sufrido y las secuelas que presentan (neuropatías, trastornos respiratorios,
disminución de la visión, dificultades motrices por amputación de miembros, dolores crónicos,
cirrosis hepática muy desarrollada en casos de co-infección con el virus de la Hepatitis C), y
han sido pensionada por invalidez percibiendo montos que rondan entre los 500-600 pesos por
mes (alrededor de 150 dólares).
Gregoric: “Activar”, “gestionar”, “ayudar”. . . 149

asociación civil que da entidad legal a la Red (presidente, tesorero, etc.).


Han trabajado como promotores, pero no suelen coordinar actividades
en el marco de los proyectos. Tampoco muestran interés por disputar la
representación de los demás como “delegados” de un grupo, ni ostentan
acerca de su capacidad o voluntad para ayudar a otros, prefiriendo un
perfil de intervención ligado a la asistencia y al apoyo mutuo, o a lo sumo
a resolver dificultades propias y de los demás en el ámbito de las institu-
ciones de atención para la salud (turnos, consejos, orientación, obtención
de medicamentos). Raramente adhieren a movilizaciones de protesta pero
sí asisten a los llamados “encuentros de personas viviendo con el vih”,
los cuales se caracterizan por dar espacio a la reflexión sobre el activismo
político, pero sobre todo a actividades de formación, esparcimiento y di-
versión en vinculación con amigos/as y compañeros/as de la Red y otras
organizaciones 14. Puede distinguirse a esas personas de otras que compar-
ten gran parte de estas condiciones y trayectorias, pero han encontrado
un quehacer cotidiano y sostenible en el tiempo en torno al activismo
político, la organización de grupos, la coordinación de las variadas acti-
vidades; en síntesis, cuadros dirigentes que operan como representantes
de distintos grupos diferenciables territorialmente y que periódicamente
se reúnen como “secretariado” de la Red. Esas personas, tanto hombres
como mujeres, se identifican y son reconocidas por los demás como “líde-
res” y “referentes”. Para ellos/as atender los problemas ligados a “la parte
social del vih” es una tarea urgente y se expresa como un imperativo de
“activar” sobre “la parte política” como vector para generar “cambios de
fondo” precisamente en los condicionantes de “la parte social”. 15 He per-
cibido que durante los últimos años han hecho cada vez más recurrente

14 Los encuentros convocan a miembros de las redes y organizaciones de distintas provincias


y países, y representan un espacio de relativa autonomía para evaluar y discutir su situación y
el estado de la epidemia a nivel local y regional, siendo también momentos privilegiados para
invitar a funcionarios de Estado y comprometerlos ante audiencias numerosas. En los encuentros
de la provincia de Buenos Aires de los que he participado en 2006, 2007 y 2008, organizados
por la Red, participaron personas de Brasil, Cuba, Colombia, Venezuela, Paraguay y México.
En octubre de 2008, mientras estaba en Río de Janeiro, asistí al Vivendo, uno de los principales
eventos de personas viviendo con el vih de Brasil. Para poder concurrir como investigador hice
un contacto con una mujer que coordinaba una organización en Río, a través de una líder de
la Red compañera de aquella y ambas activistas del Movimiento Latinoamericano y del Caribe
de Mujeres Positivas (mlcm+).
15 Es así que esa noción del “activismo político” puede incluir tanto la demanda por alimentos
para personas en condición muy precaria como la lucha por asegurar el suministro de medica-
mentos para sostener el tratamiento, ejercer presión para la liberación de fondos para el país
de parte de organismos internacionales donantes o la modificación de aspectos de la legislación
nacional sobre sida que resulten desfavorables a la plena realización de sus derechos, etc.
150 Antropología de tramas políticas colectivas

el uso de la categoría de “incidencia política”, entendida como el medio


para “influir en las decisiones de gobierno desde la sociedad civil” y gene-
rar respuestas “desde el Estado”, ejerciendo presión a partir de vínculos
previamente construidos. Su modus operandi se define por elevar pedidos
y denuncias a diferentes dependencias públicas, solicitar entrevistas con
funcionarios, intentar acceder a espacios de coordinación o “mesas” de
control de políticas sociales y, en menor medida, convocar acciones direc-
tas de protesta y “marchas”. Persiguen la finalidad de acceder a espacios
integrados conjuntamente por funcionarios estatales para planificar pro-
gramas sociales, construir propuestas para campañas preventivas, elaborar
presupuestos oficiales sobre políticas en vih-sida, garantizar el suministro
de algunos recursos básicos, participar en el control de licitaciones para
compras de medicamentos, y consolidar canales de diálogo y negociación
con las dependencias de gobierno (ministerios nacionales y provinciales y
secretarías de Salud, Educación, Desarrollo Social). Asisten a reuniones
con representantes de fundaciones y organismos donantes o de agencias
dedicadas a la gestión de y al seguimiento del uso de los fondos dona-
dos. Viajan a encuentros internacionales de personas viviendo con vih, a
conferencias sobre sida en diferentes países del mundo; participan como
representantes de sus organizaciones en “foros” a nivel regional y buscan
ejercer presión en procesos de toma de decisiones sobre las políticas en
vih-sida de escala global como las “Reuniones de alto nivel sobre el sida”,
celebradas durante la Sesión Especial de la Asamblea General de las Na-
ciones Unidas (ungass, sus siglas en inglés). Desplazamientos, vínculos
y prácticas que definen un determinado campo en el que estas personas
actúan, pero que es un campo de opciones para algunas y no para todas
las personas afectadas por el vih que participan de acciones colectivas.
Este universo de relaciones y prácticas que comprenden el activismo tien-
de a la identificación de las personas con vih como miembros de grupos,
“redes” o “movimientos” en procesos que las involucran mutuamente con
un efecto de solidaridad relativamente estable: se reúnen, se movilizan e
interactúan positivamente. Pero al mismo tiempo implica distinciones que
marcan los modos de organización, la asignación de tareas, responsabili-
dades y posiciones diferenciales cuya legitimidad no está dada a priori,
sino que depende de formas variables de otorgar (o no) reconocimiento
según las expectativas y valoraciones proyectadas por las personas.
Gregoric: “Activar”, “gestionar”, “ayudar”. . . 151

El papel del dirigente y la forma de los compromisos


vinculantes
Para caracterizar algunas de las distinciones y posiciones diferenciales a
que me referí, mencionaré un proceso de demandas y negociaciones entre
asociaciones de personas con vih y organismos estatales de la provincia
de Buenos Aires que seguí entre 2005 y 2007.
En 2005 la Red junto a otras organizaciones sociales manifestaron fren-
te a la gobernación de la provincia de Buenos Aires en la ciudad de La
Plata (Capital de la provincia de Buenos Aires, sede de varias dependen-
cias de gobierno provincial), para denunciar la “falta de presupuesto y de
políticas” en vih-sida y otras problemáticas puntuales, como faltantes
de insumos hospitalarios y desarreglos en la provisión de algunos medi-
camentos. En esa oportunidad –en un contexto electoral y por medio de
la movilización directa– representantes de las organizaciones lograron ne-
gociar la creación de la Comisión Provincial de Coordinación y Control
de Políticas Asociadas a la Problemática del vih-sida (Decreto Provin-
cial N o 2887/05), en la cual participarían junto a funcionarios de todos
los ministerios de la provincia, para aportar soluciones a los diferentes
problemas y diseñar líneas de acción que incluirían a personas con el
vih como trabajadores del sistema de salud 16. Entre los objetivos de esa
Comisión se estipuló: “Generar políticas y programas dentro de la Admi-
nistración Pública Provincial a fin de atender especialmente a la inclusión
de las Personas Viviendo con vih-sida en todas las actividades estatales”.
Los debates y negociaciones entre funcionarios y dirigentes no llegaron a
acuerdos sobre el rol de la Red y las demás asociaciones, y el dinero que
se destinaría a su trabajo. Durante 2006 y los primeros meses de 2007
se realizaron reuniones a las que concurrían los líderes de la Red, y la
Comisión diseñó un presupuesto cercano a los 5 millones de pesos que se
destinaría a contratar a personas con vih como “promotores en proyectos”
asignados a varias organizaciones; el presupuesto fue finalmente utilizado
en su totalidad por el Programa Provincial de Sida, quedando estéril el
proyecto inicial de incorporación de promotores. En noviembre de 2007,
la Red encabezó una marcha hacia la gobernación de la provincia con la
16 En aquella oportunidad las demandas apelaban sobre todo a la necesidad de que los “promo-
tores” de las organizaciones fueran incorporados a políticas preventivas oficiales y duraderas,
pero además se plantearon reclamos relativos a la interrupción de la entrega de alimentos
provenientes del Programa Alimentario para Inmuno-deprimidos de la Secretaría de Políticas
Alimentarias de la provincia, dependiente del Ministerio de Desarrollo Humano.
152 Antropología de tramas políticas colectivas

finalidad de exigir respuestas, denunciar “la desatención a sus reclamos y


la inacción del gobierno provincial” y para “destrabar los proyectos”.
Aquel día la escena permitía observar cómo las personas que habían
convocado a la movilización organizaban la secuencia de acciones, orien-
taban a quienes iban llegando al lugar, y entablaban las negociaciones con
representantes del Gobierno, primero a través de las rejas de la Casa de
Gobierno y luego en la calle, muy cerca de la manifestación y de oficiales
de policía que la rodeaban. Los dirigentes recibían llamados telefónicos
y mostraban la expectativa de ser recibidos en la sede de Gobierno. Eso
no sucedió. La manifestación concluyó con represión policial y corridas
en los alrededores del lugar. Momentos después hubo un reagrupamien-
to y se decidió ir a la Secretaría de Derechos Humanos de la provincia,
ubicada muy cerca de allí, para buscar apoyo y averiguar la situación de
las personas que habían sido detenidas por la policía. La posibilidad de
recurrir a la Secretaría de Derechos Humanos mostraba un vínculo pre-
vio de los líderes de las organizaciones con algunos funcionarios. Una vez
allí pidieron ver al secretario u otro funcionario, y a los pocos minutos
fueron llamados a una reunión, esta vez sí en la Casa de Gobierno. A
partir de allí se reanudó un proceso de negociaciones que se extendió por
otros dos años, sin mayores logros significativos desde la óptica de quienes
demandaban.
Reconstruí esos acontecimientos porque además de mostrar algunos de
los problemas en torno a los cuales puede darse una movilización, también
indicaban en cierto modo “quién era quién” allí o, más bien, permitían
observar prácticas disímiles y por ende responsabilidades y funciones di-
ferentes. Unos conversaban con funcionarios estatales, otros se agarraban
de las rejas y gritaban, otros más atrás se limitaban a observar (sobre to-
do quienes presentaban dificultades motrices y guardaban una prudente
distancia previendo el desenlace). Algunos participando con mayor moti-
vación, otros menos convencidos del objetivo y la modalidad de la mani-
festación. Más allá del desenlace de los acontecimientos, registré el modus
operandi de los líderes para pensar sus respectivos lugares en la orga-
nización, sus “posiciones” respecto a los demás y sus atributos para la
dirección y organización y para lograr la participación de sus compañe-
ros. Sin dudas, la participación del resto de las personas allí implicaba un
cierto grado de consenso con la convocatoria, cierta confianza en aquellos
que convocaban o al menos una cierta expectativa en obtener resultados
favorables. Por otra parte, indicaba que algunos podían entablar diálogo
Gregoric: “Activar”, “gestionar”, “ayudar”. . . 153

con representantes del Estado para plantear su demanda y también re-


currir a otra dependencia (la Secretaría de Derechos Humanos) ante la
represión. Y esto permitía suponer que esas personas que lideraban la
marcha posiblemente tenían un vínculo previo con miembros de esa se-
cretaría provincial a la que recurrieron y sabían también que allí podían
acudir en busca de ayuda y ser recibidos, tal como sucedió. Sin embar-
go, no podían saber realmente si luego de ese día tendrían éxito con su
reclamo; no podían tener esa certeza, y eso era parte del riesgo asumido
en aquella acción. De hecho, el resultado tan esperado nunca llegó y esa
experiencia de más de dos años de negociaciones concluyó en una total
frustración para todos los que asistieron a esa movilización y sobre todo
para quienes siguieron el proceso de negociación posterior. Lo relevante
para el argumento que desarrollo es que, a partir de allí, algunas de las
personas que habían participado de la protesta plantearon su malestar
hacia el principal líder de la Red, cuestionando el hecho de haber sido
expuestos a una situación de violencia, tanto como el fracaso de las nego-
ciaciones ya que, si bien se logró incrementar el presupuesto oficial para
la gestión del problema del vih-sida en la provincia, el presupuesto y los
proyectos que correspondían a “la sociedad civil”, según se había acorda-
do, nunca fueron obtenidos. Como señalaré más adelante, ese desenlace se
volvería objeto de cuestionamiento hacia Fabio, el dirigente que lideraba
la Red aquel día.

“Articular” y “gestionar” desde “las necesidades


de los compañeros”
Como señalé más arriba, las personas viviendo con el vih se incorpora-
ron progresivamente a tareas en las que realizan una mediación entre las
instituciones y otros pacientes vih positivos usuarios de los servicios de
salud. Esto supone contribuir con los profesionales médicos aconsejando
a los pacientes sobre nociones relativas al seguimiento de su tratamiento,
los controles requeridos, los cuidados de su salud. Esa mediación también
puede implicar la colaboración en la asignación de recursos provenientes
de organismos estatales, como cajas de alimentos, “pases” para transporte
público gratuito, prótesis, medicamentos, colchones y, en menor medida,
obtener otros beneficios de mayor envergadura como cupos para progra-
mas de otorgamiento de viviendas (viviendas denominadas generalmente
154 Antropología de tramas políticas colectivas

“casillas”, que corresponden a programas nacionales gestionados por el


municipio). En 2009 acompañé a dos personas en un recorrido por barrios
de la zona oeste del conurbano mientras distribuían entre sus compañe-
ros diferentes bienes que previamente habían solicitado a un organismo
que administraba recursos de una agencia internacional de financiamien-
to. Repartían camas, heladeras, sillas, mesas y cocinas a varias familias
integradas por personas viviendo con el vih y clasificadas como aquellas
“más necesitadas” o “de bajos recursos”. Gestionaron los recursos, los dis-
tribuyeron, conformaron planillas y solicitaron fotocopias de documentos
de identidad para luego rendir cuentas sobre la entrega ante el organismo
mencionado. En otros casos, las mismas personas facilitan la obtención
de certificados de discapacidad y turnos para la atención de urgencias.
Orientan a los pacientes en el circuito de atención médica, conforman las
planillas de control de la distribución efectiva de los alimentos y a veces
son incorporados en trabajos comunitarios para recorrer las unidades sa-
nitarias o “salitas” de los municipios. Algunos de ellos trabajan desde los
hospitales o centros de salud locales y circulan por oficinas y juntas mé-
dicas a través de las “articulaciones” con las respectivas autoridades y el
personal médico y administrativo. Se desplazan hasta sedes de organismos
provinciales y canalizan reclamos y denuncias por faltantes de alimentos,
medicamentos, problemas en la atención a pacientes, demoras en la ges-
tión de trámites, o bien colocan como motivo de las denuncias la muerte
relacionada con el sida de algún compañero o compañera. Muchas veces
cumplen el papel de comunicar los problemas a los principales dirigentes
de la Red con la finalidad de lograr un impacto mayor en sus reclamos por
medio de denuncias más contundentes o incluso movilizaciones, ya que se
trata de personas con mayor acercamiento a instancias gubernamentales
y que tienen más posibilidades objetivas de entablar diálogo directo con
funcionarios. En estos años he presenciado varias situaciones que parecen
ser parte del “funcionamiento normal” de cierto tipo de vínculos: ante la
falta de medicamentos o cajas de alimentos, un “referente” puede comu-
nicarse con un “líder” para transmitir el problema, como muestran las
notas de un registro de campo que transcribo a continuación:

En la reunión del grupo de Merlo 17, Pablo contaba que iría con
unos compañeros al barrio Ciudadela, a una fábrica de pastas donde
les regalan los productos desechados que no se comercializan, como
17 Municipio de la zona oeste del conurbano, al igual que Morón y Moreno, donde funcionan
grupos de la Red.
Gregoric: “Activar”, “gestionar”, “ayudar”. . . 155

paquetes de fideos y cajas de ravioles. Dijo que él los come, pero otros
juntan en bolsas y “las venden a un criadero de cerdos por 50 pesos ca-
da bolsa”. También agregó que juntan cartones. En esa reunión volví a
encontrar a Claudio, a quien había visto dos semanas atrás en el grupo
de Morón. Claudio preguntó por qué en la reunión no tomaban mate,
ni ofrecían algo para comer, y contó que Pedro le venderá un carro
para cartonear, por 80 pesos. Mencionó que junta cartones y vive con
su mujer, quien “cobra un plan”. Preguntó por las cajas de alimentos
a una secretaria del hospital y ella dijo que “no llegaban”. Cuando
le comentó ese problema a Susana [una referente que coordinaba la
reunión de ese grupo] ella dijo que aún “el Gobierno no las entrega”.
Claudio se mostró molesto, luego Susana se comunicó por teléfono con
Fabio y Mariela [dos líderes de la Red] y dijo que ellos ya se habían
reunido “con la gente del ministerio” para resolver el problema de las
cajas de alimentos. “¿Qué ministerio?”, preguntó Claudio. . . [Notas de
campo de una reunión de personas viviendo con vih. Junio de 2008].
En esa cadena de reclamos los “líderes” se comunican con autoridades
personalmente para transmitir el problema en cuestión o bien intentan re-
solver la demanda por sus propios medios. En 2007, en una oportunidad
acompañé a un grupo de cuatro personas que se reunieron con represen-
tantes de un programa del Ministerio de Salud de la provincia con esa
finalidad. En ese tipo de situaciones pueden entablarse conversaciones
formales o bien derivar estas en discusiones y amenazas hacia los funcio-
narios acusándolos con futuras acciones contenciosas, en caso de no dar
respuestas satisfactorias a los reclamos.
Las prácticas de “referentes” y “líderes” definen circuitos que los conec-
tan con otros actores a través del espacio de instituciones de salud y otras
dependencias de Estado, pero su cotidianidad también transcurre en ta-
lleres de capacitación brindados por profesionales (médicas y psicólogas),
actividades para los “pares” (como talleres de adherencia al tratamiento y
charlas), las consejerías que los promotores dan a los pacientes y, en menor
medida, las reuniones de apoyo mutuo. Ocupan una posición particular y
actúan en el papel de mediadores intentando resolver problemas y “nece-
sidades de los compañeros”. Para eso se valen del conocimiento sobre el
funcionamiento de las instituciones (al cual también modelan desde sus
prácticas, en cierto modo), de sus vínculos personales e influencias allí y
de su capacidad para redactar pedidos formales hacia estas instituciones
solicitando recursos en distintos niveles. Tal como planteaba Gastón, un
156 Antropología de tramas políticas colectivas

hombre que forma parte de la Red desde hace varios años y trabajó en un
hospital y un centro de salud municipal:

“Nosotros tenemos una articulación con el servicio social [en el hos-


pital],con el laboratorio, con la guardia; yo conozco a todos; entro
directamente, me meto donde están los médicos. Aparte ya muchos
me conocen del laburo que hago; los enfermeros también” .

Ser “conocido” por otros implica, en ocasiones, responder a pedidos de


los profesionales, como ocuparse de recibir a pacientes derivados de otra
institución que requieren orientación y asesoramiento. En ese contexto,
también pueden involucrarse en situaciones de intercambio y retribución
mutua de favores con los empleados administrativos de las dependencias,
lo que es expresado como la posibilidad de pedir, pero también “tener que
dar”. Gastón me comentó en una oportunidad que una práctica recurrente
en su trabajo cotidiano era tramitar un beneficio para una empleada de
una dependencia municipal, a cambio de la entrega de turnos para con-
sultas con una junta de médicos legistas. Él conseguía los turnos a sus
compañeros y se ocupaba de realizar tramitaciones a pedido de esa per-
sona; “yo le hago pases y ella en retribución me da turnos”, explicaba.
Por otra parte, en varias ocasiones solicitó al municipio un vehículo pa-
ra retirar alimentos frescos (sobre todo bolsas de frutas y verduras) del
Mercado Central de Buenos Aires y luego distribuirlos entre las personas
con vih que se atienden en el hospital. Sólo en una oportunidad presencié
tal situación y recuerdo que aquel día algunas personas cuestionaban la
iniciativa diciendo que consideraban incorrecto distribuir esos productos
de baja calidad; pero muchas otras retiraban con entusiasmo los alimentos
sin realizar cuestionamientos.
Desde estas situaciones cotidianas Gastón actúa definiendo una ubica-
ción específica entre dos grupos de personas que lo reconocen (los com-
pañeros y los otros, ya sean un trabajador administrativo, un médico o
un funcionario) pero de quienes puede también recibir pedidos y cuestio-
namientos. Es decir, el reconocimiento de su rol puede incluir reclamos y
críticas por no satisfacer las necesidades que –desde cierta interpretación–
ser un “referente” supone. En una conversación acerca del servicio que de-
bería darse a las personas con vih recién llegadas al centro de salud, una
mujer me comentaba refiriéndose al rol de Gastón:
Gregoric: “Activar”, “gestionar”, “ayudar”. . . 157

“. . .Gastón es el referente máximo, el que se entera primero de todo;


yo sé que él activa en un montón de lugares, él se maneja mucho [en
la] Capital [Ciudad de Buenos Aires],en La Plata va a hacer trámi-
tes, pero alguien siempre tiene que estar de la Red [en el centro de
salud];siempre tiene que haber alguien. El otro día había una señora
nueva, paraguaya, me puse a hablar yo con ella y la contacté con Gas-
tón por el tema de los pases 18; lo que hay que explicarle es que existe
una legista [junta médica], que existe un pase, las cosas mínimas. Esta
señora paraguaya, pobre, no sabía que existía el pase. . .” [Graciela, 40
años, vive con vih desde hace 15. Participa de grupos de apoyo desde
1997 en un centro de salud local].

Así, diferentes interpretaciones pueden expresar expectativas acerca del


papel de aquellos identificados como “referentes” y de las acciones más
urgentes a desarrollar en apoyo de los pacientes.
Aunque no hay espacio aquí para un desarrollo en profundidad, cabe
mencionar que el tejido de interdependencias en el nivel municipal puede
implicar diferentes tensiones y generación de compromisos, e incluso in-
tentos desde dependencias de gobierno de subsumir el trabajo de la Red
a otras organizaciones sociales afines a la gestión del Gobierno nacional.
Ocasionalmente los referentes pueden asistir a actos políticos cuando un
vínculo específico con ciertos funcionarios lo habilita; otras veces invitan
a los funcionarios a los eventos organizados por la Red, y en otras circuns-
tancias su papel implica decisiones controvertidas, como no denunciar irre-
gularidades en los servicios hospitalarios o problemas de los cuales otros
compañeros se quejan, para así evitar posibles conflictos con instancias
del Gobierno municipal. Esto puede leerse como una estrategia para con-
servar una vinculación sobre la que se sostienen parte de las acciones de la
organización; fundamentalmente las reuniones grupales de apoyo mutuo
y el trabajo de los promotores en el hospital con el aval institucional, así
como la “gestión” de algunos recursos. En ese sentido los referentes se
encuentran bajo una doble presión, ya que deben intentar “mantener su
cara social”, para usar una expresión de E. Goffman 19 (1970: 14-17), tanto

18 El “pase” es una certificación de la condición de un determinado porcentaje de discapacidad


psicomotriz otorgada por una junta médica, y tramitada ante una secretaría de transporte
provincial o nacional, que habilita a quien la porta a trasladarse en forma gratuita en los
servicios públicos de transporte de corta, media o larga distancia, según el caso.
19 En Ritual de interacción Goffman definió la “cara” como un valor social positivo que una
persona reclama para sí por medio de la aprobación que los demás hacen de su comportamiento
(sus actos verbales y no verbales) en una situación de interacción o contacto. La cara sería
158 Antropología de tramas políticas colectivas

ante sus compañeros como ante otros a quienes en ocasiones devuelven


“favores” o demuestran deferencia para mantener la relativa confianza y
el reconocimiento que marcan su presencia en el ámbito municipal.
Enfocando las interacciones cotidianas, el dar aparece como estructu-
rante de los vínculos que entablan quienes son reconocidos como “referen-
tes” y “líderes” y los “pares”, y, como veíamos recién, también con otros
que no entran en ninguna de esas categorías (empleados públicos, funcio-
narios o personas allegadas a estos). Por un lado, esto se orienta desde
la noción de “ayudar” a los compañeros, como en el caso de Gastón, y
esta noción está en la base de las prácticas de los referentes. Pero las
personas también expresan la noción de “ayudar” en el sentido derivado
de las prácticas de ayuda muta y extendiéndolo al acompañamiento y la
atención de los compañeros enfermos y de “los nuevos”, como planteaba
Graciela. Haré algunas observaciones al respecto.

El saber, la contención y la palabra


como competencias
A decir verdad, aquellas personas distinguidas como “líderes” y “referen-
tes” también son “pares” y están “unidos por el padecimiento” con los
demás, tal como había comentado una persona durante una de las prime-
ras reuniones de apoyo mutuo de las que participé hace varios años. Desde
ese tipo de comentarios frecuentes se desprende la noción de que los “pa-
res” son los otros a los que “les pasa lo mismo” 20. Conversando sobre las
reuniones de grupo 21, específicamente sobre los momentos en que llegan
la imagen de la persona delineada en términos de atributos sociales aprobados por los demás
en función de unas reglas de grupo y en una determinada situación. Fundamentalmente, la
cara puede estar asociada a sentimientos como reconocimiento, honor, dignidad, y ser cargada
también con responsabilidades e investida de prestigio; y la persona está permanentemente en
riesgo de “perder la cara” si no se conduce de un modo coherente y acorde a quien se supone
que es; es decir, a la expectativa que socialmente se tiene de esa persona y su modo de ser. A
eso denominó este autor “trabajo de la cara”.
20 La noción “pares” indica principalmente que se está afectado personalmente por el vih y
que ese “estado” se comparte con otros y habilita a entablar un vínculo directo. Comprender
cómo están implicados mutuamente los “pares” es entender no sólo lo que sucede a cada uno
con su propio cuerpo, su patología y su estado anímico, sino que además los hechos cruciales
como la enfermedad sufrida, la muerte de un hijo, de la pareja o de un compañero son hitos
generalizados, potencialmente comunes o compartidos, en el sentido de que lo que sucede a otro
podría sucederle a uno mismo.
21 Las reuniones se conforman en torno a una ronda de personas que se disponen para conversar
respetando el turno de cada una para hablar. Según he observado, la reunión y el grupo aparecen
Gregoric: “Activar”, “gestionar”, “ayudar”. . . 159

al grupo personas “nuevas” (quien recibió recientemente el diagnóstico de


vih positivo), Gastón me comentaba que “. . .la idea es que se den cuenta
que [vivir con el vih] no es el fin del mundo (. . .); mostrarles que si bien
se modifican algunos aspectos sigue tu vida. . .”.
Las reuniones de pares o “los grupos” son ámbitos privilegiados de inter-
acción para generar un sentido de pertenencia, para fortalecer relaciones
interpersonales y para poner en práctica ese “mostrarles” a los otros al que
hace referencia Gastón. Y aunque la posibilidad de darse apoyo y solidari-
dad mutua no se reduce a estar en una reunión, asistir a un grupo significa
formar parte de un circuito de afiliación en el cual es posible contar con
otras personas en momentos dífíciles, obtener información, contención y
cierta seguridad para enfrentar la incertidumbre y la adversidad. La di-
mensión más significativa de las reuniones de grupos consiste precisamente
en poder comprender y contener al otro. Y para eso son condiciones bá-
sicas la presencia, la cercanía y la capacidad de mostrar una perspectiva
positiva o al menos demostrar apoyo 22. Y en cierta medida esto se com-
prende mejor atendiendo a cómo se refieren las personas a la importancia
de los grupos de apoyo en frases como “yo necesito el grupo”, “me gus-
ta estar con gente que le pasa los mismo. . .”. Así lo planteaba Graciela
en una conversación sobre el fallecimiento de su hijo de 12 años algunos
meses antes, a causa de complicaciones de su salud relacionadas con el
sida. Ella contemplaba dentro de sus expectativas que los compañeros la
acompañaran en ese momento crucial y, al comunicarme esto, expresaba
también una “teoría nativa” sobre la génesis de un grupo de pares y su
función:

“. . .para esto sirve [el grupo],ellos [los compañeros] saben que vos
estás y cada uno sabe que puede contar con los demás, entonces para
mí sirve el grupo, está bueno; un grupo se hace porque hay mucha
gente que necesita de otro, por eso se forma un grupo y el
grupo es imprescindible en esto porque son pares, son gente
que pueden entenderte, que uno puede tener más problemas que
como un lugar en el cual es posible charlar con los “pares” y ser escuchado, y representan un
momento muy significativo por brindar contención emocional a quienes reciben un diagnóstico
positivo o presentan un estado de salud comprometido, o quienes sufren por la muerte de un
ser querido, etc.
22 En muchas de esas reuniones observé la llegada de pacientes que acababan de recibir un
diagnóstico vih positivo, ocasiones en que las personas con más antigüedad en los grupos mues-
tran capacidad de transmitir consuelo, contener, abrazar a aquellos que se quiebran en llanto o
requieren apoyo. Mostrando incluso un uso del cuerpo recurrente, ya fijado en algunos gestos
(abrazar o tomar de la mano al otro) y palabras o frases para dar contención emocional.
160 Antropología de tramas políticas colectivas

otro, menos que otro, pero en definitiva el punto es el mismo para


todos; entonces para mí el grupo siempre fue fundamenta;, para mí el
grupo es, es contención. . .” [Comunicación personal].

Resta decir que la identificación común y el sentido de pertenencia que


pueden derivar de vivir con el vih y del apoyo mutuo no borran las diferen-
cias ancladas en distintas trayectorias y experiencias de vida disímiles 23.
Tampoco eliminan las distinciones originadas a partir de una distribución
desigual de los saberes y la construcción de una posición diferencial en
la asociación, como vimos antes. Hay que destacar que el rol de los más
experimentados en el espacio grupal adquiere un significado especial que
consiste en poder transmitir sobre todo saberes y afecto desde un lugar
autorizado y legítimo. El atributo central es aquí detentar un saber prác-
tico cuya característica más significativa es ofrecer al otro explicaciones,
posibles soluciones y respuestas a sus inquietudes: informar o aconsejar, no
sólo contener. Por ello los talleres –actividades normalmente desarrolladas
para incorporar a personas que llegan a la Red– son también un espacio
en el cual quienes tienen más larga trayectoria (más años de diagnóstico
y un saber experiencial acumulado sobre cómo vivir con el vih) actúan
como sostén frente a los temores y las angustias de los demás. Es impor-
tante mencionar que en ese tipo de instancia a veces se destaca también
una función pedagógica de algunos, que son generalmente las personas
a quienes todos se refieren como “referentes” y “líderes”. A lo largo de
mi investigación he presenciado talleres de “conocimientos básicos sobre
vih-sida”, en los cuales señalan la importancia de cumplir con los análisis
periódicos del estado de salud, realizar las consultas al médico, sostener su
“adherencia” (el cumplimiento del tratamiento) y otros cuidados cotidia-
nos, mientras los demás escuchan y tal vez formulan preguntas. Por ello,
estos son espacios para “compartir” –como suelen decir las personas– pero
también para aconsejar y enseñar, o bien para ejercer la crítica fundada
en un saber autorizado, según el caso, y expresan al mismo tiempo una
fuente de solidaridad y apoyo y la posibilidad –fundada en el saber de

23 En un trabajo reciente (Gregoric, 2009), he analizado experiencias de mujeres que viven con
el vih a partir de la reconstrucción de sus trayectorias de vida y narrativas, mostrando que
sus relatos aluden a un antes y un después del vih y de su inserción en espacios y acciones
colectivas, y señalan modificaciones en lo que refiere a sus modos de vida luego de vincularse
entre sí. Consideré tales modificaciones como producto de la acumulación de experiencias y
reflexiones conjuntas, como vector para cambios personales, redefinición de prácticas cotidianas
y, en ocasiones, para el cuestionamiento específico de las relaciones y estereotipos de género que
las atraviesan.
Gregoric: “Activar”, “gestionar”, “ayudar”. . . 161

algunos– de fijar o reforzar ciertas distinciones ya existentes 24. Tal parece


ser la relevancia del espacio de las reuniones grupales que muchas veces
algunas personas lamentan el hecho de que progresivamente ese espacio
se debilita frente al crecimiento que en los últimos años tuvieron otras
formas asociativas y acciones colectivas, como el trabajo en los proyectos,
la generación de emprendimientos para obtener ingresos alternativos, el
activismo político, los viajes que realizan algunos activistas y la organiza-
ción de eventos de otras características que convocan a personas viviendo
con vih.

Expectativa, obligación mutua y valoraciones


divergentes, o sobre la disparidad de “los pares”
Las categorías de “líder” y “referente” definen posiciones y relaciones fun-
dadas y a la vez sostenidas en prácticas de mediación y representación:
“conseguir” (alimentos, medicamentos, financiamiento, etc.) se traduce
muchas veces en legitimidad y reconocimiento para ellos, y en un be-
neficio para la organización, en el sentido de que se accede al control y
redistribución de recursos y se refuerzan espacios de vinculación con otros
actores, lo que suele ser interpretado –en caso de tener éxito– como una
vía hacia la “incidencia política”. Asimismo la participción de un dirigen-
te/“líder” en un encuentro internacional sobre vih-sida podría permitir
la construcción de un vínculo con agencias financiadoras y, en el mejor de
los casos, conseguir fondos para ejecutar actividades que incluirían tam-
bién a otras personas como “promotores”. En este mismo sentido, si los
líderes convocan a una manifestación en reclamo de oportunidades de tra-
bajo en proyectos para “promotores comunitarios”, se espera el apoyo de
los compañeros en tanto que, en caso de tener éxito con el reclamo, estos
se beneficiarían con un trabajo. En el universo de relaciones entre estas
personas las exigencias son recíprocas, sin dejar de ser diferenciales sus
posiciones y responsabildades e incluso sus principios de acción. Lo que
me interesa señalar es que el reconocimiento del estatus de un dirigente

24 A grandes rasgos, este conjunto de características representa lo que algunos autores han
denominado “expertización” (Pecheny, Manzelli y Jones, 2002: 33-34) para aludir al capital del
paciente que sufre un padecimiento crónico y progresivamente acumula información y expe-
riencias sobre la enfermedad, el tratamiento, los cuidados cotidianos, que lo habilitan a mayor
autonomía respecto del saber biomédico, llegando a instaurar una inflexión en el modo tradi-
cional de considerar y vivir la relación entre médico y paciente.
162 Antropología de tramas políticas colectivas

generalmente lleva aparejado la proyección de una expectativa hacia esa


persona de parte de los otros y la expectativa puede a su vez estar asocia-
da a la generación de una deuda (Sigaud, 1996). Retomando la escena de
movilización que antes presenté, en días posteriores a la “marcha” hacia
la Casa de Gobierno de la provincia, dialogué con un hombre que cues-
tionaba haber sido convocado a aquella acción que acabó en la represión
policial. Criticaba que la Red no hubiera conseguido ningún beneficio a
partir de esa acción: “Nosotros no estamos para que nos caguen a palos;
yo nunca recibí nada de ellos [se refiere a quienes convocaron la moviliza-
ción] y acompañé porque había una posibilidad de trabajo de por medio
(. . .); ahora me dijeron que los proyectos no salen” [R., 39 años, 3 años
de diagnóstico. Desocupado, se incorporó a los grupos de la Red en 2007].
Este planteo es posible en una lógica de obligaciones recíprocas en la cual
el incumplimiento de compromisos y la no satisfacción de las expectativas
pueden ser motivos de crítica hacia los dirigentes o “líderes”, “ellos” en el
testimonio. Es así que ese papel diferencial también lleva implicada una
responsabildad especial, y esto puede volverse en su contra si, desde la
perspectiva de los demás, está en deuda. El comentario citado también
indica que, desde cierta óptica, la participación es evaluada en términos
de relaciones de intercambio y de las posibilidades de acceder a recursos
en beneficio propio (obtener los proyectos = un trabajo). Desde la óptica
(y en el discurso) de algunos dirigentes, contrariamente, la participación
debe ser –idealmente– la expresión del compromiso desinteresado de los
compañeros con la organización, y no del deseo de obtener beneficios,
planteando que el activismo busca lograr “cambios de fondo” que benefi-
cien a “todas las personas con el vih”, antes que el beneficio individual.
En ese orden de ideas queda claro que no sólo quienes ejercen una función
de dirección tienen responsabilidades que cumplir, y así, ciertos impera-
tivos son proyectados sobre los demás en normas más o menos flexibles:
cuando un “promotor” no cumple con sus actividades en hospitales, fal-
tando a las normas pautadas de horario, ausentándose o generando algún
tipo de conflicto con el personal de las instituciones públicas, puede poner
en riesgo su trabajo; es decir, puede quedar fuera de un proyecto o bien
recibir llamados de atención de parte de quien lo coordina. En otro tipo
de situaciones, el rol de los líderes implica criticar públicamente a las per-
sonas que acostumbran usar drogas o que suelen consumir alcohol y que,
desde su punto de vista, “no dan el ejemplo” con su conducta 25. Como
quiera que sea, todas estas maneras de emplear la crítica ligada a una
Gregoric: “Activar”, “gestionar”, “ayudar”. . . 163

posible sanción expresan la generación de compromisos entre unos y otros


sobre la base de un conjunto de reglas que obligan y movilizan. Reglas de
conducta que, de acuerdo a Goffman, “hacen impacto sobre el individuo
en dos formas generales: directa; como obligaciones que establecen cómo
está moralmente obligado a conducirse, e indirecta; como expectativas
que establecen cómo otros están moralmente obligados a actuar en rela-
ción con él” (1970: 50) . Esas reglas flexibles y las obligaciones recíprocas
que de ellas derivan no se establecen en términos de relaciones simétrcias,
sino que más bien la posibilidad de ejercer legítimamente la crítica, aplicar
sanciones o cuestionar prácticas personales va aparejada a una posición
de autoridad reconocida, como la que detentan normalmente “referentes”
o “líderes”. Sin embargo, esa autoridad y su reconocimiento deben ser
mantenidos constantemente por medio del reforzamiento de vínculos con
“las bases”, que no se agotan en la capacidad para ejercer una mediación
y redistribuir y recibir dones, y es por ello que en el apartado anterior
he indicado con énfasis el sentido de la contención emocional y el apoyo
mutuo para estas personas, y el papel destacado de algunas al respecto,
que precisamente parece otorgarles reconocimiento.
Quiero señalar que la interpretación que avanzo aquí sobre las posibili-
dades del mantenimiento de dicho reconocimiento difiere de explicaciones
como la propuesta por Bourdieu 26 acerca de cómo se legitima en últi-
ma instancia la delegación de autoridad entre líderes y seguidores (fieles
y representantes, gobernantes y gobernados, etc., en su ejemplificación).
Según este autor el elemento decisivo allí es una “colaboración” o “com-
plicidad” de aquellos que otorgan el reconocimiento y delegan autoridad;
una complicidad producida por unos mecanismos sociales y “fundada a
su vez en el desconocimiento, que constituye el principio de toda autori-
dad” 27. Considero que aquí el reconocimiento y la legitimidad consisten
en algo más dinámico y relativo que el resultado de una creencia colec-

25 Podríamos decir, siguiendo a Goffman, que en ese caso cuidan la cara de los otros, a la
vez que la propia; ya que, desde la moral del militante que pretendo delinear, el consumo de
drogas y alcohol no son hábitos permitidos en la organización por obstaculizar las prácticas
esperadas y por ende el “compromiso”. En esa línea, problemas derivados del uso de drogas o
conflictos generados por acusaciones de robo de cajas de leche en polvo en un centro de salud
y discusiones con profesionales médicos afectan a una persona individualmente pero sobre todo
pueden afectar indirectamente a la organización o a sus representantes, es decir, a los referentes
y líderes: “las caras” notables de la Red.
26 Bourdieu, P. 1996. A economia das trocas lingüísticas. O que falar quer dizer. sp, Brasil,
Ed. da Universidade de S. Paulo
27 “fundada por sua vez no desconhecimento, que constitui o princípio de toda e qualquer
autoridade” (Op. cit.: 91).
164 Antropología de tramas políticas colectivas

tiva en virtudes o de la ignorancia de unos mecanismos sociales. Aun


cuando depende siempre de ciertas condiciones necesarias, una relación
de autoridad no es una forma fija cuya legitimidad pueda explicarse por
la falta de conocimiento de una de las partes, de un “rasgo esencial” de
ese vínculo, sino que parece ser más bien una dinámica puesta a prueba
permanentemente en diferentes situaciones, al menos en el contexto que
presenté sintéticamente. Aquí la satisfacción de las expectativas de los
otros aparece como requisito para que un persona pueda mantener su pa-
pel destacado; para ser reconocida. En este universo de vínculos de la Red
de personas viviendo con el vih, la capacidad de los líderes y referentes
para “activar”, “conseguir” y “gestionar” se expresa como atributo y obli-
gación, y parecería exigir complementariedad con una afinidad especial
entre ellos y el resto de “los pares”: la capacidad de contención, la cual a
su vez requiere como condición indispensable la cercanía entre las perso-
nas, que funda una identificación mutua (y como indiqué, en una aparene
contradicción, al mismo tiempo genera cierta diferenciación). De acuerdo
a un señalamiento de Goffman que considero apropiado,“un sentimiento
de respeto que desempeña un papel de importancia en la deferencia es
el del afecto y el sentimiento de pertenencia. . .” (1970: 58). Y esto indi-
ca que las reuniones grupales son también un espacio privilegiado para
el “trabajo de la cara”, en tanto que la expectativa de que el compañe-
ro o compañera demuestre la capacidad y la voluntad de dar contención
emocional también obliga a actuar y sobre todo a “estar”. Así, algunas
prácticas de activismo pueden ser objeto de cuestionamientos, como por
ejemplo la crítica que una persona me comentaba al decir que “. . .viajando
a otro país no solucionamos los problemas a los compañeros. . .”, refirién-
dose a los viajes 28 que realizaban dirigentes de la Red a la Conferencia
Internacional de sida, celebrada en México en 2008.

28 Aunque no hay espacio para desarrollar esto aquí, cabe señalar que los viajes a lugares
distantes y a eventos desconocidos son objeto de apreciación y de prestigio para muchas de
las personas que participan en esta y otras asociaciones, y son también uno de los símbolos
definitorios de lo que se podría denominar la producción de activistas. Los viajes representan
no sólo la posibilidad de conocer otros lugares, sino también a otras personas e iniciativas de or-
ganizaciones de diferentes partes del mundo, y así permiten asimilar diversas experiencias. Las
posibilidades objetivas de acceder a estas instancias están sujetas a unos criterios no siempre
explícitos, regulados principalmente por los dirigentes de la asociación, quienes no las deter-
minan de modo absoluto pero en gran medida las prefiguran, concediendo este beneficio en
función del mérito y el compromiso demostrados por quienes aspiran a realizar algún viaje y
de acuerdo a la necesidad variable de enviar más o menos representantes de la Red a distintos
eventos.
Gregoric: “Activar”, “gestionar”, “ayudar”. . . 165

Con este rodeo quiero dejar en claro que el papel del activista internacio-
nal y su acceso a ámbitos de interacción considerados “políticos” pueden
ser para algunos una gran aspiración, mientras que para otros parecen
ser menos relevantes que la acción de acompañar de cerca a quien parece
necesitarlo (la visita a alguien internado en el hospital o a quien enfermó
en su casa, la resolución de problemas específicos desde los ámbitos ins-
titucionales, o incluso dar las condolencias a otro ante su pérdida de un
ser querido). Así, el movimiento de distanciamiento/acercamiento entre
“bases” y “líderes” y las posibles discusiones que suscita expresan formas
diferentes de valorar el activismo político y el trabajo de acompañamien-
to, la contención o el apoyo mutuo y la urgencia de las necesidades de los
compañeros. La definición de “las necesidades” de las personas está, de
hecho, sujeta a disputa y podríamos decir anclada en valoraciones morales
divergentes 29.

A modo de cierre
La reconstrucción de datos etnográficos que desplegué apuntó a mostrar la
forma en que las personas cuya cotidianidad gravita en torno a “la Red”
tejen vínculos e interacciones día a día en distintos ámbitos proyectan-
do expectativas y obligaciones mutuas y poniendo en escena perspectivas
y valoraciones diversas sobre sus prácticas, necesidades y objetivos. Al
seguir esa trama de interacciones y prácticas se ponen de manifiesto con-
diciones de padecimiento o malestar que motivan el acercamiento mutuo y
la inclusión en la asociación en busca de respuestas e información, la posi-
ble creación de vínculos afectivos y/o la obtención de recursos de diferente
índole. Algunas personas construyen un papel diferencial sobre la base de
vínculos con sus compañeros y con otros fuera del conjunto de “los pa-
res”, a partir de prácticas específicas: interviniendo en instancias relevan-
tes desde el punto de vista del activismo –en torno a “la parte política”–,
realizando viajes al exterior en representación de los otros, convocando
a movililizaciones, o bien actuando como mediadores en las instituciones

29 Tomo la noción que María Pita (2005: 229-232) utiliza para analizar el modo en que valora-
ciones morales o moralidades divergentes fundan diferentes posicionamientos políticos frente al
Estado entre grupos de familiares de víctimas de la violencia policial en Argentina. La diferencia
es que aquí me refiero a cómo las personas toman posición de modo divergente acerca de los
principios de acción, los objetivos y el tipo de relaciones consideradas esperables, legítimas o
ideales en la asociación que conforman.
166 Antropología de tramas políticas colectivas

de salud locales y otras dependencias estatales en la gestión de recursos


y canalizando demandas según las necesidades de sus compañeros. Sin
negar que esa “ayuda” hacia los demás supone valores (solidaridad, jus-
ticia social, equidad, derechos humanos) cuyo correlato son prácticas que
algunas personas efectivamente ejercitan y defienden como “la causa del
vih-sida”, de todos modos las relaciones y las prácticas entre las personas
están configuradas por obligaciones recíprocas, además de expresar nece-
sidades, motivaciones, convicciones e intereses personales. En este sentido,
avancé en la indagación de los valores que sostienen las prácticas de ayu-
da y los imperativos de compromiso como expresión de un cierto tipo de
obligaciones morales (Sigaud, 1996) que pueden estar sujetas a interpre-
taciones variadas. Indiqué que en dicha trama de relaciones la posición
diferencial de un dirigente supone una práctica específica y atributos que
lo legitimen como tal ante quienes pretende representar, pero es necesario
mencionar que también puede implicar la construcción de prestigio y una
carrera de crecimiento personal que podrían ser entendidos en términos
de un “engrandecimiento social” (Rosa, 2008: 302).
La posición orientada a la dirigencia y el margen de iniciativa sobre
los demás –podríamos decir el poder– de aquellos que pueden ejercer una
función directriz se muestran relativos al tipo de relaciones y prácticas
que desempeñan para con los otros y a las decisiones que toman en un
entrelazamiento de personas. En este orden de ideas recupero un planteo
de N. Elías:

“. . .sea mayor o menor el margen de decisión de la persona, sea como


sea que esta decida, al hacerlo se está vinculando con unos y alejando
o digamos ‘enemistando’ con otros. La persona está sujeta al reparto
de poder y a la estructura de dependencias y tensiones internas de su
grupo. Los posibles caminos entre los que decide están ya trazados por
la estructura del radio de acción y los entrelazamientos de la persona.
Y, según cuál sea la decisión que tome el individuo, el propio peso
de estos entrelazamientos actuará a favor o en contra de él. . .” (2000:
72-73).

Extendiendo el concepto de N. Elías y considerando el análisis presenta-


do, parecería que las formas asociativas implican necesariamente relacio-
nes de dependencia recíproca, relaciones de fuerza y tensiones, e incluso un
aparente “desorden” 30, todo simultáneamente. Y en ese sentido la mirada
Gregoric: “Activar”, “gestionar”, “ayudar”. . . 167

etnográfica revela que un grupo o una asociación (en este caso personas
que se vinculan a partir de vivir con un padecimiento en común) producen
distinciones no sólo del tipo “líderes/bases”, sino que más bien expresan
un universo heterogéneo y complejo de experiencias, motivaciones, com-
petencias y valoraciones que pueden ser dispares 31.
Por otra parte, los desarrollos que presenté acerca de las motivaciones
para la participación en la acción colectiva indican que no es posible pen-
sar el involucramiento de las personas en grupos y organizaciones desde
una perspectiva instrumentalista o exclusivamente centrada en el peso de
los recursos materiales. Y esto parecería ser así aun cuando los propios
líderes hacen afirmaciones valorativas como “algunos [compañeros] vienen
a llevarse una caja [de alimentos] y no toman conciencia”, u otras per-
sonas reclaman diciendo: “yo acompañé [la protesta] porque había una
posibilidad de trabajo de por medio”. He querido resaltar que así como
la obtención y circulación de determinados bienes modela relaciones y en
parte define los modos de involucrarse colectivamente en una iniciativa,
de igual modo las emociones, la expresión de sentimientos y el afecto 32
emergen como una dimensión central (y también obligatoria) de las inter-
acciones expresando y modelando deseos, expectativas y valores.
Mis reflexiones también partieron de una preocupación implícita por el
modo en que consideramos a los grupos sociales como unidades de nues-
tros análisis y las implicancias conceptuales que ello puede acarrear. Definí
el papel destacado de algunas personas a partir de todo el conjunto de
vínculos que las liga en un entrelazamiento con otros significativos, como
los funcionarios, los representantes de agencias externas, los miembros de
otras organizaciones, los trabajadores municipales, los médicos, contem-
plando los espacios en que despliegan prácticas y los efectos que estas
pueden tener sobre las diferentes expectativas que las personas crean co-
30 Me interesa recordar lo que había advertido F. Barth al respecto: “. . .we know that not only
interests but also values and realities are contested between persons in stable social interaction
with each other (. . .) I see a need to recognize that what we have called societies are disordered
systems, further characterized by an absence of closure. . .” (1992: 20-21).
31 La tensión líderes/bases que atraviesa este proceso y las acciones cotidianas de estas personas
adquiere aquí unos rasgos específicos, ya que la marcación de diferencias y distinciones junto a
la explicitación de valoraciones diversas sobre cuáles deberían ser las acciones privilegiadas por
la Red parecerían trastocar una matriz ideal de semejanza, horizontalidad y solidaridad mutua
expresada y reproducida por medio de la identificación de las personas como “pares”. No he
profundizado más esta cuestión por razones de espacio.
32 Sea como sensibilidad ante la percepción de la falta de apoyo y como voluntad de “estar con
alguien que le pasa lo mismo” y de “ayudar” a otro, sea como decepción asociada a una expec-
tativa frustrada, o cómo desesperación ante la incertidumbre, la precariedad y el padecimiento
propio y de otro.
168 Antropología de tramas políticas colectivas

tidianamente. Es decir, atendiendo a cómo las relaciones y prácticas y sus


implicancias son vividas e interpretadas por los demás, a quienes afectan
directa o indirectamente, poniendo de manifiesto y redefiniendo o refor-
zando diferentes valoraciones sobre lo que son o deberían ser “la Red”,
“los grupos de pares”, “el activismo” o “la ayuda” según cada persona. 33
Finalmente desplegué mis datos desde la idea de que ninguna organiza-
ción, asociación o colectivo puede ser considerado a priori como un sistema
cerrado que espontáneamente tiende a la horizontalidad y la autonomía,
en antagonismo con las instituciones estatales o “al margen del Estado”.
En esa línea me parece imprescindible des-esencializar y evitar cosificar
las relaciones sociales y los procesos cambiantes de que intentamos dar
cuenta por medio de conceptos como “sociedad civil”, “movimiento so-
cial”, “organización” o “Estado”, que muchas veces pretenden traducir
la existencia de entidades coherentes, unificadas y delimitadas, escindién-
dolas de los grupos y las personas reales. Por eso señalé que diversos
aspectos de la construcción de prácticas y relaciones entre las personas
en la asociación bajo estudio son modelados por la circulación de recur-
sos de programas y dependencias de gobierno y por el establecimiento
de negociaciones, disputas y otros vínculos políticos con representantes
de agencias estatales y trabajadores de instituciones públicas. Todos ele-
mentos que tienden a desdibujar fronteras y oposiciones rígidas entre “el
Estado” y “la sociedad civil” o “el movimiento social”.

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33 Un aporte significativo para pensar este punto ha sido el análisis de Comerford (2002) sobre
las relaciones entre dirigentes y trabajadores “de base” en organizaciones campesinas en Brasil,
y las tensiones entre la construcción de pertenencia y las simultáneas disputas por prestigio.
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Formas y sentidos de la actividad
gremial de un grupo de trabajadores
telefónicos de la Ciudad de Buenos Aires

Sandra Wolanski

Introducción
Hasta 1990, el servicio telefónico en Argentina era provisto por entel,
la Empresa Nacional de Telecomunicaciones, que había sido creada en
1948. En septiembre de 1989, en el marco de las políticas de “reforma del
Estado” y de privatización de las empresas públicas que el gobierno recien-
temente electo intentaba impulsar, se establecieron –por decreto del Poder
Ejecutivo Nacional– los pliegos para llevar a cabo la privatización de esta
empresa. Luego de seis meses de intervención estatal de la dirección de
la empresa y de masivas huelgas contra la privatización por parte de los
trabajadores del Sindicato Buenos Aires, esta se concretó en noviembre de
1990. El Servicio Básico Telefónico fue entonces dividido entre dos gran-
des consorcios licenciatarios, Telefónica de Argentina y Telecom S.A. (ver
Abeles, Forcinito y Schorr, 2001; Montes Cató, 2006), y los trabajadores
que se desempeñaban en la empresa estatal fueron arbitrariamente de-
signados a uno de ellos. La privatización supuso profundas consecuencias
para los trabajadores telefónicos, entre ellas, la escisión entre el Sindicato
Buenos Aires (foetra Buenos Aires 1) y la Federación nacional (ex foe-
tra, hoy foeesitra 2), cuya conducción apoyó activamente la política
privatizadora.
Además, tanto Telefónica como Telecom implementaron, apenas priva-
tizadas, una activa política de reestructuración organizativa que supuso
no sólo masivos ofrecimientos de retiros voluntarios y jubilaciones anti-

1 Federación de Obreros y Empleados Telefónicos de la República Argentina, Sindicato Buenos


Aires.
2 Federación de Obreros, Especialistas y Empleados de los Servicios e Industrias de las Teleco-
municaciones de la República Argentina.

171
172 Antropología de tramas políticas colectivas

cipadas, sino también el ingreso de nuevas categorías de trabajadores,


posibilitadas por mecanismos recientemente incorporados a la legislación
laboral. La Reforma Laboral, como se denominó a esta serie de modifica-
ciones, constó de una primera etapa representada por la Ley de Empleo
24.013, de 1991, que implementó “modalidades de contratación promovi-
das” por las que el empleador se beneficiaba de la eximición en el pago de
las cargas sociales patronales (aportes jubilatorios, asignaciones familia-
res, indemnizaciones). En este marco de reforma de las condiciones de la
actividad laboral se sancionó el Decreto Nacional 340/92, que creó el régi-
men de pasantías educativas, a través del cual estudiantes de universidades
públicas y privadas, así como de algunos institutos terciarios, comenzaron
a desempeñarse en los sectores de atención telefónica al cliente de Tele-
fónica. A través de esta figura, los pasantes realizaban las mismas tareas
que los trabajadores efectivos, en condiciones salariales y contractuales
fuertemente desfavorables.
A partir de 1999, algunos trabajadores de dos sectores de atención
telefónica al cliente de Telefónica de Argentina S.A. –en ese entonces
pasantes–, junto a delegados de esos sectores y algunas tendencias dentro
del sindicato de Buenos Aires, emprendieron una serie de discusiones y
acciones en cuestionamiento del sistema de pasantías implementado por
las empresas de telecomunicaciones. Iniciaron así un prolongado proceso
organizativo, que incluyó, en diciembre de 2001, la ocupación del edificio
en que se encontraba uno de esos sectores, llevada adelante por los pasan-
tes; además de muchas otras acciones de difusión y movilización en torno
a la denuncia de las pasantías como forma de “fraude laboral”.
Este proceso implicó un intenso esfuerzo de movilización por parte de
los trabajadores y trabajadoras de los sectores, y tuvo una importan-
te repercusión, como ejemplo de organización de trabajadores precarios,
especialmente entre los estudiantes universitarios, ya que el 80% de los
pasantes cursaban carreras de la Universidad de Buenos Aires. Coincidió,
además, con las intensas jornadas de movilización de “diciembre de 2001” 3

3 El 19 y 20 de diciembre de 2001, intensas jornadas de movilización en la Ciudad de Buenos


Aires y en las principales ciudades del país culminaron con la renuncia del entonces presidente
Fernando de la Rúa. En efecto, el día 19, se multiplicaron los saqueos y, durante la noche,
los “cacerolazos” y movilizaciones, que confluyeron frente al Congreso Nacional. La reacción
policial dejó un saldo de seis muertos y un centenar de heridos. Por la noche, presentó la
renuncia a su cargo el cuestionado ministro de Economía Domingo Cavallo. El Presidente dictó
el estado de sitio en todo el territorio nacional durante 30 días. Frente a esto, al día siguiente, una
concentración en Plaza de Mayo, que reclamaba su renuncia, fue duramente reprimida. El saldo
de esta jornada fue de 25 muertos, además de numerosos heridos y detenciones. Finalmente,
Wolanski: Formas y sentidos de la actividad gremial. . . 173

y la difusión de distintos procesos asociativos, como los movimientos de


trabajadores desocupados, las asambleas barriales y la recuperación de
fábricas y empresas.
Fue esta repercusión la que me llevó, a mediados de 2007, a emprender
una investigación de tipo etnográfico con los trabajadores de estos secto-
res. Para ese momento, ellos habían vivido numerosos cambios: no sólo
habían conquistado la efectivización, sino que ahora, como trabajadores
afectados al Convenio Colectivo de Trabajo de los telefónicos, se hallaban
afiliados al sindicato, votaban delegados, participaban de movilizaciones,
ocupaciones de edificios y asambleas organizadas por el gremio, y muchos
de ellos tomaban parte de otras instancias (reuniones, plenarios, asam-
bleas, comisiones) de distintas agrupaciones sindicales.
El objetivo de este artículo consiste en describir y analizar las moda-
lidades a través de las cuales los trabajadores y las trabajadoras toman
parte en la organización en su lugar de trabajo y los sentidos que les
otorgan. Sostengo que es preciso estudiar las particulares relaciones so-
ciales, prácticas cotidianas y sentidos construidos que median entre esas
transformaciones en las políticas laborales y los procesos de movilización
y discusión que se llevan adelante en los espacios de trabajo. Esta inda-
gación permitirá discutir algunos énfasis predominantes en la literatura
sobre los trabajadores telefónicos, así como sugerir una serie de implican-
cias conceptuales para el abordaje de procesos de movilización social.
Los resultados que aquí se presentan corresponden a una investigación
desarrollada en dos sectores de atención telefónica al cliente de Telefónica
de Argentina S.A., que denominaré Verde y Azul. En cada uno se realizan
tareas diferenciadas, centradas en la provisión de información y en distin-
tas formas de intervención y mediación en la comunicación de los usuarios.
Cada uno de ellos se hallaba en una sala de atención propia, en dos distin-
tos edificios de la empresa, hasta el año 2008, en que fueron reunidos en
un mismo espacio de trabajo. A pesar de la distancia espacial, los sectores
compartían una jefatura común, y existía una considerable movilidad de
trabajadores entre ellos. Asimismo, llevaron adelante la organización co-
mo pasantes en conjunto, lo que justifica considerarlos simultáneamente,
aunque dando cuenta de ciertas características distintivas.

De la Rúa presentó su renuncia y abandonó la casa de gobierno. Recién el 2 de enero, luego de


una sucesión de presidentes interinos, Eduardo Duhalde fue designado por el Congreso como
Presidente. Una cronología de los hechos de diciembre de 2001 puede encontrarse en Casas,
2004.
174 Antropología de tramas políticas colectivas

Una mirada sobre las prácticas de los trabajadores/as:


(re)definición del marco de análisis
Las empresas de telecomunicaciones y los trabajadores telefónicos han
sido objeto de distintas investigaciones. La privatización de la empresa
estatal (entel) y los procesos a los que este hecho dio origen fueron sus
principales preocupaciones, en el marco de las cuales algunas de aquellas
investigaciones analizaron su impacto sobre los trabajadores y las prácti-
cas de resistencia que estos opusieron. Entre estas, algunas enfocaron en
el proceso de organización de los pasantes, describiendo su organización
como un ejemplo de respuesta o resistencia a las estrategias de “precariza-
ción” implementadas por las empresas en la década pasada (Garró, 2004;
Soul y Martínez, 2009). Aun si reconocemos la centralidad de las políti-
cas estatales y empresariales en la fragilización de las condiciones de vida
de los trabajadores/as, estas investigaciones naturalizaron la vinculación
entre “precariedad” y movilización, sin explicar las tramas de relaciones
por las que esta vinculación se construyó, ni las múltiples interpretaciones
que sobre ella coexistieron.
Otras líneas de investigación centraron su atención en la acción colecti-
va protagonizada por los pasantes, buscando identificar las condiciones de
su surgimiento (Montes Cató, 2006). La posibilidad de la movilización de
los pasantes se constituía desde esta visión en un hecho a explicar, pues-
to que había sido llevada a cabo por uno de los grupos de trabajadores
con mayor vulnerabilidad en términos contractuales y que, según inves-
tigaciones anteriores, era “incapaz” de producir acciones de “resistencia”
más allá de actos “altamente individualistas y autónomos” (Montes Cató,
2006: 288).
El énfasis de estas investigaciones en las formas de acción colectiva y las
acciones de organización y demanda de los pasantes opacó su inserción
en la vida diaria de los trabajadores y trabajadoras, sin desarrollar las
múltiples acciones y discusiones que conformaron el proceso de organiza-
ción en los espacios de trabajo y los sentidos que este adquirió para los
trabajadores. Asimismo, quedaron fuera de foco las distintas maneras en
que las personas tomaron parte del proceso, los roles que algunos trabaja-
dores/as asumieron a lo largo de él, las experiencias, sentidos y filiaciones
políticas con las que vinculaban su compromiso.
Esta mirada centrada en los eventos de movilización se combinó con
una lectura de la organización de los pasantes en clave identitaria. Por un
Wolanski: Formas y sentidos de la actividad gremial. . . 175

lado, la construcción de una “identidad” como pasantes o trabajadores


se consideró como momento necesario y a la vez como consecuencia del
proceso de organización que llevó a la acción colectiva (Montes Cató,
2006). Por el otro, la organización de los pasantes se presentaba como
“resurgimiento” de una “identidad” de los trabajadores telefónicos que
las empresas telefónicas habían procurado “destruir” (Pierbattisti, 2008).
Estas interpretaciones se enmarcaron en una serie de lecturas que desa-
rrollaron el “impacto” de las distintas políticas estatales y empresaria-
les sobre los trabajadores telefónicos en términos de modificaciones en
su “identidad” (Aruguete y Duarte, 2006; Pierbattisti, 2008). Estas mo-
dificaciones fueron, en primer lugar, vinculadas con cambios en las re-
laciones laborales, el empleo y los procesos de trabajo que afectaron a
los trabajadores a partir de la década de 1990. En segundo lugar, con
políticas empresariales que buscaron específicamente construir estigmas
–identidades negativas– sobre los trabajadores que provenían de la empre-
sa estatal, “dislocando” las “identidades” de los trabajadores telefónicos.
Serían, precisamente, estas “identidades” las que, a pesar de los esfuerzos
empresariales, habrían “resurgido” en la organización de los pasantes.
En las investigaciones reseñadas se entremezclan distintas concepciones
de la “identidad” que, desde nuestro punto de vista, tienden a reificar
sentidos, discusiones y formas en que los trabajadores lograron atravesar,
discutir y actuar frente a políticas estatales y empresarias. En efecto, los
problemas de la categoría de “identidad” han sido desarrollados por Bru-
baker y Cooper (2001), quienes sostuvieron la imposibilidad de utilizarla
como categoría analítica en las investigaciones sociales, dada la ambigüe-
dad en sus usos: la “identidad” “tiende a significar demasiado (cuando se la
entiende en un sentido fuerte), demasiado poco (cuando se la entiende en
un sentido débil) o nada (por su total ambigüedad)” (Brubaker y Cooper,
2001: 30). Sin embargo, las investigaciones centradas en la “identidad” de
los pasantes o los telefónicos señalan un hecho importante: la existencia
de discursos de los trabajadores que identifican una instancia definida co-
mo colectiva, portadora de una “identidad”, que tiene consecuencias en
su vida diaria.
A diferencia de estas líneas de análisis, en este artículo abordaré las
prácticas cotidianas de un conjunto de trabajadores y trabajadoras, dan-
do cuenta de la heterogeneidad de roles, prácticas y sentidos a partir de
los cuales ellos toman parte de la organización en su lugar de trabajo.
Reconozco, al mismo tiempo, que, desde el punto de vista de los trabaja-
176 Antropología de tramas políticas colectivas

dores, la actividad gremial es vinculada a la existencia de una instancia


colectiva, portadora de una “identidad” específica. Me propongo, enton-
ces, indagar en esta coexistencia enfocando en la actividad gremial de
los trabajadores, en la cual se expresa esta tensión; respetando la unidad
–tensa y conflictiva– que se presenta en las prácticas y los relatos de los
trabajadores.
Recupero con este objetivo las propuestas de los investigadores del Pro-
grama “Procesos de reconfiguración estatal, resistencia social y construc-
ción de hegemonías” 4, quienes han sostenido la necesidad resituar los pro-
cesos de movilización social en el marco de “experiencias y modalidades
históricas de organización, los procesos de la vida cotidiana y los senti-
dos que los protagonistas otorgan a sus prácticas” (Grimberg, 2009). Con
este fin, han producido distintos estudios etnográficos que buscaron resti-
tuir las prácticas cotidianas de dominación y resistencia, la incidencia de
tradiciones sociales y trayectorias personales en los modos cotidianos de
organización social y las modalidades de relación e interacción, así como
los campos sociales y políticos más amplios en que estas se insertan.
Retomo así este abordaje de los procesos de movilización social, como
parte de una Antropología Política de la organización de los trabajadores
de dos sectores de atención telefónica al cliente de Telefónica de Argentina
S.A. Busco dar cuenta de la dimensión política no sólo de los momentos
de movilización y demanda de los trabajadores, sino de las múltiples ac-
ciones y discusiones y del conjunto de relaciones que se entablan en el
espacio laboral, que se constituye en nudo de relaciones y trayectorias que
vinculan a los trabajadores de manera cotidiana entre sí, con otros tra-
bajadores y con activistas, con representantes de la organización gremial,
la empresa y el Estado. Sostengo la necesidad de abordar el proceso de
organización de los trabajadores y trabajadoras a partir de registrar sus
prácticas cotidianas, los modos en que describen, interpretan y actúan con
relación a sus situaciones de vida, así como “las vinculaciones que ellos
efectúan entre aquello que viven individualmente y lo que se juega a nivel
colectivo” (Grimberg, 2009: 88).

4 Situado en la Sección de Antropología Social, Instituto de Ciencias Antropológicas, Facultad


de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.
Wolanski: Formas y sentidos de la actividad gremial. . . 177

Organización, efectivización y sindicalización:


de las pasantías a los retiros voluntarios
En los años posteriores a la privatización, Telefónica de Argentina llevó a
cabo una importante reorganización del trabajo. Algunos cambios tecno-
lógicos de importancia se aunaron a una fuerte política de renovación de
los planteles de trabajadores, mediante agresivas políticas de prejubilacio-
nes y retiros voluntarios, destinados en particular a aquellos trabajadores
que se habían desempeñado en la empresa estatal y sobre todo a quienes
tenían una trayectoria de activismo sindical.
El sociólogo D. Pierbattisti analizó este proceso, describiendo los modos
en que Telefónica construyó un estigma en torno de los trabajadores “vie-
jos”, ex-entel, y un reverso positivo: los nuevos trabajadores, los “jóve-
nes” (Pierbattisti, 2008). En los sectores de atención telefónica al cliente,
estos últimos fueron incorporados mediante contratos de pasantía: una
figura legal creada por el Decreto 340/92 cuyo objetivo, según su tex-
to, era la realización por parte de estudiantes universitarios de prácticas
acordes a sus estudios. La pasantía no constituía, de acuerdo al decreto,
una relación laboral entre el pasante y la empresa; sólo entre el primero
y su institución educativa. Careciendo por ende de derechos laborales, los
pasantes trabajaban codo a codo con efectivos de planta, pero en condi-
ciones de fuerte vulnerabilidad: con contratos de seis, tres o hasta un mes,
permitían a la empresa una importante flexibilidad en sus planteles, sin
costos de indemnización ni cargas sociales. Acelerados ritmos de trabajo y
una estricta disciplina en el espacio de trabajo caracterizaban la actividad
de los operadores pasantes. En las discusiones que dieron origen a la orga-
nización de los pasantes, los trabajadores hicieron hincapié en la ausencia
de relación entre la tarea realizada y la formación universitaria, así como
en la denuncia de la política empresarial de “reemplazo” de trabajadores
efectivos por pasantes.
Como mencioné más arriba, mi investigación se centró en las acciones
llevadas a cabo por los trabajadores de dos sectores de atención telefó-
nica al cliente. En diciembre de 2001, el sector Verde contaba con 120
operadores, mientras que el Azul se acercaba a los 180, repartidos entre
varones y mujeres en proporciones parejas. Sin embargo, mientras que en
el primero casi todos los trabajadores eran pasantes –que habían ingre-
sado a la empresa luego de 1997–, en el Azul convivían trabajadores de
distintas edades y cuyas experiencias diferían: desde quienes se habían
178 Antropología de tramas políticas colectivas

desempeñado en la empresa estatal y habían vivido la resistencia contra


la privatización, hasta pasantes cuya edad promedio era de veinte años
y que habían ingresado directamente a la empresa privatizada. A par-
tir de 1999 algunos pasantes de este último sector, junto a los delegados
de su edificio, comenzaron una serie de discusiones, en coordinación con
otros sectores de atención, en torno a la denuncia del sistema de pasan-
tías. En este proceso, editaron distintos boletines de difusión, coordinaron
reuniones con diferentes sectores del gremio, entablaron vínculos con otras
organizaciones sociales y emprendieron una serie de acciones de movili-
zación, como por ejemplo clases públicas en las puertas de los edificios.
Contaron con el apoyo de algunos sectores de foetra Buenos Aires, el
sindicato que nuclea a los trabajadores telefónicos del área metropolitana
y en cuya conducción, a partir de 1997, coexistían distintas tendencias
políticas. A lo largo de un proceso organizativo que se prolongó durante
años, los trabajadores definieron las pasantías como un “fraude laboral”,
construyendo como demanda la efectivización de los pasantes.
En el marco de esta organización –Pasantes Autoconvocados de Tele-
fónica y Telecom–, en diciembre de 2001, los pasantes del sector Verde
llevaron a cabo una acción de protesta que sería considerada un hito por
los trabajadores: la ocupación (toma) durante cinco días de su edificio.
Organizada y llevada a cabo junto con los pasantes del sector Azul, juntos
se constituyeron, luego de la toma, en “Asamblea de Pasantes” y conti-
nuaron el proceso de organización, extendiéndolo a otros sectores, hasta
acordar, a fines de 2002, que todos los pasantes de la empresa fueran pro-
gresivamente “convencionados” bajo el Convenio Colectivo de Trabajo de
los telefónicos.
El modo en que se procesó esta conquista implicó una redefinición de
su organización, la afiliación al sindicato y la acción de los trabajadores
en su seno, tomando parte activamente de las distintas movilizaciones
planteadas por aquel. A partir de 2003, los trabajadores abandonaron la
bandera “Asamblea de Pasantes” y adoptaron, en cambio, las banderas
que los identificaban en las movilizaciones como “Telefónicos”. Otros pro-
cesos cobraron importancia, además, a lo largo de los años: ambos sectores
sufrieron una reducción paulatina del personal, a partir de sucesivas po-
líticas empresarias de prejubilaciones y retiros voluntarios. Asimismo se
produjo una concentración de las trabajadoras en los turnos mañana y
tarde, y una masculinización del turno nocturno. En 2008, cuando ambos
sectores fueron concentrados en una única sala de atención, realizaban allí
Wolanski: Formas y sentidos de la actividad gremial. . . 179

sus tareas entre 80 y 100 trabajadores, cuyas edades oscilaban entre 25 y


50 años.

Las categorías de la actividad gremial en el espacio


de trabajo
Aunque todos los trabajadores que conocí se mostraron interesados en
colaborar y contarme “su historia”, fueron algunos en particular quienes
tomaron a su cargo mi presencia. La primera fue Lucía, una delegada del
sector Verde, quien me guió en las primeras movilizaciones, y comenzó a
contactarme con otros trabajadores y trabajadoras. Fue ella también quien
por primera vez me invitó a acceder al espacio de trabajo, convenciendo
con facilidad –gracias a su cargo de delegada– al personal de seguridad de
la empresa. Pronto conocí a Tomás, otro trabajador del sector, que relevó
a Lucía en su “tarea” de hacerse cargo de mí. Tomás no era delegado,
pero sin embargo tomaba responsabilidades específicas y tenía un lugar
particular entre los trabajadores: su vínculo conmigo era un ejemplo de
ello. Con el tiempo encontré la palabra que los trabajadores utilizaban
para nombrar a personas como él: los referentes.
Aunque no eran delegados ni referentes, otros trabajadores y trabajado-
ras dedicaban o habían dedicado largas horas y un intenso esfuerzo a las
actividades de discusión, difusión y movilización de la organización de su
sector, o de la organización gremial. Pedro –un importante referente del
sector Azul– recordaba las asambleas de los pasantes que “empezaban a la
una de la tarde, terminaban a las once de la noche y la gente entraba, salía
de laburar, se tomaba el subte, se iba ahí, se encerraba con el sol afuera
a escuchar hablar de las relaciones de producción y. . .” (Pedro, opera-
dor, referente, Azul) 5. Julia, una trabajadora que conocí tiempo después
de que abandonara el sector, recordaba con asombro esas asambleas, que
duraban “veinte mil horas” y en las que se reunían “veinte mil pendejos”.

5 Al citar testimonios o prácticas de trabajadores, las señalaré mediante la tarea que realizan
en el espacio de trabajo, el sector en el que se desempeñan y, en los casos en que corresponda,
la categoría con que los trabajadores designan su activismo (referente o delegado). En casi
todos los casos, a lo largo del período reconstruido a partir de los relatos de los trabajadores
y durante mi trabajo de campo ha habido modificaciones en tareas, cargos y sectores. Elegiré
siempre la que fue más importante durante el período de mi trabajo de campo. Por razones de
confidencialidad, los nombres de los trabajadores han sido cambiados.
180 Antropología de tramas políticas colectivas

En las charlas informales en el espacio de trabajo, así como en los relatos


sobre su experiencia de organización, los trabajadores hacían hincapié en
la diferencia entre delegados y referentes, como trabajadores que asumen
un grado mayor de actividad dentro de la organización gremial, respecto
de los compañeros que participan de ella, y sobre todo de aquellos que no
participan, lo cual era considerado una falencia. En este trabajo recurriré
al término “activista”, una categoría histórica del movimiento sindical
para referir a los trabajadores “activos”, ligados a la actividad gremial.
La utilizaré como una categoría del investigador para abarcar en conjunto
a delegados y referentes, como los denominan los trabajadores: aquellos
que tienen un lugar particular, destacado, dentro de la organización en el
espacio de trabajo. Al referirme al “activismo”, me referiré a sus prácticas.
Para indagar en los sentidos que la actividad gremial y la participa-
ción adquirieron para los trabajadores de estos sectores de atención, es
preciso enfocar las prácticas cotidianas y los sentidos compartidos a tra-
vés de los cuales los trabajadores piensan y evalúan su propia actividad
y la de sus compañeros, la defienden o critican, así como le asignan di-
versas categorías, que expresan relaciones no sólo de representación, sino
de amistad y compañerismo. Analizaré aquí las diversas categorías uti-
lizadas por los trabajadores de los dos sectores de atención estudiados,
centrándome en las expectativas y prácticas de quienes compartieron la
experiencia de organización como pasantes y la posterior sindicalización,
es decir, en referencia a las relaciones entre trabajadores de una misma
generación, entendiéndola como un grupo de personas que comparte no
sólo un lugar en una estructura etaria, sino una experiencia común.
Cuando los trabajadores y trabajadoras se refieren a su participación
o su compromiso, están designando determinadas actividades y prácticas
que se distinguen de otras realizadas en el espacio de trabajo, aunque el
compromiso permea constantemente el trabajo mismo y los vínculos con
los compañeros de trabajo. Desarrollaré aquí brevemente esas prácticas,
que fundamentan la división entre los compañeros que participan, los
delegados y los referentes. Ellas están reguladas por una serie de ideas
compartidas sobre lo que pueden y deben hacer quienes ocupan cada una
de esas categorías, expectativas a partir de las cuales los trabajadores
definen su lugar en la organización o evalúan el cumplimiento por parte
de sus compañeros.
En primer lugar, los trabajadores suelen referirse a las acciones que rea-
lizan en vinculación con objetivos gremiales como formas de participación.
Wolanski: Formas y sentidos de la actividad gremial. . . 181

Participar es, para trabajadores como Nicolás –un operador ex pasante del
edificio Verde– una actividad sumamente valorada, que le permite hacer
un aporte, poner “un granito de arena”:

“Siento que está bien estar ahí, yo quiero participar de alguna mane-
ra para que esto cambie. Yo sé que mi participación va por otro lado,
por el lado de la psicología, salud mental (. . .) Pero nada; es sentir que
pongo mi granito de arena, y eso lo digo como ruborizándome, ¿eh?”
(Nicolás, operador, Verde).

El fomento de la participación de los trabajadores y trabajadoras es


una preocupación que atraviesa los distintos documentos que fueron pu-
blicados por la Asamblea de Pasantes. En uno de ellos, por ejemplo, se
sostenía: “Deberemos implementar la modalidad de organización que sea
más eficaz a los efectos de fomentar y suscitar la participación del mayor
número de personas, tal vez resulte obvio pero una organización articula
relaciones de poder y éste se encuentra directamente ligado a la parti-
cipación” (Documento “Táctica”, Asamblea de Pasantes, 28 de enero de
2003). Los ámbitos de la participación en la organización de los pasan-
tes eran diversos: tomar parte de asambleas y tomar la palabra en ellas,
asistir a reuniones de comisiones y asumir responsabilidades, concurrir
a distintas movilizaciones de organizaciones sociales cercanas (acampes,
clases públicas, movilizaciones, ocupaciones). Una vez incorporados a la
organización gremial, los ámbitos de la simple participación se redujeron:
incluyeron la presencia en las asambleas del edificio y asambleas generales
de afiliados pero, sobre todo, la actividad durante los conflictos gremiales.
En los últimos años, estos abarcaron paros activos (con asistencia a los
lugares de trabajo) de hasta casi dos meses, prolongadas ocupaciones de
los edificios, y algunas movilizaciones.
La expectativa general sobre los trabajadores es que participen, y la
forma mínima de esa participación es la adhesión a las medidas de huelga
y la presencia en las asambleas de los edificios. Muchas veces me han seña-
lado, no obstante, que algunos trabajadores sólo “paraban” porque todos
lo hacían, y temían quedar en evidencia. Se puede ver en esa salvedad
una distinción entre la “verdadera” participación –aquella realizada por
un compromiso y un acuerdo político– y la que es “forzada” por la presión
de los pares, que se limita al mínimo posible y roza el “carnerismo” 6.
Ir más allá, tomar parte de comisiones gremiales (de Salud, de Dere-
chos Humanos, por ejemplo), o de las reuniones de alguna de las distintas
182 Antropología de tramas políticas colectivas

agrupaciones sindicales telefónicas, posiciona a las personas, ante sus com-


pañeros, en un lugar diferenciado. Nicolás expresaba esta limitación en su
participación, justificándose en sus intereses personales y resaltando el
lugar de quienes toman esa responsabilidad: “Me interesa mucho mi pro-
fesión y no me veo mucho en ese lugar, y entonces reconozco ese no interés
mío en no participar de esa forma. Es una especie de ‘hasta acá llego yo’,
más allá no voy, pero qué bueno que vaya alguien que yo considero mi
par, mi amigo” (Nicolás, operador, Verde).
También existen expectativas claras respecto de las tareas que debe
cumplir un delegado. Sus actividades abarcan los aspectos más diversos
de la vida diaria en los sectores. Desde el arreglo con los supervisores de
turnos, guardias, francos, feriados de los trabajadores del sector, hasta
la difusión de las decisiones tomadas en los plenarios de delegados del
gremio; desde la gestión de licencias, puntos del salario, aportes sindi-
cales por casamiento o nacimiento de un hijo, kits escolares, entradas
para eventos del gremio, hasta el acompañamiento de trabajadores que
presentan un conflicto puntual con la empresa a través de las distintas
instancias de Recursos Humanos y a las oficinas pertinentes del gremio.
“Estar informado”, tener acceso a información restringida para el resto
de los trabajadores, tanto proveniente del gremio como de la empresa,
constituye una tarea central. Cuando en el sector Azul la empresa desig-
nó tres nuevos supervisores, uno de los reproches dirigidos a los delegados
del sector se centró en la información errónea que habían transmitido:

[Bárbara y Pablo discuten porque el día anterior, cuando llegaron los


nuevos supervisores, Pablo se sentó con ellos a enseñarles el trabajo]
“Bárbara: (. . .) Yo sabía que me ibas a decir que era una estrategia,
pero qué querés, yo estoy re-caliente, lo que hicieron con nosotras es
re-injusto (. . .) ¡Y mi delegado diciéndome ‘no van a traer a nadie’!
Pablo: Eso es otra cosa, que va a haber que discutir, si el delegado no
está teniendo bien la información o qué está pasando, pero que te diga
‘no van a traer a nadie’ y dos días después traen a tres. . .” (Registro
de campo, sala del sector Azul, 06 de diciembre de 2008).

El delegado aparece así, según las expectativas de los trabajadores, co-


mo el “mediador” designado entre los trabajadores y la empresa: tanto

6 Entre los trabajadores, suele denominarse “carnero” a aquel que “rompe” las huelgas, traba-
jando. En general se aplica a todos aquellos que, en lugar de apoyar las demandas y acciones
de los trabajadores, toman una postura favorable a la empresa.
Wolanski: Formas y sentidos de la actividad gremial. . . 183

en la averiguación y difusión de información como en lo que respecta a


los problemas de la vida diaria en la sala de atención. También “media”
respecto de las instancias de la organización gremial, a las que tiene ac-
ceso; especialmente los plenarios de delegados que se realizan en ocasión
de decisiones importantes. En este sentido, Nicolás afirmaba la importan-
cia de tener delegados, que posibilitaban “una voz”: “[tener delegados] es
re-importante, ¿no?, para la vida cotidiana, y para la vida que no es coti-
diana, digamos, para llevar nuestras posturas a los plenarios y blablablá,
tener una voz” (Nicolás, operador, Verde).
Los delegados son los encargados de convocar a las asambleas del edifi-
cio, “bajar” las propuestas del gremio y someterlas a discusión y votación.
De ellos se espera, además, que lleven el “mandato” de la asamblea al
plenario de delegados posterior. Finalmente, en los conflictos gremiales,
cuando incluyen ocupaciones de los edificios, se espera que los delegados
permanezcan el mayor tiempo posible en ellos, recorriendo los sectores,
transmitiendo informaciones. En el último conflicto gremial, los dos de-
legados del sector Azul, Eduardo y Diego, se repartieron los turnos y así
permanecieron en el edificio “tomado” durante más de un mes.
Junto a los delegados, existe en los sectores otra categoría de traba-
jadores, dotados de una legitimidad específica, considerados como pares,
compañeros, pero que no están contemplados dentro de las estructuras
gremiales. Son los referentes, trabajadores reconocidos por sus colegas co-
mo “líderes”, en gran parte por el rol que jugaron a lo largo del proceso
de organización como pasantes. Nicolás, por ejemplo, hacía hincapié en
diferenciar el “cargo” de delegado de la figura del referente:

“Sí sé que tengo algunas personas que las reconozco como referentes,
que tengo ganas de saber qué piensan, les reconozco un laburo día a
día, y aparte una claridad, ya sea por ese mismo laburo día a día o
porque son líderes. . . Es gente que se dedica a eso. Son referentes que
yo tengo” (Nicolás, operador, Verde).

Los referentes son “gente que se dedica a eso”, militantes; sin embargo,
sus tareas y atribuciones no están establecidas claramente, como al menos
una parte de las de los delegados; tampoco existen mecanismos pautados
para llegar a ser un referente. Muchos de ellos participan de reuniones
de agrupaciones gremiales, y toman parte de proyectos como encuestas y
relevamientos de salud y medio ambiente de trabajo, o de la organización
de cursos de formación.
184 Antropología de tramas políticas colectivas

La descripción de las figuras del referente y el delegado las pone, de


algún modo, en tensión. Ser delegado implica pasar por un proceso de
elecciones cuyas reglas están bien establecidas; tiene como consecuencia
no sólo determinados deberes y obligaciones sino un fuero gremial (que
significa protección legal frente a la empresa). Los referentes en cambio son
personas que, aunque no han sido electas formalmente, toman día a día
una posición especial dentro de las discusiones, decisiones y movilizaciones
del sector. Son aquellas personas a las que los trabajadores recurren en
busca de consejo frente a determinados procesos vividos (como el masivo
ofrecimiento de retiros voluntarios) o ante decisiones difíciles, como la
posibilidad de un traslado de edificio. Son también, muchas veces, quienes
toman una posición de liderazgo en las acciones de protesta.
Finalmente, en la definición de un trabajador o trabajadora como re-
ferente, cobra también importancia su filiación política y su vinculación
a determinadas líneas gremiales. De hecho, la relación con los referentes
–a diferencia del cuerpo de delegados, que está institucionalizado– es per-
sonal: se es referente “para” alguien y no necesariamente para todos los
trabajadores del sector. En el sector Verde, en particular, los operadores
se hallaban divididos, siguiendo los lineamientos de agrupaciones gremia-
les opuestas. Así, la mitad de los trabajadores reconocía como referentes
a trabajadores ligados a agrupaciones de la conducción del gremio, mien-
tras que la otra mitad definía como tales a otras personas, vinculadas a
la oposición. Los delegados, en cambio, eran considerados representantes
del conjunto del sector, y llevaban adelante tareas que concernían a todos
los trabajadores, aunque en la práctica también se vincularan de manera
diferencial con aquellos más o menos “cercanos” políticamente.
Así, aunque algunos delegados son considerados también referentes, el
reconocimiento de su rol destacado proviene de otras bases. Cabe pregun-
tarse, entonces, ¿cuáles son las fuentes de la legitimidad de la posición de
delegados y referentes? ¿Cómo explican su “compromiso” y su lugar en
la organización? ¿Y cómo lo evalúan los trabajadores?
Si se enfocaran únicamente los eventos de movilización o los conflictos
sindicales se destacaría la capacidad de liderazgo de delegados y referentes
en tales instancias, o su compromiso expresado en términos de “poner el
cuerpo”. Aunque tales situaciones juegan ciertamente un rol en el recono-
cimiento que obtienen del resto de los trabajadores, la mirada etnográfica
permite mostrar que la posición especial de referentes y delegados tiende a
legitimarse en las interacciones cotidianas y los dichos de los trabajadores
Wolanski: Formas y sentidos de la actividad gremial. . . 185

mucho más en vinculación a la presencia diaria en el espacio de trabajo,


y al compromiso con el grupo de trabajadores que se representa.

Legitimar la posición día a día. La vida diaria como


soporte del reconocimiento
Referentes y delegados tienen un papel particular tanto en las instan-
cias de movilización como en la vida diaria en el espacio de trabajo. Más
allá de los momentos de movilización, en que tienen un lugar destaca-
do, el papel de estos representantes debe ser legitimado día a día. Sus
prácticas y su “presencia” en el espacio de trabajo son constantemente
evaluados y sometidos a la crítica. Tomo aquí la sugerencia de Gregoric
(2009), quien analizó la autoridad y la legitimidad de los referentes de
una red de personas que viven con vih en términos dinámicos y relativos:
para ser reconocidos, para delegados y referentes es necesario satisfacer
determinadas expectativas del resto de los trabajadores, sus compañeros.
Señalé en el apartado anterior algunas de las expectativas de los traba-
jadores sobre las acciones y las prácticas de delegados y referentes. Estas
expectativas son expresadas por sus compañeros de trabajo, de manera
informal, al criticar, impugnar o valorar positivamente su actuación. Un
eje central de esta valoración lo constituye la presencia cotidiana de estos
activistas en el espacio de trabajo: “estar siempre”, “estar disponible”,
“ser accesible”. Su correlato consiste en cumplir las “funciones” que se
esperan de ellos, sobre todo en el caso de los delegados: la transmisión de
información, la resolución de problemas, la mediación con la organización
sindical y con la empresa. Estas prácticas “apropiadas” de los delegados
aparecen en tensión con la posibilidad –siempre presente– de “borrarse del
trabajo” para “hacer carrera”, ocupar lugares en la conducción gremial.
Señalé antes que muchos de los trabajadores que son reconocidos como
referentes en los sectores son aquellos que ocuparon un lugar destacado
a lo largo del proceso de organización como pasantes. Esta experiencia
compartida y el reconocimiento que se le otorga se aúnan a la presen-
cia cotidiana para señalar a los y las referentes como pares, compañeros.
Cuando ellos ocupan cargos de delegados/as, este vínculo cercano y hasta
personal se pone en tensión. Por un lado, se valora el hecho de que ocupe
ese lugar alguien considerado un par (“qué bueno que vaya alguien que
yo considero mi par, mi amigo”, sostenía Nicolás). Por el otro, el ocu-
186 Antropología de tramas políticas colectivas

par un cargo que supone derechos y deberes establecidos, además de la


prerrogativa de “representar” a los trabajadores del sector en distintas
instancias gremiales, representa una sospecha que pende sobre los delega-
dos. La fidelidad a las decisiones de la asamblea del sector y del edificio,
la presencia cotidiana, la disposición a explicar decisiones y a escuchar
las críticas constituyen ejes a través de los cuales los trabajadores suelen
evaluar si tal o cual delegado está cumpliendo con su rol. Cuando estiman
que algún activista se ha distanciado de las formas de actuar legítimas, los
trabajadores suelen expresar su descontento o desacuerdo tanto en ocasio-
nes pautadas –como asambleas del sector o del edificio– como de manera
cotidiana, comentándolo con los pares o encarando al activista de manera
pública en el espacio de trabajo, exigiendo explicaciones o discutiendo su
actuación.
El énfasis sobre la experiencia común y la presencia cotidiana en el
espacio de trabajo permite, a la inversa, que los activistas justifiquen su
posición especial, de mediación y cercanía con las agrupaciones gremiales,
despojándola de las connotaciones de “representación” y “delegación de
autoridad”, que son vistas como sospechosas.
Así, Tomás definía su experiencia como referente a través de dos ideas:
la “cotidianidad” y el compromiso con “el colectivo”, con sus compañe-
ros: “Mi experiencia. . . gremial, por llamarle de alguna forma, porque. . . es
menos gremial de lo que es, es más cotidiana, y es la experiencia con mis
compañeros, con mi colectivo, con mi Asamblea de Pasantes en su mo-
mento, con mi edificio” (Tomás, operador, referente, Verde; el subrayado
indica énfasis). Sus palabras señalan la tensión entre el lugar de los acti-
vistas respecto de la organización gremial y su lugar en la vida cotidiana
en el espacio de trabajo. Esta misma tensión se expresaba en las palabras
de Diego, un delegado del sector Azul:

“A mí no me interesa ser dirigente, yo vengo a trabajar, no me


gusta borrarme mucho de mi trabajo, prefiero estar en el trabajo con
la gente, que me vean que estoy en el trabajo, que sepan que estoy
y no (. . .) No sé, trato de ceñirme a lo que me corresponde como
delegado. O sea, si alguno de los chicos tiene un problema, trato de
ayudarlo, lo llevo, lo traigo, voy, hablo con las personas que conozco
que pueden llegar a solucionar el problema. Voy a las asambleas, a los
plenarios, trato de llevarle la información a los chicos (. . .) trato de
estar siempre. . . y, bah, me parece que eso es lo que corresponde, en
Wolanski: Formas y sentidos de la actividad gremial. . . 187

realidad. Y no me interesa otra. . . que esto sea un escalón para hacer


otra cosa. . .” (Diego, operador, delegado, Azul).
A pesar de que los delegados obtengan su cargo a través de mecanis-
mos electorales y los referentes sean identificados informalmente, ambos
construyen su activismo como vinculado a la vida diaria, al espacio de
trabajo. A partir de estos sentidos compartidos sobre las prácticas de los
activistas, las relaciones entre trabajadores, referentes y delegados son en-
tendidas como relaciones de cercanía, de compañerismo, de paridad, aun
si constituyen al mismo tiempo relaciones de delegación de autoridad y
representación ante el gremio y la empresa.
La misma tensión atraviesa a la organización gremial –y la hace al
mismo tiempo diariamente presente y lejana– tomando cuerpo en la figura
de los dirigentes, contra la cual se miden muchas veces las acciones y la
legitimidad de aquellos cuyo lugar de activismo se sitúa en el espacio
de trabajo. Frente a este vínculo cercano y hasta personal, la relación
con los dirigentes del gremio –aquellos que ocupan cargos dentro de la
conducción, secretarías, comisiones, etc.– está permeada por la distancia:
“Quizás más arriba no sé, yo no participo en reuniones. . . los he escuchado
en discursos (. . .), que algunos son muy movilizantes, pero los siento,
bueno, más lejanos” (Nicolás, operador, Verde).

El activismo como compromiso con el colectivo


En lo desarrollado hasta aquí, esbocé una perspectiva antropológica de
una serie de relaciones, de delegación de la autoridad, de compañerismo
y de confianza, que son constantemente recreadas en el día a día de los
sectores. En este último apartado me propongo profundizar el análisis de
la legitimación de los activistas a partir de otro sentido fundamental del
activismo en el lugar de trabajo: la construcción del grupo de trabajadores
como un colectivo.
En este análisis me centraré en las entrevistas que realicé con distin-
tos activistas de los sectores, en las que busqué reconstruir el proceso de
organización del que tomaron parte. En ellas, encontré que, repetidamen-
te, este era narrado en la primera persona del plural: en lugar de hacer
hincapié en la inversión personal de tiempo y energía, en las elecciones
tomadas a lo largo de los años en este empleo y en la importancia de
la propia contribución a la organización, estos procesos eran conceptua-
188 Antropología de tramas políticas colectivas

lizados como colectivos, vividos y llevados adelante por todo el grupo de


trabajadores.
Este “nosotros” que, desde los relatos de los trabajadores, era el sujeto
de las acciones de organización y de los distintos procesos vividos en el
espacio de trabajo, aparecía referenciado muchas veces como “el colecti-
vo”. “Construir un colectivo”, “fortalecer el colectivo” y las “acciones del
colectivo” fueron objeto de reflexiones tanto en documentos internos de
discusión como en escritos de difusión de la organización como pasantes.
Así, por ejemplo, uno de los referentes del sector, entonces pasante, se-
ñalaba –en un documento de difusión anterior a la toma de diciembre de
2001– la importancia que para la organización había tenido la existencia
de un “grupo cohesionado”:

“Fortalecer ese grupo fue una tarea permanente, cuyo resultado casi
natural, fue el boletín y todo lo que éste implicó. Fue remarcado una
y otra vez que más allá de algunas iniciativas individuales, el boletín
sólo se explica por la existencia de un colectivo unido y con mucha
confianza en sí mismo” (Santos, 2001: 74). 7

Las referencias al colectivo permeaban también las narrativas de los tra-


bajadores cuando relataban sus esfuerzos de organización: recordaban que
en su sector de trabajo “el colectivo siempre fue muy fuerte”, o bien, las
discusiones en las asambleas sobre cómo “incorporar al colectivo” a todos
los trabajadores. La cita del documento muestra una tensión entre inicia-
tivas individuales y acciones colectivas que atravesaba también los relatos
de los trabajadores: aunque se intentaba muchas veces desdibujar las di-
ferencias en el papel jugado por un pequeño grupo de activistas respecto
del rol del resto de los trabajadores, estas reaparecían. De esta tensión
se desprende un interrogante: ¿por qué los trabajadores y trabajadoras
realizan un esfuerzo por narrar sus acciones en términos colectivos?
Por otro lado, la cita del documento también nos permite distinguir al
colectivo como objeto de las acciones de los activistas, que buscaban “for-
talecerlo” a través de la creación de estrechos vínculos personales entre
trabajadores y trabajadoras, de actividades grupales, salidas en conjunto,
vínculos de amistad y de pareja. Los vínculos personales se tornaban así
7 Este texto fue producido por uno de los activistas de la organización de los pasantes, un
trabajador del sector Azul. En él, narra la experiencia de organización de los pasantes en torno
a la publicación de un boletín. El texto se encuentra en un pequeño libro producido por el
Taller de Estudios Laborales, un grupo de investigadores de distintas disciplinas que organizan
espacios de reflexión en conjunto con agrupaciones de trabajadores u organizaciones sindicales.
Wolanski: Formas y sentidos de la actividad gremial. . . 189

objetos de preocupación y vehículos de construcción política. Tomás, uno


de los referentes del sector Verde, sostenía que él había hecho de la “soli-
dificación” del colectivo uno de sus objetivos principales como militante:
“Yo me ocupé personalmente en la solidificación del colectivo, en soldar
un colectivo todavía más firme de lo que era, para que no ocurriera esto
[la aceptación masiva de retiros voluntarios]” (Tomás, operador, referente,
Verde).
Para Tomás, como mencioné antes, el colectivo se tornaba la referencia
central de su compromiso (“la experiencia con mis compañeros, con mi
colectivo. . .”), y en sus palabras se dibujaba una tensión entre la defini-
ción de lo “gremial” y el colectivo, el grupo de compañeros de trabajo.
Esto puede ligarse a las ideas de Tomás sobre la relación de los trabaja-
dores del sector con el gremio. En efecto, en la misma entrevista, sostenía
que el colectivo –que antes era “imparable”– se había visto “limitado”
al chocar con el gremio, con la “burocracia”, y al verse atravesado por
las luchas de poder entre activistas de distintas agrupaciones. Concebía
su compromiso con el colectivo como opuesto al vínculo con partidos y
agrupaciones, cuyos programas son definidos de antemano y no por las
necesidades, decisiones y discusiones llevadas a cabo en el espacio de tra-
bajo (“un partido no es coherente con la construcción del colectivo, un
partido tiene intereses propios”). Se vincula con esto el hecho de que, a
lo largo de sus años como referente, Tomás siempre se haya mantenido
como independiente, y sin optar por presentarse al cargo de delegado.
De este modo, cuando los trabajadores hablan de sus prácticas en rela-
ción a la organización, la participación y el lugar de referente o delegado
aparecen como una relación con otras personas, relación que es valorada
positivamente como dedicación y compromiso con el grupo de compañeros
de trabajo. A través del activismo, los trabajadores construyen sus deci-
siones, inclinaciones y trayectorias individuales como parte de un proceso
colectivo.
Esta construcción fundamentaba una serie de prácticas: la importancia
de la participación de todos los trabajadores; la existencia de los refe-
rentes “reconocidos por el colectivo” y parte de él al mismo tiempo; la
“independencia” de muchos de estos referentes que elegían no vincularse
unilateralmente con agrupaciones gremiales, o bien sostenían la necesidad
de hacer de este vínculo una “herramienta” supeditada a las necesidades
de “el colectivo”. Pero también entraba en tensión ante situaciones que
190 Antropología de tramas políticas colectivas

ponían en evidencia las diferencias al interior del grupo de trabajadores,


o las diferentes apreciaciones individuales.
Algunos ejemplos de esta tensión pueden ilustrar los modos en que se
procesa la diferencia entre el ideal de las decisiones y prácticas colecti-
vas y el estado de cosas real. Una decisión conflictiva en la historia de los
trabajadores del sector Verde fue la aceptación del traslado de los trabaja-
dores del turno de trasnoche y parte de la noche (a partir de las 22 horas)
al sector Azul. A pesar de que esos trabajadores acordaban con la pro-
puesta empresarial, no existía un acuerdo del conjunto para acatarla, sino
que –sobre todo los representantes de algunas agrupaciones gremiales de
oposición– sostenían que se trataba de una iniciativa empresarial para el
“vaciamiento” del edificio. Sin embargo, Leila, una trabajadora del sector
Verde, recordaba las discusiones en torno al traslado como tensión entre
decisiones individuales (o de un pequeño grupo) frente a las decisiones
colectivas:

“También fue fuerte el quiebre cuando se fueron los chicos para [el
sector Azul],porque como que acá siempre se había hablado de las
salidas colectivas, del grupo y el colectivo y no sé qué, y como que
un montón de gente de la mañana lo vio. . . lo vio como una traición
que ellos vayan para allá, porque en realidad no todos estábamos de
acuerdo” (Leila, operadora, sector Verde).

En el relato de Leila, las disputas entre activistas de distintas agru-


paciones políticas al interior del grupo de trabajadores aparecen como
contradictorias con la construcción de un colectivo. Así entendido, el co-
lectivo resulta una imagen armónica de intereses e ideas compartidos.
En cambio, Lucía expresaba en sus reflexiones la existencia de distin-
tas posturas y prácticas de los trabajadores que indicaban una brecha
entre el colectivo democrático y unido ideal y las diferencias reales: “Yo
esto lo hago porque creo en un proyecto mayor, creo en un proyecto de
la clase, porque si lo pensás a nivel individual, estoy defendiendo a per-
sonas, a veces, que la verdad que no dan ganas de defenderlas. . . ¡bajé
tres kilos en el último conflicto para defender a tipos que después votan a
Macri!” (Lucía, operadora, delegada, Verde). La referencia a la clase o a
la transformación social como verdadero motor del compromiso salvaba la
contradicción entre las ideas de la delegada y las de sus “representados”.
La construcción del grupo de trabajadores como colectivo y del activis-
mo como compromiso con este explica en parte el carácter disruptivo que
Wolanski: Formas y sentidos de la actividad gremial. . . 191

la posibilidad de los retiros voluntarios adquirió en las trayectorias de los


trabajadores y en la historia de los sectores. Cuando comencé mi trabajo
de campo, la empresa estaba ofreciendo varias decenas de miles de dólares
como monto de retiro voluntario a trabajadores ex pasantes que llevaban
más de seis años de antigüedad en la empresa pero aún no tenían más de
treinta años. La posibilidad de optar por la decisión de abandonar indivi-
dualmente el empleo, a cambio de una elevada suma de dinero, se oponía
a una apuesta de activismo y una demanda de participación entendidas
como compromiso con el grupo de compañeros de trabajo. La individuali-
zación que supone el ofrecimiento de retiros –y los cálculos que cada uno
emprende respecto a la posibilidad de aceptarlos– se opone al pretendido
carácter colectivo de las decisiones en el espacio de trabajo que defendían
los trabajadores de estos sectores; “el colectivo se desmenuza”, sostenía
Tomás. Se entiende así que, cuando evaluaba la posibilidad de aceptar el
retiro voluntario, no tomara solamente en cuenta el dinero ofrecido, las
ventajas y desventajas del empleo o las posibilidades de conseguir otro,
sino también “cierta inercia nostálgica. . . culposa. . . de ser, o haber sido,
referente y dejarlos en banda” (Tomás, operador, referente, Verde). Es en
este sentido que debe leerse también la afirmación de Lucía: “Yo acá me
voy a ir última, por mi rol gremial”.

Algunas reflexiones finales


En este trabajo abordé las modalidades a través de las cuales los trabaja-
dores de dos sectores de atención telefónica toman parte de la actividad
gremial en sus espacios de trabajo y los sentidos que les otorgan. Comencé
identificando la participación de los trabajadores como una preocupación
y un objetivo de la organización, y analizando las prácticas que se reúnen
en esta idea. Las diferencié, luego, de las realizadas por algunos trabaja-
dores en particular, que asumen tareas específicas, los delegados y refe-
rentes. A partir de esta diferenciación, me propuse restituir y comprender
las formas en que los trabajadores justifican y legitiman esta diferencia en
las responsabilidades y el lugar en la organización, que coexiste con una
apelación constante al hecho de ser todos “compañeros”.
El análisis me permitió identificar la vida diaria en el espacio de trabajo
como un núcleo presente en las justificaciones, legitimaciones y también
impugnaciones de la actividad de los activistas. Su vinculación cotidia-
192 Antropología de tramas políticas colectivas

na al espacio de trabajo y el mantener el contacto con los compañeros


del sector permiten legitimar el lugar de delegados y referentes, restando
importancia a la delegación de autoridad y de poder que su rol implica,
especialmente en el caso de los primeros. Sostuve también que el lugar de
los activistas no está exento de impugnaciones por parte de los trabaja-
dores y que, como objeto de disputa, debe ser activamente mantenido y
justificado.
Encontré en las referencias al colectivo otro núcleo a partir del cual
los trabajadores justifican su compromiso de activismo o la demanda de
participación hecha a sus compañeros. La construcción del grupo de tra-
bajadores como un colectivo aparece en los relatos como opuesto a las
acciones puramente individuales. Funda además las interpretaciones de
los trabajadores sobre su compromiso de activismo o de participación,
aunque entre en contradicción con las prácticas de los compañeros o las
propias. Ante estas situaciones, son otras las legitimidades que tienden a
primar (un proyecto de transformación social, por ejemplo, o las razones
individuales para abandonar el empleo).
El análisis desarrollado tiene una serie de implicancias conceptuales pa-
ra el abordaje de modalidades de acción y procesos de organización. En
primer lugar, reafirma la centralidad de atender a las relaciones, prácticas
y sentidos puestos en acto en la vida diaria de las organizaciones, por
sobre el énfasis en los momentos de movilización y demanda. En el caso
de los trabajadores sobre los que centré mi mirada, la vida diaria cons-
tituía una referencia central tanto de la justificación y legitimación de la
existencia de posiciones diferenciadas como de la evaluación de las accio-
nes de delegados y referentes. Además, el análisis mostró la existencia de
una disputa cotidiana –que incluye la crítica, la impugnación y también
la búsqueda por parte de los propios activistas de legitimar sus acciones–
en torno de las relaciones de delegación de autoridad y de representación
que son procesadas a través de la apelación al hecho de ser compañeros,
parte de un colectivo. De este modo, señalar la existencia de relaciones
de representación y/o cuestionar la representatividad de los activistas no
agota los sentidos de estas relaciones, que involucran experiencias com-
partidas, relaciones personales, filiaciones políticas y sentidos construidos
en torno del activismo.
Finalmente, el análisis permitió dar cuenta del colectivo como referen-
cia de las acciones de los trabajadores, como construcción que legitima
su compromiso, incluso ante la contradicción con intereses individuales
Wolanski: Formas y sentidos de la actividad gremial. . . 193

(como la posibilidad de tomar un retiro voluntario). En lugar de suponer


el carácter “colectivo” de determinadas acciones y sentidos, esta mirada
presenta las referencias que los trabajadores hacen respecto del colectivo
como sustento de sus acciones. Quizás este análisis permita resituar las
discusiones sobre las “identidades” de los trabajadores, definiendo a la
identidad, como al colectivo, como categoría etnográfica, categoría de la
práctica 8 de los trabajadores, utilizada para describir y justificar deter-
minados aspectos de su organización, pero sobre todo, para la acción.

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Buenos Aires, tel.
Lidar com o povo, ajudar o povo, falar
com o povo: notas sobre o exercício da
liderança em um movimento social

André Dumans Guedes

Minha amiga Rebeca veio me contar que haviam instalado uma rede de
água no setor 1 onde ficava o seu barraco. Comentou também que naquele
mesmo dia tinha que ir a uma reunião com seus vizinhos para debater ou-
tras questões relativas à infraestrutura da área onde moravam. Mas como
se sentia cansada, achava que não iria aparecer. Querendo provocá-la, per-
guntei como ela, uma militante de um movimento social, poderia deixar
de estar presente a um evento desses, ela que era uma pessoa tão articu-
lada e engajada. . . Recebi de pronto uma resposta impaciente: “Ah, mas
aquele pessoal de lá é muito devagar, e mesmo aqueles dois que adoram
bancar os representantes do povo, você sabe quem são, eles não fazem
nada”!

*****

Pretendo discutir neste texto alguns tópicos relativos àquelas pessoas


que, na cidade de Encruzilhada, 2 localizada no extremo norte do esta-
do brasileiro de Goiás, “adoram bancar os representantes do povo”. Na
menção que Rebeca faz a estes últimos, é inegável que um certo tom
acusatório está presente. Ainda assim, parece-me que essa é uma formu-
lação particularmente útil para quem se propõe a descrever um conjunto
de práticas que não são privilégio exclusivo do político, do coordenador,
do patrão ou de lideranças comunitárias como as acima mencionadas –e
que, por si próprias, também não definem nenhuma destas figuras. O meu
objetivo é apresentar alguns dos traços que caracterizam as relações des-
ses “representantes” com o povo, bem como delinear aqueles atributos e
1 Utilizo itálico para as categorias nativas (x), em especial na primeira vez em que elas apare-
cem; aspas simples (‘x’) para problematizar termos e expressões; e aspas duplas (“x”) para as
falas dos informantes e citações bibliográficas.
2 Os nomes originais dos municípios e pessoas aqui citados foram alterados.

195
196 Antropología de tramas políticas colectivas

potencialidades que, da perspectiva deles, permitem um bom desempen-


ho desse papel. Aqui, desenvolvo essa discussão a partir do caso de Rui,
coordenador do Movimento dos Atingidos por Barragens (mab) de Encru-
zilhada, e de algumas outras pessoas vinculadas a ele e a este movimento.
Originalmente escrito como trabalho final da disciplina Sociedades Cam-
ponesas, ministrada pelo Professor Moacir Palmeira no ppgas - Museu
Nacional, este texto se serve, num primeiro momento, da literatura antro-
pológica sobre patronagem como uma espécie de roteiro para a descrição
de um caso particular (seções 1, 2 e 3). Em seguida, discuto outros aspec-
tos referentes aos coordenadores enquanto “representantes do povo”, sem
me ater àquela bibliografia (seções 4, 5 e 6). Na última seção, o estilo e o
ponto de vista etnográficos que marcam o resto do texto são deixados de
lado. Redigida algum tempo após a escrita das outras seções, na conclu-
são são trabalhadas, sob a forma de uma digressão teórica ainda pouco
amadurecida, algumas questões de ordem mais geral relativas aos movi-
mentos sociais e às suas lideranças, questões suscitadas pela etnografia e
articuladas ao atual panorama (político e intelectual) em que se inserem
esses movimentos no Brasil.

A história de Rui
Conheci Rui na secretaria do movimento em Encruzilhada. Nos meus pri-
meiros dias nesse lugar, costumava me sentar junto a ele e a outros homens
debaixo de uma mangueira onde, num banco improvisado, eles costuma-
vam se encontrar para conversar. Foi aí que pude conhecer o que se passara
com ele ao longo dos últimos anos.
No início da década de 90, ele e seus cinco irmãos se encontravam numa
ótima situação financeira, com seus negócios progredindo. Eram proprie-
tários de diversas dragas e balsas destinadas à extração de ouro às margens
do Rio Tocantins, nas redondezas da cidade de Santa Palma –localizada
a algumas dezenas de quilômetros de Encruzilhada, rio acima. Nesta ati-
vidade, chegaram a empregar mais de 25 homens. Assim, os irmãos, como
Rui se orgulhava de lembrar, eram responsáveis pelo sustento de mais
de cem pessoas. Além disso, plantavam muito e possuíam um bar, onde
tinham outros empregados.
No final dessa década, porém, tudo começou a mudar. A construção da
Usina Hidrelétrica de Serra da Mesa inundou as áreas onde eles garimpa-
vam, obrigando-os a se deslocar diversos quilômetros rio abaixo, para as
Guedes: Lidar com o povo, ajudar o povo, falar com o povo. . . 197

proximidades da cidade de Encruzilhada. Quatro anos depois, a história


se repetiu: uma nova usina hidrelétrica –a de Cana Brava– foi construída
no mesmo rio. Após esse empreendimento, os irmãos foram obrigados a se
separar. Nas áreas remanescentes, a jusante desta última barragem, o ouro
era escasso e difícil de ser extraído. Rui decidiu persistir, mas seus irmãos
tomaram outros rumos. Alguns foram para Serra Pelada, e os restantes
foram tentar a vida em outras atividades em Santa Palma. Especialmente
dolorosa para Rui é a lembrança de seu irmão mais novo, que após a par-
tida para o Pará nunca mais deu notícias. Na época em que o conheci, Rui
permanecia com apenas uma balsa, empregando somente quatro homens
e extraindo uma quantidade irrisória de ouro, se comparada com aquela
que ele foi capaz de obter no passado. De acordo com ele, pouco mais
de cem pessoas continuavam com essa atividade naqueles dias, ao passo
que nos tempos –literalmente– áureos de Encruzilhada havia mais de dez
mil garimpeiros trabalhando por lá. De qualquer forma, a área onde ele
e mais esses poucos estavam extraindo ouro também estava condenada.
Poucos meses depois seriam fechadas as comportas de uma terceira usina
hidrelétrica naquele trecho do Rio Tocantins, a de São Salvador. Com isso,
qualquer garimpo estaria inviabilizado naquela região.
A esta história acrescento que, ao contrário do que ocorreu em prati-
camente todas as outras regiões do país em que se constituíram grupos
ligados ao mab, onde os atingidos e as lideranças eram camponeses ou pe-
quenos agricultores, em Encruzilhada foram os garimpeiros que extraíam
ouro no Rio Tocantins os principais responsáveis pelo surgimento desse
movimento. Mesmo que muitos, como Rui, tenham sido também prejudi-
cados pela Usina de Serra da Mesa, foi sobretudo com relação ao caso de
Cana Brava que eles buscaram, através do mab, um meio de obter uma
reparação para os danos que lhe foram infligidos. Em um primeiro momen-
to, poucos deles lograram ser reconhecidos como elegíveis para tanto. Em
2003, porém, dois anos após o fechamento das comportas desta última usi-
na, o movimento conseguiu fazer com que a empresa responsável por esse
empreendimento –a Tractebel– reabrisse as negociações com os atingidos.
Não vem ao caso, aqui, entrar em maiores detalhes a respeito do intricado
processo através do qual isso se tornou possível. O que importa destacar é
que, a partir de uma auditoria social levada a cabo pelo financiador desta
usina, o Banco Interamericano de Desenvolvimento (bid), 180 novos casos
(ou seja, indivíduos ou famílias) foram caracterizados como elegíveis para
alguma espécie de compensação pelos danos causados por ela. Entre esses
198 Antropología de tramas políticas colectivas

180, existiam 57 garimpeiros: 16 proprietários de balsas ou dragas e 41


empregados deles (os porcentistas). De acordo com a auditoria, a) as per-
das sofridas por essas pessoas não poderiam ser exclusivamente atribuídas
àquele empreendimento; b) o garimpo era uma atividade que vinha sendo
realizada de modo ilegal. Assim, estas duas razões isentariam a Tractebel
da responsabilidade de indenizá-los –era isso, de fato, o que esses 57 es-
peravam que acontecesse. Assim, a forma de reparação possível sugerida
para esse grupo era que eles se engajassem em alguns dos projetos que
futuramente viriam a ser implementados na região. Esses projetos seriam
financiados por um fundo de desenvolvimento para o qual organizações
diversas contribuiriam com os recursos. Alguns anos depois, esse fundo
foi efetivamente criado e, no período em que eu estava em Encruzilhada,
esses projetos começaram a se materializar através do Sebrae.
Para a maior parte desses 57 garimpeiros, essa situação é um verdadeiro
ultraje, a participação nos projetos é encarada como algo humilhante. O
que eles querem é receber seus direitos, e entendem que é a luta por
esses direitos –para eles, uma indenização justa– o principal objetivo da
existência do movimento. É esse o ponto de vista de Rui (mas não de
todos no movimento). Assim como acontece com outros garimpeiros, essa
é uma questão de importância inegável para ele –de fato, a narrativa acima
apresentada funcionava sempre como o preâmbulo e o contexto que lhe
permitiam externar sua revolta.

*****

No mab de Encruzilhada, o termo coordenador é usado para designar


as pessoas mais diretamente envolvidas com o movimento, aqueles que,
grosso modo, poderiam ser chamados (e em determinadas circunstâncias
o são) de lideranças. O coordenador estadual é a liderança máxima do mo-
vimento –dele pouco tratarei aqui. Além disso, existem os coordenadores
de grupos. Nos dias de hoje, eles são responsáveis, sobretudo, pela tarefa
de organizar a distribuição das cestas básicas que o movimento recebe
do Governo Federal. Para receber uma destas cestas é preciso fazer parte
de um desses grupos, e cabe ao coordenador de cada um deles definir,
levando-se em consideração determinados critérios, quem recebe ou deixa
de receber esse benefício. Por fim, existem 4 ou 5 coordenadores regionais,
responsáveis, junto com o coordenador estadual, pelas negociações com a
empresa e o Estado. Rui é um destes últimos. E, dentre eles, é o único que
Guedes: Lidar com o povo, ajudar o povo, falar com o povo. . . 199

não tem um grupo onde são distribuídas cestas. Durante um certo tempo,
ele teve sim “seu grupo”: mas esse continha somente garimpeiros, e fora
assim organizado com o objetivo de unir aqueles que pretendiam receber
seus direitos.
No dia a dia, porém, o termo não adjetivado é usado com mais frequên-
cia para designar todas essas pessoas. Para elas mesmas, é sobretudo isso
o que são no movimento: coordenadores.

Xicão e Rui
Na secretaria do mab, sempre bastante frequentada, conheci diversas pes-
soas que trabalharam com Rui num passado não muito longínquo –e Xi-
cão entre elas. Natural do interior da Bahia, Xicão veio para Goiás no
final dos anos 80, quando tinha pouco mais de 18 anos de idade, incen-
tivado pelo sucesso de alguns conterrâneos que haviam ganhado bastante
dinheiro nos garimpos do norte deste estado. Após alguns anos em En-
cruzilhada, conheceu Rui, e trabalhou com ele por bastante tempo. Após
a construção da Usina de Cana Brava, ele, como a maior parte de seus
companheiros de ocupação, abandonou o garimpo. Chegou a ser fichado
numa firma, mas esse era um emprego temporário e que pagava muito
pouco. Comentando sobre esse período de sua vida, Xicão me disse que,
sendo analfabeto, a única posição que havia conseguido arrumar –e isso
no período em que, por causa da construção da barragem, havia trabal-
ho disponível na cidade– foi a de ajudante, o que não lhe interessava em
função da baixa remuneração.
Foi justamente através de Rui que ele se aproximou do mab. Segundo
o próprio Xicão, também foi por causa deste último que ele conseguiu
ser incluído na lista dos 180 casos que a auditoria realizada pelo bid
caracterizou como elegíveis para alguma espécie de compensação. Além
disso, fora Rui quem tinha sido capaz de “defendê-lo” numa discussão
a respeito das casas que seriam construídas pelo Projeto da Moradia,
financiado pelo fundo de desenvolvimento já mencionado. Ao se envolver
com o mab, Xicão conseguiu ainda obter o direito de receber uma das
cestas básicas que o movimento distribuía mensalmente. Diante de tudo
isso, eram-me evidentes as suas manifestações de gratidão perante Rui,
assim como o fato de que ele acreditava que sem a sua ajuda não teria
tido acesso a esses benefícios.
200 Antropología de tramas políticas colectivas

Ainda assim, sua situação em Encruzilhada não era fácil: vivia ali pra-
ticamente sozinho. Dizia confiar apenas em Rui. As outras pessoas do
movimento, segundo Xicão, afirmavam que ele era um fugitivo –alguém
que cometera um crime em outro lugar e que procurava se esconder em
Encruzilhada (acusação de resto não rara naquela cidade repleta de foras-
teiros). Não possuía parentes na região, e somente recentemente consegui-
ra recuperar o contato com alguns familiares, após mais de uma década
sem quaisquer notícias deles. Não queria mais se envolver com mulheres,
já que elas só queriam saber dos “caras que têm um carro”. Diante de tu-
do isso, Xicão destacava o seu amor pelos cachorros, o carinho que sentia
pela dona da pensão onde morava, que cuidara dele quando teve dengue
e o ajudara a providenciar seus documentos, e a felicidade que sentira ao
conseguir reencontrar seu irmão. 3
Num certo dia, senti-me especialmente honrado por ter sido convidado
a ir, junto com os dois, para uma procissão de Semana Santa. A essa altu-
ra, eu já descobrira que as relações de camaradagem que uniam homens
diversos em longas conversas na secretaria do mab estavam restritas a
alguns espaços particulares: à própria secretaria, naturalmente, ou às ro-
dinhas que se formavam nas esquinas, sob uma sombra qualquer. No dia
dessa procissão, dei-me conta do que me pareceu ser a solidão daqueles
dois homens: sem familiares próximos e com poucas relações íntimas, iam
juntos ao evento religioso. 4
Para além do que pode haver de afetivo nos vínculos entre ambos, a
gratidão de Xicão para com Rui tinha como contrapartida a lealdade
expressa que o primeiro devia ao segundo, em especial no que se refere
aos embates existentes no interior do movimento. Sempre concordando
com Rui, ele também não tinha dúvidas de que o movimento havia se

3 O mundo que emerge de vivências como essas poderia ser comparado àquele que descrevem
os autores que buscam enfatizar o surgimento de laços de patronagem em contextos onde pre-
dominam adversidades diversas. É esse o caso, por exemplo, de Wolf (2003: 110), que enfatiza
as dificuldades e incertezas relativas à reprodução material: “esses laços se mostrariam espe-
cialmente funcionais em situações em que a estrutura institucional formal da sociedade fosse
fraca e incapaz de distribuir com suficiente estabilidade o suprimento de bens e serviços, prin-
cipalmente para os níveis mais baixos da ordem social”. Ou de autores que destacam as visões
a respeito de um mundo hostil e perigoso, no qual as relações estão marcadas pela desconfiança
e o isolamento, como Boissevain (1966: 21) e Foster (1967: 213).
4 Alguns dos traços destacados por Silverman (1967: 285-287) na relação entre patrono e cliente
ficam evidentes aqui. Refiro-me, em especial, ao fato de o vínculo entre eles ser “ideally a
personal and affectionate tie” e à presença aí de “loyalty, friendship, or being almost like one
of the family”.
Guedes: Lidar com o povo, ajudar o povo, falar com o povo. . . 201

desviado daquele que deveria ser o seu foco, a luta pelos direitos; e isso
não podia continuar assim. 5

Ajudar o povo: generosidade e intermediação


Xicão comentara comigo que, ciente dos seus parcos recursos, Rui lhe pro-
pusera que ele capinasse o mato no quintal do mab, cada dia mais espesso.
Xicão, porém, não se mostrava muito animado com essa ideia, pois sabia
que Rui estava “duro”. Em certas situações, o próprio Rui formulava em
termos bastante claros a situação paradoxal em que vivia, fazendo refe-
rência a todos aqueles que o procuravam em busca de alguma ajuda e
também à sua dificuldade para auxiliá-los. Por mais de uma vez presen-
ciei a chegada de homens que o procuravam na secretaria e o chamavam
para uma conversa particular. Ao terminar essa conversa e voltar para o
grupinho que se reunia sob a mangueira, Rui explicava o que se passara:
aquele era mais um que o procurava buscando emprego ou qualquer ajuda
de outra ordem. Logo em seguida, dava vazão à sua frustração, decorrente
do pouco que podia fazer diante de tais situações.
Habituado ao elevado status que usufruía há até alguns anos atrás,
quando se destacava até mesmo perante os outros proprietários (de ma-
quinário ou terra), Rui via-se agora em apuros financeiros e com dificulda-
des para ajudar os que o procuravam. Mas isso não o impedia de tentar.
Afinal, como deixara claro inúmeras vezes, ele era uma pessoa generosa,
e se sentia obrigado a ajudar o povo. Já não era mais possível fazê-lo da
mesma forma que antes. Nos tempos em que ele e seus irmãos tinham
terras, costumavam distribuir sacas de arroz para os vizinhos mais mise-
ráveis, tamanho o contraste entre a fartura de sua colheita e a pobreza dos
que viviam ao seu redor. Ele pôde também, na fazenda, no seu bar ou no
garimpo, oferecer emprego a muitos dos que o procuraram. E, como bom

5 Assim, esse caso particular se adéqua à descrição de “an informal contractual relationship
between persons of unequal status and power, which imposes reciprocal obligations of a different
kind on each of the parties” (Silverman 1967: 283; cf. Wolf 2003: 108; Boissevain 1966: 18-23;
Foster 1967: 16). O caráter assimétrico das trocas entre Rui e Xicão é evidente: o primeiro
defende os interesses do segundo junto ao mab, assegurando, por exemplo, o seu direito à
inscrição no Programa da Moradia; o segundo garante-lhe apoio político e lealdade (Wolf 2003:
109; Silverman 1967: 284; Boissevain 1966: 23) no interior das disputas existentes nesse mesmo
movimento, tornando-se “membro de uma facção que serve aos propósitos competitivos de um
líder” (Wolf 2003: 109).
202 Antropología de tramas políticas colectivas

patrão garimpeiro, tinha uma grande casa sempre aberta para receber os
amigos, forasteiros importantes e ex-empregados.
Agora, dispondo de menos recursos materiais, exercia a sua generosi-
dade de forma mais modesta. “Ontem apareceu uma mulher muito ne-
cessitada, dei um meio saco de leite que tinha e que estava usando para
me ajudar a engolir um remédio forte”. Quando conseguia algum dinhei-
ro, dava alguns trocados a conhecidos em situação particularmente difícil;
ou então aos filhos destes, “para tomar um refrigerante”. Nas mesas de
bar, ainda insistia em arcar com a maior parte da conta. No movimento,
oferecia-se para arcar com uma ou outra despesa: dava dinheiro para que
alguém comprasse mantimentos e preparasse a comida a ser servida na
secretaria ou, então, se dispunha a pagar o carro de som contratado para
anunciar a data da distribuição das cestas. E com isso ia dilapidando as
economias que fizera no passado, e das quais lançava mão para sobreviver.
Mas nem só por meio de dinheiro ou riqueza esta generosidade podia
ser exercida. Rui não se cansava de exaltar a sua influência e de como,
através dela, efetivamente era capaz de ajudar ao povo. Nesse caso, essa
ajuda não estava diretamente vinculada a recursos materiais, mas à sua
capacidade de exercer o papel de “intermediador 6 do povo”.

Rui: – Minha balsa parada há 12 dias, e o peão me roubando. . .


Homem: – Mas que é que você fica fazendo aqui, sem arrumar din-
heiro nenhum, ao invés de estar lá [tomando conta da sua balsa, para
impedir que te roubem]?
Rui: – Mas é que fico como intermediador do povo, tenho que fazer
isso, os outros, você sabe. . .
Homem: – O que é isso, trabalhar sem ganhar dinheiro nenhum. . .

Aqui, interessa-me pouco atestar a veracidade das afirmações de Rui. E


menos do que fazer uma análise sociológica de seu papel de coordenador

6 A discussão que realizo aqui foi, em alguma medida, inspirada pela discussão do papel do
“mediador” –tópico constantemente abordado na literatura sobre patronagem. Note-se, a esse
respeito, a semelhança entre o termo que Rui utiliza para se referir a si próprio (“interme-
diador”) com essa categoria analítica. A referência principal aqui é Silverman (1967: 280-1),
principalmente naqueles dois aspectos que ela desenvolve a partir da definição que Wolf propõe
para os ‘brokers’ (“persons who ‘stand over the critical junctures or synapses of relationships
which connect the local system to the larger”): a) “the functions which those who are defined
as mediators perform must be ‘critical’, of direct importance to the basic structures of either
or both systems”; b) “the mediators ‘guard’ these functions, i.e., they have near-exclusivity in
performing them. (. . .) As a result, the number of mediators’ statutes is always limited”. Ver,
também, Campbell (1963: 94).
Guedes: Lidar com o povo, ajudar o povo, falar com o povo. . . 203

e “representante do povo”, o que pretendo é apresentar alguns elementos


da imagem que, neste contexto, ele construiu para si próprio e exibia pu-
blicamente. E não é de uma simples idiossincrasia que trato aqui, mas da
apresentação dessa imagem que, via suas cores fortes e eventuais exageros,
permite vislumbrar desejos (no sentido mais trivial do termo, remetendo
ao que as pessoas querem) que trespassam o universo em questão: desejo
de poder contar com a ajuda de uma pessoa dessas, desejo de ser ou se
tornar uma dessas pessoas. . .
De acordo com Rui, a ajuda que poderia oferecer naquele momento se
vinculava, em primeiro lugar, à sua capacidade de cobrar certas coisas de
determinadas pessoas ou instituições. Cobrar é, antes de mais nada, correr
atrás –passo fundamental para se obter qualquer coisa. Mas correr atrás
não basta: para cobrar é preciso também valentia. Fui compreender melhor
o sentido desse termo ao reparar nas placas colocadas nos portões das
casas, avisando que ali dentro havia um animal perigoso e agressivo, um
“cão valente”. Parece-me, assim, que o valente é alguém que possui não só
coragem como também uma tendência ou predisposição a arrumar briga.
Recorro a esta referência também porque Rui comparava a si próprio a
um cachorro. Fazia isso através de uma história a que atribuía muita
importância, e que lhe fora contada por seu pai: “Meu pai tinha quatro
cachorros. Destes quatro, só o mais fraco, o perneta, é que conseguia caçar.
Era ele que pegava as pacas que meu pai queria. Só ele, também, tinha
a coragem pra enfrentar uma onça que viesse, por acaso, a cruzar seu
caminho. Pois eu sou como esse cachorro perneta”!
Não é qualquer um que é capaz de enfrentar uma onça, ou de fazê-la
pagar uma dívida. Ainda mais quando essa onça tem a força e o poder
de uma multinacional como a Tractebel, e não se está na plena posse de
seus recursos (como um cão “perneta”). E se políticos, empresários e au-
toridades da cidade se curvaram a ela, não era esse o caso de Rui. Mesmo
enfraquecido, ele ia persistir no seu enfrentamento a essa empresa, lutan-
do pelos direitos dos garimpeiros (entre os quais se incluía, naturalmente,
o seu). Brincando um pouco com as imagens evocadas por Rui no relato
acima, não há como negar que ele era de uma fidelidade ‘canina’ à missão
que se propusera cumprir. Inabalável na sua convicção do que era a coi-
sa certa a se fazer, há mais de sete anos vinha vivendo em função disso,
sofrendo muito, passando por humilhações diversas, vendo inúmeros com-
panheiros descrençarem e abandonarem a luta (foi esse o caso de Xicão,
por exemplo).
204 Antropología de tramas políticas colectivas

Segundo ele, não se podia ser como alguns dos coordenadores do movi-
mento se você realmente tinha a intenção de conseguir alguma coisa. Esse
tipo de gente não cobra: diante de alguém poderoso ou grande, eles se
encolhem e não abrem a boca. Rui, pelo contrário, afirmava ter coragem
para dizer a verdade: não provocou o promotor da cidade, dizendo-lhe “na
cara” que ele parecia receber apenas para ajudar os mais ricos? E não es-
tava sendo ele intimado a comparecer ao fórum justamente por isso, por
não ter medo de dizer o que achava que era certo?
Se enfrentar a onça é lutar contra a empresa, poderíamos especular no
que consistia, para Rui, a caçada às pacas. Um cão que caça pacas é o
que encontra o objeto desejado por aquele a quem serve e o traz para ele.
Ele consegue as coisas para os outros. Teríamos aí uma metáfora para
aquele que ajuda alguém atuando como intermediador, aquele que realiza
a conexão que permite que esse alguém tenha acesso a recursos desejados
ou necessários?
Os exemplos de situações em que Rui afirma ter atuado junto a ou-
tras pessoas e instituições para ajudar o povo como um “intermediador”
são inúmeros. No interior do mab de Encruzilhada ele interveio, como
vimos, para que uma injustiça não fosse cometida e Xicão fosse excluído
do Projeto da Moradia. Para Rui e para os outros garimpeiros que lhe
são próximos, porém, sua mais importante atuação dizia respeito à pres-
são que ele exercia junto aos outros coordenadores para que a luta pelos
direitos não fosse deixada de lado.
Rui também costumava destacar o papel que desempenhara na pró-
pria constituição do mab na cidade de Encruzilhada. Ele foi um dos que,
seguindo a indicação de um conhecido, entrou em contato com o mab Na-
cional. “Sou um dos primeiros coordenadores do mab. Eu fui o primeiro,
depois o Godofredo entrou. Dos primeiros mesmo quem segurou a barra
até montar uma secretaria aqui fui eu. Tínhamos que ter um ponto para
receber o povo”.
Depois contribuiu para montar a coordenação. Fora ele quem trouxera
Roceiro para o movimento. Nesta época, este último se encontrava rodado
(desamparado e sem lugar no mundo) e doente –“até roupa de cama fui
eu quem deu pra ele”!
Seus esforços para que as cestas continuassem sendo enviadas para En-
cruzilhada também devem ser destacados. Em um Encontro Nacional do
mab, diante de 1200 pessoas (e de 12 microfones!), foi peremptório ao
defender esse ponto: “Se cortar essas cestas, o pessoal passa fome”! Além
Guedes: Lidar com o povo, ajudar o povo, falar com o povo. . . 205

disso, durante as reuniões de grupo, volta e meia defendia a necessidade


da formação de um grupo –no qual ele certamente estaria presente– para
ir até o Ministério de Minas de Energia conversar sobre isso. Acrescentava,
então, que, hoje, “o movimento” (o de Encruzilhada, não o nacional) tinha
“união e força para cobrar. . . hoje nós temos acesso à base do Governo
Federal, hoje a gente senta no Ministério”! Também, numa reunião de um
grupo de base, ouvi Rui falando que estivera numa reunião em que “o
movimento” conseguiu pressionar as autoridades para que elas concluís-
sem uma série de obras nas estradas da região. Em outra dessas reuniões,
ele mencionou a necessidade de “correr atrás do Ministério das Cidades”
para que o Projeto de Moradia fosse efetivamente levado a cabo. Nesses
exemplos, Rui associa a obtenção dessas melhorias às ações ‘coletivas’ dos
dirigentes do movimento, entre os quais se inclui. Parece-me que, se ele
se expressava dessa forma, era também porque o fazia numa circunstân-
cia particular: as reuniões dos grupos de base, onde a forma habitual de
utilização do sujeito gramatical é o ‘nós’ coletivo. Em nossas conversas
informais, o ‘eu’ sempre prevalecia.
A atuação desse ‘eu’ junto ao Estado não se limitava, porém, às ques-
tões em que o movimento estava envolvido. Remetia também à complexa
questão das licenças para a exploração legal de uma área de ouro. Presen-
ciei intensos debates a esse respeito. Quem emitia esta licença? O Ibama?
A Agência Ambiental, órgão do Estado de Goiás? O dnpm? “Nada disso,
vocês estão todos enganados”, garantia Rui aos envolvidos na discussão.
Ele, sim, sabia como obter isso: junto ao “o Coronel”, em Brasília.
E ainda há mais: as atividades de Rui enquanto “intermediador do po-
vo” não se restringiam ao que diz respeito ao Estado. Em duas ou três
ocasiões, Rui me contou que estivera no escritório da empresa respon-
sável pela Usina Hidrelétrica de Cana Brava, a Tractebel, para tentar
resolver problemas de outras pessoas. Também junto à Assist, assessoria
contratada pela Tractebel para construir os reassentamentos coletivos,
Rui buscava exercer a sua influência. Uma das sugestões que ele dera a
essa organização fora aceita: a de que toda família reassentada recebesse
de 6 a 10 de vacas. Outras das suas ideias relativas aos reassentamentos
tinham sido acatadas –dessa vez, “pelo bid”. Também no que se refere às
negociações com esta instituição Rui esteve presente; e podemos imaginar
o quão decisiva foi a sua atuação nesta ocasião. . . 7
7 De Vries (2002: 905) argumenta que o “cacique” (o “boss” ou “strongmen” mexicano) “is
an active and skilled manipulator who is very adept in presenting himself as an indispensable
mediator between the people and the center of power. By presenting himself as the bridge
206 Antropología de tramas políticas colectivas

Atribuindo-se tal protagonismo, não era surpreendente que Rui fosse


alvo de provocações. Por vezes, era acusado de falar apenas na primeira
pessoa. “Com ele você já sabe, é sempre aquela coisa do ‘eu fiz isso’, ‘eu
sou o responsável’, eu, eu, eu. . .”. Mas não será essa uma acusação relativa-
mente trivial num universo onde, com grande frequência, os coordenadores
contrapunham a própria generosidade (o ajudar a outrem) ao egoísmo de
seus colegas (que só pensam em se ajudar)? E onde o mérito por algo,
mesmo que referente ao movimento, era constantemente atribuído a uma
ou outra pessoa, e quase não à ‘coletividade’? De qualquer forma, Rui
sabia que, sozinho, não podia fazer tudo. E contava com o suporte ou
o apoio daqueles a quem ajudava para levar a cabo seus planos. Nesse
sentido, suas afirmativas a respeito do número de pessoas que conseguia
juntar, e do pouco tempo que necessitava para isso, parecem servir como
um índice de sua popularidade junto ao “seu povo”. “Trezentas pessoas
para uma ocupação? Não se preocupem, arrumo isso num instante!”

between different levels, he plays a central role in the imagination of the center as the real
source of power, whereas what exist in reality is a diffuse set of de-centered practices without
much internal coherence (Foucault, Rubin)”. Não é meu objetivo aqui discutir as concepções
ontológicas desse autor a respeito do que é o poder ou de como ele se exerce. Por outro lado,
se busco identificar, a partir da representação que Rui faz de si próprio e de suas práticas, “the
role the ‘idea of the gap’ [gap esse referente à distância que, supostamente, separa as pessoas
do centro do poder] plays in the constitution of a given culture of power” (De Vries 2002: 904),
o que encontro é algo diferente de um centro como a “real source of power”. De fato, como
indiquei acima, as afirmações de Rui a respeito da sua atuação como “intermediador do povo”
incluem um conjunto diverso de organizações. Aqui se evidencia um contraste significativo com
as situações trabalhadas por autores como o próprio De Vries (2002) ou Campbell (1963), que
identificam a atuação dos mediadores exclusivamente com o Estado. No caso de que trato, não
me arriscaria nem mesmo a dizer que este último apareça como uma instância privilegiada
de negociação e intervenção. De qualquer forma, ‘ao seu lado’ existem movimentos sociais
(o próprio mab, seja incorporado nas figuras dos dirigentes locais ou nacionais), empresas (a
Tractebel e a Assist) e organizações multilaterais (o bid). A própria ideia de ‘Estado’ é, a esse
respeito, demasiado abstrata para dar conta do tipo de instância ou agente a que pessoas como
Rui se referiam: “a base do Governo Federal”, “a agência ambiental”, “o Coronel”, “o Ibama”
(que não se confunde com aquela “agência ambiental”), “o Ministério”. Não chegaria a dizer que
o que emerge daí é a representação de um “diffuse set of de-centered practices without much
internal coherence”, aquilo que para De Vries (2002: 904) realmente existe (e que deveria, assim,
se contrapor ao ilusório centro ‘duro’ e único do poder que o cacique anuncia como sendo real).
Provavelmente o que encontramos, a partir do que coloca Rui, é algo mais parecido com o “mapa
de poder político” de que fala Wolf (2003: 94-5), onde poderíamos identificar algumas daquelas
“áreas com fortes concentrações de recursos estratégicos”, os “centros de controle –aquilo que
Lênin chamou de elevações estratégicas”.
Guedes: Lidar com o povo, ajudar o povo, falar com o povo. . . 207

Falar para o povo


No início deste texto, comentei que, nos meus primeiros dias de trabalho
de campo, o que eu fazia era basicamente sentar-me num banco impro-
visado debaixo da mangueira, no interior da secretaria do movimento,
e acompanhar as conversas que ali se desenrolavam. Conheci Rui nesse
banco, e foi também nele que me familiarizei com um tema especialmen-
te caro a eles todos nas conversas: as avaliações sobre as habilidades e
idiossincrasias discursivas de determinadas pessoas.
Num certo dia, eu e Seu Diamantino –frequentador assíduo da secretaria
–conversávamos nesse banco. Ele me falava então de um conhecido seu que
não era bom de papo. Essa pessoa tinha a “conversa curta”, exatamente
como o nosso presidente. “Você já viu o Lula falando, que tristeza? Diz
uma, duas coisas, e logo em seguida. . .” Nesse ponto ele se pôs a gaguejar,
balbuciando frases incompreensíveis, imitando, assim, uma pessoa confusa
e pouco habilidosa com as palavras. Independentemente da pertinência da
avaliação que ele fazia de Lula, o que me interessa aqui é a sua comparação
entre a capacidade oratória de alguém que ele conhecia pessoalmente e a
de um político notório.
Ali, na secretaria do movimento, sem dúvida não era difícil ouvi-lo fa-
zendo comparações dessa natureza. E não era só ele que agia assim. Na-
quele espaço, não era raro encontrar pessoas –quase sempre homens mais
velhos– que faziam previsões a respeito do sucesso de eventuais carreiras
políticas que fulano ou sicrano seguiria: “Roceiro não sabe falar direito,
não pode ser nada não! Já Sírio é o grandão para falar na frente do povo!
Sírio vai virar presidente. . .”.
Na maior parte das vezes, esses fulanos e sicranos eram coordenadores
do movimento. E estes próprios coordenadores também tinham o hábito
de comentar as habilidades discursivas de seus companheiros. Neste caso,
porém, sem fazer referência a cargos na política. O foco de seus inter-
esses era o movimento em si mesmo. Rui costumava mencionar aqueles
coordenadores que, “após todo esse tempo, não sabem nem mesmo dizer
boa-noite para o povo”. A sua referência a “todo esse tempo” evocava os
mais de sete anos desde que o movimento se organizara via coordenado-
res e grupos de base; todo aquele longo tempo lidando com o povo. . . Ao
longo de boa parte desse período, os coordenadores tinham a obrigação
de, ao menos uma vez por mês, falar para seu povo durante as reuniões
dos grupos pelos quais eram responsáveis. Além disso, numa série de ou-
208 Antropología de tramas políticas colectivas

tras ocasiões era dada a possibilidade de eles fazerem uso da palavra,


dirigindo-se ao povo. Nas reuniões de outros coordenadores, por exemplo,
já que nestes eventos o mais comum era que, além do responsável pelo
grupo, duas ou três outras pessoas falassem. Ou então nas assembleias
que sempre antecediam a entrega das cestas básicas, eventos que por ve-
zes reuniam mais de trezentas pessoas. Aí, quem ficava com o microfone
a maior parte do tempo era a liderança máxima do movimento, o coor-
denador estadual do mab em Goiás. Rui invariavelmente se manifestava
nesse caso. Quanto aos outros coordenadores, alguns ansiavam por uma
oportunidade como essa –e se lembramos do que comentei anteriormente
a respeito da ênfase atribuída por Rui ao fato de ter falado diante de 12
microfones no encontro do movimento nacional, pode-se supor que falar
assim não era algo inteiramente trivial. Outros, porém, preferiam ficar
calados. Temiam, talvez, abrir a boca diante de tanta gente?
Presenciei, num certo dia, Rui e outro coordenador listando o nome de
diversos coordenadores, e comentando em seguida: “Esse daí fala. . . Já
ela não fala, não”. Falar ou não falar, nesse contexto, significava saber ou
não saber falar para o povo. Num outro contexto, uma conhecida minha,
coordenadora, confessou-me que realmente não falava bem. Mas falar bem
não era tudo! (era muita coisa, mas não tudo. . .). Ela sabia fazer uma série
de outras coisas com competência, e era sim uma boa coordenadora!
Diante dessa admiração pelos que usam bem a palavra, não surpreen-
de a comoção que tomou o movimento quando foi anunciada a morte do
“último repentista da cidade”. Não conheci esse homem, mas ouvi falar
dele por um bom tempo. Era repentista –e também marcava presença em
palanques, animando o público e apresentando os políticos que iriam em
seguida falar; narrava rodeios, recitava poemas na rádio, gravava discos.
Não pude deixar de me lembrar, ao ficar sabendo disso, do destino de um
dos militantes do sul que fora enviado para Encruzilhada. Conhecido pela
sua esperteza e pela sua capacidade de seduzir e encantar o povo enquanto
falava, ele é até hoje lembrado por essas habilidades não só na secretaria
do mab e em outros cantos da cidade, como também em municípios vi-
zinhos. Após romper com a nacional e abandonar a militância, preferiu
continuar morando em Encruzilhada, mantendo-se afastado do movimen-
to. Trabalhou como garimpeiro, mas logo encontrou outras coisas para
fazer: foi locutor de rádio por um tempo e, como aquele repentista, par-
ticipou de campanhas políticas como animador de palanques. Quando o
encontrei pela última vez, tinha-se envolvido com a política, virando pre-
Guedes: Lidar com o povo, ajudar o povo, falar com o povo. . . 209

sidente de um pequeno partido e passando a trabalhar como assessor de


um dos candidatos a prefeito.

Tradições e apropriações
Mencionei anteriormente que Rui dissera que a licença para garimpar ouro
tinha que ser buscada junto ao “Coronel”. Mas não cheguei a comentar
que ele tentara obter uma. Para isso, recorrera a um vereador da cidade,
pedindo sua ajuda. Não foi atendido no seu pedido, segundo ele, porque
o vereador em questão também tinha interesses em obter a licença para
a mesma área. Rui ajuda aos outros; mas também recorre à ajuda de
terceiros. Assim, poderíamos talvez dizer que Rui faz parte do povo do
vereador que procurou.
O que me interessa aqui, porém, é outra coisa: é o fato de Rui, um coor-
denador, fazer as mesmas coisas que um político. Rui comentara comigo
que, na opinião dele, um político tinha que ser alguém “que ajuda a re-
solver os problemas do povo”. Em diversas outras ocasiões, presenciei-o se
referindo a si próprio como alguém que faz, senão a mesma coisa, algo mui-
to parecido: “ajudar a sociedade”, “ajudar o povo”, “ajudar a população”.
As menções às formas de falar para o povo sugerem, igualmente, o vínculo
que existe entre os políticos e os coordenadores, os primeiros ‘inspirando’
os segundos. Os comentários brincalhões direcionados aos que terminam
a sua fala –nas reuniões e assembleias– mostram bem isso, bem como re-
velam a consciência dos envolvidos a respeito desse vínculo: “Agora que
você terminou, não vai pedir o nosso voto?”.
No que se refere à questão da generosidade e da “intermediação”, a
atuação de Rui enquanto coordenador estava pautada pela presença de
uma série de práticas que remetem diretamente a outros tipos de relações,
‘externas’ ao movimento –como aquelas que caracterizavam os vínculos
entre um proprietário e seus trabalhadores no garimpo, ou entre um fa-
zendeiro rico e seus vizinhos pobres.
São essas relações ‘tradicionais’ o que poderia ser aproximado –e não
muito mais que isso– daquilo que, na literatura antropológica, se chama
de relação “patrono-cliente”. E foram elas que, após o surgimento do mab
em Encruzilhada, foram ‘estendidas’ 8 para algumas das relações que iam

8 De Neve (2000) mostra como, no sul da Índia, a patronagem levada a cabo pelos empresários
têxteis está vinculada à “extensão” para o presente de um “indigenous model of royal patronage”.
210 Antropología de tramas políticas colectivas

sendo forjadas no interior desse movimento, tais como aquelas que se


estabeleceram entre um coordenador e seu povo.
Estas ‘novas’ relações não surgiram, porém, ex nihilo: para compreendê-las,
é preciso encará-las como um dos produtos do trabalho “político pedagó-
gico” dos militantes do mab do Sul do país, que foram liberados para
Encruzilhada a fim de organizar os atingidos dali; daqueles que foram
os “professores” dos coordenadores locais, que os ensinaram a “falar a
linguagem do movimento social”, conforme o que diziam alguns destes
coordenadores.
Mas é preciso destacar que esse trabalho pedagógico foi ele próprio sub-
vertido. E a ‘expulsão’ dos militantes sulistas da liderança do movimento
de Encruzilhada –algo de que voltarei a falar no próximo item– é apenas o
indício mais espetacular dessa ‘subversão’. Pois este trabalho foi norteado
pela ideia de que o que deveria ser implantado em Encruzilhada era o
‘pacote inteiro’: o modelo coerente e orgânico, avesso a contaminações de
elementos alheios a ele, que buscava reproduzir o formato do mab consoli-
dado no Sul do país –formato difundido Brasil afora pelos militantes desta
região, que há anos comandam a nacional. Não custa lembrar que poucos
princípios pedagógicos são tão importantes (e tão incessantemente repas-
sados para os frequentadores de qualquer curso de formação) para estes
militantes quanto o da organicidade, que prega a necessidade da coesão
dos múltiplos elementos que constituem um movimento e a sua integração
num todo harmônico. Certamente a inadequação entre o ‘modelo ideal’
(encontrado, por exemplo, nas apostilas produzidas pelo movimento) e
aquele que é implementado na prática é a regra, e não um privilégio do
caso que examino aqui. Por outro lado, o teor e a intensidade das críticas
dirigidas por militantes da nacional ao movimento de Encruzilhada (por
exemplo, de que o movimento é meramente “assistencialista”) sugerem o
quanto, para estes últimos, o mab nesta cidade se ‘desvirtuou’.
O que me interessa aqui, porém, é o ponto de vista de coordenadores
como Rui. O que eles fizeram foi se apropriar de alguns dos elementos
que lhes foram oferecidos pelos militantes do Sul. É esse o caso da or-
ganização do movimento através de coordenadores e em grupos de base.
Elemento este que, articulado àquelas relações ‘tradicionais’, possibilitou
o surgimento de um formato que vingou, e que vigora até os dias de hoje.
Este ‘formato’, aquele que aparece descrito neste texto, tem assim que ser

Também os governantes ingleses se apropriaram desse modelo e se fizeram de “doadores” e


“protetores” dos templos, tais como os reis antigos.
Guedes: Lidar com o povo, ajudar o povo, falar com o povo. . . 211

pensado a partir da confluência e do encontro de ‘tradições’ diversas. E


posso acrescentar que se, dessa maneira, o mab de Encruzilhada se in-
ventou e inventou algo novo, ele contribuiu também, nesse processo, para
reinventar a generosidade patronal, o ‘clientelismo’ político (se com esse
termo designo o que fazem igualmente políticos e coordenadores) ou a
forma ‘organizacional’ do movimento social.
No próximo item procuro mostrar como um dos aspectos deste formato
que vingou –a concepção de como se deve exercer o papel de coordena-
dor enquanto alguém que pretende “bancar o representante do povo”– é
tensionado por outros processos, que o pressionam e estimulam a sofrer
algumas transformações.

Transformações: secretárias, profissões,


cursos de formação
Durante um dos períodos em que estive em Encruzilhada, ajudei um dos
militantes locais a organizar um curso de formação, e fui convidado para
ser um dos assessores deste curso. Eu teria então que preparar uma aula de
três horas –o tema: história das lutas contra barragens no Brasil– para um
público que não conhecia, mas que supunha, acertadamente, ser bastante
heterogêneo e indócil. Comentei sobre a ansiedade que aquela situação me
causava com o coordenador estadual. Ele pareceu se divertir com a minha
preocupação e, ligeiramente sarcástico, me perguntou: “Como é que é isso,
você não sabe falar para o povo”?
Esta pergunta e o modo como foi formulada me parecem remeter a algo
significativo. Quem a fez me conhecia suficientemente bem para saber que
eu “trabalhava” na universidade, tinha uma formação acadêmica sólida,
que eu era uma pessoa estudada. Ao mesmo tempo, eu me sentia inibido
num espaço onde deveria me sentir mais do que à vontade, uma sala de
aula, porque estava diante de um público que “professores” como eu não
estavam acostumados a enfrentar: o povo.
Em uma das histórias favoritas de Seu Diamantino, o tema é justamente
a incompetência de um “professor” para falar para o povo. Neste relato,
um político encontra-se num palanque, onde fala por horas e horas. Can-
sado, decide conceder a palavra a um professor que estava ao seu lado.
Este último é surpreendido com o convite; hesita, fraqueja, termina por
212 Antropología de tramas políticas colectivas

recusá-lo. O vexame é público, o professor não tem como escondê-lo –ficou


marcado pela vergonha que passou nessa situação.
Tanto nessa história quanto naquele comentário sarcástico que me foi
direcionado, transparece uma certa tensão entre esses dois ‘profissionais’
da palavra –o “representante do povo” e o professor. Em um caso como
no outro, parece haver alguém que está no lugar errado: o professor num
palanque, o povo na sala de aula. A história de Seu Diamantino, ainda
mais porque foi contada para mim (um “professor”), sugere que para fa-
lar para o povo a educação formal não é necessária, e talvez nem mesmo
desejável. Um de seus motes, aliás, consistia na afirmação de que “nos
tempos do analfabetismo as coisas eram diferentes; aí sim havia democra-
cia”! Não surpreende que, num contexto onde a escolarização é baixa ou
ausente, o ‘doutor’ seja visto com alguma desconfiança, possuidor que é
de conhecimentos inacessíveis à maioria e potencialmente danosos a ela
(já que eles podem vir a ser fontes de humilhação).
Nunca consegui ter certeza se Rui sabia ler e escrever. Se sabia, pro-
vavelmente o fazia bastante precariamente. Assim como ele, a liderança
máxima do movimento e a grande maioria dos outros coordenadores tam-
bém tinham estudado pouco, e muitos nada ou quase nada. A criação
do movimento, porém, ofereceu a eles a oportunidade de voltar à esco-
la. Muitos foram alfabetizados através de um projeto de educação para
adultos do próprio mab, realizado através de uma parceria da nacional
com o Governo Federal e levado a cabo, em Encruzilhada, pelos jovens
(os militantes) ligados ao movimento. Sei que Rui chegou a frequentar
algumas dessas aulas. Um outro coordenador, daqueles que aprenderam a
ler neste projeto, era frequentemente alvo de gozações. Falava-se que ele
estava ficando maluco, já que passava as madrugadas em claro debruçado
sobre apostilas produzidas pela nacional. E como eu mesmo –volta e meia
alertado sobre os efeitos danosos que meu trabalho exercia sobre a minha
saúde– estava cansado de saber, “estudar demais faz mal à cabeça”. Um
outro senhor, também alfabetizado nesse projeto, não só lia as apostilas
como decorava o seu conteúdo. E, quando nos encontrávamos a sós, fa-
zia questão de me declamar o que memorizara. Estes dados sugerem o
quão gratificante pode ter sido para essas pessoas ter aprendido a ler e a
escrever já velhos.
O que pretendo discutir agora, porém, são algumas tensões decorrentes
de uma série de processos (entre os quais se incluem aqueles que torna-
ram possível este projeto de alfabetização) que parecem conspirar numa
Guedes: Lidar com o povo, ajudar o povo, falar com o povo. . . 213

mesma direção: justamente no sentido da valorização da educação formal.


Tais processos foram desencadeados e intensificados, em grande medida,
pelas transformações decorrentes da construção das barragens. Ao fim e
ao cabo, o que trato poderia ser encarado como um aspecto particular e
esperado daquela boa e velha ‘modernização’, já tão conhecida de todos
nós. No âmbito dessa discussão a respeito das qualidades de um coordena-
dor, parece-me que a educação aparece como um elemento que tensiona e
transforma aquelas formas ‘tradicionais’ de se relacionar com o povo, num
daqueles contextos –o do movimento de Encruzilhada– em que, no pre-
sente, elas se atualizam. A partir de alguns exemplos etnográficos, busco
a seguir apresentar, muito rapidamente, três destes processos, assim como
algumas de suas consequências.
1. Um primeiro ponto diz respeito aos documentos. Elementos-chave
para a definição do valor das indenizações dos atingidos, assim como para
o recebimento (ou não) dos direitos, esses documentos eram um motivo de
preocupação e debate constante entre os envolvidos com o movimento. E
isso também porque são indispensáveis para o recebimento dos benefícios
(programas de renda mínima do Governo Federal e estadual, serviços e
bens ofertados pela prefeitura, e mesmo as cestas do mab) que garantiam
a sobrevivência de tantos daqueles que não dispunham mais de trabalho
ou do dinheiro proveniente do garimpo
Na secretaria do mab, várias pessoas pediam ajuda aos coordenadores
para resolver problemas dessa ordem –“O senhor pode ir comigo no ban-
co”? Por diversas vezes, estes últimos pediam a minha opinião sobre como
lidar com esses problemas. E me consultavam também para resolver suas
próprias dificuldades. Talvez em nenhum outro aspecto eu tenha sido tão
útil e valorizado junto a essa gente. Redigi ofícios e cartas; baixei da In-
ternet guias de pagamento de contribuição sindical; digitei listas repletas
de nomes; preenchi formulários; li em voz alta, diante de ouvidos atentos,
o que estava escrito em certidões, declarações, editais de concursos públi-
cos, comunicações de acidente de trabalho, atas de reuniões na Justiça,
formulários de requisição de lavra garimpeira; fui convidado a examinar e
a opinar sobre fotos, cartões de vacinação, boletins escolares, notas fiscais,
escrituras –as provas de que esse ou aquele efetivamente tinha ‘direito’ ao
direito.
Fichar, cadastrar, registrar, inscrever: o cotidiano de muitos dos meus
conhecidos parecia estar centrado na execução desses atos. Um coordena-
dor me dizia: “pois veja, foi no mesmo dia que eu fichei no movimento e na
214 Antropología de tramas políticas colectivas

Tractebel. Aqui, para ter a garantia de que iam me pagar meu direito, lá,
porque eu precisava sobreviver, e fui trabalhar na obra”. Lembremo-nos
de que Xicão se sentia especialmente grato à dona da pensão onde mora-
ra também porque ela lhe havia ajudado a providenciar seus documentos.
Estes papéis parecem, assim, se constituir como os símbolos por excelência
das transformações recentes que levaram essas pessoas a uma dependência
perante o Estado e outras instituições ‘modernas’ que, ao menos com essa
intensidade, não lhes eram familiares até pouco tempo atrás. As dificul-
dades encontradas no trato com eles são frequentemente encaradas como
sinais do ‘desajuste’ ou da inadequação destas pessoas a essa nova reali-
dade. A educação aparece-lhes, assim, como uma solução –ou ao menos
um paliativo– para esta situação.
A esse respeito, a descrição de um pequeno conflito que presenciei é
elucidativa. Uma vez que as cestas distribuídas ali são uma doação do
Governo Federal, é preciso cadastrar todos aqueles que a recebem e “en-
viar para Brasília” a listagem de todos os beneficiários. Cada coordenador
é responsável pelo controle dos membros de seu grupo, assim como pela
elaboração da lista deste grupo, que deve incluir nome, endereço, número
do documento de identidade e do cpf. A realização desse trabalho sempre
foi algo complicado para eles. Alguns coordenadores resolveram esse pro-
blema através das secretárias: pessoas estudadas e de sua confiança que
tinham facilidade para realizar esse controle e manter, no computador, o
cadastro com os dados. Particularmente habilidosa, uma dessas secretárias
passou, com o tempo, a organizar não somente os nomes do grupo pelo
qual ela era responsável, mas também a lista com o conjunto de todas
as informações que deveriam ser repassadas mensalmente ao órgão res-
ponsável pela doação. Acusações contra ela logo surgiram –inclusive uma
especialmente séria, quando dirigida a alguém no movimento: a de que ela
estaria “recebendo dinheiro”, sabe-se lá vindo de onde. A visibilidade e o
poder que ela ganhou ao desempenhar sua tarefa incomodaram particu-
larmente alguns coordenadores –em especial as mulheres. Para uma das
coordenadoras, que por mais de uma vez se desentendera com esta secretá-
ria, a centralidade crescente que ela assumira no processo de distribuição
das cestas era um indício a mais de que “o movimento havia acabado”.
Como era possível que ela, já há tantos anos no movimento, sempre li-
dando com o povo (“e como isso cansa!”), fosse desafiada e pisada por
alguém que sequer fazia parte da coordenação (ou seja, do conjunto de
todos os coordenadores)? Mas, por mais que isso fosse um absurdo, a coor-
Guedes: Lidar com o povo, ajudar o povo, falar com o povo. . . 215

denadora em questão sabia que pouco podia fazer contra a secretária: ela
sabia que, mesmo que em desacordo com o que pensava ser correto para
o movimento, as habilidades daquela haviam se tornado indispensáveis.

2. Quando eu falava do caso de Xicão, mencionei que ele me contara


que, sendo analfabeto, não conseguiria emprego melhor que o de ajudante
numa firma –o trabalho mais pesado e de menor remuneração. Esse tipo de
dificuldade não era privilégio seu. Muito pelo contrário, afetava inúmeros
ex-garimpeiros e grande parte dos envolvidos com o movimento. Essa era
a situação de gente que pouco ou nada frequentara a escola e que até
a extinção do garimpo não tinha maiores razões para se ressentir disso.
Uma expressão de uso corrente num passado não muito distante parece
indicar como, para alguns, o estudo era então dispensável, até mesmo
não desejado: antes corrido do que lido. E se é evidente que “lido” é
aquele que estudou, faz-se necessário acrescentar que o “corrido” remete
ao nomadismo (no sentido forte do termo) da vida do garimpeiro ou de
qualquer um que corre o trecho.
O exame das estratégias de diferentes gerações no interior de uma mes-
ma família explicita ainda melhor as transformações nas percepções nati-
vas a respeito do seu mundo e das ‘boas maneiras’ de se viver nele. Aqui
me limito a comentar que a imensa maioria dos garimpeiros estimulou
seus filhos adolescentes a seguir caminhos diversos daqueles que eles pró-
prios traçaram para si mesmos quando eram mais jovens. Nesse sentido,
eles os incentivaram, com graus variáveis de sucesso, a conseguir uma pro-
fissão. Tanto para esses pais como para seus filhos, não há muito mistério
a respeito de como conseguir isso: é preciso fazer um curso.
A noção de curso presente neste contexto é suficientemente abstrata
para abarcar o que para mim sempre foram coisas bem distintas: os cursos
técnicos, que asseguram o aprendizado dessa profissão e tornam possível
e até mesmo fácil um bom trabalho fichado em uma firma (em especial,
nas diversas mineradoras de grande porte presentes no norte de Goiás ou
na construção de barragens, linhas de transmissão e subestações elétricas
Brasil afora); e os cursos de formação de militantes. Para discutir estes
últimos, voltemos a Rui.

3. Durante o curso de formação de militantes mencionado acima, Rui


me procurou num intervalo e, falando alto, comentou: “Não tenho estudo,
não domino essas questões técnicas, mas sou o acelerador do movimento!
Consigo juntar 500 pessoas rápido”!
216 Antropología de tramas políticas colectivas

Como afirmei acima, o mab em Encruzilhada se constituiu quando mi-


litantes do movimento, oriundos do Sul do país, foram enviados (ou con-
vidados?) para a cidade a fim de organizar os atingidos. Após algum
tempo, o “pessoal da região” decidiu “andar com as próprias pernas”,
reivindicando uma certa autonomia perante a nacional e repudiando a
sua ingerência na definição dos formatos e rumos por eles escolhidos. Não
sem ter se apropriado, como eu já disse, de alguns elementos da “lingua-
gem dos movimentos sociais” aprendidos junto àqueles militantes. Mesmo
assim, e ainda que sob certa tensão, alguns vínculos entre a nacional e o
movimento local se mantiveram.
Há pouco mais de três anos, meia dúzia de jovens –sem maiores interes-
ses ou poderes para intervir nas questões que mobilizavam os coordenado-
res (as cestas, os direitos, os projetos)– passou a se submeter ao processo
de formação levado a cabo pelo mab nacional. Isso se deu, sobretudo,
através daqueles cursos. O objetivo declarado destes últimos é, como seu
próprio nome indica, formar militantes, “sujeitos críticos”, “revolucioná-
rios”, pessoas capazes de “transformar a sociedade”. Sem que haja maiores
contradições com esse objetivo, esses cursos foram e ainda são encarados,
por aqueles que os frequentam (muitos deles filhos ou parentes dos coor-
denadores), também como um caminho possível para a obtenção de algo
equivalente àquelas profissões. Isto na medida em que neles está dada a
possibilidade do jovem que o frequenta se tornar um militante liberado
(ou seja, remunerado; no caso, pela nacional), ou porque, através deles, é
possível obter uma vaga num dos diversos cursos universitários do Brasil
e do exterior que estabeleceram convênios com movimentos sociais.
Nos últimos anos, esta formação tem assumido uma crescente impor-
tância junto aos dirigentes nacionais. Em especial após uma mudança na
“linha política” do mab, que vem postulando o privilégio de uma atuação
mais propriamente política (centrada, por exemplo, na contestação do
modelo energético do país e na “conscientização da sociedade” a respeito
da questão da energia) do que sindical (ou seja, direcionada para a lu-
ta pelos direitos dos atingidos e por demandas pontuais). Cursos como
o que ajudei a organizar são financiados pela nacional e trazem a marca
desta orientação mais recente –fortemente assentada numa filosofia que
valoriza a educação formal e o estudo como pré-requisitos indispensáveis
para a formação dos militantes. Destaco, a esse respeito, que ao longo dos
últimos anos a conclusão de um curso universitário vem se impondo cada
vez mais como uma condição para a militância. Sob este ponto de vista,
Guedes: Lidar com o povo, ajudar o povo, falar com o povo. . . 217

seriam os militantes as lideranças por excelência dos movimentos sociais.


Não é difícil imaginar como, nesse contexto, surgem conflitos –às vezes
opondo filhos e pais– entre os jovens (os militantes) e os coordenadores.
A despeito da relativa autonomia que estes últimos conquistaram, mui-
tos deles têm consciência do quanto ainda dependem da nacional. Foi
ela, por exemplo, que capitaneou as mobilizações que garantiram a obte-
nção das cestas junto ao Governo Federal. Ao mesmo tempo, a articulação
entre diversos movimentos –cujo produto mais conspícuo talvez seja o sur-
gimento da Via Campesina, da qual o mab faz parte– se impôs como uma
estratégia bem-sucedida para estes: ninguém faz a luta sozinho, é preciso
se articular com outros movimentos para fazer a luta. A valorização da
educação formal no mab é também um reflexo de um processo mais amplo
que caracteriza os movimentos que compõem a Via (entre os quais o mst)
como um todo: neles, a formação de militantes naqueles moldes é a regra.
O universo dos movimentos, assim com o mercado de trabalho, também
parece conspirar para a valorização da educação. . .
O comentário feito por Rui durante o curso sugere, assim, sua resistên-
cia a um modelo que busca (e vem conseguindo) se impor. Este modelo
nega e se choca com os valores que o definem como coordenador e homem
poderoso e influente. Esta oposição entre duas concepções do que devem
ser um movimento e suas lideranças está expressa na formulação dele. Se
Rui é capaz de juntar tanta gente, é porque é um coordenador generoso e
atuante, e que sabe que pode contar com a lealdade dos que ajudou. Ain-
da assim, ele reconhece indiretamente uma ‘falha’ ou ‘deficiência’ de sua
parte, admitindo a importância da educação. “Não tenho estudo, mas. . .”

Coordenadores e militantes
Os trabalhos de Sigaud (2000) e Rosa (2004, 2009) mostraram como, a
partir do Movimento dos Trabalhadores Rurais Sem-Terra (mst), disse-
minam-se o que estes autores denominaram de “formas”: a forma-acampa-
mento, a forma-movimento. Influenciado por esta perspectiva, e partindo
da descrição acima apresentada, gostaria de concluir este artigo ensaian-
do alguns comentários –pouco mais que hipóteses e sugestões para inves-
tigações futuras a respeito deste tema. Meu foco, aqui, reside não nas
ocupações de terra por eles consideradas, mas na questão da militância.
218 Antropología de tramas políticas colectivas

Ao me referir acima à articulação existente entre o mab e o mst, des-


taquei que em ambos os movimentos a formação de militantes se dá de
modo bastante semelhante. 9 Sem me alongar sobre este ponto, destaco
apenas que pude acompanhar parte do processo de formação dos militan-
tes de Encruzilhada, e que essa semelhança não é apenas flagrante para
um observador externo, mas um consenso para eles próprios. Militantes
do mab, do mst e de outros movimentos frequentam as mesmas escolas (a
Florestan Fernandes, o Iterra, a Fundep) e os mesmos cursos; têm aulas
com os mesmos professores, professam os mesmos “princípios e valores”,
compartilham leituras, viajam juntos, participam dos mesmos eventos.
Naturalmente, há especificidades relativas a cada movimento, que geral-
mente possui o seu próprio setor de formação, mas às atividades realizadas
por um destes setores costumam ser convidados militantes de outros mo-
vimentos. Estas especificidades estão subordinadas, por outro lado, a um
‘núcleo duro’ de experiências, valores e práticas compartilhados que não
apenas facilita como induz a convivência entre eles –a ocorrência de na-
moros e casamentos entre militantes de diferentes movimentos é bastante
comum.
No que se refere mais especificamente ao mab, procurei mostrar em ou-
tro trabalho (Guedes 2006) como a realização dos cursos de formação de
militantes organizados pelos militantes do movimento nacional –pratica-
mente todos do Sul do país– buscava difundir para além desta região o
formato organizacional que nela se consolidara. E não só: buscava difun-
dir a “identidade” (aqui como categoria nativa) militante, postulando que
esta figura deveria ser a liderança legítima dos movimentos sociais, em
função de conteúdos específicos e determinados que delimitam e circuns-
crevem os contornos dessa identidade. Ser militante é. . . A partir desta
articulação entre um determinado modelo de formato organizacional pa-
ra o movimento e uma identidade específica para aquele que deve liderar,
responder por este movimento, poderíamos então falar em algo como uma
forma-militância.
Certamente há diferenças importantes entre este caso e aqueles analisa-
dos por Sigaud e Rosa. No estado de Pernambuco, estudado por eles, foi
principalmente em função de um “efeito-demonstração” (Rosa 2009: 57),
gerado pelas ocupações promovidas pelos militantes do mst deslocados do
9 Não tenho espaço aqui para tratar disso em mais detalhes. Além da minha dissertação de
mestrado (Guedes 2006), existe uma extensa literatura –muitas vezes produzida pelos próprios
militantes– que apresenta mais detalhes a esse respeito. Numa perspectiva etnográfica, destaco
em especial o trabalho de Frigo (2008).
Guedes: Lidar com o povo, ajudar o povo, falar com o povo. . . 219

Sul do país, que os sindicatos e outros movimentos enxergaram uma pos-


sibilidade de obtenção de terra. Organizações diferentes ‘imitam’, assim,
o mst e chegam a rivalizar com ele. Além disso, a “linguagem” (Sigaud
2000) constituída pelos acampamentos buscava alcançar um destinatário
preciso: o Estado, que, através do Incra, promovia as desapropriações.
No caso de que trato, a expansão da forma ocorre de outra maneira,
mais controlada e planejada: através do trabalho político-pedagógico dos
militantes. Trabalho esse que, em primeiro lugar, consiste na formação
dos que potencialmente virão a ser outros militantes, seja através da teo-
ria (por meio dos cursos de formação), seja da prática (pela vivência do
cotidiano do movimento, da participação em mobilizações e atos de todo
gênero). Em Encruzilhada, como já mostrei, até hoje os militantes sulis-
tas que lá estiveram são frequentemente chamados de “professores”. Em
segundo lugar, esse trabalho se vincula ao deslocamento do militante li-
berado para outra área, onde passará a viver e a se dedicar à organização
do movimento –de acordo, é claro, com os moldes que lhe são familiares.

*****

Ao longo deste artigo, destaquei como o papel do coordenador no mab


de Encruzilhada se desenvolve a partir da articulação de diferentes tra-
dições. 10 O movimento, aí, apareceria como um “junction-point” –para
usar o termo que Thompson (1991: 23-4; 213) utiliza para dar conta da
‘costura’ (“knit”) de “heranças” heteróclitas que respondem pelo sur-
gimento das primeiras organizações de trabalhadores do século xviii.
“Junction-point”: ponto onde as linhas, as tradições, se encontram, se
atualizam e se sedimentam. Como já mostrei, é através do encontro e da
combinação de tradições tão diversas como a generosidade patronal e a
política convencional (às quais poderíamos acrescentar ainda a valentia
do homem do interior, a ética garimpeira, a loquacidade norte-goiana,
a compaixão cristã. . .) com a “linguagem dos movimentos sociais” que
se cria o movimento de Encruzilhada e se define aí o papel que devem
desempenhar suas lideranças (os coordenadores).
Uma invenção é, segundo Deleuze e Guattari (1996), o resultado de
uma conexão ou de uma conjugação de fluxos. Tradições, no sentido que
venho atribuindo ao termo aqui, parecem-me poder ser pensadas como
10 De forma semelhante, Rosa (2004) fala na “tradição sindical”, que, na zona da mata per-
nambucana, será desafiada e transformada pelo aparecimento dos acampamentos e ocupações
de terra.
220 Antropología de tramas políticas colectivas

fluxos. Procedendo assim, elas não seriam encaradas como vestígios, me-
mórias, escombros ou ruínas de uma história petrificada e referente a um
“já acabado”, mas como aquilo que promove a ligação –e a coexistência e
interação– entre um presente e um passado que “não para nunca de pas-
sar” (para usar uma expressão do romancista William Faulkner); passado
que, desta forma, apareceria como um manancial inesgotável de onde flui
aquilo que, no presente, pode ser atualizado pelos movimentos sociais.
Na perspectiva destes autores, há ainda uma distinção que interessa
especialmente para o que discuto aqui, aquela que se estabelece entre a
“conexão” e a “conjugação” dos fluxos:

se a “conexão” marca a maneira pela qual os fluxos descodificados


e desterritorializados são lançados uns pelos outros, precipitam sua
fuga comum e adicionam ou aquecem seus quanta, a “conjugação”
desses mesmos fluxos indica sua parada relativa, como um ponto de
acumulação que agora obstrui ou veda as linhas de fuga, opera uma
reterritorialização geral, e faz passar os fluxos sob o domínio de um
deles, capaz de sobrecodificá-los. (Deleuze e Guattari 1996: 100)

Retomo assim as diferenças entre as situações estudadas por Sigaud e


Rosa e aquelas de que eu trato. Nesse último caso, a difusão das formas, co-
mo argumentei logo acima, se dá através daquele trabalho político-pedagó-
gico –através de uma expansão deliberada e planejada, a partir de um pro-
jeto político explicitamente formulado. No item 5 deste trabalho, afirmei
que este trabalho foi norteado pela ideia de que o que deveria ser implan-
tado em Encruzilhada era o ‘pacote inteiro’: o modelo coerente, pensado
à moda da totalidade orgânica dos românticos, que buscava reproduzir o
formato do mab consolidado no Sul do país. E comentei como a preocu-
pação com esta integridade na exportação da forma era de fundamental
importância para aqueles responsáveis por esse trabalho, o que as cons-
tantes referências à organicidade parece comprovar. Mais importante aqui
do que uma discussão sobre a viabilidade da implantação deste modelo
nestes moldes é a explicitação dos esforços, intenções e desejos que são
subjacentes ao próprio modelo, e que definem os parâmetros a partir dos
quais se medirá o sucesso do trabalho dos militantes comprometidos com
ele.
É nesse sentido, e de acordo com estes parâmetros, que me parece que,
para este caso, o que está em jogo é justamente aquilo que Deleuze e
Guattari chamam de “conjugação”. Aí, um dos fluxos em contato –no
Guedes: Lidar com o povo, ajudar o povo, falar com o povo. . . 221

caso, aquele correspondente ao que estou chamando de forma-militância–


subordina todos os outros, delimitando os espaços legítimos a estes últimos
e definindo a própria dinâmica da combinação que se processará entre
eles todos. Se este é um fluxo que sobrecodifica os demais, é por que ele
aparece codificado duas vezes: a) em função da sua ‘natureza’ intrínseca,
das especificidades que o definem enquanto uma ‘tradição’; b) e enquanto
código-mestre, que transcende a todos os demais e lhes impõe a sua regra.
(E não é para fazer um mero jogo de palavras com os conceitos discutidos
aqui que destaco que, para esses autores, a sobrecodificação está associada
ao que eles chamam de “forma-Estado”; mas para deixar claro o quão
generalizado e comum, em domínios os mais diversos, tal operação é.)
Mais ‘abstrata’ do que os demais fluxos-tradições, é também por is-
so que a forma-militância apresenta as capacidades de, simultaneamente,
disseminar-se e sobrecodificar outros fluxos. 11 O que está em jogo aí é a
capacidade da forma se reproduzir nas mais diversas situações e universos
concretos, não através da desconsideração deles, mas sim pelo seu ‘encaixe’
em quadros de referência a priori que lhe concedem sentido. Poderíamos,
neste sentido, identificar alguns eixos de variação –controlada, e não con-
tínua (Deleuze e Guattari 1996)– e disseminação da forma-militância: a)
um eixo geográfico (do Sul para o Brasil); b) um situacional (das marchas
para os cursos de formação); c) um institucional (do mst para o mab).
Articulações que se processam, por exemplo, entre a mística, a disciplina e
a divisão do trabalho, através de setores ou brigadas, vão se fazer presen-
tes, apenas no que diz respeito ao mst, em acampamentos (Loera 2009),
marchas (Chaves 2000) e cursos de formação (Frigo 2008). Para além da
diversidade de situações vividas no interior de um mesmo movimento, es-
sa maior abstração deve autorizar, assim, também a aplicação da forma
a movimentos diferentes, que, em virtude da especificidade de suas lutas,
criaram práticas e rotinas diversas (cf. Rosa 2009: 69). Ainda neste caso,
a essa forma corresponde um vocabulário e uma gramática que tornam
possível (e até mesmo estimulam) a utilização metafórica de categorias,
viabilizando a contínua expansão dos espaços regidos por ela. Desta ma-
neira, o mab não ocupa terras com o objetivo de desapropriá-las, mas
ocupa (jamais invade) usinas hidrelétricas e monta acampamentos (com
lona preta e bandeiras) à sua margem. Num curso de formação realizado
numa universidade pública, alguns militantes insistiam na importância
11 É “sempre o fluxo mais desterritorializado (. . .) que opera a acumulação ou conjugação dos
processos, determina a sobrecodificação e serve de base para a reterritorialização” (Deleuze e
Guattari 1996: 100).
222 Antropología de tramas políticas colectivas

daquele evento porque assim eles estavam ocupando espaços “burgueses”


como aqueles. Estas afirmações desagradavam a alguns professores do
curso (e da universidade), que os encaravam como convidados ou visitan-
tes que deveriam se subordinar às regras já vigentes ali. A bandeira do
movimento, pendurada numa janela do prédio, foi logo retirada por um
funcionário.
O “problema” do movimento de Encruzilhada, do ponto de vista dos
militantes, reside também no fato de ali a forma-militância não ter se
implantado por inteiro. Apenas alguns elementos foram tomados de em-
préstimo da “linguagem dos movimentos sociais” 12 e então “conectados”
–muito mais do que “conjugados”– a elementos pertencentes a outras tra-
dições. Uma evidência adicional da subversão da forma-militância é a exis-
tência, também nesse movimento, de militantes. Estes últimos não são do
Sul; são jovens da própria região, que vêm se submetendo ao processo
de formação levado a cabo pelo movimento nacional e que são a principal
ponte de contato deste último com o movimento local. A liderança de fato
do movimento, porém, permanece nas mãos dos coordenadores.
A imensa maioria destes últimos, como já destaquei, são pessoas sem es-
tudo. Não são, nunca serão e nem querem ser militantes. Mas demonstram,
por tudo o que vêm fazendo ao longo dos últimos anos, que, ao contrário
do que prega um postulado incontestável dos militantes, é possível fazer
um movimento social desta forma, com tão pouco estudo. Mostrei como,
efetivamente, uma série de fatores que culminam numa crescente valori-
zação da educação formal vem tornando mais difícil a vida de pessoas
como estas nos últimos tempos –inclusive no que se refere a suas ativi-
dades no movimento. Elas próprias sabem disso melhor do que ninguém.
Ainda assim, parece que o seu exemplo permite ao menos relativizar for-
mulações como as de Goody (1987: 143), que argumenta que “as citizens,
the non-literate population would be excluded from so much, at least on
the political level (. . .) They are at the mercy of a hostile world, geared
to the man who can read and write”. Exemplo que relativiza, também, as
funestas predições dos que, de todos os lados, apregoam a dependência e
a inutilidade dos que, ‘no mundo de hoje’, se encontram nesta condição.

12 E destaco aqui que o mesmo termo (“linguagem”) é usado tanto por Sigaud (2000) quanto
por alguns dos coordenadores de Encruzilhada para qualificar as formas atreladas aos movi-
mentos sociais.
Guedes: Lidar com o povo, ajudar o povo, falar com o povo. . . 223

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Moralismo y economicismo en
la política popular: problemas
de explicación socio-antropológica
1

Julieta Quirós

Introducción
En estas páginas busco reflexionar sobre una serie de prácticas de co-
nocimiento a través de las cuales nosotros, socio-antropólogos, solemos
interrogarnos por las motivaciones y disposiciones del involucramiento
político allí y cuando estudiamos en contextos social y sociológicamen-
te definidos como de pobreza o asociados a lo popular. Las reflexiones
aquí presentadas son suscitadas por problemas de interpretación con los
que yo misma me he encontrado en la pesquisa etnográfica que desarro-
llo desde hace cinco años en barrios de Florencio Varela, municipio del
sur del conurbano bonaerense, donde exploro una serie de experiencias de
politización que gravitan en torno a organizaciones de desocupados y al
peronismo local. La discusión que presento en este ensayo es en buena me-
dida un diálogo con mi propio trabajo, y puede pensarse como un ejercicio
de objetivación participante: no porque lleve a cabo stricto sensu lo que
Bourdieu (2003) entiende por ese ejercicio, sino más bien porque rescato
el espíritu de su propuesta, a saber, la de no dejar la tarea de analizar
nuestras disposiciones intelectuales en manos de los epistemólogos o de los
popes de la ciencia, sino constituirla en parte de nuestros propios objetos
de investigación.
Para ello voy a centrarme en dos subcampos disciplinares en los que
suele compartimentarse el estudio de la política popular: el de la “política
1 La primera versión de este artículo fue presentada en el grupo de trabajo “Procesos de movili-
zación social, políticas estatales y vida cotidiana. Perspectivas etnográficas” de la viii Reunión
de Antropología del Mercosur, Buenos Aires, en septiembre de 2009. Agradezco a los coordi-
nadores y comentadores del grupo, Virginia Manzano, Mabel Grimberg, Marcelo Ernandez,
María Lagos, Marcelo Rosa y María Inés Fernández Álvarez, por sus aportes y comentarios al
trabajo. También a Guillermo Quirós y a Gabriel Vommaro por los diversos diálogos con que
contribuyeron a mis argumentos.

225
226 Antropología de tramas políticas colectivas

contenciosa o beligerante” de la “acción colectiva”, la “protesta social”, y


los “movimientos sociales” y el de la “política partidaria o institucional”
del “clientelismo”. En el campo intelectual argentino –aunque no sólo en
él– esta clasificación de las experiencias políticas que tienen por prota-
gonistas a los sectores populares ha devenido parte del sentido común
académico, y entre otras cosas se plasma en una división del trabajo inte-
lectual, expresada en producciones bibliográficas, clasificaciones temáticas
y áreas de investigación diferenciadas; currículas de grado y de posgrado;
congresos de ciencias sociales, nacionales e internacionales, en los que cada
“variante” de la política cuenta con sus propios simposios, foros y mesas
de trabajo; como también, en tradiciones teóricas y marcos explicativos es-
pecíficos en los que cada campo se filia: de un lado, las teorías sobre acción
colectiva y movimientos sociales; del otro, las teorías de partidos, redes,
clientelismo y patronazgo. Asimismo, cada uno de estos campos suele co-
rresponderse con dos imágenes legas y moralizadas de la política: mientras
los fenómenos y vínculos asociados a acción colectiva y movimientos so-
ciales remiten a una “buena política” (la de la lucha, el compromiso y
la transformación), aquellos asociados a clientelismo remiten a una “ma-
la política” (la política del intercambio instrumental, la manipulación y
la reproducción). Cada una de estas imágenes suele guardar, explícita o
implícitamente, respuestas alternativas a una misma pregunta: por qué
las personas están ahí, manifestando en las calles, participando de una
organización o de algún evento o hecho político. Mientras los términos
“acción colectiva”, “movimiento social”, “protesta social”, “beligerancia”,
involucran la presunción de razones legítimas –las personas estarían ahí
por adhesión a un conjunto de ideas, por convicción o compromiso ha-
cia alguna causa–, el término “clientelismo” convoca, automáticamente,
razones ilegítimas; las personas estarían ahí por interés (a la espera de al-
gún beneficio), o por necesidad (una necesidad en virtud de la cual otro,
manipulándolas y aprovechándose-de, las hace actuar).
Al hacer etnografía y adentrarnos en la vida concreta y cotidiana de
las personas, los antropólogos nos vemos llevados a poner en cuestión
tanto estos estereotipos normativos del sentido común lego y académi-
co como las propias fronteras y oposiciones entre presuntas “variantes”
o “tipos” de accionar y experiencia política (véase, entre otros, Manzano
2007, 2009, Quirós 2006, Frederic y Masson 2007, Ferraudi Curto 2006,
2009, Vommaro 2007, Colabella 2009, Frederic 2009). Pienso, no obstan-
te, que la reflexión sobre el arraigo que ciertos hábitos epistemológicos
Quirós: Moralismo y economicismo en la política popular . . . 227

involucrados en la escisión política beligerante/política partidaria tiene


en lo que miramos –y lo que no miramos– es una tarea aún pendiente. En
este ensayo busco contribuir a esa reflexión, y a tales fines, en una suerte
de experimento pedagógico, voy a usar dos términos, “acción colectiva” y
“clientelismo”, para referir a dos campos de sentido o, si se quiere, a dos
imágenes, que –sostengo– están en la base de una episteme históricamente
situada desde la cual la academia construye sus preguntas y respuestas,
como también a la política popular como “objeto” empírica y sociológi-
camente distintivo. La sobre-simplificación de la “acción colectiva” y el
“clientelismo” en la que va a incurrir mi análisis responde al tipo de lec-
tura que estoy haciendo a partir de diversas tradiciones y formulaciones
teóricas: lectura en la que busco identificar y llamar la atención sobre
algunas operaciones y categorías que tienen que ver menos con lo dicho
y más con los “no dichos” en y por esas formulaciones. “No dichos” que,
en la medida en que configuran las condiciones de posibilidad de lo que
puede ser dicho y lo que no, también nos atañen a aquellos que –como
muchos de nosotros, antropólogos– prescindimos de la “acción colectiva”
o del “clientelismo” como herramientas conceptuales.
Uno de esos no dichos, argumento, consiste en un movimiento pendu-
lar entre dos formas de descripción y explicación de los vínculos políticos
en juego: una que llamo economicismo, que presume la preponderancia de
móviles de acción y de relación de naturaleza instrumental; otra que llamo
moralismo, que presume la preponderancia de móviles de acción y rela-
ción fundados en valores morales; ‘valores morales’ a veces desde el punto
de vista de los analistas, otras de los actores analizados, otras de ambos.
Mi hipótesis es que el péndulo entre estas dos formas de explicación nos
entrampó en falsos dualismos y nos bloqueó la posibilidad de incorporar
a nuestros análisis algunas de las dimensiones más ricas de la acción so-
cial que la etnografía como modo de conocimiento puede desplegar. Sobre
todo, nos impidió restituir la complejidad de la respuesta que merece una
pregunta que, querámoslo o no, concierne a nuestras investigaciones: ¿Por
qué las personas están ahí? ¿Por qué participan de esos hechos, tramas,
relaciones, organizaciones y procesos políticos? Aun cuando la fórmula
‘por qué’ no sea el tipo de pregunta que guía al quehacer antropológico,
lo cierto es que siempre proveemos algún tipo de respuesta a ese interro-
gante, y suele ser en esos términos que buena parte de nuestros lectores,
colegas y/o legos tiende a interpretar lo que escribimos. De modo que en
este ensayo reflexionar acerca de qué tipos de explicaciones estamos pro-
228 Antropología de tramas políticas colectivas

duciendo es reflexionar también acerca de cuáles están quedando afuera


de nuestro horizonte de posibles.
Antes de entrar en mi argumento, aclaro que al estar fuertemente li-
gada al campo intelectual argentino, y a mi propio diálogo con algunos
supuestos y hábitos cognoscitivos dentro de ese campo, mi discusión pre-
sentará varios localismos. No obstante, el lector nativo y extranjero irá
advirtiendo que, tal vez bajo otros nombres o rótulos, los ejes y las lógicas
de construcción sobre las que procuro llamar la atención trascienden las
fronteras nacionales, e inclusive el campo temático en cuestión, invitando
a una reflexión de orden más general.

La anti-economía de la acción colectiva


Apelo a un fenómeno que forma parte de mi pesquisa etnográfica sobre
experiencias de politización en el Gran Buenos Aires y constituye, para la
ciencia social nativa y foránea, una suerte de “caso ejemplar” de “acción
colectiva” en Argentina: los movimientos de desocupados, más conocidos
como movimientos piqueteros 2. Hace relativamente poco entendí que mi
mayor incomodidad con la literatura que dominaba los estudios sobre pi-
queteros cuando inicié mis investigaciones en el conurbano bonaerense era
su reproducción, en el plano de la descripción y explicación sociológica, de
los términos dicotómicos en que discurría el debate público y político que
tenía por objeto definir quiénes eran esos piqueteros y por qué participa-
ban de acciones de protesta como piquetes. En ese debate, quienes buscan
invalidar la protesta suelen alegar lo que llamé una “razón material”, esto
es: las personas participarían allí con el fin de obtener ciertos recursos
vinculados a la subsistencia, más precisamente, recursos públicos de asis-
tencia social (como los subsidios o planes de empleo 3, que forman parte
de las demandas que dichos movimientos reivindican frente al Estado).
2 A fines de los años 90, las transformaciones en el mundo del trabajo, los procesos de desin-
dustrialización y de irrupción del desempleo estructural en Argentina se correspondieron con
desplazamientos en el eje del conflicto social y en las formas de movilización colectiva: entre
otros procesos se constituyeron organizaciones y movimientos de desocupados, organizaciones
que hicieron del trabajo su demanda distintiva frente al Estado, y del corte de ruta o piquete su
principal método de protesta; de allí que se conocen, también, como organizaciones piqueteras,
y a quienes las integran se los identifica con el nombre de piqueteros. Para un análisis histórico
de los primeros movimientos de desocupados del interior del país y su constitución posterior
en el Gran Buenos Aires, véase Svampa y Pereyra 2004. Sobre el proceso a través del cual el
piquete se instala como una forma socialmente reconocida de demanda frente al Estado, véase
Manzano 2007.
Quirós: Moralismo y economicismo en la política popular . . . 229

Este reduccionismo instrumental, que circula en medios de comunicación,


ámbitos políticos y públicos, es asociado por el socio-antropólogo a lo que
Thompson (1998:150 y ss.) llamó una “visión espasmódica” de la acción
popular –visión que reduce la movilización colectiva a estímulos mera-
mente “económicos”–, y así, en un movimiento inverso que busca explicar
y legitimar las acciones y los actores de la protesta, el analista apela a ra-
zones que llamo de orden “político-moral” (cf. Quirós 2006, Quirós 2009):

• “políticas” cuando los objetivos y consignas públicas del actor colec-


tivo –por ejemplo, cambio social, trabajo genuino, inclusión social,
nuevo orden social– son asimiladas a las motivaciones de los actores
individuales.
• “morales” allí y cuando la pregunta por la “dimensión subjetiva” es
colocada y la atribución de motivaciones adquiere el lenguaje de bús-
queda de pertenencia, de visibilidad social, de reconocimiento, de dig-
nidad o dignificación, de empoderamiento.

Si la razón material invalida y la político-moral, al contrario, legitima,


es porque ambas comparten un consenso no formulado; mi hipótesis es que
los partidarios de una y otra profesan una separación entre dos dominios
que nuestra visión de mundo –nativa y sociológica– prescribe separados: el
dominio de la política, que presumimos debe ser referente al compromiso y
la entrega desinteresada por un bien común, y el dominio de la economía,
que pensamos referente a la satisfacción de la necesidad y la búsqueda de
un interés personal:

Política Economía
Compromiso Necesidad
Desinterés Interés
Colectivo o social Individual
Bien común Bien propio

3 Desde el año 1996 y en el marco de un aumento ininterrumpido de la tasa de desempleo –que


había alcanzado en 1995 al 20 % de la población económicamente activa–, el gobierno nacional
y gobiernos provinciales como el de la provincia de Buenos Aires implementaron diversos tipos
de programas de ocupación transitoria conocidos como planes sociales o planes de empleo,
consistentes en subsidios a jefas y jefes de hogar desocupados. Sobre el proceso de constitución
de esos planes en objeto de demanda de las organizaciones piqueteras frente al Estado, véase
Manzano 2007.
230 Antropología de tramas políticas colectivas

Cada uno de estos dominios demarca una esfera de circulación de bienes


tangibles e intangibles cuyas fronteras no deben traspasarse. La esfera
de la política –al igual que la esfera afectiva del parentesco– no autori-
za intercambios con la esfera de la economía. De modo semejante a la
transgresión de un tabú, las situaciones que desobedecen una separación
normativa como esa corren el riesgo de ser codificadas en términos de
contaminación. Y contaminar no es sino anular la validez de la situación
en cuestión: en el caso que nos ocupa, la injerencia de la economía en la
política que supone, por ejemplo, presumir que las personas “van a un
piquete por un plan de empleo”, transformaría:

• la acción colectiva en acción individual


• la acción desinteresada en acción interesada
• el movimiento autónomo del Estado en movimiento heterónomo
• la auténtica política en política mercantilizada: en definitiva, en falsa
política

Participando de esta visión normativa de la política, como también del


debate sobre la legitimidad/ilegitimidad de las expresiones políticas del
campo popular, la ciencia social nativa y extranjera tendió a oponer al
estereotipo del economicismo –el piquetero demonizado, el que “va por
un plan”– el estereotipo del moralismo –el piquetero santificado, el que
“lucha por el cambio social”, “por un nuevo orden social”, el que produce
“nuevas subjetividades”, “nuevas identidades” y “nuevas dignidades” en
una sociedad signada por lo que, siguiendo a Robert Castel (1995), se
generalizó en términos de “fragmentación” y “descolectivización” 4. Con-
jeturo que junto con el posicionamiento político, algunas influencias teóri-
cas contribuyeron a la configuración de este cuadro dicotómico. Menciono
aquí dos posibles influencias. Por un lado, la de los enfoques europeos
de los movimientos sociales, que distanciándose del abordaje racionali-
zante de las teorías norteamericanas –como las teorías de la movilización
de recursos y de las oportunidades políticas de Charles Tilly y Sidney
Tarrow– propusieron incorporar dimensiones culturales, expresivas y cog-
nitivas –como “identidad” y “reconocimiento”– al estudio de la acción
colectiva. Como bien señalan algunos autores (Polleta y Jasper 2001:284,
Brubaker y Cooper 2000:6), la propia noción de “identidad” tendió a ope-
4 Una elocuente crítica a la reproducción de estereotipos y operaciones de santificación y mora-
lización por parte de la ciencia social norteamericana contemporánea que estudia universos de
pobreza urbana puede encontrarse en Wacquant 2002. Véase también las reflexiones de Bourgois
1995, 2002.
Quirós: Moralismo y economicismo en la política popular . . . 231

rar como un modo de conceptualizar formas no “instrumentales” y no


“interesadas” de accionar político. En esta línea, Manzano (2007: 301) re-
fiere a un esquema dicotómico heredado de estas formulaciones y también
de la academia latinoamericana de los “nuevos movimientos sociales”: es-
quema en virtud del cual “se revalorizó la política (luchas propositivas)
por sobre lo que se definía como estrategias de supervivencia y luchas
reivindicativas. Las disputas reivindicativas en torno a la redistribución
económica –consideradas propias del movimiento urbano y obrero– fueron
vistas como instrumentales y ‘cortoplacistas’, en contraste con las metas
expresivas de los nuevos movimientos sociales que apuntaban a redefinir
las relaciones de la sociedad civil y de la vida cotidiana”. Por otro lado,
entiendo que una cierta lectura de la noción de “economía moral” de E.
P. Thompson ha contribuido a configurar ese esquema. Me refiero a la
lectura que separa y opone el orden de “lo material” y el orden de “los
valores”, y que interpreta que toda “economía” (material) sería portadora
de un “algo más” –una dimensión moral– a ser develado por el sociólogo o
el historiador “social”. El propio Thompson advierte explícitamente sobre
los problemas de esta interpretación a su ensayo (1998:203 y ss); y aún
así es esta visión la que prima en los estudios sobre actores y acciones
colectivas.
Como fuere y sin que nadie necesite enunciarlo, todos participamos del
consenso tácito de que puede ser políticamente incorrecto, peligroso, y
sociológicamente reduccionista, otorgar un lugar significativo, en el estu-
dio de la acción colectiva, al orden de “lo material”. Hasta cierto punto
esto no tiene nada de malo, pues efectivamente, aquí como en cualquier
acción social, hay algo más que “razón material”. El problema está en
que ese “algo más” se redujo –y opuso– a la “moralidad” de la acción
colectiva, y que esa reducción llevó, entre otras cosas, a presuponer que
nuestro trabajo como sociólogos y/o antropólogos está hecho una vez que
hemos mostrado la anti-economía de la acción colectiva. Sostengo que casi
de forma sistemática esta reducción condujo a: a) la sustitución de una
explicación instrumental (materialista) del involucramiento político por
otra (igualmente instrumental, sólo que ahora de orden político-moral); y
b) el reemplazo, bajo el idioma de “lo moral”, de un estereotipo (demo-
nizado) por otro (santificado), a costa de velar las condiciones materiales
concretas, de desigualdad y exclusión, de los universos estudiados (Quirós
2010).
232 Antropología de tramas políticas colectivas

Pienso que incluso nosotros, los antropólogos, ensayamos salidas que


permanecieron encorsetadas en el debate pendular. Una de ellas, por ejem-
plo, la de sustituir la exclusión por la simultaneidad y mostrar que “son
las dos cosas”: es material y moral, economía y política, interés y de-
sinterés (véase, por ejemplo, Quirós 2006). Veo dos problemas en esta
operación de suma: primero, que aún cuando mostremos que “son las dos
cosas”, mantenemos su oposición sin interrogarnos por ella; segundo, y
más importante, que adicionando los términos de un debate preconstitui-
do bloqueamos la posibilidad de mostrar que hay muchas más ‘cosas’ que
esas ‘dos cosas’. Volveré a estos puntos al final de este ensayo.

La falsa moral del clientelismo


Hace más de 40 años Lévi-Strauss (1962) señaló que “totemismo” fue la
invención que Occidente supo idear para nombrar un conjunto de fenóme-
nos que le resultaban extravagantes. Más cercana en el tiempo, Strathern
(1988) argumentó que “don” fue la forma occidental de nominar una se-
rie de transacciones que contrastaban con la forma “euro-americana” de
concebir el acto “intercambio”; en este sentido, sugiere la autora, “don”
–y podríamos decir, también, “totemismo”– hablan más de las prácticas
de conocimiento occidentales que de las prácticas de conocimiento de los
melanesios y australianos. Me pregunto si la noción de “clientelismo” no
puede ser pensada en estos términos: una etiqueta que encontraron los
analistas para nombrar ese conjunto de relaciones que confrontan con
la forma en que ellos imaginan que su propio mundo es. Algunas déca-
das atrás Ernest Gellner (1977: 1, 4) escribió que el fenómeno clientelar
llama nuestra atención porque “ofende nuestro igualitarismo y nuestro
universalismo”, y permanece fuera “de la moralidad formal oficialmente
proclamada”. En esta misma línea, agregaría que el “clientelismo” también
ofende la pretensión purificadora entre economía y política que los investi-
gadores –y su audiencia– profesan. Tal vez sea este clasecentrismo –cuyas
implicancias deberían ser parte de nuestro objeto de interrogación– lo que
explica la persistencia de lo que, parafraseando a Lévi-Strauss, podríamos
llamar la “ilusión clientelar”. Sabemos, por ejemplo, que en (la mayoría
de) los ámbitos antropológicos y etnográficos el término “clientelismo” ha
sido ampliamente criticado, incluso excluido como instrumento analítico,
fundamentalmente por tratarse de una etiqueta moral que pre-codifica
Quirós: Moralismo y economicismo en la política popular . . . 233

normativamente las relaciones en juego. No obstante la crítica, como el


propio abandono del término y sus derivados, resulta llamativo cómo cier-
tos implícitos fundantes del “clientelismo” conservan un lugar en la forma
en que suelen abordarse –incluso desde miradas antropológicas– aquellos
vínculos que remiten, para nosotros o para nuestra audiencia, al fenómeno
“clientelar”. Es notable, por ejemplo, el tratamiento privilegiado que la di-
mensión de “intercambio” –de bienes de orden “económico” y “político”–
adquiere, de forma generalizada, en los análisis sobre política territorial
y barrial –el caso ejemplar, sin duda: el de los vínculos entre militantes
barriales, punteros, o referentes partidarios (en general peronistas), y sus
vecinos. Una vez más, entiendo que este privilegio no puede ser atribuido
exclusivamente a las propiedades “del campo”; tampoco a meras preferen-
cias teóricas de los investigadores. Desde mi punto de vista, la centralidad
analítica del “intercambio” se explica, también, por el encuentro y discon-
tinuidad entre las imágenes que los analistas tienen-sobre –el deber ser de
la política– y las imágenes que producen confrontando esas imágenes con
el universo a examinar.
No sólo la centralidad analítica del “intercambio” reproduce la ilusión
clientelar, sino también una forma particular de concebir y analizar el có-
mo del intercambio, en virtud de la cual dos órdenes de motivación –uno
economicista e instrumental y otro moralista y no-instrumental– vuelven
a oponerse. La oposición entre lo que llamo economicismo y moralismo
adquiere, en el caso de las relaciones clientelares, una valencia inversa a la
de la acción colectiva, y puede rastrearse en ciertos supuestos fundaciona-
les de la tradición socio-antropológica sobre patronazgo y clientelismo de
los años 70. En un trabajo en que discute algunas bases conceptuales de
esa tradición, Lazzari (1993) lo formula en estos términos: “Lo que parece
llamar más firmemente la atención de los investigadores es la presenta-
ción del clientelismo como una combinación de intercambios asimétricos
y de una moral de la reciprocidad” (1993:14-15, subrayado mío). Entien-
do que la inquietud por esa combinación se explica, al menos en parte,
por una de las principales preocupaciones que atravesaba a la mayoría
de esos investigadores: me refiero a la pregunta por el poder (véase es-
pecialmente Wolf 1980, Landé 1977, Scott 1977a, 1977b, Weingrod 1977,
Gellner 1977, Boissevain 1966). Para los socio-antropólogos, las relacio-
nes patrón-cliente eran, por definición, alianzas o contratos diádicos de
tipo asimétrico; asimétricos porque las partes de la relación ocupaban po-
siciones estructurales desiguales y porque el tipo de intercambios en los
234 Antropología de tramas políticas colectivas

que se fundaba no hacía sino reproducir esa desigualdad. Pero eran, tam-
bién, vínculos que se asentaban sobre un componente moral y afectivo que
apelaba a una simetría. Precisamente era ese pero aquello que debía ser
explicado.
Lazzari señala que mientras la moralidad –como los sentimientos de deu-
da, agradecimiento, lealtad a ella asociados– fue conceptualizada como el
“aspecto émico” de la relación (esto es: lo que los actores sociales pien-
san de ella), el intercambio asimétrico e instrumental fue tratado como
su “aspecto objetivo” (esto es: lo que los investigadores des-cubrirían de
esa relación). Recuperando esta formulación, sostengo que esta distinción
tendió a adoptar –no necesariamente en los fundadores de los estudios so-
bre clientelismo y patronazgo pero ciertamente en buena parte de los usos
y apropiaciones que conformaron ese campo disciplinar– la forma de una
jerarquía ontológica, que podría sintetizarse en un doble movimiento: por
un lado, los socio-antropólogos proclaman, explícitamente, que ‘el clien-
telismo es más que intercambio interesado y calculado’ (es también una
relación entre personas morales); por otro lado, abonan implícitamente el
supuesto de que ese ‘es más’ sería ‘menos’ allí y cuando a las dimensiones
morales y afectivas del lazo clientelar les es asignado el estatuto de creen-
cia o representación nativa añadida al intercambio instrumental en que
residiría, en última instancia, el (verdadero) fundamento de la relación. En
este sentido, la distinción entre “moralidad” (simétrica) e “intercambio”
(asimétrico) puede operar no sólo como distinción entre aspectos analíti-
cos, sino también como una jerarquización entre dos órdenes de realidad,
basada en el supuesto de que el intercambio (interesado) sería una reali-
dad “más real” que la moralidad y el afecto (desinteresados). Y así, la
dimensión moral de las relaciones clientelares siempre acaba oliendo a
“falsa moral”. 5
En el caso de la sociología contemporánea en Argentina, esa fórmula
“es más pero es menos” sobre la que estoy llamando la atención ha de-
venido parte del pensamiento dominante de la mano de los trabajos de
Javier Auyero, figura principal de los estudios sobre clientelismo partida-
rio en contextos urbanos. Su noción de “habitus clientelar” –un “conjunto
de creencias, presunciones, estilos, habilidades, repertorios y hábitos que
acompañan a estos intercambios –explicándolos y clarificándolos, justifi-
cándolos y legitimándolos” (2002:40 subrayado mío; véase también Auyero

5 Una elocuente reflexión crítica sobre este tipo de supuestos epistemológicos para el caso del
tratamiento de los “valores morales” en la teoría antropológica puede encontrarse en Balbi 2007.
Quirós: Moralismo y economicismo en la política popular . . . 235

2001)–, ha recibido diversas críticas desde la antropología y la propia so-


ciología. Algunos autores apuntaron sobre el materialismo al que Auyero
acabó reduciendo –aun en contra de sus objetivos iniciales– lo que se cono-
ció como la “política de los pobres” (véase Masson 2002); otros mostraron
cómo la preocupación por explorar las dimensiones “culturales” del clien-
telismo se vio plasmada en una noción que, paradójicamente, terminó por
instalar la imagen de un “cliente rehén”, ya no de sus patrones o brokers,
pero sí del sistema de disposiciones (culturales) que incorpora y reproduce
(véase Vommaro 2009).
Aquí me interesa llamar la atención sobre otra operación involucrada
en la noción de habitus clientelar, y en definitiva en la perspectiva que
Auyero y otros ponen a jugar al momento de construir sus datos, descri-
birlos y analizarlos. En sintonía con las formulaciones de Bourdieu en las
que el propio Auyero se inspira, el habitus clientelar no sólo es un conjun-
to de disposiciones, sino también la illusio a través de la cual los actores
involucrados enmascaran el verdadero fundamento de sus relaciones. En
ese defasaje consiste la “doble vida” del clientelismo a la que el autor
refiere: una “verdad objetiva” percibida por el analista –el intercambio
instrumental y asimétrico– es encubierta en una representación subjetiva
–en términos de favor, ayuda, amistad, bondad, compromiso y agradeci-
miento– por los actores del mundo social. La “doble vida” del clientelismo
resulta una versión particular de la jerarquía ontológica del interés (esen-
cia) sobre el desinterés (apariencia) que el propio Bourdieu formuló en una
de las lecturas del Ensayo sobre el Don más difundidas en la sociología y
antropología contemporáneas: aquella que, sistematizada en Le sens prac-
tique, indica que el tiempo que “separa el don del contra-don autoriza el
autoengaño colectivamente sostenido y aprobado que constituye la condi-
ción de funcionamiento del intercambio” (1991:179, subrayado original).
Desde esta perspectiva, el don funciona como tal si esconde su verdad, es
decir, si se presenta como si fuera voluntario y desinteresado:

Política Economía
Compromiso Necesidad
Desinterés Interés
Colectivo o social Individual
Bien común Bien propio
236 Antropología de tramas políticas colectivas

Cada uno de estos dominios demarca una esfera de circulación de bienes


tangibles e intangibles cuyas fronteras no deben traspasarse. La esfera
de la política –al igual que la esfera afectiva del parentesco– no autori-
za intercambios con la esfera de la economía. De modo semejante a la
transgresión de un tabú, las situaciones que desobedecen una separación
normativa como esa corren el riesgo de ser codificadas en términos de
contaminación. Y contaminar no es sino anular la validez de la situación
en cuestión: en el caso que nos ocupa, la injerencia de la economía en la
política que supone, por ejemplo, presumir que las personas “van a un
piquete por un plan de empleo”, transformaría:

• la acción colectiva en acción individual


• la acción desinteresada en acción interesada
• el movimiento autónomo del Estado en movimiento heterónomo
• la auténtica política en política mercantilizada: en definitiva, en falsa
política

Participando de esta visión normativa de la política, como también del


debate sobre la legitimidad/ilegitimidad de las expresiones políticas del
campo popular, la ciencia social nativa y extranjera tendió a oponer al
estereotipo del economicismo –el piquetero demonizado, el que “va por
un plan”– el estereotipo del moralismo –el piquetero santificado, el que
“lucha por el cambio social”, “por un nuevo orden social”, el que produce
“nuevas subjetividades”, “nuevas identidades” y “nuevas dignidades” en
una sociedad signada por lo que, siguiendo a Robert Castel (1995), se
generalizó en términos de “fragmentación” y “descolectivización” 6. Con-
jeturo que junto con el posicionamiento político, algunas influencias teóri-
cas contribuyeron a la configuración de este cuadro dicotómico. Menciono
aquí dos posibles influencias. Por un lado, la de los enfoques europeos
de los movimientos sociales, que distanciándose del abordaje racionali-
zante de las teorías norteamericanas –como las teorías de la movilización
de recursos y de las oportunidades políticas de Charles Tilly y Sidney
Tarrow– propusieron incorporar dimensiones culturales, expresivas y cog-
nitivas –como “identidad” y “reconocimiento”– al estudio de la acción
colectiva. Como bien señalan algunos autores (Polleta y Jasper 2001:284,
Brubaker y Cooper 2000:6), la propia noción de “identidad” tendió a ope-
6 Una elocuente crítica a la reproducción de estereotipos y operaciones de santificación y mora-
lización por parte de la ciencia social norteamericana contemporánea que estudia universos de
pobreza urbana puede encontrarse en Wacquant 2002. Véase también las reflexiones de Bourgois
1995, 2002.
Quirós: Moralismo y economicismo en la política popular . . . 237

rar como un modo de conceptualizar formas no “instrumentales” y no


“interesadas” de accionar político. En esta línea, Manzano (2007: 301) re-
fiere a un esquema dicotómico heredado de estas formulaciones y también
de la academia latinoamericana de los “nuevos movimientos sociales”: es-
quema en virtud del cual “se revalorizó la política (luchas propositivas)
por sobre lo que se definía como estrategias de supervivencia y luchas
reivindicativas. Las disputas reivindicativas en torno a la redistribución
económica –consideradas propias del movimiento urbano y obrero– fueron
vistas como instrumentales y ‘cortoplacistas’, en contraste con las metas
expresivas de los nuevos movimientos sociales que apuntaban a redefinir
las relaciones de la sociedad civil y de la vida cotidiana”. Por otro lado,
entiendo que una cierta lectura de la noción de “economía moral” de E.
P. Thompson ha contribuido a configurar ese esquema. Me refiero a la
lectura que separa y opone el orden de “lo material” y el orden de “los
valores”, y que interpreta que toda “economía” (material) sería portadora
de un “algo más” –una dimensión moral– a ser develado por el sociólogo o
el historiador “social”. El propio Thompson advierte explícitamente sobre
los problemas de esta interpretación a su ensayo (1998:203 y ss); y aún
así es esta visión la que prima en los estudios sobre actores y acciones
colectivas.
Como fuere y sin que nadie necesite enunciarlo, todos participamos del
consenso tácito de que puede ser políticamente incorrecto, peligroso, y
sociológicamente reduccionista, otorgar un lugar significativo, en el estu-
dio de la acción colectiva, al orden de “lo material”. Hasta cierto punto
esto no tiene nada de malo, pues efectivamente, aquí como en cualquier
acción social, hay algo más que “razón material”. El problema está en
que ese “algo más” se redujo –y opuso– a la “moralidad” de la acción
colectiva, y que esa reducción llevó, entre otras cosas, a presuponer que
nuestro trabajo como sociólogos y/o antropólogos está hecho una vez que
hemos mostrado la anti-economía de la acción colectiva. Sostengo que casi
de forma sistemática esta reducción condujo a: a) la sustitución de una
explicación instrumental (materialista) del involucramiento político por
otra (igualmente instrumental, sólo que ahora de orden político-moral); y
b) el reemplazo, bajo el idioma de “lo moral”, de un estereotipo (demo-
nizado) por otro (santificado), a costa de velar las condiciones materiales
concretas, de desigualdad y exclusión, de los universos estudiados (Quirós
2010).
238 Antropología de tramas políticas colectivas

Pienso que incluso nosotros, los antropólogos, ensayamos salidas que


permanecieron encorsetadas en el debate pendular. Una de ellas, por ejem-
plo, la de sustituir la exclusión por la simultaneidad y mostrar que “son
las dos cosas”: es material y moral, economía y política, interés y de-
sinterés (véase, por ejemplo, Quirós 2006). Veo dos problemas en esta
operación de suma: primero, que aún cuando mostremos que “son las dos
cosas”, mantenemos su oposición sin interrogarnos por ella; segundo, y
más importante, que adicionando los términos de un debate preconstitui-
do bloqueamos la posibilidad de mostrar que hay muchas más ‘cosas’ que
esas ‘dos cosas’. Volveré a estos puntos al final de este ensayo.

La falsa moral del clientelismo


Hace más de 40 años Lévi-Strauss (1962) señaló que “totemismo” fue la
invención que Occidente supo idear para nombrar un conjunto de fenóme-
nos que le resultaban extravagantes. Más cercana en el tiempo, Strathern
(1988) argumentó que “don” fue la forma occidental de nominar una se-
rie de transacciones que contrastaban con la forma “euro-americana” de
concebir el acto “intercambio”; en este sentido, sugiere la autora, “don”
–y podríamos decir, también, “totemismo”– hablan más de las prácticas
de conocimiento occidentales que de las prácticas de conocimiento de los
melanesios y australianos. Me pregunto si la noción de “clientelismo” no
puede ser pensada en estos términos: una etiqueta que encontraron los
analistas para nombrar ese conjunto de relaciones que confrontan con
la forma en que ellos imaginan que su propio mundo es. Algunas déca-
das atrás Ernest Gellner (1977: 1, 4) escribió que el fenómeno clientelar
llama nuestra atención porque “ofende nuestro igualitarismo y nuestro
universalismo”, y permanece fuera “de la moralidad formal oficialmente
proclamada”. En esta misma línea, agregaría que el “clientelismo” también
ofende la pretensión purificadora entre economía y política que los investi-
gadores –y su audiencia– profesan. Tal vez sea este clasecentrismo –cuyas
implicancias deberían ser parte de nuestro objeto de interrogación– lo que
explica la persistencia de lo que, parafraseando a Lévi-Strauss, podríamos
llamar la “ilusión clientelar”. Sabemos, por ejemplo, que en (la mayoría
de) los ámbitos antropológicos y etnográficos el término “clientelismo” ha
sido ampliamente criticado, incluso excluido como instrumento analítico,
fundamentalmente por tratarse de una etiqueta moral que pre-codifica
Quirós: Moralismo y economicismo en la política popular . . . 239

normativamente las relaciones en juego. No obstante la crítica, como el


propio abandono del término y sus derivados, resulta llamativo cómo cier-
tos implícitos fundantes del “clientelismo” conservan un lugar en la forma
en que suelen abordarse –incluso desde miradas antropológicas– aquellos
vínculos que remiten, para nosotros o para nuestra audiencia, al fenómeno
“clientelar”. Es notable, por ejemplo, el tratamiento privilegiado que la di-
mensión de “intercambio” –de bienes de orden “económico” y “político”–
adquiere, de forma generalizada, en los análisis sobre política territorial
y barrial –el caso ejemplar, sin duda: el de los vínculos entre militantes
barriales, punteros, o referentes partidarios (en general peronistas), y sus
vecinos. Una vez más, entiendo que este privilegio no puede ser atribuido
exclusivamente a las propiedades “del campo”; tampoco a meras preferen-
cias teóricas de los investigadores. Desde mi punto de vista, la centralidad
analítica del “intercambio” se explica, también, por el encuentro y discon-
tinuidad entre las imágenes que los analistas tienen-sobre –el deber ser de
la política– y las imágenes que producen confrontando esas imágenes con
el universo a examinar.
No sólo la centralidad analítica del “intercambio” reproduce la ilusión
clientelar, sino también una forma particular de concebir y analizar el có-
mo del intercambio, en virtud de la cual dos órdenes de motivación –uno
economicista e instrumental y otro moralista y no-instrumental– vuelven
a oponerse. La oposición entre lo que llamo economicismo y moralismo
adquiere, en el caso de las relaciones clientelares, una valencia inversa a la
de la acción colectiva, y puede rastrearse en ciertos supuestos fundaciona-
les de la tradición socio-antropológica sobre patronazgo y clientelismo de
los años 70. En un trabajo en que discute algunas bases conceptuales de
esa tradición, Lazzari (1993) lo formula en estos términos: “Lo que parece
llamar más firmemente la atención de los investigadores es la presenta-
ción del clientelismo como una combinación de intercambios asimétricos
y de una moral de la reciprocidad” (1993:14-15, subrayado mío). Entien-
do que la inquietud por esa combinación se explica, al menos en parte,
por una de las principales preocupaciones que atravesaba a la mayoría
de esos investigadores: me refiero a la pregunta por el poder (véase es-
pecialmente Wolf 1980, Landé 1977, Scott 1977a, 1977b, Weingrod 1977,
Gellner 1977, Boissevain 1966). Para los socio-antropólogos, las relacio-
nes patrón-cliente eran, por definición, alianzas o contratos diádicos de
tipo asimétrico; asimétricos porque las partes de la relación ocupaban po-
siciones estructurales desiguales y porque el tipo de intercambios en los
240 Antropología de tramas políticas colectivas

que se fundaba no hacía sino reproducir esa desigualdad. Pero eran, tam-
bién, vínculos que se asentaban sobre un componente moral y afectivo que
apelaba a una simetría. Precisamente era ese pero aquello que debía ser
explicado.
Lazzari señala que mientras la moralidad –como los sentimientos de deu-
da, agradecimiento, lealtad a ella asociados– fue conceptualizada como el
“aspecto émico” de la relación (esto es: lo que los actores sociales pien-
san de ella), el intercambio asimétrico e instrumental fue tratado como
su “aspecto objetivo” (esto es: lo que los investigadores des-cubrirían de
esa relación). Recuperando esta formulación, sostengo que esta distinción
tendió a adoptar –no necesariamente en los fundadores de los estudios so-
bre clientelismo y patronazgo pero ciertamente en buena parte de los usos
y apropiaciones que conformaron ese campo disciplinar– la forma de una
jerarquía ontológica, que podría sintetizarse en un doble movimiento: por
un lado, los socio-antropólogos proclaman, explícitamente, que ‘el clien-
telismo es más que intercambio interesado y calculado’ (es también una
relación entre personas morales); por otro lado, abonan implícitamente el
supuesto de que ese ‘es más’ sería ‘menos’ allí y cuando a las dimensiones
morales y afectivas del lazo clientelar les es asignado el estatuto de creen-
cia o representación nativa añadida al intercambio instrumental en que
residiría, en última instancia, el (verdadero) fundamento de la relación. En
este sentido, la distinción entre “moralidad” (simétrica) e “intercambio”
(asimétrico) puede operar no sólo como distinción entre aspectos analíti-
cos, sino también como una jerarquización entre dos órdenes de realidad,
basada en el supuesto de que el intercambio (interesado) sería una reali-
dad “más real” que la moralidad y el afecto (desinteresados). Y así, la
dimensión moral de las relaciones clientelares siempre acaba oliendo a
“falsa moral”. 7
En el caso de la sociología contemporánea en Argentina, esa fórmula
“es más pero es menos” sobre la que estoy llamando la atención ha de-
venido parte del pensamiento dominante de la mano de los trabajos de
Javier Auyero, figura principal de los estudios sobre clientelismo partida-
rio en contextos urbanos. Su noción de “habitus clientelar” –un “conjunto
de creencias, presunciones, estilos, habilidades, repertorios y hábitos que
acompañan a estos intercambios –explicándolos y clarificándolos, justifi-
cándolos y legitimándolos” (2002:40 subrayado mío; véase también Auyero

7 Una elocuente reflexión crítica sobre este tipo de supuestos epistemológicos para el caso del
tratamiento de los “valores morales” en la teoría antropológica puede encontrarse en Balbi 2007.
Quirós: Moralismo y economicismo en la política popular . . . 241

2001)–, ha recibido diversas críticas desde la antropología y la propia so-


ciología. Algunos autores apuntaron sobre el materialismo al que Auyero
acabó reduciendo –aun en contra de sus objetivos iniciales– lo que se cono-
ció como la “política de los pobres” (véase Masson 2002); otros mostraron
cómo la preocupación por explorar las dimensiones “culturales” del clien-
telismo se vio plasmada en una noción que, paradójicamente, terminó por
instalar la imagen de un “cliente rehén”, ya no de sus patrones o brokers,
pero sí del sistema de disposiciones (culturales) que incorpora y reproduce
(véase Vommaro 2009).
Aquí me interesa llamar la atención sobre otra operación involucrada
en la noción de habitus clientelar, y en definitiva en la perspectiva que
Auyero y otros ponen a jugar al momento de construir sus datos, descri-
birlos y analizarlos. En sintonía con las formulaciones de Bourdieu en las
que el propio Auyero se inspira, el habitus clientelar no sólo es un conjun-
to de disposiciones, sino también la illusio a través de la cual los actores
involucrados enmascaran el verdadero fundamento de sus relaciones. En
ese defasaje consiste la “doble vida” del clientelismo a la que el autor
refiere: una “verdad objetiva” percibida por el analista –el intercambio
instrumental y asimétrico– es encubierta en una representación subjetiva
–en términos de favor, ayuda, amistad, bondad, compromiso y agradeci-
miento– por los actores del mundo social. La “doble vida” del clientelismo
resulta una versión particular de la jerarquía ontológica del interés (esen-
cia) sobre el desinterés (apariencia) que el propio Bourdieu formuló en una
de las lecturas del Ensayo sobre el Don más difundidas en la sociología y
antropología contemporáneas: aquella que, sistematizada en Le sens prac-
tique, indica que el tiempo que “separa el don del contra-don autoriza el
autoengaño colectivamente sostenido y aprobado que constituye la condi-
ción de funcionamiento del intercambio” (1991:179, subrayado original).
Desde esta perspectiva, el don funciona como tal si esconde su verdad, es
decir, si se presenta como si fuera voluntario y desinteresado:

Apariencia (forma) Voluntario Desinteresado


Esencia (contenido) Obligatorio Interesado

Aunque no es objeto de este ensayo explicar por qué esta distinción –que
es, una vez más, una jerarquización entre dos órdenes de realidad– tuvo
tanto éxito dentro del pensamiento social, sí me interesa ensayar una hi-
pótesis sobre la acogida y la funcionalidad que puede haber tenido para
242 Antropología de tramas políticas colectivas

el campo de estudios sobre política popular. Desde mi punto de vista, ele-


var ontológicamente el interés sobre el desinterés, el intercambio sobre la
reciprocidad, lo instrumental sobre lo moral, constituye una operación ex-
traordinariamente eficaz para separar aquello que (presumimos) no debe
mezclarse, y que las relaciones “clientelares”, en un acto de transgresión,
han mezclado: el dominio de la economía y el dominio de la política. En sus
marcos explicativos, los investigadores proceden como actores del mundo
social al que pertenecen: la transgresión del tabú es contaminación, y la
contaminación es anulación; así como la economía anula la política, el in-
terés anula el desinterés, y la obligación anula la voluntad. El tratamiento
de las relaciones clientelares suele quedar entrampado en este dualismo
asimétrico.
Y aunque, como dije, mucha crítica y revisionismo ha corrido bajo el
puente del clientelismo 8, me resulta llamativa la escasa reflexión sobre la
persistencia de la fórmula “es más pero es menos” –y la jerarquía de moti-
vaciones en “más” o “menos” verdaderas, y “más” o “menos” explicativas,
que supone– en el sentido común sociológico y antropológico. Aun cuan-
do la etnografía nos invita a reconciliar los términos que otros oponen
–“intercambio” (interés y cálculo) y “moralidad” (desinterés y recipro-
cidad), por ejemplo– el resabio de sospecha suele permanecer; si no es
nuestra, es de nuestra audiencia, incluidos nuestros propios colegas. Así,
por ejemplo, nos resulta habitual y razonable leer y escribir afirmaciones
como “el puntero y el vecino perciben sus intercambios como favores” o
“se sienten amigos”; mientras nos resultaría extraño leer y escribir “el
puntero y el vecino se hacen favores” o “son amigos”. Del mismo modo,
si yo dijera que la Chana, militante barrial del peronismo de Florencio
Varela, trabaja políticamente “por el bien del barrio”, o porque “le gusta
hacer cosas por los vecinos” (tal como ella misma explica su accionar),
mi afirmación no sólo sería tildada de insuficiente, parcial, e ingenua, sino
que además probablemente se consideraría que poco –si no nada– estoy
explicando. Inversamente, se consideraría que mi trabajo como antropó-
loga está siendo hecho si mostrara los intereses –propios y de terceros– a
los que el trabajo político de la Chana sirve; o el cálculo, la aspiración y
la obtención-de (reconocimiento, poder, posición social, capital político)
que están por detrás de los favores hechos a sus vecinos.
8 Trabajos antropológicos, por ejemplo, tratan al “clientelismo”, el “interés” y el “desinterés”
como parte de las categorías morales con que los agentes del mundo social disputan y negocian
sus vínculos, posiciones y reputaciones. Véase, entre otros, Herzfeld 1981, 1992; Bailey 1971,
1980.
Quirós: Moralismo y economicismo en la política popular . . . 243

La política vivida: desafíos etnográficos a un consenso


dicotómico
Recapitulando, “acción colectiva” y “clientelismo” guardan una simetría
inversa en lo que refiere a la asignación de naturalezas diferenciales de
los vínculos y las motivaciones del accionar político en juego. La “acción
colectiva” combatió la visión espasmódica de la protesta privilegiando fun-
damentos no instrumentales; el “clientelismo”, en el movimiento “es más
pero es menos”, acabó presumiendo, en última instancia, fundamentos
instrumentalistas:

Razón verdadera Razón aparente


Acción colectiva Político-moral Económico-instrumental
(compromiso) (interés y/o necesidad)
+ -
Clientelismo Económico-instrumental Afectivo-moral
(intercambio, interés) (compromiso, favor, ayuda)
- +

Economicismo y moralismo no son hábitos cognoscitivos o formas de ex-


plicación proclamados, sino parte de los “no dichos” con que las ciencias
sociales formulan sus preguntas, respuestas, y debates, sobre la política
popular. No dichos que, como señalé, configuran el horizonte de posibles
de lo que puede ser dicho y lo que no. Quiero concluir este ensayo con dos
desafíos etnográficos que invitan a expandir nuestras propias formas de
abordar y producir sentido –y por tanto de representar– las experiencias
políticas que estudiamos.

a. Des-mimetizando formas de explicación


Al igual que el socio-antropólogo, en su vida de todos los días las personas
del mundo social someten su universo a interrogación, y viven atribuyendo
intenciones y motivaciones a los otros y a sí mismos (Boltanski y Thévenot
2006, Herzfeld 2003). Entre otras cosas, y al igual que los medios de comu-
nicación, actores políticos, intelectuales y cientistas sociales que observan
y producen imágenes y explicaciones sobre ellos, nuestros interlocutores
de campo también se preguntan por qué y cómo, ellos y otros participan
de ciertos espacios, actos, relaciones, eventos políticos. Y cotidianamente
tejen sus vínculos sobre la base de las respuestas que se dan a estas pre-
244 Antropología de tramas políticas colectivas

guntas, es decir, a las explicaciones, razones e intenciones que atribuyen a


sus acciones y las acciones de los otros. Basta dar una hojeada a los tra-
bajos sociológicos y antropológicos contemporáneos para ver que “razón
material” y “razón político moral”, economía y política, interés y desin-
terés, individual y colectivo, bien propio y bien común, economicismo y
moralismo, son oposiciones que forman parte de los esquemas de percep-
ción con que nuestros interlocutores codifican, interpretan y negocian sus
relaciones e interacciones. En cualquier etnografía contemporánea sobre
movimientos piqueteros, por ejemplo, el lector puede encontrar a dirigen-
tes preocupados por cómo “ir más allá del economicismo” o “más allá
del plan”; o advertir que el compañero “comprometido” se diferencia de
aquel que va “sólo por necesidad”; o que ante los agentes del Estado, al
contrario, hay que demostrar “la necesidad”; del mismo modo que en el
universo del peronismo, vecinos y referentes diferencian a aquel que da o
acompaña “sin esperar nada a cambio” de aquel que da o acompaña “sólo
cuando necesita”; o que, como alguna vez me dijo la Chana, referente ba-
rrial del peronismo en Florencio Varela: “Yo lo que quiero que muestres
en tu tesis es que la gente no viene a los actos por un choripán; la gente
viene porque tiene un compromiso”.
Así, en un acto de “mimetismo” propio de la antropología del nosotros
(G. Quirós 1998), el moralismo y el economicismo no hacen más que re-
producir en el discurso conceptual los términos, posiciones y oposiciones
que nuestros interlocutores profesan, y así nos hacen perder lo que esos
términos tienen de más interesante: su fuerza performativa en el mundo
social estudiado. Y la posibilidad de plantearnos preguntas como: ¿Qué
explicaciones del involucramiento político ensayan las personas en su vi-
da cotidiana? ¿Por qué y en qué contextos necesidad y compromiso son
explicaciones socialmente aceptables o inaceptables? ¿Qué efectos produ-
ce decir “fulano viene por compromiso”? ¿Qué consecuencias conlleva el
decir “vengo por necesidad”? ¿Cómo estos y otros términos operan en la
constitución, la dinámica y las controversias que atraviesan las relaciones
que estudiamos? En una palabra, intento decir que, desde un punto de vis-
ta antropológico, las atribuciones de intención de nuestros interlocutores
no son disyuntivas por las cuales tomar partido, representaciones a des-
moronar o fortalecer por intermedio de lenguaje conceptual, sino que su
propio debate es parte de lo que tiene que ser etnografiado, y este es uno
de los desafíos que la etnografía presenta al economicismo y el moralismo
como formas de explicación (cf. Quirós 2010).
Quirós: Moralismo y economicismo en la política popular . . . 245

b. ¿Nada más que “economía” o/y “moral”?


Como dije más arriba, una de las salidas ensayadas por los antropólogos al
péndulo economicismo/moralismo ha sido restituir la igualdad ontológica
de ambos órdenes de motivación. Uno de los problemas de esta operación
es que la oposición en sí permanece sin ser interrogada; otro es que es-
tamos adicionando los polos de un debate preconstituido, permaneciendo
dentro de sus marcos. Desde mi punto de vista, este ha sido uno de los
mayores problemas del moralismo y economicismo: nos ha bloqueado la
posibilidad misma de advertir fuerzas y motivaciones constitutivas del in-
volucramiento político, que desbordan la “economía” y la “moral”, y sobre
las que nuestros propios interlocutores nos llaman la atención, en lo que
dicen, en lo que hacen, y en cómo lo hacen (Quirós 2010). Para dar cuer-
po a este argumento concluyo sintetizando dos situaciones etnográficas
provenientes de mi trabajo de campo en Florencio Varela.
b.1.
En una oportunidad, el Movimiento Teresa Rodríguez, una de las organi-
zaciones de desocupados más antiguas y numerosas del distrito, convocó a
una asamblea general para discutir “qué hacer” con las 4 horas de trabajo
que los compañeros cumplían en diversos proyectos –comedores, roperi-
tos, copas de leche, huertas– en carácter de contraprestación de los planes
sociales asignados por los gobiernos nacional y provincial 9. Aníbal, uno
de los dirigentes del movimiento, fue el primero en tomar la palabra, y
dijo ante los más de 100 compañeros presentes:

–Bueno, compañeros, a partir de las reuniones que tuvimos en la


mesa ejecutiva de la organización, surgió una propuesta en relación a
las 4 horas de trabajo que cumplimos como contraprestación de los
planes sociales. Porque como todos ustedes saben, en la práctica es
una minoría la que trabaja, la que cumple con las horas de trabajo,
y esa minoría, con razón, se queja de que el resto no cumple –varias

9 Los planes sociales implementados en la Argentina desde mediados de la década del 90 se


enmarcan en las “políticas activas de empleo” previstas por los organismos internacionales de
crédito que los diseñan y financian. Contraprestación es el término utilizado por las reglamen-
taciones y normativas de esos programas para designar el conjunto de actividades laborales,
comunitarias, educativas, de capacitación y formación, que corresponde desempeñar a cada des-
tinatario como contrapartida de su plan. En el marco de un modelo de política social concebida
como orientada a la inclusión y al empoderamiento de la sociedad civil, la contraprestación
busca promover destinatarios activos con posibilidades de reinserción laboral. Cf. Vommaro
2010.
246 Antropología de tramas políticas colectivas

cabezas asintieron estas palabras. Aníbal hizo una pausa y continuó:


–Nosotros hace 10 años que venimos trabajando en el Teresa Rodrí-
guez, hace años también que controlamos el tema de la asistencia a
los lugares de trabajo, pero siempre confirmamos que no da resulta-
do porque hay gente que quiere o que puede trabajar, y otra que no
quiere o que no puede, porque, como todos sabemos, con 150 pesos del
plan no alcanza para nada, entonces los compañeros hacen changas,
buscan trabajo. . . Y entonces la propuesta que hacemos desde la mesa
ejecutiva es que el trabajo deje de ser obligatorio, y que pase a ser
voluntario, es decir, que vengan a trabajar en los proyectos los que
realmente quieren, a voluntad.
–¡Uy! ¡Y ahí sí que el gobierno va a decir que somos unos vagos
y va a tener razón! –exclamó Gutiérrez, encargado del depósito de
mercadería, con su tonada santiagueña, y la asamblea estalló en car-
cajadas, hasta que Enriqueta, cocinera de uno de los comedores del
movimiento, llamó al silencio y preguntó:
–Pero ¿cómo vamos a hacer cuando vengan del Ministerio a controlar
y no estén los comedores?
–Cumpas –explicó Aníbal mientras arrancaba una hoja de cuaderno
para anotar las mociones–, el tema es que eso ya pasa. Cuando vienen
del Gobierno ya hay comedores que no funcionan, o que funcionan con
menos gente de la que consta trabajando. Entonces la idea es nada
más blanquear la situación real en la que estamos, ser honestos con
nosotros mismos sobre cómo funcionamos. La propuesta que estamos
sometiendo a votación no es “trabajar o no trabajar”, sino si el trabajo
deja de ser obligatorio (cosa que nosotros queremos porque creemos
que no tiene sentido obligar a nadie a nada), es decir, si cambiamos el
criterio y lo hacemos voluntario.
–Yo quiero saber qué va a pasar con los comedores –dijo otra compañera–
porque yo le hago la comida a montón de compañeros todos los días,
y si ahora todo pasa a ser voluntario, entonces mañana viene un com-
pañero a comer, ¿y yo le digo: ‘No, ahora hacete tu comida porque no
hay más comedor’.
Gutiérrez, encargado del depósito, interrumpió:
–¿No podemos ver acá quiénes son los que trabajan y los que no y
con esos armamos los grupos y reorganizamos? Porque si no, todos los
que sí trabajamos, ¿qué vamos a hacer?
Quirós: Moralismo y economicismo en la política popular . . . 247

–Sí, Gutiérrez –dijo Aníbal–, de acuerdo a lo que se vote se reorgani-


zará el trabajo con los que sí trabajan, pero primero hay que someter
a votación si efectivamente el trabajo pasa a ser voluntario.
–A mí me parece que si el trabajo se hace voluntario va a ser un
viva la pepa –dijo Carmen, cocinera de otro comedor.
Después de varias otras intervenciones, se pasó a la votación a mano
alzada. La moción “porque el trabajo pase a ser voluntario” ganó por
20 votos a la moción “porque el trabajo siga siendo obligatorio”, y
los aplausos y festejos estallaron, mientras Gutiérrez, Carmen y otros
gritaban:
–Pero ¿qué aplauden? ¡Yo no sé qué aplauden! ¡La vagancia aplau-
den!
–¡Que ganó la vagancia aplauden! ¡Que ganó el viva la pepa!
–¡Que ganaron los que no quieren trabajar! –se quejó Gutiérrez en
un grito.
–¡Pero no! –exclamó una dirigente en voz alta, aunque pocos la
oyeron–. No ganaron los que no quieren trabajar, pueden haber vo-
tado por trabajo voluntario los que sí trabajan. ¿Se entiende eso?

Y no. No se entendía. No se entendía porque la preocupación era otra.


No importaba obligar o no, ser justos o no; lo que importaba era cómo
garantizar que los llamados “proyectos” siguieran existiendo. La asam-
blea expresaba la interdependencia en la que se asentaba la producción
y reproducción de esos espacios signados por el hacer: un hacer de todos
los días cuyo sentido no puede ser abarcado ni por la necesidad ni por el
compromiso, ni por la economía o la moral; un hacer con placer capaz de
invertir la valencia de lo voluntario y lo obligatorio.
b.2.
En una oportunidad acompañé a la Chana, referente barrial del peronismo
de Florencio Varela, a invitar, casa por casa, a algunos de sus vecinos a
desempeñarse como fiscales de mesa en la sede de votación que ella debía
supervisar en esas elecciones. Era ya la 1 de la madrugada del propio día
del acto eleccionario cuando nos presentamos en la casa de Lelia, una
vecina que acompaña a la Chana desde hace años. Este fue el diálogo en
la puerta:

–Qué hacés a esta hora, Chana; pasá, pasen –dijo Lelia.


–¿Recibiste mis mensajes? –preguntó Chana.
248 Antropología de tramas políticas colectivas

–No, qué mensajes.


–Mañana te necesito para fiscalizar una escuela en San Nicolás.
–¡Pero, Chana, recién ahora me avisás!
–Bueno, es que en la municipalidad me avisaron ayer a última hora.
¿Podés o no, Lelia?
–No, Chana, no puedo. . .
–Pero te necesito. ¿Qué tenés que hacer?
–Ayer me dijeron Lucía y Estelita y me comprometí a fiscalizar en
la escuela que coordinan ellas.
A la Chana se le transformó la cara: Lucía y Estelita eran, en ese
entonces, sus mayores adversarias y competidoras políticas dentro del
peronismo en el barrio Las Rosas. Se hizo un silencio gélido, hasta que
la Chana habló:
–Lo que no entiendo es por qué no me consultaste, Lelia, vos tenés
que saber que yo te puedo necesitar. Cuando es así, le decís al otro:
‘A ver, esperá’, me preguntás, y ahí ves. . . eso lo sabés, Lelia. . .
–Qué voy a saber yo. . . Además, ¿por qué no me invitaste al acto de
Kirchner, Patricia?
–¿¿Qué??
–Que por qué no me invitaste al acto de Kirchner. ¡Me tuve que
enterar por otro y no me habías invitado!
–¡Pero me dijiste que los miércoles trabajabas! –dijo la Chana su-
biendo el tono de voz, y la otra redobló la apuesta:
–¡Pero ese miércoles justo no trabajaba! ¡Y además si sabía con
tiempo me organizaba y no iba a trabajar! ¿Por qué no me avisaste,
Chana? Decime: ¿por qué no me avisaste?
–¡Pero te estoy diciendo, Lelia, que para no molestarte! ¡Cómo voy
a saber yo que no trabajabas! ¡Encima que lo hice para no molestarte
resulta que la que se enoja y se va a fiscalizar con otro sos vos!
Cuando nos fuimos, la Chana me dijo que Lelia no había entendido na-
da: “Encima que no la invité para no comprometerla. . .”. Evidentemente,
Lelia había percibido otra cosa: según su interpretación de los hechos, la
Chana había transgredido una regla fundamental, porque era ella, y no
otro referente, quien debía invitarla al acto, y fundamentalmente era ella
quien debía saber que Lelia quería ir a ese acto presidido, nada más y
nada menos, que por el ex presidente Kirchner. Como tantas otras situa-
ciones etnográficas, el enojo de Lelia me mostraba que la invitación a un
acto partidario, lejos del mero eufemismo de una obligación, puede ser
Quirós: Moralismo y economicismo en la política popular . . . 249

una dación en todos sus términos; que “ir al acto” no sólo ni siempre es
una retribución hacia los favores del referente: puede ser, también, una
actividad de la que se participa sencillamente con gusto; dimensión que
nuestros propios interlocutores ponen a jugar en sus explicaciones y atri-
buciones de intención, y cuyo carácter de dato sociológico ha sido, sin
embargo, sistemáticamente desestimado, sobre todo allí y cuando de lo
popular se trata (cf. Quirós 2010).
La etnografía como modo de conocimiento insiste en rescatar del olvido
aquellos motivos de la acción que Max Weber ubicara en la grilla de
la “irracionalidad”; insiste en mostrarnos que hay más motivaciones de la
acción que aquellas con arreglo a fines y arreglo a valores, y que hay fuerzas
constitutivas del involucramiento político que desbordan la “economía” y
la “moral”. En lo que la gente hace cotidianamente, y sobre todo en cómo
lo hace, podemos capturar y restituir esta dimensión vivida de la política,
que no es sino restituir el sabor, el dolor y el placer que constituyen y
atraviesan toda acción social (Wacquant 2009).
Una aclaración de principio se torna imprescindible: no estoy proponien-
do hacer de esas fuerzas el nuevo conjunto de “variables” que vienen a re-
velar algo más “verdadero” o “determinante” que el economicismo y el mo-
ralismo. Tampoco una operación de suma de motivaciones. Más bien estoy
queriendo llamar la atención sobre otro camino epistemológico: el desafío
es cómo dar cuenta de la hibridez que hace a las relaciones humanas que
estudiamos, lo cual implica explorar qué dinámica aparece si estamos dis-
puestos a prescindir analíticamente de la propia oposición y exclusión en-
tre términos como interés/desinterés, necesidad/compromiso, instrumen-
tal/moral, cálculo/liberalidad, individual/colectivo, economía/política, obli-
gación/voluntad 10. Una cosa es que nuestros interlocutores profesen estas
purificaciones y ellas sean materia prima de nuestro objeto; otra es que las
mimeticemos con nuestras explicaciones. Así, desafiar el economicismo y
el moralismo es intentar dar cuenta de la impureza que hace a la política
vivida, lo cual nos convoca, a su vez, a restituir en la construcción de
nuestros datos el propio carácter de experiencia vivida que es la etnogra-
fía como modo de conocimiento; en una palabra, a considerar seriamente
que eso que llamamos “perspectiva nativa” no es sólo un punto de vista,
o una forma de ver o pensar: es también, siguiendo al viejo Malinowski,
10 Este camino epistemológico guarda sintonía con una lectura del Ensayo sobre el Don que
restituye la igualdad ontológica de las dimensiones imbricadas en el don que la interpretación
bourdiana tendió a separar y jerarquizar. Sobre esta lectura y sus implicancias para una teoría
etnográfica del involucramiento político, véase Quirós 2010.
250 Antropología de tramas políticas colectivas

un cierto sabor de la vida que sólo los sentidos involucrados en el campo


nos permiten apreciar. Confío en que, de la mano de esta máxima, los
horizontes no sólo teóricos y epistemológicos, sino también políticos, del
estudio de la política popular, se verán expandidos.

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Miradas encontradas. Notas etnográficas
sobre una experiencia de trabajo colectiva

María Inés Fernández Álvarez


Marcelo Ernandez
Sebastian Carenzo

“Written anthropology
is still written images.”
Denis O’Rourke

Introdução
Ao longo dos meses de outubro e novembro de 2009, um grupo formado
por um brasileiro e quatro argentinos nos reunimos para filmar um docu-
mentário. O projeto está inserido no âmbito do convênio Capes-Secyt, in-
titulado “Reconfiguración estatal, movimientos sociales y formas de cons-
trucción de ciudadanía en perspectiva comparada: Brasil y Argentina”,
que previu o intercâmbio entre pesquisadores desses dois países. O filme
aborda as complexidades e os desafios de um grupo de catadores de lixo
no processo de construção da cooperativa “Reciclando Sueños”, localizada
no bairro San Alberto, no Município da Matanza, uma localidade densa-
mente povoada do Conurbano Bonairense –cinturão ao redor da cidade de
Buenos Aires–, que concentra uma ampla porcentagem de sua população
em situação de pobreza. 1 Esta cooperativa, integrada na época das filma-
gens por trinta pessoas (homens e mulheres), vem realizando desde o ano
de 2006 um serviço de coleta diferenciada no bairro Aldo Bonzi. Em 2008,
esta experiência foi replicada aos bairros de San Justo e Tapiales como
parte de um programa municipal, passo importante para que o trabalho

1 Este distrito se ubica en la zona oeste del Amba, tiene una extensión de 325.71 km2 y una
población de 1.251.457 (Indec 2001). Según datos provenientes de una encuesta realizada por
el Municipio, en 2007 el 35,3% de su población se encontraba bajo línea de pobreza y el 10%
bajo la línea de indigencia.

255
256 Antropología de tramas políticas colectivas

que a cooperativa realiza seja reconhecido pelo Estado como um “serviço


público”.
Com mesmo nome da cooperativa, Reciclando sueños, além dos que
escreveram este artigo, participaram da equipe que realizou o videodocu-
mentário de longa-metragem Santiago Sorroche e Nicolas Diana Menedez.
O grupo de argentinos desenvolve pesquisas e atividades com a cooperati-
va há cerca de cinco anos, embora nenhum de seus membros tenha qual-
quer experiência prévia na realização de produtos audiovisuais. Marcelo,
por sua vez, traz em seu currículo algumas realizações nessa área, sem-
pre associadas às suas pesquisas ou de outros companheiros. No entanto,
nunca havia pesquisado o tema da reciclagem de resíduos sólidos. 2
Este artigo tem como objetivo analisar essa experiência de realização
conjunta de um vídeo etnográfico entre pesquisadores de países e saberes
profissionais distintos e discutir os limites e possibilidades do uso do supor-
te audiovisual como método de pesquisa, estratégia de integração social e
produção e difusão de conhecimento científico. Para realizar essa análise,
cada um dos pesquisadores envolvidos na realização do artigo elaborou
o seu próprio relato sobre os significados da experiência. A orientação
foi de que cada um de nós fizesse um relato etnográfico da experiência,
destacando dificuldades, desafios, êxitos, conflitos, descobertas, enfim, os
limites e possibilidades de uma experiência desse tipo. Portanto, os três
relatos que seguem foram realizados individualmente, sem que os outros
participantes tivessem acesso a eles. Após todos escreverem seus próprios
relatos, estes foram compartilhados e resultaram na escrita conjunta da
última seção do artigo.
O objetivo desse método, bastante distinto de outros mais comuns à
escrita em conjunto, é levar a reflexividade e a alteridade na antropologia
às últimas consequências. Procuramos valorizar ao máximo a diversidade
de percepções sobre uma mesma experiência etnográfica, disponibilizan-
do ao leitor e a nós próprios os diversos pontos de vista sobre um mesmo
processo de trocas de conhecimentos e afetos. Estes pontos de vista es-
tarão expressos nas línguas nativas dos seus produtores. 3 Assim, estamos

2 Com disponibilidade para ficar dois meses na Argentina, Marcelo, pesquisador e documenta-
rista brasileiro, propôs aos seus colegas a realização de um registro audiovisual sobre alguma
situação de pesquisa naquele país. Maria Inés, recém-doutora em antropologia social e uma
das pesquisadoras do convênio, sugeriu a realização de um vídeo sobre uma cooperativa de
catadores de lixo que estava pesquisando e enviou material bibliográfico para Marcelo. Este, ao
perceber a relevância sociológica do tema e da pesquisa realizada, aceitou a sugestão.
3 Decidimos que, dentre as partes escritas em conjunto, a introdução será escrita em português
e a seção final em espanhol.
Fernández Álvarez, Ernandez y Carenzo: Miradas encontradas. . . 257

fazendo da própria escrita etnográfica um processo de troca, que promove,


ao mesmo tempo, integração e diferenciação, tal qual a participação nas
organizações que estudamos. Agora, no momento em que esta introdução
está sendo escrita, ainda não compartilhamos as partes. Quais serão os
resultados dessas trocas? Se você leitor está curioso, imagine nós, que
estamos escrevendo.

De mirarnos y ser vistos


María Inés Fernández Álvarez

“Se me ocurre que mi estadía en Buenos Aires podría aportar con la rea-
lización de un documental. Teniendo en cuenta el poco tiempo, creo que
lo mejor sería pensar en algún campo donde ya estén trabajando ustedes”.
Esta fue la propuesta que nos hizo Marcelo a mediados del año pasado
mientras intercambiábamos mails preparando su llegada a Buenos Aires
como parte de las misiones del proyecto Secyt-Capes. Inmediatamente
pensé en proponerle que hiciéramos el documental sobre Recisu, donde
realizo trabajo de campo desde hace tres años. Varias razones me moti-
vaban en este sentido.
En primer lugar el hecho de que se tratara de un emprendimiento “pe-
queño” en términos de las personas que, de manera más o menos perma-
nente, lo integraban. Esto facilitaba establecer un vínculo relativamente
rápido accediendo a datos sobre sus condiciones y trayectorias de vida.
En segundo lugar, y a mi criterio más importante, “la cooperativa” era
un caso reconocido en el mundo del reciclado (tanto por las ong que traba-
jan con “cartoneros” como por parte de funcionarios estatales que diseñan
y gestionan programas de residuos sólidos). Sin embargo no constituía un
ícono mediático dentro del universo de las experiencias de acción colectiva
desarrolladas en Argentina en los últimos años. Esta combinación daba
a mi entender “el tono justo” para realizar una película original sobre
una experiencia de relevancia. Pero sobre todo, otorgaba al film una im-
portante “utilidad social” ya que permitía difundir esta experiencia, poco
conocida fuera del ámbito del reciclado, que a mi modo de entender era
sumamente interesante en términos de su proceso de formación.
258 Antropología de tramas políticas colectivas

Por último, y en estrecha relación con lo anterior, por el modo de vin-


culación que habíamos establecido con Recisu en general y con Marcelo
–uno de sus dirigentes– en particular. Entré en contacto con “la cooperati-
va” a inicios de 2007, retomando al mismo tiempo la actividad académica
(que había interrumpido durante unos meses por el nacimiento de mi hija)
y el trabajo de campo en una empresa recuperada (que había finalizado
a comienzos del año 2005 para la redacción de mi tesis de doctorado).
Este vínculo se había planteado como parte de un equipo de entonces
becarios del Ceil-Piette (del Conicet) con los que desarrollábamos un pro-
yecto colectivo financiado por la cooperación Suiza que se prolongó entre
2004 y 2008. Este último tenía las siguientes características: se fundaba
en un proyecto de “investigación” –que en nuestro caso se había centrado
en el estudio de organizaciones de desocupados y empresas recuperadas–,
el cual debía generar a su vez una línea de “investigación-acción”. Como
producto del contacto de una compañera con Marcelo, ex referente de la
Federación de Tierra Vivienda y Hábitat (ftv), 4 quién diseñó un proyecto
que incluía Recisu. 5 Poco tiempo antes de que este comenzara, Marcelo
se había alejado de la ftv y junto a otros ex compañeros de la Federación
habían conformado “la cooperativa” para trabajar con “el problema de
la basura” sumando a “cartoneros” del barrio, por aquel entonces todos
varones. En términos formales, el objetivo del proyecto era promover la
creación de redes entre emprendimientos autogestivos y una de las activi-
dades centrales consistía en la realización de talleres de reflexión colectiva
desde una perspectiva que recuperaba aportes de la educación popular. 6

4 La ftv se formó en el año 1998 con el objetivo de articular organizaciones dedicadas al


problema de la tierra y la vivienda, como parte de la política de representación de trabajadores
en el espacio productivo y barrial impulsada por la Central de Trabajadores de la Argentina
(cta). Con particular desarrollo en La Matanza, entre 2000 y 2003 fue considerada uno de los
principales “movimientos piqueteros” a nivel nacional por su extensión territorial, la cantidad
de personas vinculadas y el volumen de recursos administrados (Manzano 2008; Cross 2007).
5 Este proyecto, de un año de duración, tenía como objetivo promover la creación de redes
entre emprendimientos autogestivos, enfocando particularmente en el vínculo con empresas
recuperadas por sus trabajadores e iniciativas productivas vinculadas a los movimientos de
desocupados. Una vez finalizado, tomamos la decisión –como equipo– de no abandonar el trabajo
que veníamos desarrollando con las organizaciones en el campo; desde ese entonces y hasta la
actualidad nuestra labor con Recisu se realizó alternando etapas con y sin financiamiento.
6 En el momento en que comenzó el proyecto de investigación-acción “la cooperativa” participa-
ba de la conformación de una “red” de organizaciones cartoneras promovida en forma conjunta
por una ong italiana, denominada Cooperación al Desarrollo de Países Emergentes (Cospe) y
la Dirección Provincial de Micro-empresas y Desarrollo Productivo Local del Ministerio de la
Producción de la Provincia de Buenos Aires. Nuestra tarea inicial consistía en acompañarlos
en el proceso de formación de la red que contemplaba la integración de otras 15 experiencias.
Fernández Álvarez, Ernandez y Carenzo: Miradas encontradas. . . 259

Para el momento en que yo me sumaba (marzo de 2007), la cooperativa


se encontraba realizando un programa de separación en origen y recolec-
ción diferenciada en la localidad de Aldo Bonzi. 7 Desde el lanzamiento
del programa “los talleres” se orientaron principalmente a la puesta en
común y discusión de la dinámica colectiva de trabajo. Un principio de
organización estaba definido por trabajar en función “de la demanda”,
que principalmente era enunciada por Marcelo. Para nosotras/os, lejos
de plantearse como instancias de capacitación, estos espacios constituían
un momento de intercambio en los que buscábamos articular los ejes de
nuestras investigaciones con problemas derivados de la práctica cotidiana
de trabajo.
Rápidamente “los talleres” se constituyeron en un espacio privilegiado
de toma de decisiones, procesamiento de tensiones y definición de reglas
colectivas. A modo de ejemplo, como resultado de los primeros intercam-
bios quedó establecido que este era el espacio donde plantear un pedido de
permiso para ausentarse del trabajo (que debía ser autorizado por las/os
demás compañeras/os) o bien para solicitar que un reingreso sea contem-
plado (en los casos en que una persona había dejado de trabajar y quería
volver). 8
De alguna manera (y en cierta medida como parte de nuestros objetivos)
“el taller” funcionaba como un espacio asambleario. Este ámbito resultaba
para mí sumamente rico como modo de construcción de datos, y no deja-
ba al mismo tiempo de interpelarme respecto de los “límites” que debía
tener nuestra presencia. En términos concretos, en tanto saberes definidos
socialmente como asimétricos (el saber “académico” o “experto” y el de
las/os trabajadoras/es, definido generalmente como un “saber-hacer”),
nuestra palabra tenía inevitablemente un peso significativo respecto de
las decisiones tomadas y la definición de las reglas de trabajo. Cabe men-
cionar que, salvo los dirigentes de la cooperativa, en su mayoría quienes
participaban de este espacio no contaban con experiencias asociativas o
de trabajo colectivo previas y el acto mismo de tomar la palabra era en

7 El programa establecía recorridos “casa por casa” recolectando residuos reciclables separados
previamente por las/os vecinas/os. Para su puesta en marcha Recisu había obtenido un crédito,
financiado por el Programa de Gestión Integral de Residuos Sólidos Urbanos denominado “Sin
Desperdicio”, y un subsidio otorgado por la ong Avina.
8 A diferencia de esto, cuando se trataba del ingreso de alguien por primera vez, la persona se
dirigía a Marcelo o a Alberto, sobre quien recaía esta decisión. Cabe destacar que la rotación de
las/os integrantes es una característica destacada de “la cooperativa” que hemos observado en
experiencias similares. Esta particularidad ha sido analizada por otros compañeros con quienes
compartimos trabajo de campo (ver Sorroche 2010).
260 Antropología de tramas políticas colectivas

sí una situación sumamente desafiante y tensa. Al respecto, una de las


principales preocupaciones expresadas por Marcelo y frente a la cual se
nos solicitaba intervención correspondía a las limitaciones que encontraba
para lograr que todas/os hablaran, lo que consideraba un fuerte impedi-
mento para desarrollar mecanismos de resolución de problemas definidos
“entre todos”. 9 En este sentido, nuestras acciones buscaban favorecer este
ejercicio del habla mediante la planificación de actividades específicamente
pensadas con este fin. 10 Desde nuestra óptica, la palabra, la expresión de
las preocupaciones e ideas personales, estaba pensada como una práctica
que contribuía a que quienes participaban se apropiaran de la experien-
cia, pero sobre todo a un ejercicio de puesta en común de los errores, los
problemas, los desacuerdos, las tensiones.
Al mismo tiempo, a través de esta práctica nos fuimos convirtiendo en
“el equipo técnico” de la cooperativa. Así éramos presentados ante funcio-
narios del Estado o técnicos de ong con los que nos vinculábamos. Esta
característica facilitaba nuestra participación en espacios variados, como
reuniones de negociación con funcionarias/os públicas/os y encuentros con
compañeras/os de otras cooperativas o emprendimientos. Este compromi-
so suponía una forma de participación sumamente activa que iba más allá
de la observación y el análisis como “participantes externos”, incluyendo
la generación de proyectos para ser presentados ante organismos públicos,
el establecimiento o mantenimiento de relaciones con empresas privadas
u ong que pudieran contribuir a mejorar los ingresos de la cooperativa, o
el diseño y la puesta en marcha de propuestas para ser implementadas en
ella. Aunque en general hemos buscado incluir nuestras preocupaciones
“académicas” –sobre todo en la elaboración de los proyectos–, en muchas
ocasiones los formatos o requerimientos limitaban esta articulación. Pero
en todos los casos esta particular forma de establecer nuestro vínculo con
Recisu marcó fuertemente la dinámica del trabajo de campo y nuestra
práctica ha influido (para bien o mal) en el desarrollo de este emprendi-
miento. Desde este lugar, la propuesta del documental resultaba no sólo
posible sino sumamente lógica.

9 Esta preocupación se relaciona con un modo particular de construcción política desde la cual
Recisu ha venido estableciendo su vinculación con organismos estatales y ong, que consiste en
presentarse como una “experiencia de trabajo real” frente a una “cooperativa para los papeles”,
y que hemos analizado en Fernández Álvarez y Carenzo (2009).
10 Esta práctica constituye sin duda una modalidad frecuente en espacios variados de militan-
cia. A modo de ejemplo, algunos estudios (Espinosa, 2008) han analizado el acto de hablar en
el caso del “Espacio de Mujeres” del Frente Darío Santillán.
Fernández Álvarez, Ernandez y Carenzo: Miradas encontradas. . . 261

Debo confesar que tras mi primera reflexión sobre los aspectos positi-
vos de la realización del documental en Recisu lo que vino fue una serie
de preocupaciones y temores. Por un lado, me inquietaba el tiempo que
debería destinar a “acompañar” a Marcelo (Ernandez) en sus excursiones
a San Alberto. ¿Cuántas horas de mi agenda laboral debería destinar a
la realización de “su” documental? Por otro lado, aunque en términos de
resultados me parecía sin duda sumamente positivo, me preocupaban los
potenciales problemas que podría generar la presencia de un “extraño”,
con quien no había previamente realizado trabajo de campo, sobre todo a
la luz de esta particular forma de vinculación. Al respecto, una cuestión
que me inquietaba particularmente era el espacio del taller. La presencia
de la cámara en este ámbito me parecía sumamente delicada, no tanto
por el hecho de lo que se registrara sino sobre todo por lo que podía limi-
tar que fuese dicho, incluso por nosotras/os. Aunque en ocasiones previas
algunos talleres habían sido filmados, este era un material de uso interno
que no estaba, en principio, pensado para ser difundido públicamente. A
mi entender, una de las cuestiones que había favorecido el desarrollo de
la dinámica del taller era una suerte de intimidad lograda, no por el co-
nocimiento necesariamente profundo de quienes ahí participábamos, sino
por el modo de establecer el diálogo. El taller era un lugar donde, “res-
petando al compañero”, todas/os podíamos (o más bien debíamos) decir
lo que pensábamos. Al punto que un invitado ocasional rápidamente se
podía sentir habilitado o convocado a volcar sus opiniones personales e
incluso a expresar cómo debía resolverse determinado problema.
Además, participar en los talleres era para mí una actividad sumamen-
te exigente por diversos motivos. En primer lugar, aunque sobre todo
durante los primeros años las actividades que realizábamos en los talle-
res tenían una dinámica cuidadosamente planificada en la que se preveía
el desarrollo de una temática específica (que podía prolongarse durante
varias semanas), lo que podía suceder en las dos horas que duraban era
completamente imprevisible (incluyendo, en oportunidades, en sí mismo
su realización). De esta manera, muchas veces se hacía necesario improvi-
sar sobre la marcha y sobre todo mantener un delicado equilibrio cuando
la bifurcación de los temas estaba dada por el desarrollo de un conflicto
personal o grupal (en ocasiones potencial) que podía poner en cuestión la
continuidad del programa, incluso de la experiencia. Pensarme filmada en
este marco me generaba cuando menos cierta incomodidad.
262 Antropología de tramas políticas colectivas

En segundo lugar, y de alguna manera en vinculación estrecha con lo


anterior, participar de este espacio era un modo de realizar trabajo de
campo que nos obligaba a exponer nuestras opiniones –sobre todo en tan-
to la expresión de lo que cada una/o pensaba era una cuestión sumamente
valorada– confrontando nuestras concepciones y valoraciones morales so-
bre cuestiones como, por ejemplo, el trabajo colectivo qué implicaba ser un
“buen compañero”, incluso “un buen trabajador”). Y sobre todo respecto
del que éramos también interrogados.
Pero lo que no pensaba entonces era en las repercusiones positivas que
la realización del documental podía tener para la dinámica de trabajo de
campo y la relación con la gente de Recisu. Mucho menos que resulta-
ría para mí una instancia sumamente formativa, de la que rápidamente
me sentí parte constitutiva, generando un espacio de trabajo muy gra-
to. Desde la primera reunión que tuvimos con Marcelo para organizar
la filmación quedó claro que se estaba proponiendo un trabajo también
colectivo y lo que hasta ese día había sido “su proyecto” se convirtió en
“nuestra película”. Entre quienes integramos el equipo, fuera de Marcelo
ninguno había tenido previamente experiencia en este campo. En mi caso
había hecho una incursión en la fotografía hace ya varios años –una ac-
tividad que siempre había querido retomar– y había cursado como parte
de los seminarios de grado uno dedicado a la antropología visual. Sin em-
bargo, al menos para mí, la realización de la película no estaba pensada
como una primera incursión en este campo sino como una herramienta
para difundir el trabajo de la cooperativa que –en parte por las razones
previamente mencionadas– suponía también difundir nuestro trabajo.
No por eso, claro, varias cuestiones dejaron de generar discusiones e
incluso incomodidades. Entre ellas me parece interesante mencionar la
referente al ingreso o no en las casas de quienes integraban Recisu. Des-
de un comienzo para Marcelo esta era una prioridad. “Sería bueno que
podamos pedirles que vayamos a filmar a sus casas”, nos dijo una ma-
ñana mientras íbamos en camino a San Alberto. Sin duda que su idea
tenía pleno sentido. Como antropóloga podía comprender perfectamen-
te esta preocupación: narrar las vidas de estas personas, mostrar cómo
era su cotidianeidad después “del trabajo”, ingresar en su “intimidad”,
nos permitirían describir la complejidad de “los personajes” de nuestro
film. Sin embargo, desde un primer momento tuve serias dudas respec-
to de que lográramos este objetivo –sobre todo en el corto plazo con que
Fernández Álvarez, Ernandez y Carenzo: Miradas encontradas. . . 263

contábamos– más allá de poder ingresar en las casas de Marcelo o Alberto


(los dirigentes de Recisu).
Dos cuestiones se me aparecían cuando pensaba en este impedimen-
to. La primera era que, para quienes integraban Recisu, nuestro vínculo
estaba inscripto principalmente como parte de su “universo laboral”, de-
finido en el marco de las relaciones de trabajo. Más aún: éramos parte
de su espacio de trabajo. En este sentido, cabe toda una reflexión sobre
las relaciones entre estos “mundos” construidos como ámbitos separados
que sería materia de otro artículo. Vale la pena reparar en este punto que
muchas de las personas que integran la cooperativa guardan entre ellas
relaciones de parentesco o de amistad previas a su ingreso. Este es el caso,
por ejemplo, de Karina y Jorge, que son pareja y viven, junto a las hijas
de ella, en la casa ubicada en la entrada del galpón que pertenece a la
madre de Karina, con quien también conviven. Es frecuente ver circular
a las hijas de Karina entre la casa y el galpón e incluso escuchar a Ka-
rina pedirles que le acerquen una taza de té o algo para comer a media
tarde. Desde este punto de vista, sin duda, estos ámbitos definidos como
separados se amalgaman y las fronteras entre el “espacio de trabajo” y
el “espacio de la casa” se desdibujan. Aunque mis proyectos de investi-
gación incluían una línea de reflexión en este sentido 11, la realización del
documental y las discusiones con Marcelo me permitieron darle mayor
centralidad a estas cuestiones en el caso de Recisu.
El segundo aspecto sobre el que se apoyaba mi preocupación en relación
a este tema se vincula con ciertos reparos que sentía con respecto a la
idea de que la presencia de la cámara en sus hogares fuera experimentada
como una suerte de “invasión” de la vida privada. Esta sensación fue
rápidamente confirmada en mis diálogos con las mujeres de la cooperativa.
La vida en las casas no era algo que quisieran mostrar, como me dijo en
la entrada del galpón una mañana Cuchi: “Es que por ahí mi hermano
se pone loco, empieza a putear a mi vieja; es que yo no vivo en mi casa,
es la casa de mi mamá y ella me dijo (citando a su mama) ‘yo los saco a
escopetazos, los saco con la cámara, todo a los tiros”’.
Habiendo visto la película de Marcelo sobre “Zé Pureza”, un campa-
mento del mst en Río de Janeiro, comprendía que para él estar en las
casas o más bien en las “barracas” que montaban los “acampados” en
demanda de tierra era una situación común, parte de la cotidianeidad de
11 En particular, en colaboración con otra compañera, trabajé la manera en que el proceso de
recuperación de fábricas redefinía los límites entre “espacio productivo” y “espacio reproducti-
vo/doméstico” (Fernández Álvarez y Partenio 2010).
264 Antropología de tramas políticas colectivas

su trabajo mientras realizaba el documental. Más allá de la prolongación


en el tiempo de filmación en cada caso, que sin duda habría colaborado en
este sentido, creo que esta diferencia debe comprenderse a la luz de lo que
supone montar “las barracas” en el marco del proceso de demanda por la
tierra en el caso de los campamentos, como bien lo muestra su película y
otros trabajos etnográficos sobre ocupaciones de tierra en Brasil (Sigaud
2000; Macedo 2005; Sigaud y de L’Estoile 2006; Sigaud, Rosa y Macedo
2007). Por el contrario, en el caso de Recisu lo que nos querían mostrar
era “su trabajo”. Como intentamos reflejarlo en el film, a diferencia de
la incomodidad frente a la propuesta de entrar en las casas, en el espa-
cio del galpón, en el registro de los recorridos, en las entrevistas, lo que
sobresale es la expresión del orgullo por el trabajo que realizan. Como
ejemplo, recuerdo el entusiasmo con que, sobre la mesa de separación,
Karina, Cuchi y Patricia relataban a las cámaras su conocimiento sobre
los distintos materiales, mostrando el modo en que cada uno podía ser
clasificado en función del ruido que producían. O el empeño de Jorge y
Enrique por relatar la manera correcta de vincularse con los “clientes” en
los recorridos por A. Bonzi o San Justo.
Llegado este punto, me interesa volver sobre las razones que me conduje-
ron a proponerle a Marcelo que hiciese, y ahora debería decir hiciésemos,
el documental sobre Recisu. A mi entender, una de las cuestiones que
marcó nuestro trabajo con “la cooperativa” ha sido la preocupación res-
pecto del modo en que desarrollamos nuestra práctica de investigación.
La antropología ha desarrollado en las últimas décadas una importante
reflexión crítica sobre su propia práctica que se ha convertido en un rasgo
intrínseco al quehacer etnográfico. Como he intentado plantearlo en otros
trabajos (Fernández Álvarez 2010), creo que en relación a este punto se
hace particularmente importante reflexionar respecto de qué significa el
“compromiso” cuando hacemos trabajo de campo. Siguiendo las reflexio-
nes de autores como J. Nash (2009) o J. Gledhill (2000), considero que una
cuestión central radica en no perder de vista que este compromiso debe
plantearse siempre desde la investigación, esto es, desde una práctica que
permita iluminar aspectos de la realidad social que a simple vista pue-
den quedar negados, desnaturalizarlos. Desde esta óptica, entiendo que el
ejercicio de reflexividad debería contribuir en este camino suponiendo que
nuestra presencia implica siempre necesariamente una “mirada implica-
da” (Bensa 2008). Siguiendo esta reflexión, la realización del documental
puede pensarse como una herramienta del “equipo técnico” de la coopera-
Fernández Álvarez, Ernandez y Carenzo: Miradas encontradas. . . 265

tiva para difundir su trabajo, que es como dije también el nuestro. Así, la
edición del documental tomó como punto de partida para la construcción
del relato los ejes y resultados de nuestras investigaciones con Recisu. Las
imágenes tienen sin duda un poder del cual la palabra carece: basta un
primer plano de Karina para expresar con profundidad el modo en que
la “violencia estructural” (Farmer 2004) se incorpora, hace parte de la
experiencia cotidiana, de quienes forman la cooperativa. Creo que en este
punto sería interesante avanzar en una línea de reflexión sobre la idea
misma de “investigación-acción” y preguntarnos si no cabe más bien ha-
blar, como lo sugiere Ch. Hale (2006), de “investigación activista”. Una
pregunta abierta, como el final de la película.

Reciclando sonhos e partilhando antropologia


Marcelo Ernández Macedo

Centro da cidade de Buenos Aires, dia 30 de setembro de 2009, terceiro


dia da minha estadia de dois meses para realizar um registro etnográfico
em vídeo sobre uma cooperativa de catadores de lixo pesquisada por meus
colegas argentinos. Após almoçar uma pizza e tomar o caminho de volta
para a universidade onde assistia a um seminário, parei com meu anfitrião
Juan e com o futuro colega de trabalho Santiago para um café. Ao abrir a
mochila para pegar a carteira e pagar o café, vi que aquela já estava aberta
e que ali, onde deveria haver uma carteira, havia apenas espaço vazio.
Minha identidade formal estava reduzida ao meu passaporte no terceiro
dia de estadia na Argentina. Por sorte, tanto este quanto os recursos que
recebi para realizar o meu trabalho –retirados em dinheiro no dia anterior–
ficaram guardados em casa. Decidi não reaver cartões ou qualquer outro
documento durante aquele período. Andaria sem documentos e viveria
estritamente com os recursos da bolsa, que pareciam suficientes.
O impacto moral desse cartão de visitas abalou o sentido de segurança
que poderia me oferecer maior conforto emocional nessa primeira expe-
riência de residência em outro país. Desde antes de viajar já havia um
certo temor quanto à segurança dos equipamentos de vídeo que levaria
do Brasil, pois sabia que trabalharia numa área considerada de risco.
Infelizmente, não houve tempo hábil para providenciar o seguro desses
equipamentos. A partir desse episódio, esse temor aumentou de forma
266 Antropología de tramas políticas colectivas

considerável. Se o centro da cidade de Buenos Aires me reservou essa sur-


presa, o que esperar da Matanza, bairro do Conurbano Bonairense onde
estava localizada a cooperativa que iria registrar, o qual diversos amigos
e textos que li haviam caracterizado como “violento”?
Após aquela primeira semana de seminário, na seguinte iniciamos o
trabalho na Matanza. Uma primeira visita logo desfez a imagem de in-
segurança que havia formulado tendo como referência a Baixada Flumi-
nense –equivalente ao Conurbano Bonairense na cidade onde vivo– e os
acontecimentos da semana anterior. Nos bairros em que iríamos trabalhar
encontrei tanto áreas com casas mais simples, mas sempre de alvenaria
e tratamento de esgoto, como outras com residências mais sofisticadas,
características das classes médias. Mas, acima de tudo, os locais me pare-
ceram tranquilos, embora os colegas me alertassem que não, que teríamos
que ficar atentos.
Mesmo ainda com um certo receio, a partir daí minhas preocupações
puderam se concentrar mais no conteúdo do trabalho em si. Haveria de
fato situações sociologicamente relevantes para serem registradas como
contaram e escreveram meus colegas de trabalho? Conseguiria eu, sem
qualquer contato prévio com os membros do grupo de cooperativados,
reunir em vídeo um material que me permitisse fazer uma boa descrição
etnográfica desse grupo social num período inferior a dois meses? Como
seria trabalhar com uma equipe de outro país, com outra língua, que
nunca havia trabalhado antes com vídeo? Enfim, teríamos, ao final de
dois meses, algo significativo em termos antropológico e cinematográfico
para editar?
Na segunda vez que fui a Matanza já levei a câmera. A intenção era fil-
mar uma reunião entre pesquisadores e cooperativados. O local da reunião
era o galpão principal, onde os diversos materiais recolhidos eram sepa-
rados e colocados em grandes sacos para serem vendidos. Essas reuniões,
realizadas quinzenalmente, têm como objetivos promover um espaço de
debate dos problemas da cooperativa e a formação do grupo para o tra-
balho cooperativado. 12 Embora a rotatividade na cooperativa seja grande,
e portanto muitos estivessem ali pela primeira vez, e as reuniões não oco-
rressem já havia alguns meses, havia intimidade e descontração entre boa
parte dos participantes. Dentre as várias brincadeiras que faziam entre
si, um dos cooperativados mais animados, Hugo, começou a cantar uma

12 Para saber mais sobre a cooperativa Reciclando Sueños e o trabalho desenvolvido pelos
pesquisadores do Conicet junto a este grupo, ver Fernández Álvarez e Carenzo (2009).
Fernández Álvarez, Ernandez y Carenzo: Miradas encontradas. . . 267

música do famoso cantor brasileiro Roberto Carlos. Para a surpresa de


todos, eu o acompanhei e cantamos juntos. Rapidamente, percebi que as
relações entre o grupo de pesquisadores que trabalhavam com a coopera-
tiva e seus membros eram as melhores possíveis. Minha intervenção como
cantor parece ter gerado simpatia entre os presentes, que passaram logo
a me ver como alguém próximo por compartilhar não só interesses, mas
também gostos e, acima de tudo, afetos.
Nessa primeira reunião, cada um dos presentes, inclusive eu e os pes-
quisadores, se apresentou e descreveu a sua trajetória profissional e seus
saberes. O objetivo era que os membros da cooperativa passassem a se
conhecer melhor, compartilhassem suas habilidades para além da esfera
profissional e, portanto, criassem ao mesmo tempo pontos de identificação
e diferenciação entre si, de modo a valorizar cada um como indivíduo e
gerar reconhecimento mútuo para o fortalecimento do grupo. Essa primei-
ra entrada da câmera em um momento no qual estavam todos reunidos
pareceu ter favorecido a minha aproximação e desinibido os membros do
grupo para as conversas um pouco mais reservadas que vieram depois. As
imagens seguintes que filmamos foram dos cooperativados separando os
resíduos sólidos no galpão principal. Nesse momento, iniciamos conversas
mais pessoais com alguns.
Uma de minhas preocupações era identificar aqueles que viriam a ser
os personagens principais da história que iríamos contar. Como critérios
de escolha, costumo eleger, nessa ordem: a simpatia pessoal que consigo
criar vis-à-vis o desejo do sujeito em participar das filmagens; a relevância
sociológica do seu discurso; as suas habilidades para expressar pensamen-
tos, sentimentos e afetos; a representatividade do seu perfil socioeconô-
mico. Logo percebi que, em relação à simpatia, à relevância sociológica
e à representatividade dos perfis não teria problemas e que, portanto, os
próprios personagens se escolheriam enquanto tais na medida em que se
apresentassem dispostos a interagir com a equipe de filmagens.
Ao sentir que as primeiras aproximações foram bem-sucedidas, sugeri
que fizéssemos filmagens nas residências de alguns cooperativados que, a
partir das informações dos meus colegas e das minhas primeiras impres-
sões, poderiam se consolidar como personagens em conversas mais íntimas.
As primeiras tentativas foram frustradas. Os cooperativados colocavam
empecilhos operacionais ou simplesmente negavam o pedido. Achei aqui-
lo estranho, pois em minhas experiências pregressas no Brasil não havia
tido nenhuma dificuldade para visitar residências em situações que guar-
268 Antropología de tramas políticas colectivas

davam semelhanças do ponto de vista da relação entre as partes, ou seja,


tanto num caso como em outro havia uma evidente distância socioeco-
nômica entre pesquisadores e entrevistados. Ao contrário do que estava
ocorrendo na Argentina, no Brasil as pessoas de renda mais baixa não se
incomodaram em apresentar suas residências quando solicitadas. Sempre
tive acesso às residências de meus interlocutores sem nenhum problema.
Por não compreender essa dificuldade, insisti com meus colegas pesqui-
sadores sobre a importância de visitarmos as residências dos cooperati-
vados. Argumentava que em seus ambientes mais íntimos conseguiríamos
acessar dimensões mais profundas de suas subjetividades, que seria re-
levante conhecer suas famílias e, talvez, descobrir novos personagens e
aspectos relevantes da vida de cada um. Mas, os dias se passavam e o
acesso às residências não era aberto. Tamanha foi minha insistência que
cheguei a incomodar meus colegas com essa questão. Percebi, então, que
as relações entre o público e o privado são bem diferentes no Brasil e na
Argentina. Tudo aquilo que havia lido sobre a indistinção entre o público
e o privado no Brasil fez mais sentido do que nunca. 13 Diferente do Bra-
sil, na Argentina esses espaços eram mais bem delimitados e isso pouco
a pouco aparecia no discurso dos cooperativados. Para estes, o filme que
estávamos fazendo pertencia à esfera do trabalho, a qual não poderia ser
confundida com a esfera íntima do lar. Percebi que teria que desenvolver
outras estratégias para me aproximar mais das famílias dos cooperativa-
dos.
Talvez a minha insistência no tema das residências tenha sido o único e
ligeiro mal-estar entre eu e os pesquisadores argentinos, que logo se trans-
formaram em amigos. As experiências e os conhecimentos acumulados nos
cinco anos de trabalho com a cooperativa e a sensibilidade de todos para
se relacionar com os cooperativados e intervir nos momentos adequados
facilitaram muito as filmagens. 14 Do ponto de vista técnico, aos poucos
todos se acostumaram com o ritual necessário (“bater o branco”, verificar
a luz, colocar a fita, identificar a fita etc.), e as coisas correram muito bem.
Enfim, a sintonia entre nós foi tão grande que isso se refletiu na nossa re-

13 Sobre a indistinção entre o público e o privado no Brasil, ver Da Matta (1984).


14 Estávamos sempre em, no mínimo, três: eu fazia a câmera, outro fazia o som (em geral,
Santiago ou Nico) e um terceiro (em geral, Sebastian ou Ines) dividia comigo a condução das
entrevistas. Em várias situações, essa terceira pessoa apenas acompanhava de longe e cuidava
para evitar interferências indesejadas nas filmagens. Em geral, estas se referiram a ruídos que
atrapalhassem as gravações. Em vários momentos, como nas diversas reuniões, algumas visitas
fora da cooperativa e durante a coleta de imagens referentes aos processos de trabalho do grupo
era necessário apenas mais uma pessoa para o som, além do câmera.
Fernández Álvarez, Ernandez y Carenzo: Miradas encontradas. . . 269

lação com os cooperativados ao longo das filmagens. A cada dia me sentia


menos estrangeiro e mais comprometido com cada um individualmente e
com os problemas da cooperativa. Acredito que os cooperativados tenham
percebido isso e, então, aos poucos se mostraram cada vez mais abertos
ao diálogo.
Embora o acesso às residências estivesse vedado, a boa relação que foi
sendo construída entre a equipe de filmagem e os cooperativados permitia
que explorássemos em profundidade suas subjetividades. Aos poucos, e
por meio de entrevistas individuais, seja em momentos de descanso nos
galpões ou mesmo durante a execução do trabalho, fomos capazes de co-
letar informações relevantes sobre os processos de trabalho desenvolvidos
na cooperativa, seus conflitos internos, as percepções dos cooperativa-
dos sobre esse trabalho e a organização em cooperativa, suas trajetórias
familiares e profissionais, assim como diversos aspectos de suas vidas coti-
dianas. Algumas vezes não foi necessário sequer fazer perguntas. Apenas
ligávamos a câmera e nossos interlocutores desandavam a falar sobre suas
vidas, em alguns casos aspectos bastante íntimos das suas trajetórias pes-
soais e familiares.
No que se refere à comparação entre os movimentos sociais brasileiros
e argentinos, um dos objetos principais do projeto de investigação que
me levou até a Argentina, percebi que, mesmo diante de formações his-
tóricas tão distintas, podemos observar algumas dinâmicas comuns entre
estes. Reparei que tanto nos acampamentos de trabalhadores rurais bra-
sileiros, que temos estudado em profundidade, como nas cooperativas de
trabalhadores urbanos argentinas, a rotatividade dos participantes é ele-
vada. Em ambas as situações a entrada e saída de pessoas são constantes,
havendo um conjunto de condicionantes de diversas naturezas –tais como
subsistência imediata, laços familiares, de amizade e vizinhança, formação
política e prestígio social– que são avaliados constantemente e influenciam
nas decisões das famílias sobre permanecer ou ir embora. Por exemplo,
diante de possibilidades mais atraentes de subsistência derivadas de um
convite de trabalho em determinado momento, alguns participantes po-
dem declinar em relação à participação num movimento social e, mais
tarde, diante de um novo quadro, retornar a ele. Isso cria enormes dificul-
dades para a consolidação dos movimentos e a própria formação política
dos grupos. Confirmei também, mais uma vez, que a formação política ou
a comunhão de uma suposta “consciência de classe” –ao contrário do que
afirmam diversos teóricos da ação coletiva– não precede ou condiciona a
270 Antropología de tramas políticas colectivas

participação nos movimentos, mas sim se desenvolve ao longo desta. Em


geral, os movimentos promovem a formação política das pessoas e não o
contrário.
Essas são apenas algumas observações teóricas que não cabem serem
desenvolvidas em profundidade neste artigo, que tem como objetivo prin-
cipal fornecer algumas pistas metodológicas para o trabalho com vídeo e
as trocas de experiências entre pesquisadores de diferentes países. Men-
cionei rapidamente apenas alguns pontos para evidenciar que a utilização
dos suportes audiovisuais não se esgota em si mesma. Ao contrário do que
muitos teóricos mais conservadores pensam, os filmes etnográficos não
constituem apenas uma ilustração das teorias antropológicas. O processo
de realização destes filmes, quando baseado em conhecimentos prévios so-
bre os temas em questão, pode promover contribuições teóricas expressas
nos próprios filmes ou em textos gerados a partir da realização destes. 15
Insights teóricos podem surgir a partir da visualização de um filme ou
mesmo no momento da captação de uma imagem.
Uma estratégia de aproximação com as famílias dos cooperativados que
poderia facilitar a visita às residências ou, no mínimo, nos proporcionar
algum contato com essas pessoas foi a promoção de uma confraternização
envolvendo a todos. Combinamos um “assado” para um sábado à tarde,
dia em que tanto cooperativados como seus familiares estariam de folga.
Não me lembro exatamente por que, mas o fato é que a data inicial, cerca
de quinze dias antes do encerramento das filmagens, precisou ser adiada.
A única data disponível era já na semana que estaria indo embora da
Argentina, o que impossibilitou o alcance do objetivo de visitar as casas.
Mas, mesmo assim, a confraternização foi mantida e, não fosse a falta
de tempo, teríamos atingido o nosso objetivo. Além do “assado” e das
bebidas, havia um outro atrativo: um dos coordenadores da cooperativa
iria apresentar um vídeo que havia filmado recentemente no Brasil, em
São Paulo, durante um evento que reuniu recicladores de toda a América
Latina e que contou com um discurso do Presidente Lula. Marcelo havia
filmado esse discurso de Lula e queria apresentar isso aos seus colegas.
Aos poucos as famílias chegavam e se sentavam ao redor da grande mesa
que foi improvisada em um dos galpões. Em meio a conversas paralelas e
à preparação dos equipamentos para a exibição do vídeo, algumas garra-
15 Como exemplo de como a realização de um vídeo pode constituir uma contribuição teórica,
ver o trabalho de Barbosa (2006). Nesse trabalho, a autora mostra como a realização de um
filme documentário na cidade de São Paulo contribuiu para o desenvolvimento de teorias sobre
as relações entre imaginário, memória e vivência cotidiana.
Fernández Álvarez, Ernandez y Carenzo: Miradas encontradas. . . 271

fas de vinho e o cheiro da carne na churrasqueira. Após algumas rodadas


de “choripan”, chegou a hora do vídeo e fui convidado para traduzir o
discurso de Lula. Após algum tempo convivendo com os catadores de li-
xo e estudando um pouco a questão, me surpreendeu –e acredito que a
todos os presentes– a potência da fala do presidente brasileiro. Lula falou
exatamente o que catadores de lixo gostariam de ouvir, de uma forma
extremamente clara, simples e enfática, referenciando todos os atores so-
ciais envolvidos no problema, desde os próprios catadores, passando pelos
prefeitos, empresários, até chegar à imprensa. Seu discurso mostrou um
impressionante conhecimento dos problemas relacionados ao lixo e atingiu
em cheio aos catadores. Orgulhoso e emocionado, traduzi alguns trechos
do discurso de Lula entre comentários de Marcelo e perguntas dos presen-
tes.
Após o vídeo, houve muita música. Além de Hugo, Alberto também
cantava e ambos nos brindaram com vários tangos e outras músicas ar-
gentinas. Estavam todos muito felizes. As diferenças e conflitos individuais
e grupais pareciam não existir. 16 Antes do final do evento, cada um dos
presentes disse algumas palavras sobre o significado daquele encontro e
as perspectivas para o futuro da cooperativa. Surgiram depoimentos de
diversas naturezas, quase sempre emocionados e emocionantes. A partir
de certa hora, eu chorava copiosamente. Jamais esquecerei daquela tarde.
Após aquele dia, voltei à cooperativa na data da minha viagem e, aí
sim, houve uma despedida mais formal. Vários dos cooperativados se des-
pediram da câmera enviando suas últimas mensagens, e posamos juntos
para fotos. Fico pensando como essa forma de documentar é diferente das
formas mais tradicionais, orientadas por teses dos seus autores e/ou volta-
das para a venda nos mercados do setor de comunicações. Muito mais do
que gerando um produto, estávamos trocando saberes e criando vínculos,
relações de amizade.
Alguns meses depois, voltei à Argentina para fazer o roteiro final do
documentário com a equipe de pesquisadores que participou das filma-
gens. Havíamos decupado todo o material, o que nos oferecia um grande
domínio sobre este e, a partir dos conhecimentos prévios sobre o tema que
estávamos tratando, conseguimos cumprir com eficiência e satisfação a ta-
refa de fazer o roteiro em uma semana. Ainda houve tempo para visitar
a cooperativa e exibir um trailer que havíamos preparado com o objetivo

16 Observando o comportamento de todos nos dias que se seguiram, percebemos que o evento
foi importante para aumentar a harmonia entre os cooperativados.
272 Antropología de tramas políticas colectivas

de captar recursos para a finalização do filme. A situação da cooperativa


naquele momento era extremamente difícil, pois a Prefeitura não pagava
aos cooperativados havia algum tempo. Alguns dos que havia conhecido
já não faziam mais parte do grupo. O trailer serviu como um “refresco”
para as dificuldades que estavam passando. O sentido do que estávamos
fazendo veio à tona novamente quando vi um dos cooperativados se emo-
cionar com o discurso que sua esposa, também cooperativada, fazia sobre
sua família. Ela falava do orgulho que sentia por poder comprar um sapa-
to para sua filha. Poder compartilhar com os sujeitos filmados as imagens
que eles formulam sobre suas próprias representações é sempre um dos
momentos mais gratificantes do encontro etnográfico por meio do uso do
vídeo. 17
Minha intenção com este resumido relato etnográfico da minha estadia
na Argentina foi evidenciar a importância desse tipo de experiência para a
formação de um pesquisador e, mais especificamente, como o trabalho que
reúne cinema e antropologia pode contribuir nesses processos. Por meio
da realização de um filme, em um curto espaço de tempo pude exercitar
a aplicação de um método de pesquisa; aprofundar meus conhecimentos
sobre um tema específico; analisar um caso relacionado a este tema em um
determinado contexto social; conhecer um pouco sobre a história e a con-
juntura sociopolítica de outro país; exercitar minha alteridade e, a partir
daí, conhecer mais o meu próprio país; fortalecer minha rede de amiza-
des; e gerar um produto (o filme) que será relevante para a vida desses
novos amigos, que será visto por centenas de pessoas e, portanto, poderá
se constituir numa importante contribuição política e científica sobre o
tema abordado. Pode-se argumentar que os mesmos resultados poderiam
ser obtidos por uma pesquisa etnográfica que utilizasse os métodos con-
vencionais, quero dizer, que tivesse como único suporte o texto. Concordo
com o argumento. No entanto, acredito que o uso da câmera aumenta e
intensifica as potencialidades em relação a todos estes aspectos apontados.
O uso do vídeo, em algumas situações, permite-nos acelerar a criação de
vínculos; aumentar o acesso à subjetividade dos grupos pesquisados (ao
invés de restringir, como muitos acreditam); vivenciar experiências extre-

17 Como experiências significativas de antropologia compartilhada, temos os trabalhos produ-


zidos no âmbito do projeto Vídeo nas Aldeias, coordenados por Vincent Carelli (ver Gallois &
Carelli 1995) e Carelli (2004). Outra experiência relevante pode ser encontrada em Deshayes
(1995). Nesse trabalho, o autor apresenta reflexões sobre um filme que realizou, no qual registra
em vídeo os comentário de índios da Amazônia durante a visualização de imagens do cotidiano
de homens brancos na vida na cidade.
Fernández Álvarez, Ernandez y Carenzo: Miradas encontradas. . . 273

mamente significativas para o pesquisador e os grupos pesquisados; e obter


registros mais potentes para difusão entre pesquisadores, grupos pesqui-
sados e o público em geral do que o texto. Na verdade, como argumenta
Peixoto (1998), não se trata de colocar texto e vídeo em oposição, mas sim
de valorizar a sua complementaridade. No caso da cooperativa Reciclan-
do Sueños, acredito que o filme que estamos produzindo complementará
o trabalho de investigação realizado pelos pesquisadores argentinos ao
permitir o acesso a imagens difíceis de perceber via texto.
Mas, infelizmente, e apesar das recentes conquistas de espaço da antro-
pologia visual na área das ciências sociais, o meio acadêmico ainda padece
de um enorme preconceito em relação ao uso dessas técnicas de pesquisa.
O filme ainda não é aceito como um produto de pesquisa por boa par-
te das instituições de ensino e agências de fomento. Parte significativa
dos próprios cientistas sociais ainda não percebe as potencialidades do
vídeo como técnica de pesquisa e, portanto, utiliza filmes somente como
ilustração de textos, sendo estes sim considerados os únicos e legítimos
resultados de uma investigação. Espero que este texto ofereça uma con-
tribuição para ampliar os horizontes metodológicos dos que pensam dessa
forma.

Natalia Oreiro, el Banco Mundial y nosotros


Sebastián Carenzo

La presencia de cámaras de filmación (por no hablar de las fotográficas)


en la Cooperativa Reciclando Sueños de La Matanza resulta, sin lugar a
dudas, un hecho frecuente. Desde que en 2006 lanzaron una experiencia
piloto de recolección diferenciada de residuos reciclables en una localidad
del partido, su práctica ha sido registrada por diversos medios y con distin-
tos fines. Quizá el más emblemático de estos eventos haya sido la crónica
transmitida en Recurso natural, un programa de ecología conducido por
la popular actriz Natalia Oreiro y difundido en todo el país por medio
de la tv pública. Sin embargo, no menos importantes fueron los registros
tomados mediante otros formatos audiovisuales. Los más frecuentes han
sido aquellos realizados por técnicos y funcionarios de agencias guberna-
mentales y no gubernamentales que, portando sus videocámaras digitales
portátiles, se acercan a conocer la experiencia. Este fue el caso de un equi-
274 Antropología de tramas políticas colectivas

po del Banco Mundial que registró durante toda una jornada las distintas
labores de sus integrantes como parte de un “relevamiento de experiencias
exitosas” de gestión de los residuos urbanos a escala global, y del cual los
integrantes de la cooperativa no volvieron a tener noticias. Finalmente
esta reseña debe incluir también una suerte de filmografía “oficial” de la
cooperativa, compuesta por un heterogéneo y desordenado conjunto de
registros en video, capturados en forma intermitente durante el período
2006-2008 por Mauro, un diseñador amigo de los dirigentes de la coope-
rativa, que los asesora voluntariamente en el área comunicacional de sus
proyectos.
Inclusive es preciso señalar que, a lo largo de esta trayectoria, algunos de
sus integrantes habían logrado forjar un especial sentido de la actuación
frente a las cámaras, interpretando su rol de modo extrovertido y seguro.
Este es el caso de “Pino” (Walter), cuya explicación de las tareas de clasi-
ficación y molienda de los “materiales” resulta un relato sumamente vivaz
y cargado de divertidas anécdotas. Otro tanto podría decir de “Enrique”,
quien en las escenas de sus “recorridos” –que focalizaban en situaciones de
interacción cara a cara con las/os “vecinas/os” del barrio donde realizan
la recolección diferenciada– se manejaba de un modo afable y desenvuelto,
orgulloso de mostrar la profundidad del vínculo logrado con sus “clientes”.
Durante los días previos a la llegada de Marcelo Ernández a Buenos
Aires, repasé obsesivamente estos eventos antecedentes, intentando con-
vencerme que este improvisado ritual pagano podría atenuar la carga de
incertidumbre y ansiedad que me invadía ante la inminente proximidad de
nuestro “día D”: ¿La gente de la cooperativa estaría de acuerdo con una
propuesta que implicaba un alto nivel de exposición? ¿Hasta qué punto
estábamos poniendo en riesgo nuestro vínculo con ellos? ¿Podríamos fil-
mar con libertad? ¿Nuestro colega brasilero compartiría las ambigüedades
y contradicciones que nosotros asumíamos como constitutivas de nuestro
vínculo con la cooperativa? Afortunadamente mis presunciones resulta-
ron adecuadas y no tuvimos necesidad enfrentarnos a estos “fantasmas”
que acabo de nombrar. De hecho, los objetivos y el plan de trabajo de la
propuesta fueron aceptados de inmediato en un clima de claro optimis-
mo respecto del resultado final de la iniciativa y varios integrantes de la
cooperativa se transformaron en claros “personajes” del film. El material
generado resultó tan rico que nos obligó a filmar casi diez horas más de
las que habíamos planeado inicialmente (30 en vez de 20).
Fernández Álvarez, Ernandez y Carenzo: Miradas encontradas. . . 275

A su vez estos alentadores resultados imprimieron a todo el proceso


una buena dosis de ansiedad y entusiasmo que nos permitió sortear las
exigencias (físicas y emocionales) del breve –aunque intenso– período de
filmación. No era para menos puesto que, aun cuando por primera vez
introducíamos una cámara en nuestra práctica (o al menos en un lugar
tan preeminente), habíamos conseguido el tan ansiado “rapport” que todo
antropólogo anhela en relación a su trabajo de campo.
Por una parte, esto obedecía a la destreza evidenciada por Marcelo Er-
nandez para familiarizar(nos) con la presencia de la cámara. Pese a lo
ajustado de nuestro calendario de filmación, hizo que la cámara fuera in-
gresando de a poco. Marcelo no registraba en forma compulsiva, daba
espacio a las charlas previas, a los “tiempos muertos”. Del mismo modo
su manejo de cámara basado en deslizamientos suaves, así como la mirada
cándida y la actitud comprensiva que caracterizaron su dirección, gene-
raban una sensación de confianza que invitaba a seguir hablando, seguir
haciendo, con y para la cámara.
Por otra, esta situación se apoyaba también en aquello que podría llamar
“confianza transitiva”. A diferencia de otros eventos fílmicos desarrollados
a partir de nuestro contacto (visitas de funcionarios, técnicos de ong y/o
investigadores), el documental fue presentado como parte de nuestras ac-
tividades y Marcelo como un compañero más de nuestro equipo (o, para
emplear nuestro apelativo nativo, “los muchachos del Conicet”). El empleo
de esta categoría resultó clave para minimizar la distancia inherente a la
llegada de un desconocido ya que, en el universo semántico de la coopera-
tiva, “compañero” encarna un conjunto de disposiciones y valores morales
que son movilizados para definir y clasificar a las personas. 18 Quizá uno
de los atributos más importantes de esta categoría sea la “lealtad” 19, sig-
nificada en tanto compromiso perdurable con el colectivo (tanto en los
buenos como en los malos momentos), así como por una actitud sincera y
clara a la hora de enfrentar situaciones difíciles o dolorosas (como repite
Alberto una y otra vez, “ir de frente”). De este modo Marcelo, en tanto
“compañero”, reactualizaba la lealtad que definía la relación que nosotros

18 Tal como fuimos aprendiendo a partir de los talleres de reflexión colectiva que coordinamos,
la categoría “compañero” no resulta una categoría de definición ontológica, derivada de la ins-
cripción de una persona en una determinada tradición política-ideológica o que puede adquirirse
por auto-adscripción a un colectivo, sino que resulta una categoría relacional derivada del modo
en el cual se construyen relaciones con los otros, por lo tanto una persona no “es” compañero,
sino que “se vuelve” compañero en la práctica.
19 Para un estudio en profundidad sobre la categoría de lealtad puede encontrarse el trabajo
de F. Balbi (2008).
276 Antropología de tramas políticas colectivas

–como equipo– habíamos construido tras cinco años de trabajo en y con


la cooperativa. 20 Esto se tradujo entonces en una idea tácita que dominó
toda la experiencia y que puede ser expresada en estos términos: “todo
puede ser filmado en tanto nada va a ser utilizado en forma desleal”. Po-
drán comprender la centralidad de esta idea en tanto no sólo representaba
la posibilidad de disponer de una total libertad para filmar, sino también
por la calidad de los testimonios, en tanto provenían de personas que “se
abrían” frente a la cámara.
En este sentido va mi señalamiento respecto del carácter transitivo de la
confianza que permitió establecer un profundo “rapport” más allá de los
reparos asociados al carácter extraordinario de la situación (ser filmados
por un extraño durante un período prolongado). Creo que esto evidencia
claramente hasta qué punto le “pusimos el cuerpo” a la propuesta que
trajo inicialmente Marcelo, y que nosotros fuimos apropiando. Creo no
equivocarme al sostener que, así como Marcelo compartió la autoría del
proyecto desde el inicio, nosotros socializamos la confianza necesaria para
intentar desarrollar un proceso comprometido y profundo. Sin duda esto
fue lo que permitió dar vida, corporizar en personas y emociones lo que
hasta ese momento no era sino pura potencialidad y contingencia anclada
en la letra de un convenio.
Un segundo aspecto que quisiera plantear busca relacionar la experien-
cia del documental con estos otros registros audiovisuales a los que me
referí como “antecedentes” al inicio de mi contribución y que incluían
desde producciones televisivas hasta filmaciones tomadas por visitantes
circunstanciales.
Estos productos evidencian diferencias sustanciales en cuanto al forma-
to técnico, el público destinatario, el bagaje teórico y el concepto estético.
Sin embargo todos ellos –incluyendo el documental– comparten una ca-
racterística común: se basan en el establecimiento de una relación social,
cuya dinámica de poder implícita otorga a determinadas personas el pri-
vilegio de “objetivar” a los “otros” a través de una narrativa estructurada
en imágenes. Tal como plantea Emilio Bernini (2008), lo que está en juego
es el problema de la representatividad, en tanto todas estas miradas cons-

20 Es preciso aclarar que este sentido de lealtad comprendió para ambas partes una valorización
de la crítica constructiva en tanto aspecto constitutivo de nuestra relación. De allí que una
clave de nuestro trabajo de investigación-acción ha sido la promoción de la reflexión crítica
sobre las prácticas individuales y grupales (incluyendo las nuestras, obviamente) como forma
de promover la construcción de nuevos conocimientos y la visibilización de perspectivas y saberes
subalternizados (incluso en las relaciones intra-cooperativa).
Fernández Álvarez, Ernandez y Carenzo: Miradas encontradas. . . 277

truyen a su objeto como alteridad, para luego ofrecerlo como respuesta


a un contexto de enunciación que parece demandarlo. Simplificando pa-
ra poder ilustrar, la cooperativa entonces puede ser representada como
una iniciativa medioambiental frente a la opinión pública (programa de
Natalia Oreiro), un emergente de la sociedad civil frente a la inacción
gubernamental para los técnicos que elaboran políticas (equipo Banco
Mundial) o como proceso contradictorio de construcción de demandas
frente al Estado para la academia (nuestro documental).
Es un poco duro admitirlo pero, considerando este nivel de análisis ge-
neral, resulta que nos parecemos bastante a estos otros ejemplos en apa-
riencia tan disímiles. Quizá fue la incomodidad que me produjo esta idea
aquello que me llevó a reflexionar acerca de qué otros aspectos diferen-
ciaban nuestra experiencia de estos –ahora– cercanos parientes. Encontré
dos cuestiones a las que quisiera referirme ahora y que me resultaron
particularmente significativas en términos de mi experiencia durante el
proceso de realización de este documental. La primera de ellas tiene que
ver con la cuestión de la “objetividad” de la representación, es decir, hasta
qué punto “aquello filmado” se representa a partir de la “exterioridad” de
quien filma. En segundo lugar, y estrechamente relacionado, se encuentra
el tema de la reflexividad y el uso de la cámara en la práctica etnográfica.
Una primera diferencia central de nuestra experiencia en relación al
informe para el programa de Natalia Oreiro y el registro elaborado por
el equipo del Banco Mundial (que, dicho sea de paso, estaba liderado
por un antropólogo norteamericano) estaba dada por nuestros respecti-
vos puntos de partida. En estos últimos, la existencia reificada y objetiva
de la “cooperativa” resultaba un supuesto no problematizado, en tanto
sus representaciones se caracterizaban por la primacía de una mirada que
resultaba al mismo tiempo edificante (valorizando su aporte al medioam-
biente y su capacidad para sobreponerse a la situación de pobreza) y
compasiva (reforzando las carencias y ausencias en las que se desarrolla-
ban sus prácticas). En nuestro caso, el punto de partida fue el opuesto,
es decir, buscamos problematizar la existencia de la cooperativa como en-
tidad totalizante y sui generis. De este modo reinscribimos su existencia
a través de los múltiples modos en los cuales era cotidianamente decons-
truida y reconstruida en las prácticas de las personas que la integraban.
En tal sentido, el hecho de que permaneciéramos alertas de las relaciones
de poder que toda estrategia de representación involucra no supuso ne-
gar o sublimar el propio acto de objetivación que estábamos efectuando
278 Antropología de tramas políticas colectivas

(dado que era imposible desde el momento en que la cámara se encendió


por primera vez), sino al menos hacer un esfuerzo para que su resulta-
do no reprodujera acríticamente esta idea de la existencia objetiva de la
cooperativa como entidad sui generis.
En nuestra práctica esto se tradujo en la decisión de hacer convivir,
dialogar y tensionar la “historia oficial” que emergía de distintos partici-
pantes (no sólo de sus líderes) con otras voces y gestos, a veces marginales
–aunque no siempre–, que contestaban y/o resignificaban ese discurso. Es-
tas expresiones, con su carga de contradicciones y ambigüedades, fueron
las que sin duda aportaron una profunda densidad y complejidad a la
representación que estábamos construyendo, ayudándonos a salir de la
tentación de repetir un discurso tan bonito como cerrado e infértil.
Esto último me da pie para introducir una segunda diferencia que tiene
que ver con el lugar de la reflexividad en esta experiencia. Una caracte-
rística distintiva de la relación de nuestra disciplina y el cine ha sido el
desarrollo de un profuso debate en torno a la presencia instrumentada
del investigador en el campo. En tanto al registrar una escena determi-
nada estamos ejerciendo una acción sobre la realidad con el propósito de
destacar un atributo o una relación, el empleo de esta tecnología de re-
presentación genera un efecto por el cual aquello que ponemos de relieve
(siempre parcial), al ser (re)presentado como totalidad, termina ocultan-
do u opacando otros atributos o relaciones igualmente existentes. Como
señalan las antropólogas M. Moya y J. Vázquez (2010), existe una profusa
reflexión etnográfica acerca de la objetividad/subjetividad de lo filmado,
que aborda aspectos tales como la selección de los planos, el movimiento
de cámara o el uso de la voz en off, entre otras marcas que revelan u
ocultan la autoría en el film.
Durante la realización del documental no se abordaron estas cuestio-
nes, pese a considerar su pertinencia. En tal sentido, mi planteo sobre la
reflexividad y el uso de la cámara en la práctica etnográfica recupera la
propuesta de Jay Ruby (1980) respecto de la potencialidad del film como
“ejercicio práctico” de reflexividad en el trabajo etnográfico. Esta pers-
pectiva resalta el rol destacado que el film puede tener para comunicar
antropología, y en tal sentido apoyar una perspectiva reflexiva.
En este sentido, una característica fundamental en el documental que
realizamos es que incluye de forma significativa el registro de nuestra ac-
tuación en la coordinación de los talleres de reflexión colectiva sobre los
cuales hemos basado buena parte de nuestro trabajo de investigación-acción
Fernández Álvarez, Ernandez y Carenzo: Miradas encontradas. . . 279

en y con la cooperativa. 21 La cámara acompañaba la dinámica que se desa-


rrollaba en el taller registrando los discursos, gestos, sensaciones sobre los
cuales basamos nuestras intervenciones y reaccionábamos frente a la par-
ticipación de los/as compañeros/as de la cooperativa. Pero también a la
inversa, al dar cuenta de las reacciones (verbales y gestuales) que expre-
saban estas personas frente a nuestras intervenciones. El valor de estos
registros está dado por su potencial para volver (más) inteligible la “caja
negra” que reviste –consciente o inconscientemente– nuestro trabajo de
campo. En tanto para nosotros el “taller” no resulta una actividad de
“capacitación” sino un espacio de debate crítico en donde intentamos po-
ner en relación “teoría” y “práctica”, estos registros hablan entonces del
proceso de construcción de datos que se produce cuando “estamos ahí”.
Más allá de lo finalmente editado en el film, este material suma en bruto
un total de diez horas, y representa una valiosa oportunidad para llevar
adelante un interesante y necesario “ejercicio práctico” de reflexividad
etnográfica.
Quisiera cerrar mi contribución a este artículo refiriéndome brevemente
a un segundo aspecto de la reflexividad a partir de esta experiencia o,
mejor dicho, desde qué lugar la estoy entendiendo. Ciertamente no estoy
muy de acuerdo en hacer un análisis ex-post a la realización del film
intentando buscar en qué sentido nuestra práctica trasluce algún grado de
autoritarismo y objetivismo en la autoría de la narrativa. Seguramente los
habrá y tengo mis dudas respecto de que la utilidad del análisis reflexivo
pase por construir un relato centrado en las vicisitudes de nuestro rol
como autores. En tal sentido temo que, más que reflexividad, estemos
haciendo auto-reflexión, lo cual, como ya mencioné, resulta una práctica
insoslayable de sinceridad metodológica y epistemológica. Creo que, de
alguna forma, el film puede hablar por sí mismo en relación a este tema.

21 La categoría de “taller” fue inicialmente propuesta por nosotros para designar el espacio de
trabajo conjunto que comenzamos a desarrollar en y con los/as integrantes de Recisu, siendo
rápidamente incorporada al léxico cotidiano de la cooperativa para designar “el espacio pri-
vilegiado de toma de decisiones, procesamiento de tensiones y definición de reglas colectivas”
(Fernández Álvarez y Carenzo 2009). Durante algunos períodos tuvieron una frecuencia sema-
nal, mientras que en otros resultó quincenal, dependiendo de complejas negociaciones donde se
consideraba tanto nuestra disponibilidad según las agendas académicas de cada uno/a (finali-
zación de tesis, entrega de informes, trabajo de campo en otros lugares) como ciertos momentos
críticos de la dinámica productiva y política de la cooperativa (entregas de materiales comercia-
lizados, asistencia a movilizaciones y acciones de presión a funcionarios, etcétera). La duración
de los talleres también se estableció por consenso, acordando una extensión de 120 minutos,
que ocupaba una hora de la jornada laboral (8 a 17 horas), y otra del “tiempo personal” de los
integrantes, por lo cual los días de “taller” el horario de salida se ampliaba a las 18.
280 Antropología de tramas políticas colectivas

Sigo aquí la postura del realizador australiano Dennis O’Rourke, quien


considera que, más que “auto-reflexividad”, el registro más profundo de
nuestro rol en el film y del “rapport” alcanzado se encuentra en el film
mismo. Señala O’Rourke:

Las relaciones de poder de una situación determinada pueden ser


completamente representadas tan sólo mostrando la mirada de una
persona (. . .) [al hacer eso] la audiencia puede “leer” la naturaleza del
vínculo al visualizar en esa mirada la respuesta de la persona que está
siendo filmada. Es una cualidad que informa sobre la totalidad del
proceso de filmación (. . .) en todo momento durante el film, no algo
que es gratuitamente incluido como una reflexión tardía en el proceso
de edición del film (Lutkehaus y O’Rourke 1989: 431).

Este fragmento me resulta muy interesante porque O’Rourke es una


activa presencia física en sus films (dialoga, aparece en las imágenes), sin
embargo no es allí donde focaliza su ejercicio reflexivo, sino en la profunda
significación que emana de la mirada de sus interlocutores, indicando con
ello que en estas situaciones no se habilita la voz del “otro/a” por el
hecho de abrir el micrófono, así como no se asume la importancia de la
reflexividad por el hecho de escribir un texto. A veces tan sólo basta con
registrar una mirada. Es por eso que el cierre de esta contribución sólo
tendrá lugar cuando usted, lector o lectora, apriete el play, vea el film y
saque sus propias conclusiones.

Reflexiones finales
En este artículo hemos analizado el encuentro entre un investigador bra-
silero con un equipo de pares argentinos, que conjugaron sus distintos
saberes y miradas para discutir los límites y posibilidades del soporte
audiovisual como estrategia comunicacional de una experiencia asociati-
va, y al mismo tiempo como método de investigación y producción de
conocimiento científico.
En este sentido, nuestra experiencia en la realización del documental
Reciclando sueños puede distinguirse en varios sentidos de otras expe-
riencias de intercambio académico entre colegas y equipos pertenecientes
a distintos países. En estas últimas, el criterio que ordena y legitima los
intercambios está dado por la distancia que caracteriza la mirada de los
Fernández Álvarez, Ernandez y Carenzo: Miradas encontradas. . . 281

investigadores visitantes respecto de las experiencias abordadas por los


anfitriones locales. Sobre esta base se realizan lecturas cruzadas de textos
previamente elaborados que pueden dar lugar a la comparación de resul-
tados y metodologías, así como a la incorporación de nuevos debates y
críticas.
En contraste, la experiencia realizada por este equipo mixto argenti-
no-brasilero adquirió un nuevo sentido, en tanto nuestro punto de partida
no estaba dado por la discusión sobre textos preelaborados, sino por la
construcción conjunta de un nuevo relato (en formato audiovisual) a par-
tir de una experiencia etnográfica en curso. Esto implicó tensionar esta
relación distancia/proximidad a la que aludimos anteriormente en dos
sentidos complementarios. Por una parte, la distancia encarnada en la fi-
gura del colega brasilero quedó relativizada a partir de su incorporación
al equipo que lo recibió, lo cual facilitó su rápida inmersión en la vida
cotidiana de la cooperativa (confianza transitiva). Por otra, la proximi-
dad que caracterizaba el vínculo del equipo argentino con su campo se vio
alterada por la distancia que establece el uso de la cámara al diferenciar
claramente entre quien/es filma/n y quien/es es/son filmado/s.
Esta tensión resulta claramente ejemplificada en la cuestión del ingreso
a los hogares de los integrantes de la cooperativa que aparece referenciada
tanto en la contribución de María Inés como en la de Marcelo. La cercanía
que experimenta este último se expresa en su insistencia por visitar las
casas, tal como acostumbraba realizar en su experiencia de terreno en el
Brasil. En cambio, como señala María Inés, para el equipo argentino re-
sultaba una práctica excepcional, que no hacía sino evidenciar la distancia
que imponía el uso de la cámara. De este modo, volviendo la distancia en
proximidad y la proximidad en distancia, intentamos llevar la alteridad
antropológica a nuestra propia práctica y con ello recuperar la diversidad
de sentidos que emergen en el desarrollo de una misma experiencia etno-
gráfica. En el caso de Marcelo, asumir esta noción de proximidad implicó
abandonar el rol –relativamente cómodo– de observador circunstancial y
externo, para asumir un compromiso con un proceso social (objetivamen-
te distante) que era abordado desde la experiencia etnográfica a la cual
había sido invitado. Para quienes integraban el equipo argentino (María
Inés, Sebastián, Nicolás y Santiago), la distancia asociada al ejercicio de
representación fílmica alertaba sobre la necesidad de desnaturalizar aque-
llos discursos y prácticas –sobre la cooperativa y sus integrantes– que casi
282 Antropología de tramas políticas colectivas

imperceptiblemente se van solidificando en nosotros bajo el peso de la


rutina y la repetición.
Ahora bien, este modo de plantear los vínculos entre nosotros que, co-
mo mencionamos, revisaba el modo convencional de entender tanto la
proximidad como la distancia, tuvo su correlato en la representación de la
cooperativa expresada en el film. Esto, creemos, es un punto clave ya que,
antes de ofrecer(les) un relato audiovisual que representara la cooperativa
como una entidad totalizante, intentamos dar cuenta de la compleja di-
námica relacional (integración/diferenciación) sobre la cual su existencia
es deconstruida y reconstruida a partir de las prácticas cotidianas de las
personas que la integraban. En este sentido emerge nuevamente una ten-
sión entre aproximación y distancia, en tanto como aproximación el film
da cuenta de aquello que las personas querían mostrar, por ejemplo, su
“trabajo” pero no sus “hogares” (al menos hasta donde llegamos). Pero no
por esto el resultado debía ser una mirada indulgente y compasiva acerca
del “buen salvaje asociativo”; por el contrario, esta imagen era puesta en
tensión con el registro de los múltiples condicionantes personales y estruc-
turales que al mismo tiempo amenazan el desarrollo de esta experiencia
autogestiva. La puesta en común de estos sentidos heterogéneos (que bue-
na parte de la literatura ubica en posiciones morales antagónicas) en un
mismo evento audiovisual de una hora de duración constituye un apor-
te de enorme valor para el trabajo de investigación precedente y futuro.
En esto coinciden todos los aportes que conforman el presente artículo, el
registro fílmico de una mirada o un gesto complementa las reflexiones vol-
cadas en un texto escrito, potenciando más que inhibiendo la producción
de contribuciones teóricas, así como nuestros insigths reflexivos.
Finalmente, cabe señalar que el film representa una contribución tanto
científica como política sobre el tema abordado en general y sobre “la
lucha” de la cooperativa Reciclando Sueños en particular. En definitiva,
esta experiencia nos permitió reflexionar más claramente sobre el carácter
“implicado” de nuestra práctica etnográfica. En este sentido, el film no
expresa una mirada ajena al proceso social en curso (no es un documental
sobre la cooperativa), ni brinda una visión introvertida y reflexiva sobre
nuestro rol en el proceso (tampoco es un documental sobre nosotros).
Reciclando Sueños es un film sobre el encuentro –tan imperfecto como
necesario– de ambos mundos.
Fernández Álvarez, Ernandez y Carenzo: Miradas encontradas. . . 283

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El escándalo: modos de estar,
negociar, resistir y demandar.
El caso de las travestis y transexuales
del área metropolitana de Buenos Aires

María Soledad Cutuli

Introducción
Los estudios sociales sobre las llamadas minorías sexuales 1 no han de-
jado de multiplicarse en Argentina en los últimos quince años. Si en un
comienzo los saberes en torno a las personas calificadas como homosexua-
les fueron generados casi exclusivamente por disciplinas psi y biomédicas,
indagando en sus conductas y ubicándolas en grupos de riesgo, en la ac-
tualidad han florecido una multiplicidad de discursos, desde un continuum
entre academia y activismo donde los límites raramente se encuentran de-
lineados. En este creciente desarrollo de perspectivas y debates, uno de
los asuntos privilegiados de reflexión ha sido el denominado movimiento
de lesbianas, gays, bisexuales y trans 2 (lgbt en adelante). Muchas veces
el movimiento ha sido definido, a priori, como una suerte de “comunidad
imaginada” a la que sus miembros sienten pertenecer, en tanto que sus
prácticas sexuales y/o sus identidades de género –aunque sean muy di-
ferentes entre sí– desestabilizan la heteronormatividad. La preocupación
por pensar en las potencialidades políticas de estos colectivos tal vez ha-
ya traído aparejado el problema de desestimar la heterogeneidad de un
campo que, como tantos otros, es dinámico y conflictivo. Quienes se han
propuesto tomarlo como un objeto de estudio unificado o cerrado, difícil-
mente consiguieron hallar otra instancia de análisis distinta de la Marcha
del Orgullo lgbt y sus preparativos, uno de los pocos eventos del año en
el que el movimiento actúa de manera relativamente articulada.
1 Utilizo bastardilla para indicar categorías sociales (o nativas, según la jerga antropológica).
2 La categoría trans engloba a personas travestis, transexuales y transgéneros.

287
288 Antropología de tramas políticas colectivas

Las asociaciones de travestis, transexuales y transgéneros constituyen


la parte de este campo que menos atención ha merecido por parte de las
y los investigadores sociales. Ubicarlas siempre como actrices secundarias
dentro del llamado movimiento no nos ha permitido reconocer que hace
más de dos décadas que travestis, transexuales y transgéneros trabajan
colectivamente para revertir los procesos de estigmatización y opresión
que pesan sobre ellas. Durante los 90, los objetivos centrales de los grupos
pioneros consistían, por un lado, en luchar por la derogación de los edictos
policiales y reclamar el cese de la violencia policial, y por otro en realizar
actividades de prevención del vih Sida; ambos focalizados principalmente
en personas en situación de prostitución. Si bien estos problemas siguen
presentes en las agendas de las asociaciones, actualmente sus propósitos
se han diversificado, ampliando el horizonte de demandas al acceso a edu-
cación, vivienda, salud y trabajo digno.
Con el propósito de indagar en las formas organizativas, sociales y polí-
ticas de travestis y transexuales del área metropolitana de Buenos Aires,
comencé a mediados de 2008 mi investigación doctoral desde una perspec-
tiva etnográfica. En este artículo presento resultados parciales de los datos
recogidos durante las dos primeras etapas de trabajo de campo (julio a di-
ciembre de 2008, mayo a septiembre de 2009), período en el que acompañé
la formación y el primer año y medio de trabajo de una escuela-cooperativa
textil para travestis y transexuales. Durante este tiempo participé de la
vida cotidiana en el emprendimiento, tomando cursos de capacitación,
colaborando en los momentos de producción y compartiendo momentos
de ocio, reuniones sociales y eventos de aparición pública de la coopera-
tiva, entre otros. El estar ahí me permitió conocer dimensiones de sus
experiencias que no se resumen en los tópicos usuales de la literatura
(sexualidad/cuerpo/identidad de género), sino que los exceden y comple-
jizan.
En las ocasiones en que las personas trans fueron entendidas como su-
jetas políticas, se argumentó que lo eran porque sus identidades rompían
con el binarismo de género (varón-mujer), y/o porque sus sexualidades
presentaban un desafío a la matriz heterosexual. Focalizando sólo en es-
tos aspectos, se perdió de vista que, además de sus identidades y prácticas
sexuales disidentes, había una compleja dimensión organizativa, con resis-
tencias, padecimientos y demandas de sujetas concretas. Entre los escasos
antecedentes para la construcción de esta línea de indagación encontra-
mos, para el caso de la Ciudad de Buenos Aires, el libro pionero de la
Cutuli: El escándalo: modos de estar, negociar, resistir y demandar. . . 289

antropóloga Josefina Fernández, quien en su trabajo sobre las prácticas


y representaciones de género asumidas por travestis aborda la conforma-
ción de organizaciones y la resistencia a los edictos policiales (Fernández,
2004). Para el caso brasilero, un texto paradigmático resulta el de Char-
les Klein y Don Kulick: “Actos escandalosos: las políticas de la vergüenza
entre travestis prostitutas brasileras”, en el cual se presentan los escán-
dalos como actos políticos, performativos y cotidianos para las travestis.
Estos consisten en avergonzar a los clientes para conseguir más dinero por
sus servicios, denunciando públicamente su homosexualidad pasiva y dan-
do detalles del encuentro sexual. Los autores entienden dichas iniciativas
como micro-políticas, ya que al hacer un escándalo estarían revirtiendo
temporalmente una situación de desigualdad, aunque con el mismo argu-
mento con el que ella se sostiene, reforzando la abyección del ser travesti.
Para las travestis y transexuales con las que me vinculé en mi trabajo
de campo, la categoría escándalo también es recurrente y centralmente
política, pero, como mostraremos en este escrito, adquiere distintos mati-
ces y sigue otras motivaciones. Nos proponemos entonces argumentar que
un recorrido por los diferentes usos y significados de la categoría escánda-
lo puede permitirnos comenzar a desentrañar las lógicas según las cuales
travestis y transexuales del área metropolitana de Buenos Aires resisten,
negocian, demandan y gestionan el acceso a determinados derechos, opor-
tunidades y/o bienes, de los que han sido históricamente excluidas por sus
identidades de género. Dedicaremos un primer apartado a situar el surgi-
miento y las trayectorias de las agrupaciones de personas trans pioneras
en Argentina, para luego indagar en las potencialidades de la categoría
que da el título a este artículo, como expresión de relaciones sociales y
productora de vínculos e identidades.

Dos décadas de organización travesti y transexual


Diversas fuentes señalan que un contexto recurrente de hostigamiento po-
licial fue crucial para fomentar la organización a principios de los 90,
ubicando a Kenny de Michelli como la primera travesti que denunció di-
cha situación públicamente en diversos medios de comunicación y fundó
una de las primeras agrupaciones, Travestis Unidas, con el objetivo de vi-
sibilizar la existencia y condiciones de vida de las travestis y transexuales.
En junio de 1993, Carlos Jáuregui, fundador de los colectivos Comunidad
290 Antropología de tramas políticas colectivas

Homosexual Argentina (cha) y Gays por los Derechos Civiles, asesoró a


un grupo de travestis en la denuncia por la irrupción violenta de la policía
en la casa donde vivían y colaboró en la creación de otra de las organiza-
ciones pioneras, la Asociación de Travestis Argentinas (ata). Su primera
aparición pública como tal fue ese mismo mes, en ocasión de la Marcha
del Orgullo Gay Lésbico.
Si bien los relatos sobre las incipientes formas organizativas de travestis
y transexuales en ese período son escasos, el texto “Un itinerario político
del travestismo” (Berkins, 2003) constituye un intento por sistematizar
estas primeras experiencias, y una de las fuentes consultadas para este
trabajo. Su autora, Lohana Berkins, fue una de las fundadoras de ata y
actualmente es una de las militantes travestis de mayor trayectoria del
país. En dicho escrito ella señala como un hito en la gesta asociativa tra-
vesti al Primer Encuentro Nacional Gay, Lésbico, Travesti, Transexual
y Bisexual organizado en Rosario en 1996 por el grupo local Colectivo
Arco Iris. Este evento es significado como crucial para la aceptación de
las travestis por parte de los grupos de gays y lesbianas reticentes. Cinco
de las travestis asistentes prepararon y expusieron una obra teatral, a la
cual llamaron Una noche en la comisaría, con el objetivo de exponer las
humillaciones y violencias policiales que sufrían cotidianamente. Según
Berkins, quienes dudaban en aceptarlas acabaron por pedirles disculpas
y convencerse de la necesidad de la participación de las travestis en el
movimiento. Como veremos en el último apartado, hacer una puesta en
escena con un contenido aleccionador, para “corregir” a los que no entien-
den la causa travesti, es una de las estrategias privilegiadas de travestis
y transexuales. Más allá de la obvia performatividad de sus identidades
de género, vemos que es su repertorio de iniciativas políticas el que tiene,
desde los comienzos de la organización, un carácter fundamentalmente
teatralizado.
En su relato sobre la conflictiva incorporación de las travestis, en tanto
identidad singular, al preexistente movimiento de gays y lesbianas y su
marcha anual, Lohana Berkins señalaba:
“Aquí se dio nuestra primera lucha por la visibilización. A la hora
de juntar recursos para hacer el cartel que identificaría a los grupos
de minorías en la marcha, las travestis debían poner dinero pero no
podían incluir su nombre. Fuimos excluidas de los volantes convocantes
y el lugar concedido a nuestro nombre en el cartel principal se caía casi
de su contorno. Sin embargo, la participación travesti en la marcha fue
Cutuli: El escándalo: modos de estar, negociar, resistir y demandar. . . 291

no sólo numéricamente mayor a la de los otros grupos, nuestra colorida


vestimenta nos destacaba también del conjunto” (Berkins, 2003).
El problema de la visibilidad resultó ser central en la configuración de
las relaciones entre los grupos pioneros de travestis y asociaciones de les-
bianas y gays, y aún hoy continúa siendo motivo de conflictos entre las
diversas organizaciones del movimiento 3. En este ámbito, la visibilidad
es una categoría social que implica un proceso de disputas para instalar
como prioritarias determinadas demandas, así como para representar al
movimiento en las esferas públicas. Desde el surgimiento de los primeros
agrupamientos de travestis, su visibilidad se construyó sobre la base de
una paradoja. Ellas resultaban ser las más visibles del movimiento: sin un
closet donde recluirse estratégicamente, el ser travesti hacía que los demás
aspectos de sus identidades quedaran en un segundo plano al exponerse
en público, y que sus presencias fueran calificadas –por lo menos– como
llamativas y disruptivas. Sin embargo, consideraban que sus reivindica-
ciones en este marco se hallaban postergadas en relación con las de gays y
lesbianas, esquivos a cederles posiciones jerárquicas y espacios decisivos:
invisibilizándolas detrás de las consignas generales del movimiento.
Como profundizaremos en el próximo apartado, las principales activi-
dades de las primeras organizaciones se centraban en resistir los abusos
policiales y reclamar la derogación de los edictos. Si bien la lucha contra
dichos códigos fue conjunta, en 1995 algunas integrantes de ata rompie-
ron con esta agrupación y crearon otras dos: Organización de Travestis
y Transexuales de la República Argentinas (ottra) y Asociación Lucha
por la Identidad Travesti y Transexual (alitt). Entre los motivos de la
escisión, el problema de la prostitución resultó determinante: por un lado
ottra, fundada por Nadia Echazú, se constituyó reivindicando su ejer-
cicio como un modo de vida válido; mientras que alitt, encabezada por
Lohana Berkins, la apoyó solamente para aquellas travestis y transexuales
que optaran por ejercerla, centrando sus objetivos en el reconocimiento
social de la “identidad travesti y transexual”. Ambas buscaron separarse
de la posición de ata que sostenía que para cambiar sus condiciones de
vida deberían en primer lugar modificar la imagen que la sociedad tenía
de ellas, es decir, despegarse del estereotipo de la “travesti prostituta”
3 Desde la incorporación de las travestis a la organización de las Marchas del Orgullo, la relación
con algunos grupos de gays y lesbianas fue bastante conflictiva, ya sea por un rechazo directo de
dichos grupos a la participación de las travestis, o bien por lo que ellas llaman invisibilización.
Para la secuencia de antagonismos y alianzas entre las agrupaciones de travestis y las demás
integrantes del movimiento glbt, ver: Cutuli, ms y M González, 2007).
292 Antropología de tramas políticas colectivas

(Fernández, 2004) negando o invisibilizando la situación de prostitución.


Como veremos en el próximo apartado, estas posturas fueron cambiando
con el tiempo, pero se mantuvieron irreconciliables; así como los objeti-
vos, principios y alianzas políticas de cada organización. En la actualidad,
ata y alitt son las dos agrupaciones de mayor trayectoria e incidencia
política del país, mientras que ottra se disolvió con la muerte de Nadia
Echazú en 2004, por complicaciones derivadas del vih Sida.
Entre los diferentes asuntos donde se manifiestan las posiciones anta-
gónicas de ambas organizaciones, el más inmediato se basa en la gestión
de las identidades. En 1996, ata incorporó la representación de perso-
nas Transexuales y en 2001 sumó a aquellos/as identificados/as como
Transgéneros, consiguiendo su nombre definitivo, Asociación de Traves-
tis, Transexuales y Transgéneros Argentinas (attta) y nacionalizando el
“movimiento Trans” a través de una red con sedes en la Ciudad de Bue-
nos Aires y las provincias del interior del país. alitt, por su parte, fue
reacia a incorporar a su sigla las categorías de transgénero y de trans,
por considerarlas definiciones impuestas desde las academias de países
centrales, que no dan cuenta de la especificidad latinoamericana de la ex-
periencia travesti. Como afirmó Lohana Berkins en un evento por el Día
Internacional de Lucha contra la Homofobia:

“Nosotras no somos trans, somos travestis. . . porque ahora resul-


ta que tenemos que ir a leer a Butler para poder hablar de nosotras
mismas (. . .) Tampoco somos transgénero; eso es un invento de los aca-
démicos europeos. Ellos mismos nos invisibilizan (. . .) encima escriben
cosas en inglés, y yo ni siquiera hablo quechua” (Nota de campo, 17
de mayo de 2006).

En esta búsqueda por el reconocimiento y la afirmación de la identi-


dad travesti y transexual, alitt discutió también con la terminología
de las políticas de prevención del vih Sida, impuestas por agendas in-
ternacionales, según las cuales las travestis eran englobadas en grupos
de riesgo/vulnerables junto con otros hsh (hombres que tienen sexo con
hombres). Así, mientras el Fondo Mundial de Lucha contra el Sida, la
Tuberculosis y la Malaria otorgó recursos para financiar proyectos de pre-
vención para este grupo, alitt los rechazó objetando que esa definición
violentaba sus identidades. Por el contrario, attta decidió aceptarlos, en
principio con el argumento de que el vih Sida constituye la principal cau-
sa de muerte de este colectivo; además estos le permitieron financiar sus
Cutuli: El escándalo: modos de estar, negociar, resistir y demandar. . . 293

actividades. La implementación de estos proyectos de prevención finan-


ciados se focalizó en el reparto de preservativos y material informativo
para las trans dedicadas al comercio sexual, organización de talleres de
capacitación para promotoras o multiplicadoras, promoción del testeo y
acompañamiento en el tratamiento para las seropositivas. El desarrollo
de estas tareas se dio a partir de la designación de coordinadoras pa-
ra cada zona prostibular de la Ciudad de Buenos Aires, y de delegadas
provinciales en el interior del país. Dada su presencia cotidiana en las
calles, estas personas se convirtieron en referentes para sus compañeras,
adoptando otras tareas como movilizarlas tras la columna de attta en
las marchas del orgullo, denunciar públicamente los abusos policiales, y
organizar protestas como la que relataremos en el próximo apartado.
Siguiendo los lineamientos del Programa Conjunto de las Naciones Uni-
das dedicado al vih Sida (Onusida), en octubre de 2007 el ministro de
Salud de la Ciudad de Buenos Aires firmó una resolución para que en to-
das las dependencias su ministerio se respetaran las identidades de género
adoptadas o autopercibidas de quienes concurrieran a ser asistidos/as,
tanto para la citación, registro, llamado u otras gestiones. Reconociendo
que uno de los motivos principales de aversión de las trans al sistema de
salud era el ser llamadas por el nombre del documento e internadas en sa-
las masculinas, en el Hospital General de Agudos Ramos Mejía se creó el
Programa de Facilitación del Acceso al Sistema de Salud de la Población
Transgénero de la Ciudad de Buenos Aires, con la finalidad de monitorear
y facilitar la implementación de la resolución en cuestión. Este programa
también fue financiado por el Fondo Mundial de Lucha contra el Sida,
la Tuberculosis y la Malaria, y attta participó junto con integrantes
travestis de la Fundación Buenos Aires Sida, realizando actividades de
sensibilización del personal del hospital, orientación y acompañamiento
de personas trans que acuden a la institución, y tareas de testeo y reparto
de preservativos en los barrios donde ellas viven y trabajan.
Esta focalización de los emprendimientos y demandas de attta en el
área de la salud se dio en paralelo con su articulación con otras ong con
trabajo en vih Sida, como Nexo y la Fundación Buenos Aires Sida, así
como con otros grupos lgbt, con quienes fundó en 2007 la Federación
Argentina de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans. En este marco, ac-
tualmente la principal demanda es la sanción de una Ley de Identidad
de Género para personas trans que permita cambiar su nombre y sexo
en el Documento Nacional de Identidad y demás instancias de registro,
294 Antropología de tramas políticas colectivas

sin necesidad de someterse a una intervención quirúrgica de readecuación


genital. Esta ley, inspirada en el modelo español vigente desde hace tres
años, constituye el horizonte político que la asociación sostiene, a nivel
legislativo, a partir de sus alianzas con el Partido Socialista y el Instituto
Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo.
Por su parte, las integrantes de alitt también han trabajado con tra-
vestis y transexuales dedicadas a la prostitución callejera, gestionando
cajas de alimentos en el marco del “Plan Indigencia Cero” del Gobierno
de la Ciudad de Buenos Aires, que luego se convertirían en el “Vale Ciu-
dad” y más tarde en la tarjeta plástica para comprar comida en pequeños
supermercados. Focalizando sus demandas desde lo laboral, alitt argu-
mentó que la prostitución no es un trabajo sino una situación en la que la
mayoría de las travestis y transexuales se encuentran ante la falta de otras
oportunidades de trabajo: aún en la actualidad es la principal fuente de
ingresos de este colectivo 4. Este posicionamiento político distintivo resulta
de las alianzas de esta organización con ammar Capital 5 y otros grupos
feministas con quienes compartió la lucha contra los edictos policiales y
códigos contravencionales. En este sentido, en el marco de un proceso de
demanda por trabajo digno para el colectivo en cuestión, alitt gestionó
la formación de la “Escuela cooperativa de trabajo Nadia Echazú”. Inau-
gurada en Avellaneda en junio de 2008, este emprendimiento es el primero
en el mundo destinado a brindar a travestis y transexuales una alternativa
laboral distinta a la prostitución.
Mientras que attta se especializó en el área de la salud y alitt en lo
laboral, otras organizaciones conformadas posteriormente siguieron esta
misma lógica, buscando “nichos” en donde desarrollar actividades específi-
cas y distintivas. Así encontramos en La Matanza al Movimiento Antidis-
criminatorio de Liberación (mal), agrupación que focaliza sus demandas
en la gestión de viviendas y el acceso a la educación para las travestis de
dicho partido; y a Futuro Transgenérico, una asociación más vinculada
al arte y la cultura dedicada a la edición de El Teje, el primer periódico
travesti latinoamericano. Indagando en las trayectorias de las integrantes

4 No existen estadísticas oficiales sobre este colectivo pero, según datos recogidos por las mismas
organizaciones, el 79% de las travestis y transexuales de la Argentina se encuentran en situación
de prostitución (Berkins, 2008).
5 Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina, ammar Capital, que nuclea a mujeres en
situación de prostitución, rompió en 2002 con la organización original, miembro de la Central
de Trabajadores de la Argentina (cta), por oponerse a considerar a la prostitución como un
trabajo. Desde una perspectiva feminista, ammar Capital sostiene que la prostitución es una
situación, y no un trabajo digno, generada por la articulación del capitalismo y el patriarcado.
Cutuli: El escándalo: modos de estar, negociar, resistir y demandar. . . 295

de estos agrupamientos encontramos, al igual que en las de los pioneros,


historias de resistencias ante la cara más represiva del Estado. Estas se
hacen manifiestas no sólo por sus relatos fragmentarios y sus secuelas cor-
porales, sino también a través de las formas de construirse a sí mismas y
sus maneras particulares de actuar políticamente.

Modos de resistir y demandar: el escándalo, los edictos


y la policía
Las primeras travestis que empezaron a organizarse entre fines de la dé-
cada del 80 y principio de los 90 compartían experiencias similares de
persecución, maltrato y violencia policial. Los edictos policiales vigentes
en ese momento en Capital Federal (y actualmente en algunas provincias)
eran un mecanismo según el cual la policía provincial o federal podía
reprimir los actos no previstos en el Código Penal de la Nación. Estas
normas, instauradas por decreto en 1956, durante el gobierno militar de
Aramburu, regulaban una serie de conductas no consideradas delictivas
pero castigadas con penas como multas o arrestos. En su implementa-
ción, la Policía Federal actuaba sin intervención judicial: estos códigos,
por lo tanto, fueron considerados como inconstitucionales y criticados por
organismos de derechos humanos desde el advenimiento democrático.
Entre las contravenciones que incumbían directamente a las travestis
se encontraban el exhibirse con ropas del sexo contrario y la incitación
u ofrecimiento del acto carnal (Berkins y Fernández, 2005). Ambas con-
travenciones se resumen en la idea de escándalo en la vía pública; por
ejemplo, el artículo 68 del Código de Faltas de la Provincia de Buenos
Aires indica que

“Será penado con una multa de entre el 15 y el 40% del haber men-
sual del Agente de Seguridad de la Policía Bonaerense, y arresto de 5
a 30 días, la prostituta o el homosexual que se ofreciera públicamente,
dando ocasión de escándalo o molestando, o produjere escándalo en
la casa que habitare”.

Sanciones similares son prescriptas en los códigos de faltas de las pro-


vincias de La Rioja, Neuquén, Catamarca, Mendoza, San Juan, Santa
Cruz, Formosa y Santiago del Estero (Berkins, 2007) 6. Esta categoría,
296 Antropología de tramas políticas colectivas

recurrente en los códigos y edictos, resultó un argumento central de las


distintas fuerzas de seguridad para definir, reprimir y encarcelar a tra-
vestis y transexuales, estuvieran o no ejerciendo la prostitución en la vía
pública.
Los testimonios sobre la situación de las travestis durante la dictadura
establecen más continuidades que rupturas entre dicho período (1976-1983)
y el democrático. Un caso emblemático resulta el de Valeria Ramírez, hoy
integrante de la Fundación Buenos Aires Sida, quien estuvo secuestrada
en el centro clandestino llamado el Pozo de Banfield 7. Junto con ella fue-
ron detenidas otras siete travestis, sus compañeras del área prostibular de
Lavallol, de las cuales sobrevivieron sólo dos. Valeria señala que en ese mo-
mento el criterio para la persecución por parte de las llamadas Brigadas de
Moralidad era el mismo que durante las décadas siguientes: el escándalo
en la vía pública. Los relatos sobre las décadas del 80 y 90 enfatizan que
de forma periódica pasaban entre treinta y veintiún días bajo arresto por
este motivo. Además de las detenciones ilegales, otras formas de maltrato
policial señaladas por las propias travestis son abusos sexuales, golpes,
insultos, torturas y exigencia recurrente de pago de coimas para poder
trabajar en determinada zona (Berkins, 2007). Las narraciones de esta
época se presentan como fragmentarias y escasas, probablemente porque
sólo quedan las pocas voces de las “sobrevivientes”, de la violencia poli-
cial, del vih Sida y otros problemas de salud. Algunas otras viajaron a
Europa a probar suerte con la prostitución y no volvieron, ya sea porque
tuvieron éxito, o bien porque están presas o murieron allá.
Como mencionamos, las reivindicaciones iniciales del colectivo travesti
estuvieron relacionadas con el cese de los abusos y coimas policiales, así
como con la revocación de los diversos códigos de faltas que permitían
dicha situación. Para el caso de la Ciudad de Buenos Aires, con el esta-
blecimiento de su autonomía en 1997 se comenzó a plantear el debate por
la derogación de los edictos policiales. En este marco las travestis multi-
plicaron sus apariciones públicas, exponiendo sus condiciones de vida, y
especialmente el maltrato policial, institución a la cual en ese momento
se le adjudicaron más de 60 muertes de travestis. Protestaron frente a
la Legislatura porteña contra la prohibición de circular por la calle con
ropas del sexo contrario; algunas se encadenaron al edificio de Tribuna-
6 En Santa Fe los edictos policiales fueron derogados recientemente, en abril de 2010.
7 El Pozo de Banfield funcionó como un centro clandestino de detención de la Brigada de
Seguridad, Investigaciones e Inteligencia de la Policía Provincial de Buenos Aires, durante la
última dictadura militar argentina (1976-1983).
Cutuli: El escándalo: modos de estar, negociar, resistir y demandar. . . 297

les, e incluso fueron recibidas por la Jefatura de Gobierno de la Ciudad


de Buenos Aires (Fernández, 2004). Se definieron a sí mismas como “el
colectivo al que aún no le ha llegado la democracia”, argumentando que
las disposiciones que regulan el uso del espacio público criminalizan la
identidad travesti / transexual, dado que es en las calles donde trabajan
quienes se encuentran en situación de prostitución, y reclamando además
la falta de otras oportunidades de vida para estas personas.
En marzo de 1998 finalmente fue formulado el Código de Convivencia
Urbana, según el cual debería intervenir un fiscal antes de que la policía
labrara un acta contravencional o efectuara un arresto. Sin embargo, al-
gunas asociaciones de vecinos, fundamentalmente del barrio de Palermo,
se manifestaron en contra de dicho código y reclamaron el establecimiento
de una zona roja en un lugar apartado de la ciudad. Las disputas entre
estos grupos vecinales y aquellos de travestis se hicieron muy frecuentes
en este período. La presión de algunos sectores conservadores 8 fomentó
la modificación del código en julio del mismo año, mediante la formula-
ción del artículo N◦ 71 9: la oferta de sexo en la vía pública no estaría
prohibida, pero sí los ruidos molestos y la alteración del orden público.
En marzo de 1999, por decreto del presidente Menem se restablecieron
los edictos, con medidas pre-delictuales que permitían las detenciones sin
orden judicial, entre otras cosas por ofrecimiento o incitación al acto se-
xual cuando indujere la perturbación de la tranquilidad. Seguidamente la
Legislatura porteña prohibió completamente el comercio sexual, sancio-
nándolo con multas de entre $20 y $500 y/o trabajo comunitario. Estas
medidas fueron repudiadas por las travestis, puesto que otorgaban nue-
vamente libertad a la policía para perseguirlas e imponerles el pago de
coimas. Ante la escasez de otras oportunidades laborales, siguieron tra-
bajando en la calle por las noches, resistiendo las detenciones, de a pares
o individualmente, con gritos, golpes y forcejeos. Durante ese mismo mes
protestaron colectivamente en el Obelisco, exigiendo que se levantara la
prohibición de ofertar sexo en la vía pública. En ocasión de la visita del

8 Vinculados a partidos políticos de derecha y sectores reaccionarios de la Iglesia, que recla-


maban una mayor represión y control de los espacios públicos con la reinstauración de las
normativas del período militar.
9 Artículo N◦ 71: “Alteración a la tranquilidad pública. Causar alteraciones a la tranquilidad
pública frente a viviendas, establecimientos educativos o templos, o en su proximidad, con
motivo u ocasión del ejercicio de la prostitución y como resultado de su concentración, de ruidos
o de perturbación del tránsito de personas o vehículos, o con hostigamiento o exhibiéndose en
ropa interior o desnudo/a. Se dará intervención al Ministerio Público Fiscal cuando corresponda
aplicar el artículo 19◦ de la Ley 10” (Berkins, 2005: 46).
298 Antropología de tramas políticas colectivas

príncipe del Reino Unido, se manifestaron frente a la embajada británica


pidiendo asilo político para sesenta y siete travestis, pero, antes de poder
entregar el petitorio por escrito, fueron reprimidas por la policía. “Otra
vez el escándalo” fue la frase privilegiada por los medios de comunicación
al cubrir la noticia. 10
El año 2004 inauguró un nuevo período de conflictos relativos al Códi-
go Contravencional. Precisamente, cuando el 16 de julio se debatían las
reformas sobre el uso de los espacios públicos impulsadas por uno de los
partidos políticos de derecha, la protesta de distintos grupos frente a la Le-
gislatura derivó en serios incidentes a partir de los cuales fueron detenidas
quince personas, liberadas recién en septiembre de 2005. Estas reformas
competían no sólo a las travestis sino a mujeres también en situación de
prostitución, vendedores ambulantes, etc. Finalmente en dicho año em-
pezó a regir el nuevo código, que autorizaba la prostitución en espacios
públicos sólo si era ejercida a más de 200 metros de viviendas, escuelas y
templos. En consecuencia, “las travestis de Godoy Cruz” fueron mudadas
al Rosedal, convertido desde ese momento en zona roja.
Tres años después, en julio de 2007, el subsecretario de Áreas Protegi-
das, dependiente del Ministerio de Medio Ambiente porteño de Jorge Te-
lerman, dispuso una resolución que declaraba el Rosedal y sus alrededores
“espacio no autorizado para la oferta o demanda de servicios sexuales”.
Dicho funcionario, hasta el año anterior había sido director del parque en
cuestión, cargo a través del cual había acordado normas de convivencia
con las travestis y prometido desarrollar actividades de inclusión social
como talleres de capacitación en oficios. Sin embargo, en su nuevo puesto
decidió ampararse en una resolución de la Defensoría del Pueblo que, an-
te una nueva denuncia de un grupo de vecinos molestos por las travestis,
ordenó a la Comuna "disponer lo necesario en materia administrativa y,
de resultar necesario, en el ámbito judicial” para “preservar” el Rosedal.
En dicha denuncia se argumentaba que las travestis habían “tomado” el
Rosedal, que los “vecinos” y sus “familias” ya no podían visitarlo por la
masiva presencia de ellas y sus clientes, además del deterioro ambiental
que generaban al arrojar preservativos usados al pasto.
Ante esta medida, las organizaciones de travestis convocaron a una mo-
vilización en Plaza de Mayo, frente a la Jefatura de Gobierno, con la
consigna “Si nos echan del Rosedal, nos venimos a la Plaza”. Durante la
concentración fue leída una carta, mientras algunas activistas se reunían

10 Ver en: http://www.youtube.com/watch?v=qgRWN04hkwQ.


Cutuli: El escándalo: modos de estar, negociar, resistir y demandar. . . 299

con el ministro de Medio Ambiente del Gobierno de la Ciudad y la je-


fa de Gabinete del mismo. En el transcurso de la reunión, el ministro se
disculpó en nombre del Gobierno de la Ciudad, anulando la medida toma-
da por su subsecretario y convocando a las organizaciones a reunirse con
miembros de distintos ministerios para trabajar en políticas de inclusión
social para las travestis. Asimismo, días después se organizó una “mesa
de diálogo” integrada por las organizaciones de travestis y de otras tra-
bajadoras sexuales, y asociaciones barriales, donde una ong internacional
actuó como mediadora. Finalmente, se resolvió trasladar la zona roja a
uno de los laterales de la Plazoleta Florencio Sánchez del Parque Tres de
Febrero, entre las inmediaciones del Lago de Regatas y el Lawn Tennis
Club. Este nuevo espacio, donde se encuentran actualmente, es más le-
jano de las zonas residenciales y fue equipado con baños químicos, cestos
bacteriológicos, luminarias y lomos de burro. Se acordó acotar el horario
de trabajo entre las 22 y las 6, y se prometió una limpieza diaria del lugar
y capacitaciones semanales en salud sexual y cuidado del medio ambiente
para las travestis.
Las disputas sobre la regulación del espacio público iniciadas a fines de
los 90 se resolvieron, para el caso de Palermo, con una mayor interven-
ción gubernamental en la gestión del espacio, los horarios y las condiciones
del ejercicio de la prostitución, principalmente travesti. El argumento del
escándalo en la vía pública fue articulado en este debate con el de preser-
vación ambiental, y fundamentalmente moral, del Rosedal para los vecinos
de Palermo; y se estableció así la primera zona roja formal de Argentina, a
pesar de su postura abolicionista con respecto a la prostitución. En otros
barrios de la Ciudad de Buenos Aires –como Flores, Constitución, Liniers
y Villa Luro, entre otros– así como también en el conurbano bonaerense,
sin embargo, la situación sigue con igual lógica que antes de 2004: las
travestis se ofrecen en la vía pública en zonas residenciales, lo cual trae
aparejadas constantes denuncias de vecinos y cobro de coimas por parte
de los agentes policiales.
En septiembre de 2008, durante mi trabajo de campo, dos de las tra-
vestis con las que me había vinculado me invitaron a acompañarlas a una
protesta en la Comisaría 50 del barrio de Flores. El conflicto se había
originado cuando, en el marco de la denuncia de uno de los vecinos del
barrio, un policía le había pegado a una travesti que trabajaba en la zona.
Llegamos a la comisaría y, si bien desde la esquina parecía no haber nada,
un poco más cerca empezamos a escuchar ruidos y vimos que había un
300 Antropología de tramas políticas colectivas

carril de la avenida Gaona cortado por un patrullero con la sirena lumi-


nosa prendida, bordeando un grupo de aproximadamente 30 travestis y
mujeres que se manifestaban, sosteniendo una gran bandera de una de
las asociaciones de travestis. Con un megáfono estaba su presidenta jun-
to con la secretaria general y la coordinadora de Flores. Algunas chicas
sostenían carteles como “Por un trabajo sexual autónomo” y “Basta de
coimas y de violencia policial”, y cantaban “Policía Federal, la vergüenza
nacional”. En tanto se desarrollaba la protesta, se acercaron dos policías
que querían saber quién era el responsable de la manifestación, para que
entrara a hablar con el comisario, ante lo cual se presentaron la presidenta
de la organización con su abogado.
Mientras esperábamos afuera, las chicas exhibían sus cuerpos ajustados
y sus pancartas a los autos que pasaban, cuyos conductores tocaban bo-
cina y les gritaban piropos y algunos improperios (“puta”, “yegua”, etc.),
los cuales provocaban risas y gritos de las más expuestas. Algunas lleva-
ban tapado el rostro con pañuelos, capuchas o anteojos de sol grandes,
para evitar ser reconocidas por los oficiales que permanecían en la puerta.
Un rato después salieron la presidenta y el abogado, diciendo que el comi-
sario las citaba el primer martes de cada mes a las 20 horas, a “dialogar”
junto con oficiales y vecinos. El abogado se manifestó satisfecho con este
acuerdo, y se refirió a ellas como mis hermanas y a los vecinos como “ho-
mofóbicos que no pueden admitir que son gays” y por eso las denuncian.
Antes de dispersar la concentración, aplaudieron y festejaron cantando
“travestis unidas jamás serán vencidas”. La represión al escándalo en la
vía pública fue contestada con mucho más escándalo: de estar solas, pa-
radas en una esquina y de noche, pasaron a estar todas juntas, a la tarde
y llamando la atención de todo el barrio, para denunciar el accionar de la
Policía Federal.

Modos de negociar y de estar: el escándalo


y las iniciativas recientes
Como mencionamos con anterioridad, en el marco de las demandas por
trabajo digno alitt gestionó en 2005 la donación de cinco máquinas de
coser por parte del Ministerio de Desarrollo Social, a través del Programa
“Ayudas Urgentes”. Como parte de este proceso se vinculó con el Instituto
Nacional de Asociativismo y Economía Social, ante el cual presentó un
Cutuli: El escándalo: modos de estar, negociar, resistir y demandar. . . 301

proyecto para formar una cooperativa textil. Se obtuvo de este organismo


un subsidio para comprar una casa donde funciona la sede, y otro de la
Secretaría de Empleo del Ministerio de Trabajo de la Nación, para refac-
cionarla y construir un taller en la planta alta, así como para financiar
cursos de capacitación. La formación de esta cooperativa puede pensarse
en un contexto modelado por las políticas estatales de gestión de la pobre-
za, desarrolladas a partir de 2003, destinadas a suplantar un paradigma
asistencialista por uno productivista. Así, el énfasis en la creación y multi-
plicación de cooperativas de trabajo se dio no sólo para la recuperación del
empleo en empresas quebradas, sino además para incluir laboralmente a
sujetos de otro modo (probablemente) “inempleables” (Cutuli, Fernández
Álvarez y Sorroche, 2008); programas destinados a sujetos beneficiarios
que idealmente no son personas travestis o transexuales, pero que resul-
tan interpelados por sus iniciativas y demandas por trabajo digno. La
experiencia de formación de esta primera cooperativa de travestis y tran-
sexuales sirvió de ejemplo para la creación de otras con iguales propósitos
en el conurbano bonaerense, una en González Catán, La Matanza, y otra
en La Cava, un barrio humilde de zona norte.
Este emprendimiento, bautizado “Nadia Echazú” en homenaje a la fun-
dadora de ottra, se compone con alrededor de veinte personas, travestis
y transexuales en su mayoría, que concurren a la cooperativa tres tardes
por semana. Durante su primer año y medio de existencia se desarrolla-
ron principalmente cursos de capacitación en corte, costura, informática y
marketing, y se elaboraron pequeñas producciones de remeras y bolsas por
encargo, además de sábanas y productos de blanco. Estas clases abrieron
un espacio de encuentro entre distintas generaciones de travestis, donde,
además de poner en juego sus trayectorias y prácticas en relación con la
prostitución, compartían otros saberes. Las travestis mayores relataban a
las menores sus experiencias desfilando en corsos y como vedettes o ac-
trices en teatros de revista, en las cuales habían participado (y continúan
haciéndolo esporádicamente) bailando con atuendos fabricados por ellas
mismas. Intercambiaban fotos, videos e indicaciones para confeccionar
corsets, tocados de plumas y “concheros”, bordar lentejuelas y arreglar
vestidos.
A fines de 2008, la cooperativa fue convocada a participar de la Mar-
cha del Orgullo glbt. La invitación fue recibida con mucho entusiasmo y
percibida como una oportunidad para dar a conocer su incipiente produc-
ción. Sus miembros solían asistir al evento todos los años, pero esta sería
302 Antropología de tramas políticas colectivas

la primera vez que concurrirían de forma corporativa bajo la bandera del


emprendimiento. Esta nueva forma de participación generó grandes dis-
cusiones entre sus integrantes: ¿cómo deberían vestirse y actuar en esta
aparición pública, una de las primeras de la cooperativa? Para algunas, la
Marcha del Orgullo era la oportunidad del año para mostrarse y festejar;
y para ello había que ir “bien escándalo”, es decir, con ropas llamativas,
peluca y mucho maquillaje. Sin embargo, para otras lo correcto sería ir
vistiendo la remera de la cooperativa y encolumnadas bajo su pancarta,
sin beber alcohol y procurando promocionar el emprendimiento. Estar
o no estar escándalo durante la marcha resultó ser el eje de un debate
de índole político-moral que se prolongó durante días. Para las primeras,
vestirse de forma discreta sería contraproducente puesto que pasarían des-
apercibidas “entre tanto puterío” y no conseguirían sus fines publicitarios.
Consideraban además que se convertirían en objeto de burla de las demás
organizaciones: “Nos van a tildar de las arrepentidas de la prostitución”,
bromeaban. Para las segundas, ir y estar escándalo en la marcha era clara-
mente contradictorio en relación con sus objetivos de gestionar y sostener
un trabajo digno, distinto al prostibular, así como con su nuevo rol de
cooperativistas. Finalmente, acordaron vestir las remeras violetas de al-
godón de la cooperativa, pero combinándolas con pelucas, sombreros y
otros accesorios llamativos, y llevando una gran pancarta con el nombre
del emprendimiento bordado en lentejuelas.
Cada conquista política con relación al emprendimiento o la asociación
era vivida como una situación festiva y merecía un gran evento con des-
pliegue de glamour travesti. De esta forma, durante mi trabajo de campo
presencié y me fueron relatados varios episodios significativos de expo-
sición colectiva, como organización o como cooperativa. Por ejemplo, el
acto donde se anunció que la Corte Suprema de Justicia había otorgado
a alitt su personería jurídica fue realizado en el Teatro Empire y con-
sistió en una revista, género teatral donde los/as personajes visten ropas
brillosas y llamativas, y coronas de plumas, mientras cantan y bailan. Las
vedettes protagonistas fueron las integrantes de la asociación, dirigidas
por un coreógrafo y acompañadas por otros bailarines; incluso contaron
con un asistente para el diseño del vestuario, que confeccionaron ellas
mismas. Tiempo después, con motivo de la presentación de un libro com-
pilado por la presidenta de la agrupación, se realizó un evento similar en
el auditorio del Centro Cultural Ricardo Rojas. Tras unas breves palabras
sobre la situación de las travestis y transexuales en el país, tema de la
Cutuli: El escándalo: modos de estar, negociar, resistir y demandar. . . 303

publicación, se presentó el show de dos de las integrantes del grupo, de


alrededor de cincuenta años. Luciendo vestidos mínimos con lentejuelas
y cristales de fantasía, se turnaron para bailar y cantar en el escenario,
animando los aplausos de la audiencia.
En junio de 2009, fueron invitadas a participar en un desfile organizado
por el Instituto Nacional de Asociativismo y Economía Social (inaes) en el
Hotel Bauen 11 para que algunas de las cooperativas textiles que dependen
de dicho organismo expusieran y publicitaran su producción. Participa-
ron actores y modelos, pasando ropas confeccionadas en distintas fábricas
autogestionadas, como Brukman, Pigué y Mc Body, entre otras. No obs-
tante, las integrantes de la cooperativa eligieron desfilar ellas mismas, y
no mostrar las remeras de algodón que fabricaban sino confeccionar vesti-
dos de alta costura especialmente para la ocasión. Los preparativos para
este evento les requirieron tiempo y esfuerzo considerables: gestionaron
ante el inaes el dinero para comprar los materiales, buscaron precios y
eligieron los más convenientes; incluso contactaron a un diseñador de mo-
das para que dibujara los moldes. Prontamente lo desestimaron porque
les proponía lucir atuendos considerados muy simples, según ellas, “unas
enaguas de raso que no dicen nada”: prefirieron, en cambio, acudir a una
travesti experta, que no participaba en la cooperativa, para que las ase-
sorara en el diseño y el corte de las telas. Luego ellas mismas terminaron
la confección, cosiendo y bordando, y consiguieron accesorios, zapatos y
hasta pelucas para completar el atuendo. El día del evento cerraron el
desfile cuatro travestis y la hija adolescente de otra de las integrantes de
la cooperativa, luciendo vestidos de noche, largos y pomposos, o, como
los calificó la cuñada de la presidenta, con un estilo “bien travesti”. Esta
vez, estar escándalo tuvo una connotación positiva: de gran trascendencia
en los medios de comunicación, aparecieron en la mayoría de las fotos y
videos de las notas que cubrieron el evento. Este año, según afirman que
les prometió el presidente del inaes, el desfile en el Bauen será exclusivo
de la cooperativa Nadia Echazú.
Si en el ejercicio de la prostitución callejera aprendieron que estar es-
cándalo traía aparejada la ventaja de atraer más clientes, pero también
un mayor ensañamiento policial, la participación en la cooperativa les su-
puso en principio un nuevo dilema. ¿Cómo articular este nuevo modelo
11 Se trata de un hotel ubicado en la zona céntrica de Buenos Aires, cerrado en diciembre de
2001 y recuperado por sus trabajadores en marzo de 2003. Actualmente es una cooperativa de
trabajo y, además de funcionar como hotel, bar y centro de convenciones, es sede de diversas
actividades políticas y culturales.
304 Antropología de tramas políticas colectivas

de cooperativistas discretas, “arrepentidas de la prostitución” que piden


un trabajo digno, con sus modos de vida, sus saberes y experiencias pre-
vias? Lidiando con las expectativas que, suponen, se tienen sobre ellas,
descubren que puede ser estratégico resaltar algunos aspectos “bien tra-
vestis” para acercarse a la concreción de sus objetivos políticos. Además
del estar, hacer un escándalo era considerada otra de las estrategias pri-
vilegiadas de negociación con funcionarios públicos. “Si no me das una
respuesta, en una hora vas a tener 50 travestis haciéndote un escándalo
en tu oficina”, le decía la presidenta de la cooperativa por teléfono a una
funcionaria del Gobierno de la Ciudad, enojada por un recorte en la ad-
judicación de cajas de alimentos para las integrantes de la organización.
Aun conociendo la imposibilidad de convocar tantas travestis en tan poco
tiempo, se sabe que la amenaza puede ser tan efectiva como el escándalo
en sí mismo. Hacer un escándalo puede implicar irse de la oficina de algún
funcionario tirando algún objeto, gritando y/o cerrando agresivamente la
puerta, al no conseguir algún beneficio esperado; o bien puede consistir
en retar públicamente y denunciar por travesto-fóbica a una empleada
de afip 12 que, según relatan, entorpecía sus trámites mofándose de ellas.
Estos escándalos casi siempre son seguidos de una reconciliación, una vez
pasada la “furia travesti”, en donde nuevamente prevalece una intención
“educativa”: hay que enseñarles a esos funcionarios, así como a toda la
sociedad, qué es una travesti y cómo hay que tratarla. Los escándalos son
relatados y personificados luego ante otras personas, y recordados con
humor incluso con la “víctima”, como un hito constitutivo de la relación.

Consideraciones finales
En este trabajo nuestra intención fue mostrar cómo la categoría de escán-
dalo se constituye como una de las formas privilegiadas por las travestis
y transexuales para denunciar, demandar y negociar. Argumentamos que
estas modalidades resultan de una experiencia de padecimientos y resis-
tencias ante diversos aspectos represivos del Estado, en articulación con
una más reciente vinculación con organismos administrativos y agentes
burocráticos. El escándalo resulta no sólo una manera de hacer, sino tam-
bién una forma de estar, relacionada con el ámbito de la prostitución
callejera, y es puesta en tensión, política y moralmente, en las nuevas ex-

12 Administración Federal de Ingresos Públicos.


Cutuli: El escándalo: modos de estar, negociar, resistir y demandar. . . 305

periencias como la cooperativa, en función de las demandas por trabajo


digno y otros derechos para el colectivo travesti y transexual.
Como adelantamos en la introducción, los escándalos de las travestis
de Brasil fueron entendidos, al igual que en nuestro caso, como actos
performativos y políticos. No obstante, nos distanciamos de estas concep-
tualizaciones cuando afirman que estos actos, al subvertir temporalmente
la desigualdad, terminan reforzando la abyección del ser travesti. Conside-
ramos que el preguntarnos si trastornan o fortalecen la abyección no nos
permitiría reparar en las lógicas según las cuales estas personas transitan
por diferentes coyunturas: construidas como una amenaza a la tranquili-
dad pública o un peligro moral (¡y ambiental!), como promotoras de salud
y gestoras de fondos internacionales, como trava-jadoras dignas. Proble-
matizar esta categoría recurrente de escándalo puede servir para comenzar
a mostrar las relaciones sociales configuradas tanto en la represión como
en la producción de estas sujetas. Proponemos entonces dejar de lado el
supuesto que clasifica a travestis y transexuales como seres abyectos, pa-
ra pensarlas como actrices que constituyen el entramado social con sus
lógicas particulares, y en el que se integran no sólo con sus cuerpos, gé-
neros y sexualidades, sino con el conjunto de dimensiones que componen
la cotidianeidad de sus vidas.
Evitando caer en el estereotipo de que travestis y transexuales son
“esencialmente” escandalosas, pretendimos plantear cómo una categoría
usada para estigmatizarlas y reprimirlas es apropiada y resignificada para
representarse a sí mismas y configurar vínculos con otros actores sociales.
Con fines educativos, publicitarios o de gestión, estas puestas en escena
son formas privilegiadas dentro de un repertorio en permanente cons-
trucción. En consonancia con la lógica performativa y fundamentalmente
teatralizada de construir sus identidades de género, la idea de escándalo
resulta útil para pensar, visibilizarse y actuar políticamente. En la intro-
ducción afirmamos que, en las contadas oportunidades en que travestis y
transexuales fueron pensadas como sujetas políticas, aparecieron con roles
secundarios en la dinámica del llamado movimiento lgbt. En este escrito,
por el contrario, hemos intentado indagar en sus aspectos más creativos,
para presentarlas como las protagonistas de sus propias historias.

Glosario
Ammar: Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina.
306 Antropología de tramas políticas colectivas

Afip: Administración Federal de Ingresos Públicos.


Attta: Asociación de Travestis, Transexuales y Transgéneros Argentinas.
Alitt: Asociación de Lucha por la Identidad Travesti y Transexual.
Cha: Comunidad Homosexual Argentina.
Inaes: Instituto Nacional de Asociativismo y Economía Social.
Lgbt: Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans.
Ottra: Organización de Travestis y Transexuales de la República Argentina.

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flictos y alianzas en el ‘Movimiento de Gays, Lesbianas, Bisexuales, Travestis,
Transexuales, Transgéneros e Intersexuales”’. Ponencia presentada en las ix Jor-
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Cutuli: El escándalo: modos de estar, negociar, resistir y demandar. . . 307

and social movements: contested identities, agency and power. Cambridge: Cam-
bridge University Press. Cap. iv.
El hacerse y (des)hacerse del movimiento.
Sobre espacios etnográficos y espacios
en movimiento en el Gran Buenos Aires

Virginia Manzano

Introducción
El proceso de descubrimiento antropológico, sostiene Peirano (2004), re-
sulta de un diálogo comparativo entre la teoría acumulada de la disciplina
y la observación etnográfica que presenta nuevos desafíos para ser enten-
didos e interpretados.
El diálogo que nos propone Peirano es particularmente complejo, y más
aún en un tema como movimientos sociales que, a primera vista, se inserta
en marcos interpretativos de teoría acumulada en otros campos disciplina-
rios. Con relación a este problema, en este capítulo reflexionaré sobre las
dificultades en mi propia investigación para valorizar el potencial creativo
de la observación etnográfica.
En el año 2000 inicié un trabajo de campo en el distrito de La Matanza,
zona oeste del Gran Buenos Aires, que se prolongó hasta marzo de 2006.
El objetivo allí era conocer y estudiar el movimiento de desocupados, pero
ese movimiento se volvía sumamente fluido para abordarlo como un suje-
to/objeto homogéneo y unitario. En mi recorrido, circulaba por distintos
espacios en los que se tejían y destejían vínculos con los movimientos.
A pesar de observar cómo se desenvolvían las relaciones con los movi-
mientos, mi fidelidad con los datos etnográficos fue relativa. Hasta poco
tiempo antes, la posibilidad de plantear la fluidez de lo que denominamos
movimiento social estaba colocada conceptualmente fuera de los marcos
interpretativos con los cuales trabajaba. Con esto quiero significar que
subordiné el proceso reflexivo sobre los desafíos y las perturbaciones que
me generaban los datos a la búsqueda, recuperación y precisión de un
abordaje antropológico de los movimientos sociales.

309
310 Antropología de tramas políticas colectivas

En el momento en el que comencé mi investigación, las ciencias so-


ciales argentinas procuraban sintetizar los aportes de los estudios esta-
dounidenses y europeos sobre acción colectiva y movimientos sociales.
Se trataba de estudios vinculados a experiencias vitales de los inves-
tigadores de esas regiones, en particular a las luchas por los derechos
civiles, la agitación contra la guerra de Vietnam y el movimiento es-
tudiantil de 1968 (Edelman, 2001; Wallace, 1998).
La construcción de modelos formalizados sobre movimientos sociales y
acción colectiva anuló la propia experiencia vital de los investigadores en
esos espacios de lucha. Los modelos construidos representaron los puntos
de partida sobre los cuales se debatía para interpretar la realidad de la
movilización en Argentina y en Latinoamérica en general. Desde la ver-
tiente teórica europea, Touraine propuso identificar conflictos centrales
de la vida social que dieran lugar a hechos sociales que pudieran ser de-
finidos como movimientos sociales. De acuerdo con esto, caracterizó
a los movimientos sociales como acciones conflictivas que perseguían la
transformación de las relaciones de dominación social ejercidas sobre los
principales recursos culturales, la producción, el conocimiento y las reglas
éticas (Touraine, 1984). El conflicto central que define a un movimien-
to social se produciría en torno a la “historicidad”, es decir, en torno a
modelos culturales alternativos que gobiernan las prácticas sociales y el
funcionamiento de la sociedad. Por su parte, el enfoque sobre la acción
colectiva en Estados Unidos se concentró en desentrañar las motivaciones
individuales para la acción colectiva. En particular, investigadores como
Tarrow y Tilly propusieron dar cuenta de esas motivaciones a través de
la interacción entre los grupos y el sistema político. El movimiento social
fue explicado como una forma de coordinación de poblaciones desorgani-
zadas, autónomas y dispersas, de cara a una acción común, cuyo punto
de apoyo y objetivo estaba dado, desde el siglo xvii, por el Estado-nación
(Tarrow, 1997; Tilly, 2000; McAdam, Tarrow y Tilly, 2001).
Una visión común sostiene que la sociología de los movimientos sociales
y la acción colectiva introdujo a los sujetos en escenarios histórico-sociales
como reacción frente a la sociología de escenarios vacíos, sin actores, que se
ocupaba de estructuras/sistemas o instituciones (Giménez, 1994). Frente
a esa posición, en mi tesis doctoral sostuve que el desarrollo de una mi-
rada exclusivamente centrada en la acción no introdujo al actor sino que
produjo la escisión de la acción respecto de los actores y de sus contex-
tos históricos y cotidianos de vida (Manzano, 2007). Así, creí identificar
Manzano: El hacerse y (des)hacerse del movimiento. . . 311

que aquellos estudios antropológicos que explícitamente se abocaban al


tema de movimientos sociales se distinguían por descentrar la mirada de
la organización de la acción colectiva para restituir el campo político y
social dentro del cual la movilización ocurría (Escobar, 1992; Burdick,
1998; Edelman, 2001) 1.
En el intento por definir y precisar las características de un enfoque
antropológico, así como también su valor explicativo frente a modelos
teóricos heredados de otras disciplinas, revaloricé el aporte de los tra-
bajos etnográficos. Sin embargo, esa revalorización fue insuficiente con
respecto a los aportes de mi propia investigación puesto que parte de mis
datos representaban simplemente ilustraciones de problemas conceptuales
pre-construidos.
En este trabajo revivo mi recorrido etnográfico en clave de pensar sobre
la centralidad de los sitios de trabajo de campo para el aprendizaje y
la formación conceptual. Esta consideración se inspira en el relato de la
antropóloga estadounidense June Nash, quien mostró cómo los cambios
en sus perspectivas de tiempo y espacio se debieron tanto a los contextos
históricos de su formación universitaria como a los contextos de sitios de
campo en Bolivia, México y el propio Estados Unidos (Nash, 2006).
La re-visita sobre mi recorrido etnográfico se apoya en una tarea de
comparación temporal y espacial. Si bien en este capítulo me focalizo en
el trabajo de campo que sostuve en el distrito de La Matanza, las singu-
laridades detectadas allí y las re-elaboraciones conceptuales se sustentan
tanto en una investigación previa con trabajadores metalúrgicos como en
una actual sobre procesos de movilización en torno a la vivienda en la
Ciudad de Buenos Aires. Por otra parte, la vitalidad de los datos aumen-
tó con la lectura de otras etnografías locales y regionales, las cuales me
permitieron descubrir la potencialidad de mi propio trabajo.
Exploró aquí la intersección entre los espacios etnográficos y los espacios
en movimiento en el Gran Buenos Aires. Presento cuatro contextos de
1 Otros trabajos antropológicos relevados abordaron aspectos relativos a los movimientos socia-
les para dar cuenta de políticas de identidad alrededor del feminismo, la etnia y la raza (Grueso,
Rosero y Escobar, 1998; Schild, 1998). Otras propuestas se orientaron a indagar el papel de los
movimientos sociales en la articulación de procesos locales, nacionales y globales; en particular,
estos trabajos se preguntaron por las tensiones similares producidas por el proceso de globa-
lización, que se reelaboraron en contextos locales y configuraron respuestas colectivas de las
poblaciones (Nash, 2005). En este sentido, se abordaron temas tales como la construcción de
“sociedades civiles transnacionales” a partir de redes creadas por movimientos sociales y ong
(Alvarez, 1998; Edelman, 2005), y la espacialidad de la política expresada a nivel transnacional
y en procesos locales de resistencia frente a la conversión de recursos como la tierra, el agua y
el gas en mercancías (Albro, 2005; Doane, 2005; Nash, 2005a).
312 Antropología de tramas políticas colectivas

trabajo de campo, cada uno de los cuales me ayudaron a comprender


aspectos particulares de la continua tarea del hacerse y (des)hacerse del
movimiento.

Primer contexto: La Matanza


En el verano de 2000 concluí mi tesis de grado en Ciencias Antropológi-
cas sobre el sector metalúrgico. En esa investigación conocí a trabajadores
empleados en una empresa dedicada a la producción de caños de hidro-
bronz, la cual había atravesado distintas transformaciones vinculadas con
políticas de reconversión productiva y reforma laboral. Entre los trabaja-
dores se distinguían aquellos con antigüedad en la fábrica y bajo contratos
laborales estables, otros con contratación temporaria, y jóvenes egresados
de una escuela técnica (mecánicos, matriceros, electricistas), quienes se
desempeñaban con una modalidad denominada contrato formación. Los
trabajadores estables relataban el deterioro de sus condiciones de trabajo
y expresaban el temor a quedarse sin empleo, mientras que los trabaja-
dores con contratos temporarios o de formación describían la alternancia
entre períodos de estabilidad laboral y de desempleo. En el acercamien-
to al mundo de la fábrica, me preguntaba cómo las personas transitaban
momentos en los cuales quedaban fuera del “mercado de trabajo formal”
y cómo la experiencia de desempleo se convertía en una posibilidad que
condicionaba las prácticas de los trabajadores estables. Esas preguntas
también estaban influidas por lecturas que durante la década del 90 mo-
delaban los debates de las ciencias sociales argentinas, como los estudios
sobre nuevos pobres, procesos de pauperización y las formulaciones del
sociólogo francés Robert Castel (1997) acerca de la crisis de la sociedad
salarial y la fragilización de las protecciones sociales.
Con el peso de esas preocupaciones, llegué por primera vez al distrito
de La Matanza en el mes de octubre del año 2000. Me atraía la historia
industrial de ese lugar y era posible iniciar un recorrido por esa zona
junto con estudiantes de antropología que militaban en una agrupación
peronista denominada Felipe Vallese 2.

2 Felipe Vallese desapareció a los 22 años, en 1962. Era obrero metalúrgico y delegado del
establecimiento fabril donde trabajaba. Militaba en un grupo juvenil vinculado a la Resistencia
Peronista. Fue secuestrado en Capital Federal, junto a otros militantes, en un operativo a cargo
de la Unidad Regional de San Martín. Se lo considera el primer desaparecido en la historia
argentina, puesto que su cuerpo, a diferencia de los otros militantes, nunca apareció.
Manzano: El hacerse y (des)hacerse del movimiento. . . 313

El primer día transitamos por barrios industriales pero en ese trayecto


encontré galpones vacíos y estructuras fabriles abandonadas (sin techos,
vidrios rotos, las paredes laterales desmontadas, etc.). Al fin de esa pri-
mera visita, nos trasladamos hacia el edificio del gobierno municipal, en
particular al salón en el que sesionaba el Concejo Deliberante. El recinto
desbordaba: una nutrida concurrencia había ocupado el pasillo y desde
allí seguía las alternativas de una reunión que contaba con la presencia
del intendente municipal. Los militantes de la Agrupación Felipe Vallese
traducían los puntos en discusión. Se refirieron a una “deuda” que el go-
bierno nacional mantenía con el distrito de La Matanza debido al retraso
en la entrega de planes –programas estatales de ocupación transitoria 3–
y mercaderías –programas estatales de distribución de alimentos–, y me
anticiparon la intención de cortar la ruta nacional número 3.
Una semana después me encontré registrando el piquete (corte de ru-
ta) montado la primera semana de noviembre de 2000. Las personas que
dieron vida a ese piquete se inscribían mayormente en dos organizaciones
que de ahí en adelante lograrían reconocimiento público: la “Red de Ba-
rrios”, perteneciente a la Federación de Tierra, Vivienda y Hábitat (ftv,
de ahora en adelante), a su vez integrante de la Central de Trabajadores
de Argentina (cta, de ahora en adelante), y la Corriente Clasista y Com-
bativa (ccc, de ahora en adelante). Otros que participaron del piquete
fueron integrantes de gremios incorporados a la cta, militantes políticos
de un espacio denominado Frente Grande-Frepaso, al cual pertenecía en
ese momento la Agrupación Felipe Vallese, y religiosos vinculados con la
orientación de la Teología de la Liberación.
Días más tarde, volví al edificio del gobierno local para repasar con al-
gunos concejales municipales sus vivencias del corte de ruta. Conocí a esos
concejales por intermedio de los militantes de la Agrupación Felipe Valle-
3 Los programas de ocupación transitoria –tema que desarrollé de manera pormenorizada en
otro trabajo (Manzano, 2007)– comparten una serie de características comunes como la tran-
sitoriedad de los beneficios y de los proyectos y el papel preponderante que se otorga a “los
organismos responsables” (ong o gobiernos municipales) en la elaboración y ejecución de ac-
tividades (arreglo de calles, reparación de escuelas o centros sanitarios, limpieza de arroyos,
huertas, comedores comunitarios, etc.) y en la selección de beneficiarios. La categoría benefi-
ciarios es sumamente relevante para comprender las características de este tipo de políticas.
El beneficiario se definía no sólo por su condición de desocupado sino también por el hecho de
ser jefe o jefa de un hogar integrado por menores de dieciocho años, discapacitados o enfermos
de cualquier edad; y, a cambio de una “ayuda económica”, se comprometía a “contraprestar”
la concurrencia escolar y los controles de salud de los menores que tuviera a cargo, así como
su propia incorporación en el circuito de educación formal o en cursos de capacitación para
lograr una futura reinserción laboral. Estros programas eran diseñados y financiados a partir
de lineamientos del Banco Mundial.
314 Antropología de tramas políticas colectivas

se y advertí que todos ellos habían fundado sus trayectorias en sindicatos


vinculados con actividades estatales que aglutinan a trabajadores de la
salud y la educación. Durante la década del 90, esos concejales también
habían contribuido a crear la cta y el partido Frente Grande-Frepaso, en
el que confluyeron desde el cuestionamiento público al gobierno nacional
de Carlos Menem de ser antítesis del proyecto histórico del peronismo 4.
Tiempo después, el Frente Grande-Frepaso fundó junto con la Unión Cí-
vica Radical la coalición “Alianza por el Trabajo, la Justicia y la Edu-
cación”. En las elecciones generales del año 1999, la Alianza se impuso
a nivel nacional mientras que en el distrito de La Matanza perdió por
un margen estrecho de cinco puntos frente al Partido Justicialista. Esos
resultados se plasmaron en la composición del Concejo Deliberante, que
quedó dividido proporcionalmente entre representantes del Frepaso y la
Unión Cívica Radical –ambos integrantes de la mencionada coalición– y
del Partido Justicialista.
Estos concejales participaron del piquete en función de sus trayectorias
gremiales en las áreas de educación y salud, a la vez que se reconocieron
en las reivindicaciones al gobierno nacional que, junto con el aumento de
programas de empleo y alimentos, demandaban también la construcción
de tres hospitales móviles, el equipamiento de un nuevo hospital, y la
creación y refacción de escuelas. Al mismo tiempo, el piquete posibilitaba
plantear la disconformidad con medidas tomadas por funcionarios del go-
bierno nacional pertenecientes a la Alianza, y a quienes habían apoyado
con su militancia para acceder a esos cargos. En ese sentido, Lara, una de
las concejalas entrevistadas, señaló:

“Independientemente de que hoy tengo, circunstancialmente, un car-


go institucional, de ser concejal, no puedo perder de vista, no puedo
perder de vista todo lo que el gobierno de la Alianza –digamos, al que

4 La historia de los orígenes del Frente Grande reconoce como hito fundacional las acciones de
un grupo de diputados que, aunque provenientes del peronismo, comenzaron a votar con criterios
autónomos respecto de los que fijaba el bloque justicialista en la Cámara de Diputados de la
Nación; por ejemplo, votó en contra de la privatización de los ferrocarriles. En junio de 1990, ese
núcleo de legisladores convocó a un encuentro de la militancia peronista en oposición a la política
de Menem bajo la consigna “Peronismo o Liberalismo: para recuperar el verdadero peronismo”.
Entre los convocantes se encontraban Carlos Álvarez, Germán Abdala, Juan Pablo Cafiero,
Luis Brunati y Darío Alessandro. A nivel nacional, esa fuerza política se articuló en torno a
pocas figuras con notoria presencia en los medios de comunicación masiva, así como también a
partir de comicios legislativos desde 1993. En 1994 se constituyó como partido político; en 1995
impulsó la fundación del Frepaso, y en 1997, junto con la Unión Cívica Radical, conformó la
Alianza por el Trabajo, la Justicia y la Educación (Abal Medina h., 1998).
Manzano: El hacerse y (des)hacerse del movimiento. . . 315

yo pertenezco como partido–; no le puedo dar la espalda, no le puedo


dar la espalda a quienes a mí me votaron y a quienes digo que repre-
sento. Estas son las diferencias que tenemos con muchos compañeros.
A mí siempre me vas a encontrar cuando haya un tema de educación,
cuando haya un tema de salud, cuando haya un tema presupuestario;
a mí me vas a encontrar del lado de los trabajadores, del lado de los
laburantes, del lado de los desocupados” (Lara, dirigente gremial de
la Asociación de Trabajadores del Estado, ex concejal municipal por
el Frente Grande-Frepaso).

En los diálogos con estos concejales y en mi progresiva inmersión en la


vida del distrito de La Matanza, se fue forjando una imagen particular
sobre el intendente del gobierno local. Con relación a esto, Lara también
expresó:

“Quiero destacar que fue muy importante la colaboración y el tra-


bajo que ha tenido el intendente de La Matanza, Alberto Balestrini,
porque fue, digamos, una de las personas que ha tenido mucha inje-
rencia en esto de poder juntar tanto a nivel nacional y provincial, para
poder debatir esta propuesta y llevar adelante cada uno de los puntos
que pedíamos los que estábamos en el corte de ruta”.

Concejales del bloque del Partido Justicialista, fuerza política a la cual


pertenecía el entonces intendente, visitaban varias veces al día el piquete
para acercar alimentos y frazadas; en tanto, el intendente y secretarios
municipales se dedicaban a construir nexos para entablar negociaciones
con funcionarios de los gobiernos provincial y nacional. Ese protagonismo
del intendente en el piquete fue retratado en las crónicas de los medios
de comunicación masiva a nivel nacional. En los principales periódicos
durante esos días se enfatizaba:

“Balestrini acusó al gobierno nacional de no haberse ocupado ‘como


corresponde’ del desempleo de su partido, que estimó en un 30 por
ciento”. 5

Mientras tanto, la respuesta de la ministra de Trabajo del gobierno


nacional fue la siguiente:

5 Diario Clarín, 1/11/00; p. 11.


316 Antropología de tramas políticas colectivas

“La ministra de Trabajo prefirió pegarle al intendente de La Matan-


za, Alberto Balestrini, a quien le pidió ‘que levante el corte de ruta”’. 6

La reunión en el Concejo Deliberante que registré el primer día de mi


llegada a La Matanza no era la primera que convocaba al intendente, con-
cejales municipales y miembros de partidos políticos y de organizaciones
como la ftv y la ccc. En mayo de 2000, una de las medidas más des-
tacadas fue la sanción de la Ordenanza 10.786/00, por medio de la cual
se declaraba al municipio en “Emergencia Ocupacional, Sanitaria y Edu-
cacional” 7, y se creaba un Consejo de Emergencia integrado por el inten-
dente, miembros de los tres bloques del Concejo Deliberante –en aquella
época, el Partido Justicialista, la Unión Cívica Radical y el Frepaso– y
representantes del Obispado de San Justo, de Cáritas, de las pequeñas y
medianas empresas, de la Confederación General del Trabajo (cgt), de
la cta, de la ftv y de la ccc.
La reconstrucción de los vínculos que se anudaban en el piquete de La
Matanza me indicaban que poco lograría comprender conectando de un
modo absoluto lo que allí sucedía con los cortes de ruta que se multipli-
caban en otras partes del país, como en las provincias de Salta, Santa Fe,
Mendoza, Córdoba, Chaco y Jujuy, o en partidos del Gran Buenos Aires
tales como Quilmes, Almirante Brown, Lanús, Florencio Varela, Esteban
Echeverría y La Plata. La ocurrencia simultánea de cortes de ruta con ca-
racterísticas similares fue explicada siguiendo las elaboraciones de Tarrow
(1997) acerca de ciclos de protesta (Svampa y Pereyra, 2003; Schuster,
2005; Massetti, 2004). En esa explicación se sostuvo que un ciclo de pro-
testa se iniciaba cuando algún grupo llevaba a cabo una acción disruptiva,
lograba resultados e invitaba a otros a promover acciones similares.
Las conexiones que facilitaron mi arribo y permanencia en La Matanza
me llevaban hacia explicaciones diferentes a aquellas que enfatizaban los
efectos producidos por un ciclo de protesta. Los vínculos construidos en
mi recorrido me empujaban hacia la historia y las relaciones locales que

6 Diario Clarín, 3/11/00; p. 22.


7 Hacia el año 2000, se estimaba que sobre un total de 575.654 personas que formaban la po-
blación económicamente activa del distrito de La Matanza, el 17,5% eran desocupados abiertos
(100.739) y el 15,2%, subocupados (87.499). Asimismo, sobre un total de 470.000 empleados
en relación de dependencia, el 39% trabajaba con modalidades de contrato en negro, y entre
estos, el 35% ganaba menos de $300, y el 50%, menos de $400; mientras que sobre el conjunto
de empleados, el 60% percibía menos de $520 (Datos relevados por la Consultora Equis, a cargo
de Artemio López. Informe incorporado en los registros del indec).
Manzano: El hacerse y (des)hacerse del movimiento. . . 317

se condensaban en imágenes de La Matanza como un distrito obrero y


peronista.
Esas imágenes de La Matanza se asentaban en procesos materiales y
simbólicos que contribuyeron a re-crear 8 ese distrito hacia mediados del
siglo xx. En efecto, el desarrollo industrial de La Matanza cobró impulso
en el período intermedio entre 1930 y 1960. Desde la década del 40 se ins-
talaron grandes plantas industriales de los rubros automotriz, metalúrgico
y textil. Se radicaron firmas tales como Chrysler-Fevre (1946), Mercedes
Benz (1952), Borgward (1954), Metalúrgica Santa Rosa (1943) y Textil
Oeste (1947). En consonancia con el crecimiento industrial, que tuvo co-
mo una de sus facetas más sobresalientes la atracción de contingentes
migratorios de diversas provincias de Argentina, creció sostenidamente la
población: en el censo nacional de 1947 La Matanza registró 98.471 ha-
bitantes, mientras que en el de 1960 la cantidad ascendió a 401.738. En
ese marco, se lotearon extensiones rurales para formar barrios obreros y
florecieron asociaciones vecinales (Manzano, 2007).
El período de crecimiento industrial y poblacional conectó a La Matanza
de un modo particular con la historia del peronismo. En esa evocación, a
diferencia de lo que sucede con zonas ubicadas en el cordón sur del Gran
Buenos Aires 9, se destaca el papel de los trabajadores de La Matanza en la
defensa de Perón, tras el derrocamiento militar de su gobierno en 1955, y
en la actuación durante el proceso de Resistencia Peronista. Con relación a
esto último, documentos históricos, discursos en homenaje a figuras locales
que contribuyeron a la Resistencia Peronista y testimonios en talleres
de historia oral en las escuelas afirmaban a La Matanza como distrito
peronista, acentuando acciones como resistencia, lucha y movimiento.
La recuperación selectiva de esas imágenes del pasado configuraba par-
te de los sentidos que se activaron y posibilitaron cortes de ruta en La
Matanza. Las “imágenes del pasado”, sostuvo Roseberry (2002), ponen en
movimiento la recuperación del pasado desde un presente que se interpreta
como “desordenado”. Se trata de versiones poco sistematizadas pero que

8 Hasta la década del 30, el distrito era eminentemente rural. Las principales actividades econó-
micas estaban asociadas con las producciones de quintas y estancias donde invernaba ganado,
se sembraban frutales y se criaban gallinas, patos, pavos y equinos (Chiozza, 2000).
9 La zona sur fue pionera en el itinerario geográfico de la implantación industrial en el Gran
Buenos Aires durante la primera mitad del siglo xx. Se trata de distritos como Avellaneda, Gerli,
Lanús, Remedios de Escalada, Valentín Alsina, Piñeyro, Quilmes y Bernal. Como consecuencia,
fueron esos distritos y esos obreros los que protagonizaron de forma contundente la jornada
“mítica” y fundante del peronismo como fue la del “17 de Octubre de 1945” (James, 1995;
Lobato, 2004).
318 Antropología de tramas políticas colectivas

activan o configuran sentidos políticos para resistir, acomodar o disputar


diversos procesos de transformación social. Hacia fines de la década del 90,
en un contexto de creciente desocupación y re-alineamiento en el peronis-
mo local, se fundaron instituciones específicas, como la Junta de Estudios
Históricos, Geográficos y Estadísticos del Partido de La Matanza, para
el “rescate” del pasado y de la “memoria”. Esta Junta producía versio-
nes más o menos sistematizadas, apoyadas sobre pruebas testimoniales y
documentos históricos, que confirmaban visiones que aparecían de modo
más fragmentario en el discurso y las acciones del intendente local, con-
cejales municipales e integrantes de partidos políticos y de organizaciones
como la ftv y la ccc. La evocación histórica era al mismo tiempo la for-
mulación de un proyecto político centrado en el desarrollo industrial de
La Matanza, proyecto en el que se reconocían y que interpelaba a quienes
tomaban parte de los cortes de ruta.

Segundo contexto: el movimiento


Las personas que acompañaron los inicios de mi trabajo de campo me
empujaron hacia la profundidad histórica de las relaciones sociales que
se reconocían en la construcción de La Matanza como un distrito obre-
ro y peronista. A la par, tanto los integrantes de la ftv y la ccc como
concejales municipales, militantes de partidos políticos, miembros de la
Iglesia católica y el propio intendente estaban comprometidos en una for-
ma de acción directa –el corte de ruta– en reivindicación de un conjunto
de demandas al gobierno nacional. Fue entonces que comencé a reflexio-
nar cómo este conjunto de actores producía lo que el sociólogo brasileño
Marcelo Carvalho Rosa (2009) denomina forma movimiento.
Con la categoría forma movimiento, Carvalho Rosa analiza el proce-
so mediante el cual una forma específica de acción colectiva, enunciada
en la forma de movimiento y ocupación, se fue estableciendo en diversas
áreas de Brasil como una manera legítima de instituir una relación con-
flictiva, contradictoria y ambivalente entre agentes del Estado y grupos
organizados que demandan su atención (Carvalho Rosa, 2009).
El carácter producido del movimiento no fue algo evidente en mi proceso
de investigación, fue más bien un esfuerzo de reconstrucción progresivo e
incluso tardío con respecto a la entrega de la versión definitiva de mi tesis
doctoral.
Manzano: El hacerse y (des)hacerse del movimiento. . . 319

En los inicios de mi trabajo de campo, durante el año 2001, registré


movilizaciones en el espacio de la calle a través de las cuales los desocu-
pados de La Matanza se volvieron visibles en la Ciudad de Buenos Aires.
Las personas movilizadas recorrían a pie un trayecto de 20 kilómetros por
una de las principales avenidas hacia distintas dependencias del gobierno
nacional. En mis primeros registros tomaba nota de una serie de caracte-
rísticas que despertaban mi atención, tales como el uso de pecheras con
la siglas de las organizaciones (fundamentalmente la ccc y la ftv), las
banderas, la distribución espacial de los manifestantes que marcaban el
paso en paralelo entre quienes pertenecían a la ccc y quienes a la ftv. La
mayoría de los manifestantes no vivaban consignas puesto que el compás
de la marcha estaba pautado por ritmos de cumbia, cuyas letras hacían
alusión a los desocupados, que se emitían desde un camión que encabezaba
a los caminantes.
A través de los registros de esas marchas, experimentaba la sensación
de estar conectada con el núcleo del movimiento. Lo mismo sentía cuando
participaba de cortes de ruta y de la “Asamblea Nacional de Organi-
zaciones Sociales, Territoriales y de Desocupados” que se realizó en La
Matanza el 24 de julio de 2001. La mencionada Asamblea fue convocada
por los líderes de la ccc, la ftv y el Polo Obrero 10, quienes actuaron
como anfitriones de las delegaciones que provenían de diferentes puntos
de Argentina. El encuentro tuvo lugar en La Matanza, en el gimnasio de
la Iglesia Sagrado Corazón, cuyos sacerdotes pertenecían a la Orden Sale-
siana. En el recinto flameaban banderas con siglas de organizaciones que
representaban a la mayoría de las provincias y a una cantidad de distritos
del Gran Buenos Aires. Algunas insignias llevaban inscriptas consignas
tales como “Libertad a Barraza, Rainieri y Gil, piqueteros de Salta”. A
lo largo de la jornada, entre las personas que ascendieron al palco tam-
bién lo hizo el padre de Teresa Rodríguez, quien, emocionado al recordar
a su hija asesinada por la gendarmería en un piquete de Cutral-Co 11 en

10 El Polo Obrero es el nombre de otra organización piquetera, que se encuentra vinculada con
un partido de orientación trotskista llamado Partido Obrero.
11 El 20 de junio de 1996, cinco mil manifestantes bloquearon la ruta nacional 22 y la provincial
17 en los accesos a Cutral-Có y Plaza Huincul, en la provincia sureña de Neuquén. Ambas
ciudades habían crecido desde 1918 vinculadas con la empresa estatal Yacimientos Petrolíferos
Fiscales. El 24 de septiembre de 1992, el Congreso Nacional aprobó por ley la privatización
de esa empresa; como consecuencia, se redujeron sensiblemente los puestos de trabajo: había
52.000 personas empleadas en la planta de Cutral-Có en 1991 y, tras la privatización, sólo
quedaron 13.500; en tanto, en Plaza Huincul, la cifra de trabajadores disminuyó de 4200 a 600
(Auyero, 2004). En ese marco, la cancelación de un contrato de instalación de una planta de
320 Antropología de tramas políticas colectivas

1997, afirmó: “Acá está Cutral-Co, porque el primer piquete se hizo en


Cutral-Co”.
Por su parte, el líder de los desocupados de la ccc pronunció enfática-
mente:

“Aquí está naciendo el movimiento de desocupados nacional; aquí


está la unidad de las organizaciones de desocupados. Juntos, con el
movimiento obrero y respetando a todas las organizaciones, seguiremos
recorriendo el camino de la lucha”.

Hacia el final de la tarde el evento tomó la forma de asamblea y los


asistentes votaron un programa de acción a ejecutarse de manera sincro-
nizada a lo largo del país. Como parte de la agenda votada, a la semana
siguiente se multiplicaron los cortes de calles y rutas, en tanto que el
gobierno nacional intervino aduciendo la ilegalidad de los mismos y pro-
curó encuadrarlos dentro de las figuras delictivas previstas en el Código
Penal. 12
En esos meses los propios protagonistas definían sus prácticas como
parte de un movimiento social y se identificaban con un nuevo sujeto
social: los desocupados o los excluidos. Se trataba de un movimiento que
exhibía sus propios símbolos, banderas, mártires, héroes y una capacidad
de acción distintiva y sincronizada: el corte de ruta.
Estas referencias reforzaban mis creencias acerca de la existencia del
movimiento de desocupados. Como consecuencia, aquellos registros etno-
gráficos que tensionaban esa confianza, como desarrollaré en el próximo
apartado, los interpretaba como dificultades o errores en la elección de
los lugares de trabajo de campo. Así, en mis primeras publicaciones, si
bien ponía en duda la definición del movimiento de desocupados como
un actor homogéneo, lo hacía incorporando nuevas reificaciones, como la
descripción del movimiento a través de las diversas organizaciones que

fertilizantes en la región se convirtió en uno de los fundamentos para iniciar la protesta que
mantuvo bloqueadas las rutas durante siete días.
12 El Código Penal estipula la prisión de tres meses a dos años para quien “impida, estorbe o
entorpezca el normal funcionamiento de los transportes por tierra, agua y aire”. Otros delitos
previstos por el Código y plausibles de ser aplicados en estos casos son el de “sedición”, que
prevé una pena de entre uno y seis años de cárcel para quienes “se alcen en armas para arrancar
una medida o concesión de los poderes públicos”, y el de “intimidación pública”, que castiga
con tres a seis años de cárcel al que “incite a la violencia contra instituciones”. Finalmente, la
acusación más grave que se puede aplicar es la de “asociación ilícita”, que pena con prisión de
entre tres y diez años a quien arme una banda para delinquir.
Manzano: El hacerse y (des)hacerse del movimiento. . . 321

lo componían y de las filiaciones políticas e ideológicas de las mismas


(Manzano, 2004).
La puesta en duda del movimiento de desocupados como un actor ho-
mogéneo poco se relacionaba en los inicios de mi investigación con lo que
Peirano (2004) plantea como particularidad del descubrimiento antropo-
lógico, recordemos: un descubrimiento basado en el diálogo entre la teoría
acumulada de la disciplina y la observación etnográfica (Peirano, 2004).
Mis datos de trabajo de campo aparecían colocados como simples ilustra-
ciones en un diálogo conflictivo entre la teoría acumulada –y hegemónica–
sobre movimientos sociales y mis intentos por escapar de esos cánones a
través de la localización y elaboración de una perspectiva antropológica
sobre el tema.
En otro trabajo analicé los aportes y las dificultades de las ciencias
sociales para el estudio de los movimientos sociales (Manzano, 2007, 2008),
por ello aquí creo relevante mencionar sintéticamente el estado del campo
sobre movimiento de desocupados que se fue consolidando en paralelo a
los inicios de mi propia investigación.
Los cortes de ruta (piquetes) despertaron una profunda atención y ten-
dieron a conceptualizarse como indicadores de la transformación de reper-
torios de acción colectiva en Argentina (Auyero, 2002; Svampa y Pereyra,
2003; Merklen, 2005; Schuster, 2005). En cuanto a los sujetos, desocu-
pados o piqueteros, se explicó la emergencia como actores colectivos de
distinta manera; en algunos casos se ponderaron las características “sin-
gulares” de la estructura social argentina en contraste con las de Europa
y el resto de los países de América Latina (Svampa y Pereyra, 2003). En
otros, se examinaron los efectos constitutivos de los espacios de la protes-
ta, específicamente se señaló la contingencia en la formación de sujetos
y las dificultades analíticas de la relación necesaria entre sujeto/acción 13
(Schuster, 2005).
En función de estas interpretaciones, los concejales municipales, el inten-
dente del gobierno local, los militantes de partidos políticos y sindicatos,
junto con la puntualización de las filiaciones ideológicas de las organizacio-
nes piqueteras, eran restituidos en mis primeros trabajos para mostrar la
heterogeneidad frente a estudios que tendían a definir actores homogéneos:
el movimiento piquetero, los desocupados, los piqueteros. A la vez, mis
descripciones procuraban contrarrestar aquellas ideas que categorizaban

13 Una reconstrucción pormenorizada sobre las distintas posiciones se puede consultar en Man-
zano, 2008.
322 Antropología de tramas políticas colectivas

las prácticas de ese actor colectivo como autónomas de partidos políticos


y del Estado. Sin embargo, todavía no estaba en condiciones de captar
cómo esos actores estaban produciendo conjuntamente al movimiento.
El diálogo con penetrantes etnografías sobre las ocupaciones de tierra
y campamentos en Brasil, en el marco del equipo coordinado por Lygia
Sigaud (Sigaud, 2000, 2004; Sigaud et al., 2006), permitió que los datos
etnográficos cobraran nueva energía, comenzando por un ordenamiento
renovado de mis registros de campo sobre cortes de ruta.
Entre los años 2000 y 2001, los piquetes montados sobre un tramo de la
ruta nacional número 3, a 21 kilómetros de distancia del centro de Buenos
Aires, se distinguieron de otros por la duración en el tiempo (seis días en
noviembre de 2000 y dieciocho días en mayo de 2001). Esas acciones se
incorporaron en los recuerdos de sus protagonistas como el “corte de los
seis días” o el “corte de los dieciocho días”, este último también evocado
como el “corte histórico de Matanza”.
Participé de esos dos piquetes como también de varios otros con menos
duración temporal que sucedieron entre los años 2002 y 2005. Los piquetes
más prolongados coincidieron con el inicio de mi trabajo de campo, y en
ellos estuve acompañada por militantes de la Agrupación Felipe Vallese.
Mis anotaciones iniciales destacaban las carpas –estructuras hechas de
palos, nailon y lonas– que se extendían a lo largo de seiscientos metros
sobre la ruta. También despertó mi atención la instalación en la ruta del
piquete, puesto que observaba cómo mujeres, varones, ancianos, jóvenes
y niños se acercaban marchando a pie por diferentes calles y enarbolando
banderas de distintas organizaciones. Una vez que todos se reunían en
el punto seleccionado, desde un palco armado sobre una caja de camión,
se entonaba el Himno Nacional Argentino, se vivaban consignas y los
organizadores pronunciaban los puntos de demanda al gobierno.

Mi recorrido por el piquete no se alejaba demasiado de la zona conti-


gua al palco, donde se ubicaban pocas carpas identificadas con sindica-
tos, como el Sindicato Unificado de Trabajadores de la Educación y la
Asociación de Trabajadores del Estado, y con agrupaciones vinculadas
con partidos políticos. Sin embargo, observaba las nutridas hileras de
carpas que se ordenaban sobre las dos calzadas que bordeaban la ace-
ra. Por lo general, sobre una calzada se montaban las carpas inscriptas
en la ccc y sobre la otra, las inscriptas en la ftv. Sobre las entradas
a las carpas, distintas personas preparaban alimentos, charlaban entre
Manzano: El hacerse y (des)hacerse del movimiento. . . 323

sí, jugaban a las cartas o participaban en la improvisación de partidos


de fútbol.

Con el correr del tiempo fui aprendiendo sobre las prácticas y las ca-
tegorías que daban vida al piquete. Ese aprendizaje fue posible por una
beca doctoral que obtuve en el año 2002, la cual me permitió dedicarme
casi por completo a la investigación y conocer a integrantes de la ftv y
la ccc en los barrios. De esta manera, en los piquetes que visité a partir
de ese año no sólo gozaba de la compañía de integrantes de la Agrupación
Felipe Vallese sino que pude adentrarme en la vida que transcurría en las
carpas. Así, supe que las personas que permanecían debajo de las carpas
conformaban grupos en torno a la figura de dirigentes locales que en la
ftv se denominaban “referentes barriales” y en la ccc, “dirigentes de ba-
rrio”. Estos dirigentes se encargaban de coordinar diversos temas y eran
responsables de organizar la “participación” de quienes formaban parte
de su grupo. Los términos “relevo” y “reemplazo” indicaban dos moda-
lidades de organizar la “participación”. El primero hacía referencia a un
sistema de turnos; por lo general, mujeres, niños y ancianos permanecían
en la carpa durante el día y eran relevados por los varones durante la no-
che; el segundo indicaba cómo se organizaba la participación en el marco
de relaciones familiares o de amistad, ya que una persona registrada en el
listado de un dirigente podía ausentarse del piquete, pero debía dejar en
su lugar a otra –un familiar cercano o un amigo– para demostrar que se-
guía participando de la medida. En definitiva, la cantidad de personas en
las carpas indicaba la capacidad de movilización de los diferentes barrios
y se trataba de un indicador relevante para la reasignación de vacantes
en programas de empleo.
La progresiva sistematización de mis datos de campo me ayudó a com-
prender que el piquete se sostenía mediante la especialización y coordi-
nación de tareas, como las negociaciones con funcionarios estatales, el
abastecimiento y la distribución de alimentos y agua mineral, y la limpie-
za. Otras tareas de enorme importancia eran aquellas relativas a procedi-
mientos de control: las personas que se habían especializado en la custodia
de los piquetes o las marchas eran denominadas seguridad por la ftv o
autodefensa por la ccc. La vida en el piquete se estructuraba también en
función de una serie de normas, fundamentalmente la prohibición de la
ingesta de alcohol, el consumo de drogas y el robo. El piquete concluía o
se “levantaba” cuando se abría una instancia de negociación con los fun-
324 Antropología de tramas políticas colectivas

cionarios y se producía una serie de acuerdos sobre puntos de demandas


definidos como centrales.
Como sostuve en un trabajo previo, en el cual abordé sistemáticamente
las características del piquete (Manzano, 2009), una mirada global per-
mite establecer que el piquete contiene actos ritualizados que indican su
comienzo y su final, categorías sociales para definir modos de partici-
pación, técnicas de organización del espacio y las actividades, normas y
prohibiciones, y terminologías para definir la experiencia de los sujetos.
En virtud de ello, sostuve que el piquete constituye una forma social que
anuncia un conflicto y produce vínculos con el Estado.
Con el objetivo de entender las condiciones sociales que hicieron posible
el piquete, restituí las tramas relacionales que configuraron un espacio de
disputa y negociación con el Estado en torno al problema de la desocupa-
ción. Esta reconstrucción me permitió abordar de otro modo a los actores,
es decir, a través de un conjunto de prácticas y tradiciones históricas que
configuraban nuevos espacios para la acción social.
No obstante, aquellos espacios donde el movimiento parecía des-hacerse
eran interpretados como equivocaciones en la elección de los lugares para
el trabajo de campo, como perturbaciones que no conducían a descrip-
ciones más complejas ni a otro ritmo en el diálogo con los conceptos
acumulados. Es esa tensión que sentí en mis encuentros con Violeta la
que conduce al tercer contexto de trabajo de campo.

Tercer contexto: La casa de Violeta


Los encuentros con Violeta me generaban confusión y ansiedad puesto que
sentía que con ella poco aprendía sobre el movimiento de desocupados.
A principios de la década del 90, una antropóloga había entrevistado a
Violeta por su participación en procesos de ocupación de tierras y confor-
mación de asentamientos en La Matanza durante los años ochenta 14. La

14 A inicios de la década del 80 se multiplicaron las ocupaciones de tierra para la construcción


de viviendas en el área conocida como Gran Buenos Aires. Las primeras, impulsadas por in-
tegrantes de Comunidades Eclesiales de Base, en un contexto de dictadura militar, sucedieron
entre los años 1981 y 1982 en la zona sur del Gran Buenos Aires. Para distintos observadores,
en especial para aquellos enrolados en las ciencias sociales, esas ocupaciones representaron una
inflexión histórica en las formas de acceso de los sectores populares a la tierra y la vivienda,
distinguiéndose por dos características fundamentales: a) la planificación colectiva y previa pa-
ra la ocupación de lotes y la formación de cuerpos de delegados por manzana o comisiones de
barrio; b) la adecuación a un trazado urbano acorde con las normativas vigentes en cuanto a la
Manzano: El hacerse y (des)hacerse del movimiento. . . 325

misma colega me recomendó enfáticamente que la contactara nuevamente


porque había visto marchar a Violeta con pecheras y banderas de la ftv
en el centro de la Ciudad de Buenos Aires.
Un día de abril de 2002, cuando visitaba a Enrique y Graciela, dos
militantes de la Agrupación Felipe Vallese, en una oficina del Concejo
Deliberante de La Matanza, una mujer de cabellos y ojos claros ingresó
a saludarlos y me fue presentada como Violeta del barrio Tierra Nuestra.
Violeta estaba allí porque en esa época trabajaba en el bloque de conce-
jales del Frente Grande-Frepaso, en un edificio anexo al que estábamos
en ese momento. Me presenté, la saludé con suma alegría, dije que ha-
cía tiempo que estaba tratando de contactarla y también mencioné mi
sorpresa de encontrarla allí.
Violeta se mantuvo muy cordial e inició un diálogo que interpeló espe-
cialmente a Graciela:

“Cuando trabajamos en la municipalidad se crean expectativas entre


la gente. [Graciela, mientras escribía sobre un papel, asentía enfática-
mente con movimientos de cabeza la opinión de Violeta] Les parece
que les vamos a conseguir cosas, pero no se pueden conseguir cosas di-
rectamente: acá nuestra función es asesorarlos para hacer un trámite
o facilitarles cómo hacer un trámite”.

Después de ese día, varias veces reconocí a Violeta y a otros de sus com-
pañeros del bloque del Frente Grande-Frepaso caminando rápidamente
por los pasillos del edificio municipal junto con distintas personas, soste-
niendo papeles entre las manos, como prescripciones de medicinas, plani-
llas de pensiones o permisos para habilitar puestos en ferias municipales.
Volviendo a nuestro primer encuentro, Violeta no sólo se refirió a su
trabajo en la municipalidad y las expectativas que despertaba entre la
“gente”, también recordó que la antropóloga que ambas conocíamos había
visitado el barrio. Fue así que comentó que en el barrio “la cosa estaba
muy fea” y mencionó algunas de sus ideas, como ejecutar un proyecto de
huerta y una copa de leche. Al fin de la charla, acordamos que pasaría a
buscarla durante la semana siguiente para conocer Tierra Nuestra.
El trayecto en ómnibus que separaba el edificio municipal de la casa de
Violeta duraba aproximadamente cuarenta minutos. Partíamos desde el
centro del distrito de La Matanza, tomábamos la ruta 3 y en el kilómetro
extensión de los lotes y el ordenamiento de los mismos por manzana (Aristizábal e Izaguirre,
1988; Merklen, 1991; Cravino, 1998).
326 Antropología de tramas políticas colectivas

28 el autobús se internaba en una calle asfaltada sobre la que todavía


pervivían algunos pequeños comercios que se habían recuperado luego de
los saqueos 15 ocurridos en diciembre de 2001.
Una vez que descendíamos del ómnibus caminábamos doscientos me-
tros de tierra hasta alcanzar la casa de Violeta. El primer día de mi visita
encontramos a cuatro hombres manipulando maderas con martillos y te-
nazas en el patio delantero y a un grupo de personas, en su mayoría
mujeres, que permanecía dentro de la casa, en una extensa cocina. Vio-
leta me presentó a todos, especialmente a los integrantes de su familia
–su madre, sus hijos, sus nietos, sus yernos y sus nueras– y al cabo de
unos instantes circulaban por mis manos muñecos, juguetes de madera y
arreglos florales. Pregunté cómo habían aprendido a realizar esos objetos
y, entre risas, una mujer gritó: “¡La profesora Violeta!”.
El grupo de mujeres conversaba en un extremo de la cocina. Cuando
estaban por retirarse, una de ellas se paró frente a Violeta y le avisó que
al día siguiente se ausentaría porque tenía un hermano enfermo. Cristian,
el yerno de Violeta, extrajo unas planillas del interior de una carpeta
para que las mujeres firmaran, y Violeta le recomendó que saliera al patio
delantero y preguntara quiénes restaban firmar.
Ese día, mientras los hombres martillaban y las mujeres barrían, nos
sentamos en un extremo de la cocina para conversar sobre el barrio. Vio-
leta envió a una de sus hijas por Mauricio, un vecino que vivía en el
terreno contiguo, con quien había iniciado la “pelea por la tierra”. En el
transcurso de la conversación, Violeta comentó que ella había trabajado
con Luis –líder de la ftv e identificado en aquellos años como líder de los
desocupados o piqueteros– pero que no trabajaba más con él.
Durante esa conversación, sus hijas acercaban objetos y fotos, en una
de esas fotografías reconocí a Violeta con Luis y otros dirigentes de la ftv
en un palco rodeado por banderas del Movimiento Sin Tierra; se trataba
de un viaje a Brasil como parte de la comitiva de movimientos argentinos
que luchaban por la tierra. La cercanía que Violeta había mantenido con
Luis también se había manifestado en una serie de acciones de las cuales
había tomado parte, como la membresía compartida en la Red de Barrios
que había dado origen a la ftv, la ocupación del edificio de la Secretaría

15 En junio de 1989, en un contexto de hiperinflación en Argentina, como en diciembre de 2001,


miles de personas de barrios populares irrumpieron en distintos comercios y extrajeron todo
tipo de productos. Estos hechos fueron conocidos como saqueos. La reconstrucción y análisis
de estos hechos puede consultarse en Cravino y Neufeld (2001).
Manzano: El hacerse y (des)hacerse del movimiento. . . 327

de Desarrollo Social de la Nación en el año 1995 y los cortes de ruta


prolongados de los años 2000 y 2001.
El alejamiento de Violeta de Luis también la alejaba de la vida del
movimiento. A diferencia de Violeta, Ana del barrio San Alfonso –a quién
comenzaba a visitar por la misma época– no sólo trabajaba con Luis o
con la ftv, sino que ese trabajo resultaba una parte sustancial de su vida
en aquellos años. En mi caso, sentía que era Ana quien me llevaba a la
vida del movimiento, como lo eran los cortes de ruta, las marchas, las
asambleas, la oficina central de la organización y los cursos de formación
política destinados a referentes barriales.
Con Violeta sentía que transitaba hacia un lugar que estaba por fuera
del marco de mi investigación. Su vida cotidiana parecía estar lejos del
movimiento: trabajaba en la municipalidad y me hablaba de padrones y
elecciones. Las definiciones sobre asuntos políticos en el partido Frente
Grande, del cual participaban tanto Violeta como Luis, los habían dis-
tanciado: Luis se alejó de esa fuerza política en el año 2002 y Violeta optó
por continuar allí junto con Rubén, una persona que, según ella, la “ha-
bía iniciado en la política”. Lentamente fui descubriendo, como analicé en
un artículo previo (Manzano, 2009a), que Mauricio y las hijas de Violeta
también se habían distanciado del Frente Grande y formaban parte activa
de la vida de la ftv; por ejemplo, en las asambleas y en los cortes de ruta.
A la inversa, Ana enfatizaba su acercamiento a Luis debido a una trayec-
toria compartida en comunidades eclesiales de base de la Iglesia católica
y a su alejamiento del Partido Justicialista, partido para el cual había
trabajado en distintas y sucesivas elecciones.
A pesar de mis dudas, continué visitando la casa de Violeta, entre otros
motivos porque me atraía el intenso movimiento de personas y cosas que
día a día se ponían en funcionamiento en aquel lugar. El movimiento coti-
diano en esa casa era sumamente intenso porque se organizaba en función
de la contraprestación de los beneficiarios de programas de empleo. A las
siete de la mañana arribaban los primeros grupos de trabajo que ocupa-
ban la cocina, una habitación, el patio delantero y el trasero. En horas del
mediodía se producía el recambio y se volvían a ocupar los mismos espa-
cios que en el turno mañana. El ritmo se aceleraba a las cinco de la tarde,
cuando se servía una copa de leche para ciento cuarenta niños. Recién a
las siete de la tarde retornaba cierta calma y disminuía la concurrencia de
personas. A partir de esa hora, las hijas mayores de Violeta se dedicaban
a limpiar la casa, lavar ropa y calentar agua para bañarse y bañar a sus
328 Antropología de tramas políticas colectivas

bebes. Los hijos más chicos esparcían sobre la mesa útiles para realizar
tareas escolares y la madre de Violeta se sentaba en un pequeño sillón y
encendía el televisor.
Las acciones que registré en mi primera visita a la vivienda de Violeta
se relacionaban con la organización de la contraprestación de cuatro ho-
ras diarias en el marco de programas de empleo estatales. La categoría
trabajar con el plan expresaba una modalidad de trabajo específica que
recuperaba pautas del mundo laboral, como la organización de turnos de
trabajo (mañana y tarde), el registro de asistencias e inasistencias, la jus-
tificación de ausentismo y los períodos de vacaciones anuales de quince
días, generalmente durante el mes de enero.
Ese movimiento en función de los planes y el trabajo durante el turno
mañana en el edificio municipal pautaban el día de Violeta. En varias
ocasiones repetía: “Con los planes estoy hace un año y medio, más o
menos, del primer corte que recibí un cupo de treinta”.
Sobre ese intenso movimiento se dibujaron a lo largo de un año y me-
dio innumerables conversaciones y entrevistas con Violeta y con quienes
circulaban por su casa. En esas conversaciones repasamos sus inicios en
política: “Yo creo que empecé a crecer con lo que fue el plan pais y a
partir de ahí, bueno, es como que a medida que vas teniendo experiencia
vas aprendiendo”, sostenía Violeta en una de las entrevistas.
El Programa Alimentario Integral y Solidario (pais) funcionó entre 1989
y 1991 y destinaba sumas de dinero a grupos compuestos por ocho familias
para la compra comunitaria de alimentos. Uno de los trabajadores sociales
del programa contactó a Violeta y Mauricio con promotores de un organis-
mo denominado Ente del Conurbano Bonaerense 16, quienes procuraban
establecer nexos con “líderes barriales” para presentarles una política des-
tinada a la expropiación y la compra de tierras que habían sido ocupadas
irregularmente, como era el caso de Tierra Nuestra. Con el asesoramien-
to y apoyo de los promotores, Violeta y Mauricio formaron una entidad
inscripta como sociedad de fomento, la cual les otorgó un aval frente al
Estado de cara a la sanción de una ley de expropiación y regularización de
la tierra. A través de la sociedad de fomento emprendieron “la pelea por la
tierra” y por servicios urbanos, como electricidad, transporte y escuelas.

16 El Ente del Conurbano Bonaerense recibía su presupuesto del Fondo de Reparación Histórica
del Conurbano Bonaerense. Este fondo destinado, prioritariamente a programas sociales, fue
creado en 1992 por la Ley Nacional 24.073/92 de Reforma Impositiva. Se formó con el 10%
de la recaudación del Impuesto a las Ganancias, girado directa y automáticamente para ser
ejecutado y administrado por el gobierno de la provincia de Buenos Aires (Grassi, 2003).
Manzano: El hacerse y (des)hacerse del movimiento. . . 329

En nuestras charlas fui descubriendo el profundo aprendizaje que habían


logrado tanto Violeta como Mauricio para mover temas (tierra, asfalto,
escuela). Se trataba de un aprendizaje tendiente a movilizar la estructura
institucional del Estado a través de trámites personalizados y expedientes,
así como también de la organización y la lucha colectiva. Otro aspecto que
despertaba mi atención era la incorporación a la política a través de las
políticas (programas alimentarios, de tierra, laborales, etc.). Cuando los
conocí, gran parte de la energía era movilizada para la organización de la
contraprestación de los beneficiarios en programas estatales de ocupación
transitoria.
Durante mi trabajo de campo, comprendí que Violeta compartía con
los referentes barriales de la ftv y los dirigentes de barrio de la ccc el
manejo sobre el lenguaje de las políticas. Todos ellos ejecutaban tareas
vinculadas a proyectos como copas de leche, roperos comunitarios, huer-
tas, manualidades e infraestructura (limpieza de calles, arroyos o zanjas).
Las tareas cotidianas incluían, entre otras cosas, anotar a pobladores en
listados de espera de ingresos a esos programas, completar planillas con
datos de beneficiarios o manejar información sobre días y sedes del co-
bro del beneficio. Los espacios donde desarrollaban su tarea diaria (sus
viviendas particulares u otros) se asemejaban a oficinas atiborradas de bi-
blioratos, planillas oficiales, listados, rendiciones de cuenta, calculadoras
y, en algunos casos, computadoras.
En mi encuentro con Violeta me acercaba a un descubrimiento que no
pude comprender en su momento y que sólo logré dimensionar siguiendo
a referentes barriales como Ana a través de los años. Ese descubrimiento
estaba representado por la movilidad de los referentes o dirigentes barria-
les a lo largo del tiempo por distintos espacios, la cual era posible porque
habían aprendido a manejar en simultáneo el lenguaje de las políticas, de
la administración estatal, de los partidos y de la lucha colectiva. Perso-
nas como Violeta habían contribuido a dar vida a la forma movimiento
pero de manera simultánea ese movimiento era reconfigurado y re-creado
en los múltiples espacios por los que habían aprendido a circular y que
clamaban situacionalmente exclusividad de pertenencia.
Violeta también estaba interesada en mejorar la vida de las personas
que día a día visitaban su casa; en una oportunidad me dijo: “Yo no puedo
hacer nada con lo que me cuentan, son historias terribles, de violaciones,
abusos, pero por lo menos escucho y quiero que entre el grupo también se
escuchen”. El manejo de lenguajes de las políticas, los partidos y la lucha
330 Antropología de tramas políticas colectivas

colectiva parecía ser insuficiente para enfrentar historias de “sufrimiento”.


Esta observación me conduce a otro contexto de mi trabajo de campo,
puesto que con la ccc aprendí sobre las formas de hacerse del movimiento
a partir de la regulación de conductas.

Cuarto contexto: Las conductas


En el mes de abril de 2002 participé de un encuentro masivo y público en
el barrio Santa Emilia que se denominó “Medicina Social y Salud para la
Lucha”. Santa Emilia limitaba con el barrio Tierra Nuestra y también se
había conformado a inicios de la década del 80 como parte de un proceso
de ocupación de tierras mediado por autoridades municipales.
Juan accedió a un terreno en Santa Emilia a través de personas co-
nocidas y bajo la inscripción en una oficina municipal. En el año 2003,
cuando lo conocí personalmente, era el principal referente nacional de los
desocupados de la ccc. En una entrevista que le realicé en el año 2004,
narró su arribo a Buenos Aires en la década del 60 desde Salta, su pro-
vincia natal. Relató su ingreso en la década del 70 a “círculos de lectura”
sobre la Revolución Rusa, la Revolución Cubana, la Revolución Cultural
de China, el marxismo, el maoísmo, el peronismo y la historia del sin-
dicalismo argentino. En esa década también se había empleado en una
fábrica de productos lácteos; allí fue elegido delegado y, más tarde, miem-
bro del respectivo sindicato. Tiempo después inició su militancia política
en el Partido Comunista Revolucionario 17. Una vez en el barrio, junto con
otros pobladores –que también tenían una trayectoria como delegados sin-
dicales y muchos habían sido militantes en los partidos comunistas de sus
países de origen: Uruguay, Chile y Paraguay– fundó la Junta Vecinal en
1987.
A través de la trayectoria de Juan, el barrio Santa Emilia se erigió como
ícono del trabajo de “base” del Partido Comunista Revolucionario, y en
él confluyeron diversos “profesionales” vinculados a esa fuerza partidaria
(médicos, maestros, psicólogos, abogados, trabajadores sociales y estu-
diantes universitarios) con el propósito de impulsar diferentes acciones en
torno a la salud, el cuidado y la protección de las mujeres, la alfabetización
y la atención de niños y jóvenes.
17 El Partido Comunista Revolucionario sigue una orientación maoísta y propone la toma insu-
rreccional del poder del Estado. Se conformó en 1972 como una escisión del Partido Comunista
de la Argentina.
Manzano: El hacerse y (des)hacerse del movimiento. . . 331

El Dr. Pinto era uno de los médicos militantes del Partido Comunista
Revolucionario que se dedicó a la tarea de crear una sala de salud en el
barrio Santa Emilia. Fue también quien organizó el encuentro “Medicina
Social y Salud para la Lucha”. En el salón de actos del edificio escolar don-
de tuvo lugar el encuentro, el Dr. Pinto ofició como principal anfitrión;
luego de entonar las estrofas del Himno Nacional Argentino, mencionó a
distintas personas para que ascendieran al palco y ofrecieran su testimo-
nio a quienes allí estábamos. Primero, subieron integrantes de la Junta
Vecinal, que, convertidos en activos militantes de la ccc, en sus discursos
enfatizaron la historia de lucha por la tierra, la lucha de los desocupados
y la lucha del Dr. Pinto en la salud como parte de una misma causa.
Tras ellos, el personal de salud de la sala concentró su relato en las tareas
de prevención sanitaria y en la pelea por conseguir equipos para mejorar
la atención. Posteriormente, ofrecieron su testimonio mujeres del barrio
transformadas en agentes sanitarias. Finalmente, desfilaron tres jóvenes
que habían resultado heridos con bala de plomo el 20 de diciembre de
2001, cuando los miembros de la ccc procuraron ocupar la ruta 3 y fue-
ron desalojados por fuerzas de seguridad. Los jóvenes saludaban alzando
sus manos mientras el doctor los nombraba, nos informaba sobre el tipo
de heridas sufridas y destacaba el heroísmo de los muchachos. También
recordó a otro joven del barrio, El Pola, quien a diferencia de los homena-
jeados había muerto cuando intentó asaltar un camión de distribución de
bebidas gaseosas. El Dr. Pinto pronunció: “Es una vida que se nos fue de
las manos y no pudimos salvarla; también fue víctima de este sistema”.
Las notas de campo sobre mi primera estadía en el barrio Santa Emilia
destacaban la organización colectiva y detallada de cada aspecto del en-
cuentro, la escenificación y la apelación al relato testimonial. Transcurrió
bastante tiempo hasta mi próxima visita puesto que en el año 2002 me
concentré en mis vínculos con Violeta y Ana, y acompañé la vida del mo-
vimiento a través de la ftv. La vuelta a Santa Emilia se inició en 2003,
cuando encontré al Dr. Pinto en un corte de ruta y procuré entablar un
diálogo con él. Desde el año 2003 hasta el 2006, frecuenté de un modo per-
manente el barrio; primero tomé parte de las actividades organizadas por
el Dr. Pinto, como las clases semanales para entrenar a agentes sanitarios,
la actividad de la sala de salud y los encuentros que aquel mantenía con
jóvenes con problemas de “adicción”, a quienes conocía de niños.
Un intenso movimiento de personas otorgaba particularidad a la sala
de salud. En la planta baja, mujeres, niños y ancianos aguardaban por la
332 Antropología de tramas políticas colectivas

atención de los médicos. Jóvenes que trabajaban con el plan entregaban


turnos y ordenaban la espera. Las agentes sanitarias se distribuían en
distintas tareas: un grupo entregaba medicinas en una farmacia creada
desde que el movimiento había “logrado” que se implementara en la salita
el Programa Remediar, dependiente del Ministerio de Salud de la Nación;
el otro grupo se dedicaba a nebulizar niños, medir talla y peso de las
criaturas, curar heridas, preparar inyectables, aplicar inyecciones y medir
la presión arterial. En horas del almuerzo se aceleraba el movimiento; se
formaba una extensa hilera de personas que portaban recipientes para
retirar raciones de alimentos que se distribuían como parte del comedor
comunitario que funcionaba allí con subsidios estatales.
En uno de los tantos días que visité la sala de salud, Gaby permanecía
sentada en un rincón de la cocina; su trabajo en el comedor comunitario
consistía en limpiar y picar verduras. Iniciamos nuestra conversación tra-
tando temas varios y sin mayor significación, pero en el transcurso de la
charla Gaby me comentó: “La semana que viene no voy a venir a trabajar
porque el 7 de diciembre es el cumpleaños de mi hijo El Pola y quiero
comprarle una plaquita para ponérsela en el cementerio”.
Hacía tiempo que conocía a Gaby y el Dr. Pinto me había anticipado
que ella era la madre de El Pola. Desde mi vuelta a Santa Emilia advertí la
centralidad que había asumido la figura de El Pola para algunas personas;
no sólo había sido homenajeado en el Encuentro “Medicina Social y Salud
para la Lucha”, sino que sus amigos inscribieron su nombre con aerosol en
una esquina del barrio y solían contarme que una de las salidas grupales
predilectas era visitar la tumba de El Pola en el cementerio.
Esa vez era la propia Gaby quien me hablaba por primera vez de su hijo;
progresivamente sus ojos se enrojecieron hasta que finalmente irrumpió
en llanto, y entre sollozos repetía desconsolada: “Por qué crecieron. . . Por
qué tuvieron que crecer”. Gaby abrió un relicario con forma de corazón
para mostrarme una foto de El Pola en la que se lo veía prolijo, con el
cabello engominado y vistiendo una camisa blanca, porque era el día en
que se había consagrado padrino de bautismo de su sobrina. El Pola tenía
diecisiete años cuando el 4 de mayo de 2001 consiguió un arma de fuego
e intentó asaltar a un repartidor de gaseosas en el barrio, pero recibió
un disparo y murió horas después en el hospital central de La Matanza.
Gaby recordaba la ayuda del Dr. Pinto, quien atendió a su hijo herido,
y también la de Adelina, vicepresidenta de la ccc, que tomó la tarea de
acompañarla en un auto hasta el hospital. Tras la muerte de El Pola, Gaby
Manzano: El hacerse y (des)hacerse del movimiento. . . 333

visitaba semanalmente a su hijo mayor, que se encontraba encarcelado en


una prisión, cuidaba de su nieto, de la pareja de su hijo, y de sus hijos
menores.
Durante el trabajo de campo, me impactó la manera en que las per-
sonas relataban experiencias de “sufrimiento” similares a la de Gaby y
las atestiguaban exhibiendo marcas en sus cuerpos (cicatrices de balas
y cuchillos, pérdida de miembros en las extremidades, ceguera progresi-
va, tatuajes con el nombre o el rostro de parientes asesinados, etc.). Con
relación a esto, también despertó mi atención cómo la ccc procuraba re-
gular colectivamente los procesos de “sufrimiento social”. La regulación se
ejercía exaltando lo colectivo, publicitando las acciones y promoviendo la
confesión pública.
En el patio central de la Escuela Blanca –edificio de la ccc próximo
a la sala de salud– conversé con las personas que allí se acercaban co-
tidianamente. Participé de reuniones semanales de dirigentes barriales y
de asambleas efectuadas todos los días sábados; también entrevisté a la
mayor parte de los líderes de la ccc. A partir de esos encuentros y de
la recopilación de un documento interno de la organización denominado
Guión de Discusión Política 18, identifiqué un conjunto de normas a partir
de las cuales el movimiento procuraba intervenir sobre las conductas de
sus miembros. Una serie de “prescripciones” se dirigían a quienes aspi-
raban a convertirse en dirigentes: trabajador, estudioso, humilde, activo
para discutir y difundir las ideas del movimiento, para confrontar otras
ideas, y para interpretar sus propios errores y modificarlos. Por otro la-
do, se publicitaban prohibiciones generales, como la ingesta excesiva de
alcohol, el consumo de drogas, el “noviazgo” entre personas casadas, el ro-
bo, las agresiones físicas y el ausentismo en las marchas, los cortes de ruta
y en la contraprestación diaria en los programas estatales de ocupación
transitoria.
La regulación sobre las conductas se ejercía en distintos espacios, como
asambleas, reuniones, encuentros personalizados con líderes de la ccc, y
en las instancias de intervención terapéutica a cargo del personal de la
sala de salud.
En las asambleas las intervenciones se estructuraban en relatos testi-
moniales. Se narraban cambios personales a partir de la incorporación al
18 El Guión de Discusión Política era un documento elaborado por los principales dirigentes de
la ccc. Se trataba de dos hojas donde se reproducía, de manera sintética y con un lenguaje llano,
la editorial del Semanario del Partido Comunista Revolucionario, y se agregaban informaciones
sobre los programas de empleo.
334 Antropología de tramas políticas colectivas

movimiento. Se pedía públicamente disculpa debido al incumplimiento de


normas, centralmente la ausencia en cortes de ruta o movilizaciones. Se
agradecía la obtención de vacantes en programas de empleo y se reprobaba
la actitud de otros. A la par de las asambleas, se destacaban dos proce-
dimientos para negociar el incumplimiento de normas: cartas dirigidas a
los líderes de la ccc y entrevistas personales con Adelina.
En la división de tareas entre los tres integrantes de la Mesa Ejecutiva
de la ccc, Adelina –la única mujer– se encargaba de escuchar los argu-
mentos que exponían todos aquellos que habían incumplidos normas y
que aspiraban a ser reconocidos como prioridades. Ser reconocido como
prioridad implicaba evadir el cumplimiento de asistencia a marchas, cor-
tes de ruta y, en algunos casos, también a la contraprestación de cuatro
horas diarias en programas estatales.
A lo largo del trabajo de campo pude observar cómo las personas espe-
raban en el patio de la Escuela Blanca con el objetivo de conversar con
Adelina; por lo general, traían pequeñas bolsitas de nailon que guardaban
papeles. En el transcurso de mis visitas fui descubriendo el contenido de
esas bolsitas: recetas médicas, diagnósticos de enfermedades, órdenes para
tratamientos, etc. Quienes formaban fila conversaban entre sí y competían
en el relato sobre la agudeza de sus dolencias. Se ponía en juego un meca-
nismo encadenado de argumentación, convencimiento y concesión. Quien
procuraba convencer apoyaba su relato en la veracidad que conferían los
certificados médicos. De todas formas, el reconocimiento descansaba so-
bre la confianza personal que depositaba Adelina. En este sentido, cáncer,
tuberculosis, hiv, problemas de “alcoholismo” y “drogadicción” encabeza-
ban el rango de padecimientos que configuraban el modo operatorio para
definir prioridades. Asimismo, se encontraban en mejores condiciones para
ser reconocidas aquellas personas que demostraban voluntad de recupe-
ración por medio de la participación en espacios habilitados por médicos
y psicólogos de la sala de salud.
En mi vínculo con integrantes de la ccc aprendí sobre un movimiento
que procuraba hacerse cotidianamente a partir de la transformación de
los sujetos y de la regulación de las conductas. Además, me re-encontré
con aquellas personas que participan del movimiento de desocupados pa-
ra comprender que sus aspiraciones, expectativas y sentidos se modelaban
en diversas experiencias: la asistencia a iglesias evangélicas, la imputación
de delitos y las energías cotidianas dispensadas en el seguimiento de cau-
sas judiciales, el ingreso y egreso periódico de prisiones, los tratamientos
Manzano: El hacerse y (des)hacerse del movimiento. . . 335

médicos, las desventuras de las relaciones de pareja, las situaciones de


“violencia doméstica”, la crianza de los niños y, sobre todo, los conflictos
con hijos adolescentes referidos al uso de drogas, alcohol o robos.
Se debe destacar que parte de esas experiencias se incorporaron co-
mo problemas a ser procesados colectivamente; en este punto sobresalían
las actividades desarrolladas por la ccc, tales como la implementación
de talleres sobre “violencia doméstica”, la construcción de refugios pa-
ra mujeres golpeadas, la formación de grupos de autoayuda para jóvenes
con problemas de “adicciones”, y la puesta en marcha de un proyecto de
entrenamiento de “letrados populares” para que asesorasen sobre causas
judiciales.

Concluir para echar a andar


Los cuatro contextos de trabajo de campo seleccionados en este capítulo
representan el tránsito desplegado en mi recorrido etnográfico y, al mismo
tiempo, lugares que coexistían y se fundían espacial y temporalmente.
En cada uno de estos lugares aprendí sobre las formas de hacerse del
movimiento en la historia y los vínculos locales, en el lenguaje del Estado
y de las políticas estatales, en los modos aprendidos de hacer política de
referentes o dirigentes barriales, y en la regulación (moral) de las prácticas
y las conductas.
Mi circulación etnográfica por los cortes de ruta, el edificio municipal,
la casa de Violeta, el barrio de Ana, las manifestaciones públicas, las
asambleas, la sala de salud y las sedes centrales de la ftv y la ccc se
asemejaba a aquella que realizaban las propias personas que conocí.
En una importante etnografía sobre piqueteros en la zona sur del Gran
Buenos Aires, la antropóloga Julieta Quirós (2006) propuso tomar como
sujeto de análisis a las personas que participaban en actividades de los
denominados movimientos piqueteros. Esa propuesta partía del supuesto
de que la vida contenía otras dimensiones a través de las cuales formar
parte de un movimiento podía tornarse inteligible. Quirós enfatizó que las
personas no se encontraban separadas en el Gran Buenos Aires entre pero-
nistas y piqueteros, tampoco entre organizaciones piqueteras. En otras pa-
labras, la imagen del mundo escindido que aparecía en la literatura sobre
movimientos sociales en Argentina, entre partidos/movimiento/Estado y,
especialmente en el Gran Buenos Aires, entre peronistas y piqueteros, se
336 Antropología de tramas políticas colectivas

anulaba en el seguimiento etnográfico de las tramas de relaciones interper-


sonales que anudaban a las personas y las incorporaban a la vida de los
movimientos, del peronismo y de diversas propuestas estatales (Quirós,
2006).
Hacia el final de mi trabajo recién estuve en condiciones de compren-
der la similitud entre mi circulación etnográfica por distintos espacios y
la de aquellas personas que conocí. En los inicios de mi investigación, la
separación que advierte Quirós modelaba en parte mis puntos de partida
para la observación y el análisis. Es cierto que a partir de observaciones
de los cortes de ruta enfaticé los problemas contenidos en la definición de
los movimientos sociales como una forma autónoma respecto de partidos
políticos y del Estado. Se trataba de definiciones normativas sobre los mo-
vimientos sociales heredadas de estudios sobre “transición democrática”
en América Latina (Manzano, 2007, 2008). En cambio, mis perturbacio-
nes estaban fundadas en esa misma concepción que tendía a separar, en
mi caso: la casa de Violeta y la municipalidad de la vida en movimiento.
Separación que la propia Violeta reforzaba al mencionar reiteradamente
que “ya no trabajaba más con Luis”. De este modo, gran parte del tiempo
que realicé trabajo de campo creí que estaba errada la elección del lu-
gar, que en la casa de Violeta poco aprendía sobre el movimiento puesto
que ofrecía posibilidades para investigadores interesados en otro “objeto
de estudio”; por ejemplo, la implementación de políticas y la mediación
política.
A medida que avanzaba la investigación, los distintos contextos en los
que transcurría mi trabajo de campo lograban unidad apelando al sentido
de la historia compartida. Entonces, Violeta, aunque fuera del movimien-
to, compartía historias en la lucha por la tierra, en creación de centrales
sindicales y de partidos políticos, en la implementación de políticas so-
ciales, y en el compromiso en cortes de ruta y movilizaciones. En esta re-
construcción de la unidad por los efectos de las trayectorias, tradiciones y
procesos históricos, de algún modo perdía el potencial creativo/productivo
de los sujetos que tanto me interesaba comprender.
Las sucesivas re-visitas sobre mi material de campo, motivadas por otros
diálogos y otras teorías que se iban acumulando, me ayudaron a compren-
der que los sujetos producen colectivamente diversas formas políticas a lo
largo del tiempo y de manera simultánea. Cuando llegué por primera vez
al distrito de La Matanza, allá por el año 2000, la acción directa, como
ocupaciones, cortes de ruta y marchas para reivindicar al Estado, impri-
Manzano: El hacerse y (des)hacerse del movimiento. . . 337

mía la tonalidad principal a la tarea de hacerse del movimiento. Miembros


de sindicatos, cargos electos, como concejales y el intendente del gobierno
local, y quienes tomaron parte de las organizaciones de desocupados pro-
dujeron o quedaron constreñidos en formas de acción directa. Es decir, la
acción directa no constituye un efecto simple de la movilización colectiva
sino un modo de producir movilización colectiva en el que sobresale la
puesta corporal en la ruta, en la calle o en la ocupación de edificios gu-
bernamentales. Este punto quizás sea más claro comparado con mi campo
de trabajo actual sobre movimientos de vivienda en la Ciudad de Buenos
Aires, los cuales producen acciones para movilizar la mediación de una ley
que años atrás contribuyeron a crear. Así, el movimiento se hace en me-
sas de trabajo en la legislatura o en el transcurrir diario de innumerables
reuniones y talleres.
En suma, en un trabajo que presenté hace un año (Manzano, 2009a),
insistí sobre el carácter productivo de prácticas como las ocupaciones de
ruta, tierras y edificios gubernamentales. Hasta mi tesis doctoral, defen-
dida en el año 2007, describía al Estado como interlocutor de demandas,
pero una nueva mirada puesta sobre el carácter productivo de las mencio-
nadas prácticas no sólo me permitió entender cómo los sujetos producían
movimiento sino como producían “funciones” de Estado. En un trabajo
reciente, Quirós (2010) también nos invita a pensar sobre la producción,
mostrando cómo las personas en movimiento producen relaciones sociales,
los principios de derecho que las regulan, objetos socialmente significati-
vos, así como también se producen a sí mismas.
Volver la mirada hacia los sujetos que producen –movimiento, parti-
do, personas, políticas de Estado, etc.– nos habilita preguntas relativas a
las condiciones históricas y materiales en las que producen. Para el Gran
Buenos Aires nos plantea interrogantes sobre el proceso de producción
en el que actualmente estará dispensando su energía Violeta, así como
también todos aquellos que fueron definidos como referentes o dirigen-
tes barriales. Nos aproxima a una reflexión sobre el trabajo continuo de
los sujetos, aunque no aparezca visiblemente bajo la forma de protesta
o acción directa. Nos alerta sobre la reducción o anulación de esa tarea
de producción continua a la descripción del funcionamiento de formas
–movimiento piquetero, ocupaciones de tierra, organizaciones, cooperati-
vas, etc.– y sobre la debilidad de aquellas construcciones analíticas que
establecen conexiones a través de formas, utilizando términos tales como
338 Antropología de tramas políticas colectivas

antecedentes, emergencia, orígenes; por ejemplo, la afirmación de que las


ocupaciones de tierra son antecedentes del movimiento de desocupados.
A lo largo de mi trabajo de campo encontré personas en movimiento
antes que un movimiento social a imagen de las definiciones sociológicas.
Personas que colectivamente, bajo circunstancias históricas y materiales
precisas, producen relaciones sociales que en distintos contextos aparecen
condensadas en la forma de movimiento. Se trata, entonces, de un hacerse
y (des)hacerse continuo del movimiento en el que sobresale la tarea de
producción –colectiva– de los sujetos.

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