caen lamentos del cielo en la tarde de un 5 de mayo y ríos ajacarandados se enredan en las calles.
Y vuelve a llover en ciudad de México,
ahora gimen gotas de plomo, gritos de pólvora, y deseos de albergar cunas, en septiembres de hojas secas.
Los caminantes no toleran
olvidan la historia, abandonan las guerras viejas y devoran pobladores inexistentes con odios que amanecen.
Los amantes se derrochan,
no perdonan esperas, no posponen alientos, y atrasan los relojes de algarabías inaplazables.
La mujer de ojos entreverados
pone a danzar sus furias con el acecho de treintitrés víboras. La mujer cegada me percibe y ofrece a mis silencios, sus basiliscos como dádivas. Yo me dejo entrelazar del viento, evado la insaciable mirada de un hombre que no importa, respiro el sur, olvido el infierno, y me pierdo sosegada en tu ojos que, sin pausas, muerden mis pechos.