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Crónica de ciudad:

Bajo los cielos del blanco y negro:


más negro que blanco.

Por:
Adriana Villamizar Ceballos

"Maldito seas Satanás, quítate el antifaz, en ese espejo no cabemos los dos"
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Fito Paez

Bajo los cielos del blanco y negro:


más negro que blanco.
El sol deja de acariciar para convertirse en el primer causante de las varias
molestias epidérmicas cuando son las diez de la mañana. La estación subterránea
recién inaugurada que en vez de Buenavista debería llamarse, aunque rime,
Buenautopista, porque al salir no hay más que explayadas de cemento, despide
olores excesivos a limpiadores que prometen eternidades en lavanda, vainilla
suave, limón arrancagrasa y rosa primaveral.
Al llegar a la última escalera de la salida del metro, me pregunto si mi indumentaria
logrará camuflarse perfectamente, como el personaje de Zelig que se transmuta en
todos los lugares a donde llega; pero demasiado rápido "me cae el 20" y compruebo
que no soy ni la sombra, ni estoy un poco cercana, aunque mi blanco y negro, más
negro que blanco, es, tal vez, demasiado impecable para asimilármeles.
De todas maneras, me adentro a ese mundo de los opuestos universales, a ese lugar
de culto satánico y sabatínico, del rito y del fuego, que imita a los ancestros y se
reúne para brindar una ceremonia a las voces inquebrantables del Rock. Allí, es
donde verdaderamente están los demonios, los mounstruos, es la residencia de
Belcebú, Nosferatu, y Luzbel en las calles de Rebeldes, Punketos, Metaleros,
Leprosys, Anti sociales, Haraganes, Yonquis, Fanáticos bastardos, Bacterias y
Especímenes.
Sigo a un grupo de ocho, ¿son mujeres?, ¿hombres?, ¿hermafroditas? Todos llevan
trajes de gala para el encuentro y la celebración semanal bajo el sol del Chopo:
gabardinas aterciopeladas, pantalones, botas largas en cuero, o plataformas con más
de veinte centímetros y chaquetas; todo completamente negro, y como un foco que
destella, una camisa de boleros sesentera, impecable y blanca. Y para sobresalir

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más: aretes, cadenas, colgandijos, taches, pulseras y accesorios que hacen el amor
con la muerte.
Ellos me miran agresivamente, pero esa es su forma de decir: "bienvenida, ésta
también es tú casa", sonríen con sus rostros maquillados góticamente, figuras
geométricas y tiniéblicas en los ojos; en la boca también, y ¿el color existe?,
¿dónde brilla?, en sus cabellos decorados con rojos granate, naranjas, verde limón,
púrpuras deeps y amarillos encendidos.

"Soy el Dios del mal y no amo las drogas pero las drogas me aman a mí"
Marilyn Manson
Avanzo junto al grupo y me adentro en lo que podría ser una simple feria de
pueblo, un tianguis de comidas y mercancías, pero no es así. En el lugar donde
Marilyn Manson es el rey, no puede existir la normalidad, la etiqueta, la pulcritud y
menos aún, la pureza rosita de Hello Kitty.
Marilyn por la amada Monroe y Manson, por el temido asesino Charles Manson,
¿la mezcla perfecta del bien y el mal?, héroe o antihéroe perfecto que como dice él
mismo, los jóvenes convirtieron en su Dios porque necesitan que "alguien venga y
les muestre el otro lado". Este demonio del rock que dejó como hermanitas de la
caridad a Deep Purple, Joe Cocker, Kiss, Nirvana y Metállica, parece que caminara
tranquilamente en cada rostro que transita estas calles con andares andróginos. Él,
que se ordenó como sacerdote en la iglesia de Satán, maltrata la bandera de los
Estados Unidos para seguirles diciendo: "yo soy algo que ustedes han creado de su
propio miedo", se da el lujo de vender cuatro millones de copias de su álbum
Anticristo superestrella y por si fuera poco, muchos aseguran que se quitó las
costillas para autopracticarse sexo oral; entre otras cosas, ¿qué diría acerca de esto
el "honorable" estado de Yucatán y su nuevo parágrafe del código penal?
Pero en los alrededores de la calle Aldama en la Colonia Guerrero no hay
necesidad de negar la entrada a honorables miembros de consejos en bien de la

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moral, sencillamente: jamás se internarían en ese lugar que para ellos puede ser
más peligroso que la inexpugnable selva Amazónica. El paso tiene vía libre sólo
para los amantes del rock y todas las expresiones que nacieron a partir de él.

"Father: i waned kill you...Mother: i waned fuck you"


Jim Morrison
Y aunque ahora sea el santuario de Manson, de todas maneras hay espacio para los
que él ha transformado en príncipes y princesas. Por ello, al adentrarse un poco se
encuentran también los tributos a mis personajes más cercanos. Me topo
asombrosamente con Jim Morrison en escala 1:1 y pienso en cómo quisiera tener
este poster en mi cuarto, pero de sólo imaginar la cara de mis padres si cargara con
este retablo después de atravesar el Océano Pacífico, decido mirarlo desde lejos y
solamente tarareo: "come on baby, light my fire". Me adelanto un tanto para
olvidarme de que los ojos de Jim me sonrieron, desde allá, desde donde esté.
Y ahora, cuando el día raya en las once treinta, escucho unos colgandejos y unas
pulseras que me parecen conocidas, claro, también está Janis, la sabia Janis que
canta Summertime y llora por todo aquello que "quiso y nunca pudo ser".
El sol golpea inclemente y yo sigo sin entender cómo hacen para soportarse tanto
traje negro y apeluchado encima, me da calor por lo que sienten sus cuerpos, pero
sigo en mi aventura y piso fuerte con unas botas moradas, claro está, porque son mi
color obsesivo y permanente. Me aseguraron que son las genuinas Dr Martens y
que "el único lugar donde se consiguen es aquí", pero lo que realmente tengo
seguro ahora es que este mes va a ser equivalente, sin que me adivinen el futuro, a
"trabajos y penurias" y todo porque tenía estas ganas locas de caminar con el
violeta en todo el cuerpo.

I know you think you're the Queen of underground...


Send me dead flowers by de U.S. mail, send me dead flowers at my wedding"

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Rolling Stones
Más adelante entre el humo con olor también a violeta pero contramarcada como
proveniente de la India, sandalowood, rosas de amor, ámbar y otra gran cantidad y
diversidad de esencias, hay espacios para hacerse un tatuaje ya sea de los años de
Woodstock o de marcas registradas como en los Doce monos, para cualquier antojo
y en el lugar donde se quiera, lo único necesario es quitarse la prenda que cubre la
piel virgen de grabados. Y en el mismo lugar, un muchacho con no menos de diez
perforaciones en el rostro se acerca a pedir un tornillo en plata para el centro de la
barbilla, cierro los ojos y no sé por qué, pero lo imagino ante un detector de metales
y me aturde hasta el soponcio la sinfonía de alarmas.
Ya comienzan a escucharse la batería y dos guitarras eléctricas, la voz del grupo
que se presenta esta semana, se confunde, se pierde, o tal vez se acopla con el
ruidaje de la fábrica que cerca las calles del chopo. No entiendo muy bien lo que
dicen, pero es español, rock en español que por allá en los años 80´s tuvo su mayor
apogeo, razón clara por la que este lugar de culto también se acerca a esa edad a
pesar de que gran parte de los fundadores tengan los pelos más largos y las ropas
más andrajosas, allí permanecen firmes desde hace diecinueve años haciéndose
llamar "artesanos y poetas del Chopo".
A pleno medio día, cuando se acerca ya la una de la tarde los pasillos del Chopo se
parecen a la entrada de los vagones en el metro Pino Suarez a las ocho treinta de la
mañana, me dejo arrastrar despaciosamente sintiendo en la espalda como armas los
compactos que ofrecen los vendedores esporádicos. Los maquillajes perfectos en
rostros de hombres y mujeres empiezan a correrse por el sudor inminente, yo, pido
a gritos una lata roja y me regaño por igualar la sed con la que al comienzo de sus
días fue considerada un menjurje de chamanes.
Y precísamente, me encuentro con un hombre que parece un indígena chamán, lo
llaman "Pájaro" y lleva puesto un pantalón lleno de pequeñas calaveras, me ofrece
un overall en pana negra, por supuesto; le digo que me va a quedar como prestado

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pero insiste y me hace entrar a su local para él mismo ponerme sobre mi atavío el
mameluco que ahora está en mi armario, porque los dotes de vendedor del Pájaro
son verdaderamente indiscutibles.
Dos o tres locales más adelante hay un hombre de barba y mocasines que parece
más profesor universitario e intelectual que tianguista del Chopo. Por eso su puesto
tiene que estar acorde con la indumentaria y es el recinto del cine empaquetado en
videocassettes de "la más alta calidad" con títulos tan tentativos como El libro de
cabecera, Nosferatu, El acorazado Potemkin, El oscuro objeto del deseo, y autores
como Angelopoulos, Polanski, Scorsese, Godard, Wenders y Truffaut, entre
muchos otros. Me toca huír antes de comenzar a conventirme en cliente fiel y
asidua del lugar.
"But I'm just a poor boy and nobody loves me... Spare him his life from this
monstrosity...Beelzebub has a devil put aside for me, for me, for me..."
Freddie Mercury
Comienzo a molestarme porque no veo ni una infeliz camiseta con mi ídolo que
con su maravillosa voz pudo cantar sin aspavientos a dúo con Monserrat Caballé,
pero antes de ponerme a discutir, encuentro el templo de Freddie: videos, una y mil
camisas estampadas, fotos de cuando tocaba el piano con sus uñas pintadas de
negro, y la malla de arlequín, ahora lo que me da es mucha rabia por no tener el
dinero necesario para comprar el local entero. Salgo entonces corriendo antes de
que peligre hasta mi boleto del metro. Me quedo mirando al que dijo que era más
famoso que Dios y vuelvo a preguntarme, nostálgicamente, hasta dónde puede
llegar el fanatismo por un cantante que se convierte, con todos sus aditamentos, en
el modelo de vida de una y otra generación.
Luego me olvido de tristezas que tienen más de veinte años y suelto una carcajada
con ganas porque Mick sigue sacando la lengua y Charlie Watts sigue tocando la
batería aunque sus nietos se burlen de él, porque no admiten que este "anciano
venerable" pueda tener la energía que ellos seguramente no han logrado sentir.

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Hace un calor más insoportable que el de un desierto cuando acaban de descubrir
una pirámide con más años que Nefertiti, el problema es que no sé si será más fácil
devolverme para comer Jícama con limón y sal en el local de frutas, verduras y
chicharrones con el más picante chile, o dejarme llevarme por este río de Darks que
ahora se han apropiado de la angosta calle, cuando son las tres y treinta de la tarde
y ya empiezan a crujir hasta las tripas.
Casi veinte minutos después logro disfrutar de la fruta helada con el sabor ácido del
limón, pero como me arden los ojos de sólo oler el chile, me acerco al grupo que ya
comienza a bailar con las descargas eléctricas. Ya el olor a mariguana se estaciona
a unos pocos centímetros de las fosas nasales, tal vez por eso avanzamos a pasos
lentos y adormilados que no distinguen si es el sol el causante de la modorra, o es
el cannabis que hace sus efectos esperados.
La música se acelera y el público también. Ahora bailan Slam y yo me siento más
ancianita que Keith Richards, retrocedo para no ser poggeada y sólo observo con
embeleso cómo han cambiado las formas de sentir y repartir afecto. Al fondo la
calle comienza a despejarse, el reloj me avisa que son las cinco de la tarde y mi
cuerpo entero resentido por lo que seguramente se podrá diagnosticar fácilmente
como una insolación, me advierte que ya es hora de regresar.
El Pájaro me manda un beso con una mano, mientras con la otra recoge las varillas
que sostenían su local, me dice que la próxima semana tendrá ropa más "chida"
para probarme y yo le respondo que seguro aquí estaré para entrar al cielo del
blanco y negro, más negro que blanco, porque el dark es el astro resplandeciente
aunque el otro asteroide pretenda seguir siendo el único.

Adriana Villamizar Ceballos

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