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Semiótica de la pandemia: ¿Ignoramos cuánto ignoramos?


27 marzo, 2020 

Por Fernando Buen Abad

Sabiendo, muy relativamente, todo lo inédito del episodio que nos impone el nuevo
coronavirus (y en general las amenazas a la salud púbica), habríamos de exigirnos dosis
generosas de humildad, opuestas radicalmente al tonito doctoral de algunos «expertos»
oportunistas con micrófonos o con títulos

Una lista larga de palabras, gestos, tecnicismos y decisiones proferidas por «autoridades», de
extracción muy diversa, abrió un campo semántico «nuevo» en el que reina la ignorancia -o la
confusión- de las mayorías, y no poca petulancia de algunas minorías especialmente repletas
de burócratas en su peor acepción, con sus honrosas excepciones.

Sabiendo, muy relativamente, todo lo inédito del episodio que nos impone el nuevo
coronavirus (y en general las amenazas a la salud púbica), habríamos de exigirnos dosis
generosas de humildad, opuestas radicalmente al tonito doctoral de algunos «expertos»
oportunistas con micrófonos o con títulos.

Eso no implica suspender «lo categórico» de las recomendaciones más útiles para la defensa
de la vida. Aunque existan muchos que confundan humildad con debilidad, nos envuelve un
miedo y una ignorancia enorme que estamos resolviendo planetariamente con ayuda de
algunos talentos científicos no serviles al sistema capitalista. Y algunos «vivos» se
aprovechan de eso.

Tan pronto la enfermedad actual fue declarada pandemia, se generó un paquete de «sentido»
complejo, de dudas y certezas, para un escenario global en el que la salud de los pueblos ha
sido mayormente abandonada a las aventuras mercantiles del capitalismo.

Se trata de una red de «sentido» en la que transitan interrogaciones y recomendaciones,


tamizadas por el miedo (genuino o inducido) y la desconfianza generalizada. En plena crisis
de credibilidad mundial nos piden confianza en su capacidad para manejar una crisis. Justo
donde el neoliberalismo pervirtió más rabiosamente el derecho humano a la salud, ahí se han
multiplicado las muertes de manera desbordada.

Aguardan con obscenidad la multiplicación de los muertos para dar rienda suelta a su circo
macabro, interrumpido por avisos publicitarios. Algunos subieron el rating. Exacerban el
individualismo, deslizan su xenofobia y aplauden soterradamente la lógica del sálvese quien
pueda (o quien más tenga), pero con tono filantrópico burgués; o sea, falso.

Los «noticieros», fabricados por los monopolios de medios, han exhibido toda su estulticia y
su epistemología fascista de la información, aunque la maquillen con sonrisas amables,
medicuchos conservadores y caras de compungidos.

Demagogia de números, nuevamente el sistema, mudo casi siempre de realidad, vuelve a


relatarla casi exclusivamente con estadísticas: cifras, porcentajes, comparaciones y frases
«ingeniosas» para hacer creer que se sienten «muy seguros» con las decisiones que asumen
sin consultar a los pueblos.
Opera una especie de «aristocracia académica» que, con el pretexto de que los pueblos «no
saben», dictan normas y decretos a granel para conducir la crisis por los senderos que, para
ellos, son más seguros.

En la lógica del combate al nuevo coronavirus, reinan los silogismos del «estado presente»,
pero con pueblos desmovilizados a punta de pánico o de verdades a medias. «Todos a su
casa» a fungir como espectadores de las cifras y de las acciones asumidas por quienes dicen
saber qué hacer ante una amenaza de la que saben poco o nada.

Nadie se imaginó una movilización de pueblos que, desde sus casas, desarrolle una
experiencia de crítica política frente a los vacíos de sentido, o contra el relleno semántico
impuesto por el capitalismo para salir ganando, a pesar de la pandemia.

O tal vez por eso mismo, experimentamos la barbarie de una ocupación ideológica cuyo relato
ha desfigurado -profundamente- el tejido social, y ha forzado el sometimiento de
comunidades enteras.

Tal ocupación tiene, por objeto, establecer las hegemonías políticas y militares de la opresión,
y acceder a los territorios de la impunidad absoluta frente al saqueo y la explotación. La
«guerra mediática» es también una estrategia para la apropiación y explotación de la memoria
histórica, de la diversidad cultural, y de la identidad de género. Consumimos el palabrerío
hegemónico como si se tratase de la verdad.

Pero el «sentido» más importante que se produce, en el escenario de la pandemia, es esa


solidaridad humana de la que se habla poco. Esa solidaridad que prospera en el caldo de
cultivo que son las contradicciones de un sistema económico, político e ideológico destructor
a mansalva de fuerzas productivas (identidades y patrimonios culturales), y que ahora se
disfraza de «salvador de la humanidad» vestido con cubrebocas y batas de salubridad.

Nada de lo que hablan los técnicos, los científicos, los políticos, los empresarios y la
farándula informativa del sistema, tiene importancia alguna si no mencionan la base
económica y fraterna que aportan los pueblos a pesar del dolor, de las incertidumbres, de las
contradicciones y los errores que, incluso lógicamente, se han cometido y cometerán en medio
de una situación de «crisis», cuya dinámica no se reduce a la aparición del virus. Hemos
vivido la crisis del capitalismo por demasiadas décadas.

El relato del poder sigue esperando que un «genio individual», en un laboratorio privado, con
dinero y poder suficiente, descubra la «vacuna milagrosa», la salvación de coyuntura que
traerá unos años más de respiro a un capitalismo en corrupción acelerada.

Esperanzas del individualismo para un relato que, con su moraleja, nos adiestra para la
resignación una vez más. Salvo excepciones, como la cubana, se construye un imaginario
burgués que, de antemano, deja en manos de empresas trasnacionales de la salud el negocio
inmenso de hacer, distribuir y vender las vacunas y sus adláteres.

Ni una sola concepción comunitaria de las soluciones, los tratamientos, la responsabilidad


colectiva. «Hay que confiar en los expertos», dicen, como si no supiésemos que todo el
negocio oligarca de la salud, tan desastroso, costoso y mercenario como es, lo han construido
y dirigido sus «expertos». No se puede tapar la lucha de clases con un virus.
Una cosa es segura dentro de toda la parafernalia semiótico-mediática que envuelve y
maquilla a la pandemia de estos días: los pueblos están entendiendo una dimensión de la
barbarie capitalista, que va quedando al desnudo según pasan las horas.

El sistema tiembla por todas partes y, para esconder sus temores, habla en tono «científico»;
derrama el dinero que antes juraba no tener; construye un sentido mesiánico de sí mismo;
descubre recursos donde dijo que no existían, y reinventa soluciones que, aseguró, eran
imposibles.

Quieren demorar, con dinero, el despertar de los pueblos.

Fuente de origen: Granma
EL CAPITALISMO, SUS MÉDICOS Y SUS MEDICAMENTOS.
FILOSOFÍA DE LA SALUD

febrero 8, 2020Fernando Buen Abad DomínguezArtículos

Por: Fernando Buen Abad

Una sociedad enferma lucra, incluso, con las enfermedades

Mientras la salud (o las enfermedades) de los pueblos sean un negociado de mercachifles en el


que estén prendidos como vampiros muchos laboratorios, universidades, instituciones
gubernamentales, hospitales y médicos… mientras existan personas y pueblos enteros sin
seguridad médica… mientras reinen los hábitos y las manías patológicas que inoculan las
mafias publicitarias en contra de la salud pública… viviremos una injusticia monstruosa que se
ha naturalizado como parte del decorado miserable de las sociedades divididas en clases. Todos
los días, durante las madrugadas, las filas de personas a las puertas de los hospitales, en espera
de una consulta, padecen listas enromes de violaciones a los derechos humanos mientras, por
ejemplo, la industria farmacéutica (13 de los 20 más voraces) instalada en Puerto Rico, recibe
beneficios fiscales caimánicos y mueve saludables fortunas en el orden de 60 000 millones de
dólares.

El capitalismo entrena a los médicos, a las enfermeras y a los trabajadores de la salud como se
entrena a un ejército de mercenarios vendedores de análisis cínicos, estudios diagnósticos,
cirugías, medicamentos y terapias. Las materias y reflexiones humanísticas, la conciencia
social, brillan fulgurosamente por su ausencia y precariedad. Les uniforman las cabezas con
aspiraciones y sueños burgueses (estereotipados hasta las náuseas) para que exhiban
impúdicamente su lealtad convenenciera a los negocios de dueños de los laboratorios que ya
antes entrenaron a sus jefes. “Pfizer es actualmente la mayor compañía farmacéutica, y se
reporta 45 mil millones de dólares de rentabilidad. Las empresas multinacionales entre ellas
Glaxo Smith Kline, Merck & CO., Bristol-Myers Squibb, AstraZeneca, Aventis, Johnson &
Johnson, Novartis, Wyeth y Eli Lilly, acapararon el 58,4% del mercado alrededor de 322 mil
millones de dólares en ganancias”.1

Hay que ver los desplantes de prepotencia y petulancia que pasean muchos jefes de sección, de
guardia, de departamento… en cada clínica, hospital o laboratorio frente a las enfermeras, los
estudiantes y los trabajadores que deben aprender primordialmente a convertir su humillación
en buenas calificaciones, diplomas, nombramientos especiales o premios… como la asistencia a
congresos, la publicación de “papers” y los regalitos de los laboratorios. No nos asustan, ni
silencian, los medicuchos que se envuelven con enjambres terminológicos y estadísticos par
inmolarse en el reino de la erudición archi-especializada y donde no sólo no se aceptan las
denuncias más obvias sino que éstas son vistas como desplantes de “mal gusto”. De esos bonzos
demagogos, tecnócratas y burócratas, están repletas las academias y asociaciones de
especialistas… y muchos hospitales. No todos, claro… claro. Pero. Muchos estudiantes son
adiestrados con excelencia “técnica” para sustentar la servidumbre de clase que justifica el
negocito y justifica también algunas dádivas de la filantropía médica que, con su ética
mesiánica, beneficia a algunos pobres en hospitales para pobres y con burocracia para pobres.
 

¿Es esto muy exagerado?

Los médicos, las enfermeras y los trabajadores de la salud suelen ser amaestrados para que
adopten, como suyas y originales, ideas reaccionarias y conductas mediocres. Su heroicidades
se reduce a ser serviles y mansos con el negocio y llevar al reino de su individualismo las
glorias de las cuentas bancarias y los bienes terrenales. Su heroicidad tiene por alma mater una
vanidad inmisericorde entrenada diariamente en el campo de concentración a que someten a sus
“pacientes” y a los familiares de ellos. Muchos “doctorcitos” se hacen pagar su magnanimidad
con agradecimientos eternos, y halagos, gracias a extorsionar a todo mundo con el viejo truco
de regatear información, hablar con tono didáctico y condescendiente, jugar a que el tiempo
nunca les alcanza y sacarse de la manga soluciones milagrosas. Muchas bajo el método de la
escopeta… algún perdigón le pegará a la perdiz. Cuantos más medicamentos ensayen…
mejores regalitos mandarán los laboratorios. Existe un ranquin internacional de premios en
hoteles, líneas aéreas y merchandising variopinto. Lo aprenden los médicos, las enfermeras y
los trabajadores de la salud desde las primeras lecciones.

Sueñan con infectarnos la vida con saliva de burócratas serviles a la carnicería neoliberal son
“doctores” de inoculados de epidemia usurera entre los mercados farmacéuticos caldo infecto
de la demagogia neoliberal el peso de la miseria y el crimen, el hambre, el desempleo, la
injusticia galopante. Nosotros lo pagamos. Ellos se autonombran “doctores” para esconder su
prepotencia y suficiencia de ignorantes funcionales indolentes a la miseria, desnutrición,
hospitales destruidos, escuelas desvencijadas, podredumbre y hediondez a diestra y siniestra.
Depresión, mal humor, desesperanza, hartazgo, tristeza, melancolía rabia… furia… odio.
Cansancio y soledad, trabajadores humillados. Ancianos victimados con indolencia… enfermos
carcomidos por la burocracia. Los niños miran atónitos el futuro que les heredamos. Es una
Monstruosidad. Vivimos infestados de negligencia. Los más pobres están más desprotegidos, no
están bien alimentados, no pueden ir al doctor, imposible pagar medicamentos y en general no
tienen posibilidad de atender su salud. No es poca cosa.

Nosotros sabemos que la guerra contra la medicina corrupta debe ser una guerra contra el
capitalismo, también. El negocio de los laboratorios farmacológicos ha sacado una tajada
monstruosa. Y no hemos visto lo peor. Sabemos que las corporaciones fabricantes de
medicamentos son dueñas de la seguridad de miles o millones de personas. Reina el cinismo.
Sabemos que la crisis sanitaria expresa la irracionalidad capitalista. Los monopolios imponen
sus negocios como si fuesen políticas de salud e imponen condiciones de mercado para
especular con medicamentos y precios. Son dueños de la salud de millones de seres humanos.

¿Y el pensamiento ético en materia de salud?

Está claro que la pachanga obscena de comerciar con las enfermedades, al alcanzar sumas
millonarias en cualquier moneda, requiere gerentes gubernamentales encargados de legalizar la
tranza e idear mecanismos creativos para sacarle más jugo a las víctimas. Por eso construyen
hospitales cuyo sello de clase garantiza un modelo de consumo perfecto para el nivel de
corrupción alcanzado por los “doctorcitos” y sus compinches. Por ejemplo construyen
hospitales para consumir los mil y un productos que, encarecidos a precio de gobierno, mejor
convengan a las empresas proveedoras; por ejemplo gastarán a manos llenas los impuestos de
los pueblos para congraciarse con empresas fabricantes de aparatologías y artículos de toda
índole, para, recurrentemente, tapizar la ruta de las entregas con diezmos a granel para los
intermediarios; por ejemplo pondrán salas de espera, quirófanos, habitaciones, pasillos, oficinas
y salas de urgencias… al servicio de la lógica “fordista” aplicada a la atención médica. Todo
esto tributario de desentenderse rápido de los “pacientes” para que no engorden los gastos que
pudieran amenazar la pachanga de las corruptelas. Hoy, en la obscenidad extrema del sistema
de corrupción médica, los pacientes son obligados a llevar a los hospitales sus sábanas,
tenedores, agua, vendas y bacinicas… no hay muchos médicos protestando por eso.

Muchos médicos, y sus compinches, gustan de celebrar cifras de eficiencia y atención a los
pacientes. Se embriagan en estadísticas exitosas que desbordan gráficas powerpoint, libros,
tratados y enciclopedias. Si cada página editada con guarismos triunfalistas implicara a una
persona atendida con eficiencia… no habría crisis sanitaria en el mundo. Y la medicina habría
dejado de ser una industria burguesa para ser un derecho socialista inalienable.

En la cúspide del alma mater en los médicos medicamentalizados (es decir con la mente puesta
en ayudar a vender medicamentos muchos de ellos innecesarios) están los laboratorios
farmacéuticos anudados todos en una red multinacional de inversionistas que, cómo en todo
comercio, rigen sus tareas por las leyes capitalistas de la oferta y la demanda. ¿Nos sorprendería
saber cuántas veces han inventado epidemias, pandemias y contagios para hacer circular
millones de vacunas, jeringas, pastillas, cremas o ungüentos? La base material capitalista de esta
industria mundial sustenta una cúspide ideológica -metodológica- vestida de “ciencia” en la que
se han protocolizado operaciones técnicas con operaciones financieras donde los que ganan son
los dueños del negociado. ¿Se ofenderán mucho con este retrato?

¿Es poco filosófico?

No son pocos los médicos que viven de mentir y de mentirse. Fabrican fantasías y explicaciones
desopilantes para ganar la “confianza” de sus pacientes-clientes. Si hubiese una colección
mundial sobre las fantasías inventadas por muchos médicos sobre el comportamiento del
organismo humano, y su relación con los químicos prescritos, tendíamos una enciclopedia del
horror monumental. La “filosofía” burguesa de la “industria de salud” ha producido durante su
historia un monstruo insaciable enredado con las más deplorables anécdotas de corrupción e
impunidad. Lo que menos les importa es la erradicación de las enfermedades porque tal cosa
disminuye los ingresos farmacéuticos. No importa que muchos de los productos “médicos” (de
quirófanos, farmacias, hotelería hospitalaria y toda la parafernalia) no tengan eficacia
probada… lo importante es cubrir las metas mensuales en materia de ventas y cobros. Es esa su
“filosofía” y punto.

Su “filosofía” no se compromete con una lucha efectiva contra las enfermedades que agobian a
los trabajadores, lo que importa son las regalías y el secuestro de las patentes para gozar de
exclusividad en el usufructo de una enfermedad y más si se vuelve epidemia. Sin importar (hay
casos de infamias insondables) cuán tóxicas sean para las personas las medicinas, las
operaciones o los tratamientos, ni sus consecuencias colaterales, las enfermedades asociadas ni
la muerte (que el capitalismo también ha convertido en negocio)

Su “filosofía” también consiste en invertir millonadas, para esconder bajo el tapete, los planes
de negocios relativos a la investigación que ellos llaman “científica”. No es el bien social lo que
determina inversiones ni lo que determina las políticas sanitarias… es descarnadamente, la
búsqueda de beneficios financieros privados para un puñado de monopolios alcahueteados por
los gobiernos serviles. Si para eso hay que manipular y falsificar datos, si para eso hay que
publicar revistas, organizar congresos y entregar “premios nobel”… no se detendrá una
industria tan pesada. No tendrá pruritos metodológicos o morales, una industria deshonesta que
se disfraza con la palabra Ciencia para esconder su “filosofía” de los negocios.

La lista de ligerezas y errores con que se maneja la fabricación industrial de medicamentos es


enorme. Hay denuncias y debates que generalmente se esconden porque afean el panorama. La
industria farmacéutica tiene controles sobre la inmensa mayoría de publicaciones especializadas
y las revistas de divulgación científica. La industria farmacéutica gasta fortunas en publicidad y
en regalos para sus médicos favoritos. Se trata de una dictadura del negocio farmacéutico.

Los médicos son la tercera causa de muerte en los EE.UU.: causan 250.000 muertes por año.2
No todos, claro, no todos.

¿Está todo tan mal?

Contamos con Cuba, por ejemplo. Algunas tareas indispensables para superar las patologías
generadas por la industria médico-farmacéutica del capitalismo deberían pasar a estas horas por
la expropiación, sin pago, y bajo control obrero, de todo el negociado obsceno
que hoy deambula impunemente por el mundo. No hay alternativas. El capitalismo es un delito3
y una maquinaria infernal de producir crisis ecológica, enfermedad y muerte. A estas horas es
preciso reformular todas nuestras concepciones teórico-metodológicas en materia de salud y de
políticas socialistas de salud. Aprovechar los mejores logros, los que son realmente útiles y
liberarlos de las garras del capitalismo. Reformular nuestras ideas y preconcepciones sobre el
organismo humano sus interdependencias con la naturaleza toda, su desarrollo y su situación
actual.

Reformular la investigación científica y los principios mismos de la actividad médica adaptados


a la realidad concreta y las urgencias de esta etapa. Transformar los modelos de enseñanza y la
educación médica en todos sus niveles. A estas horas es inexcusable garantizar la salud y los
servicios en condiciones que permitan soberanía política en políticas concretas, democracia
médica revolucionaria, erradicación del rezago médico y de las enfermedades de la pobreza.
Prevención socialista y planificación, educación y la cultura de la salud, empleo digno para los
trabajadores de la seguridad social… afincar una Filosofía socialista de la salud que privilegie la
vida digna como un derecho concreto e inalienable. Vincular el problema de la salud con la
preservación de los ecosistemas. Garantizar condiciones materiales de existencia, justas y
democráticas. Los más avanzados descubrimientos de la medicina no pueden ser propiedad
privada de un puñado de capitalistas. El movimiento obrero debe exigir su nacionalización
inmediata al lado de la nacionalización de los grandes bancos, los latifundios y los monopolios
que someten nuestras vidas a la dictadura del Capital. Sólo una economía socialista planificada
racionalmente podrá desarrollar la riqueza de los conocimientos en materia de salud para
ponerlos realmente al servicio de la humanidad y su desarrollo. Eso será realmente curativo.

1    http://www.militante.org/medicinas-laboratorios-monopolios-y-nuestra-salud

2    http://www.bibliotecapleyades.net/ciencia/ciencia_industryweapons02.htm

3    Antonio Salamanca http://www.aporrea.org/ideologia/a97634.html

Fuente: https://kaosenlared.net/el-capitalismo-sus-medicos-y-sus-medicamentos-filosofia-de-la-
salud/

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