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¿QUÉ ES UNIVERSIDAD?
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Resumen
INTRODUCCIÓN
Voy a iniciar esta participación con tres referencias que me servirán para contextualizar
lo que exprese. La primera es del diálogo platónico ‘Menón’.
El nombre de esta participación me deja en una situación semejante a la que Platón nos
describe al inicio del diálogo. Quiero aclarar que lo que he escrito como respuesta a la
pregunta ¿Qué es la Universidad? lleva la preocupación de que quizá lo más sabio, sería decir
con Sócrates que “me reprocho a mí mismo el no saber absolutamente nada acerca de la
virtud”. Sin embargo esto me permite decir a ustedes, que lo que yo he escrito es más
propositivo y tentativo que resolutivo.
La segunda referencia está tomada de un documento oficial reciente que habla acerca
de la situación académica en las Universidades.
“Las Instituciones de Educación Superior Pública, Universidades y Tecnológicos en México,
atienden el 70% de la matrícula total de estudiantes superiores.
1
Platón. Obras completas. Diálogo Menón. Ed. Aguilar, Madrid 1990. p. 438.
Las Instituciones de Educación Superior han aumentado de sólo 50 en 1981 a 476 en
1995, sin incluir Normales. El 75% de ellas, hasta 1995, tenían menos de 25 años de años de
antigüedad.
El 53% de la matrícula de las Instituciones de Educación Superior lo encontramos en
las Universidades Públicas, el resto en Tecnológicos hasta completar el 70% del que se
hablaba”. 2
2
SEP. ANUIES. CONACyT. Programa de mejoramiento del profesorado de las Instituciones de
Educación superior. 1996.
3
Bonvecchio, Claudio. El Mito de la Universidad. Siglo XXI 4a edición , 1995, México, p. 21.
Voy a ofrecer a ustedes una reflexión personal sobre el tema buscando igualar el
término Universidad con algunos otros términos conocidos de tal forma que se pueda dar una
respuesta tentativa a la pregunta ¿qué hace que la Universidad sea Universidad?, y las
características que de eso se deriven.
La sola identificación de los elementos que configuran una Universidad no bastan por
sí mismos para constituirla como tal; sin embargo, es conveniente primero determinar cuáles
son y después ver cómo estos elementos llegan a ser Universidad.
La Universidad la configuran: los docentes, los estudiantes, los administrativos y el
lugar donde se agrupan. Pero así como identificar y agrupar una serie de proposiciones, no
constituyen con ello una argumentación, sino que éstos deben interrelacionarse de tal manera
que, una de ellas se deriven de las otras, así los elementos de una Universidad no constituyen
por sí mismos la Universidad sino que ésta llega a ser, en el momento en que se
interrelacionan de tal forma que la producción de los saberes, la expresión y confrontación de
los mismos se presenta como resultado de esta interrelación y es que ésta se lleve a cabo bajo
un clima de libertad y de búsqueda; ya que sin este desplegarse y reflexionar, sin este
confrontar el pensamiento, la Universidad no tiene sentido.
Bajo esta óptica, qué es lo que hace que la Universidad sea Universidad? Tres
elementos de interacción:
Pero hay algo que debe haber en esta interrelación y que es un factor para mí
determinante para constituir la Universidad y es que se lleve a cabo en todas las ramas de los
saberes y del arte, sin darle mayor importancia a una que a otra, sino provocando un desarrollo
equilibrado en todas ellas.
Sin esta interacción, sin este equilibrio, sin la confrontación dialéctica de juicios, sin
producción y difusión, bajo un compromiso social serenamente aceptado, sólo tendremos
ilusoriamente una Universidad y lo que se diga de ella será discurso vacío.
En los inicios de las Universidades Europeas, en esa Europa medieval, que algunos se
empeñan aun en denominar oscurantista en forma absoluta, en contraposición con la Europa
de las luces, como si la luz y la sombra se dieran en la historia de modo tal lineal y absoluto y
no como si la historia siempre estuviera matizada de luz y de sombra en cualquier etapa de la
existencia humana; pero dejando esta discusión, decía que las Universidades Europeas surgen
como continuación de las escuelas que unidas a las iglesias, conventos y catedrales se
encargaban de la producción y difusión del conocimiento.
Estas escuelas se convirtieron en “estudios generales” por la diversidad de
nacionalidades de los alumnos y maestros pero sobre todo por la variedad de conocimientos
que ahí se impartían “Es un lugar en el que se agrupan miles de escolares, en el que el
entendimiento puede confiadamente desplegarse y especular, seguro que encontrará
adversarios y jueces en el tribunal de la verdad. Es un lugar donde la investigación es
estimulada y los descubrimientos adquiridos y perfeccionados vuelven inofensiva la
temeridad; el error se manifiesta mediante el choque de entendimiento contra entendimiento,
de conocimiento contra conocimiento”. 4
Hay algo mas que insisto debe tomarse en cuenta, antes de terminar esta parte y es el
equilibrio en la valoración y apoyo a los distintos saberes; esto quiere decir que en una
Universidad que se preste de serlo, no es posible que se lleve a cabo la distinción tajante entre
las mal consideradas ciencias de primera y ciencias de segunda, sino que por el contrario todas
deben ser apoyadas con la misma tenacidad y convicción de la importancia que cada una de
ellas tiene para el logro del “Ser” de la Universidad; en el momento en que se rompe este
equilibrio, la Universidad pierde hacia el interior de su propio ser y se desvalora a si misma.
a) Autonomía
Las universidades para poder llevar a cabo esta interacción de elementos NO deben
“tener” Autonomía sino “Ser” Autónomas. Hay una enorme diferencia entre tener y ser. El
tener nos relaciona necesariamente con la dicotomía de “Dueño-poseído”. El dueño puede
“legítimamente” hacer con lo poseído lo que bien le plazca, puesto que no habiendo
interrelación entre ambos, lo que suceda a lo poseído en nada afectará al dueño. El dueño
puede modificar lo poseído, siguiendo como única norma de cambio su propio provecho.
Si esta es la dimensión del tener, entonces, tener autonomía no es loable y no puede
constituirse como objetivo de una Institución como la Universidad, porque si quisiéramos
“tener Autonomía”, en el sentido antes descrito, entonces podríamos manipular las leyes, al
propio beneficio de grupos de poder que utilizaran la legislación de la Universidad, siendo los
“dueños” de tal conjunto de leyes.
Habría que reflexionar si hasta ahora, en nuestras Universidades, no habremos “tenido”
una buena dosis de autonomía con las implicaciones que de ello derivan, si poseemos la
mentalidad del tener hará que percibamos a la Universidad como un botín de poder que
pequeños grupos habrán de poseer y manipular a provecho propio.
Ser autónomo, implica que la autonomía no es vista como algo externo, algo que ha
sido concedido desde fuera, que ha sido, quizá arrebatada a otro en una lucha ya lejana, ser
autónomo, es algo que no conquistamos a partir de leyes dadas a voluntad del propio
legislador. Ser autónomo si que está relacionado con las leyes, no sólo etimológicamente sino
en la realidad. Sin embargo el ser autónomo comienza en el momento en que los universitarios
tomamos conciencia que la Universidad no es una entidad extraña a nosotros, una entidad
donde “estamos en” sino que, por el contrario, somos la Universidad y la Universidad la
somos el conjunto de docentes, administrativos y estudiantes. La Universidad “es” en nosotros
y nosotros en la Universidad; de esto se sigue que no existe la dicotomía dueño-poseído que se
encontraba en la dimensión del tener. Entonces con toda claridad afirmamos que no tenemos
una Universidad, sino que somos la Universidad, porque nosotros le damos sentido a la
Universidad, nosotros modelamos la visión de la Universidad con la misma preocupación y
atención de aquel que se ve involucrado en un problema; no como alguien que únicamente lo
4
Mayagoitia, David. El ambiente filosófico de la Nueva España, Editorial Jus. México 1945, p. 32.
va a resolver, sino como alguien que forma parte de los datos mismos y que tiene conciencia
que, la forma en que se resuelva el problema, necesariamente le afectará en su propio ser.
La autonomía comienza en este momento de toma de conciencia, no de pertenencia
sino de ser. Sin este inicio, todo lo que digamos de la autonomía me parece inútil, y todo lo
que hablemos de legislación me parecerá extraño y marcado con tinte individual o de grupos
de poder.
De aceptar esta diferencia vendrá el plantearnos cuestiones tales como ¿cuáles son los
supuestos en que sostenemos el ser de la Universidad?, ¿qué Universidad queremos construir
en nuestro contexto local, en el marco nacional e inclusive internacional?, y no será nuestra
pregunta ¿qué Universidad queremos tener? sino ¿qué universidad queremos ser? Sin esto bien
clarificado cualquier legislación nos será extraña, dada desde fuera, inútil modificar, ocioso
cuestionar, vacío defender y cualquier autonomía será ficticia.
Clarificar qué somos y qué queremos ser como institución, nos enfrenta a un mundo de
supuestos y de valores. Los supuestos mantendrán firme nuestro desarrollo, los valores
permitirán clarificar el rumbo, ya que toda Institución deberá permanecer en un continuo
movimiento, que la propia construcción de nuestra Institución no acabada, nos irá exigiendo.
Los supuestos nos llevarán a clarificar el proyecto académico que deberá desarrollar la
Universidad; los valores que se desprenden de este proyecto se verán reflejados en la
legislación. Toda legislación como normatividad, está sustentada en valores que dan sentido a
los principios directivos.
Las propuestas nuevas, que se den el campo legislativo deberán ir avaladas por estos
antecedentes, que nos darán el ser auténticamente autónomos, y la legislación dejará de ser, o
letra muerta o un objeto de propio provecho para un pequeño grupo. La legislación, se
convertirá así en medio para lograr “ser universitarios” y no buscaremos “tener una
Universidad”, y cumpliremos así cabalmente con el compromiso humano y social que la
Universidad ha aceptado bajo un acto de libertad avalado por una auténtica reflexión.
b) Libertad
Otra característica que pienso debemos encontrar en esta Institución Autónoma y Libre
es la de la Justicia, entendida al modo Platónico, permítanme brevemente describir esta
afirmación.
Dice Platón en el diálogo “La República”, que la virtud propia del humano es la
Justicia, ya que es la virtud que le permite ejercer su actividad como humano. Igualmente,
añade Platón, lo que distingue a los justos de los injustos es la imposibilidad por parte de estos
últimos para ponerse de acuerdo en una acción común. Sólo se es justo por la acción común de
los humanos. La injusticia es equivalente al egoísmo que impide laborar entre sí; por lo cual
no es posible lograr la felicidad de uno mismo sin promover la de muchos. Añade Platón que
así como el estado es justo cuando cada una de las clases cumple su función propia, así
también será justo el individuo cuando realiza su propia función.
Sin pretender ser esto que escribo una explicación del concepto de Justicia en Platón,
me parece importante que pudiéramos aplicar esta reflexión al “Ser” de la Universidad.
Si, según Platón, el Estado es justo cuando cada uno cumple su función propia,
podríamos decir que la Universidad será justa si cada uno cumple su función propia según el
área en la que se encuentre, bien sea Investigación, docencia, bien en labor de extensión o de
administración. Pero habrá que recalcar que la acción es común, es decir, “todos” debemos
realizar “todo” en nuestro campo. Si no logramos esta armonía estaremos en el terreno de lo
injusto, donde los que ahí se encuentran no se pueden poner de acuerdo en una acción común
y buscan “su provecho” y promueven “su felicidad” con la cual las características de
Autonomía y Libertad desaparecen.
La Universidad es un todo orgánico y el gran error será el que cada uno la perciba
como la suma de pequeños territorios casi personales, donde ninguna relación se tenga con el
resto de los que configuran esta Institución.
Por ello, si queremos que la Universidad sea justa a la manera platónica, no esperemos
que la armonía venga de fuera; sino que será justa cuando cada uno de nosotros cumpla con su
propia función en la Institución, que permite, al propio tiempo de su desarrollo, la felicidad de
la que tenemos el privilegio de formar parte de ella misma.
d) Humanismo
e) Finalidad
Hay un ejemplo que no es mío, sino del filósofo español Julio Quesada 5 , quien
hablando de esta voluntad de sobreponerse nos recuerda cómo el ser humano ha sido capaz de
construir sobre el agua la ciudad de Venecia en Italia, y no sólo de construirla donde parecía
imposible, sino sostenerse sobre bosques hundidos en el fondo, todo, gracias a su esfuerzo
creador. Venecia, dice, citando a Rilke, es el estado inventivo y el bello contrapeso del mundo,
que de la necesidad ha hecho una obra de arte para vivir.
En México tenemos también ahora un gran desafío, el de reconstruirlo sobre las aguas,
donde nos parecería imposible, y no sólo de reconstruirlo, sino de hacer de ello una obra de
arte para vivir; imposible quizá para quienes tienen la desesperanza como guía, posible para
los que creemos en la fuerza creadora del ser humano.
La Universidad con toda la problemática que vive, debe, a través de cada uno de
nosotros, sostener la difícil esperanza de construir en lo imposible y de transformar lo que
parece de tal manera hecho que no admite el cambio.
5
Quesada, Julio. Ateísmo difícil. Ed. Anagrama, España, 1994, p. 184.
El desafío es enorme y a nosotros nos toca o rendirnos ante él o ganarle la batalla,
cumpliendo así con ser la Institución en la sociedad que libremente puede pronunciarse por el
cambio, por imposible que parezca.
Comentario final
Dice Unamuno del Quijote: “Llenósele la fantasía de hermosos desatinos y creyó ser
verdad lo que sólo es hermosura. Y lo creyó con fe viva, con fe engendradora de obras, que
acordó poner en hecho lo que su desatino le mostraba, y en puro creerlo hízolo verdad”. 6
Transformar una institución como la nuestra, podría parecer más cercano a la fantasía
que a la verdad. Sin embargo, buena lección nos da el caballero manchego por lo que habrá
que poner en obras lo que la fantasía nos muestra y en “puro creerlo” convertido en la verdad.
Habrá que insistir en que el trabajo cotidiano que llevamos a cabo es el camino más
adecuado para esta transformación. No necesitamos de acciones por demás llamativas sino de
nuestra labor surgida de haber aceptado conscientemente el compromiso que tenemos sellado
con la sociedad.
Las Universidades Públicas son hoy el factor más viable para el cambio social. Mucho
depende de lo que logremos al interior de nuestras instituciones para que se pueda proyectar
esta transformación hacia la sociedad misma.
Tomemos en cuenta que en las Universidades se forman, más que los profesionistas del
mañana, los seres humanos que configuran nuestras esperanzas en un país más libre y justo.
La labor no es fácil, como tampoco fácil fue la labor del pobre e ingenioso hidalgo que no
buscó el provecho pasajero y al decir de Unamuno: “No fue un contemplativo tan sólo, sino
que pasó del soñar a poner en obra lo soñado”. 7
Cabalguemos como el Quijote la anchura de nuestra propia existencia universitaria y,
soñando nuestra institución, hagamos obras cotidianas de transformación profunda y
aprendamos la tenacidad de aquéllos que han tenido la audacia de saberse capaces de
transformar la sociedad y no rendirse ante lo que parecía sólo hermosa fantasía. Esperanza
difícil pero habrá que enfrentarse a ello.
Termino con una nota de Albert Camus hablando de los tiempos difíciles como los que
hoy por estos lugares corren: “No saldremos de él fingiendo ignorar el mal de la época o
decidiendo negarlo. Por el contrario, la única esperanza es nombrarlo y hacer su inventario
para encontrar la curación al final de la enfermedad (...) Reconozcamos pues que son tiempos
de esperanza aunque se trate de una esperanza difícil”. 8
6
Unamuno, Miguel de. Vida de Don Quijote y Sancho. Primera parte. Obras completas, Editorial Aguilar,
p. 88, Madrid.
7
Unamuno, Miguel de. Opus cit. p. 109.
8
Camus, Albert. Contraportada de la Colección. “ESPOIR”, Francia.
COMENTARIO A LA PONENCIA DEL MTRO. GABRIEL CORRAL
B.¡Error!Marcador no definido.
¿Qué es la Universidad?
En su disertación el Mtro. Gabriel Corral reflexiona sobre varios tópicos referentes al ser
y la vida de la Universidad. Tópicos que nos hablan de la realidad y del ideal al que debe tender
toda universidad que se precie de serlo.
Una actitud sabia inicial frente a lo que pretendemos saber es precisamente el estar
conscientes de lo que no sabemos, es decir, de que no tenemos todo el conocimiento referente al
tema que abordamos y por eso es necesaria la búsqueda, la indagación, el diálogo, la
interpelación. Posiblemente por este camino, recorrido junto con otros, sea más fácil llegar al
conocimiento de aquello que se pretende conocer. Éste debería ser el espíritu de los encuentros,
foros, simposios, reuniones, donde se pueden compartir las ideas, reafirmar las tendencias,
reemprender el camino, apoyar, reforzar y apuntalar los proyectos que se juzguen convincentes
para la vida de la institución y de la sociedad.
Es preocupante saber, como dice Sócrates, que la sequedad se haya apoderado de la
sabiduría. Tal expresión puede aplicarse a todos los ámbitos del saber. En relación al tema que
nos ocupa podríamos pensar que esa sequedad se manifiesta en el desconocimiento, apatía,
anquilosamiento, desinterés, en el que, parece, nos encontramos quienes estamos insertos en la
vida de la universidad.
La irresponsabilidad, la negligencia, la lucha por el poder, la superficialidad, la falta de
creatividad y la inercia de su “funcionalidad” han convertido a nuestra universidad en un
desierto estéril donde la sequedad es el status de vida de la institución.
La pregunta original y conductora de este diálogo es ¿qué es la Universidad?
Los elementos que hacen que la universidad sea Universidad son: la generación,
expresión y difusión libre del conocimiento en interacción, en todas las áreas de los saberes y en
las artes, sin excepción. La Universidad es un ente de cultura porque en ella se apoya, ahí se
forja y ella la transmite.
Cuando el Mtro. Corral señala que estudiantes, docentes, administrativos y el lugar
mismo conforman a la universidad, hemos de precisar que todas las instituciones de educación
tienen esos elementos y sin embargo no son universidad, ni siquiera todas las instituciones de
educación superior; por eso él mismo señala que es importante preguntarnos ¿qué es lo que hace
que esta institución sea universidad? ¿qué es lo que hace a la universidad, universidad? ¿El
nombre, la aprobación jurídica, la necesidad impuesta por el índice poblacional, sus estudiantes,
sus profesores o qué? La universidad ha de ser universidad por y para, es decir, esencia y
finalidad son sus ingredientes insustituibles de reflexión y análisis.
En este mismo sentido nos remitimos a la definición que da el Dr. Agustín Basave en la
que encontramos los elementos sustanciales que constituyen el ser y la misión de la Universidad,
y que a la letra dice: “La Universidad es la corporación de estudiantes y profesores que por la
investigación y la docencia se ordena a la contemplación de la verdad, a la unidad orgánica del
conocimiento, al cumplimiento de las vocaciones personales y a la preparación de profesionales
necesarios para la realización del bien común”.9
Existe un pensamiento y una convicción común con el Mtro. Gabriel y con muchas otras
universidades, de que la función específica de la universidad debe trascender el campo no sólo
de la formación de profesionistas sino la misma formación profesional; es decir, la formación a
la que debe tender la universidad es mucho más amplia y completa, consiste en formar
auténticos seres humanos, en donde precisamente cabe la formación del profesionista y del
profesional. La Universidad no es un tecnológico que se limite a la capacitación de técnicos, ella
ofrece una visión cultural, universal, científica, ética y de compromiso con la sociedad.
Cuestión que debe afrontar la Universidad al percatarse de la gran responsabilidad que
lleva sobre sus espaldas al asumir la formación humana de todos sus integrantes.
Como nos hemos dado cuenta el Maestro se ha propuesto señalar en su Ponencia que los
elementos constitutivos de la Universidad en sí y por sí mismos carecen de sentido. Es la
vinculación entre ellos lo que les da vida y dinamismo en el ejercicio universitario. Los
elementos que él propone como propios y connaturales a la Universidad son: Autonomía,
Libertad, Justicia y Humanismo. El reto consiste en exponer ¿cómo logran interrelacionarse?
Respecto a la Autonomía es importante tomar en consideración la diferencia que el
Maestro hace respecto al tener y al ser. La Autonomía es propia del ser y no del tener. Se es o no
se es autónomo. Tener autonomía es contradictorio porque el tener implica posesión y derecho
sobre lo poseído. La Universidad es autónoma o no es universidad. La autonomía compete a su
ser. ¿Dónde queda el ámbito de la realidad? ¿Qué es lo que se entiende por autonomía en el
interior y exterior de la universidad? Este aspecto ha sido ampliamente estudiado, analizado y
debatido por teóricos que se ocupan de este tema y podemos decir que existen básicamente dos
nociones de autonomía: aquella que dice que es la facultad que tiene la institución para
organizarse y regirse de acuerdo a sus propias leyes, sin intervención externa. Y, aquella que
indica que es la facultad que el Estado otorga a la Universidad, a través de una ley, para formular
sus propias leyes que rijan su organización y su vida interior.
En relación a la vida institucional la autonomía de la Universidad comprende
fundamentalmente tres aspectos: el académico, el de gobierno y el financiero. Aspectos que
también requieren análisis y precisión, pues si éstos son factores que atañen sustancialmente a la
autonomía, hemos de interrogarnos ¿hasta dónde se respeta, desde el exterior, este derecho de la
Universidad? ¿Hasta dónde ella misma respeta su propia autonomía?
La Libertad abre el campo de las posibilidades de ser de la Universidad. No es una
cualidad sino una nota constitutiva de su ser. Así como es autónoma es libre. La esencia de la
libertad está en la lucha abierta y leal, no es su propósito suprimir la oposición sino ponerla de
relieve. La lucha velada y tenebrosa crea mentalidad de inquisición. La Universidad nace y se
hace en esta lucha por la libertad. Es de su convicción sostener que el hombre es un ser libre que
debe aprender a valorar su libertad. Pensar en el ejercicio de esta libertad nos lleva a
preguntarnos ¿En qué campos específicamente la Universidad manifiesta y realiza su libertad?
Básicamente descubrimos que su ejercicio se lleva a cabo en la libertad de cátedra, de expresión
y de investigación.
La Justicia en la universidad se manifiesta en la acción conjunta de todos y cada uno de
sus miembros, en una relación armónica y equilibrada. El individualismo, al interior de la
9
Basave Fernández del Valle, Agustín. Ser y quehacer de la Universidad. “Estructura y misión de la Universidad
vocacional”. Centro de Estudios Humanísticos de la Universidad Autónoma de Nuevo León, México, 1971, p. 56.
universidad, es una expresión del deseo egoísta e interesado que busca sólo el beneficio propio.
Sin el ejercicio de la justicia, la autonomía y la libertad carecen de significado. El concepto de
justicia asume un carácter eminentemente social. La acción individual (responsable) contribuye
a la conformación de la justicia. Los intereses individuales han de quedar bajo la expectativa de
los intereses sociales, comunitarios.
El humanismo sobrepasa los límites de la erudición clásica. Con ésta (la erudición) ni la
Universidad ni el ser humano se transforman en mejores. Gabriel Corral dice que la educación
humanista que ha de mantener y defender la universidad se expresa en “el amor como adhesión
y el respeto a la libertad, a la armonía y a la cultura” Expresión que se encuentra sustentada en el
concepto de persona; es decir, en la dignidad de la persona, su libertad, tanto la del otro como la
propia. La sociedad mira a la Universidad como su espacio , su medio, a través de la cual se
promueve el desarrollo del ser humano libre. En ella deposita tan grande misión que
seguramente redundará en beneficio o perjuicio de sí misma. Tampoco el humanismo se alcanza
por la creación o el implemento de una cátedra de humanidades en todos los planes y programas
de estudios. Si esto fuere el caso tendríamos ciertamente una Facultad de Humanidades con los
más altos valores humanos, cosa que deja indudablemente que pensar y que desear. Se puede
tener toda la información acerca de las humanidades y ser el más miserable de los mortales
como dice Eduardo Nicol al hablar del humanismo.
El humanismo no es patrimonio de alguna cultura, de alguna época o de alguna
institución. Hablar del humanismo como un elemento sustancial de la Universidad es debido a
que en ella se ha fraguado la realización de un tipo humano ideal. Este humanismo vela, protege
y difunde la libertad que tiene el hombre de pensar y expresarse; en ella radica la posibilidad de
sostener la dignidad de la persona humana. Junto a ella se proclama una serie de valores tales
como la fraternidad, la justicia, el amor a la verdad, la ciencia y la responsabilidad social.
Se presenta a la Universidad como un factor de movilidad social, donde una de sus
funciones específicas es formar al hombre con plena conciencia social, de tal modo que éste al
insertarse en la sociedad se constituya en un agente de cambio.
La información numérica como se le ha denominado en la ponencia nos pone en
contacto con una realidad, realidad que hemos de analizar. ¿Qué pasa o qué ha pasado con todo
el conglomerado de seres humanos que ha transitado por las aulas de la universidad? ¿Han
dejado su huella en la vida de la sociedad? o ¿sólo nos sirve para hacer una gráfica estadística
que nos habla del supuesto progreso nacional en el campo de la educación? En esencia ¿qué
pasa con nuestras universidades? Habría que analizar y sopesar si el creciente número de
matrícula de ingreso a la universidad y la misma opción terminal es un elemento que nos
permite constatar un modo mejor de vida. Hoy se maneja frecuentemente esta idea en los
discursos oficiales tanto de parte de las autoridades universitarias como de las civiles.
En este deseo de vinculación de la universidad con la sociedad y por razones
eminentemente prácticas (a veces más bien pragmáticas) se insiste en la participación de la
universidad en el mercado laboral. Parece que la misión social de la universidad ha de responder
a las exigencias laborales de la sociedad, sin olvidar que uno de los problemas actuales con el
que se enfrenta la universidad es el desempleo, luego ¿qué sentido tiene la preparación de los
profesionistas si el mercado de trabajo es insuficiente? Ciertamente este es un aspecto, pero no
creo que sea ni el primero ni el más importante que deba atender la universidad. Repensemos
esta situación. La tarea de la Universidad no tiene que ver primariamente con la respuesta a las
demandas laborales ni con la formación de profesionistas (como ya se dijo anteriormente).
El ejercicio de la cotidianidad hacen posible lo “imposible”. El camino del esfuerzo
compartido abre horizontes para una nueva sociedad, en la que se encuentra inserta la
universidad.
Por último una visión real de la situación que viven nuestras universidades (como
instituciones particulares) nos brinda la posibilidad de comparar aquel estado ideal de
Universidad que hemos presentado con el estado actual de éstas y descubrir si vale la pena del
esfuerzo y los proyectos que para ella se tienen.
EL HUMANISMO EN LAS UNIVERSIDADES
Es puerta muy usada para entrar a conocer los problemas estrictamente humanos, el
describir epidermialmente las circunstancias histórico sociales en que nos desenvolvemos,
como marcos de referencia explicatorios, pero es poco frecuente la actitud más penetrante que
explica a estas circunstancias como ubicables en las coordenadas humanístico culturales que
provocan nuestra concepción del mundo y de la vida, así como nuestra modalidad de
existencia.
La cultura occidental cuya preeminencia es ostensiblemente adoptada aún por quienes,
al ser arrinconados la atacan con el estilo y herramientas que de ella han emanado, debe su
grandeza a Europa que a su vez se ha desarrollado sobre el modelo de la Grecia clásica, pues
ahí nacieron los conceptos fundamentales de nuestro pensamiento y los arquetipos de nuestro
actuar.
Conocida la procedencia del más fuerte motor de nuestra dinámica cultural y
observando las limitantes y problemas de nuestro entorno humano, sabiamente pintado por
Goethe en 1828 en una carta a Eckermann al enfocar la cuestión que nos ocupa, manifestaba:
“... nuestra situación es demasiado artificial y complicada, nuestra alimentación y forma de
vida se hayan en contradicción con la naturaleza, y de nuestro trato social está ausente el
amor al prójimo. Todo el mundo es fino y correcto, pero nadie tiene el valor de ser afectuoso
y veraz, de modo que una persona sincera, con inclinaciones y sentimientos naturales, se
encuentra en una posición realmente incómoda... “
Esta incomodidad que acusa Goethe no es simple ni efímera ni casual, tiene la
complejidad de nuestra cultura, lo permanente de las equivocaciones trabadamente
institucionalizadas y aún aceptadas por los espíritus superficiales, a base de golpes de
cotidianidad y ordinarismo, pero donde se deben buscar sus motivos es en su no casualidad,
esto es, en los ingredientes elementales que enraízan en la condición moral y libre de la
naturaleza humana que no ha podido seguir, como humanidad, los paradigmas que
germinalmente aparecieron en la Grecia clásica y que han seguido apareciendo en esta misma
línea, aunque esporádicamente, como pautas de vida, que, por su nobleza y por nuestra
indolencia axiológica, nos parecen plausibles, pero muy onerosas para vivirlas. Este estado de
cosas fundamenta la necesidad de la potencia del humanismo constituyéndolo en el tema
cardinal de nuestro tiempo, tratado integralmente o en monografías, pero siempre con
preocupación. El humanismo ha sido presentado muchas veces desquiciado o bamboleado por
ideologías de moda, utópicas, vistosas o camuflando apetencias corrientes y vulgares, no
siempre fáciles de advertir por mentes idealizantes por juveniles, lastimadas por injusticias
sociales, deformadas a causa de un materialismo grosero y prosaico, o por el diletantismo
enajenante de los ociosos.
Hay muchas situaciones problemáticas en muy variados órdenes que parecen no ser
normales al crecimiento y dinámica de lo humano, tales como: inestabilidad familiar por
ligereza en la concepción de las interrelaciones personales; educación raquítica de sabor
utilitarista y opresivo de la autorrealización; diversiones congestionantes de tendencia
obsesiva a ponderar trivialidades; espiritualidad anémica de vacuos protocolos rutinarios,
economía constituida de avaricias por miopes interfraudes usuales; organización política que,
por caprichosa, subjetiva y servilmente personalizada, es de trayectoria zigzagueante entre
anarquías y dictaduras de variadas índoles. Las situaciones apuntadas tienen además la
característica de ser interdependientes, lo que hace inoperante cualquier intento de solucionar
cualquiera de ellas por separado.
El tema problema de nuestro tiempo es de tal complejidad, que sería adulador el culpar
a cualquier institución, país o pensador de tanta responsabilidad que, no por divisible entre
todos, disminuye su densa gravedad que pudiera llevarnos al pesimismo más intenso, a un
derrotismo nihilista o a una desesperación inerme y pusilánime. Analizando lo anterior se ve
que hay alternativas para mitigar eventualmente los efectos negativos y naturales que se irían
produciendo en esta espiral de total destrucción, pero para lo que no hay alternativas es para la
solución real del problema integral; no hay alternativas porque, paradójicamente, la
complejidad de este problema es tal, que reclama una única solución muy fácil de nombrarse
sintéticamente: EL HUMANISMO.
Con cierta imprecisión semántica se designa al humanismo como un movimiento
espiritual de características renacentistas, es decir, con admiración por la antigüedad helénica
clásica como reacción ante dos concepciones limitantes del desarrollo humano en el sentido
exigente de la palabra, esto es, ante la tradición medieval y ante el cientificismo imprudente.
El humanismo “clásico” tuvo la sana intención de revitalizar lo cultural y civil
sacudiéndose lo meramente transitorio como las modas y lo desnaturalizante como el nuevo
demonismo que surgía con la técnica vanidosa que impedía al hombre verse en su dimensión
trascendental; lo que no logró sacudirse fue la retórica literaria que al cristalizar en el
ciceronismo, creó los antecedentes del Humanismo del que es un vigoroso representante
Petrarca.
Es obvio que este humanismo “clásico” no es el solucionador de tan atosigante
problema, pues es sólo un destello del humanismo, del humanismo que, por trascendente, no
puede admitir adjetivos especificadores y que aún con afán de rechazar la sinonimia, no puede
uno menos que confinarlo con la auténtica Educación.
El humanismo así concebido, es la única tendencia, es el único “istmo” que no deforma
el problema a resolver y que no adoctrina sectariamente para complicar aún más la madeja del
problema de nuestro tiempo.
El humanismo no tiene el quehacer condenatorio de lo no hecho o hecho mal, sino una
actitud receptiva y creadora ante lo que hay de valioso en la manifestación del espíritu
universal, es en este sentido que se expresa Roberto Saumells al decir “No sólo es Humanista
el que lee y entiende a Tácito en latín, sino también aquel que sabe descubrir y saborear el
inmenso caudal de inspiración que encierra la obra de Euclides, de un Newton, de un
Faraday, de un Maxwell”. Esta autorizada opinión no puede contradecirse sin superficialidad
y constituye el inicio de una lista de obras y autores que debe polifurcarse a todas direcciones
que constituyan rutas a valores homólogos de la total dimensión humana.
Es pertinente transcribir una precaución que refiriéndose al tema que tratamos, formula
el presentador de la obra de J.A. Ibañez Martín, para no traicionar al humanismo en nombre
del humanismo; dice: “Con excesiva frecuencia la conversación sobre la formación
humanística conduce a una irresponsable crítica de la técnica actual, y, otras veces, cuando
se habla acerca del necesario ocio, parece que se pretende defender que el hombre debe
llevar una vida indolente”. Esta precaución tomada ya implícitamente en el concepto pleno de
humanismo, nos advierte en el sentido de que, sin detrimento de la especificación laboral y la
especialización profesional, estas funciones no deben ser pretexto para abandonar el esfuerzo
por una formación humanista, que de no realizarse, se obstaculizaría la plenitud de vida a que
todo humano está llamando precisamente por serlo, pues de otra manera, es decir, la ausencia
de formación humanista, produce hombres mutilados condenados a arrastrar una vida
miserable y sin sentido.
Hermanar al humanismo con la educación, como se ha hecho, es imponer a quien
ejerce la función educativa directa o indirectamente, la obligación de cultivar el humanismo,
pues sólo entendiendo lo relativo y lo devenido, se puede a su vez, al mirar sobre ello,
despertar el germen activador del humanismo consistente en la participación en la vida
espiritual universal que, dadas nuestras condiciones y su magnificencia, nos haga sentir la
cotidiana insatisfacción con lo realizado, que, por otra parte, constituye el móvil cardinal del
hombre.
Con un concepto completo del humanismo que muestre todas sus implicaciones y su
validez apodíctica, ya puede contarse con una premisa de valor real para atacar el problema de
la relación esencial entre Humanismo y Universidad.
A primera vista se argumentará que las universidades tienen su escuela o facultad de
humanidades para satisfacer la relación a que aludimos, pero si enfocamos más
cautelosamente esto, notaremos que no sólo para los universitarios en general, sino aún para la
gran mayoría de los alumnos y aún para algunos profesores de estas escuelas y facultades, no
sólo el concepto, sino el nombre mismo es únicamente una referencia global de su institución
que no dice gran cosa a la precisión de lo que históricamente designó en el medioevo, es decir,
letras humanas (Literatura, Filosofía e Historia) diferenciadas de las llamadas letras divinas
(Teología y Sagrada Escritura) y de lo que designa hoy, esto es, la actitud contraria al
empirismo pragmatista, a la especulación científico técnica y en general, una actitud contraria
al activismo consumista.
Lo vago del concepto “Humanidades” ha propiciado que las universidades le confieran
ciencias, disciplinas y carreras que no encajan en otras áreas más definidas y así se tiene que
en algunas ocasiones Geografía pertenezca a Humanidades, en otras Economía se encuadre en
esta área o Turismo o Psicología.
La indeterminación de esta área ha operado disfuncionalmente en América Latina
como un caldo de cultivo de ideologías políticas, actitudes anárquicas y conductas de toda
índole con grandes dosis de subjetividad grupal de fuertes cargas emotivas dignas de un mejor
cause. Estas actitudes florecen a la sombra de una displicencia por el rigor y la precisión de las
ciencias, técnicas y disciplinas no humanísticas, pues las exigencias de la formalidad
académica y de la seriedad científico filosófica molesta a los desplantes de las afirmaciones
osadas y poéticas que forman su mal entendido habitat intelectual.
Retomando el concepto completo del humanismo se ve diáfanamente que no puede
estar sólo dentro de las escuelas y facultades del área de humanidades y que las universidades
han descuidado su creatividad real y virtual, pues el humanismo no debe ni puede estar
limitado a un área del saber o a un pabellón universitario. El humanismo no puede ser
“especialidad”, debe ser el clima intelectual y vivencial que cobije a todas las especialidades
universitarias, las instituciones sociales y las funciones todas del quehacer humano.
Se ha creado bienestar por múltiples satisfactores científico técnicos, sin embargo no es
noticia decir que el mundo está convulsionado, pero ello no es interpretado ni como fatalidad
ni como pesimismo, sino como signo de lo que, como humanidad, hemos hecho
equivocadamente o nos hemos abstenido de hacer, pues juzgando con lo que podría llamarse
estadística cualitativa, se advierten dolencias culturales tan variadas como el consumismo
obsesivo, el alcoholismo consuetudinario, la manía de lucro, el erotismo exacerbado, el afán
de poder, etc., que operan como causa y efecto del círculo vicioso de la falta de educación
plena y enfáticamente humanista, pues sólo una educación humanísticamente entendida, puede
acabar con lo raquítico de la formación personal y con los grupos de hombres que en
desventaja social y cultural se debaten en la enajenación del sinsentido cotidiano.
En el afán de romper el círculo vicioso que mencionamos y desmenuzando la
complejidad del problema que nos ocupa, advertimos la responsabilidad de los filósofos, pues
se ha dicho con buen fundamento que la calidad de las sociedades depende en buena parte de
la calidad de las universidades y que la calidad de éstas está en función, también en buena
parte, del grado de cultivo del humanismo del que la filosofía es, sin petulancia, la estructura
ósea.
Con lo anterior como antecedente, se ve muy claro que la filosofía, con sus actitudes
connaturales del orden como método y la crítica como actitud, puede diluir la amenaza que
consiste en desembocar en una cultura decapitada de futuro, pues el análisis serio y la
indagación objetiva inherentes a la filosofía, constituyen la profilaxis para poder ser hijos de
nuestro tiempo sin ser víctimas de nuestro tiempo.
El sentido del humanismo y la validez de la educación tienen como pivote el concepto
de hombre y sus conceptos periféricos de virtud, creatividad, sensibilidad, valor, dignidad,
servicio, libertad, espiritualidad y honor; términos estos que deben conceptuarse en la
indagación filosófica analítica y deben reconceptuarse en la docencia filosófica, para eliminar
la moral del deber que lleva a las argucias de lo mezquino y robustecer la moral de la ilusión
creativa que es el móvil de los espíritus nobles, que no se traban en el intelectualismo inerte de
la escolaridad, sino que enriquecen su valía humana al asimilar y trascender lo estrictamente
intelectual.
Un ingrediente del problema que describimos y que nos atañe como personas y como
universitarios, es la deficiente educación en general y deficiente moralidad en particular cuyas
causas están enraizadas en nuestra cultura de que se nutren las universidades.
El racionalismo y el positivismo que tantas discrepancias tienen entre sí, se reparten
equitativamente la responsabilidad y la culpa que consiste en marginar y aún rechazar lo no
“intelectual” y lo no “demostrado científicamente” aunque, paradójicamente, quienes sólo
estos valores quieren, son quienes menos los logran, por caer en actitudes de pedantería
chabacana que les impide humanamente ser intelectuales. Así pues el intelectualismo opera
como un prejuicio que es difícil no advertirlo conscientemente, pero también es difícil que a
nivel subconsciente deje de operar en nuestros centros de estudio.
El brillo natural de la inteligencia, lo muchas veces aparatoso de los enunciados
científicos y el membrete de objetividad con que suelen manifestarse sus proposiciones, han
absorbido el ángulo de visión del universitario y, con descuido de la axiología, se ha hecho de
la universidad un estrato donde sólo cabe lo intelectual y donde sólo es noble lo cerebral,
sucediendo con esto, como en muchas otras circunstancias, que el mal no radica en lo que se
encumbra, sino en la omisión que todo encumbramiento implica, es decir, lo negativo no es el
brillo sino que por serlo opaca otros objetos a la visión no cuidadosa.
Sintomático de la presencia del prejuicio intelectualista en las universidades es el
hecho de que hace algún tiempo se cuestionaba si el sentimiento debía ser estudiado en sus
aulas o si se debía relegar a lo afrentoso por prosaico y vulgar. Tan parcial manera de enfocar
lo humano, no podía traer sino efectos nocivos que, por desgracia, no nos son escasos, pues
nos hemos acostumbrado, y esto es lo grave, a sobrevalorar lo intelectual del hombre o, por
mejor decir, lo calculador del hombre, pues si nos preguntamos ¿qué se califica en los centros
de estudio y que se premia? se notará esta propensión a la información no encarnada en el
criterio personal humanamente válido, sino sólo profesionalmente operante.
El aspecto integralmente humano que revela la frase de Terencio “Soy hombre y nada
de lo humano me es ajeno” debiera ser apropiado por las universidades que debieran decir
“Soy Universidad y nada valioso me es ajeno” . Por razones de su cometido, de su misión y
hasta de su nombre, es manifiesta la competencia que la universidad tiene para avocarse
primordialmente a lo humanista, pero ¿qué ha hecho la universidad para ennoblecer los
sentimientos de sus estudiantes? ¿qué han hecho las escuelas de jóvenes para robustecer la
voluntad de éstos? ¿cómo se cultiva la sensibilidad estética de los alumnos?. Las respuestas
pueden ser hábiles en eludir la omisión que acusamos, invocando que no es expreso objetivo
de las universidades lo no intelectual, pero lo que no se puede eludir es el convivir con
espíritus que ostenten la deformación privativa que nos ocupa y preocupa a quienes no
reducimos el hombre a su cerebralidad, pues esta reducción es la causante del primitivismo
cultural en que se desenvuelven muchos profesionales bárbaros en el paradójico salvajismo
urbano propiciatorio de violencias y patanerías.
Un robot es de las mejores creaciones técnicas del hombre, pero convertirse casi en
robot es de las más grandes miserias y limitaciones del hombre. Esta reflexión la tenían muy
presente los miembros de la familia Huxley de Inglaterra y por ello dieron a la humanidad tan
buenos científicos y tan plenos humanistas, pues el intelectualismo, como toda visión parcial,
es un prejuicio inconscientemente adoctrinante de un ideal de hombre también
inconscientemente mutilado, que adopta, por su limitación humana, un materialismo
toscamente vulgar que embota las voluntades juveniles y desalienta las acciones generosas,
por quedar ciegos al sentimiento del honor y a la responsabilidad de servicio.
Dejemos de pensar que la intelectualidad cubrirá las enormes oquedades del espíritu
que se registran por sus efectos constituidos de acciones mezquinas que amenazan constituirse
en el signo de nuestro tiempo, pues si la universidad no disipa esta ideología perniciosa, se
desnaturalizará la misión que debe cumplir por encargo de la sociedad, que es preciso decirlo
enfáticamente, es de humanos y espera, aun sin precisarlo, que la universidad humanice más a
los estudiosos y mediante ellos se humanice más la cultura para hacer más armónico el vivir,
más digna la convivencia y más plena la realización humana.
¿DEBE SER LA UNIVERSIDAD UNA INSTITUCIÓN CULTURAL?
Juan María Parent Jacquemin
Introducción
La pregunta que formulamos a modo de encabezado inicial nos coloca ante la realidad
(por venir o ideal) de la universidad y ante una caracterización de la cultura. Remitimos al
lector hacia otros textos que definen el Alma Mater, pero recordamos que entendemos a la
universidad como un lugar en el que el ser humano se forma integralmente y donde descubre y
se prepara para cumplir una misión en la sociedad. La universidad es el espacio donde se
busca la verdad con espíritu humanista. La tarea central de la universidad es cultural (CEU,
1994).
Muchas veces se ha manifestado que la universidad debe ser un centro de cultura;
creadora, difusora, promotora de la cultura. Consecuentemente, muchas instituciones
universitarias han creado dependencias que cumplen con esta función de manera específica. Es
la extensión universitaria, normalmente colocada como departamento o dirección en las áreas
de difusión cultural. Sin embargo, no parece que la cultura deba ser solamente una actividad
"adjetiva", relegada a dependencias específicas que para tal objetivo se han creado.
La palabra "cultura" despierta en la mente y en la imaginación del lector u oyente
imágenes de arte: música, danza, pintura... En esta ocasión, el ensayo que sigue intentará
acercarse a una visión más amplia de este concepto.
La cultura renacentista que daba al hombre el primer lugar estudiándolo en compañía
de los griegas y de los latinos, es la imagen comúnmente asociada con el concepto que nos
ocupa por el impacto que produjo en el despertar europeo; ha pasado, pero no por ello ha
dejado de ocupar un sitio importante en nuestra historia. Los aportes de este movimiento han
sido de enorme trascendencia para la comunidad humana. Sin ella no habríamos alcanzado los
niveles de desarrollo de los que nos beneficiamos hoy. Sin embargo, este modelo se ha
agotado. La nueva sociedad humana dominada por las tecnociencias está en busca, cuando la
conciencia está aún despierta, de los modos culturales que deben crearse y difundirse. En otras
palabras, la cultura hoy es algo distinto y que habremos de escudriñar.
Pero antes de averiguar lo que debe ser esta cultura, detengámonos sobre la situación de
"incultura" que prevalece. Habría que aclarar aquí los conceptos de aculturación y de
transculturación, pero cuando hablamos de "incultura" hacemos referencia a este menos ser
que puede apreciarse en cualquier nivel social.
La característica principal del juicio que surge de un medio culturizado es el de
acercarse a los hechos o atraer los hechos hacia sí para darles su verdadera significación, es
decir colocarlos en su plena existencia. La modernidad lleva consigo un defecto que deberá
subsanarse: no existe sentido inmediato a lo que ocurre, sino que el sentido siempre está más
adelante e inalcanzado. Notemos a modo de ejemplo el resurgimiento en México de la radio
con sus programas de comentarios de la noticia. La noticia, en efecto, perdió sentido para la
mayoría de los radioescuchas o televidentes. Datos escuetos, desligados de su contexto, eran
ininteligibles.
Algunos ejemplos mostrarán el sentido de esta incultura: La ausencia de sentido
jurídico en los jueces, como la despolitización del discurso político por los parlamentarios en
donde se confunden los problemas judiciales con los asuntos políticos, la pérdida del sentido
de la información por los periodistas, proceden del mismo fenómeno: la ilusión de una
actualidad porque lo inmediato nos interesa en demasía. La falsa creencia de que el mismo
hecho contiene su sentido y la eliminación del trabajo de interpretación; la ilusión también de
la democracia directa, la ingenuidad del sentido común como si nos acercara a la verdad.
Todas estas manifestaciones nos muestran una regresión terrible del pensamiento y de la
cultura. Esto es lo que podemos entender por incultura. Ahora, en un redescubrimiento de las
opciones que nos da la palabra, los comentarios provenientes de todas las tendencias
ideológicas vienen a corregir (en algunos casos) esta ausencia.
Otra de las dimensiones de la incultura en la que nos encontramos es el abandono de la
población al "lo que sea" ofrecido por los medios de difusión. Pocos eligen sus programas de
radio y menos de televisión, por lo que la inmensa mayoría se deja llevar por la guía técnico
publicitaria de sus canales preferidos. Hay aquí un abandono por parte de muchos que se
explica (¿coartada?) por los imperativos de la tecnociencia y del comercio. Nos hemos
inclinado ante el tabú de los poderes de la aplicación de la ciencia que, en su poder ético ("si
lo afirma la ciencia es moralmente bueno"), ciertamente ha sustituido la religión.
La ciencia es instrumental es decir medio. La ciencia promete grandes beneficios,
resultado de sus investigaciones, pero no promete el perfeccionamiento de nuestro ser. No nos
anuncia la iniciación de una vida superior. ¡Qué desgarramiento produce en el hombre la
racionalidad entendida fuera de la sensibilidad que todo ser humano es primeramente! Este es
uno de los peligros que encierra el avance científico fuera de un contexto humano. El mundo
contemporáneo se encuentra en este racionalismo que ha olvidado las dimensiones
emocionales del hombre y en este utilitarismo donde sólo lo inmediatamente alcanzable es
valorado, ambos frutos del positivismo. Ahoga los requerimientos de la naturaleza humana;
por eso estamos llegando al control social de las conductas. Se impone una manera de estar en
este mundo. Se impone una ortodoxia ética, es decir unas reglas de comportamiento aceptadas
por la mayoría y fuera de las cuales hay un rechazo y una condena social. Consecuentemente,
la cultura se pierde en nuestra incapacidad de identificarla.
Los cambios sociales y políticos que vivimos han producido una transnacionalización y
una igualación en la que se mezclan los géneros, los niveles, los materiales, hasta la
mediocridad. Al destruir las jerarquías, deberíamos preguntarnos si no nivelamos también los
valores. ¿Llegaremos a aceptar "lo que sea"? El arte, la moral, la política se llevan a cabo
como actos comerciales: uno ve nde y el otro compra. Los valores sólo se dan entre estos dos
actores. De ahí la afirmación de la muerte del arte, de la moral y de la política porque en ellos,
tal como los vivimos, sólo queda el simulacro, el caos, la simple apariencia y sobre todo la
ausencia de sentido. A modo de ejemplo citaría el fenómeno come rcial que consiste en hacer
creer a los probables compradores que ahora se "cata" la Coca-cola como antes de cataba el
vino. Un valor estético que se ha nivelado hacia lo más bajo de la escala.
"Hubo pueblos menos sabios, pero más cultos. Las creencias religiosas, las actividades
científicas, los prosaicos quehaceres de todos los días, estaban muy ligados. El hombre vivía
en un mundo unitario. Esta unidad se ha ido perdiendo. La cultura se ha despedazado"
(Barajas, 1979, p.58). Pero, por otra parte, el hombre de este fin de milenio se levanta como si
fuera más fuerte que sus antepasados. La potencia, calificada de demoníaca por algunos, ha
engendrado una angustia cultural antes desconocida que produce la sensación de una pérdida
de apoyo. El suelo se nos va sin que podamos confiar en su solidez.
Definiciones de la cultura
La cultura y el hombre
"La causa eficiente de los fenómenos culturales es, incuestionablemente, el hombre: las
personalidades individuales que están ubicadas en la trama de las relaciones interpersonales y
sociales" (Kroeber, 1952, p.114, en Kneller, 1974, p.42, nota 23). No es obra del individualista
sino de la persona relacionada con los demás y con su entorno. No es el hombre sin
calificativo, es el hombre consciente de sí que ha alcanzado esta realización personal gracias al
diálogo con el tú, con el Ustedes, con el cosmos y con el Absoluto (Buber).
La cultura, como lo indicábamos, es el conjunto ordenado de las significaciones.
Podemos ampliar esta definición con un aporte de Ortega y Gasset: "Es el conjunto de ideas y
creencias que permiten al hombre orientarse en el mundo y desarrollar su vida en términos de
problematización, de quehacer, de preocupación, de destino, de misión" (en Bonvecchio,
1991, p.262, nota 8). El mismo Ortega diría en Misión de la Universidad: "es el sistema vital
de las ideas de un tiempo" (Prieto, s/f, p.5). La educación de cualquier nivel y de cualquier
tipo, entiéndase técnico, científico, humanístico o social, lleva implícitamente, la mayor parte
de las veces, una concepción del hombre. Esta concepción guiará la creación de esta cultura
porque no podemos hablar de cultura si no es en relación con el ser humano. Estamos ante un
sistema de ideas desde las cuales se vive. En términos freudianos, es un super yo que busca un
arquetipo; "por ello hay no sólo un concepto de la vida, sino un estilo de vida, o sea, una
manera de ser. Esta es la proyección intemporal y eterna de la cultura" (López-Ibor, 1964,
p.63-64).
La vida universitaria permite a quienes la disfrutan para su desarrollo intelectual y
moral hacer explícita esta visión del hombre. No sería lo más indicado designarse creador de
cultura si no se tuviera de antemano cierta claridad conceptual en torno al centro de interés de
la educación. Por eso una base mínima de filosofía se impone para que esta integración de los
saberes y sus valores alcance la categoría de cultura (Basave, 1971, p.64).
"La teoría (o más bien la filosofía) y la literatura, cada una a su nivel y a su modo,
tienen por tarea deshacer las mallas del discurso dominante que reduce lo vivido al silencio"
(Gorz,1991, p.115). Desgraciadamente, la filosofía se ha reducido a una mera valoración
histórica o filológica. Así es como podemos afirmar que la filosofía ha desaparecido de la
universidad y consecuentemente podemos juzgar el valor cultural de las universidades (ver a
Nietszche sobre este tópico). Tenemos así una bella significación de lo que puede esperarse
cuando la cultura está presente: dar la palabra a la vida.
La vida de la mayoría es reducida al silencio por la ausencia de cultura, porque la vida
para muchos se compone de gestos repetitivos que sólo tienen un sentido (la producción,
muchas veces, o el mantenimiento de las condiciones externas); por ello se tornan monótonas
y conducen a la depresión y al abstencionismo social. La cultura juega un papel de primera
importancia ante esta demanda oculta, silenciosa, inconsciente de una mayoría alejada de ella
por un sistema social y educativo más interesado en crear "epsilones negativos" (This brave
new world) que los alfas que deberían guiar sin oprimir.
Refiriéndose a los países del Este, antes del descongelamiento actual, leíamos de Julia
Kristeva: "Es necesario hacerles tomar conciencia de la importancia de las ciencias humanas,
de la literatura, de las artes. No se trata solamente de la transmisión de fetiches culturales sino
también del aprendizaje de un arte de vivir. Hay una necesidad moral, al lado de la necesidad
económica, que pasa por la revalorización de estos códigos de civilidad que puede
aprovecharse de la memoria de los de mayor edad y de la inquietud de algunos jóvenes"
(Dhorquois, en Kristeva, 1991 p.84).
Un dato complementario enriquece lo que habíamos indicado inicialmente: la calidad
de la vida. Indudablemente que la cultura implica esta calidad de vida, a menudo confundida
con cierto hedonismo. No es así porque la calidad de vida no se logra sin el sacrificio, y el
mantenerse en un alto nivel de calidad de vida lleva consigo serios esfuerzos. Los códigos de
civilidad, por ejemplo, son una exigencia permanente de atención a sí mismo en las relaciones
que llevamos con los demás.
"El hombre se realiza en la medida en que llega a participar plenamente de su cultura y
convierte las aspiraciones de ésta en suyas propias. A la inversa, cuanto más centrado en sí
mismo sea un individuo, más limitada será su personalidad y más proclive está al suicidio"
(Durkheim, en Kneller, 1974, p.34). Esta es la calidad de vida hacia la que tendemos. La
cultura es el medio en el que nos hacemos en un proceso de dar y recibir.
El sentido de la educación
El papel de la universidad
Nuevos valores
Ya se perfilan nuevos valores que deberá asumir la universidad después del debido
juicio crítico. El mundo tal como se desarrolla hoy es un conjunto en el que las partes se
aproximan cada día más y se interrelacionan más íntimamente. El desarrollo social del
universo (pensemos en las miserias sanitarias y educacionales de muchos), la consolidación de
la paz (pensemos en las guerras permanentes desde la IIa Guerra Mundial), la protección del
ambiente (pensemos en la pérdida de especies animales y de la biosfera, de la destrucción de
la capa de ozono, del calentamiento del globo terráqueo) y la creación de canales apropiados
de cooperación internacional (Bartlett, 1991) todos estos proyectos implican una nueva visión
de la educación empezando con los niveles básicos. Deberemos abrirnos a estas necesidades
comunitarias que expresan nuevos valores culturales.
Conclusiones y sugerencias
Toma de conciencia
Pensar
Resultado esperado
Cuando este proceso se haya fortalecido, podremos esperar una unidad de estilo entre
universitarios que se reconocen por el lenguaje utilizado, pero sobre todo por los modos de
abordar la realidad. El universitario dialoga permanentemente y critica sin temor. Va al fondo
de los asuntos y busca y descubre causas eficientes de lo que acontece. El universitario se
encuentra con sus iguales ante la búsqueda de soluciones a los problemas de su trabajo,
industria, comercio, comunicaciones o relaciones humanas.
El estilo universitario está constituido de reflexión honda y de referencias culturales
amplias. Es también el hombre de los matices porque sabe que la verdad solo se encuentra en
ellos.
El resultado esperado es también la madurez intelectual en la realización plena de su
persona: madurez intelectual que se caracteriza por el abordaje de los asuntos en los que
tenemos injerencia, madurez intelectual que es una seguridad personal ante la dificultad o la
urgencia de atender los problemas.
Necesidades
Para alcanzar estos objetivos apuntamos algunos otras necesidades que deberemos
cubrir.
Las letras son parte estructurante de la vida universitaria. Sin la correcta capacidad de
comunicarse o de expresarse, de poco servirá la formación del espíritu. Una de las
características apuntada es precisamente la creación de un discurso significante de la realidad.
El discurso es una expresión verbal; el dominio de este modo de ser es condición para el éxito
de la empresa universitaria.
Las letras no son solamente el aprendizaje de la gramática o de la redacción como a
veces se cree al establecer cursos de esta naturaleza en los planes universitarios. Las letras son
también la literatura de todos los siglos y de todos los continentes. El universitario lee
permanentemente las obras de todas las épocas y de todos los lugares, porque en ellas
encuentra la vida de la humanidad y se reconoce en su búsqueda de sí mismo. La toma de
conciencia también arranca en este proceso de autoeducación en la proximidad de las
vivencias de todos los hombres.
La filosofía es otro requerimiento para hacer progresar el espíritu universitario. Lo
apuntamos anteriormente: no se trata de una repetición de nombres de autores o de fechas o de
títulos de obras, sino del proceso de hacer de nuevo el camino que han seguido los grandes
pensadores de la humanidad: pensar como ellos pensaron, construir de nuevo el argumento
que aportaron y juzgar su validez. Se aprende a pensar pensando con quienes ya han transitado
por estos caminos. La filosofía no es un conjunto de asuntos mentales tratados de una vez y
para siempre; es un proceso en el que el estudiante o el investigador o el profesor se insertan
para su propio desarrollo.
No se leen las obras de filosofía para enterarse primeramente de su contenido, lo que
sería una visión historicista de la filosofía, sino para seguir el pensamiento del autor. Los
filósofos profesionales, por su parte, sí se dedican al contenido de las obras porque existe una
continuidad de pensamiento, y la creación filosófica actual es siempre prolongación o
corrección de un pensamiento ya adelantado en épocas pasadas.
Este modo de acercarse a la filosofía estará presente en todas las carreras, desde la
escuela preparatoria, como manera de educar la mente. ¿Cómo han pensado al hombre?
¿Cómo han pensado la vida social o política? ¿Por qué han llegado a estas conclusiones?
¿Cuáles son los apoyos mentales con los que contaban? Las respuestas a estas preguntas nos
permitirán crear nuestro propio modelo de solución y acercarnos a respuestas más
convincentes que la simple observación o la acumulación de datos inconexos.
La práctica filosófica permite deshacer el discurso dominante, discurso comercial,
cultural o político que es repetido por todos los medios. Sin esta defensa, constructiva de un
nuevo discurso, correríamos el riesgo de perder la libertad de pensar.
Un segundo efecto positivo de esta reflexión filosófica es el aprendizaje a vivir. Existe
una traducción del término filosofía que admite como válido pensar que se trata de una
disciplina o un arte que nos forma y nos enseña la sabiduría como arte de vivir: la visión del
mundo, el conocimiento de los hombres que brotan del estudio filosófico como modo de
pensar y como introspección permite desenvolverse en el mundo con mayor seguridad y
mayor éxito.
Finalmente el recurso a la filosofía desarrolla en nosotros y nos permite aplicar un
código de civilidad. Es decir la aptitud a desplazarnos en el mundo con un bagaje intelectual y
emocional que convence y orienta hacia la convivencia. La civilidad es entendida ahora como
esta virtud del estar en comunión con otros dentro de un espacio reducido como es el de la
ciudad, reducido en el sentido que el encuentro con el otro es permanente y exige reglas para
evitar enfrentamientos inútiles y, sin embargo, muy frecuentes. Es un código para cada quien,
pero es también un código que se enseña en el medio, mediante el ejemplo del éxito obtenido
en su cumplimiento.
El último requerimiento que considero debe ser atendido en una universidad que se
desenvuelve en y para la cultura es la investigación. Gracias a este ejercicio permanente de
todos los integrantes de esta institución, lograremos trascender los límites del conocimiento.
Este es el verdadero objetivo que persigue la investigación y con ella se transforma la vida de
la universidad. No habrá cultura, ni habrá posibilidad de difundir cultura, si no hay esta
búsqueda permanente. La cultura, como lo hemos visto, no es un cúmulo de hechos, ideas,
representaciones del pasado, sino que es vida en permanente evolución.
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