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MIGUEL DALMARONI
Como en la versión servil de ese relato de la colimba conversado por cierto varón
nacional, los tópicos de la obediencia admirada hacia el superior mantienen en “Dos
veces junio” una relación de contigüidad y, más, de equivalencia casi literal con otras dos
variantes de la dominación, infaltables en esa dialéctica del amo y el esclavo: el fútbol y el
sexo, como formas mensurables de la conquista. Antes de su transformación en uno de
los rubros del negociado monopólico menemoide, el fútbol ya era en la Argentina un
recurso de construcción de consentimiento social a la dominación autoritaria. Kohan le
encuentra la vuelta a ese otro lugar común. Los dos junios del título son las fechas de los
partidos en que la selección argentina de fútbol cayó derrotada ante su par italiana,
primero en el campeonato mundial de 1978, mientras la madre del bebé de la novela
espera la muerte en un chupadero, y luego en el torneo de 1982 en España, durante la
derrota en el Atlántico Sur donde muere el hijo del médico torturador (hay fuera del texto
un tercer junio más o menos azaroso, muy apropiado para el ingenio de Kohan: la novela
llegó a las librerías mientras la selección argentina de fútbol era eliminada en primera
ronda del Mundial Corea-Japón) . Y el fútbol, concentrado en torno de esas dos
efemérides malditas, funciona como la escueta metonimia de la condición precisamente
concentracionaria que el estado terrorista de 1978 y el estado de la aventura guerrera de
1982 procuraba imponer a la población y que tantos argentinos ordinarios acataban de
buena gana, concentrados en el Monumental de Núñez y sus alrededores o en la Plaza
de Mayo tras las convocatorias de Rivadavia, la radio futbolera que escucha el narrador.
Pero conviene despejar malentendidos, porque “Dos veces junio” no es una novela
sociográfica (al modo de la tan bien escrita “Vivir afuera” de Fogwill, digamos). Lejos de la
pintura de tipos sociales o dialectales, la novela va componiendo las contigüidades de una
figuración nada convencional del horror, organizada mediante la sucesión de breves
subcapítulos numerados en romanos. Por una parte, la voz del narrador principal se
alterna con breves fragmentos sobre fútbol; algunos reproducen el tono triunfal o
nacionalista de las transmisiones radiales, otros una especie de manual de estrategia de
campo que hace del deporte un sucedáneo de la guerra (artilleros, ataques, defensas,
flancos, maniobras, tiros), otros repiten según distintas variables la formación de la
selección argentina de 1978 (“con especial atención a” sus pesos, clubes de procedencia,
estaturas, números de camiseta, fechas de nacimiento); todos quedan conjugados, así,
con el discurso delirante de Mesiano sobre la historia argentina, con el discurso del
soldado narrador sobre la “ciencia” médica que admira en su jefe y, sobre todo, con la
obsesión de orden numérico que recorre todo el relato; desde los títulos de cada capítulo,
todo en “Dos veces junio” es organización disciplinada por el cálculo y todo se mide, se
numera y se lista: cantidades de espectadores en el estadio, de pobladores en el país,
nóminas de próceres o de caídos en combate; edades, pesos, estaturas, pulsaciones,
latidos, contracciones, orgasmos, horas diarias frente al televisor, límites y resistencias;
fechas, horarios, citas; distancias, domicilios, zonas, jurisdicciones; teléfonos, modelos de
autos, líneas de colectivos, goles a favor, goles en contra, derrotas consecutivas. El tono
casi nunca perturbado del narrador se exorbita, así, en esa pulsión por el sistema, la
rutina y la norma, que oficia de única pero férrea moral de los personajes: se trata de
“poner orden en los acontecimientos” con el rigor disciplinado de otro lugar común, el de
los engranajes y la máquina, repetido en el habla de este narrador que todo lo cuantifica.
Por otra parte, además de los juegos de números, el trabajo del texto con la contigüidad
entre fútbol y dictadura tiene ciertos momentos de condensación narrativa, como cuando
se describe a los espectadores de la primera derrota ante Italia saliendo abatidos del
estadio: “pensé extrañamente que tenían, a un mismo tiempo, la apariencia de los
inocentes y la apariencia de los que no son inocentes. No podían explicar, por el solo
hecho de haber estado ahí, cómo era que había pasado lo que nadie podía suponer que
fuese a pasar”.
* Martín Kohan (Buenos Aires, 1967) es narrador y crítico literario. Ha publicado otras tres
novelas (“La pérdida de Laura”, “El informe” y “Los cautivos”), dos libros de cuentos, y
numerosos artículos y ensayos en revistas especializadas y en medios periodísticos.