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IDEAS

05/05/15

Amnesia del ciudadano cansado


Rafael Argullol. El ensayista dice que estamos manipulados, que somos
súbditos en una sociedad mundial donde a nadie le importa el pasado ni
el futuro, ni tampoco lo que ocultan las tecnologías.
POR ALBERT LLADO

Todo por iPad. Jóvenes en la cola de Apple de Nueva York esperando un nuevo juguete high tech.

Se reedita La razón del mal, un libro con el que Rafael Argullol ganó el Premio
Nadal en 1993, y que parece retratar fielmente nuestra actualidad. Los dos
personajes principales, el psiquiatra David Aldrey y el fotógrafo Víctor Ribera,
intentan comprender cómo una ciudad ordenada y segura se ha abocado al
abismo. Una suerte de epidemia ha provocado que miles de ciudadanos, sin
causa aparente, pierden las ganas de vivir, la voluntad. Después de que la
sociedad acuda a todo tipo de esoterismos para frenar la plaga, la neurosis
colectiva, nadie reconocerá un periodo en el que el miedo abrió las puertas a la
superstición. “En la novela se aborda la relación entre la memoria y el olvido.
Hoy hay un vértigo en la información pero, sin embargo, vivimos en una cultura
que lo que produce fundamentalmente es amnesia. Una información atropella a
la anterior, en gran parte porque no hay una jerarquía que transforme la
información en comprensión”, explica.

–Los ciudadanos de la novela, cuando todo ha acabado, establecen


un perímetro de silencio. Pero sin memoria no hay criterio.
–Una sociedad condenada a la amnesia es una sociedad fácilmente
manipulable. De eso se habla en La razón del mal. Perdemos la resistencia. Lo
estamos viendo en nuestros días. Aunque no nos demos cuenta estamos siendo
constantemente manipulados. Incluso en el lenguaje.

–Hay una colonización política del lenguaje.


–Cuando en los periódicos se utiliza el lenguaje economicista, como si fuera el
lenguaje humano, es porque se ha sustituido la conciencia del ser humano por
una especie de monstruo con simulación antropomórfica, pero un monstruo.

–Ahora son los mercados quienes tienen estrés, no nosotros.


–Y se mide el bienestar o la infelicidad de las sociedades de acuerdo con el
bienestar o la infelicidad de los mercados.

–Los afectados son los exánimes, “hombres sin aliento”. Antes de


que La sociedad del cansancio de Byung-Chul Han se convirtiera en
best-séller, publicó junto a Eugenio Trías El cansancio de
Occidente, en 1992.
–Es una de las características de nuestra época. Ya lo anunciamos entonces, sí.
La gente está cansada. La frase que más se escucha a lo largo del día es “estoy
cansado”. La gente a veces está cansada de trabajar, pero a veces también del
ocio, de ir al gimnasio… Los transportes, la ciudad, la burocracia, todo lleva al
cansancio.

–La ciudad dibujada en el libro es próspera porque lo dicen los datos


y las cifras. Pero las estadísticas suelen esconder otras
complejidades.
–Responde a la falta de sutileza. En la lectura y la mirada, pero también en la
capacidad de escuchar. La llamada cultura, o la llamada educación, está en
manos de sociólogos. Llevamos siete reformas educativas desde que murió
Franco. Y quienes hacen los planes de estudio son pedagogos de despacho. La
síntesis la ha dado muy bien el señor Wert, diciendo que se iba a cambiar la
lógica filosófica por la lógica del emprendedor. Palabra mágica de nuestra
época, que nadie sabe qué quiere decir exactamente.

–No definirse con precisión es visto como un mérito.


–Hay una pugna por no definirse. La verdad es que el ciudadano no sabe hacia
dónde van las nuevas fuerzas emergentes, como Ciutadans o Podemos, pero es
algo hecho de manera expresa. Se quiere dar prioridad a la forma sobre el fondo.

–Pero en “La razón del mal”, precisamente, tienen clara la


importancia de poner nombre a los afectados. La palabra es
imprescindible para no convertir un problema en innombrable.
–Pasa lo mismo ahora. Por un lado no se nombran las grandes controversias
ideológicas pero, por otro lado, sí se nombra, cada vez con siglas más pesadas,
cualquier tipo de patología que a alguien la da por descubrir, por ejemplo en los
niños.

–¿Por qué el ciudadano contemporáneo cree aún en el salvador?


–Es debido a la sensación de amenaza y que puede aún incrementarse.

–La provisionalidad es la primera consecuencia de la amenaza. Los


enfermos pasan a adversarios.
–El problema de la falta de memoria la advertimos en la vida cotidiana, más allá
de la política. Mientras las cosas van relativamente bien, hay lo que se llama
entretenimiento, diversión. Y cuando las cosas van mal, hay un vacío… 

–La multitud necesita nuevos ídolos donde canalizar el entusiasmo.


Desde el 15-M se hablaba de horizontalidad y tranversavilidad y, sin
embargo, volvemos al hiperliderazgo.
–El ciudadano está cansado y amnésico y, en cierto modo, ha pasado de
ciudadano a súbdito.

–Dejamos que Sotheby’s y Christie’s establezcan qué es arte y qué


no. El precio aparenta ser el único juicio.
–Si no hay conexión real entre la creatividad y el público es que algo sucede.

–Usted quiso ser cirujano y acabó siendo un viajero que disecciona


los entresijos de la literatura y la filosofía, convirtiéndose en
catedrático de estética. ¿Es aún posible viajar?
–Cada vez es más complicado. Encuentras los mismos negocios en las ciudades
europeas. Es un déjà vu permanente. La figura del flaneur de Baudelaire cada
vez es más difícil de ejercitar. La única posibilidad de viajar se vincula con la
calidad de la mirada. Así, no hace falta desplazarse kilómetros. Puedes viajar sin
moverte del barrio o yendo a la Patagonia.

–¿Nos recomienda una forma concreta de viajar, entonces?


–Yo le diría a un viajero que si va a un museo, mire como máximo diez cuadros.
Quizá uno. Y que en la ciudad aplique el mismo criterio. Que, como fuera,
sustituya lo cuantitativo por lo cualitativo.

–Con la precariedad acechando por todos sitios, podría parecer poco


comprometido hablar de la necesidad de belleza. Sin embargo,
también necesitamos una revolución espiritual.
–En Italia, por ejemplo, lo bello sigue siendo una expresión muy utilizada.
También en Francia. Pero en España la belleza ha sido expulsada, incluso, del
lenguaje cotidiano. Para mí un valor decisivo es la libertad. Pero he llegado a la
conclusión de que una libertad que no busca la belleza es una fuerza ciega.
–Ha sido profesor en diversas universidades. ¿Por qué las
humanidades se han alejado tanto de las ciencias?
–Es grave. Se ha producido un deterioro desde ambos lados. Al ciudadano
tampoco le interesa la ciencia como podía interesarle antes. El hiperconsumo de
tecnología no lleva al ciudadano a preguntarse por las causas de esa tecnología.
No está interesado en el descubrimiento.

–Está, también, contra el dualismo que separa filosofía y cuerpo,


sensibilidad e inteligencia.
–Estamos en una sociedad demasiado pragmática y utilitaria. Se busca la
inmediatez, la apariencia. No interesa el pasado, pero tampoco el futuro. Por eso
el utopismo tampoco está presente.

–Cada vez parece más urgente recuperar lo mediato frente a la


inmediatez del presente continuo. Usted escribe a mano. ¿Es una
forma de no caer en la aceleración?
–Me interesa mucho el aspecto fisiológico del acto de la escritura. En ese
sentido se establece un ritmo entre el pensamiento y la mano. Hay algo mucho
más armónico… Lo perfecto sería caminar, pensar y escribir al mismo tiempo.

–No se siente demasiado cómodo cuando le denominan filósofo.


Dice que le gustaría ser recordado como “un hombre libre”. ¿Qué
quiere decir ser libre en el siglo XXI?
–Prefiero que me presenten como escritor, es más laico. Lo de filósofo está entre
lo sagrado y lo ridículo. Ser libre quiere decir ser capaz de tomar decisiones,
desde la propia soledad, independientemente de lo políticamente correcto, del
gregarismo y del grito colectivo. Ser libre es como leer. O como avanzar en un
problema matemático en el que vas encontrando encrucijadas.

(c) La Vanguardia

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