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Nuestro país no es ajeno al impacto mundial producido por el estreno del

film de Todd Phillips protagonizado por Joaquin Phoenix: Joker. Algunos


comentarios de aquí y allá se han servido de la metáfora para señalar que la
agresividad desplegada por el Joker es un espejo de la violencia generalizada que
hoy padece el planeta, en virtud de la descomunal brecha existente entre pobres y
ricos. De hecho, durante el film, el acaudalado candidato a la alcaldía de Ciudad
Gótica dice: “los que hemos hecho algo de nuestras vidas no podemos ver a esos
revoltosos más que como unos payasos”. 
Vale señalar que –desde el punto de vista psicoanalítico– el mero reflejo en el
cristal no basta para traducir las resonancias sociales de la compleja constitución
subjetiva. Por tal razón, Lacan se sirvió de la topología para postular la figura del
reverso, cuya particularidad consiste en albergar un resto que se sustrae a la
esperanza del ida y vuelta imaginario.
Bien, a efectos de nuestro desarrollo ese espacio que no consiente a la imagen
especular alberga la singularidad, un exceso impredecible que lo social jamás
puede asimilar: un No Todo que sin embargo da pie a la novedad. La cuestión
viene a cuento porque el Joker alberga una estatura ética muy distinta a la de
otras personas que en el gran país del Norte encarnan (sin metáfora) la demencial
pasión que esa nación guarda por las armas. De hecho, cerca de Denver
(Colorado), el 20 de julio de 2012 un hombre caracterizado de Guasón ingresó en
la sala donde se proyectaba el film “El Caballero de la noche asciende” (1) para
ultimar a doce personas y herir a otras cincuenta.
Sucede que el Joker de Phillips no mata a cualquiera y es aquí donde el personaje
nos convoca de una manera tan inquietante. Este Guasón encarna lo que de cada
Uno no hace lazo: una de cuyas versiones es la locura. Sucede que, a medida que
transcurre el film, en el Joker la locura cede a la dignidad: comienza a apropiarse
de su síntoma, ahora se puede reír del Otro. Así, cuando le preguntan si participa
de la revuelta en las calles, en un arresto de lucidez dice: yo soy a-político. Y en
efecto, el Joker es causa de la política: encarna el “objeto a” causa de deseo, lo
que hace hablar sin jamás llegar a ser consumado por las palabras. De allí que el
personaje protagonizado por Phoenix, lejos de hacer de mero espejo de la
violencia generalizada, va por más.
El Joker es más lacaniano que foucaltiano: no se resigna a ser el objeto maldito
producto del Poder. Tampoco a esperar que el Otro lo ayude a construir un final
feliz (“happy”, como lo llama su madre). Más bien, este Guasón interpela al sujeto
para que se haga cargo de la locura que –por ser hablante– habita, de manera
inexorable.
Para terminar, se hace oportuno citar al filósofo Alain Badiou cuando refiere que
existe: “una risa que revela en profundidad la sandez de lo que se nos enseña a
respetar, que devela la verdad oculta, a la vez ridícula y sórdida, que se encuentra
detrás de los “valores” que se presentan ante nosotros como los más indiscutibles
de todos. La auténtica comedia no nos divierte; nos deja en la inquietante alegría
de tener que reírnos de la obscenidad de lo real”.

De acuerdo a esta escena de la película "Joker" construya al menos tres


argumentos breves relacionados a la relación individuo-sociedad bajo los
supuestos del psicoanálisis.

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