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CODIGO: FP/GP - 33

PACIFICO, MAR DEL SVR O MARE NOSTRVM:


EL NUEVO PIVOTE GEOPOLITICO DE LA
HISTORIA

Fernando Fuenzalida Vollmar


Lima el 12 de Julio de 2000

El sistema social iniciado por el liberalismo no acertó a producir los beneficios


prometidos y el progreso económico parece haber desembocado en el pantano
de la cesantía forzosa permanente. El mito necesita urgentemente ser
reinterpretado y reconstruído.        
Nicholas J. Spykman

La sociedad de la América Latina está llena de tiranteces y violencias, de


fricciones y conflictos latentes que constituyen puntos de ataque ideales para
una guerra psicológica y de propaganda, cuyo designio sea desintegrar la
arquitectura social y abrir resquebrajaduras en el sentimiento de unidad. De
todas maneras, lo indiscutible es que se parecen entre sí unas y otras naciones
mucho más de lo que ninguna de ellas pueda asemejarse a Norteamerica.
Nicholas J. Spykman

Quiero comenzar con algunas consideraciones sobre los contextos


generales y regionales dentro de los cuales se enmarca necesariamente todo
posicionamiento y toda estrategia nacional en el continente para los tiempos
que se nos abren por delante.

En este contexto, como en cualquier otro, es aplicable el viejo dicho


según el cual ocurre con frecuencia que los árboles no nos permiten ver el
bosque. La enorme complejidad de la dinámica por la que han  sido arrastradas
las naciones en el proceso que ha sido llamado de globalización o
mundialización, ha dado lugar, en primer lugar, por causa de sus asimetrías, a
una creciente concentración del poder de decisión mundial en los espacios
hegemónicos. En segundo lugar, a que este poder se ejerza, hoy, al menos
parcialmente, desde una multitud de estructuras, instituciones y organismos
financieros, económicos, diplomáticos, militares, políticos, sociales y
mediáticos, trans e internacionales, estatales y no estatales, que condicionan
de modo también creciente la autonomía de decisión de las naciones que se
hallan en posición subordinada.

Estas estructuras modifican de modo contínuo, sin embargo, su


composición y sus dinámicas internas, redistribuyen también contínuamente
sus cuotas de poder, y muestran todavía una considerable fluidez en sus
tendencias la cual resulta compensada por la mayor estabilidad de las políticas
de las potencias hegemónicas a las escalas de nación y de región.

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Deriva de ésto el que, a pesar del estallido de las comunicaciones y la


mayor facilidad que, en general, ofrece en estos días el acceso a la
información, ocurra que, por causa justamente de su misma sobreabundancia
avasalladora, de la enorme interconectividad de los actores y de la complejidad
acrecentada de las estructuras implicadas, el resultado paradójico haya sido en
estos años un incremento constante en la opacidad y no en la transparencia de
las instancias de poder como conjunto.

De aquí que la visión panorámica del bosque adquiera en estos días


una importancia renovada, según el principio general geopolítico de la atención
prioritaria sobre los factores más estables y constantes del escenario y
argumento, como determinaciones del contexto en que se den los movimientos
episódicos.

En esta escala panorámica, las observaciones de los más


experimentados analistas americanos, rusos y europeos tienden a encontrarse,
al atender a esos factores, en un conjunto básico de conclusiones más o
menos convergentes:

El breve interludio unipolar se desplaza, por ahora, de retorno a la


bipolaridad. El antagonismo y confrontamiento histórico entre el mar y el
continente descrito por McKinder esta otra vez en marcha, asumiendo ahora la
figura de un confrontamiento entre atlantismo y eurasismo. Las líneas de
avance retoman la direccionalidad que han mantenido durante varios siglos.  

   La Federación Rusa, a la que no debemos subestimar, retoma sus


tres vectores tradicionales: el primero hacia occidente, persiguiendo un nuevo
entendimiento con Berlín y asegurando posiciones en las zonas balcánica con
Serbia, y en la Oriental Europea con Ucrania; el segundo en dirección
meridional, centrando su atención en la barrera afgana con la intención
explícita de alcanzar una salida al Océano Indico y a las puertas de Bab el
Mandel y Adén.; el tercero hacia el oriente, mediante el establecimiento del
Pacto Eurasiático que la liga una vez más al destino de la China, en
crecimiento y potenciada por la bomba de neutrones, y que busca activamente
proyectarse a una Corea reunificada y también atómica, a un Taiwán
conciliador y económicamente poderoso y a un Japón en crisis, que se muestra
resentido por las manipulaciones especulativas del mercado financiero de
occidente. Persiste, con esto, en la estrategia clásica de la telurocracia,
consistente en la generación de espacios de dominio a partir del heartland
euroasiático, afirmados en la masa continental, dotados de continuidad
espacial y articulados en virtud de alianzas o anexiones. China es la  principal
beneficiaria de todos estos movimientos.

En cuanto al sistema Atlántico, mejor representado por la NATO que por la


asociación política entre los Estados Unidos y la Comunidad Europea, prosigue
también un triple avance: en primer lugar hacia el oriente afirmando posiciones
sobre la Europa Central y Oriental y los Balcanes y extendiéndolas a Ucrania;
en segundo lugar hacia la región meridional abandonando al África
anarquizada y devastada, afirmando su dominio neutralizador sobre la América
del Sur, constituida por "países nominalmente independientes" como los

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designa Alexandre de Marenches el ex Jefe de los Servicios Secretos


Franceses, y manteniendo posiciones en la zona Sur Pacífico, en tercer lugar
hacia occidente bajo la forma de una penetración económica y cultural que se
afirma sólidamente en la zona ruso siberiana y que crece venciendo
resistencias en el mismo Heartland de la Federación. Persiste, con esto, de su
parte, en la estrategia clásica de la talasocracia, consistente en el dominio de
los espacios de comunicación y de transporte, afirmado fundamentalmente en
los océanos y orientado a la supremacía en el control de la economía, la
finanza y el comercio como instrumentos del poder político..

Hans Morgenthau de la universidad de Chicago había hecho notar


hace ya  algunos años que, más allá de las controversias ideológicas del
capitalismo y el marxismo lo que el confrontamiento oceánico-telúrico hacía
manifiesto era el confrontamiento entre dos principios morales en conflicto.
Desde la perspectiva americana de Hans Morgenthau éstos principios son los
de la libertad y la tiranía, desde la perspectiva rusa de teóricos actuales como
Alexander Dugin se trata más bien del individualismo ateo y secularizante
contra el solidarismo alimentado por la tradición cristiana de la Santa Rusia..
Cualquiera que sea la interpretación queda un hecho en evidencia: la ideología
de la democracia representativa anglosajona y el mercado libre se enfrenta en
este nuevo despliegue de las fuerzas con una poderosa resistencia que se
nutre no ya del cientifismo ateo del  marxismo comunista sino de las
identidades y tradiciones religiosas de los pueblos implicados. Es ahora la
Iglesia Ortodoxa y no el Partido Comunista el más entusiasta defensor de la
doctrina eurasista, así como lo son, en la Comunidad Europea y en la América
Latina, la Iglesia Católica y la Luterana y, en el área afroasiática, el Islam los
más ardientes críticos del neoliberalismo y defensores de las identidades
nacionales y étnicas.

En lo que toca a la estrategia perseguida por el atlantismo, a finales


de los años del 40 Spykman había acusado ya a McInder de sobrestimar el
poder del Heartland Ruso sosteniendo que la zona crítica de poder en el
planeta se halla más bien en el Rimland, doblemente vulnerable a la fuerza
marítima y terrestre. Quien controla el Rimland, sostuvo invirtiendo la frase de
McInder, controla la Eurasia y el que la controla el mundo entero. Desde
aquellos tiempos, la mayor amenaza, percibida sobre sí, por los EEUU ha sido
la posibilidad de alianzas entre los poderes de este Rimland o entre ellos y las
fuerzas antagónicas del Heartland. El objetivo perseguido sería el de impedir la
emergencia de poderes en el Rimland sea como naciones o como alianzas de
naciones. Con la doctrina de la Contención, George Kennan y Nicholas
Spikman concordaron en la necesidad de mantener una política de bloqueo
frente a todo desarrollo de ese tipo. Hans Morgenthau de la universidad de
Chicago sostenía todavía muy recientemente que el desarrollo e
industrialización del tercer mundo representa básicamente una amenaza para
los EEUU que debe ser puesta bajo su control. En la post guerra fría, el
llamado "perímetro de defensa" de los EEUU, descrito cuatro décadas atrás por
Weigert como estando "en expansión continua", abarca ya la totalidad de este
planeta. En opinión de analistas de uno y otro campo como Mackubin Thomas
Owens o Alexander Dugin el confrontamiento histórico principal continuará
siendo en los años que vendrán entre el espacio Eurasiático y el Espacio

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Atlántico expandido hacia los dos océanos. Pero los confrontamientos


específicos tenderían a pasar ahora del Rimland Eurasiático al Rimland Asio-
Americano. Para USA el objetivo seguirá siendo el de la contención, impidiendo
la formación de bloques regionales no directamente controlados por el bloque
atlántico, impidiendo la emergencia de  autonomías y hegemones competitivos
o antagónicos en la zona eurasiática y en el rimland latinoamericano, y
evitando las alianzas entre estos dos sectores.

Hecha explícita la vocación eurasista de la Federación Rusa después


de los rechazos hechos a su integración tanto por la NATO como por la
Comunidad Europea y completada la articulación de su eje de expansión hacia
el oriente por el Pacto Eurasiático firmado con Pekín, al mismo tiempo que el
hegemonismo de los Estados Unidos con la NATO garantiza la estabilización
del eje de expansión del atlantismo sobre las costas del Pacífico, los dos
vectores del conflicto han terminado por encontrarse finalmente en este
Océano. Alexandre de Marenches, que ya desde el 1970 trabajaba en su
oficina sobre un mapa centrado en el Pacífico, llama a este Océano "el Mare
Nostrum del futuro" y "el pivote geopolítico del siglo XXI". En su análisis del
proceso geopolítico en la región Pacífico, Marenches anuncia como centros de
decisión mundial futuros a San Francisco, Vancouver, Tokio, Pekin, Vladivostok
y Sydney. Las estrategias de carácter oceánico adquieren en tal forma un
nuevo privilegio.

Rodeado por varias naciones dotadas de armamento atómico, propio


o compartido, y entre ellas algunas de las más poderosas del planeta: Estados
Unidos, Canadá, la Federación Rusa, Corea, China, Australia, Nueva Zelandia,
el Pacífico se muestra como espacio de contienda entre las grandes potencias
y superpotencias quienes distribuyen su presencia tanto en el hemisferio sur
como en el septentrional. Tercera en lugar después de USA y Gran Bretaña, la
sola Francia domina no menos de 10,200 millones de millas cuadradas como
espacio marítimo. Los fondos oceánicos poseen la mitad de las reservas
mundiales de cobalto y manganeso bajo la forma de nódulos polimetálicos.
Entre los demás componentes de estos nódulos están el fierro, el cobalto, el
vanadio, el niquel, el cobre y el titanio. Los recursos pesqueros constituyen una
de las más importantes reservas de alimento del planeta. Y están, por
supuesto, los recursos petroleros. Un segundo espacio codiciable es el de la
Antártida con sus inmensos recursos todavía inexplotados y con su situación
jurídica aun sin solución definitiva. La reciente entrega del Canal a Panamá y la
intervención de capitales chinos en su actual gestión ponen, de otra parte, una
vez más, en el tapete la importancia del control de las Malvinas, de los accesos
chileno y argentino a Magallanes y al Cabo de Hornos y de las entradas al Mar
de las Antillas.

El interior de la América del Sur, es el espacio de los "países


nominalmente independientes" de que habla Marenches. Es al mismo tiempo el
territorio del antiguo Imperio Hispano del Perú y del Tahuantisuyo efímero de
Túpac Amaru. Comprende entre las regiones amazónica y chaqueña y las
pampas argentinas una las áreas más ricas de recursos del planeta que se
halla en su mayor parte inexplotada. Se trata, al mismo tiempo, de regiones
despobladas o de baja densidad poblacional. Una densidad que podría ser más
reducida todavía mediante políticas de población ad hoc que pusieran sus

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recursos a disposición de los crecimientos hegemónicos. La tendencia a


incrementarse las invasiones migratorias hacia los espacios de mayor
desarrollo económico podría, por ejemplo, ser eventualmente compensada
expandiendo esos espacios hegemónicos hacia las zonas de mayor
despoblación y máximos recursos que son ahora al mismo tiempo las de mayor
pobreza y desarrollo mínimo. Si hemos de atenernos a las opiniones y a los
juicios de los más importantes analistas, en el siglo que se abre la América
Latina se convierte en ámbito de decisión geopolítica mundial y estos años que
vivimos se convierten en "años de decisión", como llamó a los que vivía en
Europa poco antes de la Guerra, el historiador Oswald Spengler.

Creo que para una conciencia clara en lo que respecta a las


decisiones que habremos de tomar en estos años, y desde la posición que nos
atribuye la mirada estadounidense y europea como, de una parte, "naciones
nominalmente independientes" y de la otra reservas gigantescas de recursos y
de espacio geográfico para los grandes desfogues migratorios que amenazan
desde las otras áreas del planeta, nos encontramos en la necesidad de
mantener una mirada atenta no solo sobre las espectativas sino también sobre
los temores y amenazas que ponen sobre la América Latina las potencias
hegemónicas de este mundo nuevo que se pretende unipolar pero que no
tendrá otro remedio que conformarse al fin de cuentas con el bi o
multihegemonismo.

Desde el punto de vista militar existen cuatro factores decisivos que


condicionan las tensiones del bipolarismo en la era que comienza. El primero
es la capacidad de destrucción total alcanzado por la tecnología militar
moderna desde el advenimiento de la Era Atómica. El segundo la relativamente
reciente vulnerabilidad total de ambos espacios hegemónicos por causa del
alcance, la velocidad y la precisión de tiro de los nuevos recursos de guerra
intercontinental. El tercero la multiplicación de pequeñas potencias y aun
naciones subdesarrolladas que han logrado acceso a la tecnología atómica, la
de la guerra química y la del armamento biológico. El cuarto, el que la
desaparición de distinciones entre combatientes y civiles, que marcó la
aparición de la Guerra Total en los años del catorce al diecisiete, se haya
constituido, en los de la Guerra Fría, en un hecho consumado en los terrenos
militar, económico, social y cultural, tanto como en los ámbitos legales, morales
y pragmáticos, de modo tal que las fronteras conceptuales entre el estado de
paz y el estado de guerra y entre los confrontamientos declarados y los
meramente implícitos se hayan hecho fantasmales y el involucramiento
absoluto de las poblaciones y el de sus instituciones e identidades haya
quedado establecido como una constante de las situaciones de conflicto.

     Ya desde los tiempos de la Guerra Fría, la consideración de estos


factores, entonces emergentes, ha venido conduciendo a la evasión de los
confrontamientos directos por parte de las superpotencias, así como también al
desplazamiento y restricción de las áreas de conflicto, a la búsqueda de la
llamada "precisión quirúrgica" y las tecnologías de armamento del tipo llamado
"compasivo", al empleo preferente de armamento convencional con alcance y
capacidades de destrucción de carácter limitado, a la opción preferencial por la
llamada "baja intensidad" y las acciones de carácter encubierto, a la
intervención "humanitaria", las presiones económicas y diplomáticas y las

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operaciones de propaganda, de cultura o de carácter general sicosocial


orientadas al desarme cívico moral o a la desmoralización del enemigo. Se ha
venido dando preferencia, en este marco, a las políticas de carácter llamado
"disuasivo" basadas en el uso del mecanismo alternativo de la recompensa y la
sanción. Han entrado en este campo desde las amenazas más modernas del
escalamiento armado hasta los bloqueos y sanciones económicas que
formaron parte del arsenal talasocrático ya desde los tiempos del
hegemonismo colonial británico. La enorme sofisticación de los recursos
destructivos de la nueva tecnología militar y la renovación de la carrera
armamentista en marcha desde hace ya algunos meses garantizan una
prolongación de estas tendencias, al menos por un tiempo.

Siguiendo la lógica de las doctrinas de Mahan, de Spykman y sus


sucesores, el dominio y la conquista se alcanzan hoy en día fundamentalmente
por dos vías: la subordinación económica total y el desarme cívico moral del
enemigo. De ésta manera las guerras se combaten, como primera instancia, en
los tableros económico, social y cultural quedando subordinadas a los
movimientos de éstos las estrategias militares, diplomáticas y políticas.

Ha sido observado ya hasta el cansancio que en la práctica de la


globalización y sus doctrinas asociadas, la subordinación económica total viene
asociada a la expansión polarizada y asimétrica  del mercado libre, que se
transforma en un instrumento de poder por el dominio de las vías de comercio y
los espacios que éstas atraviesan, primariamente las oceánicas, pero con ellas
las fluviales, las aéreas y, finalmente, las terrestres. La clave de un dominio
semejante se halla obviamente en el control militar de esos espacios, pero
logra sus primeros frutos en el control absoluto de los desplazamientos de la
población, capital y mercancías. Sus frutos ya maduros toman la forma de un
control, absoluto también, del capital, los recursos, la mano de obra y el
mercado, sobre el cual se asienta la estabilidad de un poder político que se
retroalimenta de modo continuo en el desarrollo de la fuerza militar. La
subordinación y reorganización de las fuerzas armadas de quienes resultan
derrotados en estos confrontamientos económicos, potenciará luego a esa
fuerza militar otorgándole el papel de buffer o colchón de protección del
Hegemón en confrontamientos de mayor escala.

Desde los años de la II Guerra, con las inquietudes de Spykman sobre


el creciente hegemonismo de Argentina en la región y las afinidades del
Justicialismo con el Eje, los Estados Unidos se han esforzado en asumir el
control y la regulación del desarrollo en Sudamérica. Y si bien las doctrinas de
Hillion y Perroux sobre los espacios económicos contribuyeron por un tiempo a
atemperar estas presiones, su fracaso con el de la Revolución Velasquista hizo
aun más vulnerable a la América del Sur. Iniciativas como la del Plan Brady
(Bush 1990) se han manifestado en estas décadas como instrumentos
capitales para impulsar un nuevo avance hacia la satisfacción de los objetivos
económicos del Hegemón. En este contexto, la cuestión de la integración
económica de la región se convierte de manera natural en un asunto de
importancia estratégica vital en el confrontamiento de poderes. Edmundo
González del Departamento de Investigaciones Estratégicas del Colegio Naval
de Guerra de los Estados Unidos observó hace dos años que "El camino hacia
el liderazgo hemisférico de los EEUU  pasa por la implementación del FTAA;

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sin éste, los socios económicos regionales de acuerdos como el de


MERCOSUR, el PACTO ANDINO, el MERCADO COMUN
CENTROAMERICANO, el CACM y el CARICOM, podrían buscar otros socios
comerciales, resultando esto en perjuicio para la economía norteamericana.
Los Estados Unidos harán bien en tomar nota de la bandera de peligro que
representa Chile en su condición de socio activo de la APEC en el Pacífico",
escribe. Y advirtiendo que los otros países sudamericanos se aprestan a
desarrollar rápidamente un área propia de mercado libre en su región mientras
se acercan a los países de la Unión Europea y de la APEC, anota esta
conclusión "si el NAFTA no se expande con suficiente prontitud a Chile y
Argentina, los Estados Unidos serán dejados de lado por la liberalización de los
mercados sudamericanos a expensas de las exportaciones, puestos de trabajo
y liderazgo de los EEUU en esa región de las Américas".

En la perspectiva política y social, es el desarme cívico y moral del


enemigo, el control del llamado "espacio mental" por la doctrina de Hillion y
Perroux, el principal instrumento de dominio. De las cuatro prioridades del
Programa Bush, deudas, desarrollo, democracia y drogas, es la tercera, la de la
"promoción de la democracia", entendida como representativa y deliberativa,
neoliberal y de estructura anglosajona, la que adquiere mayor peso en el
proceso de globalización tal como entendido para la América Latina. En el
discurso de Clinton el "espacio mental" se traduce en "espacio de información",
que el mismo Clinton describe como la clave final del poder contemporáneo y
que se hace manifiesto como un espacio no menos polarizado y asimétrico que
el de los mercados libres. Debe entenderse aquí información como algo
cualitativamente diferente al mero acopio y acumulación material de datos. El
significado de esta palabra se aplica propiamente a la transferencia de una
forma o estructura con el objetivo de lograr una transformación, es decir el
reordenamiento estructural de un objeto o realidad cualquiera. En este caso se
trata de la transferencia de formas o estructuras mentales a una mente
individual o colectiva con el objetivo de lograr su transformación. Nos movemos
en el ámbito del poder sicosocial y cultural. El que corresponde al
establecimiento de un dominio informativo, articulado y sostenido por el de las
finanzas, la economía y el comercio y dotado con la capacidad de re-formar,
transformar, con-formar y uniformar identidades, lealtades y culturas; sistemas
cognitivos, axiológicos y conductuales tanto individuales como colectivos; a
modo tal de reorientarlos, subordinarlos al principio orientador de la
weltanschauung del "informante" y ponerlos a éstos y a la llamada "opinión
pública" al servicio de esa weltanschauung, devaluando la weltanschauung  e
identidad de los "informados" y obteniendo de ellos una identificación voluntaria
con los intereses hegemónicos.

De manera análoga a lo que ocurre en el caso de la economía y el


comercio, aquí la clave se encuentra en el dominio de los espacios informáticos
y de los medios de los que se valen éstos para la comunicación de los
mensajes y los contenidos --explícitos o implícitos-- de la información. Se
entiende en esto el dominio de la cultura en su conjunto por el control, directo o
indirecto, de la tecnología y la infraestructura de comunicaciónes, y por el de
los sistemas e instituciones de la ciencia y de las artes, la educación y los mass
media.

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Una importancia cada vez mayor viene adquiriendo en los tiempos


más recientes el desarrollo de las redes computadorizadas de Internet.
"Asistimos sostiene desde la perspectiva europea Ignacio Ramonet, el autor de
La Geopolítica del Caos a una tentativa de hegemonía en dirección a los
países en vías de desarrollo, a los que Estados Unidos propone instalarles
sistemas completos de información, formar a especialistas en la comunicación
y facilitarles el acceso a redes telemáticas norteamericanas. Ello tiene como
consecuencia la captura de un mercado potencialmente importante y el control
de los  intercambios informativos". Aunque la "tentativa" de la que escribe
Ramonet no es de exclusividad norteamericana sino compartida por más de
una de las grandes potencias que forman parte de la NATO, esa tentativa se
manifiesta en el control prácticamente monopólico de los satélites
geoestacionarios y de los sistemas telefónicos que, al amparo de la ola de
privatizaciones, han venido consolidando su poder aceleradamente en el curso
de las últimas dos décadas. Monopolios y concentraciones derivadas de poder
se han establecido también, solidamente, en los años más recientes, en los
campos de la prensa, de la radio, la cinematografía  y la televisión. Un número
sorprendentemente reducido de conglomerados y de agencias multinacionales
establecidas en los centros hegemónicos norteamericanos, europeos,
australianos o japoneses se reparten hoy en día la distribución de noticias en el
mundo, otro número apenas mayor de grandes consorcios de la producción ha
establecido monopolios gigantescos de la recreación. Se informaba no hace
mucho, por ejemplo, que una tercera parte de la prensa inglesa se encuentra
ya bajo control de una sola empresa multinacional cuya base nominal está en
Australia. En Italia se informaba paralelamente que casi todos los canales
televisivos comerciales han caído en manos de uno sólo de esos monopolios.
Concentraciones de poder a la misma escala se advierten a escala del planeta
en la producción editorial que atañe al campo de las ciencias, de las artes y de
las humanidades y a la distribución de sus productos. Y en lo que se refiere a la
actividad científica y a la educativa, la tendencia privatizadora que prevalece en
los países subdesarrollados de la América del Sur asociada al abandono que
ésta sufre por parte de un estado empobrecido y debilitado en sus mismos
fundamentos, las coloca bajo la directa dependencia de financiaciones de
origen extranjero, normalmente procedentes de los mismos centros de poder,
que condicionan sus programas y objetivos, subordinan el objetivo del
conocimiento, la educación y el desarrollo a dinámicas comerciales de oferta y
de mercado y degradan en forma acelerada las culturas nacionales vulnerando
las conciencias de la propia identidad. El origen hegemónico del aparato último
de control resulta transparente, a pesar de la naturaleza multinacional de las
corporaciones que administran el sistema, por el predominio cultural de la
lengua inglesa, así como de la weltans chauung norteamericana y de la
proyección universal de su sistema de cultura. Frente a este desborde es
identificable como única reacción significativa de defensa, la representada por
las leyes de protección al propio idioma y a la industria cinematográfica local en
la Comunidad Europea y en la China. Las políticas de defensa y promoción de
la cultura nacional siguen ausentes en el espacio sudamericano.

El flujo asimétrico cada vez más pronunciado en la circulación de los


productos basados en la información y la comunicación dentro del sistema
global, así como el crecimiento acelerado de las diferencias y desigualdades en
términos de acceso a las redes globales de comunicación han sido fenómenos

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notados por los más prestigiados analistas de los medios a los que se ha
venido prestando, sin embargo, una atención escasa o nula en los círculos
políticos de la América Latina. Las asimetrías, diferencias y desigualdades
tienden, según han advertido Castells y Ramonet a polarizar las poblaciones
entre "interactuantes" capaces de seleccionar sus circuitos de comunicación
multidireccionales, e "interactuados" o consumidores pasivos de información,
de recreación y de cultura a los que se proporciona un número cada vez más
restringido y de más baja calidad de opciones pre empaquetadas. La
polarización se da en ambas direcciones: la que crea una brecha cada vez
mayor entre las elites económicas y la mayoría empobrecida de los países
subdesarrollados de nuestra región y la que reproduce esa misma brecha entre
esas mismas elites y los consumidores de los centros hegemónicos.

Brechas de un carácter semejante crecen más recientemente por


causa de una asimetría, desigualdad y diferencia que se abre entre las
escuelas, colegios y universidades --privatizadas o no privatizadas-- del más
bajo precio y las privatizadas de precio inalcanzable para los sectores más
desfavorecidos. El sistema, reforzado por la desocupación creciente y la
condición preferencial otorgada a unos tituladores sobre otros en las
oportunidades de trabajo, favorece --sin lugar a dudas-- la desmoralización,
desidentificación y pasividad universales en lo que respecta a los propios
intereses nacionales en el sector más desfavorecido, mientras que promueve
en el privilegiado --gracias al refuerzo de un sistema de becas generosas para
estudios de postgrado en las universidades del Yvi League norteamericano--
una fuerte identificación con los intereses hegemónicos dando lugar al
crecimiento de una red continental de agentes de influencia que infiltra y que
captura rápidamente posiciones en la conducción de la política, la economía y
la vida cultural de las naciones.

De manera semejante a la de Italia después de la Gran Guerra,


cuando habiéndose contado entre las naciones victoriosas descubrió poco
después que, en realidad, había sido derrotada, los países de la América del
Sur, sin exclusión del Brasil y la Argentina, participantes victoriosos en la
Guerra Fría se descubren ahora derrotados y en una condición de mayor
predicamento que aquella en que se hallaban al comienzo. Los objetivos
perseguidos por la política atlantista de contención en su región se encuentran
prácticamente consumados. Su libertad para la libre concertación de alianzas
intra o extra continentales a su propia conveniencia está más que nunca
restringida. También se encuentran bajo asedio sus soberanías en materia de
políticas internas y debilitadas al extremo sus estructuras estatales, mientras
que sus capacidades para el desarrollo interno han terminado sofocadas por la
liberalización asimétrica de los mercados financieros e industriales y el estado
avanzado de captura de sus finanzas y recursos por privatizaciones que se
vienen revelando como transferencias mal disimuladas del control a los
conglomerados y multinacionales de origen extranjero. La satanización de la
noción de desarrollo y su substitución por la de crecimiento no hace otra cosa
que ocultar la desmesura creciente del poder succionador de capitales y
recursos ejercido por estos conglomerados y multinacionales y la magnitud
insignificante de las inversiones y reinversiones que deberían asegurar una
redistribución más razonable. En el Perú, en donde las dos actividades en las
que se concentran tales crecimientos son la minería y la producción de harina

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de pescado, la situación ha terminado por revertir la modernización de nuestra


economía a la condición importadora- exportadora del siglo XIX, acentuando el
centralismo metropolitano, deteniendo la integración del interior y despoblando
más que nunca el territorio. En el campo de la cultura se advierte también la
condición avanzada del desarme cívico moral, en la degradación del sistema
educativo a todos sus niveles, los graves niveles de desinformación alcanzados
por las elites civiles y las masas, el estrechamiento de los horizontes culturales,
el sentimiento generalizado de ausencia de futuro y la desidentificación de las
elites y las masas con los intereses y el destino nacionales. El balance es
profundamente desalentador. Pero revelador sobre todo del fracaso de un
proyecto histórico que ya desde el 1823 nació truncado por la fragmentación de
un espacio nacional --el del Gran Perú Continental-- que terminó disperso en
una multitud de naciones artificiales e  inviables, en conflicto permanente unas
con otras, orientadas cada una hacia los mercados extranjeros más que al
propio desarrollo y destinadas por tal causa a una permanente inestabilidad.

Es en estas nuevas circunstancias, según creo, que el reconocimiento


claro de las causas del fracaso, más presente que a la nuestra --como es
visto-- a la conciencia histórica del hegemonismo atlántico, debe servirnos de
guía en la búsqueda de una nueva alternativa. Personalmente me encuentro
convencido de que la geopolítica y la historia nos advierten que no ya la
viabilidad de cada una de las naciones de esta América sino la preservación
futura de nuestras soberanías e identidades no podrán ser conquistadas en
forma particular por cada una de ellas sino solamente de manera unitaria y
solidaria por una Comunidad Libre de Naciones Sudamericanas Soberanas que
restaure la unidad del Gran Perú que soñó Túpac Amaru. Desde el punto de
vista de las visiones de futuro, ese retorno implica la recuperación de la noción
de "espacio plan" que agotada a nuestra escala nacional reclama ahora su
extensión a una escala continente.

La realización de un proyecto de tal naturaleza deberá, por necesidad,


atravesar por un largo período de esfuerzos y de lucha que requerirá de una
extrema sutileza en el manejo de nuestras relaciones internacionales. De éstos
esfuerzos dos son fundamentales en el contexto interno. El primero la
recuperación del mínimo control de nuestros recursos financieros y materiales
que resulta indispensable para la reversión de nuestro subdesarrollo y para la
integración de nuestros espacios interiores. El segundo, la recuperación y
afirmación de nuestras identidades, del civismo y de la conciencia de futuro de
las generaciones que habrán de hacerse cargo de la realización de esta tarea.
Ello implica la reforma general de nuestros sistemas de información, de
educación y de cultura y la recuperación del equilibrio entre los intereses
nacionales y los intereses comerciales en la determinación de las orientaciones
generales de la estructura de comunicación e información en el país.
Indispensable también será la afirmación y la continuidad de una
direccionalidad que no puede ser lograda sin una solidez recuperada de las
estructuras del estado y su relegitimación ante la conciencia popular.

Soy consciente de que una propuesta como ésta marcha al contrapelo


de las ideologías en boga entre nuestros intelectuales, empresarios y políticos,
todavía encandilados por el espejismo de la globalización. Creo, por ello, que
no podrá jamás llevarse a cabo sino bajo condiciones de una cooperación

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igualitaria, estrecha y solidaria, con las demás naciones de nuestro entorno


más cercano. La reciente reunión de presidentes del Pacto Andino nos señala
ya un camino y un conjunto de opciones para ello: la repriorización de los
objetivos políticos sobre los económicos a escala regional, la abolición de
barreras aduaneras y el libre tránsito de población entre fronteras, la
consolidación de una política externa compartida, la creación de un Fondo
Monetario Andino, la colaboración estrecha entre las fuerzas armadas de todos
nuestros países. Y como eje de una recuperación moral que cumpla el papel de
orientador para nuestras nuevas políticas de comunicación y de cultura la
proclamación de una nueva ideología que es tan vieja como nuestra propia
existencia histórica: la del nacionalismo andino y el nacionalismo
sudamericanista.

Debemos alimentar entre nosotros la confianza de que, en lo que


respecta al resto de la América del Sur, la del MERCOSUR, puedan realizarse
al mismo tiempo esfuerzos convergentes. Pero esa confianza no debe para ello
ser pasiva. Necesitaremos para eso una clara y definida doctrina de seguridad
y de defensa y una diplomacia activa, dotadas ambas de continuidad a través
de los futuros cambios de gobierno. Estoy seguro de que instrumentos como
aquellos tendrán capacidad, desde una direccionalidad consciente y dedicada,
para ir generando los estímulos que faciliten esa convergencia.

Un factor adicional debería, me parece, ser objeto de prioridad


superlativa. El de nuestras relaciones con Brasil. Si con Sullivan los Estados
Unidos proclamaron ante el mundo un destino manifiesto, con Túpac Amaru,
San Martín y Bolívar, se anunció en nuestra América la vocación imperial de
sus pueblos conjugados. Pero si hubo --creo-- una situación geopolítica que
condicionó el desencuentro entre los planes de San Martín y de Bolívar,  esa
fue la existencia de una barrera entre natural y artificial que sigue dividiendo el
sur y el norte de la América del Sur desde la región central andina hasta la
costa brasileña: la de los bosques tropicales amazónicos. Cumplieron aquí un
papel análogo al de la frontera norteamericana del oeste. Solo que mientras
ésta fue vencida a lo largo del siglo XIX por vía de la compra, la colonización y
la conquista, se interpuso aquí, entre nosotros, como un obstáculo
infranqueable, la herencia divisora que nos dejara Tordesillas. La debilidad de
los esfuerzos de integración de esas regiones tanto por una como por la otra
parte y el progresivo debilitamiento e inclusive por zonas la extinción de la
navegación fluvial han perpetuado esas fronteras que hoy se proyectan en la
brecha que separa al Pacto Andino y Mercosur. Más allá de esa frontera
artificial que, donde debió unirnos, nos separa, la reciente recuperación de
restos arqueológicos incaicos en Manaos nos revela a brasileños y peruanos
como los coherederos de un Tahuantisuyo que incorporó también las sucesivas
vocaciones imperiales del Brasil. La posición estratégica de nuestros dos
países se muestra como una clave privilegiada para el futuro de la América del
Sur. Si el Pacto Andino y el Mercosur han de unificarse en los tiempos del
futuro para la restauración definitiva de nuestro compartido Gran Perú y el
cumplimiento del sueño de Túpac Amaru y los próceres, ello podrá realizarse
solamente a condición del establecimiento de un eje sólido y estable de
colaboración y solidaridad entre Perú y Brasil para la protección y preservación
de nuestros recursos amazónicos y para el desarrollo de esa gigantesca
frontera de recursos hasta ahora inexplotados.

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Sólo en la medida en que avancemos juntamente y en forma decidida


hacia la realización de todos esos sueños, los peruanos nos haremos capaces
de optar nuestro destino, recoger la herencia que nos aguarda en el Pacífico y
hacer valer nuestra presencia en el consorcio de los grandes que hoy día se
disputan el planeta a espaldas nuestras. El desarrollo de nuestra Fuerza Naval
y nuestra presencia en el Pacífico y la Antártida es una prioridad en tal
contexto. Hablo tanto de nuestra Fuerza de Guerra -- de aguas pardas, verdes
y azules-- como de nuestra Marina Mercante y la Pesquera y tanto de la
Oceánica como de la Lacustre y la Fluvial. Pero no debemos olvidar que tal
desarrollo es inseparable y solidario del desarrollo general de nuestra
economía y de la recuperación de la conciencia de identidad moral y cívica de
nuestra población. Por ello eso no será posible sino a condición de un salto
hacia la escala del espacio-plan continental. Bajo la forma de una muy estrecha
colaboración con las marinas de nuestros vecinos inmediatos. Ello requiere el
retorno hacia una visión que comparta el horizonte apercibido por Ramón
Castilla en el Pacto de Alianza y Defensa firmado en 1856 con Chile y Ecuador
para los fines de común dominio y protección del Océano Pacífico a lo largo de
toda la América del Sur. Descubriremos, sin lugar a dudas, que los intereses
oceánicos de Chile y Ecuador son concordantes con los nuestros.

Hablo de un futuro que no es para dentro de cinco años. De un futuro


que demandará de la decidida voluntad y del esfuerzo de nosotros y de
nuestros hijos. Estoy seguro de que muchos de mis colegas lo considerarían
como utópico. Como un exceso de optimismo y como un wishfull thinking para
usar una expresión que está de moda en los medios académicos. Su expresión
gemela, una de las más trilladas entre nuestros estudiantes jóvenes de hoy, es
la de un resignado y apático "no hay nada que hacer". Decir que "no hay nada
que hacer" es reconocer nuestra derrota y no me siento dispuesto, como
seguramente no lo están ustedes, a aceptar esa derrota ni a renunciar al futuro
y a la herencia de mis hijos y mis nietos.

apéndice

El sistema de Defensa de los EEUU se


reestructura en base al nuevo pivote geopolítico
Asia-Pacífico

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PANORAMA INTERNACIONAL
LA CONSTRUCCIÓN DEL ENEMIGO
El episodio del avión espía estadounidense en cielo chino confirma la tentación
de Bush por hallar un nuevo demonio ¿China calza en ese ropaje, preocupada
como está por sumarse a la globalización?

Por OSCAR RAUL CARDOSO. De la Redacción de Clarín.

Ocurrió pocos días antes de que estallara el más reciente incidente


diplomático-militar entre Washington y Beijing, a raíz de la retención de un
avión espía norteamericano y de sus 24 tripulantes. El secretario de Defensa,
Donald Rumsfeld, le acercó al presidente George W. Bush los resultados
preliminares de una revisión de la política de defensa que —dicen los expertos
— será la más amplia y ambiciosa en la última década cuando se complete.

Una conclusión inicial fue que China es, entre los potenciales adversarios del
futuro, el que más posibilidades tiene de convertirse en enemigo militar de
Estados Unidos y de medir sus armas contra las norteamericanas en una
guerra abierta o algún otro conflicto bélico más limitado. Rusia quedó relegada
en esta nómina de oscura aspiración profética. Rumsfeld también le anticipó a
su jefe que en su informe hallaría recomendaciones para que el aparato militar
norteamericano se estructure pensando cada vez más en el espacio geopolítico
definido como Asia-Pacífico, lo cual, entre otras cosas, supondría aumentar y
modernizar el arsenal misilístico de largo alcance.

Este enfoque no es nuevo; forma parte del ya largo e inconcluso debate que
intenta despejar el enorme interrogante de seguridad que le dejó a la principal
potencia militar del planeta la evaporación de la Unión Soviética, su oponente
tradicional. La idea de transformar a China, el país más populoso con 1.300
millones de habitantes y una economía gigantesca (990.000 millones de
dólares de producto bruto medido a valores de mercado), en el nuevo demonio
del escenario internacional es una tentación fuerte. Ayuda a justificar cualquier
circuito nuevo de la eterna carrera armamentista entre grandes potencias que
se desee correr. Y la nueva administración republicana parece querer correrlos
todos y algunos más.

Sin embargo, no hay aun consenso sobre esta tentación. Muchos expertos
piensan que jugar a la tensión con el coloso asiático es un pasatiempo inútil.
Un país que en las últimas dos décadas quintuplicó el tamaño de su economía
y se ha propuesto duplicarlo para el 2010 es, como guerrero cercano y posible,
poco creíble. Dejen, dicen esos conocedores, que sus líderes lleven a China a
la Organización Mundial de Comercio (OMC) y esperen a que el capitalismo
realice las maravillas de sensatez colectiva que suele atribuírsele. Aun cuando
la crisis del avión espía comenzaba, esta semana, a ganar intensidad, el
presidente chino Jiang Zemin advirtió que no debía olvidarse el contexto en que
se registraba: la prioridad sigue siendo, recordó, preservar la relación con
Washington.

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¿Cuán aventurero puede ser el régimen comunista chino —preguntan los


críticos del enfoque— cuando parece obsesionado sólo con el momento de
unirse realmente a la globalización, esto es, sentarse en el foro de la OMC?
Otros dicen que obcecarse con China sólo hará que el aparato militar
norteamericano tenga problemas para enfrentar otras amenazas futuras más
reales: una escalada bélica en Oriente Medio, un colapso de Pakistán a manos
de la India, un resurgimiento militar ruso otra vez con proyección sobre el teatro
europeo y aun una segunda aventura de Irak en Kuwait. La lista de infiernos
posibles es mucho más larga que la de estos ejemplos.

Pero los chinos aportan su propio fogoneo a esta pira intelectual. Aun cuando
la lógica de la reforma económica los obligó a redimensionar su propio sistema
militar, Beijing tiene todavía el mayor ejército activo del mundo (tres millones de
hombres en armas). Desde 1991, cuando la Guerra del Golfo les ofreció prueba
viva del poderío bélico de Estados Unidos y de la propia obsolescencia de su
patrimonio militar, China ha gastado miles de millones de dólares en la
modernización de su arsenal. Apenas el mes pasado, cuando inauguró las
sesiones del Congreso del Pueblo, el parlamento chino, Jiang presentó un
presupuesto que contempla un 17.7% de aumento en el gasto militar,
porcentual de incremento aun mayor que el de 1997 (13%), considerado récord
para la década. Y por cierto está el problema de la "provincia rebelde" de
Taiwán sobre la que Beijing advierte con cíclica regularidad que no esperará
eternamente a que se reintegre pacíficamente al territorio nacional. Antes que
después, insiste, no dudará en emplear la fuerza para recuperar la isla si no le
dejan alternativa.

Parece demasiado para arriesgar por una palabra, que es de lo que se trata el
presente problema. El avión norteamericano EP-3 que aterrizó en emergencia
—tras chocar en el aire con un avión de combate chino— en suelo de la
República Popular está retenido a la espera de que Washington satisfaga la
demanda de Beijing: una "disculpa" formal y plena. Bush sólo ofrece
"condolencias" y hasta planteó un auténtico imposible: que los chinos se
abstuvieran de inspeccionar el avión.

¿Sólo un problema semántico? No, el lenguaje que se utiliza en las relaciones


entre naciones tiene un muy importante componente de prestigio: las palabras
que recibe un Estado de otro, u otros, indican con certeza qué lugar ocupan en
el contexto internacional y cómo se perciben recíprocamente. Los chinos
guardan, además, agravios recientes en esta dimensión: en 1999 aviones de la
OTAN bombardearon su embajada en Belgrado en medio de la campaña por
Kosovo. Aunque el comando aliado aseguró que todo fue producto de un
"error" de inteligencia China nunca recibió ni disculpas, ni explicaciones
realmente convincentes.

El episodio del avión espía difícilmente podría haberse verificado en un


contexto más complejo: Beijing desconfía de la retórica de inspiración belicista
para con China que trajo Bush a la Casa Blanca y además abril es el mes en
que debe decidirse si Estados Unidos provee a Taiwán con sofisticados
sistemas de defensa, el Aegis para naves de combate y los mísiles defensivos
Patriot, los mismo que fueron usados en la Guerra del Golfo, pero en su versión
más reciente.

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El episodio de espionaje es parte de lo cotidiano desde hace más de medio


siglo, aunque muchos especialistas dudan de que, en la era de los satélites que
fotografían con nitidez rostros en tierra y escuchan hasta los susurros, el uso
de aviones espías tenga demasiado sentido.

No sólo ahora. James Ramford un especialista en temas de inteligencia


recordó estos días en un artículo que el 23 de agosto de 1956 aviones caza
chinos derribaron un avión de reconocimiento de la Armada de Estados Unidos
con 16 tripulantes. Cuando el entonces presidente Dwight Eisenhower fue
informado les dijo a sus jefes militares: "Parece que estamos realizando algo
que no controlamos demasiado bien". Hoy, como entonces.

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