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Heidegger y la pregunta por el tiempo

Heidegger y la pregunta por el tiempo


Francisco Gómez-Arzapalo

I Para casi la totalidad de la comunidad filosófica mundial, resulta evidente


que el filósofo más prominente de este siglo es Martín Heidegger y que su
preguntar filosófico regresa, como en el comienzo del pensar de los antiguos
griegos, a la cuestión que interroga por el ser. Este cavilar itinerante lo
desarrolla Heidegger durante toda su vida intelectual. En efecto, la
originalidad del pensamiento heideggeriano tiende a la elucidación del ser,
pero en tanto a la consideración de éste a través o —como lo dice el mismo
autor— por medio de su sentido. Ahora bien, ¿cuáles podrían ser las
repercusiones de interrogar por el ser a través de su sentido? ¿Existe en
última instancia una posibilidad de responder a la pregunta que interroga por
el ser? La pregunta por el sentido temporal del ser (necesidad ontológica
original, como lo advierte Heidegger en Ser y tiempo) es lo que la tradición
filosófica desde sus orígenes (con Parménides, Platón y Aristóteles) ha
nominado como “ser”. Heidegger inicia sus investigaciones a partir de una
simple constante que ha sido comprendida desde los griegos como ousía y
que fue traducida como “presencia constante”. Es en esta “entidad” del ente
en la cual Heidegger empezará a derivar sus trabajos ulteriores y en donde
encontramos que lejos de que el tiempo sea un carácter crítico en la
diferenciación de las regiones de los entes —lo temporal opuesto a lo
intemporal o eterno— es el mismo tiempo, el que, como idea pensada en el
marco de su mismo horizonte, permite comprenderlo a partir de un modo
determinado de sí mismo: el presente. Desde 1927, en Ser y tiempo,
Heidegger propone la tesis de la temporalidad del ser que desacredita
radicalmente a la equivalencia metafísica del ser y de la eternidad. 64
francisco gómez-arzapalo De lo que se trata para Heidegger es no solamente
de edificar una ontología general, sino de perseguir una investigación
“concreta” que elucide el sentido temporal del ser a partir de un ser o más
bien de un ente determinado (el que pregunta y puede comprender el ser,
Heidegger y la pregunta por el tiempo

desde donde se pueda inferir que “hay” ser), y no permanecer en una teoría
general en la que se desglose, desde instancias más altas, la posibilidad de las
existencias genéricas. En este derrotero encontramos que es a partir del
Dasein, definición del hombre tomado en cuenta como existencia fáctica, que
Heidegger nombra el hecho de ser “fuera” de sí —en tanto apertura al mundo
— de un ente que posee una estructura ekstática y que con base en ella se
despliega en la cura del mundo que le circunda. Por lo tanto el Dasein que se
cura (anda siempre en algo, implicado en esta red de relaciones con algo) en
la cotidianidad de su ser, se preocupa, “cuenta” el tiempo y se comprende
como existencia temporal. Se debe pues explicar, según esto, la “génesis” de
esta idea del tiempo como sucesión de momentos y de su fundamentación en
un argumento de infinitud que, en apariencia, sustenta la temporalidad
original del Dasein desde el punto de vista de la tradición (a lo que Heidegger
hace referencia en Ser y tiempo como tiempo “vulgar”). En mi opinión, de lo
que se trata aquí es de esclarecer el prefijo Da de la palabra alemana Dasein,
es decir que, para Heidegger, el tiempo vulgar no puede tener relación con el
tiempo original como el tiempo objetivo de la naturaleza con relación al
tiempo subjetivo del alma; la problemática se desenvuelve en el marco de la
aclaración de la relación tradicional y conflictiva entre sujeto-objeto. No hay
tiempo, es claro, sino cuando hay Dasein y esto no significa que el tiempo y
el ser sean producto de nuestro entendimiento (como en el caso de Kant); por
el contrario, es en el Dasein y de alguna manera en lo que él “es” bajo la luz
del Da que adviene todo lo que entendemos por mundo e historia. El
concepto vulgar de tiempo (vulgar en su carácter de público, en su
divulgación general) tiene su origen en un nivel de tiempo original en donde
el espacio es de igual manera ubicado como contexto involucrado en él,
como Bergson lo supone. Aquí se hace referencia al mundo de la cura
cotidiana y se le reduce a una pura subsistencia de momentos. Es aquí donde
se engendra la idea de un tiempo infinito, sucesivo e 65 heidegger y la
pregunta por el tiempo irreversible. Caso contrario en Heidegger, en donde
esta idea de tiempo tiene su legitimidad en lo que él considera como un modo
de ser del Dasein: la cura cotidiana. Pero no olvidemos, por otro lado, que es
desde esta consideración del tiempo, entendido como cotidiano, que el
Dasein puede interpretar lo que es el tiempo verdaderamente, pues es en sí
mismo donde el sentido de la temporalidad asume una significación
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fundamental: es a partir del presente, como un ahora puntual, desde donde el


tiempo (y ya no más desde el infinito) se puede desplegar. El análisis de la
temporalidad del Dasein y la puesta en evidencia del carácter derivado de
nuestra representación habitual del tiempo, no pueden ser ya la respuesta a la
pregunta fundamental de la Temporalidad del Ser. Se deberá realizar ahora y
de manera previa la comprehensión del ser a través del carácter ekstático del
Dasein. Dicho de otro modo, se deberá esclarecer la constitución de la idea
de ser en la multiplicidad de sus aceptaciones a partir de una concepción del
tiempo considerándolo en tanto “lugar”. Este programa, que aun no estaba
desarrollado en 1927, Heidegger lo deja inacabado en Ser y tiempo según
creo interpretar, para abocarse plenamente a la realización del proyecto
propuesto en ella, es decir, a la reflexión del concepto de Dasein y su relación
con la mostración del ser. Es más adelante, en la conferencia de 1962 llamada
“Tiempo y ser”, donde Heidegger presenta otra perspectiva de la
temporalidad del ser que la expuesta en 1927. Ahora, cuando el problema del
tiempo y su relación con el ser adquiere el nuevo e intraducible nombre de
Ereignis, es el sitio desde donde se propone la posibilidad del ser pensado
como una co-apropiación del tiempo y del ser mismo (concepto que yo
traduzco en la tesis de la “Ontología de la técnica” como “evento
apropiador”). II Pero hagamos memoria y tratemos de rastrear el concepto de
tiempo que el joven Heidegger trae entre manos desde los comienzos de su
reflexión filosófica. No olvidemos que desde el principio de su pensar y
particularmente influenciado por su profesor Husserl, extrae Heidegger de la
obra Investigaciones lógicas, la idea de una gramática pura a priori. 66
francisco gómez-arzapalo Es en esta época que nuestro autor hace conciencia
de la importancia de la dimensión histórica y lo manifiesta en la lección de su
habilitación en 1915 titulada “Concepto de tiempo en la ciencia histórica”,
aunque lleve a cabo sólo una investigación epistemológica que propone
restablecer la especificidad del concepto de tiempo en la ciencia histórica en
oposición a la propuesta de las ciencias psicológicas. Para el incipiente
Heidegger, la concepción del tiempo en física, a partir de Galileo y hasta
Einstein, no ha cambiado: su función óntica permite la medición y constituye
un momento necesario de la definición del movimiento que es, por demás, el
objeto mismo de la ciencia física. Visto esto último de otra forma, nos dice
que para posibilitar la medición, ésta debe presentarse como medible y no lo
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puede ser sino cuando se convierte en un flujo uniforme, es decir,


identificable como espacio. Es en este tiempo homogeneizado, espacializado,
convertido en parámetro, que se estructura una oposición con el tiempo
histórico, caracterizado contrariamente por su heterogeneidad cualitativa. La
ciencia histórica no se mueve entre cantidades, estadísticas, ni especulaciones
teóricas, sino en significaciones y valores, razón por la cual no la podemos
reducir a un modelo epistemológico de las ciencias de la naturaleza.
Partiendo del punto de vista de Dilthey, Heidegger se opone a Bergson en lo
que concierne al método de la ciencia natural y al método de las ciencias del
espíritu. Pero más allá de la problemática epistemológica, se vislumbran ya
cuestiones ontológicas con respecto a lo que se constituye como lo
“verdadero” del tiempo, que no es ni mucho menos el “físico”, caracterizado
por la diversidad y la heterogeneidad, quizá mostrando ya la contraparte del
tiempo como eternidad y recordando al Maese Eckhart en su consideración
del tiempo como lo que se transforma y se diversifica, mientras que la
eternidad se mantiene siempre en su simplicidad. Es a partir de esta oposición
irreconciliable del tiempo con lo eterno que Heidegger dicta una conferencia
en Marburgo, frente a la Sociedad de Teología Protestante, intitulada “El
concepto de tiempo” (Tübingen,1927), donde se ven claramente sus
intenciones de comprender el tiempo a partir del tiempo mismo y no desde la
eternidad, es decir, lo que se propone aquí es una aproximación filosófica, y
no teológica, a la cuestión que interroga por el tiempo. Para Heidegger, queda
67 heidegger y la pregunta por el tiempo claro que la filosofía es la ciencia
del ser, no una entrega a la investigación científica que intenta examinar lo
particular como acontecimiento aislado, sino aquella actividad humana que
abarca la dimensión a partir de la cual todo lo ente aparece en tanto
“donación”. La teología, por el contrario, es una ciencia óntica, la cual se
funda en un ente que se presta a la investigación en tanto que fundamento. De
aquí su paralelismo con la ciencia natural más que con la filosofía. Lo que
constituye el fundamento de la teología es la fe, es decir, un modo de
existencia fundamentalmente diferente a aquella que funda a la filosofía. La
fe no depende sino de una revelación, mientras que la actitud que origina a la
filosofía se fundamenta en sí y para sí misma. En este sentido, la eternidad
teológica se hace accesible a partir de una revelación y se confunde con Dios.
Para la filosofía, la eternidad no es sino el concepto vacío de un ser
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permanente que, lejos de ser el origen del tiempo, es de hecho derivado de


nuestra experiencia ordinaria de la temporalidad. En última instancia, ya lo
vemos claramente, no se trata de responder la pregunta que interroga por lo
que el tiempo “es”, sino en transformarla en la pregunta que trata de
averiguar por el “quién” del tiempo. Si preguntamos por el quién del tiempo,
realizamos la pregunta que contiene la posibilidad de ser nosotros mismos el
tiempo. De esta forma se construye la ocasión de hablar acerca de la
temporalidad del tiempo en lugar de hipostasiarlo como un ente diferente a
nosotros, al cual le conferimos una identidad que le negará precisamente su
carácter de temporal. El Dasein es el tiempo, esto significa que el Dasein no
se despliega en el tiempo, como las demás cosas de la naturaleza, sino que él
es el tiempo. Aquí no bastan las definiciones de Aristóteles y después de San
Agustín, que nos hablan de la necesidad de que el alma o el espíritu humano
intermedien para el entendimiento del tiempo. La temporalidad del Dasein se
funda en la comprensión de éste, en el sentido de su propio fin. En efecto, en
la anticipación de su propia muerte, el Dasein se “da” a sí mismo el tiempo.
Aquí la esencia del tiempo no es la medida calculadora de éste, ni el saber
cuánto tiempo nos falta para morir. En lo que Heidegger llama la proyección
(Vorlaufen) de la muerte, el Dasein se apodera de la posibilidad de su
existencia fáctica. Esta posibilidad de lectura del fenómeno del tiempo la
encuentra Heidegger en la carta de San Pablo a los telonecenses, de la cual
dará un curso en 68 francisco gómez-arzapalo 1920/21 titulado “Introducción
a la fenomenología de la religión”. Aquí se denota la relación primera de la
cosmovisión cristiana, con la parousía griega. En esta carta se nos habla de la
segunda venida de Cristo y la finición; por ello, del tiempo. El contenido de
la carta de San Pablo no constituye para Heidegger un estar en “espera” del
fin del tiempo, sino de “vigilar” la inminencia de ese regreso de Cristo. Tener
una relación con la parousía griega implica mantenernos en vigilia y no en
espera de un acontecimiento que aún no se ha dado. Así, la pregunta del
cuándo pasará se convierte en un cómo vivir hasta que pase. Lo interesante
en esta carta no se concentra en la certeza de la revelación fundada en la fe,
sino en la facticidad de la existencia misma, es decir, del despliegue de una
vida que no toma distancia teórica del fundamento de sí, sino que se mantiene
en lo fáctico de su devenir. Como no se intenta darle a la vida una
representación objetiva con contenido mesurable, ésta permanece libre a su
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devenir, sin guía temporal preestablecida; se sitúa menos en el chronos


griego, en donde el tiempo es considerado en su totalidad, que en el kairos,
en el momento oportuno, el momento de la decisión. Las características
kairológicas que caracterizan la vida en su facticidad dejan ver el entramado
que tiene ésta con el tiempo, particularmente en su carácter de
“cumplimiento”. Este concepto de “cumplimiento” de la vida lo toma
Heidegger, en 1924, de Dilthey, quien, a su vez, lo retoma del conde de York
von Wartenburg (en correspondencia mutua efectuada en 1877/1897),
nombrada aquí como historicidad. Heidegger retiene del mismo Dilthey la
idea de la comprensión de la vida a partir de ella misma, como una estructura
hermenéutica. Pero se separa de la concepción diltheyiana para dar cabida en
su lenguaje al término de analítica existenciaria; esta oposición no sólo es
terminológica, pues los límites del pensamiento de Dilthey se debaten en una
comprensión de la filosofía de la vida, donde se opone la naturaleza a la
historia, el ser a la vida, evitando así el cuestionamiento del hombre, que para
él se constituye como intrínsecamente histórico y que Heidegger no reconoce
como un ente dotado de razón en tanto animale rationale, sino como un ser
particular al que se ha dado el privilegio de comprender tanto el ser que es él
mismo como el ser que no es él mismo, es decir, hablamos ya del concepto de
Dasein. 69 heidegger y la pregunta por el tiempo III No es sin embargo a
partir de la comunicación entre la historia y el Dasein que nos viene a cuenta
la pregunta por el tiempo sino que, al contrario, la pregunta misma por el
tiempo abre las cuestiones acerca de la historicidad del Dasein. Pero
entonces, ¿cómo poder rastrear la interrogante por el tiempo en la obra de
Heidegger? En mis investigaciones al respecto he encontrado una sutil, pero
no por ello menos sustanciosa, vinculación entre el fenómeno de la verdad, el
fundamento y el tiempo. Vayamos por pasos. Aparentemente, la pregunta por
la verdad nos pareciera como carente de peso propio. En la cotidianidad, la
verdad misma es por demás entendida de suyo. Asimismo, ciencias y
religiones la dan por sentada dentro del marco de sus tradiciones, las cuales
portan evidencias personales y vivencias en relación con su postura
individual, o peor aún, de conjunto. De esta forma se plantea en términos
generales que la verdad de un suceso es lo que realmente sucedió. La verdad
en este sentido tiene que coincidir con aquello que es real. Lo que hace a un
hecho real que acontece “en sí” y la conciencia que lo determina como tal.
Heidegger y la pregunta por el tiempo

Esta concordancia o conformidad entre la cosa y lo que la mide y determina


es lo que en última instancia la hace real. Más aún, lo auténtico y lo falso
posible de ella misma, de la cosa que se nos presenta, se pliega a este
imperativo. Es pues en el juicio, como lugar de la ocurrencia de este
coincidir, donde se da autorización a la cosa que aparece para poder seguir
haciéndolo. De esta manera, es en el lenguaje donde la determinación
enunciativa permite la presencia de cualquier cosa. El juicio verdadero no es
aquí sino el sitio donde la concordancia entre la significación de lo que se
dice y la cosa dicha se eslabonan, dando por consecuencia la verdad del
hecho. Este recorrido del entendimiento lo observó ya Platón en El Sofista, y
por su lado se puede leer en por lo menos dos lugares de la Metafísica de
Aristóteles, siguiendo con fuerza su vertiente; pero ahora con un nuevo rol en
la lógica-matemática, en el marco de las investigaciones acerca de la verdad
que hiciera Tarski en nuestro tiempo. Para este autor, lo comentamos, “la
nieve es blanca si y sólo si la nieve es blanca...” Como se puede observar, el
primer miembro de la propuesta tarskiana mienta lo significante del juicio 70
francisco gómez-arzapalo y el segundo hace referencia a lo blanco de la nieve
tal como se le puede encontrar en las montañas. Aquí lo importante es darnos
cuenta de la problemática que se encuentra en el fondo de la semántica. La
problemática radica en la coincidencia, es decir, en eso que coincide. Para
Heidegger, la cuestión medieval de la adaequatio entre la res y el intellectus o
viceversa, del intelecto a la cosa, fue interpretada de tres diferentes maneras.
La primera proviene de la teología cristiana y se une directamente a la teoría
de la creación. Aquí se nos dice que las cosas serían creaturas emanadas de
un Creador, de un Intelecto Divino que las imaginó y concretó a partir de su
Idea Original. Entre todas estas creaturas encontramos por supuesto al
humano y su intelecto, el cual debe comprender la verdad de las otras
creaturas a partir de pensar su existencia conforme al Plan Divino. Debe pues
llegar a la verdad en la medida en que su pensamiento se apegue al Plan
Divino y concuerde (casi adivine) su enunciado con el del Creador. Pero,
¿cómo es que una creatura imperfecta (imperfección evidente por el hecho
mismo de que fue creada) puede empatar su verdad con la del Creador?
Sencillo, por medio de la revelación. Es decir, que la verdad de lo que es se
propone desde la fe que la revela. Así pues, intelecto y cosa están vinculados
a partir de la creación original, de una universal y originaria relación de cosas
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bajo el manto divino que las creó. La segunda propuesta desaparece del mapa
del conocimiento al Creador Divino, pero se apodera de este plan original
llamado ahora Naturaleza. Aquí se respeta un orden “natural” de las cosas y
se apela a la matemática como descubridora de este orden allende al humano
y dependiente éste de aquél. Desaparecido el relojero, el reloj continúa
trabajando por la concordancia propia e interna de sus piezas, luego
fabricante y fabricación se diluyen ante lo resultante de éstos, es decir de lo
fabricado. La tercera opción proviene de Kant y de la revolución copernicana
de la Crítica de la razón pura, el cual da cuenta de la naturaleza de las cosas a
partir de una estructura trascendental perteneciente al intelecto. En esta
existencia humana subjetiva se configuran los objetos en el conocimiento de
acuerdo con una concordancia. Heidegger comienza entonces por dialogar
con la estructura misma de toda verdad, por su 71 heidegger y la pregunta por
el tiempo esencia. En esta propiamente dicha fenomenología de la
concordancia se establece la posibilidad del análisis. La pregunta base se
encuentra en la posibilidad de este enlace entre lo concordante. ¿Cómo ligar
una conformidad entre cosas tan distintas entre sí (entendimiento y lo ente)?
Para Heidegger, en la concordancia misma se mezclan varios componentes,
pero de todos ellos el importante se resume básicamente en el “presenciar”.
De hecho, en la verdad se pone en juego un intrincado comportamiento
humano que en el lenguaje de Heidegger se remite a “vorstellen”
(presenciar), “verhalten” (comportamiento), “Offenheit” (revelación o
apertura de la cosa al manifestarse como verdadera), “das Offene” (lo abierto
o revelado), “die Offenbarkeit” (manifestación de lo verdadero de lo ente). La
verdad de una cosa es para Heidegger la interrelación de esta cosa que se
presume verdadera (lo que es), luego su revelación o hacerse presente, el
ámbito así abierto, luego la acción de presenciarla y al final el
comportamiento global que se constituye a raíz de ese acontecer. En Arte y
poesía vemos cómo el paraje abierto por lo que es en su acontecer se
constituye por lo que se presenta y el presenciarse mismo. Para Heidegger,
toda la tradición occidental ha comprendido lo que es (lo ente) (das Seiendes)
como lo que está presente (das Anwesende). En pocas palabras, que el ser ha
sido entendido desde Platón como “presencia”. He aquí el concepto común
de la verdad y su conexión posterior con lo real y luego con lo que es. Vemos
cómo Heidegger desaloja la noción de verdad del mero ámbito del juicio o
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como aquello que se da exclusivamente en el lenguaje (Aussage). En


Heidegger, la verdad pasa más bien a ser una apertura de comportamiento y
la cuestión gira entonces a la posibilidad de darse esta apertura; de ahí la
implicación siguiente de la libertad como la esencia de la verdad. No es ahora
el momento de profundizar más en esta cuestión, pero lo que sí se debe
remarcar es que Heidegger, al desplazar el problema de la verdad hacia la
libertad (y no hacia la lógica, lugar donde se encuentra tradicionalmente), y
entender la esencia de la verdad como libertad, se está planteando ya un
problema que atañe a la esencia del hombre y no sólo a una forma de ser en
específico. 72 francisco gómez-arzapalo IV Lo ente se muestra tal como él es
en sí mismo. Si entendemos como los antiguos griegos al sí mismo de lo que
es como physis, entonces la libertad como ek-sistencia descubridora del
hombre es algo que posee el Dasein y no a la inversa, que el hombre pueda
poseer. Pues bien, en esta vinculación del Dasein y lo que es se desarrolla un
“dejar-ser” a lo ente, de manera que se presenta no como una estructura
cerrada sino, por el contrario, como una relación resueltamente abierta, “ex-
sistente”. Por otro lado, como la “totalidad” del ente queda oculta en este
mostrarse del ser, resulta entonces que el dejar ser es simultáneamente
simulación. Así, el Dasein no sólo ek-siste sino que in-siste en deambular
entre estos claroscuros del devenir del ser, ateniéndose a lo que de suyo le
pertenece y le es familiar: su cotidianidad. No es ni mucho menos una
dialéctica del ocultamiento y de la iluminación de lo ente de lo que se trata el
pensamiento de Heidegger. Es una consideración seria por dirigir la mirada
hacia la metafísica tradicional, la cual permanece en lo presenciable del
evento. La absorción del Dasein a la permanencia de lo ente lo describe
Heidegger en el comportamiento cotidiano. El “uno” o el “se” de lo plural e
indeterminado prevalece ante lo inminente de lo acaecido como tal. En estas
condiciones se pierde el misterio del ser de lo ente y se constituye el cálculo
y el dominio supuesto de lo “consistente”. Con esta actitud se pierde la
posibilidad de resguardar el co-relato de la verdad y se atiene la existencia a
un errar, que no es sino el olvido de esta obnubilación que es parte estructural
de lo ente; en otras palabras, nos olvidamos de la totalidad de lo ente y nos
atenemos a lo circunstancial de él. Es aquí donde aparece la pregunta por el
origen de este olvido, es aquí donde se muestra la cuestión trivial al primer
golpe de vista de la pregunta por el olvido (temporal) desde la “presencia”
Heidegger y la pregunta por el tiempo

(presente) de lo ente y se cuestionan las consideraciones tradicionales que


tratan de describir el tiempo como el infinito fluir de ahoras. Si para
Heidegger el tiempo constituye el horizonte de la comprensión del ser,
entonces es el tiempo el que abre y es abierto en la cuestión por el ser.

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