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Semana 1. La historia en la comprensión del presente.

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Romero Luis Alberto,

La Historia, entre el presente y el pasado

En un hermoso texto el historiador francés Marc Bloch definió el oficio de historiador de manera
concisa e implacable: se trata de comprender el presente por el pasado y el pasado por el presente. Leí
la frase hace casi cuarenta años y no se me ocurre una mejor manera de plantear este problema, que es
esencial para la Historia como ciencia y como disciplina escolar.

El pasado ilumina el presente


Muchas personas estudian lo que ya pasó por curiosidad, por el gusto por lo diverso, quizá con el
entusiasmo del coleccionista. Los historiadores que además tienen la aspiración de comprender la
sociedad en la que ellos y sus contemporáneos viven, vale decir de entender la vida, estudian el pasado
porque les interesa el presente, y están convencidos de que pueden explicarlo. ¿Está justificada esa
pretensión?
Los noticieros de televisión o de radio nos bombardean todos los días con información sobre el
presente, siempre al instante, y cuanto más nos dicen menos entendemos. Un noticiero exhibe el
presente en Estado bruto, acumula y yuxtapone datos y referencias específicas de cosas diversas y
combina lo efímero con lo trascendente, lo anecdótico con lo sustancial. Cuando queremos entender
un poco más recurrimos a la columna periodística, a la revista especializada, donde alguien pone las
referencias en contexto, ordena los datos, suma antecedentes, es decir, agrega a la realidad una
segunda dimensión.
La tercera dimensión es aportada por la historia. Cada cosa que sucede, cada problema, se ubica en el
cruce de distintos procesos, algunos más acotados, otros de larga data, que le dan sentido. La guerra de
Kosovo, o la de Bosnia, tienen que ver con la disgregación del Estado yugoslavo, consolidado después
de la Segunda Guerra Mundial por el régimen comunista de Tito. Pero ese Estado surgió en 1918, al
finalizar la Primera Guerra, luego de la disgregación del Imperio austro-húngaro: los antiguos
conflictos de nacionalidades y etnias en el seno del Imperio, la constitución misma de la idea de
nacionalidad y los nacionalismos políticos propios del siglo XIX son indispensables para entender
cómo se llega a Kosovo, así también, quizá, la instalación turca en los Balcanes del siglo XIV o la
expansión de poblaciones alemanas del siglo XIII, por no hablar de los movimientos de los pueblos
eslavos de la temprana Edad Media.
Es fácil repetir este ejercicio con cualquier otro tema que interese. La Rusia de hoy nos lleva
fácilmente a la Unión Soviética, y más atrás, al emprendimiento expansivo y modernizador de Pedro
el Grande en el siglo XVIII. Si examinamos la democracia política llegamos rápidamente al siglo
XVIII y a la Revolución Francesa, momento en el que se inventa –literalmente- la idea de que
individuos son iguales porque todos tienen una razón y una consecuencia poseen los mismos derechos
políticos. En un plano más cercano, muchísimos argentinos tienen sus bisabuelos en algún lugar de
Europa o del Cercano oriente y es bueno que se pregunten por qué y cómo vinieron a dar acá y hasta
qué punto su vida de hoy está influida, condicionada quizá, para bien o para mal, por aquel trasplante.
Un docente experimentado puede repetir hasta el infinito este juego de remontar el tiempo –años,
décadas, siglos- para rastrear un problema. El pasado encierra muchas de las claves necesarias para
entender el presente en que vivimos y la Historia, como disciplina científica, posee una de esas claves
(que es la única pero le pertenece): mirar el presente desde el pasado, como una película que transcurre

Año: 2010 - INTRODUCCIÓN A LA HISTORIA DE LAS SOCIEDADES/HISTORIA DE LAS SOCIEDADES


Carreras: Profesorado en Letras / Técnico Univ. en Comunicación Social - Plan de Estudios: 2000 / 2004 - Profesor responsable: Mg.
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Marcelo D. Marchionni
hasta el momento mismo en que nosotros, en nuestro presente, aparecemos como actores y
protagonistas.

El presente ilumina el pasado


Miremos ahora las cosas en sentido contrario. Frente al pasado tenemos a nuestra disposición muchas
películas para ver: ¿cuál elegimos?
El pasado es una cantera inagotable de hechos que sucedieron. Ningún historiador puede conocerlos
todos, ni lo pretende, pero nadie descartaría a priori algo de ese reservorio. Según lo que esté
buscando, el historiador elegirá una parte u otra, iluminando con su linterna aquí y allá en el pasado: el
Imperio austro-húngaro o las migraciones del siglo XIX, el pensamiento de Rousseau o los proyectos
de Pedro el Grande. Si bien los historiadores orientan su linterna y eligen su tema movidos por gustos
personales o por demandas y discusiones específicas de su profesión, también influyen los intereses,
las preguntas y las angustias de quienes los rodean. En la elección de los temas siempre hay una
combinación de decisiones individuales y de demanda social.
Las demandas sociales cambian y los historiadores renuevan sus preguntas. Hace treinta años casi
nadie se interesaba por el Imperio austro-húngaro y hoy se busca en él con ansiedad una clave para
entender los desgarramientos de los Balcanes. La conciencia ambiental actual ha estimulado entre los
historiadores la llamada “historia ecológica”, que estudia la forma en que nuestros antecesores trataron
la dotación de recursos naturales de la humanidad, que hoy sabemos finitos. Hace treinta años los
intereses eran algo distintos: en una época revolucionaria los historiadores estudiaban los movimientos
sociales, fuera en Rusia, en Francia o en el Imperio Romano. En el siglo XIX, en plena formación de
las nacionalidades y de consolidación de los Estados, predominaba la historia nacional: en qué
momento, cómo y contra quién había surgido la patria.
Si bien es cierto que las preguntas son muy distintas según las épocas (los docentes somos conscientes
de las diferencias entre nuestros intereses personales y los de nuestros alumnos), en el fondo obedecen
a una preocupación común, formulada de diversas maneras pero constante. Le preguntamos a la
historia quiénes somos y en qué circunstancias vivimos, de dónde venimos, y quizá, adónde vamos. Y
lo hacemos porque queremos hacer algo con nuestros proyectos. Hay épocas en las que los proyectos
tienen alcances largos y entonces nuestra mirada hacia atrás, hacia el pasado, es más profunda y
abarcativa. Otras veces nuestra capacidad de proyectar un futuro se achica y la mirada hacia atrás es
más corta, menos interesada. Pero el doble movimiento existe siempre: del presente al futuro y al
pasado.
La inquietud que mueve al conjunto de la gente y a los historiadores es la misma pero la manera de
responder es diferente. El pasado es de todos y cada uno tiene derecho a reconstruirlo del modo que
más le guste: hay quienes prefieren las versiones míticas, las religiosas, las que justifican una posición
política, las que atenúan los problemas, las que convierten procesos complejos en procesos simples,
las que encuentran siempre a los buenos y a los malos. La conciencia histórica de una sociedad es
construida por muchos (novelistas, profetas, psicoanalistas, políticos, periodistas o gurúes) que lo
hacen a su manera y está bien que así sea.
Los historiadores también construyen la conciencia histórica pero de una manera especial, que los
diferencia de los novelistas o los políticos. Los historiadores, que procuran ser rigurosos, lo hacen de
acuerdo con las reglas de su oficio. Saben que no hay verdades absolutas, eternas y universales pero
reconocen la existencia de criterios de verdad válidos para su época, a los que deben ajustarse. Un
historiador también es un ciudadano y, como cualquiera, tiene sus simpatías, sus intereses y sus
pasiones, pero aprende a controlarlos. Aprende a no sacrificar nada de lo que cree que es la verdad, a
explorar otras posibilidades, otros puntos de vista; sobre todo, aprende a aceptar la crítica de sus
colegas, de la comunidad académica, pronta siempre a detectar deslices, simpatías, proyecciones. Si
bien no alcanza la verdad última –que no la hay- construye, con sus límites, un conocimiento
verdadero. ¿Es también útil?

La maestra de la vida
Durante mucho tiempo se creyó que la historia contenía lecciones sobre cómo enfrentar los problemas
y que había que buscarlas: al fin –se pensaba- la naturaleza humana es inmutable y lo que fue válido
Año: 2010 - INTRODUCCIÓN A LA HISTORIA DE LAS SOCIEDADES/HISTORIA DE LAS SOCIEDADES
Carreras: Profesorado en Letras / Técnico Univ. en Comunicación Social - Plan de Estudios: 2000 / 2004 - Profesor responsable: Mg.
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en el pasado también lo será en el presente y en el futuro. Los historiadores han criticado esta idea, con
razón: la realidad histórica es demasiado cambiante y compleja como para tomar ejemplo de Julio
César, de Luis XIV o de Napoleón. En ese sentido, nadie espera de la historia consejos específicos ni
tampoco predicciones puntuales sobre lo que va a suceder cada día. Ningún historiador cree tener la
bola de cristal.
Y sin embargo, la vieja fórmula encierra una verdad más profunda. Quien estudia historia se pregunta
por sí mismo y por sus circunstancias, pues quiere vivir y actuar. Quizá quiera acomodarse a esas
circunstancias, quizá pretenda modificarlas, poco o mucho, de acuerdo con sus posibilidades. ¿Nos
ordena la historia cómo actuar? No. No hay una “ley de la historia” que demuestre que el mundo
marcha hacia la democracia, el socialismo o la redención, por más que alguna de esas cosas sea valiosa
para nosotros. El sentido que le daremos a nuestras acciones lo elegimos nosotros y depende de
nuestros valores, de aquellas cosas en las que creemos.
Empero, el conocimiento de la historia nos pone en situación, nos muestra las opciones y las
limitaciones. Nos explica, por ejemplo, cómo surgió en la sociedad occidental la idea de que el hombre
tiene derechos humanos, nos muestra quienes lucharon por ellos, cómo lucharon, contra quienes lo
hicieron y cuáles son los enemigos actuales de esos derechos. La historia nos explica cómo fue la
película hasta el momento en que nosotros mismos nos convertimos en protagonistas y nos invita a
actuar sin libreto definido. Ciertamente, las posibilidades no son infinitas para cada uno de nosotros:
nadie puede modificar todas sus circunstancias. Empero, dentro de esos márgenes de determinación las
maneras de continuar la historia son distintas y la obra tiene final abierto.
El pasado conforma el presente y lo abre a la acción. Nos muestra cuáles son nuestras posibilidades,
nos invita a asumir nuestras responsabilidades y nos deja ante la acción. Nuestros hijos o nuestros
nietos nos verán como parte de una película ya definida que ellos reciben abierta. La historia, siempre
renovada, mantiene constante su invitación a pensar, juntos, el presente, el pasado y el futuro.

Luis Alberto Romero.


Luis Alberto Romero es Investigador Principal del CONICET, Profesor de Historia Social General de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y Director del Centro
de Estudios de Historia Política de la Universidad de San Martín. Ha publicado Sectores populares, cultura y política: Buenos Aires en la entreguerra (con Leandro H. Gutiérrez, 1995), Qué
hacer con los pobres. Elite y sectores populares en Santiago de Chile en el siglo XIX (1996), Volver a la historia (1997), Argentina. Crónica total del siglo XX (2000), Buenos Aires, historia
de cuatro siglos (con José Luis Romero; 2da edición, 2000), y Breve historia contemporánea de la Argentina (2da ed. 2001) (traducida como A History of Argentina in the Twentieth
Century 2002). Ha sido Director académico de la colección Los nombres del poder, del Fondo de Cultura Económica, y de la Historia Visual Argentina, publicada por el diario Clarín. Dirige
actualmente la colección Historia y cultura de Siglo XXI editores de Argentina.

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