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"Deseo, oh Jesús, que mi voz llegue a los confines del mundo, para llamar a todos los pecadores y
decirles que entren en Tu Corazón ... ¡Oh, si todos los pecadores vinieran a Tu Corazón! ... ¡Vengan,
pecadores, no tengan miedo! ¡La espada de la justicia no puede alcanzarlos aquí!
La carta de santa Gema está fechada el 13 de octubre de 1901, y la dirige, por mandato del Cielo, al que sería su
director espiritual, el P. Germán de san Estanislao, pasionista. Leerla en clave de pasado es, a mi parecer, un grave
error. Lo que subyace detrás es el binomio pecado-castigo, conversión-paz. Esta perspectiva abre vías preocupantes
sobre los tiempos actuales, pero quizá por ello es más realista. Y de nuevo exigencias de un blog obligan a traer a
colación esta carta -mencionada en el anterior artículo- sin más ayuda que la que deparen las negritas. Dejo para el
siguiente post su comentario.
Antes de todo he pedido a las muchas almas buenas que rezasen a Jesús, para que Jesús antes que nada me diese
fuerzas para escribir cosas que tanta repugnancia me causan; luego, que preparase el corazón de mi padre (si es
verdaderamente Jesús) para que esté dispuesto a contentar al Corazón Sacratísimo de mi Jesús, y a darle la satisfacción
que este Corazón tanto demanda; además... oh, padre, padre, ahora mismo es tal mi repugnancia, que me parece
imposible seguir adelante. Acabo de estar con monseñor, que me ha dado permiso para escribirle con toda libertad…
No sé por dónde empezar pero Jesús me ayudará. Hace varios días que después de la Sagrada Comunión Se deja sentir
de tal manera que apenas puedo resistirlo, y me siento morir; me habla de ciertas cosas, que ha sido necesario toda la
buena voluntad de Jesús para hacérmelas entender. Hará unos diez días que, apenas recibido, me hizo esta pregunta:
"Dime, hija, ¿me amas mucho?"... ¿Y que responder a esto, padre mío?... El corazón respondió con sus palpitaciones.
"Y si me amas -añadió-, ¿harás cuanto Yo quiero?”... También a esto el corazón respondió, manifestando el deseo que
tenía. “Es un negocio importante, hija mía: tienes que comunicar cosas grandes a tu director”… A lo que, padre mío,
respondí con estas palabras: “¡Oh, Jesús! –le dije- por caridad: no mandéis que vaya a monseñor; ya sabéis bien, ¡oh,
buen Jesús! que éste no hace caso de las cosas de mi fantasía”. Y Jesús entonces: “No, no; quiero que te dirijas a tu
padre (su director espiritual el P. Germán). Espero que él ha de dar a mi Corazón la satisfacción que deseo”.
santa GemaY me parece que siguió diciendo: “Hija mía –exclamó suspirando- ¡cuánta ingratitud y malicia hay en el
mundo! Los pecadores siguen viviendo en la pertinaz obstinación de sus pecados. Mi Padre no les puede tolerar por
más tiempo. Las almas viles y flacas no se hacen ninguna violencia para vencer la carne. Las almas afligidas se
amedrentan y desesperan. Las almas fervorosas poco a poco van cayendo en la tibieza. Los ministros de mi
santuario…” Al decir estas palabras Jesús se paró, y luego prosiguio: “A ellos a quienes he confiado la continuación
de la obra de la Redención…” Jesús se volvió a callar de nuevo… “A esos támpoco mi Padre puede tolerarlos ya. Yo
les doy continuamente luz y fuerza, pero ellos… Ellos, a quienes yo he tratado siempre con particular predilección;
ellos, a los que siempre he mirado como a la pupila de mis ojos”… Jesús se volvió a callar y suspiró.
“Constantemente, sólo recibo de las criaturas ingratitud y malos tratos; la indiferencia va cada día en aumento, nadie
se arrepiente. Y Yo, en cambio, desde el cielo, no hago sino dispensar gracias y favores a todas las criaturas; luz y vida
a la Iglesia; virtud y poder a quien la dirige; sabiduría a los encargados de ilustrar a las almas envueltas en tinieblas;
constancia y fortaleza a las que deben seguirme; gracias de todas clases a cuantos justos y aún pecadores yacen
escondidos en sus antos tenebrosos; hasta allá dentro hago yo llegarles mi Luz, allí les enternezco y hago lo posible
para convertirles… Más ellos… ¿Cuál es el fruto de mis afanes? ¿Qué correspondencia hallo en las criaturas por mí
tan amadas? Al ver lo que veo, me siento traspar de nuevo el corazón”… ¡Oh Jesús! Pero vayamos adelante, padre
mío… “Nadie se cuida ya de Mi amor; Mi corazón está olvidado, como si nada hubiese hecho por su amor, como si
nada hubiera padecido por ellos, como si de todos fuera desconocido. Mi corazón está siempre triste. Solo Me hallo
casi siempre en las iglesias, y si muchos se reúnen, lo hacen con motivos bien distintos de los que Yo quisiera; y así
tengo que sufrir viendo a mi Iglesia convertida en teatro de diversiones; veo que muchos, con semblante hipócrita, me
traicionan con comuniones sacrílegas”…
manuscrito de la autobiografía de santa Gema quemada por el demonioJesús habría continuado, pero yo me vi
obligada a exclamar: “Jesús, Jesús, yo no puedo más!... ¡Si pudiese!...”
Jesús estaba conmovido; se paró un poco, y luego prosiguió dulcemente: “Hija, tengo necesidad de almas que Me
consuelen, cuando son tantas las que Me disgustan. Tengo necesidad de víctimas, pero víctimas de verdad. Para calmar
la ira divina y justa de mi Padre celestial, necesito almas que con sus padecimientos, tribulaciones y asperezas,
satisfagan por los pecadores y los ingratos. ¡Oh, si pudiera hacer comprender a todos cuan irritado está mi divino Padre
contra el mundo!... Nada hay capaz de contenerlo. Esta preparando un castigo terrible para todo el género humano.
¡Cuántas veces he tratado de calmarlo! La vista de mi cruz y mis padecimientos no son ya bastante a contenerlo.
Muchas veces Le he calmado presentándole un grupo de almas escogidas, de víctimas heróicas. Sus penitencias, sus
asperezas y sus actos heróicos Le han aplacado. También ahora para aplacarlo Le he presentado alguna de estas almas,
pero Él me dice: “ No, no puedo más.” Y es que estas almas, hija mía, no pueden bastar para tanto. Son pocas.”
Se me ocurrió entonces preguntarle: “¿Y cuales son esas almas?” A lo que Jesús: “Las hijas de mi Pasión.” Quedé
asombrada, porque yo pensaba si serían las sepultadas vivas, por ser las más escondidas. Jesús continuó. “Si supieras,
hija mía, cuántas veces he visto calmarse a mi Padre, presentándole estas almas!.. pero ahora son muy pocas, no son
suficientes.”
Yo callaba: “Hija mía –me dijo- escribe inmediatamente a tu padre y dile que vaya a Roma, que exponga este deseo
mío al Santo Padre, que le diga que un gran castigo amenaza al mundo, y que necesito víctimas. Mi padre celestial está
sobremanera indignado. Yo os aseguro que si dan a mi corazon la satisfacción de hacer aquí en Luca una nueva
fundación de religiosas Pasionistas, aumentando así el número de estas almas, las presentaré a mi Padre, y Él se
aplacará. Dile que éstas son mis palabras, y que será el último aviso que Yo le doy, habiendo manifestado
sobradamente mi voluntad. Di a tu padre que me de esta satisfacción.”
SANTA GEMA GALGANI, VIRGEN
Muchos santos han sido acremente discutidos, incluso por católicos, mientras vivían; pero pocos se han visto
perseguidos, también por católicos, después de muertos. Gema Galgani, una pobre muchacha italiana que falleció a
principios de este siglo, ha corrido esa doble suerte. Mientras su confesor, el obispo Juan Volpi, atribuía a histeria los
fenómenos extraordinarios que presentaba Gema, su director, el pasionista Germán de San Estanislao, afirmaba el
origen sobrenatural de esas manifestaciones. La primera fase del proceso para la glorificación de Gema, celebrada en
Luca, donde ella murió, resultó bastante borrascosa, pues había testigos empeñados en hacer de Gema una histérica
falsaria; y la prudencia aconsejó que el proceso apostólico se celebrase en Pisa. Muchos esperaban que el decreto en
que se declarase la heroicidad de las virtudes de Gema pondría fin a la controversia, al reconocer implícitamente la
autenticidad sobrenatural de aquellos fenómenos. Pero el papa Pío XI quiso que constase expresamente en el decreto
que la afirmación de la heroicidad no suponía juicio alguno sobre el origen de aquellos hechos.
Si en Gema hubo fenómenos que llamaron la atención de amigos y enemigos, esta decisión del Papa ha sido una
lección para todos, y en ella hemos de fijar nuestra atención, libres del apasionamiento con que entonces se la juzgó.
Porque en Gema, además del paradigma general de las virtudes cristianas, que le es común con los demás santos, hay
una ejemplaridad poco frecuente, que supone una especial providencia de Dios para con nosotros. Ya ha pasado
felizmente el tiempo en que se pensaba que determinadas enfermedades estaban reñidas con la santidad. Lo mismo que
hay santos sanos, hay también enfermos santos, y Dios se puede comunicar lo mismo a los unos que a los otros. Puede
utilizar como punto de partida o como medio para sus comunicaciones una imaginación exaltada, una sensibilidad
morbosa, una manera de ser distinta de la normal. Y pueden darse reacciones patológicas como consecuencia de la
excitación producida por una comunicación sobrenatural. Dios ha querido darnos en Gema un ejemplo luminoso de
todo esto. Y en esta ejemplaridad de Gema, propia suya, radica su valor presente, que será su valor eterno. El mundo
siente ya la necesidad acuciante de conocer a los santos como fueron en realidad, con toda su grandeza espiritual y
toda su miseria temporal, sin la piadosa fantasía de una leyenda dorada, sin confundir la conciencia delicada con la
psicastenia, ni la nostalgia divina con la depresión, sin llamar sobrenatural a lo que sólo es anormal. Hoy buscarnos en
los santos más lo imitable que lo admirable. Al mirarlos queremos vernos en ellos para alentarnos con ellos. Los
ejemplos edificantes que necesitamos no son de semidioses fulgurantes, sino de cristianos de carne y hueso, con todas
las deficiencias que pueden afligir a cualquier discípulo de Jesús, sin excluir ni las anormalidades mentales, que deben
conducir a la santidad por el camino de la humillación.
La vida exterior de Gema podría compendiarse en pocas líneas y carece de interés. Nacida en una familia modesta, fue
una niña precoz sin llegar a ser una niña prodigio. A la orfandad siguió la miseria. Una familia piadosa recogió a
Gema, y en su casa la tuvo hasta su muerte, más como una hija que como una sirvienta. Fue una joven que supo
cumplir lo que ella creía voluntad de Dios con un heroísmo admirable. Resplandeció en la caridad fraterna, excelente
contraprueba de la caridad filial. Su humildad y sencillez, su rigurosa sinceridad, su paciencia y resignación ante todo
género de padecimientos físicos y morales, fueron de una ejemplaridad absoluta. Y llegó a cultivar ciertas virtudes con
demostraciones que parecieron excesivas; en materia de pureza, si de niña no permitía que la tocase ni su padre, jamás
consintió que la auscultase el médico. Además, Gema fue protagonista de una doble serie de acontecimientos, que
fijaron en ella las miradas de cuantos la conocían. Y esta atención descubrió en Gema reacciones auténticamente
cristianas que en otras circunstancias hubiesen pasado quizá inadvertidas. Precisamente en esto consiste la original
ejemplaridad de Gema, difícilmente superada ni igualada por otros santos.
La primera de esas dos series de acontecimientos se refiere a su salud. La familia de Gema se vio afligida por las
enfermedades. La mitad de los hijos murieron jóvenes. el padre, de un tumor maligno; la madre, de una tuberculosis
pulmonar, enfermedades que Gema recibió en herencia. Desde niña fue una criatura enfermiza, escasamente
desarrollada, hasta el punto de que a los nueve años apenas aparentaba seis. A los trece tuvo que ser operada de osteítis
tuberculosa, a los dieciséis sufrió graves trastornos de apariencia neurótica. A los diecinueve se multiplicaron las
enfermedades desconcertantes con síntomas gravísimos. Tabes espinal de carácter maligno, un absceso en la región
lumbar, meningitis, úlceras, sordera, caída del cabello, parálisis. Las intervenciones quirúrgicas, en vez de extirpar el
mal, lo desplazaban de un punto a otro del cuerpo. Apenas operado el absceso en los riñones, brotó un tumor grave en
la cabeza. Los médicos, desconcertados y desalentados, desahuciaron a aquella enferma que no se dejaba reconocer
debidamente. Pero Gema se curó de repente. La vida de Gema oscilaba entre agravaciones súbitas y curaciones
inesperadas. Le aparecieron por el cuerpo manchas semejantes a quemaduras, dos costillas se le deformaron
visiblemente, padeció dilatación del corazón, tenía súbitos accesos de fiebre con temperaturas que no alcanzaban a
registrar los termómetros clínicos, con pulsaciones galopantes que movían la cama, en que yacía. A veces rodaba por
el suelo entre convulsiones y parecía arrojar espuma por la boca. En sus últimos años tuvo vómitos de sangre y sufrió
extrañas alucinaciones que la asustaban y la ponían en ridículo: veía insectos en la comida y serpientes en la cama. Su
cuerpo parecía ya un esqueleto. Se añadieron desmayos, pesadillas y delirios. Perdió la vista. En sus últimos meses
daba muestras de tener perturbadas las facultades mentales.
Fue su paciencia heroica, con los ojos fijos en el Crucificado, la que permitió aquilatar su humildad y su caridad, las
dos virtudes esenciales del Evangelio, en medio de aquel torbellino de enfermedades sin número ni medida. Pero una
segunda serie de acontecimientos fueron entrelazándose con esas enfermedades, y la confusión que esto produjo
ocasionó la controversia de que Gema no se ha visto libre ni después de canonizada. Dotada de una sensibilidad tan
grande, que parecía tener el alma en carne viva, la manifestaba de una manera frecuentemente aparatosa; desde niña,
oír contar la pasión de Jesús le producía fiebre, y oír una blasfemia le hacía sudar sangre. Y Gema aseguraba vivir en
continuas comunicaciones extraordinarias con el cielo y con el infierno. Cuando en su propia familia sus hermanos
persiguieron y ridiculizaron las expresiones de su devoción, Gema se refugió en la continua meditación de la Pasión,
deseando vivamente incorporarse a ella. Tenía veintidós años cuando recibió, como se recibe un regalo larga y
ansiosamente esperado, los estigmas de la Pasión. Llagas en las manos, pies y costado, abiertas y sangrantes; heridas
de la flagelación y la coronación. Gema comenzó a caminar encorvada bajo el peso de la cruz de Jesús, que la hería en
un hombro, y tenía las rodillas desolladas por las caídas bajo el peso de la misma cruz. Todas sus heridas coincidían
exactamente con las que mostraba el crucifijo ante el cual acostumbraba ella orar. No disimulemos las pinceladas
oscuras en este retrato: en algunos accesos, que fueron calificados de ataques infernales, Gema arrebató y rompió los
rosarios de los circunstantes y escupió a las imágenes de Jesús y de María; en aquellos arrebatos, y en algunas otras
actuaciones sorprendentes, Gema era, sin duda, irresponsable y nunca se podrán esgrimir contra su santidad.
Más aún. En este claroscuro de la vida de Gema, sobre el fondo negro resalta lo blanco con toda su pureza. Dios ha
querido ofrecer un ejemplo luminoso a quienes padecen ciertas dolencias. Diríamos que en Gema hay una nueva
patrona de los enfermos. Y esta muchacha humilde y sencilla será cada vez más apreciada por los afligidos, a quienes
ha traído la buena nueva, que muchos se resisten todavía a creer, de que a todos sin excepción está abierto el acceso a
la más alta santidad por el camino del Evangelio, que es el de la sinceridad, la humildad y la caridad.
Santa Gema Galgani
Principal
Vida
Diario
Las similitudes en el viaje humano y espiritual entre Santa Gema y San Padre Pío son evidentes porque sus experiencias místicas
fueron similares, la lucha contra el diablo, las manifestaciones sobrenaturales de Jesús niño, la Virgen María y el ángel de la
guarda.
El ángel de la guarda y el elemento fundamental en la experiencia mística de Gema y Padre Pío. Sus ángeles de la guarda
llevaron cartas y mensajes, de ellos recibieron iluminaciones e instrucciones que ayudaron a comprender la voluntad de Dios.
Gema Galgani tenía siete años cuando empezó su sobrecogedora experiencia con la primera locución interior, que encuentra su
cumbre en el 1899 con los signos de la redención en su cuerpo.
Francisco Forgione, nueve años más jóven que Gema, a los cinco años siente el deseo de ser totalmente de Dios y empieza a
experimentar los primeros fenómenos sobrenaturales. Durante su noviciado (1903-1904), experimenta plenamente su
experiencia mística (apenas recién acontecida la muerete de Gema).
La semejanza entre sus experiencias con las de Gema le lleva a intuir y reconocer que ella es quien puede ayudarlo a
comprender lo que está viviendo en la misma carne.
Como Gema, también el Padre Pío tuvo que luchar contra el demonio y tuvo las mismas experiencias celestes hechas de
revelaciones, presencias Angélicas, de Cristo y de la Virgen Maria. Vivió más adelante la dolorosa experiencia de los estigmas,
invisibles en un primer momento y durante casi ocho años, luego manifiestos y permanentes.
El Padre Pío se reconoce plenamente en las mismas excepcionales experiencias místicas de Gema, descritas por ella con un
lenguaje desarmante por su simplicidad, y la elige como modelo. En efecto, en muchas de sus cartas - alrededor de 50 - hay
frases y expresiones típicas del lenguaje de Santa Gema, pasajes de sus cartas, de su diario y de sus escritos.
Que el Padre Pío haya leído los escritos de Gema se confirma en una sus cartas al padre Benito del 2 de mayo de 1921. Escribe
así: "Vengo además a pedirle una caridad: tendría el deseo de leer el librito titulado "Cartas y éxtasis de la sirvienta de Dios
Gema Galgani", junto con aquel otro de la misma sirvienta de Dios, que se titula "La hora Santa". Seguro que hallando justo mi
deseo, me los procurará. Me despido y le pido su bendición. Pío"
El Santo Padre Pío recomendaba a muchos de sus hijos espirituales la devoción a Gema, a quien llamaba "La Gran Santa", y
cuando hablaba de ella se conmovía hasta las lágrimas y animaba a los devotos visitadores a conocer esta alma predilecta.
Muy frecuentemente, el Padre Pío enviaba a Luca a algunos peregrinos llegados de Toscana y de algunas Regiones del Norte
Italia ¿Por qué venís hasta aquí a pedir gracias? Corred a Luca que está más cerca para vosotros y allá os está esperando Santa
Gema, que es una Santa."
Santa Gema Galgani y el Santo Padre Pío han esparcido en todo el mundo el perfume de su santidad y a nosotros sólo nos
queda dirigir a Dios calurosos loores de agradecimiento por habernos regalado criaturas tan resplandecientes de amor y de
virtud.
Una de sus últimas providencias fue la de hacer que la pequeña recibiese la plenitud de la gracia bautismal por la
Confirmación, antes incluso de la Primera Comunión, como era la costumbre de entonces en Italia. Y a pesar de las
dificultades impuestas por la enfermedad, la propia señora Galgani, auxiliada por una catequista, se encargó de preparar a su
hija para que recibiera el Sacramento.
Después de la ceremonia, la niña permaneció en la basílica de San Michele in Foro para asistir a una Misa en acción de gracias y,
estando rezando por su querida madre, tuvo su primer diálogo sobrenatural:
- No, dame de buena voluntad a tu madre. Tú debes quedarte ahora con tu padre. Me la llevaré al Cielo. Pero ¿me la das con
gusto?
En septiembre de 1885, la señora Galgani entregó piadosamente su alma a Dios, habiendo dejado instalada a su hija en casa
de la tía materna, Elena Landi. Después de pasado algún tiempo, Gema regresó junto a su padre e ingresó como externa en el
colegio de las Hermanas de Santa Zita, fundado por la Beata Elena Guerra.
A los nueve años, revelando una piedad fuera de lo común, la niña manifestaba enorme deseo de recibir la Sagrada Eucaristía.
En vano suplicó durante largo tiempo a su confesor, Mons. Giovanni Volpi, a su padre y a las maestras: “Dadme a Jesús y veréis
que seré más sabia, no cometeré más pecados, no seré ya la misma”.
Finalmente, el sacerdote terminó accediendo y, a pesar de su poca edad para las costumbres de la época, en la fiesta del
Sagrado Corazón de 1887, Jesús Hostia entraba por primera vez en aquella fogosa e inocente alma: “Lo que pasó en esos
momentos entre Jesús y yo, no sé expresarlo. Jesús se hizo sentir a mi alma de una manera muy fuerte. Comprendí entonces
que las delicias del Cielo no son como las de la Tierra. Me sentí presa del deseo de hacer continua aquella unión entre Jesús y
yo”.
Unirse al Señor, asemejarse a Él, fue desde aquel momento el único objetivo de la vida de Gema.
Durante el período transcurrido con las Hermanas de Santa Zita, la niña se dedicó con todo esmero a las actividades escolares.
Por su buen ejemplo, era el “alma” de la escuela y muy querida por sus compañeras, que la respetaban, pues a pesar de ser
poco expansiva tenía el don de la palabra concisa y del actuar resoluto.
Mientras tanto, el divino Maestro la colmaba de gracias interiores, haciéndola progresar cada vez más en las vías de la
perfección. La vida de la joven Gema transcurría envuelta en frecuentes fenómenos místicos, y eso se translucía de algún modo
en su mirada.
Cierto día, cuando ya contaba con 16 años, nuestra santa recibió de regalo un costoso reloj y una cruz con cadena de oro. Y para
agradar al pariente que le había hecho el obsequio, salió a la calle llevándolos consigo. Por la noche, mientras se preparaba para
dormir, se le apareció su ángel de la guarda que le dijo: “Recuerda que los preciosos arreos que han de hermosear a una
esposa de un Rey Crucificado, no pueden ser otros que las espinas y la cruz”.
La joven, que siempre había sentido especial devoción por los sufrimientos de Jesús, consideró esa advertencia con toda
seriedad y desde entonces renunció a cuanto podría servir de pretexto a la vanidad, pasando a vestir con una sencilla ropa
negra.
Desde la muerte de su madre, cuenta la santa en su biografía, nunca había dejado de ofrecer algún pequeño sacrificio a
Jesús. Sin embargo, había llegado la hora de empezar a sorber en grandes tragos el cáliz del sufrimiento.
En 1896 una terrible necrosis en un pie, acompañada por agudísimos dolores, la obligó a someterse a una
intervención quirúrgica. Gema rechazó cualquier tipo de anestesia y se mantuvo inmóvil durante toda la operación,
mientras los asistentes acompañaban estupefactos lo que más parecía ser una tortura que un acto terapéutico. Tan
sólo algunos gemidos involuntarios la traicionaban en el momento más difícil de la intervención, la cual soportó sin
quitar la mirada del Crucifijo, pidiéndole aún a Jesús perdón por la debilidad manifestada. Al año siguiente su padre
fallecería tras haber perdido toda su fortuna, dejando a la familia en una gran miseria.
En 1898, Gema fue alcanzada por una grave enfermedad en la columna vertebral, lo que la dejó postrada en la cama, con
dificultad para hacer el más mínimo movimiento.
En medio de tanta molestia, su ángel de la guarda no dejaba de consolarla, y el divino Maestro se servía de sus dolores para
hacerla progresar en la virtud de la humildad. También adquirió una gran devoción por San Gabriel de la Dolorosa, religioso
pasionista que había fallecido treinta años antes, cuya biografía leyó ávidamente durante su enfermedad.
Una noche, tras haber hecho voto de virginidad y haber manifestado el propósito de vestir el hábito religioso si viniera a sanar,
se le apareció en sueños el santo pasionista diciéndole: “Haz en el momento oportuno el voto de ser religiosa, pero no añadas
nada más”. Y cuando Gema le preguntó el por qué, se quitó el símbolo pasionista que llevaba prendido a la sotana, se lo dio
para que lo besara y se lo puso a la enferma, repitiendo: “Hermana mía…”.
Durante todo ese tiempo, sus parientes y conocidos no dejaron de hacer novenas y triduos implorando su curación; sin
embargo, ella permanecía indiferente, dócil a los designios divinos. Al cabo de un año, para agravar la situación, los médicos le
diagnosticaron un tumor en la cabeza, y le dieron por desahuciada. Entonces, una de sus antiguas maestras consiguió
convencerla de que hiciera una novena a Santa Margarita María Alacoque. El último día de esa novena, pocas horas después de
haber recibido la Sagrada Comunión, la joven se puso de pie, totalmente sana. Era el primer viernes del mes de marzo.
El Jueves Santo del año siguiente, Gema, aún debilitada, practicaba en su cuarto la devoción de la “Hora Santa en compañía del
Señor en el Huerto”, escrita por la fundadora de las Hermanas de Santa Zita, sintiendo mientras la hacía un profundo dolor por
sus faltas. Terminada la oración, apareció ante ella la figura de Jesús Crucificado que le decía: “Hija, estas llagas las habías
abierto tú con tus pecados, pero ahora, alégrate, que todas las has cerrado con tu dolor. No me ofendas más. Ámame, como
yo siempre te he amado”.
"Soy feliz, Jesús, porque siento mi corazón palpitar con el vuestro, y porque os poseo"
Días después, mientras rezaba las oraciones de la tarde, Cristo Crucificado se le hizo nuevamente visible y le dijo: “Mira, hija
mía, y aprende cómo se ama. ¿Ves esta Cruz, estas espinas y clavos, estas carnes lívidas, estas contusiones y llagas? Todo es
obra de amor, y de amor infinito. He ahí hasta qué punto te he amado. ¿Quieres amarme de verdad? Entonces aprende a
sufrir: el sufrimiento enseña a amar”.
En otra ocasión, mientras le pedía a Dios la gracia de amar mucho, oyó una voz sobrenatural que le decía: “¿Quieres amar
siempre a Jesús? No ceses de sufrir por Él en ningún momento. La cruz es el trono de los verdaderos amantes; la cruz es el
patrimonio de los elegidos en esta vida”.
Esas visiones, a la vez que intensificaban el dolor por sus pecados, le traían una gran consolación y aumentaba en ella el deseo
de amar a Jesús y padecer por Él.
En la víspera de la fiesta del Sagrado Corazón de ese mismo año, Gema perdió los sentidos y cuando despertó se encontró en
presencia de la Santísima Virgen, que le decía: “Mi Hijo, Jesús, te ama mucho y quiere concederte una gracia muy grande; ¿te
mostrarás digna de ella?”. La santa no sabía qué responder. Nuestra Señora continuó diciéndole: “Seré para ti una madre.
¿Sabrás mostrarte como verdadera hija?”. Y a continuación extendió su manto y la cubrió con él.
En ese instante se le apareció nuevamente Jesús. Con la simplicidad propia de las almas inocentes, así narra Gema lo ocurrido:
“Sus llagas estaban abiertas, pero no chorreaba sangre; de ellas salían llamas ardientes. En un abrir y cerrar de ojos esas
llamas tocaron mis manos, mis pies y mi corazón”. Permaneció durante algún tiempo bajo el manto de la Reina de los Cielos.
Después la Virgen María le besó en la frente y desapareció, dejando a la joven arrodillada con fuertes dolores en las manos, en
los pies y en el corazón, de donde goteaba sangre: Santa Gema Galgani había recibido la gracia de los Sagrados Estigmas.
El fenómeno se repetía todas las semanas. Los jueves las llagas se abrían por la noche, permaneciendo hasta las tres de la
tarde del viernes. El sábado, o el domingo a más tardar, de ellas sólo quedaban unas marcas blanquecinas.
Además de los estigmas, cuya existencia pocos conocían, eran frecuentes en la vida de Santa Gema otras manifestaciones
sobrenaturales, como sudores de sangre e incontables éxtasis, que le ocurrían en cualquier instante. Eso hizo que las relaciones
con sus tías, con las que vivía desde la muerte de su padre, fueran cada vez más difíciles.
La sacó de esa situación embarazosa la piadosa señora Cecilia Giannini, quien, admirada con los prodigios de la gracia en
aquella alma, la adoptó como hija. En su nueva familia, todos le devotaban gran veneración. Anotaban con precisión las
palabras que profería en sus frecuentes arrobamientos y se maravillaban con los estigmas sagrados y las heridas producidas,
ora por el látigo de la flagelación, ora por las espinas de la corona.
En junio de aquel mismo año de 1899, tan fundamental en la existencia de la santa, sería donde Gema habría de tener su
primer encuentro con los padres pasionistas, prenunciado por San Gabriel de la Dolorosa.
En los últimos días de ese mes había comenzado en la iglesia de San Martín las “Santas Misiones”, predicadas por sacerdotes de
esa Orden. El último día hubo comunión general, en la que también participó Santa Gema. Durante la acción de gracias, Jesús le
preguntó: “Gema, ¿te gusta el hábito con el que está revestido ese sacerdote? ¿Te gustaría verte revestida con él?”.
“Sí”, añadió el Señor al verla incapaz de dar una respuesta afirmativa, “tú serás una hija de mi Pasión, y una hija predilecta.
Uno de estos hijos míos será tu padre. Ve y manifiéstale todo lo que ocurre contigo”.
Después de algunas vicisitudes, tan frecuentes en las almas más escogidas, Gema terminó escribiendo, con autorización de
Mons. Volpi, al P. Germano Di San Stanislao, religioso pasionista, residente en Roma, cuyo nombre y fisonomía el Señor le había
indicado.
El sacerdote, que estaba dotado de un gran talento y virtud, viajó a Lucca para conocerla, y pasó a ser un auténtico padre para
la santa. Durante tres años, la condujo con destreza por los caminos de la perfección. Gracias a esa dirección espiritual, hecha
sobre todo mediante cartas, quedaron documentados los singulares favores recibidos por la angelical joven. Son misivas
emocionantes, en las que trasluce toda la belleza de su alma.
"Consummatum est"
El último calvario de la virgen de Lucca empezó en la Pascua de 1902. Su cuerpo, postrado en cama por una terrible
enfermedad que la imposibilitaba de ingerir alimento, reflejaba las penas interiores que padecía su alma privada de todas las
consolaciones y alegrías sensibles. “¿No sabéis que soy toda vuestra? ¡Jesús sólo!”, suspiraba Gema, en medio de un aparente
abandono.
Había participado sucesivamente de todos los tormentos del Hombre Dios: sus angustias interiores, su sudor de sangre, la
flagelación y sus numerosas llagas, los malos tratos, por obra de los demonios, las profundas heridas de la corona de espinas,
el dislocamiento de los huesos y las llagas de los clavos. Lo que únicamente le faltaba, para imitar cabalmente al Redentor en
su Pasión, era la agonía y la muerte en un mar de dolores.
Fue lo que ocurrió, finalmente, el Sábado Santo de 1903. Con tan sólo 25 años de edad, la seráfica virgen se liberó
definitivamente de las ataduras que la prendían a la Tierra y recibió su “recompensa demasiadamente grande” (Gn 15, 1),
Dios mismo por toda la eternidad.
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El alma de Gema entró en la gloria enriquecida por el único y real tesoro, aquel que nunca acabará: la caridad. “Si todos
supiesen cómo Jesús es bello, cómo es amable, no procurarían sino su amor”.
En efecto, cómo el mundo sería otro si oyese el consejo de la virgen de Lucca y pudiese afirmar como ella: “Mi corazón palpita
continuamente en unísono con el Corazón de Jesús. ¡Viva Jesús! El Corazón de Jesús y el mío son una misma cosa. […] Sí, soy
feliz, Jesús, porque siento mi corazón palpitar con el vuestro, y porque os poseo”.