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1474)
12 - Describe las grandes etapas y las causas generales que conducen al mapa
político de la península Ibérica al final de la Edad Media.
Los musulmanes no llegaron nunca a controlar de forma total la Península. Ello permitió,
ya en fecha temprana (siglo VIII), la aparición de una serie de reinos en las regiones
montañosas del norte, por las que los gobernadores de Córdoba no se mostraron
demasiado interesados dado su poca importancia económica y lo abrupto del terreno en
que habían surgido.
Esos reinos nacieron en dos zonas distintas y como resultado de procesos diferentes:
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y considerarse heredero de los antiguos monarcas visigodos. Sus sucesores,
inicialmente elegidos como aquellos, instalaron su capital en Cangas de Onís y
extendieron sus dominios hacia las tierras de Galicia y hacia el País Vasco a lo largo del
siglo VIII.
A comienzos del siglo IX, Alfonso II el Casto impuso el Líber ludiciorum como norma
jurídica de su reino, trasladó la capital a Oviedo donde creó una corte que recuerda las
instituciones de Toledo, y convirtió al Apóstol Santiago, cuyos restos aparecen en tierras
gallegas, en emblema de la lucha contra los musulmanes, aunque debió pagar parias a
los emires cordobeses. Tras morir sin hijos, su sucesor Ramiro I convirtió el trono en
hereditario.
Esos reyes desarrollaron un proceso colonizador de las llanuras de la cuenca del Duero,
que en aquellas fechas eran una especie de “tierra de nadie”, llegando los territorios
asturianos hasta las orillas del Duero (Alfonso III) y convirtieron a León en la nueva
capital del reino (Ordoño II, coronado allí en 914), por lo que el reino pasó a llamarse
astur-leonés o Reino de León. Simultáneamente se fortificaron las fronteras,
especialmente en la región situada en el este del reino, gobernada por un conde, a la
que se dio el nombre de Castilla.
El siglo X fue época de grandes problemas debidos a la impresionante fuerza militar del
Califato (derrota de Valdejunquera frente a Abderramán III) y a las frecuentes luchas
internas en el contexto de las que el conde castellano Fernán González decidió vincular
el título a su familia convirtiéndolo en hereditario, con lo que el Condado de Castilla se
convierte en casi independiente.
Decisiva en ese siglo fue la Batalla de Simancas (939) en la que el rey leonés Ramiro II
y el Conde Fernán González derrotaron a Abderramán III, lo que permitió la ocupación y
repoblación de las tierras situadas entre el Duero y el Sistema Central (Salamanca,
Olmedo, Cuellar, Peñafiel, …) a las que se da el nombre de “Extremaduras” (Extrema
Durii).
A finales del X, las tierras del Duero y Galicia sufrieron los ataques de Almanzor, que
llegó a saquear Santiago de Compostela, no encontrando los reyes la suficiente
colaboración de la nobleza para hacerle frente.
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La nueva dinastía trasladó la
capital a Nájera (Sancho Garcés I)
y pese a algunos reveses (939,
derrota de Valdejunquera) extendió
su territorio por el valle del Ebro.
Un siglo después, a comienzos del
siglo XI, Sancho III el Mayor se
convirtió en el monarca cristiano
más poderoso de la península,
reinando también sobre territorio
aragonés y casándose con doña
Mayor (doña Munia), condesa de
Castilla, lo que le permitió dirigir
ese condado.
• Al este de Navarra nació el Condado de Aragón, con capital en Jaca, primero bajo
dominio franco y después independiente. Pronto pasará a formar parte de las
posesiones de los reyes navarros, por matrimonio. Otros dos pequeños condados de
la zona son Sobrarbe y Ribagorza, que siguen la misma suerte.
• Finalmente, en el noreste peninsular los francos ocuparon una serie de territorios que
deberían protegerles de los ataques musulmanes (“Marca Hispánica”). Repartidos
entre distintos condes, tenían autonomía para actuar pero reconocían al rey franco
como señor. En el siglo IX, el poderoso conde Vifredo el Velloso consiguió unificar
todos esos territorios bajo su control e impulsó la labor colonizadora de la Plana de
Vic en el interior de Cataluña.
El ataque de Almanzor a Barcelona a fines del siglo X y la falta de ayuda franca
provocó que el conde Borrell II no renovara el juramento de fidelidad y consiguiera,
de hecho, la independencia política de Cataluña, que nunca dejó de ser un condado.
Así, hacia el año 1000 estaban formados los grandes poderes cristianos del norte: el
Reino de León en cuyo seno destaca la importancia del Condado de Castilla; el Reino
de Navarra que ha incorporado los territorios de Aragón, Sobrarbe y Ribagorza; y el
Condado de Barcelona, ya independiente de los carolingios.
Tras la caída del Califato (1031), la recuperación de las tierras que están en manos
musulmanas se convierte en un proceso de carácter militar (Reconquista) en el que
reconocemos las siguientes etapas:
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En enfrentamientos posteriores el poderoso Fernando I de Castilla consiguió recuperar
los territorios castellanos que su padre había entregado a Navarra y se hizo con la
corona de León (Batalla de Tamarón) uniendo ambos reinos por primera vez. Aunque a
su muerte dividió de nuevo su corona entre sus hijos, el asesinato de Sancho II de
Castilla ante las murallas de Zamora (que es el origen del posterior destierro relatado en
el Poema de Mío Cid) volvió a unir ambos reinos en la figura de Alfonso VI.
Esos reyes castellanos, mucho más poderosos que los reyes de taifas, cobraron “parias”
y extendieron el reino hacia el sur repoblando las “Extremaduras” (territorio situado entre
el río Duero y el Sistema Central) y conquistando Toledo (Alfonso VI en 1085).
Simultáneamente, también el reino de Aragón avanzó sobre las tierras del Prepirineo y
los Condes de Barcelona se extendieron y repoblaron diversas comarcas situadas al sur
del río Llobregat, conquistando el conde Ramón Berenguer II (1076-1082) el campo de
Tarragona.
Navarra, por su parte, perdió la posibilidad de extenderse hacia el sur al quedar
separada de la frontera.
El siglo terminó con la llegada de los almorávides tras la caída de Toledo. Su poderoso
ejército derrotó a los reinos cristianos en las batallas de Sagrajas, Consuegra y Uclés y
frenó la Reconquista. En Uclés incluso murió el heredero de Alfonso VI lo que llevó al
trono castellano a una nueva dinastía, la Casa de Borgoña.
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2ª ETAPA: LOS AVANCES LIMITADOS DEL SIGLO XII
Además, para evitar roces entre las Coronas de Castilla y Aragón, se firmaron acuerdos
en los que se repartían los territorios de Al-Andalus que cada uno debe reconquistar
(Tratado de Tudillén en 1151 y Tratado de Cazola en 1179).
La llegada de los almohades, a finales del XII, supuso un nuevo freno a esa expansión
(Derrota de Alarcos) y obliga al rey castellano a pedir ayuda a los otros reyes cristianos
y a conseguir del Papa la consideración de “cruzada” para la campaña que planea.
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El siglo se inicia con la severa derrota sufrida por los almohades en las Navas de Tolosa
(1212) ante el rey de Castilla Alfonso VIII y sus aliados, que abrió definitivamente a los
cristianos las puertas de lo que quedaba de Al-Ándalus.
En el oeste de la Península Ibérica el progreso más espectacular fue el que llevó a cabo
Fernando III, que tras conseguir volver a reunir definitivamente las coronas de Castilla y
León en 1230, ocupó todo el valle del Guadalquivir, tomando Córdoba (1236) y de
Sevilla (1248). Poco después pasó a formar parte de los dominios castellanos el reino
de Murcia y unos años más tarde, el ya rey Alfonso X conseguía conquistar Cádiz
completando el control de la Bética (1262).
Aunque los avances se frenaron en los años finales del siglo XIII debido a los graves
problemas internos de Castilla y León, el territorio peninsular quedaba a finales de siglo
dividido entre las coronas de Portugal, Castilla, Navarra y Aragón, y al sur el reino nazarí
de Granada que no fue incorporado hasta dos siglos más tarde por los Reyes Católicos,
en 1492.
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