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La Epístola de san Judas

 Estructura literaria y análisis

El autor sigue en la carta un orden lógico. Tras un comienzo normal (1-2) pone
empeño en explicar de antemano (3-4) el tono que pronto adoptará la carta (5-16). Y
cuando haya terminado la diatriba contra los falsos doctores, procurará enlazar
fuertemente con ella su exhortación mediante la antítesis de los versículos (19-20).
Las partículas que en el momento oportuno, enlazan las pequeñas secciones y frases
entre sí (5.7.8.9.10) confirman la idea de que esta homilía no fue improvisada. La
idea dominante de la carta es la fidelidad al depósito inmutable de la fe tradicional.

 Saludo: evoca el parentesco el autor y prepara a los destinatarios para


el tema de la epístola. (1-2).
 Entrada en materia: precisa la ocasión y el fin de la carta y deja prever
el camino que tomará.
 Primera parte de la carta (5-16): revela bien la formación judía del
autor, anuncia a los lectores que los libertinos que se han presentado
entre ellos no se librarán de la justicia divina. Para esto la carta ve la
prueba de ello en los castigos aplicados antiguamente a los impíos (5-
8), cuyos pecados imitan estos libertinos (9-13) y ve igualmente la
prueba en la profecía de Henoc (14-16).
 Segunda parte de la carta (17-23): invita a los lectores a no alarmarse
por esta irrupción de los falsos doctores (17-19) y le indica la actitud
que han de adoptar (20-23).
 Doxología: que es tranquilizadora y exaltante que al mismo tiempo
sirve de saludo de despedida (24-25).

 Género literario y finalidad

El carácter epistolar de la carta de san judas está muy poco marcado. El saludo (1-2)
indica la persona del autor, pero se muestra sumamente impreciso en cuanto a los
destinatarios. Los versículo 24-25, son una doxología de estilo litúrgico. El cuerpo
de la carta (3-23) presenta el aspecto de una exhortación moral. La epístola
pertenece al género homilético judío empapado de helenismo.

Ante el peligro de la llegada de falsos doctores que pretenden silenciosamente


desnaturalizar la libertad evangélica, el autor mediante ataques (que consisten en
amenazas) a los falsos doctores, trata de poner la fe de sus lectores al resguardo y a
la vigilancia.

 Autor, destinatario y fecha

LAS OPINIONES.

El autor de la epístola se dice «Judas, siervo de Jesucristo, hermano de Santiago».


Por sí solo el nombre de Judas no permitiría hacer una identificación precisa, ya que
diversos personajes de la Iglesia primitiva se llamaban así. Unido a la apelación
«hermano de Santiago», nos hace inmediatamente pensar en Judas, primo de Jesús,
como Santiago, el obispo de Jerusalén (Mc. 6,3). En efecto, si el autor reivindica su
lazo de parentesco con «Santiago» para designarse, es que la persona a que se refiere
era bien conocida de las comunidades. Así sucede en el caso del obispo de Jerusalén,
uno de los cuatro primos de Jesús. La identificación hubiera sido todavía más
decisiva si el autor se hubiese denominado también «hermano del Señor». Este título
era más glorioso que el elegido por él. Pero Santiago, que tenía el mismo derecho, se
había abstenido también de adoptarlo, y los críticos se pierden en conjeturas sobre
las razones de esta abstención. Se deja perfectamente sentado (según desde la
epístola de Santiago) que los «hermanos» del Señor no eran apóstoles y así no
juzgamos necesario reiterar la discusión a propósito de san Judas. Así, no hay por
qué demorarse en refutar la identificación del autor con el apóstol Judas Tadeo (Me
3,18), llamado en los Hechos (1,13) Judas de Santiago, es decir, «hijo» de Santiago.
Ni necesitamos tampoco apoyarnos en el versículo 17 de la epístola para recusar esta
identificación, tanto más que en este versículo no se trata sino de los que habían
evangelizado a los destinatarios (cf. 2Pe 3,2). La tradición, callada largo tiempo a
propósito de nuestra epístola, sin duda por causa de su brevedad, no se ocupó, por
decirlo así, más que de su canonicidad, pero no de su autenticidad. Los padres y los
escritores eclesiásticos que hablan de ella, se contentan con dar al autor el nombre
de Judas, o de Judas, hermano de Santiago. Sin embargo, a veces alguno que otro lo
califica, aunque de paso, de apóstol.

Todos los exegetas católicos admiten que la epístola es ciertamente de san Judas,
pariente de Jesús, y entre ellos aumenta el número de los que lo distinguen del
apóstol del mismo nombre. Entre los críticos independientes hay en nuestros días
una tendencia casi general a hablar, una vez más, de pseudonimia a propósito de
nuestra epístola. El nombre de Judas ocultaría a un autor mucho más tardío. Antes
de enjuiciar las razones que justifican esta posición, observemos que a algunos
católicos (Vrede, Wikenhauser...) les parece extraño que el autor escogiera un
pseudónimo bastante oscuro, que difícilmente podía acreditarle. Pero la autoridad de
san Judas, por el hecho mismo del parentesco con el Salvador y con Santiago, era
quizá más considerable de lo que nosotros nos imaginamos actualmente.

EXAMEN DE LS PUNTOS DIFÍCILES:

¿Ha pasado ya la época apostólica?

La dificultad decisiva que impediría reconocer la autenticidad de la epístola,


provendría, según muchos críticos, de la circunstancia de que el autor considera a
los apóstoles como desaparecidos (17s). La dificultad sería ciertamente decisiva si el
Judas de la carta fuera en realidad el apóstol Judas y si en el versículo 17 se tratara
en realidad de todos los apóstoles. Es conveniente observar que el autor habla más
verosímilmente sólo de los apóstoles que habían evangelizado a los destinatarios.
Con todo, es verdad que según este versículo 17 la primera generación cristiana hace
ya algún tiempo que no existe. El argumento que se toma del versículo 3 en favor de
la pseudonimia, no tiene más valor que el precedente. En este versículo se habla de
la fe cristiana como de un depósito tradicional e inmutable. ¿Por qué ver en ello el
resultado de una larga elaboración teológica, que se situaría mucho tiempo después
de la edad apostólica? ¿No presentaba ya san Pablo esta fe de la misma manera en
varias de sus epístolas.

Los errores combatidos.

De todos los argumentos aducidos para rehusar a san Judas la paternidad del escrito,
el que más a menudo se invoca es sin duda el de los errores combatidos en la
epístola. Estos errores, de naturaleza gnóstica, serían de fines del siglo I o incluso
del siglo II. En realidad, en la epístola no hay una verdadera descripción de los
errores combatidos. Lo que sobre ellos dice el autor es tan poco preciso para los
lectores modernos que en ningún modo se ponen de acuerdo sobre su naturaleza
exacta. Lo que es cierto es que los falsos doctores que tiene presentes el autor, no
tienen todavía nada de herejes declarados y que su actividad está en los comienzos.
Lo que en esos doctores parece haber impresionado a los cristianos, es sobre todo de
orden moral. Han chocado con su impudicia, a la que se califica de «lascivia» (4), de
«mancülamiento de la carne» (8; cf. 23), de «bestialidad» (11) o de «vergüenza». Ha
escandalizado también su avidez de lucro (11,16) y su glotonería desvergonzada. Sin
duda alguna, todo esto va acompañado de errores doctrinales. Los falsos doctores
reniegan de Cristo, desconocen su soberanía (8), a menos que sea la de Dios, tratan a
los seres superiores sin reverencia alguna, se quejan hasta de Dios (15-16) y dividen
entre sí a los cristianos (19) con su distinción entre pneumáticos y psíquicos. Pero lo
que importa es saber si estos errores son causa o consecuencia de la inmoralidad
señalada. Pudiera muy bien darse que no fueran sino consecuencia de ella. En
efecto, la mención de los errores viene en el texto inmediatamente después de la de
las faltas morales y hasta está ligada gramaticalmente con ellas (4.8.10). Así se
puede suponer que los falsos doctores reniegan de Cristo y blasfeman contra los
ángeles más bien de manera práctica, no teniendo la menor cuenta con las
disposiciones de Cristo, cuyos guardianes eran los ángeles. La afirmación del v. 4
parece confirmarlo. Los falsos doctores, se dice, «convierten en lascivia la gracia de
nuestro Dios». ¿No hay que entender aquí que interpretan falsamente la libertad
cristiana frente a la ley, de que hablaba san Pablo (Gal 3,19ss; Rom 7) y que
consideran ya sin importancia la calidad de su vida moral, una vez que la gracia de
Dios los ha salvado, a ellos, los pneumáticos (19; cf. lCor2,13s)? Así san Judas
reaccionaría aquí contra una falsa interpretación de la doctrina paulina. Sea de ello
lo que fuere, hay que reconocer que si no se trata aquí de antinomismo o de
dualismo doctrinal como en la gnosis más evolucionada, hay sin duda una tendencia
inicial que tomará cuerpo en la gnosis, tendencia que pudo manifestarse temprano y
que en este sentido no puede resolver la cuestión de la fecha de nuestra epístola.

 El estilo y el vocabulario.

Se descubren huellas de semitismos, particularmente en el versículo 6, lo que denota


un redactor judío. Pero lo que sobre todo se descubre es un conocimiento nada
vulgar de la lengua griega, que sólo un buen judeohelenista podía poseer. La
formación aramea de san Judas, natural de Nazaret, difícilmente le hubiera
permitido escribir en un griego tan correcto.

CONCLUSIÓN.

No parece que sea el caso de hablar de pseudonimia a propósito de la epístola de san


Judas y de retrasar su redacción hasta fines del siglo primero o incluso hasta
principios del segundo. No obstante, hay que admitir que esta redacción se sitúa
después de la desaparición de la primera generación cristiana (17s), en una fecha en
que ciertas enseñanzas de san Pablo eran deformadas abiertamente (4). Hay que
convenir también en que esta carta hizo su aparición antes de la segunda epístola de
san Pedro, que parece inspirarse en ella. Es difícil establecer una fecha precisa.
Proponiendo el año 70 ó los años que siguieron a esta fecha.
El autor parece haber sido el hermano menor de Santiago (Me 6,3), que murió de
muerte violenta el año 62. El silencio que guarda la carta tocante a la ruina de
Jerusalén cuando enumera las grandes catástrofes del pasado (5-7), no crea tampoco
ninguna dificultad. El autor toma sus ejemplos de la literatura judía de la época. Por
lo demás, parece realmente dirigirse a lectores a los que no parecen interesar
especialmente las vicisitudes de la nación judía. En efecto, los destinatarios son
sobre todo de origen pagano, a juzgar por el inmoralismo que los falsos doctores
tratan de introducir entre ellos (cf. Gal 5,13; ICor 6,12ss). Un medio judío, más bien
rígido y puritano por su pasado, no hubiera sido permeable a tales infiltraciones.
¿Dónde vivían estos destinatarios y de dónde les escribía el autor? A falta de datos
ciertos, todo lo que se proponga sobre estos puntos no pasará de ser mera conjetura.

 Canonicidad.

La utilización de la epístola a lo largo de los dos primeros siglos es de lo más


incierto. Las alusiones propuestas pueden explicarse diversamente. El canon de
Muratori (línea 68) es el más antiguo documento que recibe nuestra epístola en la
lista de los escritos inspirados, lo que hace suponer que el silencio de los dos
primeros siglos no excluye el uso práctico de la epístola. La Iglesia de Alejandría, a
la que sigue siempre la Iglesia copta, adopta la posición del canon de Muratori, con
Orígenes (PG 13,877; 14,1016. 1167), san Atanasio (PG 26,1437) y Dídimo (PG
39,181 lss), aun sabiendo que no faltan quienes rechazan la canonicidad (cf.
ORÍGENES, In Mat. 17,30) por tratarse en ella de la altercación de san Miguel con
el diablo (cf. PG 39,1811ss).

En Palestina, san Cirilo de Jerusalén la acepta igualmente (PG 33,500), mientras


Eusebio, al mismo tiempo que reconoce que es admitida por muchos (HE ra, 25,3),
la incluye en el número de los libros discutidos (HE vi, 13,6; 14,1; cf. n, 23,25). En
el resto del mundo griego, en el siglo IV y a comienzos del V, se observan, a
propósito de esta epístola, las mismas divergencias que respecto a la segunda de san
Pedro. En la Iglesia latina, el testimonio de Tertuliano debe tomarse con cierta
reserva. Si acepta la canonicidad de san Judas, es para poder mejor establecer la del
libro de Henoc, citado en la epístola. Los otros testimonios, numerosos en los siglos
IV y V, son todos favorables a la epístola. Entre estos testimonios está el de san
Jerónimo, pero con la particularidad de señalar las dudas anteriores, probablemente
las de la iglesia de Antioquía, y de dar su motivo. «Judas, hermano de Santiago, dice
dejó una breve epístola, que está entre las siete epístolas católicas y es rechazada por
muchos (a plerisque) por el hecho de citar el testimonio del libro de Henoc, un
apócrifo; sin embargo, por su antigüedad y por el uso que se ha hecho de ella, no ha
carecido de autoridad y se sitúa entre las sagradas Escrituras. La Iglesia siríaca,
tributaria de la escuela de Antioquía, fue la más reacia antes de la versión
filoxeniana. El concilio de Trento con su definición de 8 de abril de 1546 puso fin a
las discusiones que tendían a resucitar los reformadores, especialmente Lutero y
Ecolampadio.

 La doctrina de la epístola.

Aunque accidentalmente desviada de su primera orientación (3s) y aplicándose a


consideraciones morales, la epístola encierra algunas notaciones doctrinales que
conviene reunir.

Dios es único {15a), Padre, salvador (1,5), glorioso, poderoso (25b), fuente de
gracia (4), de caridad (21) y de justicia vindicativa (5ss). Prácticamente se afirman
las tres personas (20s).

Jesucristo es el único Maestro y Señor (4b). Él habla por los apóstoles (17). Él
conserva a los cristianos y tendrá misericordia de ellos para la vida eterna (216 j.

Los ángeles existen. Los hay buenos, san Miguel (9) y quizá las «glorias» (8), a no
ser que éstas designen a los ángeles malos, como en 2Pe 2,10. Los hay malos, el
diablo y sin duda los que están destinados al castigo por haber pecado (6,9), a menos
que éstos sean otros personajes. El cristiano ha sido llamado, es amado por Dios. La
fe, es decir, la doctrina inmutable que ha recibido de los apóstoles (36.17), es el
fundamento de su vida (20). Debe combatir por guardarla (3) y no debe separarla de
la caridad (21) y particularmente del celo apostólico (23). Con estas condiciones
recibirá la vida eterna (21), para la que es guardado, si se entrega al libertinaje
(46.8.10) y al amor del dinero (12,16), so pretexto de que la gracia lo ha liberado de
toda coacción (46; cf. 19), perderá su fe (4,8) y sufrirá el castigo divino (4a. 11.14-
15).

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