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unes, 18 de febrero de 2013

Desmontando 5 tópicos educativos

“La mayor señal del éxito de un profesor es poder decir: Ahora los niños trabajan
como si yo no existiera.” María Montessori

Dicen que las personas somos lo que comemos (cuerpo), y yo añadiría que
también somos el resultado del tipo de educación que hemos recibido (mente).
Las buenas prácticas educativas dejan huella, dejan la impronta necesaria para
que las personas podamos desarrollarnos de forma autónoma a la largo de
nuestra vida. En cambio, las malas prácticas educativas dejan cicatrices que
impiden que las personas alcancemos nuestra máxima plenitud, limitándonos e
impidiéndonos la adaptación a situaciones cambiantes.
Todos tenemos en nuestro interior huellas y cicatrices educativas. Eso es
inevitable en un proceso tan complejo como es el aprendizaje. Por ello, es
necesario que tratemos de identificarlas: las huellas para seguirlas y encontrar el
camino correcto; las cicatrices para intentar curarlas y que no nos impidan
avanzar.
El problema para los educadores es saber si nuestra acción educativa deja huellas
o cicatrices (entendamos educadores en sentido amplio ya sea desde la familia, la
escuela o la “tribu”). Porque partamos de la premisa de que ningún educador
pretende dejar cicatrices de forma consciente, sino más bien al contrario todo
educador pretende dejar huella.
Al margen de la familia y la tribu, me gustaría desenmascarar 5 tópicos educativos
escolares que, sin ser conscientes, pueden causar cicatrices:

1.    El silencio, la quietud y la solitud son condiciones inherentes al aprendizaje.


Estudiar, como se ha entendido tradicionalmente, tiene un punto de postración
donde todo el esfuerzo requerido es mental y el cuerpo debe permanecer inmóvil.
Se premia la quietud y se castiga el movimiento. En realidad, el aprendizaje puede
y debe ser compartido, colaborativo y puede y debe requerir de diferentes
acciones simultáneas para que resulte significativo para el alumno. La acción lleva
al conocimiento.
2.    Aprender en la escuela es necesariamente aburrido y necesita obligatoriamente de
un punto de sacrificio por parte del alumno, que debe disciplinarse para
sobrellevar el aburrimiento. Quizás sea este el motivo por el que a los alumnos no
les guste la escuela. La diversión, la sorpresa, el entretenimiento no están reñidos
con el aprendizaje, al contrario, son elementos indispensables para alcanzarlo,
pues predisponen y motivan al alumno y lo hacen significativo.
3.    Todos debemos aprender lo mismo y de la misma forma (“porque lo dice el
currículum” se justifican muchos profesores). Se tiene miedo a lo diferente, a
buscar soluciones personales y creativas, se castiga lo que se escapa de la
norma, de lo estipulado. En la educación tradicional se te juzga como bueno si
eres mejor que otros y como malo, si eres peor. El referente del éxito educativo
nunca es uno mismo. Enseñar a cada alumno para que desarrolle su talento
individual y le saque el máximo provecho es lo mejor para el individuo y para la
sociedad.
4.    Los alumnos tienen la mente en blanco, vacía si se entiende como un recipiente, y
debemos llenarla de datos. Si las cosas no se saben de memoria, los alumnos no
saben nada. La memoria es importante y debe trabajarse en la escuela pero como
una capacidad más, no como la única capacidad para alcanzar el aprendizaje.
Pero hoy, con la infoxicación de datos existentes y su volatilidad, es más
importante disponer de las competencias necesarias para manejarse con ellos que
no el tenerlos almacenados en nuestra mente.
5.    Los niños sueñan con dragones y pelotas, las niñas con princesas y muñecas.
Reforzar estos estereotipos limita el desarrollo, el potencial de los alumnos. Limitar
la educación de nuestros niños y niñas a causa de estereotipos sexistas es
hacerle un flaco favor a la sociedad, ya que impide que desarrollen su máximo
potencial como personas. Dejemos que cada cual desarrolle sus potencialidades
en función de sus intereses y no las limitemos a causa de nuestra miopía.
La única forma de cambiar nuestra manera de educar es desmontando lo que
sabemos, ponerlo en tela de juicio, deconstruir nuestra práctica docente para
poder hacer las cosas de forma distinta, quizás un poco mejor.

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