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INTRODUCCION

En el presente trabajo se explicara sobre el


astrónomo Herve Faye que retoca la hipótesis
de Kant Laplace para explicar la diferencia en
el sentido giro de los planetas supone Faye
una masa esférica nebulosa que posee
movimiento de rotación como un todo.
DESARROLLO
1. ANTECEDENTES.-
Cosmogonía proviene del término griego
"Kosmogonia", compuesta a su vez de
"kosmos" (orden, mundo universo) y "goné"
(generación, producción) que
etimológicamente significa "origen del
universo".
La Cosmogonía es un conjunto de teorías míticas, religiosas, filosóficas
científicas sobre el origen del mundo. Cada cultura o religión ha tenido y tiene
sus propias explicaciones cosmogónicas. La cosmogonía pretende establecer
una dimensión de realidad, ayudando a construir activamente la percepción del
universo (espacio) y del origen de dioses, hombres y elementos naturales.

2. BIOGRAFIA.-
En 1889, el astrónomo francés Herve Faye (1814-1902) digamos que replantea
la Hipótesis de Kant-Laplace mejorándola al explicar la diferencia en el sentido
de giro de los planetas. Faye da a entender una teoría más completa donde
una masa esférica nebulosa, que posee movimientos de rotación como un
todo. Así que las regiones más exteriores formarían anillos que se irían
rezagando con respecto a la rotación de la condensación central de la
nebulosa.
De esta manera los planetas más interiores adquieren su rotación en el mismo
sentido de la rotación de sus movimientos de traslación
La mejora de Faye pasa por alto los diferentes ángulos de inclinación de los
ejes rotación de los planetas.
Con el ánimo de rescatar la teoría de Laplace, su compatriota H. Faye inventó
un mecanismo de formación de planetas que explica la rotación directa de
Mercurio, Venus, Tierra, Marte, Júpiter y Saturno, pero admite el sentido
retrógrado de rotación de los restantes, es decir: Urano y Neptuno (debemos
recordar que Plutón aún no había sido descubierto). Faye aceptaba las
condiciones iniciales planteadas por Laplace, es decir: se formarían
condensaciones anulares comenzando por la parte interior de la nebulosa en
dirección hacia su periferia; cuanto más alejada estuviera una partícula mayor
sería su velocidad, ya que la nube se movía lentamente como un todo. En
estas condiciones se habrían formado los seis primeros planetas. Al mismo
tiempo, o bien algo después, se formó el Sol.
Una vez conformado el Sol comienza a predominar la fuerza de atracción
gravitatoria y hace que las partículas restantes se muevan ahora según las
leyes de Kepler, no como un todo único: su velocidad disminuye a medida que
se alejan del centro. Por esta razón, los planetas más alejados (que se habrían
formado después) debieron tener una rotación retrógrada. Así, los seis
primeros planetas serían más viejos que el Sol mientas que el dúo Urano-
Neptuno, más joven. Muchos opinaron que el modelo de Faye resultaba
demasiado especulativo y, además, que dejaba planteado igual número de
inconvenientes que la teoría de Laplace
3. TEORIA DE FAYE.-
El eminente astrónomo francés. Faye, antes citado, convencido de que la
hipótesis de Laplace está en plena contradicción con el estado actual de la
ciencia, y con los recientes descubrimientos astronómicos, ha imaginado para
reemplazarla una nueva teoría que expuso el 15 de Marzo de 1884, en una
conferencia dada en la Sorbona, y que luego publicó en su interesante libro
sobre el origen del mundo. Toma Faye por punto de partida los torbellinos de
Descartes, no para caracterizar el estado presente, sino el primitivo del mundo
solar. Considera que el radio de la nebulosa primitiva era a lo menos diez
veces mayor que la distancia de Neptuno, y que su densidad venía a ser 250
millones de veces menor que la del aire que queda en la máquina neumática,
después de apurar el vacío hasta un milésimo. Esta nebulosa era, en su origen,
fría y oscura, pero a medida que se ha ido condensando en virtud de la
atracción mutua de sus moléculas, la temperatura se ha elevado dotándola de
una débil luz.
El autor resume así su hipótesis: “El universo ha sido sacado del caos, es
decir, de reuniones informes de sustancias de una excesiva raridad que
ocupando los espacios inmensos y animadas de movimiento de traslación en
sentidos diversos, han dividido el caos general en fragmentos separados. Por
la condensación progresiva de esos fragmentos o nebulosas caóticas hacia
ciertos centros de atracción, es que se han formado las estrellas
innumerables”.
Su incandescencia viene del calor desenvuelto en el acto de su formación. Su
provisión de calor es limitada
Entre todos los sistemas variados casi hasta el infinito, a los cuales esta
subdivisión del caos primitivo ha dado origen, el sistema solar se presenta
como un caso particular; la nebulosa primitiva que le ha dado nacimiento era
esférica y homogénea. Al separarse de las demás partes tuvo trazas de un
lento movimiento en torbellino. Este giro se regularizó enfoco tiempo, gracias a
la ley particular de la pesantez interna, resultante de su forma y homogeneidad,
pesantez que variaba en razón directa de la distancia al centro. Anillos
nebulosos se formaron así, en el mismo plano, mucho antes de la aparición del
Sol central; y dieron nacimiento a masas nebulosas que se movían en ese
plano en el mismo sentido y en órbitas circulares alrededor de su centro
común.
Los sistemas secundarios, formados por el mismo procedimiento en esas
nebulosas parciales, se separaron netamente en dos categorías; los que
precedieron la formación del Sol, giran sobre sí mismas en sentido directo,
mientras que los sistemas secundarios más lejanos, posteriores a la formación
del Sol, giran en sentido retrógrado. Estos fenómenos han singulares que
presenta nuestro sistema solar, son, sin embargo, consecuencias naturales de
los primeros supuestos y de las leyes de la mecánica.
3.1. Explicación del autor sobre su teoría:

Cómo un lento movimiento de torbellino más o menos confuso, ha podido


regularizar-se, hasta el punto de dar nacimiento a esos anillos circulares,
concéntricos y situados todos en el mismo plano.
Es necesario y bastante para ello, que la nebulosa solar haya sido
primitivamente esférica y homogénea En semejante reunión de materia la
pesantez interior resultante de las fuerzas atractivas de todas las moléculas,
varía en razón directa de la distancia al centro. Las partículas, o los
corpúsculos que se mueven en semejante medio, cuya raridad es inimaginable,
describen necesariamente elipses o círculos alrededor del centro, en el mismo
tiempo, cualquiera que sea su distancia a ese centro. Desde luego la existencia
de anillos, que circulen como una sola pieza y tengan un mismo movimiento de
rotación, es perfectamente compatible con este género, de pesantez: y si un
movimiento de torbellino preexistió, algunas de sus espiras, que bien poco
diferían de círculos, han debido, poco a poco, por la débil resistencia del medio,
convertirse espontáneamente en el conjunto de anillos precedentemente
descritos.
Hemos visto que estos anillos tienden generalmente a deshacerse y a formar
así una masa esférica nebulosa que acaba por reunir toda la materia del anillo:
(suposición antes expresada por el autor). Estas nebulosas secundarias se
encuentran necesariamente animadas de una rotación en el mismo sentido que
la de los anillos. Acaecerán, pues, en ellas, fenómenos en todo semejantes a
los de la nebulosa primitiva; es decir que se resolverán en anillos concéntricos,
y luego en un globo central. A su vez estos anillos se condensarán en otros
globos muy pequeños, satélites circulantes alrededor de cada planeta, siempre
en el mismo sentido; en tanto que el planeta girará sobre sí mismo,
precisamente en este sentido y en el plano de estos anillos secundarios
Dice el autor que habría terminado aquí la explicación del mundo solar, si este
sistema no presentase una sorprendente particularidad que parece estar en
plena contradicción con lo que ha expuesto; particularidad que consiste en que
las revoluciones de los satélites de Urano y de Neptuno y probablemente las
rotaciones de estos planetas, son retrógradas; en tanto que los planetas
interiores, junto con sus satélites, están animados de movimientos directos.
Para explicar este fenómeno completa así su teoría:
“En la nebulosa primitiva homogénea y esférica, la presencia de anillos
circulantes alrededor del centro, no debía cambiar en nada la ley de la
pesantez interna que, como hemos visto, variaba en razón directa de la
distancia al centro; pero más tarde se formó el Sol, por la reunión de toda la
materia no comprendida en los anillos, e hizo el vacío en torno suyo. Entonces
la ley de la pesantez interior del sistema, así modificado, vino a ser del todo
diferente. Bajo la acción de la masa preponderante del Sol (no siendo la de los
anillos, sino una setecientas aba parte) la pesantez interior ha variado, no en
razón directa, sino en razón inversa del cuadrado de la distancia al centro, y tal
es hoy el estado de las cosas”.
De aquí deduce el autor, que los planetas, desde Mercurio hasta Saturno, se
formaron bajo el imperio de la primera ley, es decir, cuando a un no existía el
Sol o no había adquirido una masa preponderante; en tanto que Urano y
Neptuno y los que más allá puedan existir, se han constituido cuando ya el Sol
se había formado y reinaba la segunda ley. Otra conclusión que de esta teoría
se desprende y que Faye considera de alto interés, consiste en que la Tierra
resulta ser más antigua que el Sol, en lo cual concuerda con la cosmogonía de
Moisés.
En cuanto a los cometas. Faye los considera como pertenecientes al sistema
solar. “Si la nebulosa, dice, no hubiera poseído en su origen, ningún
movimiento en torbellino, no por esto habría de creerse que todas sus
partículas debían caer directamente hacia el centro. Multitud de
condensaciones locales pueden y aún deben consumarse en ella, y los
corpúsculos resultantes desviados por las atracciones vecinas describirán
órbitas más o menos excéntricas en toda especie de planos y no se reunirán al
centro, sino después de una larga serie de choques y de frotamientos mutuos.
Puesto que la nebulosa está fuera de toda acción exterior, la suma de las
áreas descritas por los radios vectores de todas las moléculas y proyectadas
sobre un plano cualquiera, será constantemente nula: el cuerpo que
finalmente las reúna en totalidad, no tendrá ninguna rotación. Supongamos que
un observador llegue a calcular las órbitas de todos esos corpúsculos
refiriéndolas a un plano arbitrario; él les hallará todas las inclinaciones posibles
sobre este plano; y lo que es más, contará tantos directos como retrógrados,
de manera que las áreas descritas en un sentido por los radios vectores sean
rigurosamente anuladas por las áreas descritas en sentido opuesto”.
Esto es lo que ha debido suceder con una porción de nuestra nebulosa, con
aquella que se encontraba más lejos del movimiento parcial de torbellino del
cual la hemos animado. Ciertos corpúsculos han escapado a la lenta
condensación central del Sol y han con sustituidos simples cometas de órbitas
muy excéntricas, las cuales tienen hoy su foco allí donde anteriormente tenían
su centro; y esas órbitas están fuertemente inclinadas sobre el plano eclíptico
del torbellino. Deben encontrarse entre estos cometas casi tantos directos
como retrógrados.
Otros cometas pueden haberse formado no lejos del plano de la eclíptica;
éstos, al contrario, deben ser casi en su totalidad directos, porque desde su
origen la mayor parte participaba del movimiento de torbellino.
Resumamos, por último, las ideas de este distinguido astrónomo, sobre
las FUTURAS EVOLUCIONES DEL SISTEMA Y SU ESTADO POSTERIOR.
La circulación de casi toda la masa solar que, según él, está fluida, alimenta la
fotósfera, y generaliza la irradiación, irá haciéndose cada vez más lenta, hasta
cesar por completo. Entonces la fotósfera será reemplazada por una costra
opaca, con lo cual quedará suprimida toda irradiación luminosa, y el frío y las
tinieblas ele los espacios sidéreos invadirán nuestro globo, reducido a recibir
tan sólo los débiles destellos estelares. Completa calma sucederá a los
continuos movimientos atmosféricos: desaparecerán las corrientes aéreo
telúricas del agua, que todo lo vivifica; las últimas nubes dejarán caer sobre la
tierra las postreras lluvias: se agostarán los ríos: el mar, enteramente helado,
dejará de obedecer a los movimientos de las mareas; y la Tierra no tendrá más
luz que le sea propia, sino la de las estrellas fugaces que seguirán penetrando
en la atmósfera. Tal vez se produzcan en el Sol las alternativas que se
observan en las estrellas al comenzar la faz de su extinción; quizás un
desenvolvimiento accidental de calor, debido a algún hundimiento de la costra
solar, devuelva por un instante a este astro su esplendor primero, pero no
tardará en debilitarse» y extinguirse de nuevo, como las estrellas famosas del
Cisne, de Serpentario y últimamente de la Corona boreal.
Por último, juzgando como Laplace, que el mecanismo del mundo está hecho
para durar indefinidamente, cree que tras la extinción del Sol, los planetas
continuarán perpetuamente girando a su alrededor, a menos que el movimiento
que lleva el sistema hacia la constelación de Hércules, no proporcione una
colisión, improbable, que trasforme en calor toda la energía que hasta entonces
había poseído; en cuyo caso la materia que lo compone entraría en nuevas
combinaciones que ninguna relación tienen con las faces antes descritas.
Tales son los principales caracteres de la hipótesis de Faye. Ella se sustrae a
la dificultad que oponen a la de Laplace el sentido de las rotaciones planetarias
y el de las revoluciones de los satélites, tanto en Urano y Neptuno como en las
de los planetas interiores; no tiene tampoco el inconveniente de suponer que la
atmósfera solarse dilató en tiempos primitivos en virtud de un excesivo calor;
pero, en cambio, preséntense contra ella algunas de las mismas dificultades
que contrarían la de Laplace y otras no menos invencibles.
Comienza Faye por suponer que en el principio la nebulosa solar era esférica y
homogénea, y dotada de un ligero movimiento en torbellino; este movimiento
no tardó en regularizarse, y se formaron anillos interiores en el plano ecuatorial,
antes de que existiese el cuerpo central, anillos que se movían como cuerpos
sólidos. Hay aquí que observar, en primer lugar, que si toda la materia
constitutiva de nuestro sistema estuvo disipada en una extensión mucho mayor
que la que hoy abarca, es absolutamente imposible concebir que todas y cada
una de sus partes tuviesen la misma densidad. No hay hecho alguno en la
naturaleza que pueda servir de fundamento a semejante suposición: todo lo
contrario demuestra cuanto en el seno del espacio está al alcance de la
investigación humana; y si a esto se agrega que tal nebulosa tenía un parcial
movimiento en torbellino, el hecho se hace aún más inconcebible; puesto que
semejante movimiento, desde que existió, ha debido, no sólo establecer una
diferencia entre las densidades de las partes que estaban animadas de tal
movimiento y las que no lo estaban, sino producir una acumulación de materia
hacia el centro, y por consiguiente un aumento de la densidad en esta región,
aumento que necesariamente ha tenido que influir en el resto de la nebulosa.
De aquí se seguiría, naturalmente, la formación de un núcleo central antes que
ninguna otra cosa, y el Sol vendría a ser no posterior a los planetas internos,
como lo quiere Faye, sino el cuerpo más antiguo del sistema.
En segundo lugar, la separación de la masa homogénea en diferentes
porciones para formar en el interior los anillos de que han de originarse los
planetas, ha debido, sin duda, reconocer una causa, y ésta no se expone. Pero
aun dado que tales anillos internos se hubiesen formado por una causa
desconocida, como las velocidades lineales de las moléculas que los
constituían, eran proporcionales a las distancias al centro, puesto que giraban
como si fuesen sólidos, no hay en qué fundar la suposición de que se hayan
producido en tales anillos los movimientos elementales en torbellino que
presupone Faye para la formación de los planetas, por otra parte, para lograr
que los anillos se muevan como sólidos, se establece la homogeneidad de la
sustancia constitutiva; pero precisamente tal movimiento se opone
radicalmente a semejante homogeneidad, puesto que no siendo sólidos esos
anillos, sino formados de moléculas de una misma densidad, separadas por
alguna extensión, las que se movían a mayores distancias, animadas de mayor
velocidad lineal, hubieron de tener entre sí mayor separación que las interiores;
de lo cual resultarían diferencias de volúmenes en una misma cantidad de
materia, o lo que es lo mismo, diferencias en las densidades.
Más, supongamos que la formación de los anillos se cumpliera en las
condiciones que quiere Faye, y que se produjeran en ellos los movimientos
elementales de torbellino que el eminente astrónomo imagina. Estos
movimientos habrían tenido por consecuencia la formación de numerosos
núcleos, de cuya reunión resultaría, no una masa homogénea, sino un cuerpo
de preponderante densidad central en el cual sería del todo imposible la
formación de anillos cuyas moléculas tuviesen velocidades proporcionales a las
distancias. Así es que, aun dadas las condiciones de la hipótesis, tampoco
puede la formación de los satélites en los sistemas secundarios preceder a la
de los cuerpos centrales.
Fuera de todo esto, la formación de grandes planetas a expensas de anillos
nebulosos, ofrece en esta teoría los mismos inconvenientes que en la de La
place.
Por último, los efectos consiguientes a las dos leyes de pesantez interior que,
según Faye, han gobernado el sistema sucesivamente, requieren un cambio en
las velocidades de la mayor parte de los planetas y satélites, tan extraordinario,
que no hay hecho alguno observado que pueda servirle de fundamento.
Mercurio, Venus, la Tierra, los numerosos planetas telescópicos, Júpiter y
Saturno se formaron bajo la primera ley, de modo que todos cumplían sus
revoluciones en un mismo tiempo; de lo cual resultaba que las velocidades
lineales de los más remotos cuerpos, eran, con mucho, mayores que las de los
más próximos al centro; luego se constituyó el Sol, y entonces entró a reinar la
segunda ley, bajo cuyo imperio se formaron los planetas que están más allá de
Saturno, mientras los existentes hubieron de cambiar sus anteriores
condiciones de movimiento por las actuales; pero semejante cambio requiere el
mayor trastorno en el orden de las velocidades planetarias y en las de los
satélites para entonces existentes; puesto que los más próximos al centro, que
eran los menos veloces, tuvieron que venir a ser los más rápidos, en tanto que
los que tenían mayor velocidad lineal, que eran los más lejanos, tuvieron que
hacerse los más lentos. Trastorno tan radical parece que, más que al orden
actual, ha debido arrastrar el sistema a su completa ruina. Ni puede invocarse
para abonar tal suposición, hecho alguno que tenga con ella siquiera remota
semejanza en cuantos fenómenos ha observado el hombre en los espacios
celestes.
Sin embargo de tales inconvenientes, la teoría de este sabio ha avanzado
mucho, imprimiendo a la nebulosa primitiva un movimiento en torbellino,
aunque ineficaz; y, si él se hubiese desprendido totalmente de la hipótesis
anular, y hubiera investigado la ley que debía regir aquel movimiento primitivo,
habría, sin duda, llegado a descubrirla y con ello a explicar satisfactoriamente
el proceso con que la materia ha seguido desde su estado primitivo hasta el
que hoy manifiesta en el sistema solar.
Expuestas ya, aunque no con la extensión que quisiéramos, las principales
ideas e hipótesis cosmogónicas que en diferentes países se han presentado
desde los tiempos más remotos hasta nuestros días pasamos a exponer una
nueva teoría a la cual no se oponen las verdades de la física y de la
astronomía; que no tropieza con los obstáculos que se oponen a los
precedentes; que descansa, no en suposiciones arbitrarías, sino en leyes cuyo
cumplimiento se demuestra matemáticamente, y por la cual pueden explicarse
numerosos fenómenos, cuyo origen ha sido hasta hoy para la ciencia un
misterio indescifrable.

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