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de Humanidades - UNS
Historia del Arte y la Cultura – Arquitectura
Fichas de cátedra
Unidad 1. ¿"Arte antiguo"?

Introducción

Los orígenes del hombre actual, el homo sapiens sapiens, se remontan a la Europa de hace 40.000 años.1
Desde allí, esta especie se expandió hacia el resto de los continentes y llegó a América aproximadamente hace 25.000
años, luego de atravesar el estrecho de Bering. El período conocido como Prehistoria –término que ha sido muy
discutido por los investigadores– es aquel que se extiende desde entonces hasta la invención de la escritura en el
Cercano Oriente entre el 5.000 y el 3.000 a.C.


1 Dada la lejanía temporal y la dificultad de reconstruir este pasado remoto, las fechas son estimativas y varían
considerablemente de una investigación a otra.
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Para poder estudiar esta etapa que abarca miles de años, los historiadores han elaborado una periodizacion
interna que la divide en dos grandes tramos de acuerdo a los materiales de uso que han sobrevivido en el tiempo: la
Edad de Piedra y la Edad de los Metales. Dentro de a primera, a su vez, se distinguen dos fases bien definidas, el
Paleolítico (paleo: antiguo; litos: piedra) y el Neolítico (neo: nuevo; litos: piedra).

Durante el primero de ellos, la forma de vida humana era nómada y la subsistencia se lograba a partir de la
caza, la pesca y la recolección para lo cual se fueron ideando armas y técnicas. Estos hombres eran depredadores, es
decir, que tomaban lo que el medio natural les ofrecía, y se organizaban en hordas que eran conjuntos de individuos
agrupados momentáneamente para satisfacer las necesidades más elementales. Sin embargo, a medida que las
actividades económicas y técnicas se fueron haciendo más complejas, también se hicieron más duraderas las
relaciones entre los miembros de los grupos. De la última etapa del Paleolítico datan las primeras expresiones de
“arte”, pinturas realizadas sobre las paredes de las cavernas que mostraban animales, manos, figuras humanas y
formas geométricas con la finalidad de propiciar la caza. Las pinturas rupestres más conocidas se encuentran en
Francia y en España, pero las hay también en África, la India, Australia y América, inclusive en el territorio que
actualmente ocupa la Argentina.

Hacia el 10.000 a.C. finalizó la cuarta


glaciación originando importantes cambios
climáticos y naturales: surgieron bosques
donde antes había hielos, los grandes animales,
como los bisontes, se retiraron hacia el norte y
luego se extinguieron siendo reemplazados por
otros más pequeños y veloces. Los hombres
debieron, entonces, encontrar nuevas formas
de cazar y de conseguir alimentos. Fue así que
durante el Neolítico se produjo una verdadera
renovación cultural que implicó una nueva
relación con el medio: los humanos dejaron de
actuar sólo como cazadores y recolectores y
comenzaron a producir sus propios alimentos
mediante la agricultura y la cría de animales. La
vida se volvió sedentaria, es decir, que los
grupos se radicaron en ciertas regiones y se
quedaron a vivir definitivamente en ellas
conformando aldeas. En ese período, en el valle
mesopotámico, en el Cercano Oriente, en
Egipto y en algunas regiones de América fueron
tomando forma las primeras sociedades
urbanas que establecieron relaciones sociales
de un nuevo tipo. La agricultura hizo crecer la
producción de alimentos y las poblaciones
crecieron incorporando nuevos elementos
como muros protectores, templos, edificios
para el acopio, etc. Además, se desarrollaron la cerámica y el tejido como modos de almacenamiento y de abrigo,
respectivamente. Las ciudades se convirtieron en núcleos económicos y de poder donde se concentró la autoridad
que comenzó a ejercer el gobierno sobre los habitantes del territorio. Con la finalidad de asegurar su dominio, éste se
dotó de funcionarios para ocuparse de la administración, de ejércitos para protegerse de amenazas externas y del

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desorden interno y de sacerdotes para asegurarse la protección de los dioses. Esta fue la base de los primeros Estados.
La escritura surgió en ese contexto como una necesidad para la comunicación de órdenes, la glorificación de
divinidades y gobernantes, la redacción de normas y la transmisión de conocimientos.

A lo largo del continente americano, se desarrollaron diferentes formas de vida, más o menos estructuradas,
entre las que se destacaron principalmente las civilizaciones de la regiones mesoamericana (México y América Central)
y andina, en América del Sur. Varias culturas se sucedieron allí hasta el momento de la llegada de los europeos a fines
del siglo XV. En Mesoamérica habitaron pueblos como los olmecas, los mayas y los aztecas, mientras que en los Andes
prosperaron culturas como Chavin, Tiahuanaco, mochica, chimú e inca. Mas allá de sus especificidades, todas ellas
tenían en común su carácter agrícola-ganadero, urbano y sedentario, la existencia de sociedades jerarquizadas y el
desarrollo avanzado de las técnicas de construcción en piedra, de la cerámica, el tejido, la metalurgia y la ciencia.
Algunos, como los mayas, se organizaron en ciudades autónomas, centradas en el cultivo del maíz y lideradas por un
sector dirigente minoritario de guerreros y sacerdotes. Otros, como los aztecas e incas, crearon auténticos imperios
que, a partir de la conquista militar, dominaron territorios extensos y heterogéneos. En el área andina, el medio natural
requirió de la aplicación de sistemas de riego que permitieran el cultivo en las laderas de las montañas. Los incas
edificaron, entonces, andenes y terrazas de cultivo, así como centros ceremoniales para honrar a los dioses. Junto con
una agricultura diversificada, la cría de llamas y de alpaca fue otra de las bases de su economía. En la actual Argentina,
convivieron pueblos sedentarios y agrícolas con otros cazadores-recolectores y nómades. Esa variabilidad regional,
que fue cambiando en el tiempo, supuso el desarrollo de distintos modos de organización y de producción artística.

Paralelamente al período que en América se conoce como Preclásico (2000 a.C.- 300 d.C. aprox.), en Europa
tuvo lugar la etapa denominada Edad Antigua (3000 a.C.-476 d.C.). A partir de 2000 a.C., los pueblos instalados en la
zona del Mediterráneo occidental –entre los que se destacaron los griegos y romanos– protagonizaron una serie de
cambios que sentaron las bases de un nuevo sistema social. Su historia se divide habitualmente en dos períodos: el
primero que comienza hacia el 1200 .C. donde se consolidaron las polis (ciudades-Estado) griegas con nuevas bases
sociales, políticas y económicas; y el segundo que corresponde al desarrollo de Roma, ciudad fundada en el siglo VIII
a.C que en siglo I a.C. llegó a dominar Europa y parte de Asia y África. En Roma la República y, más tarde, el Imperio
vinieron a sustituir a las polis. Por su extensión, el pasado de ambas culturas tienen una periodización propia fijada en
función de los transformaciones y acontecimientos políticos más relevantes. Así, en Grecia se reconocen una Edad
Oscura (siglos XII a VIII a.C.), una Época Arcaica (siglos VII y VI a.C.), una Época Clásica (siglos V y IV a.C.) y un Período
Helenístico (fines del siglo IV a I a.C.); mientras que en Roma tradicionalmente se distinguen tres momentos: la
Monarquía (siglos VII a.C. y VI a.C.), la República (siglos IV a.C. a I a.C.) y el Imperio (siglos I a.C. a V d.C.).

Durante la Grecia Arcaica se produjo el desarrollo de las ciudades-Estado y su expansión territorial. Las polis
eran pequeños estados independientes autosuficientes que abarcaban un núcleo urbano y las aldeas a su alrededor.
No constituyeron en esta época una unidad –es decir, un gran Estado- sino que se mantuvieron fragmentadas y se
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Grecia Arcaica y Clásica: las polis griegas


rigieron por formas de gobierno diferentes. El enfrentamiento entre las ciudades griegas (lideradas por Esparta y
Atenas) con el gran Imperio asiático de los persas (medos) y la victoria de las primeras marcó el comienzo de la Época
Clásica. Esta etapa fue el punto culminante del esplendor de Atenas donde se estaba desarrollando un sistema político
y social particular al que se denominó democracia (demos: pueblo; cratos : gobierno). La característica original de este
sistema –consolidado a partir de las reformas de Pericles– era la participación directa de todos los ciudadanos en el
gobierno que integraban instituciones como la Asamblea, el Areópago y el Tribunal. Es importante destacar, sin
embargo, que no todos los habitantes eran considerados ciudadanos: extranjeros, mujeres y esclavos estaban
excluidos de dicha categoría y, por lo tanto, no gozaban de derechos políticos. La principal rival de Atenas era Esparta,
aristocrática y guerrera, que pretendía también lograr la hegemonía política y comercial sobre el resto de las ciudades.
El antagonismo entre ambas culminaría con la Guerra del Peloponeso (431 a.C.- 404 a.C.). Como consecuencia de este
conflicto el poder ateniense llegó a su fin, las democracias fueron sustituidas por oligarquías y las fuerzas de Grecia se
agotaron dejándola indefensa ante al avance de posibles conquistadores. Paralelamente, en el siglo IV a.C. comenzó
a surgir un nuevo centro de poder: Macedonia, al norte de la península. Sus reyes, Filipo II y, su hijo, Alejandro Magno,
la convirtieron en un Estado poderoso que dominaría militarmente Grecia, Egipto y gran parte de Asia, hasta los
márgenes del río Indo. El Imperio de Alejandro fue una monarquía absoluta de tipo oriental que demostró tolerancia
hacia las costumbres asiáticas y que disgustó profundamente a los griegos. En el año 323 a.C., la muerte del emperador
víctima de una peste provocó la fragmentación del Estado en varios reinos y dio comienzo a la Época Helenística que
se extendió hasta la conquista de Egipto por parte de los romanos en el año 30 a.C. La Antigüedad griega se considera
la “cuna de la cultura occidental” debido a que fue durante esos siglos que surgieron y se consolidaron algunas de las
formas culturales y políticas que luego serían retomadas por otros pueblos. Además de la democracia, en ella se
desarrolló una intensa vida intelectual que constituyó el fundamento de la ciencia, las filosofía y las artes europeas
posteriores.
Ello no hubiera sido posible, no obstante, sin la intervención de los romanos. Fundada en el siglo VIII a.C., la
ciudad de Roma extendió sus dominios sobre las regiones vecinas y por todo el mundo Mediterráneo transformándose
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en un gran imperio unido por una cultura común. La sociedad romana de los primeros tiempos tenía una economía
agrícola y comercial y estaba gobernada por una monarquía electiva de origen etrusco. La autoridad emanaba, sin
embargo, de un consejo de patricios (aristocracia) denominado Senado cuyo poder se acrecentaría en tiempos de la

República. Este último sistema implicaba a los ciudadanos en la vida política de la ciudad a través del ejercicio del voto
y de la participación en la asamblea que, a su vez, elegía a los funcionarios (magistrados) del gobierno. Las
magistraturas eran anuales, colegiadas, colectivas y gratuitas. El Senado estaba formado por los ancianos de las
familias patricias más poderosas y sus funciones eran asesorar a los magistrados, declarar la guerra y recibir
embajadas. Allí se nucleó el verdadero poder de la República romana. Durante este período también se produjo una
importante expansión militar que afectó a los antiguos reinos helenísticos y culminó con la formación del Imperio. Los
enfrentamientos entre los generales a cargo de las tropas provocó el desencadenamiento de guerras civiles y la
enorme extensión del territorio fue causa de permanentes rebeliones internas. Ante esta situación, la única salida que
parecía posible era la centralización del poder. Julio César, uno de los militares triunfantes, logró que el Senado le
otorgara cargos y honores que ningún magistrado de la República podía ejercer simultáneamente. Luego de su
asesinato y de nuevas luchas por el poder, su hijo adoptivo Octavio se convirtió en jefe máximo del Estado romano
con
el

apoyo de los sectores más ricos de la sociedad y, a pesar de comprometerse a sostener el predominio de los
ciudadanos, introdujo ciertas modificaciones que sentaron las bases de su poder personal. Mantuvo en sus manos el
mando militar, la política exterior y la administración interna dando lugar al surgimiento de un nuevo sistema de
gobierno, el principado, y, más tarde, el Imperio, por el cual una única persona tenía todos los poderes y títulos. En los
siglos siguientes se sucedieron distintas familias reinantes (Julio-Claudia, Flavios, Antoninos, Severos) que
mantuvieron la paz y la unidad hasta tanto, en el siglo III d.C., las crisis internas y las invasiones de los pueblos
germánicos (que los romanos llamaban bárbaros) comenzaron a desestabilizar el Imperio. Diocleciano, para hacer más
fácil su gobierno, lo dividió en dos regiones, la Oriental y la Occidental que, en el 395 d.C., fueron el punto de partida
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para escisión entre el Imperio Romano de Oriente, con capital en Constantinopla (o Bizancio), y el Imperio Romano de
Occidente, con capital en Roma. Junto a la decadencia económica y a la inestabilidad política, el mundo religioso de
los romanos también estaba siendo cuestionado. La presión del Estado sobre los ciudadanos y la tolerancia respecto
de las creencias privados, favorecieron el florecimiento de las religiones orientales. El cristianismo, perseguido en sus
primeros momentos, fue adquiriendo entonces cada vez más importancia hasta ser declarada religión oficial del
Imperio por Constantino en el siglo IV d.C. El debilitamiento económico, cultural y político sumado a las continuas
amenazas externas, terminaron con el Imperio Romano de Occidente en 476 d.C. cuando los germanos ocuparon
Roma.


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