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El valor que la investigación filosófica como tal asume ante los ojos de Abelardo, le
conduce naturalmente a reconocer el valor de todos aquellos en los cuales la misma
investigación se efectúa, aunque estén fuera del cristianismo. Abelardo reconoce así
que la verdad ha hablado en los mismos filósofos paganos, los cuales han podido
reconocer la naturaleza trinitaria de Dios (Introd. ad theol., l, 20). La distinción entre
filósofos paganos y cristianos pierde para él valor : están asociadós por la
investigación. Tanto la vida como la doctrina de los filósofos, dice, encarna en el más
alto grado la perfección evangélica o apostólica, y poco o nada se alejan de la religión
cristiana (Theol. christ., Il, I, col. 1184).
El intento fundamental de Abelardo en sus especulaciones teológicas, es precisamente
mostrar el acuerdo sustancial entre la doctrina cristiana y la filosofía pagana. Se da
cuenta de que en esta tentativa fuerza el sentido literal de las expresiones de los
filósoíos a quienes se refiere; pero se defiende recordando que los mismos profetas,
cuando a través de ellos habla el Espíritu Santo, no entienden más que en parte el
significado de sus palabras: las cuales muchas veces son declaradas e interpretadas
por otros (Introd. ad theol., l, 20).
Conforme a estos presupuestos, el tratamiento racional del dogma trinitario es
conducido por Abelardo, demostrando el acuerdo sustancial de los filósofos, y en
particular de Platón y de los neoplatónicos, con la revelación cristiana. Aun los
filósofos paganos han, en efecto, conocido la Trinidad, según Abelardo. Ellos
admitieron que la Inteligencia divina o Nous ha nacido de Dios y es coeterna con El;
y han considerado, además, el alma del mundo como la tercera persona, que procede
de Dios y es la vida y la salvación del mundo. “Platón, dice Abelardo, reconoció
explícitamente al Espíritu Santo como el alma del mundo y como la vida de todo. Ya
que en la bondad divina todo de alguna manera vive; y toda cosa está viva y ninguna
está muerta en Dios. Lo cual quiere decir que nada es inútil, ni siquiera los males, que
son dispuestos de la me¿or manera para bien del conjunto” (Theol. christ., I, 27, c.
1013). Si Platón dice que el alma del mundo es en parte indivisible e inmutable, en
parte divisible y mudable, en cuanto se multiplica y divide en los diversos cuerpos,
esto se entiende en el sentido de que el Espíritu Santo permanece indivisible en sí
mismo; pero, en cuanto multiplica sus dones, aparece de alguna manera dividido en
su acción vivificadora. Cuando Platón dice que el alma ha sido situada por Dios en
medio del mundo y que desde allí se extiende igualmente por todo el globo del orbe,
quiere indicar de bella manera que la gracia de Dios se ofrece igualmente a todos y
que en esta casa o templo suyo, que es el mundo, ella dispone todas las cosas de
modo saludable y justo (Introd. ad theol., l; 27). La doctrina coincide así con la fe en
la Trinidad; y si Platón dice qúe la mente y el alma del mundo han sido creadas, es
ésta una expresión impropia para indicar la generación de las dos personas divinas del
Padre (Ibid., l, 16).