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artículo ciento treinta y nueve de la Constitución-. Persigue alejar del proceso a un juez que,
aún revistiendo las características de ordinario y predeterminado por la ley, se halla incurso
en ciertas circunstancias en orden a su vinculación con las partes o con el objeto del
proceso -el thema decidendi- que hacen prever razonablemente un deterioro de su
imparcialidad.
La imparcialidad, como ha quedado consagrada por la doctrina del Tribunal Europeo de
Derechos Humanos, seguida por la Corte Interamericana de Derechos Humanos -así,
Sentencia Piersack contra Bélgica, del uno de octubre de mil novecientos ochenta y dos; y,
Sentencia Herrera Ulloa contra Costa Rica, del dos de julio de dos mil cuatro, párrafo ciento
setenta- tiene, aunque la doctrina procesalista tiende a relativizarla, dos dimensiones, una
de carácter subjetivo y vinculada con las circunstancias del juzgador, con la formación de
su convicción personal en su fuero interno en un caso concreto -test subjetivo-; y otra
objetiva, predicable de las garantías que debe ofrecer el órgano jurisdiccional y que se
establece desde consideraciones orgánicas y funcionales [la primera debe ser presumida
mientras no se demuestre lo contrario; y, la segunda reclama garantías suficientes para
excluir cualquier duda legítima sobre su imparcialidad] -test objetivo-.
7. Las circunstancias antes mencionadas, denominadas causas de recusación, están
legalmente tasadas y son las previstas en los artículos 29° y 31° del Código de
Procedimientos Penales. Para acreditar si existe o no vulneración del derecho al Juez
Imparcial no sirve un análisis abstracto y a priori y, en definitiva, general, sino que es
menester examinar cada caso concreto para determinar que el juez, de uno u otro modo, no
es ajeno a la causa -opción por el criterio material o sustancial en vez del criterio meramente
formal-. Como precisa el Tribunal Europeo de Derechos Humanos en la sentencia
Hauschildt contra Dinamarca del veinticuatro de mayo de mil novecientos ochenta y nueve,
lo relevante es que los temores estén objetivamente justificados, deben alcanzar una cierta
consistencia -no basta la simple opinión del acusado o de la parte recusante-; y, la
respuesta de si existe parcialidad o no varía según las circunstancias de la causa, a cuyo
efecto debe valorarse la entidad o naturaleza y las características de las actuaciones
procesales realizadas por el Juez.
8. Es recurrente en nuestra práctica forense que con motivo de una demanda de habeas
corpus o de amparo interpuesta contra una concreta decisión o actuación del juez de la
causa y también cuando se ha interpuesto una queja ante el órgano disciplinario judicial,
paralelamente se recuse al magistrado al amparo de la causal genérica de temor de
parcialidad prevista en el artículo 31° del Código de Procedimientos Penales. Se cuestiona
en esos casos que el juez, como consecuencia de esas acciones legales, no ofrecería
garantías suficientes para excluir cualquier duda legítima a este respecto.
En estos supuestos se está ante una causal de imparcialidad subjetiva, en cuya virtud se
entiende que la convicción personal del juez como consecuencia de la aludida acción legal
le restaría apariencia de imparcialidad. Pero, como ya se anotó, la imparcialidad subjetiva se
presume salvo prueba en contrario; en consecuencia, no basta la sola afirmación de la
interposición de la demanda o queja ni la presentación del documento en cuestión para
estimar lesionada la imparcialidad judicial. Se requiere, por consiguiente, indicios objetivos y
razonables que permitan sostener con rigor la existencia de una falta de imparcialidad. El
Tribunal, en este caso, debe realizar una valoración propia del específico motivo invocado y
decidir en función a la exigencia de la necesaria confianza del sistema judicial si el juez
recusado carece de imparcialidad; debe examinar, en consecuencia, la naturaleza de los
hechos que se le atribuyen como violatorios de la Constitución o del ordenamiento judicial, y
si su realización, en tanto tenga visos de verosimilitud, pudo o no comprometer su
imparcialidad.
9. Lo expuesto es determinante y justifica, de un lado, que la ley exija que el recusante
explique con la mayor calidad posible el motivo que invoca (así, artículo 31° del Código de
Procedimientos Penales); y, de otro lado, que se ofrezcan los medios probatorios necesarios
para acreditar la causal (así, artículo 34°-A del citado Código). Se está ante un incidente que
requiere de un procedimiento debido y, específicamente, de la acreditación de los motivos
que se aleguen, para lo cual es aplicable, en lo pertinente, el artículo 90° del Código de
Procedimientos Penales -en especial, el último extremo del apartado uno-.
III. DECISIÓN
10. En atención a lo expuesto, las Salas Penales Permanente y Transitorias de la Corte
Suprema de Justicia de la República, reunidas en Pleno Jurisdiccional, y de conformidad
con lo dispuesto en el artículo 116° del Texto Único Ordenado de la Ley Orgánica del Poder
Judicial; por unanimidad;
ACORDARON:
11. ESTABLECER como doctrina legal, conforme a los fundamentos jurídicos seis a ocho,
que la sola presentación de una recusación contra el juez de la causa bajo el argumento que
se le ha interpuesto una demanda de habeas corpus o amparo o una queja ante el órgano
disciplinario del sistema judicial: Poder Judicial o Consejo Nacional de la Magistratura no
justifica su estimación por el órgano jurisdiccional. A estos efectos, los Jueces y Salas
Penales deberán tener en cuenta, obligatoriamente, los criterios indicados en dichos
parágrafos.
12. PRECISAR que el principio jurisprudencia que contiene la doctrina legal antes
mencionada debe ser invocado por los Magistrados de todas las instancias judiciales, sin
perjuicio de la excepción que estipula el segundo párrafo del artículo 22° del Texto Único
Ordenado de la Ley Orgánica del Poder Judicial.
13. PUBLICAR el presente Acuerdo Plenario en el Diario Oficial “El Peruano”.
Hágase saber.
SS.
SALAS GAMBOA / SIVINA HURTADO / SAN MARTÍN CASTRO / VILLA STEIN / PRADO
SALDARRIAGA / RODRÍGUEZ TINEO / LECAROS CORNEJO / VALDEZ ROCA /
MOLINA ORDOÑEZ / PRÍNCIPE TRUJILLO / SANTOS PEÑA / CALDERÓN CASTILLO /
ROJAS MARAVÍ / URBINA GANVINI
COMENTARIO
1
Cfr. SAN MARTÍN CASTRO, César. Derecho procesal penal, I. Lima, Grijley, segunda edición, 2003, pp. 85 a
90.
2
Cfr. BURGOS MARIÑOS, Víctor. Derecho procesal penal peruano. Chimbote, Universidad San Pedro, 2002,
pp. 76 a 87.
proceso penal peruano se configure como un proceso justo (conforme con los fines
constitucionales)”3.
Por su parte, SÁNCHEZ VELARDE7 -quien afirma seguir, para ello, la doctrina del Tribunal
Constitucional español así como la del Tribunal Constitucional peruano- fundamenta el
derecho al juez imparcial en el derecho al juez legal (o predeterminado por la ley), al ser
dentro del acápite dedicado a este último derecho que brevemente se ocupa del referido a la
imparcialidad. Esta posición cobra mayor evidencia cuando se repara en que, en otros
pasajes de su “manual”, se pueden encontrar frases como: “la recusación está íntimamente
vinculada la principio de juez legal, pues exige del juez no sólo la predeterminación de su
jurisdicción y competencia con anterioridad al hecho que conoce, sino también la
ecuanimidad, rectitud e imparcialidad en su actuación funcional” 8, así como que el proceso
penal sumario “infringe el principio del juez natural o predeterminado por la ley, al permitir
que la misma autoridad encargada de la investigación sea la que posteriormente emita el
fallo o sentencia final”9.
No compartimos ninguna de las posturas glosadas. Para ello partimos de precisar que el
derecho al juez imparcial se encuentra consagrado de manera expresa en el artículo 10º de
la Declaración Universal de Derechos Humanos (“Toda persona tiene derecho, en
condiciones de plena igualdad, a ser oída públicamente y con justicia por un tribunal
independiente e imparcial, para la determinación de sus derechos y obligaciones o para el
examen de cualquier acusación contra ella en materia penal); en el artículo 14º. 1 del Pacto
Internacional de Derechos Civiles y Políticos (“Toda persona tendrá derecho a ser oída
públicamente y con las debidas garantías por un tribunal competente, independiente e
imparcial, establecido por la ley, en la substanciación de cualquier acusación de carácter
penal formulada contra ella o para la determinación de sus derechos u obligaciones de
carácter civil”) y en el artículo 8. 1. de la Convención Americana sobre Derechos Humanos
(“Toda persona tiene derecho a ser oída, con las debidas garantías y dentro de un plazo
razonable, por un juez o tribunal competente, independiente e imparcial, establecido con
anterioridad por la ley, en la sustanciación de cualquier acusación penal formulada contra
ella, o para la determinación de sus derechos y obligaciones de orden civil, laboral, fiscal o
de cualquier otro carácter”).
De esta manera, no resulta necesario recurrir -como lo hacen SAN MARTÍN CASTRO y
BURGOS MARIÑOS y otros importantes tribunales- al debido proceso como “cláusula de
carácter general y residual o subsidiaria; (que) por tanto constitucionaliza todas las garantías
establecidas por la legislación ordinaria -orgánica y procesal-, en cuanto ellas sean
concordes con el fin de justicia a que está destinado la tramitación de un caso judicial penal
o cuyo incumplimiento ocasiona graves efectos en la regularidad -equitativa y justa- del
procedimiento”10, ni como “derecho utilizado para amparar derechos no expresamente
3
Cfr. BURGOS MARIÑOS, V. Derecho procesal penal peruano, p. 77. En el mismo sentido: SAN MARTÍN
CASTRO, C. Derecho procesal penal, p. 86.
4
Cfr. ORÉ GUARDIA, Arsenio. Manual de Derecho procesal penal. Lima, Alternativas, segunda edición, 1999,
pp. 96 a 99.
5
ROSAS YATACO, Jorge. Manual de Derecho procesal penal. Lima, Grijley, 2003, p. 73.
6
DOIG DÍAZ, Yolanda. “Inhibición y recusación”, en CUBAS VILLANUEVA, Víctor / DOIG DÍAZ, Yolanda /
QUISPE FARFÁN, Fany (coords.). El nuevo proceso penal, Estudios fundamentales. Lima, Palestra, 2005, pp.
215 a 217.
7
Cfr. SÁNCHEZ VELARDE, Pablo. Manual de Derecho procesal penal. Lima, Idemsa, 2004, pp. 262 a 265.
8
SÁNCHEZ VELARDE, P. Manual de Derecho procesal penal, p. 111.
9
SÁNCHEZ VELARDE, P. Manual de Derecho procesal penal, p. 905.
10
SAN MARTÍN CASTRO, C. Derecho procesal penal, pp. 85 - 86.
No sólo lo dicho -si negar, por ello, que se trata de dos garantías que guardan una estrecha
relación funcional-, lo cierto es que en la doctrina más extendida la independencia y la
imparcialidad, son tratadas -nos parece que de modo correcto- como conceptos con un
contenido distinto13.
11
SAN MARTÍN CASTRO, C. Derecho procesal penal, p. 86.
12
Parece que este planteamiento proviene de seguir al sector de la doctrina procesal española -representada
principalmente por MORENO CATENA, CORTÉS DOMÍNGUEZ y GIMENO SENDRA- que incluye la garantía de
imparcialidad dentro de la garantía de independencia judicial (refiriéndose a la “independencia respecto de las
partes procesales y del objeto litigioso”), aunque en algún momento de su discurso -de manera contradictoria-
expresen: “junto a la imparcialidad de cada juzgador respecto del objeto litigioso y de las partes procesales, en el
moderno Estado constitucional se ha implantado la garantía de la independencia del juez. El juez tiene ahora
garantizada también la independencia, como conquista irrenunciable y exigencia política del modelo de Estado
implantado en las sociedades occidentales, aunque no sea esencial al concepto de juez ni de jurisdicción” (Cfr.
MORENO CATENA, Víctor, en ÉL MISMO / CORTÉS DOMÍNGUEZ, Valentín / GIMENO SENDRA, Vicente.
Introducción al Derecho procesal. Madrid, Colex, 1997, p. 94, subrayado nuestro).
13
Incluso, para algún sector de la doctrina, es del derecho al juez imparcial de donde se deriva la exigencia de
independencia judicial, por todos: CAFFERATA NORES, José. Proceso penal y derechos humanos. Buenos
Aires, Editores Del Puerto, 2000, p. 30.
14
En este sentido, el artículo 139º de la Constitución prescribe: “Son principios y derechos de la función
jurisdiccional: (…) 2. La independencia en el ejercicio de la función jurisdiccional. / Ninguna autoridad puede
avocarse a causas pendientes ante el órgano jurisdiccional ni interferir en el ejercicio de sus funciones. Tampoco
puede dejar sin efecto resoluciones que han pasado en autoridad de cosa juzgada, ni cortar procedimientos en
trámite, ni modificar sentencias ni retardar su ejecución. Estas disposiciones no afectan el derecho de gracia ni la
facultad de investigación del Congreso, cuyo ejercicio no debe, sin embargo, interferir en el procedimiento
jurisdiccional ni surte efecto jurisdiccional alguno”.
funcionario judicial se conduzca como un tercero ajeno a los específicos intereses de las
partes15.
Por otro lado, si bien el profesor SÁNCHEZ VELARDE afirma seguir la jurisprudencia de los
tribunales constitucionales español y peruano al formular su planteamiento, surgen fundadas
dudas sobre ello cuando se repara en que en la literatura española se pueden encontrar
frases como: “Exigencia ésta de imparcialidad que es distinta a la de que decida el Juez
predeterminado por la Ley, como ha destacado la STC 164/1988, de 26 de septiembre, al
tratar del tema de que hasta que punto el ejercicio de las funciones de instrucción y de
juzgar atentan contra la imparcialidad exigida al juez” 16 y que el Tribunal Constitucional
peruano de común ha procedido -en el época en que profesor sanmarquino escribió su
“manual”- diferenciando entre el derecho al juez imparcial y el derecho al juez
predeterminado por ley y cuando ha establecido relaciones entre ambos ha establecido una
relación inversa, en el sentido de que la predeterminación legal del juez se encuentra
llamada a asegurar la imparcialidad de quien actúa como órgano jurisdiccional 17 (cfr. Exp. Nº
1934-2003-HC/TC. Lima. Juan Roberto Yujra Mamani; Exp. N.° 1013-2003-HC/TC. Lima.
Héctor Ricardo Faisal Fracalossi; Exp. N.° 0290-2002-HC/TC. Lima. Eduardo Martín Calmell
Del Solar Díaz)18.
Siendo las cosas como han quedado expresadas, cuando en la tramitación de un proceso
penal se solicita el apartamiento de la persona que ejerce la función jurisdiccional por existir
fundadas dudas respecto de su imparcialidad, lo que se está haciendo es cuestionar al juez
que ha asumido competencia en el conocimiento del caso por hallarse predeterminado por
15
Por todos: BINDER, Alberto. Introducción al Derecho procesal penal. Buenos Aires, Ad-hoc, 1993, p. 299.
16
GONZÁLEZ PÉREZ, Jesús. El derecho a la tutela jurisdiccional. Madrid, Civitas, tercera edición, 2001, p. 165,
consignando en la nota de pie de la p. 167 la glosa de la parte pertinente del texto de la sentencia en mención,
FJ 1º.
17
Por todos, en sentido similar: MAIER, Julio B. J. Derecho procesal penal, Tomo II. Buenos Aires, Editores del
Puerto, 2003, p. 554; BOVINO, Alberto. “Proceso penal y derechos humanos: la reforma de la administración de
la justicia penal” en ÉL MISMO. Problemas del derecho procesal penal contemporáneo. Buenos Aires, Editores
Del Puerto, 1998, p. 16.
18
Cfr. AVALOS RODRÍGUEZ, Constante / ROBLES BRICEÑO, Mery. Jurisprudencia Penal del Tribunal
Constitucional. Lima, Gaceta Jurídica, 2006, pp. 167 a 188.
19
Cfr. AVALOS RODRÍGUEZ, C. / ROBLES BRICEÑO, M. Jurisprudencia penal del Tribunal Constitucional, pp.
167 a 191.
la ley20. Lo que muestra una vez más la diferencia existente entre el derecho al juez
imparcial y el derecho al juez predeterminado por ley.
1.2. IMPORTANCIA
Esta falta de juez imparcial, cobra mayor y grave evidencia cuando se aprecia que en la
realidad, salvo honrosas excepciones, los representantes del Ministerio Público
desempeñan un papel de mera comparsa, tan sólo “acompañando” la tramitación del
20
En este sentido: ARMENTA DEU, Teresa. Lecciones de Derecho procesal penal. Madrid, Marcial Pons, 2003,
p. 76.
21
ARAGONESES ALONSO, Pedro. Proceso y Derecho procesal (Introducción). Madrid, Editoriales de Derecho
Reunidas, segunda edición, 1997, p. 127.
22
MORENO CATENA, V. Introducción al Derecho procesal, p. 94.
23
Cfr. MONTERO AROCA, Juan. Principios del proceso penal, Una explicación basada en la razón. Valencia,
Tirant lo blanch, 1997, pp. 28 - 29 (razón en la que se apoya para concluir que no se puede hablar de un proceso
penal inquisitivo, pues -en esta forma de aplicar el Derecho penal- al no existir juez imparcial no existe un
verdadero proceso).
Para concluir este punto, “El efectivo respeto de las demás garantías fundamentales se
tornaría ilusorio si no se garantizara la imparcialidad del tribunal que habrá de intervenir en
el caso”27. Esto, en razón a que una de las principales funciones del órgano jurisdiccional
-consustancial a su posición como sujeto procesal necesario- es precisamente velar por el
irrestricto respeto de los derechos fundamentales y garantías de los ciudadanos que de
alguna manera intervienen en el proceso penal, sea que dicha intervención tenga lugar a
título de sujetos procesales o de terceros (v. gr. testigos, titular del domicilio que se habrá de
allanar, etcétera).
24
Extracto de la Exposición de Motivos del Anteproyecto de Código Procesal Penal de 1939 glosado por MIXÁN
MASS, Florencio. Derecho procesal penal, juicio oral. Trujillo, BLG Ediciones, sexta edición, 2003, p. 24.
25
GIMENO SENDRA, Vicente en MORENO CATENA, Víctor / CORTÉS DOMÍNGUEZ, Valentín / GIMENO
SENDRA, Vicente. Introducción al Derecho procesal, p. 24.
26
GIMENO SENDRA, V. Introducción al Derecho procesal, p. 24.
27
BOVINO, A. “Proceso penal y derechos humanos: la reforma de la administración de la justicia penal”, p. 17.
1.3. CONTENIDO
En sentido similar, el maestro Julio MAIER señala que: “El sustantivo imparcial refiere,
directamente, por su origen etimológico (in - partial), a aquel que no es parte en un asunto
que debe decidir, esto es, que lo ataca sin interés personal alguno. Por otra parte, el
concepto refiere, semánticamente, a la ausencia de prejuicios a favor o en contra de las
personas o la materia acerca de las cuales debe decidir”29.
La imparcialidad es una de las pocas categorías del Derecho procesal penal contemporáneo
en que reina consenso doctrinario respecto de su significado e incluso existe
correspondencia entre el significado normativo que se le acostumbra otorgar y el significado
que le otorga la convención social que hace posible la comunicación entre personas no
especializadas en temas jurídicos. La imparcialidad significa lo mismo tanto para los
doctrinarios que para el común ciudadano de a pie.
En este contexto -como hemos precisado supra- el “derecho al juez imparcial” importa la
exigencia de que la persona que habrá de ejercer la función jurisdiccional lo haga libre de
cualquier interés distinto a la adecuada aplicación del Derecho, hallándose equidistante de
los intereses de las partes en conflicto.
Nos hallamos frente a una exigencia de carácter general que encuentra su funcionalidad
frente al caso concreto30, pues es en relación a cada supuesto particular que se tendrá que
exigir, controlar y garantizar que quien habrá de impartir justicia, desempeñándose como
funcionario jurisdiccional, no se encuentre -ni corra tampoco el peligro de encontrarse-
contaminado por intereses ajenos a la legitima resolución del caso que ha sido puesto en su
conocimiento.
En el caso que se cita de común como modélico de dicha distinción, Piersack vs. Bélgica
(STEDH de 01 de octubre de 1982), el ciudadano Christian Piersack, condenado por
asesinato, alegó infracción de su derecho a un juez imparcial en razón a que quien había
intervenido presidiendo el Tribunal de Apelaciones de Bruselas, que tuvo a su cargo el
juzgamiento de su caso, el magistrado Van de Walle, fue en su momento, durante la
28
REAL ACADEMIA ESPAÑOLA. Diccionario de la Lengua Española. España, vigésima segunda edición, 2002,
p. 848.
29
MAIER, Julio B. J. Derecho procesal penal, Tomo I. Buenos Aires, Editores del Puerto, segunda edición, 1996,
pp. 739 - 740.
30
Por todos: VÁSQUEZ ROSSI, Jorge. Derecho procesal penal, Tomo II. Buenos Aires, Rubinzal Culzoni, 1997,
p. 153.
Existe un segundo punto en el que el Tribunal Europeo ha fijado una posición que ha sido
acogida muy favorablemente por la doctrina y la jurisprudencia: el sustento probatorio y,
la consiguiente, convicción que se requiere para que en el caso concreto se tenga por
infringida la cláusula que garantiza el derecho al juez imparcial; habiéndose marcado una
puntual distinción según se trate de la imparcialidad subjetiva o de la imparcialidad
objetiva.
En este último extremo, se ha señalado de manera reiterada que hasta las apariencias
son importantes, puesto que lo que está en juego no es sólo el derecho fundamental
subjetivo de una persona a ser juzgado por un juez imparcial, sino además la confianza
que los tribunales de una sociedad democrática deben merecer a los que acuden a ellos.
En Delcourt vs. Bélgica (STEDH de 17 de enero de 1970) se dejó sentada la frase:
"justice must not only be done; it must also be seen to be done" (no sólo debe hacerse
justicia, sino también parecerlo que se hace), que ha sido usada de manera insistente
con posterioridad.
Mogens Hauschildt era un ciudadano danés que fue acusado de estafa y defraudación
tributaria. El Tribunal de la ciudad de Copenhague, que estuvo constituido en no pocas
ocasiones por el magistrado Claus Larsen, tomó -entre otras que implicaron la restricción
de sus derechos- la decisión -y la reiteró en diversos momentos- de que el imputado
debería afrontar el proceso en estado de prisión preventiva e, incluso, durante algún
tiempo ello ocurrió en régimen de incomunicación. Finalmente, Hauschildt fue juzgado por
un tribunal compuesto por el ya mencionado magistrado Claus Larsen, como juez
profesional, y por dos jueces legos más. El Tribunal de Copenhague dictó sentencia,
encontrando al acusado culpable de todos los cargos y condenándole a siete años de
prisión.
En este marco, el Tribunal Europeo expresó que las preguntas que el juez tenía que
responder a la hora de tomar las decisiones correspondientes a los estadios previos al
juzgamiento no eran las mismas que las que eran decisivas para un fallo definitivo. El
juez, cuando tomaba una decisión sobre la prisión preventiva y otras decisiones previas
de este tipo, sumariamente evaluaba los datos disponibles a fin de determinar si, prima
facie, la policía tenía razones para sus sospechas. En cambio, al dictar sentencia, al
concluir el juicio, se debía evaluar si las pruebas que habían sido presentadas y
debatidas ante el Tribunal de la Ciudad eran suficientes para encontrar al acusado
culpable. El Tribunal Europeo dejó sentado que una sospecha y una formal declaración
de culpabilidad no deben ser tratadas como lo mismo. Por lo que concluyó, inicialmente,
33
Por todos: LÓPEZ BARJA DE QUIROGA, Jacobo. Tratado de Derecho procesal penal. Navarra, Thomson -
Aranzadi, 2004, p. 361
No obstante que la anterior fue la conclusión general, para la forma en que se encontraba
normativamente construido el proceso penal danés, el Tribunal Europeo señala en
seguida que, sin embargo, circunstancias especiales podían en un supuesto dado
justificar una conclusión diferente. En este sentido, expresó que en el caso concreto sub
juidice se le tenía que otorgar una especial importancia al hecho de que en nueve de las
decisiones de continuación de la detención preventiva de Hauschildt, el Juez Larsen -del
mismo modo que ocurrió en posterior oportunidad, sobre el mismo tema, con el Tribunal
de Apelación- se basó en una norma que exigía que el juez se cerciorarse que existía
una "sospecha particularmente confirmada" de que el acusado había cometido el delito
que se le imputaba; prescripción que había sido explicada oficialmente en el sentido de
que el juez tenía que estar convencido de que “existía un alto grado de evidencia” en
cuanto a la responsabilidad del perseguido.
De este modo -señaló el Tribunal Europeo-, la diferencia entre la cuestión que el juez
tiene que resolver en la aplicación de esta norma -que autoriza la prolongación de la
prisión preventiva- y la cuestión que tendrá que resolver cuando de dictar sentencia en el
juicio se trate, se vuelve frágil; concluyendo, por tanto, en que, en las concretas
circunstancias del caso, la imparcialidad de los tribunales aparece abierta a la duda y que
el temor del solicitante a este respecto puede considerarse, por ello, objetivamente
justificado.
Esto lo entiende bien el CPP 2004 en tanto inicia el capítulo que denomina
expresamente “la inhibición y recusación” abordando en su artículo 53º las que
considera causales de inhibición; para en seguida, en el numeral 1 de su artículo 54º,
señalar que: “Si el juez no se inhibe, puede ser recusado por las partes”, para lo cual las
partes deberán alegar alguna de las causales de inhibición previstas en el ya referido
artículo 53º.
la inhibición; tan es así que, a diferencia del artículo 53º del CPP 2004, el artículo 29º
del C de PP 1940 no se refiere a causales de inhibición, sino a “causales de
recusación”. De este modo, pareciera ser que la primera opción para el legislador de
1940 es que las partes recusen al juez; sin embargo, el artículo 30º del C de PP 1940
también prescribe que: “Los jueces deberán inhibirse de oficio cuando ocurra cualquier
de las causales anteriores”.
De lo que sí existe seguridad es respecto a que la última norma glosada constituye una
razón más para sostener que en el C de PP 1940 la recusación posee una posición
preferente respecto de la inhibición. Es que según el código rituario del siglo pasado, la
inhibición sólo será procedente cuando exista alguna de las causales expresamente
previstas en el artículo 29º. En cambio, por imperio del artículo 31º, las partes pueden
recusar a un juez “aunque no concurran las causales indicadas en el artículo 29º,
siempre que exista un motivo fundado para que pueda dudarse de su imparcialidad”. De
este modo, en el nivel de las normas legales ordinarias, la recusación tendría un
espectro más amplio de actuación, para cualquier caso en que la imparcialidad del juez
se encontrase en duda; en cambio, la inhibición tendría un espectro más reducido,
limitado a los casos en que la causal de inhibición se encuentre expresamente prevista
como “causal de recusación” en el artículo 29º del C de PP 1940, fuera de ello la
inhibición resultaría improcedente.
Respecto de este punto también existe una gran diferencia en el desarrollo que realizan
el C de PP 1940 y el CPP 2004.
En lo que se refiere a este último texto normativo no existe mayor problema, en razón de
que el numeral 1 de su artículo 54º prescribe de manera general que “Si el juez no se
inhibe puede ser recusado por las partes”. Esto es, por cualquiera de las partes que
intervienen en el proceso38.
Por fortuna, los desaciertos en que incurre el C de PP 1940, al regular las instituciones
de la inhibición y la recusación, resultan superables en la praxis judicial diaria por la
eficacia normativa directa que la Constitución Política de 1993 le reconoce a los
derechos fundamentales; al tratarse el derecho a ser juzgado por un juez imparcial
precisamente de uno de naturaleza fundamental.
De esta manera, en los Distritos Judiciales de nuestro país en los que aún se encuentra
vigente el C de PP 1940, cualquier parte procesal -no sólo el inculpado y el actor civil- se
encuentra en capacidad de requerir el alejamiento, mediante la recusación, del juez que
se encuentra sospechado de parcialización. Desconocer esto importa un infracción al
sistema de derechos fundamentales y humanos que consagra nuestra Constitución
Política del Estado de 1993; tratándose, por tanto, de un proceder ilícito, por
inconstitucional.
40
En el CPP 2004 no existe ninguna dificultad. Es claro que el Fiscal, en su condición de parte procesal, puede
recusar al juez encargado de la causa (En el mismo sentido: CÁCERES JULCA, R. / IPARRAGUIRRE NARRO,
R. Código Procesal Penal comentado, p. 120).
41
De la construcción que hace el C de PP y, sobre todo, de la redacción literal de su artículo 31º, resulta que el
representante del Ministerio Público no puede ni recusar ni pedir que se inhiba el juez que, a su criterio, se
encuentra inmerso en alguna de las causales contempladas en su artículo 29º.
42
Por todos: PICO I JUNOY, Joan. Las garantías constitucionales del proceso. Barcelona, José María Bosch, 1997,
p. 25.
43
Nuestra Ley Fundamental de 1993 hace referencia a que sus normas tienen un valor jurídico directamente
vinculante en más de una prescripción. En este sentido, en su artículo 38 señala que: “Todos los peruanos tienen el
deber de honrar al Perú y de proteger los intereses nacionales, así como de respetar, cumplir y defender la
Constitución y el ordenamiento jurídico de la Nación”. En el primer párrafo de su artículo 45 establece que: “El poder
del Estado emana del pueblo. Quienes lo ejercen lo hacen con las limitaciones y responsabilidades que la
Constitución y las leyes establecen”. Pero, de especial importancia son las afirmaciones contenidas en su artículo
138, según el cual: “La potestad de administrar justicia emana del pueblo y se ejerce por el Poder Judicial a través de
sus órganos jerárquicos con arreglo a la Constitución y a las leyes / En todo proceso, de existir incompatibilidad entre
una norma constitucional y una norma legal, los jueces prefieren la primera”.
44
AVALOS RODRÍGUEZ, C. / ROBLES BRICEÑO, M. Jurispurdencia Penal del Tribunal Constitucional, p. 8.
45
Cnf. CUBAS VILLANUEVA, V. El proceso penal, p. 151.
En el CPP 2004 ocurre algo similar. El artículo 53º establece como causales de
inhibición -que por imperio del artículo 54º. 1. resultan siendo también causales de
recusación- las siguientes: “a) Cuando directa o indirectamente tuviesen interés en el
proceso o lo tuviere su cónyuge, sus parientes dentro del cuarto grado de consaguinidad
o segundo de afinidad, o sus parientes por adopción o relación de convivencia con
alguno de los demás sujetos procesales. En el caso del cónyuge y del parentesco que
de ese vínculo se deriven, subsistirá esta causal incluso luego de la anulación,
disolución o cesación de los efectos civiles del matrimonio. De igual manera se tratará,
en lo pertinente, cuando se produce una ruptura definitiva del vínculo convivencial; b)
Cuando tenga amistad notoria, enemistad manifiesta o un vínculo de compadrazgo con
el imputado, la víctima, o contra sus representantes; c) Cuando fueren acreedores o
deudores del imputado, víctima o tercero civil; d) Cuando hubieren intervenido
anteriormente como Juez o Fiscal en el proceso, o como perito, testigo o abogado de
alguna de las partes o de la víctima; e) Cuando exista cualquier otra causa, fundada en
motivos graves, que afecte su imparcialidad”.
46
Cfr. SÁNCHEZ VELARDE, P. Manual de Derecho procesal penal, p. 113; ROSAS YATACO, J. Manual de
Derecho procesal penal, pp. 205 - 206.
Por nuestra parte debemos señalar que si bien la mencionada es la posición que fija de
manera expresa la norma legal ordinaria; como ya deslizamos en párrafos superiores,
tratándose el derecho a ser juzgado por un juez imparcial de un derecho de naturaleza
fundamental y humano su vigencia no puede encontrarse limitada por cortapisas
irrazonables como las que -según se entiende por la jurisprudencia mayoritaria- impone
el artículo 30º del C de PP de 1940 49. En este sentido, entendemos que, por efecto de la
capacidad de vinculación jurídica directa de las normas constitucionales, el deber de
apartarse del juez no cesa, cuando se trata de causales que afectan seriamente la
imparcialidad de su proceder, por el mero hecho de no encontrarse prevista la
circunstancia de que se trate de manera expresa y específica en una norma legal
ordinaria. El sostener lo contrario significaría dejar sin una adecuada cobertura al
derecho fundamental y humano a ser juzgado por un juez imparcial; más aún cuando en
algunas ocasiones es el propio juez quien mejor que las partes conoce de la existencia
de circunstancias que afectan su imparcialidad, circunstancias cuyo conocimiento, en la
mayoría de ocasiones, resulta de muy difícil acceso para las partes que intervienen en el
proceso penal50.
47
“Desde la perspectiva de la invocación del motivo de ‘temor de parcialidad’, inicialmente la Corte Suprema
aceptó que el propio magistrado lo invoque para inhibirse de oficio, sin embargo, posteriormente, estimó que ello
no era posible porque el art. 40º del CPP de 1940 señala que los vocales sólo podrán inhibirse en los casos
expresamente señalados en el art. 29º, mas no en el art. 31º del código acotado, posición que ha sido seguida
por las Corte Superior de Lima para el caso de jueces penales” (SAN MARTÍN CASTRO, C. Derecho procesal
penal, pp. 216 – 217).
48
Cfr. ROJAS VARGAS, Fidel. Jurisprudencia procesal penal. Lima, Gaceta Jurídica, 1999, p. 184. En sentido
similar, las resoluciones emitidas por la Sala Penal Permanente en los R.N. Nº 4206-2005. Lambayeque y R.N.
Nº 708-2004. Arequipa (cfr. SAN MARTÍN CASTRO, César. Jurisprudencia y precedente penal vinculante,
Selección de Ejecutorias de la Corte Suprema. Lima, Palestra, 2006, pp. 765 a 771).
49
Por ejemplo, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos ha señalado en Delcourt vs Bélgica (Sentencia del 17
de enero de 1970) que “en una sociedad democrática, en el sentido del Convenio, el derecho a una recta
administración de justicia ocupa un lugar tan eminente que una interpretación restrictiva del artículo 6.1, no se
correspondería con la finalidad y objeto de esta disposición”.
50
En sentido similar, aunque con una fundamentación un tanto distinta, basándose en que “es más razonable” -la
posición por nosotros acá defendida- “en atención a la función que cumple la institución de la abstención y la
recusación, que es precisamente garantizar la imparcialidad y objetividad judicial, SAN MARTÍN CASTRO, C.
Derecho procesal penal, p. 217.
jurídico”; aunque hace la lógica advertencia de que “es de aclarar, sin embargo, que
esta conclusión, sustentada en el artículo treinta y uno del Código de Procedimientos
Penales, sólo tiene relevancia y aplicación en tanto los vocales recusados integran la
misma Sala Jurisdiccional que el Vocal querellante, pues de otro modo se estaría
instituyendo jurisprudencialmente una causal automática de apartamiento judicial de
tales dimensiones que, al fin de cuentas, no podría incoarse un proceso en el que es
parte un magistrado en la sede en que ejerce competencia territorial y funcional, lo que
no es razonable”51.
Lo que sucede en este caso es que en 1987, en Italia se había desarrollado una
investigación penal por imputarse a Rojas Morales y a otras personas más su
pertenencia a una organización criminal destinada al tráfico internacional de
estupefacientes. Cuando se abre dicha investigación Rojas Morales se encontraba en
Argentina, en prisión preventiva por el delito de tenencia ilícita de estupefacientes.
Habiéndose teniendo que realizar los trámites correspondientes de extradición, con el
tiempo que ello demoró, para ponerle al fin en real disposición de la justicia italiana, fue
necesario separar a Rojas Morales del proceso que se seguía contra los demás
imputados.
Estando ya en Italia, resulta Rojas Morales en trance de afrontar su juicio, siendo que el
tribunal que lo iba a juzgar se encontraba conformado por las dos juezas que en un
juicio que se realizó previamente contra otro integrante de la organización criminal
habían emitido frases afirmando su responsabilidad penal en la sentencia condenatoria
que dictaron. Frente a lo dicho, Rojas Morales recusó a las juezas pero sin resultados
positivos en ninguna de las instancias que se generaron; por lo que finalmente fue
condenado a 21 años de prisión y una elevada multa; la misma suerte que su
recusación corrieron las impugnaciones que dirigió contra la sentencia basadas en el
quebrantamiento de su derecho a ser juzgado por un juez imparcial. Frente a lo dicho,
Rojas Morales llevó su caso ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, el que sí
le concedió la razón.
Es de señalar que en el ínterin de la tramitación del caso Rojas Morales ante el Tribunal
Europeo, el Tribunal Constitucional Italiano declaró inconstitucional el segundo apartado
del artículo 34º de su Código Procesal Penal, precisamente por no prever ningún
impedimento para que el juez pueda participar como órgano de juzgamiento cuando ha
intervenido en un proceso previo en el que se ha juzgado a una persona por su
participación en el mismo hecho criminal.
51
Cfr. SAN MARTÍN CASTRO, C. Jurisprudencia y Precedente Penal Vinculante, pp. 774 - 775.
En el panorama internacional se pueden encontrar muchos más casos que puede ser
materia de mención, en calidad de ejemplo, pero hacerlo desbordaría la naturaleza y el
espacio concedido al presente trabajo. Por ello, apuntaremos aquí como guía tan sólo
algunas de los criterios generales más reiterados por la doctrina; así se dice que: “quien
instruye no puede juzgar”52, “no hay juicio sin acusación previa”53, “quien acusa no puede
juzgar”54, “quien con anterioridad se ha pronunciado sobre el mérito probatorio no puede
juzgar”55, “quien juzga no puede hacer suya la carga de la prueba” 56. No siendo posible
detenernos en este momento a desarrollar el contenido y los límites de actuación de
estos criterios esperamos que por lo menos sea de alguna utilidad para el lector dejarlos
indicados.
52
FERRAJOLI, Luigi. Derecho y razón, Teoría del galantismo penal. Madrid, traducción de la edición italiana,
1995, p. 567. El TC español declaró en la Sentencia Nº 145/88, de 12/07/88 que “el problema no se relaciona
con la rectitud personal de los jueces que interviene en la instrucción, sino, antes bien, con el hecho que la
actividad instructora, en cuanto coloca a quien la lleva a cabo en contacto con el acusado y con los hechos y
datos de la causa, puede provocar en el ánimo del instructor, incluso a pesar de sus mejores deseos, prejuicios e
impresiones a favor o en contra del acusado que influyan a la hora de sentenciar”. En palabras de Andrés DE LA
OLIVA SANTOS: “Este fenómeno nada dice en contra del ánimo o intención con que la investigación se dirige:
puede ser, en todo momento, de la máxima imparcialidad y objetividad. Pero parece del todo natural, inevitable,
que quien dirija la investigación se forje una idea concreta de los hechos, adquiera una prevención o prejuicio,
porque el avance del proceso implica enjuiciamientos provisionales sobre conductas” (en ÉL MISMO / DÍEZ-
PICAZO GIMÉNEZ, Ignacio / VEGAS TORRES, Jaime. Derecho procesal, Introducción. Madrid, Centro de
Estudios Ramón Areces, 1999, p. 64).
53
Cfr. BOVINO, Alberto. “Proceso penal y derechos humanos: la reforma de la administración de la justicia
penal”, p. 11 (especialmente p. 13).
54
FERRAJOLI, L. Derecho y razón, p. 580; CAFFERATA NORES, J. Proceso penal y derechos humanos, p. 92;
55
En este sentido: BOVINO, Alberto. “Imparcialidad de los jueces y causales de recusación no escritas en el
nuevo Código Proceso Penal de la Nación”, p. 51; BACIGALUPO ZAPATER, E. El debido proceso penal, p. 94.
56
“Se deberá excluir a los jueces de la tarea de procurar por sí (ex officio) las pruebas que les proporcionen
conocimiento sobre los hechos de la acusación, sobre la que deberán luego decidir” (CAFFERATA NORES, J.
Proceso penal y derechos humanos, p. 94).
La doctrina patria tampoco ha sido ajena a este tipo de planteamientos, por ejemplo, el
maestro MIXÁN MASS, al abordar la “imparcialidad del juez penal”, ha señalado que “la
imparcialidad, la probidad es una de las exigencias ineluctables para la función
jurisdiccional”57.
57
MIXÁN MASS, F. Derecho procesal penal, p. 180.
58
CUBAS VILLANUEVA, Víctor. El proceso penal, Teoría y jurisprudencia constitucional. Lima, sexta edición,
Palestra, 2006, p. 149. En el mismo sentido, refiriéndose a un “impedimento por causas ético-legales”, DE LA
CRUZ ESPEJO, M. El nuevo proceso penal, p. 293; muy similar SÁNCHEZ VELARDE, P. Manual de Derecho
procesal penal, p. 113.
59
En este sentido: BOVINO, Alberto. “Imparcialidad de los jueces y causales de recusación no escritas en el
nuevo Código Proceso Penal de la Nación” en ÉL MISMO. Problemas del derecho procesal penal
contemporáneo, p. 54.
60
MAIER, J. Derecho procesal penal II, p. 557.
61
VÁSQUEZ ROSSI, J. Derecho procesal penal, p. 153.
62
Cfr. CORDERO, Franco. Procedimiento penal, Tomo I. Santa fe de Bogotá, Temis, traducción de la segunda
edición italiana, 2000, p. 150; MONTERO AROCA, Juan en ÉL MISMO / GÓMEZ COLOMER, Juan-luis /
MONTÓN REDONDO, Alberto / BARONA VILAR, Silvia. Derecho Jurisdiccional, tomo I. Valencia, Tirant lo
blanch, décima edición, 2000, p. 357; BOVINO, Alberto. “Imparcialidad de los jueces y causales de recusación no
escritas en el nuevo Código Proceso Penal de la Nación”, p. 53; entre otros. VÁSQUEZ ROSSI, J. Derecho
procesal penal, p. 153; MAIER, J. Derecho procesal penal II, p. 559.
63
ROXIN, C. Derecho procesal penal, p. 43; MAIER, J. Derecho procesal penal I, p. 752.
64
GONZÁLEZ PÉREZ, J. El derecho a la tutela jurisdiccional, p. 170.
65
BACIGALUPO ZAPATER, Enrique. El debido proceso penal. Buenos Aires, Hammurabi, 2005, p. 93.
En este sentido, no resultan del todo exactas las afirmaciones del tipo de: “cuando un
juez se vea en el trance de no poder superar una situación concreta que amenaza su
rectitud de criterio, tiene el remedio de la inhibición” 66; pues induce a pensar que cuando
el juez, a pesar de encontrarse en una situación en que su imparcialidad queda puesta
en duda, cree poder superar la situación concreta que amenaza su rectitud de criterio,
debe seguir conociendo del proceso, lo cual no es para nada correcto.
En palabras de MONTERO AROCA: “La ley no entra a considerar cuál sería el ánimo de
cada juez determinado si se encuentra en una de esas situaciones, sino que le basta
con que se constate que concurre la causa para llegar a la conclusión de que ese juez
no puede ser considerado imparcial”67; resultando procedente el apartamiento
“independientemente de que en la realidad cada juez sea o no capaz de mantener su
imparcialidad”68.
66
MIXÁN MASS, Florencio. Derecho procesal penal. Trujillo, Marsol, segunda edición, 1990, p. 181.
67
MONTERO AROCA, J. Derecho jurisdiccional I, p. 357.
68
MONTERO AROCA, J. Derecho jurisdiccional I, p. 114.
69
BURGOS MARIÑOS, V. Derecho procesal penal peruano, p. 84. Por lo cual también resulta afectada de
inexactitud la frase “contra el juez que se parcializa corresponde a las partes excluirlo del proceso mediante la
recusación” (MIXÁN MASS, F. Derecho procesal penal, p. 181); pues, para que la recusación resulte procedente
no se requiere que el juez se haya parcializado, basta el simple peligro de ello, basta que el juez no ofrezca
garantías de su imparcialidad.
imparcialidad subjetiva, en cuya virtud se entiende que la convicción personal del juez como
consecuencia de la aludida acción legal le restaría apariencia de imparcialidad. Pero, como
ya se anotó, la imparcialidad subjetiva se presume salvo prueba en contrario; en
consecuencia, no basta la sola afirmación de la interposición de la demanda o queja ni la
presentación del documento en cuestión para estimar lesionada la imparcialidad judicial. Se
requiere, por consiguiente, indicios objetivos y razonables que permitan sostener con rigor la
existencia de una falta de imparcialidad. El Tribunal, en este caso, debe realizar una
valoración propia del específico motivo invocado y decidir en función a la exigencia de la
necesaria confianza del sistema judicial si el juez recusado carece de imparcialidad; debe
examinar, en consecuencia, la naturaleza de los hechos que se le atribuyen como violatorios
de la Constitución o del ordenamiento judicial, y si su realización, en tanto tenga visos de
verosimilitud, pudo o no comprometer su imparcialidad. 9. Lo expuesto es determinante y
justifica, de un lado, que la ley exija que el recusante explique con la mayor calidad posible
el motivo que invoca (así, artículo 31° del Código de Procedimientos Penales); y, de otro
lado, que se ofrezcan los medios probatorios necesarios para acreditar la causal (así,
artículo 34°-A del citado Código). Se está ante un incidente que requiere de un
procedimiento debido y, específicamente, de la acreditación de los motivos que se aleguen,
para lo cual es aplicable, en lo pertinente, el artículo 90° del Código de Procedimientos
Penales -en especial, el último extremo del apartado uno-“.
En sus términos generales, la posición fijada por el pleno de los magistrados penales de la
Corte Suprema no puede sino merecer nuestro respaldo; la procedencia automática de la
recusación por la mera voluntad de una de las partes de interponer una queja funcional o
una demanda constitucional contra el juez a cargo de la causa no encuentra el menor
fundamento jurídico ni racional.
Hemos señalado de manera reiterada a lo largo del presente trabajo que el alejamiento del
juez requiere -como mínimo- de un peligro objetivamente fundado de parcialidad; sin
embargo, el que una de las partes haya decidido interponer una queja o una demanda
constitucional contra el magistrado no está en condiciones de decirnos nada respecto de
dicho peligro; únicamente nos puede decir que la parte ha decidido presentar un reclamo por
el accionar del juez; un reclamo que muy bien puede encontrarse sólidamente fundado
como puede carecer de un mínimo sustento. Esto, por fuera de que al encontrarnos frente
un cuestionamiento a la imparcialidad subjetiva del juzgador no es suficiente con alegar una
situación de duda o sospecha -como el propio Acuerdo Plenario lo señala-, sino que se
requiere acreditar la existencia de una concreta situación de falta de imparcialidad.
Más aún, para ser estrictos, incluso en el caso que se trate de una queja o demanda
sólidamente fundados, no es en sí el reclamo lo que está en capacidad de justificar el
alejamiento del juez, sino que es la concreta infracción funcional o constitucional lo que
constituye la causal para la procedencia de la recusación, en tanto dicha infracción denote la
parcialización del juez; pero en este caso, cuando nos encontramos ante una infracción en
capacidad de traslucir por sí misma un hecho de parcialización del magistrado, ni siquiera
existe la necesidad de quejarse o demandar, sino que se puede presentar la recusación de
manera directa.