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Los nombres de Dios en la Biblia

Diácono Orlando Fernández Guerra

Para la mentalidad antigua, entre el nombre y quien lo llevaba, existía una relación
esencial. El individuo existía en el nombre, y este contenía una afirmación sobre su
naturaleza. Es decir, el nombre expresaba su destino o su actividad. Así, un cambio de
nombre, suponía también un cambio de personalidad. Fue lo que sucedió con Abraham (Gen
17,5) cuando fue hecho “Padre de una multitud de naciones”. O, con Simón el pescador,
cuando el Maestro le nombró: Pedro, que significa “Piedra”. (Mt 16,16-18).
Razón por la cual, era tan importante conocer el nombre del dios al que se oraba.
Conocerlo equivalía a disponer de él cada vez que se le invocara. De ahí, la objeción de
Moisés: “Si voy a los hijos de Israel y les digo que el Dios de sus padres me envía a ellos, si
me preguntan: ¿Cuál es su nombre?, yo ¿qué les voy a responder? (Ex 3,13)”. “Así dirás a
los hijos de Israel: YO SOY me ha enviado a ustedes (Ex 3,14)”.
En la Biblia hebrea, este nombre se escribe con 4 consonantes que en nuestro
alfabeto son: YHWH. La mayoría de los estudiosos hoy están de acuerdo en que debió
pronunciarse “Yahveh”. Y, que se trataría de una forma arcaica del verbo ser. Así el “yo soy
el que soy”, significaría algo como: yo soy el Creador de la existencia, el que está siempre
presente, el que se ha manifestado.
Yahveh es el nombre más frecuentemente usado en el Antiguo Testamento (6830
veces), pero no fue el único con que se nombró a Dios. En los períodos más primitivos le
antecedieron otros como Elohim (Dios, 2500 veces), El-Shadday (Omnipotente), EL-Elyon
(Altísimo), El-Olam (Eterno), EL-Betel (Morada Divina), EL-Roi (el que ve), El-Berit (Dios de
la Alianza), EL-Pnuel (Cara de Dios), Adonai (Señor), El Shalom (Dios de paz), Zar Shalom
(Príncipe de Paz), Hashem (El nombre), Abir (el Fuerte), Abinu Melkeinu (nuestro Rey),
Boreh (Creador), etc.
También aparece con frecuencia una forma abreviada del nombre de Dios: “Yah”, que
está en la raíz de numerosos nombres e invocaciones, como la aclamación litúrgica ¡Alelu-
ya! que significa Alabado sea Yahveh. O, en el mismo nombre de Jesús, que en hebreo se
dice Ya-chúa (Yahveh salva). Por otra parte, el sufijo “EL” que aparece en la raíz de
numerosísimos nombres, también alude a Dios. Por ejemplo, Emma-nu-el (Dios-con-
nosotros). Estos nombres se suelen llamar Teóforos, por su relación con el nombre divino.
En el siglo III a.C los judíos dejaron de pronunciar el nombre de Dios por respeto, y en
su lugar leían “Adonay o Edonay”, que significa “Señor”. Hasta la época de Cristo, el nombre
de Dios sólo era pronunciado por el sumo sacerdote en el Templo, durante las fiestas de
Pascua, pocos conocían el verdadero nombre de Dios. Entre los siglos VI-VII d.C., los
Masoretas vocalizaron la lengua hebrea, y para el nombre de Dios usaron los sonidos
vocálicos de Edonay, de donde nació el “YeHoWaH” o Jehová, que se usa en las Biblias de
edición protestante, sobre todo en la Reina-Valera. Aunque este nombre no signifique nada,
por ser un híbrido, merece todo nuestro respecto, porque a través de él muchos cristianos
imploran al único Dios de la Biblia. Además, en muchas de estas ediciones bíblicas, se
señala en su glosario final, que la correcta pronunciación ha de ser Yahvé.
Durante mucho tiempo los judíos consideraron una blasfemia su pronunciación. Por
eso, cuando leían el texto sagrado, en el lugar donde aparecían las cuatro letras,
pronunciaban: Adonai o Hashem. Esta práctica llega hasta hoy, los judíos de habla española
escriben en sus libros religiosos el nombre divino así: “Di-s” sin la o, para recordar al lector
que su santidad le hace innombrable.

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