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Textos Feminismo y poder 2020

Instrucciones del trabajo: Escoger uno de los siguientes seis textos cortos, comentar su
contenido y relacionarlo con alguna situación o problema de la sociedad actual, o que
ustedes hayan vivido personalmente en su vida social y privada. Recomendaciones:
fíjense bien en las fechas, para entender el contexto. Ojo: Pueden estar o no de acuerdo
con el texto que escojan. Lo importante es que lo argumenten bien. Háganlo en un
documento de Word por favor.

1. Michel Foucault: “El poder está en todas partes” (1976). En Historia de la sexualidad,
tomo 1, “La voluntad de saber”, Siglo XXI ed. México-España, 1978.

La condición de posibilidad del poder, en todo caso el punto de vista que permite hacer
inteligible su ejercicio hasta en sus efectos más “periféricos”, y que permite también
utilizar su mecanismo como clave de inteligibilidad del campo social, no es preciso
buscarlo en la existencia primera de un punto central, en una fogata única de soberanía de
la que irradiarían las formas derivadas y descendientes; no, son los pedestales móviles de
las relaciones de fuerza los que inducen sin cesar, por su desigualdad, los estados del
poder, aunque siempre locales e inestables. Omnipresencia del poder: no porque éste
tenga el privilegio de reagrupar todo bajo su invencible unidad, sino porque esto ocurre a
cada instante, en cualquier punto o más bien en toda relación de un punto con otro. El
poder está en todas partes; no es que él englobe todo, es que viene de todas partes. Y en
lo que el poder tiene de permanente, de repetitivo, de inerte, de auto-reproductor, no es
más que el efecto de conjunto que se va dibujando a partir de todas esas movilidades, el
encadenamiento que se apoya en cada una de ellas y procura a su vez fijarlas. Hay que ser
ciertamente nominalista: el poder no es una institución, no es una estructura, no es
tampoco una cierta potencia de la que algunos estarán dotados: Es el nombre que se da a
una situación estratégica compleja en una sociedad dada.

2. Mary Wollstonecraft: Sobre la “feminidad” (1792). En Feminismos, Ranea Triviño,


Beatriz, Catarata ed. Madrid, 2019, p. 47.

A las mujeres desde su infancia se les dice, y se les enseña con el ejemplo de sus madres,
que para obtener la protección del hombre basta un pequeño conocimiento de la
debilidad humana, denominado de forma más precisa: astucia, suavidad de
temperamento, aparente obediencia y atención escrupulosa a una especie de decoro
pueril; y, si son hermosas, todo lo demás es innecesario, al menos durante veinte años de
sus vidas. […] ¡De qué modo tan grosero nos insultan quienes así nos aconsejan hacer de
nosotras solo animales gentiles y domésticos! Por ejemplo, la encantadora dulzura y la
devota obediencia que tan calurosa y frecuentemente es recomendada.
3. Ana de Miguel: sobre la idea de feminismo (2015). En Feminismos, Ranea Triviño,
Beatriz, Catarata ed. Madrid, 2019, p. 31.

El feminismo es también una forma de entender y vivir la vida cotidiana. No es un tipo de


práctica política de las que tienen lugar en la esfera pública y de las que es posible “pasar”
en la esfera privada. Casi al contrario, el feminismo implica también un proceso individual
de cambio personal, de ajuste de cuentas con la tradición- “Las cosas siempre han sido así
y tú no las vas a cambiar”-, la educación y las expectativas que la sociedad coloca en los
supuestamente delicados hombros femeninos: estar siempre disponibles como ángeles
domésticos y como objetos decorativos y sexuales. De ahí que el feminismo de los años
sesenta enarbolara el lema: “Lo personal es político”. Con este lema se quiere expresar
que las decisiones que toman las mujeres sobre sus vidas personales, como cargar con las
responsabilidades domésticas, no son fruto de la libre elección y de sus negociaciones
como pareja sino de un sistema de poder, es decir, político, que no les deja más opciones
porque ellos “no van a cambiar”. Sin embargo, la militancia y el asociacionismo con otras
mujeres proporcionan un empoderamiento en el que las mujeres se enfrentan de forma
explícita a su condición de “segundo sexo” y a los múltiples miedos que la sociedad les ha
imbuido desde pequeñas para afirmarse como personas, tengan o no un hombre al lado.

4. Simone de Beauvoir: Sobre la “feminidad” (1949). En Feminismos, Ranea Triviño


Beatriz, Catarata ed. Madrid, 2019, p. 49.

Una mujer que no desee chocar, ni devaluarse socialmente, debe vivir como mujer su
condición de mujer: en muchos casos incluso su éxito profesional así lo exige. Mientras el
conformismo sea natural para el hombre, -pues la costumbre se fija en función de sus
necesidades de individuo autónomo y activo- la mujer, que también es sujeto, actividad,
deberá adaptarse a un mundo que la ha condenado a la pasividad. […] El hombre no tiene
que preocuparse de su ropa; es cómoda, está adaptada a la vida activa, no tiene que ser
muy rebuscada; apenas forma parte de su personalidad; además, nadie se espera que se
ocupe de ella personalmente: alguna mujer, voluntaria o pagada, lo hará. La mujer, por el
contrario, sabe que cuando la miran no se establece diferencia entre ella y su apariencia:
la juzgan, la respetan o la desean a través de su aspecto personal.

5. Donna Haraway: Sobre la categoría de “mujer” (1984). En Feminismos, Ranea Triviño


Beatriz, Catarata ed. Madrid, 2019, p. 57.

El género, la raza y la clase, con el reconocimiento de sus constituciones histórica y social


ganado tras largas luchas, no bastan por sí solos para proveer la base de la creencia en la
unidad “esencial”. No existe nada en el hecho de ser “mujer” que una de manera natural a
las mujeres. No existe incluso el estado de “ser” mujer, que, en sí mismo, es una categoría
enormemente compleja construida dentro de contestados discursos científico-sexuales y
de otras prácticas sociales. La conciencia de género, raza o clase es un logro forzado en
nosotras por la terrible experiencia histórica de las realidades sociales contradictorias del
patriarcado, del colonialismo y del capitalismo.

6. Rosa Cobo: Sobre la violencia contra la mujer (2011). En Feminismos, Ranea Triviño
Beatriz, Catarata ed. Madrid, 2019, p. 111.

Los varones, como es fácil suponer, no son un todo uniforme e indiscernible ni tienen
iguales características en todas las regiones del mundo ni tampoco constituyen una fratría
universal compacta. Las [argumentaciones de los anti-feministas] las encontramos en el
seno de colectivos masculinos progresistas e intelectuales con afirmaciones como estas:
“No son necesarias las leyes de igualdad porque las mujeres ya son iguales a los varones”;
“Las cuotas rompen el principio de igualdad”; “Las mujeres no necesitan cuotas: las que
valen, llegan…”; “El feminismo es un movimiento social obsoleto y radical, pues aquello
por lo que lucharon ya está conseguido”, y así ad infinitum. Estos varones sueñan con
sociedades patriarcales consensuadas con las mujeres, en las que ellas han adquirido una
autonomía y libertad condicionada a la autoridad masculina.

Pero junto a estos varones moderados que no reclaman violencia […] están los “nuevos
bárbaros del patriarcado”. Estos bárbaros son los que han entendido que la violencia es
una respuesta de emergencia entre mujeres que han ganado autonomía y libertad en
muchas regiones del mundo. Explica Chomsky que “un predador se vuelve más peligroso,
y menos predecible, cuando está herido”. La reacción patriarcal cristaliza cuando los
sectores más intolerantes y fanáticos de los patriarcados contemporáneos sienten como
heridas los avances en derechos y recursos de las mujeres.

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