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CABALLO
MAESTRO
Historias de aprendizaje y reencuentro
bajo la mirada de un caballo
Caballo maestro
RIL editores
bibliodiversidad
Soledad Birrell
Caballo maestro
Historias de aprendizaje y reencuentro
bajo la mirada de un caballo
615.85 Birrell, Soledad
B Caballo maestro / Soledad Birrell. -- Santia-
go : RIL editores, 2012.
128 p. ; 21 cm.
ISBN: 978-956-284-937-1
Caballo maestro
Primera edición: octubre de 2012
*NQSFTPFO$IJMFrPrinted in Chile
ISBN 978-956-284-937-1
Derechos reservados.
Dedicado a los protagonistas de estas historias
y a los que no aparecen nombrados pero son protagonistas,
humanos y caballos,
que con coraje y coherencia
bailan la danza que silba el viento.
Índice
Introducción.................................................................... 11
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Cuestión de límites y compasión
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Matonaje escolar
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«Mmm, creo que puedes tener razón –le dije–. He leído que
muchos niños tienen reacciones semejantes cuando consumen
mucha azúcar. ¿Se lo dijiste a tu mamá?». «Sí, y dijo que iba a
intentar no darle a ver qué pasaba. Pero a ella le gustan mucho
los chocolates y cree que será difícil. Yo le dije que hiciéramos
un experimento, como esos que ella me hace hacer cuando es-
tudiamos Ciencia. Que un día le diéramos y viéramos si le daba
la pataleta, y al otro día, no».
Tengo que reconocer que el corazón me dio un respingo y
casi me pongo a llorar.
Aquella mañana el tema era escuchar con todos los sentidos
y con todas las herramientas de la naturaleza humana. Fue a
buscar un caballo pero, cuando quiso avanzar con él, la yegua
no se movió. Mientras más tiraba, más firmes plantaba sus pies
la yegua en el suelo. Entonces fue Rosie la que se paralizó. «No
me resulta –bajó los hombros y la cabeza–. No quiere venir».
Su voz sonaba como un eco distante, como si ella estuviera muy
lejos y hubiese abandonado el envoltorio hueco de su cuerpo.
Le pregunté si esa era la técnica de congelarse que me había
mencionado. Asintió con la cabeza. Le pedí que pensara en otras
ocasiones en que le ocurría lo mismo. Me dijo que esto le pasaba
cada vez que se enfrentaba a algo nuevo, que enseguida la invadía
la duda de poder lograrlo aunque sabía que no era una buena
estrategia. Me sorprendió que una niña pudiera hacer semejante
observación, pero claro, era Rosie y Rosie era sorprendente. Me
dijo que la cabeza le decía que tenía que intentar otras tácticas,
pero que el cuerpo no le obedecía. «Si tú me muestras, yo lo hago»,
dijo. Pensé que, quizás, el asunto era más simple, tal vez Rosie ha-
bía aprendido a observar cómo los demás resolvían los conflictos
e imitaba su conducta. Rosie necesitaba que yo le mostrara cómo
hacer cada cosa y entonces no tenía problemas. Cuando entendí
esto decidí no mostrarle más y así surgió ante mí la Rosie congelada.
Observarla era desconcertante. Ella se iba a otra parte y en
su lugar dejaba a una muñeca de trapo que estaba dispuesta a
resistir cualquier embate, cualquier dolor, cualquier frustración
y cualquier agresión.
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Equilibrio compasivo
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con las muchas formas con que otros intentaban forzar en ellos
para que las abandonaran.
Creo que el Sureño es una metáfora potente para estas per-
sonas y les ofrece un espacio contenido de reflexión, sin juicios,
para que exploren caminos sanos para lidiar con sus problemas,
con más respeto por sí mismos y por su biología.
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Cuestión de pertenencia
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Una historia de cuento
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Escondida
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Cuestión de amor incondicional
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Creo que es amor
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Un puente entre el cielo y la tierra
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namos un buen rato por unas lomas sin más propósito que estar
juntas disfrutando del aire sureño, de sus colores y de sus formas.
Finalmente, me despedí de ella como de una antigua amiga,
y volví a mi casa.
Los caballos son seres independientes, con espacios acotados
para el contacto físico. Uno de ellos se produce entre la yegua y
su potrillo. Ella lo lame cuando está recién nacido para limpiarle
los restos del parto, y lo sigue lamiendo mientras va creciendo,
para darle seguridad y afecto. Es muy extraño que un caballo
busque esa forma de contacto con un ser humano, no mediando
ofertas de comida o azúcar, y, claramente, es muy improbable que
ocurra este tipo de contacto entre una yegua que pasta tranquila
y una completa desconocida.
No había vuelto a llorar hasta hoy, que escribo estas líneas.
¡Gracias, Pauli!
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Encuentros cercanos con un caballo
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Cuestión de perdón y presente
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La mirada equina
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había sido muy regalón pero que luego, cuando no dio los resul-
tados que su dueño esperaba de él, lo había dejado en la escuela
sin volver a visitarlo. Le expliqué también que el caballo era
muy difícil, que reaccionaba violentamente tanto con personas
como con otros caballos, y que parecía siempre de malhumor.
Le pregunté si le gustaría trabajar con él y me dijo que sí, pero
yo sabía que aún no llegaba a conectarme con Vicente, que aún
permanecía en su escondite donde se había recluido la semana
anterior. Y fue entonces cuando recordé mi sensación personal
cuando su madre me habló de la leve incomodidad con su hijo
y aquello me resonó alto y claro en mi interior.
Sin pensar en las consecuencias, pero con la certeza de quién
hace algo desde la verdad y desde la honestidad, le propuse un
ejercicio diferente. Le pregunté si él estaba dispuesto a guardar
el secreto de lo que allí se dijera y me dijo que sí.
Entramos en el corral, Vicente, el caballo y yo. Soltamos al
caballo que se revolcó varias veces y luego corrió un rato, para
sacarse algo del exceso de energía de encima. Le expliqué lo que
haríamos; caminaríamos juntos contra las agujas del reloj y por
turnos debíamos recordar un hecho que nos diera vergüenza. De-
bíamos visualizarlo en el contexto de cómo había ocurrido, cómo
nos habíamos sentido en ese momento, qué estaba ocurriendo a
nuestro alrededor, en fin, todas las circunstancias biológicas que
lo habían motivado, e, imaginando que abrazábamos al niño o
niña que teníamos dentro, nos perdonaríamos por ese hecho, pero
al mismo tiempo le diríamos a nuestro niño que lo apoyábamos
y lo liberábamos de toda culpa. No sé si entendió la explicación
porque, a decir verdad, yo fui hablando a medida que se me fue
apareciendo el modelo en la cabeza.
«Yo parto», le dije, y le conté un hecho personal donde, bus-
cando llamar la atención, había hecho algo de lo que me avergon-
zaba mucho. Los detalles de lo que cada uno dijo los mantengo
dentro de nuestro pacto de silencio. Cuando yo confesé en voz
alta mi vergüenza, él se detuvo y me miró profundo, sentí que
me traspasaba hasta llegar al fondo de mi corazón y de la pena
que guardaba junto a mi culpa. «Perdónate inmediatamente por
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Espíritus mezclados
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sino que había sido un regalo del cielo para comenzar la familia
que ahora formaban los cuatro. Que gracias a ella Florencia
se había atrevido a llegar al vientre de su mamá, aunque to-
dos decían que eso no era posible. Esa era la historia con que
ambas niñas habían crecido y de la que se sentían igualmente
orgullosas y protagonistas.
Cuando María se acercaba a la pubertad, comenzó a
manifestar actitudes hostiles que nunca antes había tenido.
Las peleas con su hermana se multiplicaron y María parecía
esperar cualquier momento para crear un conflicto y hacer
escenas de rabia y llanto.
Sus padres estaban sorprendidos por el repentino cambio de
su hija y les costó un tiempo entender que, tal vez, aquello tenía
algo que ver con su condición de adoptada. Les resultó difícil
darle espacio a este pensamiento porque para ellos no había nin-
guna diferencia entre María y Flo, y lo atribuyeron a los cambios
hormonales esperables a esa edad. Pero cuando María empezó
a dejar de comer y a ocultar sus brazos bajo mangas largas en
días de calor, entraron en pánico.
Comenzaron un largo peregrinar por especialistas de la
salud mental con la esperanza de que alguien diera en el clavo
y les dijera qué hacer para ayudar a su hija, pero el discurso era
más o menos el mismo: depresión. La medicaron y comenzó una
terapia de apoyo, pero María parecía empeorar con los días. Su
alegría chispeante había desaparecido por completo e, incluso
en aquellos escasos momentos en los que volvía a reír, apenas
se daba cuenta de que estaba mostrando signos de alegría se
paralizaba y volvía a su actitud hosca y a su posición corporal
encogida con la vista fija en el suelo.
Así estaban las cosas cuando María llegó con su padre.
En la primera sesión se mostró abierta a hablar de sus pro-
blemas, por los que responsabilizaba a su familia, aduciendo que
no estaban contentos con ella, le exigían cosas que ella no podía
o no quería hacer y que ella estaba cansada de cumplir con las
expectativas de otros. «Por eso me corto –dijo mostrando algu-
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Pensando en imágenes
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los que emergía, por unos segundos. la persona que debieron ser
antes de que los arrollara el huracán de la enfermedad. Observé
que se comenzaron a comunicar entre ellos y que se ayudaban.
Al parecer esto era un gran logro. Antes de los tres meses, dos de
ellos se pusieron a pololear y sonreían muy a menudo.
Hacía mucho que con Patricio habíamos olvidado las reco-
mendaciones y les mostrábamos nuestro entusiasmo y nuestro
reconocimiento abiertamente. Nunca tuvimos ningún problema
con ellos. Los resultados de este estudio se encuentran publicados
en una memoria de doctorado y pueden servir para que, quien
quiera seguir avanzando en este tema, pueda profundizar en él.
Para mí nada volvió a ser lo mismo después de aquella expe-
riencia. Si alguno de los miembros de ese maravilloso grupo está
leyendo estas páginas, reciba mi más profundo agradecimiento.
Si no fuera por ustedes nunca habría descubierto la verdadera
naturaleza de los caballos, nunca habría sabido que podía escu-
charlos de verdad y nada de lo que hacemos hoy sería posible.
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Mirando de frente
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recordé que los caballos nos podían ver por dentro y sonrió. Hizo
varios intentos sin lograr el cometido. –«No estoy concentrado»
–afirmó. Le ofrecí usar la cuerda como un brazo extendido, para
evitar tener que acercarse al caballo. Con la jáquima en la mano
cambió su actitud y el caballo comenzó a moverse con energía.
Estaba feliz. –«Tú querías que yo hiciera algo; yo quería que
Júpiter hiciera algo también, entonces somos todos como lo
mismo». La lógica con la que expresaba sus pensamientos era
sorprendente.
Terminamos hablando de la energía, de la intención que se
necesita para que un caballo haga lo que le pides. «Es verdad, al
principio mi actitud era la de todo el mundo, pero después con
la jáquima cambié. Ojalá me sirva para hacer que mis hermanas
no me molesten y me hagan caso».
A la semana siguiente nos contó que había pensado en lo de
la intención. Contó que sus compañeros le solían decir garabatos
para molestarlo, pero que ya no le pasaba tanto. Le pregunté qué
había cambiado y respondió que ahora estaba más seguro y que
hablaba con voz más firme. A partir de aquella sesión, comenzó
a notarse un cambio físico en Julián. También, comenzó a usar
estrategias para todos los ejercicios.
Cada sesión tenía un propósito conjunto para Julián y Jú-
piter. Trabajamos los límites personales, el lenguaje corporal y
el liderazgo equino. Julián se sorprendió al descubrir que podía
usar el sentido del humor como una forma de comunicarse
con «los otros», como él llamaba a las otras personas que no
pertenecían a su círculo de confianza. Comenzó a intercambiar
algunas bromas conmigo y yo me aventuré a hacerle bromas a él.
A las personas Asperger les cuesta entender sutilezas y bromas,
porque escuchan y leen los mensajes en forma literal. Pero Julián
comenzó a captar las bromas con fluidez y, después de un tiempo,
ya no tenía ningún reparo en usar la ironía con él.
Por su parte, la conexión que Júpiter mostró desde el primer
día con este niño mágico, le dio a Julián un sentido de propósito
que, creo, le cambió su visión de sí mismo.
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piño hasta que los viniera a buscar, porque una semana era mucho
tiempo para tenerlos solos.
Después de una rápida evaluación del espacio y sus potenciales
problemas, tomé la decisión de esperar hasta la mañana siguiente
para pillar a los caballos y ponerles la jáquima por primera vez.
En lugar de eso, dediqué toda la tarde a construir un improvisado
corral redondo, de unos 14 metros de diámetro, hecho con varas
de eucalipto que cortamos y entrelazamos con ayuda de varios
trabajadores, hasta dejar unas paredes vegetales de aproxima-
damente un metro. Cansada, satisfecha y expectante, volví a la
casa de mis amigos y, después de una reponedora sopa y de una
cariñosa conversación, me fui a la cama y me dormí enseguida.
Temprano me presenté en el potrero con un plan y la deter-
minación de llevarlo a cabo en el menor tiempo posible. Utilizaría
la técnica de saciar el espacio de la manada para que me dejaran
acercarme, luego separaría a los dos caballos y los movilizaría
hasta meterlos dentro del corral redondo. Una vez dentro, haría
los ejercicios básicos de liderazgo y esperaba poder lograr mi
objetivo de ponerles la jáquima sin muchas dificultades.
La manada no pareció alterarse con mi presencia, por lo que
pude llegar a pocos metros de donde permanecían pastando sin
que me lo impidieran ni me pusieran dificultades. Identifiqué al
Barbecho con facilidad, gracias a sus dos ojos azules que resaltaban
desde la distancia. Más tarde sería conocido como el «Paul New-
man» entre los huasos de la medialuna donde terminó viviendo.
El Talibán se mantenía apartado de la manada por algunos
metros y seguía cada uno de mis movimientos con la cabeza alta
y los ollares dilatados. Incluso pude escuchar un ronquido que
provenía desde donde él estaba, pero pensé que era otra cosa.
Nunca antes había oído a un caballo roncar de esa manera…
Después de unas carreras para aquí y para allá, logré sepa-
rar al Barbecho y lo hice entrar al corral redondo. Apartado del
grupo y frente a mi actitud, que no era amenazante, el caballo se
entregó en poco tiempo, me dejó tocarlo y ponerle la jáquima y
salió cabestreando tranquilo. Lo llevaron a la bodega.
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La primera monta
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Cambio de rumbo
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Construyendo valentía
Las primeras veces que salí con el Talibán al cerro, noté que se
mostraba temeroso ante piedras grandes o maquinaria detenida
en el camino, a pesar de que había pasado más de un año desde su
amansa. Tenía mis sospechas acerca de que lo hubieran corrido a
la chilena o en la medialuna durante un tiempo en que le pagué a
un huaso del campo para que me lo moviera. Estaba más reactivo
a la presencia humana y se asustaba con los movimientos de la
mano que pasaban cerca de su cabeza.
Lamenté haberlo entregado a manos bruscas, pero durante
ese año no había podido pensar en mucho más que en acompa-
ñar a mi hija en su larga recuperación. Recién ahora me daba
cuenta que el Talibán había estado sometido a un estrés que no
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De caballo a chamán
Comenzaron a llegar los clientes; humanos que traían a sus
caballos, por diferentes motivos, con la esperanza de que los
sanara. Hacía mucho que yo había entendido que el problema
no lo tenían los caballos, sino que los humanos que trataban con
ellos. También sabía que era una presunción gigante pensar que
uno tenía la capacidad de sanar a un caballo. Creo que en esas
sesiones, si bien los caballos volvían a un equilibrio que dejaba
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Yo miraba al Talibán.
–Me gustaría estar un rato a solas con él –continué.
–Como usted quiera, yo no tengo problema. Tómese su
tiempo. Me avisa cuando se vaya a ir para cerrar el portón.
Entré al corral con una jáquima en la mano y me detuve
como a unos diez metros del caballo. Los otros se hicieron a un
lado. «Ven», dije con un gesto de la mano. El caballo me miró y
comenzó a caminar hacia donde me encontraba.
No estaba segura de lo que estaba haciendo.
Aquel día había llegado abatida y confundida. Sabía exac-
tamente qué me tenía así pero no me decidía a hacer nada al
respecto. O, más bien, había hecho varias cosas y todas habían
dado el mismo resultado: ninguno.
No quise montar ni trabajar los caballos y me senté a dejar
que el tiempo pasara. Así me pilló el atardecer. Ahora caminaba
con mi caballo en dirección a ninguna parte, solo quería estar
con él haciendo nada en aquella tarde cálida.
Me interné por un sendero estrecho, dentro de la propiedad,
pero a resguardo de las miradas de cualquiera que anduviera
cerca. Un grupo de eucaliptos enormes había formado un círculo
que ocultaba un espacio de tierra de hojas y sobre el cual se de-
jaban caer algunos rayos de luz. Me sentí atraída por el perfume
y el silencio y me senté en el suelo mojado. Enseguida se me
apareció mi juez interno con un pensamiento de reproche ante
semejante idea: «Mojarse justo a esta hora de la tarde, cuando
el frío aparecerá en cualquier momento y debajo de los árboles
que, de por sí, enfrían el ambiente»; «todo el día sin hacer nada,
como si eso fuera lo adecuado para alguien como yo, que debería
producir algo de dinero con tanta inversión de plata y tiempo».
Miré al caballo, quien también estaba detenido sin otro
propósito que estar allí conmigo. Solté la cuerda y me acurruqué
sobre mis rodillas flectadas.
Entonces sentí el primer contacto.
El caballo había acercado el hocico a mi cara y me tocaba
apenas con los bigotes que salían de sus labios, con una delicadeza
que no recordaba haber experimentado antes. El cosquilleo me
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Santiago de Chile, octubre de 2012
Se utilizó tecnología de última generación que reduce
el impacto medioambiental, pues ocupa estrictamente el
papel necesario para su producción, y se aplicaron altos
estándares para la gestión y reciclaje de desechos en
toda la cadena de producción.
C iertas características equinas pueden ser
una verdadera revelación para algunas
personas, puesto que aquello que es natural e
inherente al ser caballo actúa como un espejo
que refleja las verdades y las incoherencias de
ser humano.
Cuando se entra a un corral con un caballo
suelto, suele quedar al descubierto que hemos
olvidado cómo movernos en un escenario don-
de no se paga un precio por ser lo que somos.
La relación que se establece carece de juicio y
de palabras, no hay agenda previa ni expediente
culposo, solo hay presente y verdad. Al final, el
gran protagonista es el sentido de pertenencia;
sabernos aceptados por la manada, valorados y
necesitados por nuestros propios talentos.