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Biblia y Magisterio de la iglesia

Diácono Orlando Fernández Guerra

Para la Iglesia Católica: Biblia y Tradición constituyen un solo depósito de la


Revelación. Esto significa que, aunque la Biblia contiene la Palabra que Dios ha revelado a
su pueblo. En la Tradición encontramos los criterios para comprenderla y vivirla mejor en
cada tiempo y lugar. Porque el Espíritu Santo ha continuado auxiliando a la Iglesia desde
Pentecostés hasta hoy. Y seguirá haciéndolo hasta el final de los tiempos, según la promesa
de nuestro Salvador (Mt 28, 20). No todo está escrito, de hecho el mismo evangelista Juan
dice que: “Jesús hizo también muchas otras cosas. Si se las relata detalladamente, pienso
que no bastaría todo el mundo para contener los libros que se escribirían” (Jn 21, 25).
Aunque es evidente que está usando un lenguaje hiperbólico, es cierto que no todo está
contenido en los evangelios.
Ahora bien, el Magisterio de la iglesia tiene una función importante en la interpretación
del depósito de la revelación. A él le ha sido confiada la tarea de interpretar y proponer a los
fieles lo que Dios ha querido enseñarnos. En este sentido ni sustituye a la Escritura, ni está
por encima de ella, sino a su servicio. La Biblia ha sido siempre para nosotros el libro por
excelencia. Aunque la Iglesia católica no se considere así misma como el Pueblo del Libro.
(Nombre que suelen recibir los judíos y los musulmanes, y también algún que otro
movimiento evangélico) Sino, el Pueblo de la Palabra de Dios, que se ha hecho hombre, y
cuyas enseñanzas orales se ha convertido en libro, creemos que ella contiene la Revelación
dada por Dios a su pueblo.
Este no es un libro abierto, susceptible de ser mejorado o aumentado. Sino cerrado y
sellado por lo que llamamos el Canon. Sus escritos están inspirados por Dios -y por tanto-
son normativos para la vida de fe y la misión de la Iglesia. Pero esto no hace inútil lo que
llamamos Tradición como fuente de la revelación, porque sabemos que esta comenzó de
modo oral, antes que existiese el libro, y que continuó después de Él, con los Santos Padres
y los Concilios Ecuménicos, que bajo la asistencia del Espíritu Santo nos ha guiado a través
de la historia cristiana por mandato de nuestro Salvador (Jn 16, 13).
En las Escrituras está “todo”, y “solo” lo que Dios quiere que sepamos en orden a
nuestra salvación. No hay verdades de fe nuevas. Lo que si hay es un progreso en nuestra
comprensión de la Verdad. Cada generación de cristianos, en todo tiempo y lugar, encuentra
en ella el alimento espiritual para su fe, y comprenden cada vez mejor su significado. Esto es
lo que nos aporta en el proceso de comprensión de la Biblia, lo que llamamos la Tradición.
Los cristianos de hoy conocemos mejor la Biblia que aquellos que vivieron siglos antes
de nosotros. Y seguramente los cristianos del futuro nos sacarán ventaja, porque nuevos
descubrimientos en los diversos campos de la investigación bíblica favorecerán la
comprensión del texto. Y se acercarán más a lo que Dios ha querido decirnos a través de los
escritores sagrados. Ahí es donde juega su papel el Magisterio eclesiástico. Definiendo y
proponiendo sistemáticamente las verdades de fe. Muchas interpretaciones no han resistido
el paso del tiempo. Otras en cambio se erigen hoy como verdades eternas. Porque la iglesia,
-dócil al Espíritu Santo-, ha captado la voluntad de Dios y la ha hecho obra concreta.
Ese es el servicio a la Escritura, y la Tradición, que hace el Magisterio eclesiástico.
Custodiar la revelación recibida de Dios a través de muchas personas hasta Jesús. Explicarla
al pueblo de Dios y servirla a través de la evangelización, la catequesis, la liturgia y la vida
diaria desde Jesús hasta nosotros.

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