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Capilla De La Merced Pocito - Catequesis Para Adultos

Segundo encuentro

DIOS CREO AL HOMBRE A SU IMAGEN Y SEMEJANZA (Gn. 1; 25-29)

En el último día de la creación, Dios dijo, “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra
semejanza;..” (Génesis1:26). Y así, de esta manera Él terminó Su trabajo con un “toque personal”. Dios formó
al hombre del polvo y le dio vida de su mismo aliento (Génesis 2:7). De acuerdo a esto, el hombre es el único,
entre toda la creación de Dios, que tiene una parte material (cuerpo) y una inmaterial (alma / espíritu).

Tener la “imagen” o “semejanza” de Dios significa, en términos simples, que fuimos hechos para parecernos a
Dios. Adán no se parecía a Dios en el sentido de que Dios tuviera carne y sangre. La Escritura dice que “Dios es
espíritu” (Juan 4:24) y por tanto Él existe sin un cuerpo material. Sin embargo, el cuerpo de Adán reflejó la vida
de Dios, en cuanto a que fue creado con perfecta salud y no estaba sujeto a morir.

La imagen de Dios se refiere a la parte inmaterial del hombre. Esto coloca al hombre aparte del mundo animal,
adecuándolo para el “dominio” que Dios le designó (Génesis 1:28), y capacitándolo para tener comunión con
su Creador. Es una semejanza mental, moral y social.

Mentalmente, el hombre fue creado como un ser racional con voluntad propia – en otras palabras, el hombre
puede razonar y elegir. Este es el reflejo de la inteligencia y la libertad de Dios.

Socialmente, el hombre fue creado para tener compañerismo. Esto refleja la Trinidad de Dios y su amor, en el
Edén, la primera relación que tuvo el hombre fue con Dios (Génesis 3:8 implica esta relación con Dios), y Dios
hizo a la mujer, primeramente porque “no es bueno que el hombre esté solo…” (Génesis 2:18)

La capacidad de tomar decisiones libremente. Aunque le fue dada una naturaleza justa, Adán hizo una mala
decisión al rebelarse en contra de su Creador. Al hacerlo, Adán dañó la imagen de Dios de su interior, y pasó
esa semejanza dañada a todos sus descendientes, incluyéndonos a nosotros (Romanos 5:12). Hoy, todavía
llevamos esa semejanza de Dios (Santiago 3:9), pero también llevamos las cicatrices del pecado, y mostramos
los efectos mental, moral, social y físicamente.

Las buenas noticias son que, cuando Dios redime a un individuo, Él comienza a restaurarlo a su semejanza
original, haciendo de él “… el nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad.” (Efesios
4:24; ver también Colosenses 3:10).

El hombre fue creado a imagen de Dios significa que el hombre fue puesto en la tierra como el representante
de Dios. Como tal, el hombre es un ser espiritual.

En esas condiciones, el hombre tenía la capacidad de mantener contacto íntimo con Dios. Esta particularidad
hacía al hombre totalmente diferente del resto de la creación. Se dice por tanto que el hombre es la corona de
la creación.

La caída del hombre en pecado distorsionó la imagen y semejanza de Dios en el hombre. Notemos lo que dice
Génesis 5:3 “Y vivió Adán ciento treinta años, y engendró un hijo a su semejanza, conforme a su imagen, y llamó
su nombre Set.”

El hijo de Adán, Set ya no conservaba la imagen y semejanza de Dios, sino la imagen y semejanza de Adán. Esto
significa que la imagen y semejanza de Dios que tenía el hombre antes de la caída quedó gravemente
distorsionada por el pecado.

Dios al observar al hombre solo, creó a la mujer como su compañera de igual dignidad. A esta pareja, hombre
y mujer, les dio capacidad de someter y mandar todo cuanto había sido creado. El hombre pues admiraba junto
con su mujer la grandiosa obra de Dios.

La última cita que reflexionamos (Gén 3, 8), nos mostró esa relación tan íntima y amistosa que había entre Dios
y los hombres. El hombre y la mujer podían mirar a Dios «cara a cara», no había nada que se interpusiera entre
el hombre y su creador, participaba del amor sin morir ni sufrir. «Dios platicaba con el hombre todos los días a
la hora de la brisa de la tarde»

Una de aquellas tardes en las que Dios bajaba a platicar con el hombre, esté ya no se encontraba. El jardín
estaba solitario y triste. Dios hizo oír su voz en todo el jardín llamando a Adán, pero este no contestaba, pues
tenía miedo y estaba escondido. ¿Qué había sucedido? ¿Por qué de pronto una relación tan limpia y amistosa
se había roto?

Dios había creado al hombre a su imagen y semejanza, es decir, le había participado su inteligencia y libertad.
Él no quería al hombre como un esclavo o un juguete sino que lo amaba y lo respetaba; lo había hecho libre,
para que en esa libertad participada eligiera a su Creador. Si Dios no hubiera querido al hombre para que lo
alabara podía haber dado el habla a las piedras, pero se complació en crear al hombre libre para que colaborara
con él en el trabajo de la creación.

El hombre compartía la felicidad de Dios, pero al mismo tiempo debía reconocer el límite de su libertad, debía
aceptar que Dios es el creador y que a Él están sometidas las leyes y el uso de su misma libertad. Esto es lo que
significa «el árbol de la ciencia del bien y del mal»

Nos hace ver que nuestra libertad, aunque grande (pues el hombre podía hacer cuanto quisiese), tiene un límite
que debemos reconocer y respetar. De otro modo se atribuye un papel que sólo le corresponde a Dios. Esa fue
la falta de Adán: Al comer del árbol prohibido abusó de su libertad y quiso tener para sí mismo los dones de
Dios.

Podríamos decir que el pecado es romper nuestra relación con Dios, un abuso de libertad. El mal no lo ha creado
Dios sino que lo introduce todo aquel que abusa de su libertad. Al romper el hombre su amistad con Dios,
experimentó un terrible miedo que lo hizo esconderse; el miedo a Dios es una consecuencia del pecado, pues
el hombre pecador se hace una imagen de un Dios vengativo y castigador. Seguramente nuestra ignorancia de
la Palabra, nos hace tenerle miedo a Dios, pues pensamos que está al acecho de todo lo que hacemos, para ver
si nos portamos bien o mal. Asimismo, hay muchas personas que no se acercan a Dios porque consideran que
sus pecados son muy graves y no son dignos de acercarse; ignoran que ¡Dios es misericordioso!

El hombre lejos de reconocer su desobediencia ante la pregunta de Dios, le da la culpa a la mujer. El pecado
suscita la división entre los hombres; porque Adán y Eva antes de caer en el pecado se amaban y respetaban
El pecado es abuso de la libertad que Dios nos ha dado, y tuvo su origen en atender a su engaño que nos preparó
el maligno. El demonio representado por la serpiente, es esa creatura envidiosa de la felicidad del hombre que
quiere compartirnos su odio y su amargura. Es el acusador, que, al verse privado de la luz, instiga y engaña al
hombre a revelarse contra Dios.

El pecado que cometieron Adán y Eva no fue sexual, como piensan algunos, pues con anterioridad Dios había
bendecido la unión de la pareja: «Sean fecundos y multiplíquense» (Gen 1, 28). Más bien, el pecado fue la
soberbia del hombre; haber rechazado a Dios, es la actitud con la que el hombre quiere independizarse, porque
siente que Dios le estorba para ser feliz

El hombre ya no es más el rey de la creación. Su desnudez y su vergüenza le hicieron comprender que sólo era
una creatura desvalida que había rechazado a su propio Creador. Sin embargo, Dios no maldijo al hombre; en
adelante, el hombre tendrá que cargar el peso de su propia naturaleza, con la responsabilidad deberá asumir
la lucha de la vida y sus exigencias.

Las consecuencias del pecado que ahora analizaremos, no son castigo de Dios, Dios no castiga, sino que es el
efecto lógico de haber perdido la amistad divina.

1. Sufrimiento y dolor: El mundo en que vivimos parece con frecuencia muy lejos del paraíso ideal que tuvo el
hombre. Las experiencias del mal, el sufrimiento y la injusticia nos parecen un castigo de Dios. Ya no somos los
consentidos del paraíso, ahora nos enfrentamos a las fuerzas de la naturaleza, superiores a las nuestras.

Dios no hace sufrir, el dolor tiene una explicación enteramente natural. Es precisamente Cristo nuestro Señor
quien nos enseñará a vivir y a ratificar este sufrimiento, pero no nos liberará de él.

2. Trabajo: El hombre en el paraíso realizaba un trabajo fácil y agradable, ahora tendrá que sacar de la tierra su
propio alimento.

Cristo nuestro Señor viene a enseñarnos que el trabajo no es una condena a muerte, sino la posibilidad de
colaborar con Dios en la creación que todavía no ha terminado. «Mi Padre trabaja, yo también trabajo» (Jn
5,17).

3. Muerte: Por el pecado, Dios quita al hombre la posibilidad de vivir para siempre. Para quien vive la vida sin
pensar en Dios, la muerte es una maldición, pues es dejar los bienes, afectos y placeres de este mundo; pero
para quien acepta los trabajos y sufrimientos con la esperanza de una vida superior, la muerte es una liberación.
Cristo «Vencedor de la Muerte» viene a darnos la vida en abundancia.

Dios nunca maldijo al hombre, pero sí a la serpiente representante del mal y, al hacerlo, también pronunció la
promesa de salvación para el hombre: «De la mujer saldrá la victoria final sobre el mal».

Los católicos vislumbramos en ella la figura de la Virgen María «Vencedora del Mal», «la que aplasta a la
serpiente», la que con su generoso «sí» aceptó la salvación para todos los hombres. Así como por una mujer
había entrado el pecado al mundo, también por otra mujer, María, «entró la salvación al mundo».

Los santos no son los que nunca pecaron, sino los que pronto se levantaron confiando en el amor de Dios».

Salmo 51

Para reflexionar:

El Señor nos ama y como Padre bueno nos quiere guiar siempre hacia la luz del bien, lejos de la oscuridad del
pecado que nos ata, nos hace esclavos, nos subyuga y nos causa dolor, el dolor de sentirnos lejos de Dios que
n os ama. Piensa también como el pecado llega siempre de forma disimulada, con engaños, verdades a medias
para confundir y que muchas veces se muestra como algo lindo o bueno, pero sus consecuencias son terribles.

NO LO OLVIDES, DIOS TE AMA

Puedes acompañar este encuentro con el siguiente tema musical

https://www.youtube.com/watch?v=PtKKehayXjs

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