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El filósofo esloveno Slavoj Zizek, en un artículo de opinión para RT, ha

señalado que la epidemia de coronavirus, que se está propagando por el


mundo, representa "una especie de ataque de la técnica del
corazón explosivo de la palma de cinco puntos —utilizada por
Beatrix, la protagonista de la película 'Kill Bill 2', para matar a su
mentor—, pero que apunta contra el sistema capitalista global.
Además, Zizek opina que la epidemia del covid-19 es "una señal" de que
la humanidad no puede vivir más como de costumbre y "es necesario
un cambio radical".
"Quizás otro virus, ideológico y mucho más beneficioso, se propague y
con suerte nos infectará: el virus de pensar en una sociedad
alternativa, una sociedad más allá del estado-nación, una sociedad
que se actualiza a sí misma en las formas de solidaridad y cooperación
global", ha sugerido.

Zizek ha señalado que "a menudo se escucha la especulación de que el


coronavirus puede conducir a la caída del gobierno comunista en China",
no obstante, asegura, que existe una paradoja: "el coronavirus
también nos obligará a reinventar el comunismo basado en la
confianza en las personas y en la ciencia".

"Triste hecho, necesitamos una catástrofe"

El filósofo señala que en las películas una catástrofe global —como un


asteroide que amenaza la vida en la Tierra o un virus que mata a la
humanidad— aniquila las "pequeñas diferencias" de la gente,
volviéndolas insignificantes, y todos empiezan a trabajar juntos para
encontrar una solución.
"Y aquí estamos a día de hoy, en la vida real. El punto no es disfrutar
sádicamente del sufrimiento generalizado en la medida en que ayuda a
nuestra causa; por el contrario, el punto es reflexionar sobre un hecho
triste de que necesitamos una catástrofe para que podamos
repensar las características básicas de la sociedad en la que
estamos viviendo".
El filosofó indica que "el primer modelo vago de una coordinación global
de este tipo es la Organización Mundial de la Salud, de la cual no
obtenemos el galimatías burocrático habitual, sino advertencias
precisas proclamadas sin pánico". "Dichas organizaciones deberían
tener más poder ejecutivo", asevera Zizek.

Concluye que la epidemia de coronavirus podría servir como lección de


que la humanidad necesita comenzar a crear algún tipo de red global de
atención médica.

La emergencia viral y el mundo de mañana.


Byung-Chul Han, el filósofo surcoreano
que piensa desde Berlín
Los países asiáticos están gestionando mejor esta crisis que
Occidente. Mientras allí se trabaja con datos y mascarillas,
aquí se llega tarde y se levantan fronteras

El coronavirus está poniendo a prueba nuestro sistema. Al parecer Asia tiene mejor
controlada la pandemia que Europa. En Hong Kong, Taiwán y Singapur hay muy pocos
infectados. En Taiwán se registran 108 casos y en Hong Kong 193. En Alemania, por el
contrario, tras un período de tiempo mucho más breve hay ya 15.320 casos confirmados, y
en España 19.980 (datos del 20 de marzo). También Corea del Sur ha superado ya la peor
fase, lo mismo que Japón. Incluso China, el país de origen de la pandemia, la tiene ya
bastante controlada. Pero ni en Taiwán ni en Corea se ha decretado la prohibición de salir
de casa ni se han cerrado las tiendas y los restaurantes. Entre tanto ha comenzado un éxodo
de asiáticos que salen de Europa. Chinos y coreanos quieren regresar a sus países, porque
ahí se sienten más seguros. Los precios de los vuelos se han multiplicado. Ya apenas se
pueden conseguir billetes de vuelo para China o Corea.

Europa está fracasando. Las cifras de infectados aumentan exponencialmente. Parece que
Europa no puede controlar la pandemia. En Italia mueren a diario cientos de
personas. Quitan los respiradores a los pacientes ancianos para ayudar a los jóvenes. Pero
también cabe observar sobreactuaciones inútiles. Los cierres de fronteras son
evidentemente una expresión desesperada de soberanía. Nos sentimos de vuelta en la época
de la soberanía. El soberano es quien decide sobre el estado de excepción. Es soberano
quien cierra fronteras. Pero eso es una huera exhibición de soberanía que no sirve de nada.
Serviría de mucha más ayuda cooperar intensamente dentro de la Eurozona que cerrar
fronteras a lo loco. Entre tanto también Europa ha decretado la prohibición de entrada a
extranjeros: un acto totalmente absurdo en vista del hecho de que Europa es precisamente
adonde nadie quiere venir. Como mucho, sería más sensato decretar la prohibición de
salidas de europeos, para proteger al mundo de Europa. Después de todo, Europa es en
estos momentos el epicentro de la pandemia.

Las ventajas de Asia

En comparación con Europa, ¿qué ventajas ofrece el sistema de Asia que resulten eficientes
para combatir la pandemia? Estados asiáticos como Japón, Corea, China, Hong Kong,
Taiwán o Singapur tienen una mentalidad autoritaria, que les viene de su tradición cultural
(confucianismo). Las personas son menos renuentes y más obedientes que en Europa.
También confían más en el Estado. Y no solo en China, sino también en Corea o en Japón
la vida cotidiana está organizada mucho más estrictamente que en Europa. Sobre todo, para
enfrentarse al virus los asiáticos apuestan fuertemente por la vigilancia digital. Sospechan
que en el big data podría encerrarse un potencial enorme para defenderse de la pandemia.
Se podría decir que en Asia las epidemias no las combaten solo los virólogos y
epidemiólogos, sino sobre todo también los informáticos y los especialistas en macrodatos.
Un cambio de paradigma del que Europa todavía no se ha enterado. Los apologetas de la
vigilancia digital proclamarían que el big data salva vidas humanas.

La conciencia crítica ante la vigilancia digital es en Asia prácticamente inexistente. Apenas


se habla ya de protección de datos, incluso en Estados liberales como Japón y Corea. Nadie
se enoja por el frenesí de las autoridades para recopilar datos. Entre tanto China ha
introducido un sistema de crédito social inimaginable para los europeos, que permite una
valoración o una evaluación exhaustiva de los ciudadanos. Cada ciudadano debe ser
evaluado consecuentemente en su conducta social. En China no hay ningún momento de la
vida cotidiana que no esté sometido a observación. Se controla cada clic, cada compra, cada
contacto, cada actividad en las redes sociales. A quien cruza con el semáforo en rojo, a
quien tiene trato con críticos del régimen o a quien pone comentarios críticos en las redes
sociales le quitan puntos. Entonces la vida puede llegar a ser muy peligrosa. Por el
contrario, a quien compra por Internet alimentos sanos o lee periódicos afines al régimen le
dan puntos. Quien tiene suficientes puntos obtiene un visado de viaje o créditos baratos.
Por el contrario, quien cae por debajo de un determinado número de puntos podría perder
su trabajo. En China es posible esta vigilancia social porque se produce un irrestricto
intercambio de datos entre los proveedores de Internet y de telefonía móvil y las
autoridades. Prácticamente no existe la protección de datos. En el vocabulario de los chinos
no aparece el término “esfera privada”.

En China hay 200 millones de cámaras de vigilancia, muchas de ellas provistas de una
técnica muy eficiente de reconocimiento facial. Captan incluso los lunares en el rostro. No
es posible escapar de la cámara de vigilancia. Estas cámaras dotadas de inteligencia
artificial pueden observar y evaluar a todo ciudadano en los espacios públicos, en las
tiendas, en las calles, en las estaciones y en los aeropuertos.
Toda la infraestructura para la vigilancia digital ha resultado ser ahora sumamente eficaz
para contener la epidemia. Cuando alguien sale de la estación de Pekín es captado
automáticamente por una cámara que mide su temperatura corporal. Si la temperatura es
preocupante todas las personas que iban sentadas en el mismo vagón reciben una
notificación en sus teléfonos móviles. No en vano el sistema sabe quién iba sentado dónde
en el tren. Las redes sociales cuentan que incluso se están usando drones para controlar las
cuarentenas. Si uno rompe clandestinamente la cuarentena un dron se dirige volando a él y
le ordena regresar a su vivienda. Quizá incluso le imprima una multa y se la deje caer
volando, quién sabe. Una situación que para los europeos sería distópica, pero a la que, por
lo visto, no se ofrece resistencia en China.

en otros Estados asiáticos como Corea del Sur, Hong Kong, Singapur, Taiwán o Japón
existe una conciencia crítica ante la vigilancia digital o el big data. La digitalización
directamente los embriaga. Eso obedece también a un motivo cultural. En Asia impera el
colectivismo. No hay un individualismo acentuado. No es lo mismo el individualismo que
el egoísmo, que por supuesto también está muy propagado en Asia.

Al parecer el big data resulta más eficaz para combatir el virus que los absurdos cierres de
fronteras que en estos momentos se están efectuando en Europa. Sin embargo, a causa de la
protección de datos no es posible en Europa un combate digital del virus comparable al
asiático. Los proveedores chinos de telefonía móvil y de Internet comparten los datos
sensibles de sus clientes con los servicios de seguridad y con los ministerios de salud. El
Estado sabe por tanto dónde estoy, con quién me encuentro, qué hago, qué busco, en qué
pienso, qué como, qué compro, adónde me dirijo. Es posible que en el futuro el Estado
controle también la temperatura corporal, el peso, el nivel de azúcar en la sangre, etc. Una
biopolítica digital que acompaña a la psicopolítica digital que controla activamente a las
personas.

En Wuhan se han formado miles de equipos de investigación digitales que buscan posibles
infectados basándose solo en datos técnicos. Basándose únicamente en análisis de
macrodatos averiguan quiénes son potenciales infectados, quiénes tienen que seguir siendo
observados y eventualmente ser aislados en cuarentena. También por cuanto respecta a la
pandemia el futuro está en la digitalización. A la vista de la epidemia quizá deberíamos
redefinir incluso la soberanía. Es soberano quien dispone de datos. Cuando Europa
proclama el estado de alarma o cierra fronteras sigue aferrada a viejos modelos de
soberanía.

La lección de la epidemia debería devolver la fabricación de ciertos productos


médicos y farmacéuticos a Europa

No solo en China, sino también en otros países asiáticos la vigilancia digital se emplea a
fondo para contener la epidemia. En Taiwán el Estado envía simultáneamente a todos los
ciudadanos un SMS para localizar a las personas que han tenido contacto con infectados o
para informar acerca de los lugares y edificios donde ha habido personas contagiadas. Ya
en una fase muy temprana, Taiwán empleó una conexión de diversos datos para localizar a
posibles infectados en función de los viajes que hubieran hecho. Quien se aproxima en
Corea a un edificio en el que ha estado un infectado recibe a través de la “Corona-app” una
señal de alarma. Todos los lugares donde ha habido infectados están registrados en la
aplicación. No se tiene muy en cuenta la protección de datos ni la esfera privada. En todos
los edificios de Corea hay instaladas cámaras de vigilancia en cada piso, en cada oficina o
en cada tienda. Es prácticamente imposible moverse en espacios públicos sin ser filmado
por una cámara de vídeo. Con los datos del teléfono móvil y del material filmado por vídeo
se puede crear el perfil de movimiento completo de un infectado. Se publican los
movimientos de todos los infectados. Puede suceder que se destapen amoríos secretos. En
las oficinas del ministerio de salud coreano hay unas personas llamadas “tracker” que día y
noche no hacen otra cosa que mirar el material filmado por vídeo para completar el perfil
del movimiento de los infectados y localizar a las personas que han tenido contacto con
ellos.

Ha comenzado un éxodo de asiáticos en Europa. Quieren regresar a sus países porque


ahí se sienten más seguros

Una diferencia llamativa entre Asia y Europa son sobre todo las mascarillas protectoras. En
Corea no hay prácticamente nadie que vaya por ahí sin mascarillas respiratorias especiales
capaces de filtrar el aire de virus. No son las habituales mascarillas quirúrgicas, sino unas
mascarillas protectoras especiales con filtros, que también llevan los médicos que tratan a
los infectados. Durante las últimas semanas, el tema prioritario en Corea era el suministro
de mascarillas para la población. Delante de las farmacias se formaban colas enormes. Los
políticos eran valorados en función de la rapidez con la que las suministraban a toda la
población. Se construyeron a toda prisa nuevas máquinas para su fabricación. De momento
parece que el suministro funciona bien. Hay incluso una aplicación que informa de en qué
farmacia cercana se pueden conseguir aún mascarillas. Creo que las mascarillas protectoras,
de las que se ha suministrado en Asia a toda la población, han contribuido de forma
decisiva a contener la epidemia.

Los coreanos llevan mascarillas protectoras antivirus incluso en los puestos de trabajo.
Hasta los políticos hacen sus apariciones públicas solo con mascarillas protectoras.
También el presidente coreano la lleva para dar ejemplo, incluso en las conferencias de
prensa. En Corea lo ponen verde a uno si no lleva mascarilla. Por el contrario, en Europa se
dice a menudo que no sirven de mucho, lo cual es un disparate. ¿Por qué llevan entonces
los médicos las mascarillas protectoras? Pero hay que cambiarse de mascarilla con
suficiente frecuencia, porque cuando se humedecen pierden su función filtrante. No
obstante, los coreanos ya han desarrollado una “mascarilla para el coronavirus” hecha de
nano-filtros que incluso se puede lavar. Se dice que puede proteger a las personas del virus
durante un mes. En realidad es muy buena solución mientras no haya vacunas ni
medicamentos. En Europa, por el contrario, incluso los médicos tienen que viajar a Rusia
para conseguirlas. Macron ha mandado confiscar mascarillas para distribuirlas entre el
personal sanitario. Pero lo que recibieron luego fueron mascarillas normales sin filtro con la
indicación de que bastarían para proteger del coronavirus, lo cual es una mentira. Europa
está fracasando. ¿De qué sirve cerrar tiendas y restaurantes si las personas se siguen
aglomerando en el metro o en el autobús durante las horas punta? ¿Cómo guardar ahí la
distancia necesaria? Hasta en los supermercados resulta casi imposible. En una situación
así, las mascarillas protectoras salvarían realmente vidas humanas. Está surgiendo una
sociedad de dos clases. Quien tiene coche propio se expone a menos riesgo. Incluso las
mascarillas normales servirían de mucho si las llevaran los infectados, porque entonces no
lanzarían los virus afuera.

En la época de las ‘fake news’, surge una apatía hacia la realidad. Aquí, un virus real,
no informático, causa conmoción

En los países europeos casi nadie lleva mascarilla. Hay algunos que las llevan, pero son
asiáticos. Mis paisanos residentes en Europa se quejan de que los miran con extrañeza
cuando las llevan. Tras esto hay una diferencia cultural. En Europa impera un
individualismo que trae aparejada la costumbre de llevar la cara descubierta. Los únicos
que van enmascarados son los criminales. Pero ahora, viendo imágenes de Corea, me he
acostumbrado tanto a ver personas enmascaradas que la faz descubierta de mis
conciudadanos europeos me resulta casi obscena. También a mí me gustaría llevar
mascarilla protectora, pero aquí ya no se encuentran.

En el pasado, la fabricación de mascarillas, igual que la de tantos otros productos, se


externalizó a China. Por eso ahora en Europa no se consiguen mascarillas. Los Estados
asiáticos están tratando de proveer a toda la población de mascarillas protectoras. En China,
cuando también ahí empezaron a ser escasas, incluso reequiparon fábricas para producir
mascarillas. En Europa ni siquiera el personal sanitario las consigue. Mientras las personas
se sigan aglomerando en los autobuses o en los metros para ir al trabajo sin mascarillas
protectoras, la prohibición de salir de casa lógicamente no servirá de mucho. ¿Cómo se
puede guardar la distancia necesaria en los autobuses o en el metro en las horas punta? Y
una enseñanza que deberíamos sacar de la pandemia debería ser la conveniencia de volver a
traer a Europa la producción de determinados productos, como mascarillas protectoras o
productos medicinales y farmacéuticos.

ido durante mucho tiempo en una sociedad sin enemigos, en una sociedad de la positividad,
y ahora el virus se percibe como un terror permanente.

Pero hay otro motivo para el tremendo pánico. De nuevo tiene que ver con la digitalización.
La digitalización elimina la realidad. La realidad se experimenta gracias a la resistencia que
ofrece, y que también puede resultar dolorosa. La digitalización, toda la cultura del “me
gusta”, suprime la negatividad de la resistencia. Y en la época posfáctica de las fake news y
los deepfakes surge una apatía hacia la realidad. Así pues, aquí es un virus real, y no un
virus de ordenador, el que causa una conmoción. La realidad, la resistencia, vuelve a
hacerse notar en forma de un virus enemigo. La violenta y exagerada reacción de pánico al
virus se explica en función de esta conmoción por la realidad.

La reacción pánica de los mercados financieros a la epidemia es además la expresión de


aquel pánico que ya es inherente a ellos. Las convulsiones extremas en la economía
mundial hacen que esta sea muy vulnerable. A pesar de la curva constantemente creciente
del índice bursátil, la arriesgada política monetaria de los bancos emisores ha generado en
los últimos años un pánico reprimido que estaba aguardando al estallido. Probablemente el
virus no sea más que la pequeña gota que ha colmado el vaso. Lo que se refleja en el pánico
del mercado financiero no es tanto el miedo al virus cuanto el miedo a sí mismo.
El crash se podría haber producido también sin el virus. Quizá el virus solo sea el preludio
de un crash mucho mayor.

Zizek afirma que el virus asesta un golpe mortal al capitalismo, y evoca un oscuro
comunismo. Se equivoca

Žižek afirma que el virus ha asestado al capitalismo un golpe mortal, y evoca un oscuro
comunismo. Cree incluso que el virus podría hacer caer el régimen chino. Žižek se
equivoca. Nada de eso sucederá. China podrá vender ahora su Estado policial digital como
un modelo de éxito contra la pandemia. China exhibirá la superioridad de su sistema aún
con más orgullo. Y tras la pandemia, el capitalismo continuará aún con más pujanza. Y los
turistas seguirán pisoteando el planeta. El virus no puede reemplazar a la razón. Es posible
que incluso nos llegue además a Occidente el Estado policial digital al estilo chino. Como
ya ha dicho Naomi Klein, la conmoción es un momento propicio que permite establecer un
nuevo sistema de gobierno. También la instauración del neoliberalismo vino precedida a
menudo de crisis que causaron conmociones. Es lo que sucedió en Corea o en Grecia. Ojalá
que tras la conmoción que ha causado este virus no llegue a Europa un régimen policial
digital como el chino. Si llegara a suceder eso, como teme Giorgio Agamben, el estado de
excepción pasaría a ser la situación normal. Entonces el virus habría logrado lo que ni
siquiera el terrorismo islámico consiguió del todo.

El virus no vencerá al capitalismo. La revolución viral no llegará a producirse. Ningún


virus es capaz de hacer la revolución. El virus nos aísla e individualiza. No genera ningún
sentimiento colectivo fuerte. De algún modo, cada uno se preocupa solo de su propia
supervivencia. La solidaridad consistente en guardar distancias mutuas no es una
solidaridad que permita soñar con una sociedad distinta, más pacífica, más justa. No
podemos dejar la revolución en manos del virus. Confiemos en que tras el virus venga una
revolución humana. Somos NOSOTROS, PERSONAS dotadas de RAZÓN, quienes
tenemos que repensar y restringir radicalmente el capitalismo destructivo, y también
nuestra ilimitada y destructiva movilidad, para salvarnos a nosotros, para salvar el clima y
nuestro bello planeta.

Byung-Chul Han es un filósofo y ensayista surcoreano que imparte clases en la


Universidad de las Artes de Berlín. Autor, entre otras obras, de ‘La sociedad del
cansancio’, publicó hace un año ‘Loa a la tierra’, en la editorial Herder.

Traducción de Alberto Ciria.

El presidente de Corea del sur, el tercero por la izquierda, el pasado 25 de febrero en el


Ayuntamiento de Daegu.SOUTH KOREAN PRESIDENTIAL BLUE HOUSE/GETTY
IMAGES / SOUTH KOREAN PRESIDENTIAL BLUE H
A pesar de todo el riesgo, que no se debe minimizar, el pánico que ha desatado la pandemia
de coronavirus es desproporcionado. Ni siquiera la “gripe española”, que fue mucho más
letal, tuvo efectos tan devastadores sobre la economía. ¿A qué se debe en realidad esto?
¿Por qué el mundo reacciona con un pánico tan desmesurado a un virus? Emmanuel
Macron habla incluso de guerra y del enemigo invisible que tenemos que derrotar. ¿Nos
hallamos ante un regreso del enemigo? La “gripe española” se desencadenó en plena
Primera Guerra Mundial. En aquel momento todo el mundo estaba rodeado de enemigos.
Nadie habría asociado la epidemia con una guerra o con un enemigo. Pero hoy vivimos en
una sociedad totalmente distinta.

En realidad hemos estado viviendo durante mucho tiempo sin enemigos. La guerra fría
terminó hace mucho. Últimamente incluso el terrorismo islámico parecía haberse
desplazado a zonas lejanas. Hace exactamente diez años sostuve en mi ensayo La sociedad
del cansancio la tesis de que vivimos en una época en la que ha perdido su vigencia el
paradigma inmunológico, que se basa en la negatividad del enemigo. Como en los tiempos
de la guerra fría, la sociedad organizada inmunológicamente se caracteriza por vivir
rodeada de fronteras y de vallas, que impiden la circulación acelerada de mercancías y de
capital. La globalización suprime todos estos umbrales inmunitarios para dar vía libre al
capital. Incluso la promiscuidad y la permisividad generalizadas, que hoy se propagan por
todos los ámbitos vitales, eliminan la negatividad del desconocido o del enemigo. Los
peligros no acechan hoy desde la negatividad del enemigo, sino desde el exceso de
positividad, que se expresa como exceso de rendimiento, exceso de producción y exceso de
comunicación. La negatividad del enemigo no tiene cabida en nuestra sociedad
ilimitadamente permisiva. La represión a cargo de otros deja paso a la depresión, la
explotación por otros deja paso a la autoexplotación voluntaria y a la autooptimización. En
la sociedad del rendimiento uno guerrea sobre todo contra sí mismo.

Umbrales inmunológicos y cierre de fronteras.

Pues bien, en medio de esta sociedad tan debilitada inmunológicamente a causa del
capitalismo global irrumpe de pronto el virus. Llenos de pánico, volvemos a erigir umbrales
inmunológicos y a cerrar fronteras. El enemigo ha vuelto. Ya no guerreamos contra
nosotros mismos, sino contra el enemigo invisible que viene de fuera. El pánico desmedido
en vista del virus es una reacción inmunitaria social, e incluso global, al nuevo enemigo. La
reacción inmunitaria es tan violenta porque hemos viv

¿Se viene el fin del capitalismo y surge la


solidaridad global?
El filósofo esloveno Slavoj Zizek cree que el coronavirus implicará un golpe mortal al
sistema capitalista que impera en el planeta. El coreano Byung Chul-Han opina que la
transformación depende de la acción humana.
Algunos popes del pensamiento contemporáneo están cruzando sus visiones
opuestas sobre la forma que tendrá el mundo una vez que la pandemia de Covid-
19 se atenúe y permita, siendo optimistas, que las personas recuperen sus vidas
más o menos normales. Aunque lo que está en cuestión, en el fondo, es
justamente qué podría denominarse a futuro una vida “normal”. El coronavirus
podría producir cambios que pongan a la humanidad en formas de relación hasta
hoy desconocidas.

El esloveno Slavoj Zizek, un filósofo sui géneris, que alimenta su reflexión en


base a numerosos productos de la cultura popular, autor de libros como En
defensa de las causas perdidas y Primero como tragedia, después como
farsa, se abocó en los últimos días a profetizar un escenario en el que ve brillar el
fin del capitalismo.

Zizek opina que el verdadero virus del cual el mundo debería librarse es el
sistema económico y cultural que impera a nivel planetario. En cierto modo, no
resulta sorprendente que vea en la pandemia una chance de liquidarlo, ya que se
mueve a la vanguardia de la crítica anticapitalista y es un férreo defensor de
sistemas alternativos.

La polémica quedó servida. Zizek publicó en el sitio Rusia Today un artículo en


el que afirma que la epidemia hizo que afloren otros “virus ideológicos” que
estaban latentes en nuestras sociedades: noticias falsas, teorías conspirativas
paranoicas y explosiones de racismo. “Pero tal vez otro –y más beneficioso–
virus ideológico se expandirá y tal vez nos infecte: el virus de pensar en una
sociedad alternativa, una sociedad más allá de la nación-estado, una sociedad que
se actualice como solidaridad global y cooperación”, escribió el filósofo.

Cree que la pandemia que ha puesto en cuarentena a buena parte del planeta
revela que el capitalismo es insostenible. El colapso económico que se augura
debería llevarnos a imaginar, sostiene Zizek, formas de organización económicas
que no estén basadas en el incremento del consumo o la acumulación de bienes
materiales.

“La impresión que uno obtiene es que de lo que uno realmente debería
preocuparse no es de los cientos de fallecidos, sino del hecho de que ‘los
mercados están nerviosos’ –señala en su texto–. El coronavirus está perturbando
crecientemente el mercado mundial y, según escuchamos, el crecimiento puede
caer entre un 2% y 3%. ¿No es esto una clara señal de la urgencia de una
reorganización de la economía global, que ya no estará a merced de los
mecanismos del mercado?”.

Para ello invita a pensar una reinvención del comunismo, aunque aclara que no se
refiere al sistema histórico, al comunismo a la vieja usanza, sino a una especie de
organización mundial que pudiera controlar y regular la economía bajo otros
principios, y limitar la soberanía de los estados nacionales cuando sea necesario.

“Los países pudieron hacerlo en el pasado con el telón de fondo de la guerra, y


todos nosotros nos acercamos ahora efectivamente a un estado de guerra
médica”, sintetiza en el texto que también llama a visualizar una nueva
comunidad basada en la confianza en las personas y en la ciencia.

Una de las curiosidades de su artículo es un golpe de efecto muy típico de su


pensamiento. Zizek, famoso por recurrir al cine en sus formulaciones, considera
que la situación en la que fuimos arrojados por la pandemia puede compararse
con una escena de la película Kill Bill 2, de Quentin Tarantino, en la que el
personaje encarnado por Uma Thurman utiliza un procedimiento letal de las artes
marciales que se denomina “Técnica del corazón explosivo de cinco puntos en la
palma”.

Su “modesta opinión” es que “la epidemia de coronavirus es una forma especial


de ‘Técnica del corazón explosivo’ en el sistema global capitalista, un síntoma de
que no podemos seguir en el camino que hemos seguido hasta ahora, se necesita
ese cambio”.

El crítico cultural avanza por ese camino de análisis, según el cual el futuro
depara una disputa entre barbarie global y comunismo reinventado, en un libro
que acaba de publicar: se llama Pan(dem)ic!, COVID-19 shakes the world,
título que establece un juego de palabras entre “pandemia” y “pánico” y que ya
puede comprarse on line.
El capitalismo sobrevivirá

“El virus no vencerá al capitalismo. La revolución viral no llegará a producirse.


Ningún virus es capaz de hacer la revolución”, retrucó el filósofo Byung Chul-
Han en clara referencia a las opiniones de Zizek.

El pensador de origen surcoreano, radicado en Berlín, publicó un extenso artículo


(que puede leerse en la versión digital de El País de Madrid) sobre el modo en
que los países asiáticos están utilizando sus redes de hipervigilancia y
gestionando de manera más eficaz que Occidente la crisis desatada por el
coronavirus. Y, de paso, polemizó con su colega esloveno.
La obra de Byung Chul-Han se está traduciendo al castellano de manera
frenética. Es uno de los autores de moda, con libros como La sociedad del
cansancio, Ausencia o Shanzhai. Con frecuencia, combina las tradiciones
orientales con el canon de la filosofía occidental.

“El virus nos aísla e individualiza. No genera ningún sentimiento colectivo


fuerte. De algún modo, cada uno se preocupa sólo de su propia supervivencia. La
solidaridad consistente en guardar distancias mutuas no es una solidaridad que
permita soñar con una sociedad distinta, más pacífica, más justa. No podemos
dejar la revolución en manos del virus”, escribe en el artículo donde rebate los
argumentos de Zizek.

El pensador coreano también anima a repensar los aspectos fatales del sistema
capitalista. Señala: “Confiemos en que tras el virus venga una revolución
humana. Somos nosotros, personas dotadas de razón, quienes tenemos que
repensar y restringir radicalmente el capitalismo destructivo, y también nuestra
ilimitada y destructiva movilidad, para salvarnos a nosotros, para salvar el clima
y nuestro bello planeta”. Pero no cree que el virus ponga en marcha esa
transformación.

“Zizek afirma que el virus ha asestado al capitalismo un golpe mortal, y evoca un


oscuro comunismo. Cree incluso que el virus podría hacer caer el régimen chino.
Zizek se equivoca –enfatiza–; Nada de eso sucederá. China podrá vender ahora
su Estado policial digital como un modelo de éxito contra la pandemia. China
exhibirá la superioridad de su sistema aún con más orgullo. Y tras la pandemia, el
capitalismo continuará aún con más pujanza. Y los turistas seguirán pisoteando el
planeta”.

En lo que ambos coinciden es en que la pandemia es una ocasión para imaginar


un futuro distinto, aunque su forma es una incógnita.

Cómo están pensando los filósofos la


crisis global que provocó el
coronavirus
Slavoj Žižek, Byung-Chul Han, Yuval Noah Harari, Judith Butler,
Giorgio Agamben, Noam Chomsky, Roberto Espósito y Jean-Luc
Nancy son algunos de los intelectuales que están reflexionando sobre
las transformaciones que están empezando a suceder en el sistema
económico, político y social y qué futuro nos aguarda a todos cuando
esta cuarentena mundial termine

Son tiempos raros. No sólo ahora, que estamos todos encerrados contando a través de las
pantallas la cifra de infectados y de muertos y rogando —algunos le rezan a dios, otros al
azar— que la de curados aumente drásticamente. De pronto, somos más espectadores de lo
que ya éramos con una pasividad que desborda la razón y nos acorrala en la incertidumbre.
También están el temor, la paranoia, el pánico, ¿qué más? La cruda sentencia de Fredric
Jameson, que hoy parece “más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”,
algunos la empezaron a poner en duda. ¿Cómo será el mundo cuando salgamos de nuestras
casas y el coronavirus esté, por decirlo de algún modo, controlado?
Varios filósofos están pensando alrededor de estas cuestiones. Hay muchos puntos para
desarrollar y es mejor hacerlo ahora, al calor de los hechos, con la impunidad del presente,
pero con la convicción de que es mejor hacer preguntas inteligentes que dar respuestas
tranquilizadoras. En ese sentido, Slavoj Žižek, lacaniano y marxista, se anticipó a todos
y publicó un libro. Su título, Pan(dem)ic!, COVID-19 shakes the world, es un juego entre las
palabras pandemia y pánico. Según adelantó la editorial, en sus páginas se cruzan Quentin
Tarantino y H. G. Wells con Hegel y Marx. Hay fragmentos traducidos, pero empecemos por
el principio, cuando el coronavirus aún no era pandemia sino apenas el nombre de una gripe
peligrosa.
La primera alerta proveniente de Wuhan, el epicentro del virus, la recibió la Organización
Mundial de la Salud (OMS) el 31 de diciembre. Doce días después, la primera muerte. A fines
de enero empiezan a detectarse casos en otros países, como Alemania y Japón. Rusia cierra
las fronteras con China que, con varias ciudades aisladas, declara el 31 de enero 43 muertos
en apenas 24 horas. Luego las fichas empiezan a caer como un dominó que salta de Asia a
Europa, llega a América y se propaga como lo que es: una amenaza mundial. Los sistemas de
salud que aún no colapsaron amagan con hacerlo, los Estados declaran cuarentena
obligatoria y mandan a las Fuerzas de Seguridad a vigilar las calles. Esto no es un
capítulo Black Mirror.
Quien comenzó, podría decirse, es el filósofo italiano Giorgio Agamben. Lo hizo el 26 de
febrero en Quodlibet hablando de “medidas de emergencia frenéticas, irracionales y
completamente injustificadas para una supuesta epidemia debida al coronavirus”, al que
calificaba, con muy mala puntería, como “una especie de gripe”. Finalmente Italia se
convertiría en el país más afectado. En ese primer artículo, Agamben señalaba la “tendencia
creciente a utilizar el estado de excepción como paradigma normal de gobierno”
(“agotado el terrorismo”, llega esta pandemia) y “la limitación de la libertad, aceptada en
nombre de un deseo de seguridad que ha sido inducido por los mismos gobiernos que ahora
intervienen para satisfacerla”.
Su par francés, Jean-Luc Nancy, uno de los más influyentes del país galo, le respondió en un
breve artículo publicado en Antinomie. No lo hizo con dureza, puesto que Agamben es “un
viejo amigo”, pero sí marcó su error: “La gripe ‘normal’ mata a varias personas y el
coronavirus, para el que no hay vacuna, es claramente capaz de una mortalidad mucho
mayor”. Su aporte, más allá del contrapunto, es este: “No hay que equivocarse: se pone en
duda toda una civilización, no hay duda de ello. Hay una especie de excepción viral –
biológica, informática, cultural– que nos pandemiza. Los gobiernos no son más que tristes
ejecutores de la misma, y desquitarse con ellos es más una maniobra de distracción que una
reflexión política”.

Roberto Espósito —también filósofo, también italiano— fue el que puso paños fríos. “Me
parece que lo que sucede hoy en Italia (...) tiene más el carácter de una descomposición de
los poderes públicos que el de un dramático control totalitario”, escribió en Antinomie, sin
embargo deslizó una línea importante en todo este debate: “Hoy ninguna persona con ojos
para ver puede negar el pleno despliegue de la biopolítica (...) Todos los conflictos políticos
actuales tienen en el centro la relación entre política y vida biológica”. Si bien para Espósito la
democracia no está en riesgo, al menos por ahora, “estamos presenciando una politización
de la medicina investida de tareas de control social”.
Agamben volvió a la carga con una columna en Una voce el 17 de marzo para aclarar mejor
su posición. “Lo primero que muestra claramente la ola de pánico que ha paralizado al país es
que nuestra sociedad ya no cree en nada más que en la vida desnuda. Es evidente que los
italianos están dispuestos a sacrificar prácticamente todo, las condiciones normales de vida,
las relaciones sociales, el trabajo, incluso las amistades, los afectos y las convicciones
religiosas y políticas ante el peligro de caer enfermos”, sostiene el filósofo. Habla también de
“una guerra civil” donde “el enemigo no está fuera, está dentro de nosotros” y asegura que
“una sociedad que vive en un estado de emergencia perpetua no puede ser una
sociedad libre”.
Antes de que salga su libro, Žižek escribió una columna en Russia Today mirando más allá de
los estados. “La actual expansión de la epidemia de coronavirus ha detonado las epidemias de
virus ideológicos que estaban latentes en nuestras sociedades: noticias falsas, teorías
conspirativas paranoicas y explosiones de racismo”, escribió el filósofo esloveno, para quien
los aislamientos decretados tienen otro objetivo, además de evitar la propagación del COVID-
19: “mantener en cuarentena a los enemigos que representan una amenaza a nuestra
identidad”. Además, asegura que la necesidad de reflexionar sobre el sistema que nos rige es
prioritaria, así como “reinventar el comunismo basándonos en la confianza en las personas y
la ciencia”.
Apegado al cine y la cultura popular, hace una analogía con la película Kill Bill de Tarantino y
el golpe asesino conocido como técnica del corazón explosivo, donde la persona que lo recibe
puede seguir viviendo como si nada pero, más temprano que tarde, su corazón explotará. “Mi
modesta opinión sobre la realidad es mucho más radical: la epidemia de coronavirus es una
forma especial de técnica del corazón explosivo en el sistema global capitalista, un
síntoma de que no podemos seguir en el camino que hemos seguido hasta ahora, se necesita
ese cambio”. Su propuesta, expresada mejor en el libro, es simple aunque para nada fácil: “El
dilema al que nos enfrentamos es: barbarie o alguna forma de comunismo reinventado”.
“Žižek afirma que el virus ha asestado al capitalismo un golpe mortal. Cree incluso que el virus
podría hacer caer el régimen chino. Žižek se equivoca. Nada de eso sucederá. China podrá
vender ahora su Estado policial digital como un modelo de éxito”, escribió Byung-Chul Han
en El País hace una semana. “El virus no vencerá al capitalismo. La revolución viral no llegará
a producirse. Ningún virus es capaz de hacer la revolución. El virus nos aísla e individualiza.
No genera ningún sentimiento colectivo fuerte. De algún modo, cada uno se preocupa solo
de su propia supervivencia (...) No podemos dejar la revolución en manos del virus. Confiemos
en que tras el virus venga una revolución humana”, sostiene el filósofo surcoreano.
¿Por qué en los países de Asia se ha logrado mayor efectividad en combatir la pandemia? La
respuesta está en la vigilancia digital, “un cambio de paradigma del que Europa todavía no se
ha enterado”, dice Han. Un control poblacional inédito: “En China hay 200 millones de
cámaras de vigilancia, muchas de ellas provistas de una técnica muy eficiente de
reconocimiento facial. Captan incluso los lunares en el rostro. No es posible escapar”, explica
sobre algo que ocurre también en Corea del Sur, Hong Kong, Singapur, Taiwán o Japón,
donde “no existe una conciencia crítica ante la vigilancia digital o el big data”. Hay “un motivo
cultural” que lo permite: “En Asia impera el colectivismo. No hay un individualismo acentuado”.
Yuval Noah Harari no es filósofo, es historiador, pero cuando escribe reflexiona como si lo
fuera. En una nota publicada por Financial Times, el israelí asegura que “esta tormenta
pasará, pero las decisiones que tomemos ahora podrían cambiar nuestras vidas para los años
que vienen”. En este juego donde “países enteros sirven como conejillos de indias en
experimentos sociales a gran escala”, hay dos opciones: “el primero es entre la vigilancia
totalitaria y el empoderamiento ciudadano; el segundo, es entre el aislamiento
nacionalista y la solidaridad global”. Sin embargo, para Harari, “una población bien
informada y auto-motivada, usualmente es más poderosa y efectiva que un pueblo ignorante
vigilado por la policía”.
“La situación es muy grave. Y no hay credibilidad en la afirmación de que el virus se propagó
deliberadamente”, dice Noam Chomsky en una entrevista que le hicieron en Il
Manifesto acerca de la pandemia y la reacción de los diferentes Estados. “Los países asiáticos
parecen haber logrado contener el contagio, mientras que la Unión Europea actúa con
retraso”, agrega. El filósofo y politólogo estadounidense desliza tres problemas sustanciales
en este escenario: 1) “no tenemos ni idea de cuántos casos hay realmente”; 2) “el asalto
neoliberal ha dejado a los hospitales sin preparación”; 3) “esta crisis es el enésimo
ejemplo del fracaso del mercado, al igual que lo es la amenaza de una catástrofe
medioambiental”.
Por su parte, la filósofa estadounidense Judith Butler escribió un artículo titulado “El
capitalismo tiene sus límites” y publicado en Verso donde plantea “la llegada de empresarios
ansiosos por capitalizar el sufrimiento global”. Se refiere a “la producción y
comercialización de una vacuna efectiva contra el COVID-19. Claramente desesperado por
anotarse los puntos políticos que aseguren su reelección, Trump ya ha tratado de comprar
(con efectivo) los derechos exclusivos de los Estados Unidos sobre una vacuna de la
compañía alemana, CureVac, financiada por el gobierno alemán. El Ministro de Salud alemán,
con desagrado, confirmó a la prensa alemana que la oferta existió”.
La curva de contagios y muertes sigue ascendiendo, y si bien hay países donde la situación
parece ser menos caótica que en otros, todos dicen lo mismo: lo peor aún no pasó. De este
lado del Atlántico, la cuarentena se va a extender varias semanas más y, posiblemente, se
radicalice la seguridad: control poblacional en las calles por parte de los Estados. ¿Con qué
mundo nos encontraremos cuando por fin salgamos de nuestras casas y el coronavirus esté,
por decirlo de algún modo, controlado? Los filósofos, los pensadores, los intelectuales insisten
en que, además de acatar las medidas preventivas, es necesario reflexionar sobre la vida que
llevamos. Las preguntas inteligentes nos sacan de la pasividad.
Pandemic!: ¿qué dice el nuevo
folleto de Zizek?
La irrupción repentina del COVID-19 en nuestras vidas no puede ser
subestimada. Al momento de escribir esta reseña hay más de 250.000
muertes y más de 4 millones y medio de casos confirmados alrededor del
mundo. Cuarentenas obligatorias, distanciamiento social, crisis de los
sistemas de salud y aceleración de la crisis económica mundial; parece que
no hay ningún ámbito de nuestra sociedad en el que este virus no haya
entrado. Siendo así, no es extraño que haya suscitado la reflexión y el
debate entre algunos de los intelectuales más prominentes. ¿Cómo impacta
este virus en la sociedad y en la vida cotidiana de los individuos? ¿Nos
ayudará a desnudar los profundos problemas del capitalismo, o en cambio,
profundizará nuestros prejuicios individualistas y reforzará la dominación
del Estado burgués? Estas son algunas de las preguntas que fueron parte de
los debates entre filósofos como Byung-Chul Han, Giorgio Agamben o
Slavoj Zizek. Este último ha escrito en velocidad récord “Pandemic!
COVID-19 shakes the world”, un libro que contiene sus reflexiones
respecto de la pandemia.

El filósofo de origen esloveno es famoso por sus análisis provocadores.


Recientemente se hizo oír al afirmar, en una columna del sitio Russia
Today, que el coronavirus es un golpe mortal al capitalismo, “una señal de
que no podemos seguir el mismo camino por el que venimos hasta ahora,
que un cambio radical es necesario”. Esencialmente, el ensayo que
reseñamos en esta ocasión, trata de sostener esta posición sobre la
pandemia (al punto de que uno de sus capítulos -el cuarto- es la misma
columna que mencionamos), contra numerosos intelectuales que directa e
indirectamente respondieron a sus dichos, y a partir de ésto, se adelanta a
los caminos que se abren.
¿Golpe mortal para el capitalismo o reforzamiento del régimen
burgués?

Como es de esperar, tal sentencia suscitó debate al encontrarse en plena


contradicción con las apreciaciones de otros intelectuales. Muchos de éstos
hicieron notar cómo la pandemia sirvió de justificativo para reforzar
medidas de control y regulación que habrían sido impensables desde hace
poco - “La cuarentena de toda Italia es ciertamente la aspiración más
salvaje de un totalitarista hecha realidad” [1], admite el mismo Zizek.
Giorgio Agamben, por ejemplo, ve en la epidemia otro recurso del que se
sirven los gobiernos para justificar gobernar bajo un estado de excepción.
Sin embargo, el filósofo esloveno dispara contra visiones como esta en la
izquierda, que reducen el pánico causado por el virus a un ejercicio de
control social con tintes racistas: en efecto, aún siendo así, esta
interpretación no elimina ni reduce la muy real amenaza que plantea el
virus. “¿Nos obliga la realidad a efectivamente restringir nuestra
libertad?” [2], se pregunta Zizek, y la respuesta a esta pregunta es
afirmativa.

A continuación, advierte contra la tendencia a reducir automáticamente las


medidas para el control de las epidemias al paradigma foucaultiano de la
vigilancia y el castigo, ya que, de esta forma, se comete el mismo error que
la (extrema) derecha. Es decir, negarse a aceptar la realidad de la epidemia
y lo que ésta conlleva, quedándose simplemente en una denuncia de su
significado social: “Trump y sus adeptos insisten reiteradamente [en] que
la epidemia es un complot de los Demócratas y China para hacerle perder
la elección, mientras que algunos en la izquierda denuncian las medidas
propuestas por el Estado y los aparatos de salud como teñidos por la
xenofobia y por tanto insisten en continuar con la interacción personal,
simbolizada por el apretón de manos. Tal posicionamiento no ve la
paradoja: el no estrechar las manos y el aislarse cuando es necesario SON
la forma de solidaridad de hoy” [3].

La paradoja de encontrar un potencial unificador en una epidemia que nos


obliga a permanecer alejados de los demás es interesante, en tanto nos
muestra la realidad profundamente contradictoria de nuestra situación, tanto
de la pandemia en sí, como de la crisis más profunda de la sociedad
capitalista que esta ayudó a desatar: no es posible analizar los sucesos tan
solo como se nos presentan a primera vista. En este mismo sentido, en el
último capítulo de su libro, Zizek sale al cruce del filósofo Byung-Chul
Han. El surcoreano había contestado a los dichos del esloveno,
sentenciando, muy por el contrario a éste, que el capitalismo saldría
fortalecido de la epidemia, y que “el virus nos aísla e individualiza. No
genera ningún sentimiento colectivo fuerte”. Zizek le da gran importancia a
la solidaridad, contradictoriamente surgida de nuestro aislamiento de los
demás, mientras que Han afirma que “la solidaridad consistente en
guardar distancias mutuas no es una que permita soñar con una sociedad
distinta, más pacífica, más justa”.

Al margen de esta discusión, el esloveno hace notar cómo la pandemia ya


está llevando a que se tomen medidas que hasta hace poco eran
impensables, poniendo como ejemplo el anuncio de Boris Johnson respecto
a la nacionalización temporal de los ferrocarriles británicos. Parece ser que
todo es posible, pero sin embargo nos advierte: “Por supuesto, todo fluye
en todas direcciones, de las mejores hasta las peores. Nuestra situación
actual es por tanto profundamente política: nos estamos enfrentando a
opciones radicales (radical choices, en el original)” [4].

A pesar de que, inicialmente, la posición de Zizek parecía estar declarando


de antemano al coronavirus como la causa de muerte del capitalismo, nos
encontramos en realidad con que el autor ve a la pandemia como
desencadenante de una crisis mayor -económica, política, social y hasta
ecológica-, que se venía gestando de antemano, y tras la cual solo podemos
encontrar dos caminos. “No hay un retorno a la normalidad, la nueva
‘normalidad’ habrá de ser construida sobre las ruinas de nuestras viejas
vidas, o nos encontraremos en una nueva barbarie cuyos signos ya son
claramente discernibles” [5]. Esta dicotomía -que se ha planteado en el
pasado y con más fuerza hoy día- es entre comunismo y barbarie.

Una barbarie con rostro humano

Lo que le preocupa a Zizek no es, según dice, una regresión a una barbarie
abierta, a una lucha abierta por la supervivencia, sino una “barbarie con
rostro humano, -despiadadas medidas supervivencialistas impuestas con
remordimiento e incluso simpatía, pero legitimadas por opiniones de
expertos” [6]. Para poder justificar estas medidas, hipotetiza el filósofo, los
poderosos tratarán de demostrar calma y proyectar confianza, al tiempo en
que comparten predicciones terribles sobre la pandemia -que tardaría un par
de años en resolverse, y que llegaría a infectar a la mayoría de la población
del mundo-. De esta forma, intentarán convencernos de la necesidad
de “restringir la piedra angular de nuestra ética social: el cuidado de los
viejos y los débiles” [7]. Las medidas tomadas en Italia son ejemplo de
ésto: adultos mayores con enfermedades preexistentes no serán atendidos
ante el colapso del sistema de salud.

Al mismo tiempo, los medios corren el foco de las acusaciones hacia los
individuos; los noticieros están llenos de historias de personas que actuaron
de forma indebida y pusieron en riesgo a otros. “Tal foco en la
responsabilidad personal, por necesaria que sea en cierto grado, funciona
como ideología al momento en que sirve para ofuscar las preguntas más
grandes sobre cómo podemos cambiar nuestro sistema económico y social
entero. La lucha contra el coronavirus solo puede ser llevada a cabo junto
a la lucha contra la mistificación ideológica, como parte de una lucha
económica de conjunto” [8].

Para Zizek, entonces, no se trata de una lucha por un sistema de salud a


nivel global, no hay medias tintas en este debate: debemos ser capaces de
cuestionar los problemas profundos de nuestra sociedad, y proponer una
alternativa que contemple todos los aspectos económicos, sociales, y hasta
ecológicos. En este último sentido, llama muchísimo la atención que se
estime que se han salvado más vidas en China por la parálisis económica
que produjo el virus (reduciendo la contaminación que genera muertes por
enfermedades respiratorias), que la cantidad de gente que éste ha matado.

Los mecanismos de mercado, a la luz de los sucesos, muestran su costado


más barbárico; desde lobistas y empresarios exigiendo que se reanude la
actividad económica -a costa de la vida de miles y millones de trabajadores-
, hasta Trump ofreciéndole a una farmacéutica alemana una fortuna para
que le asegure la venta exclusiva de una vacuna para los Estados Unidos.
Mientras tanto, por el otro lado, medidas que hasta hace poco parecían
inverosímiles son aplicadas de inmediato al transformarse en esenciales
para combatir la enfermedad y enfrentar la crisis -la nacionalización
temporal del sistema de salud por parte del Estado Español, Trump
anunciando que tomaría control del sector privado para combatir la
pandemia de ser necesario-. Naturalmente, los capitalistas dan un carácter
excepcional a estas medidas, al tiempo que las limitan lo más posible. Pero
en definitiva, esto es una muestra de que solo una alternativa radical puede
oponérsele al capitalismo más barbárico. Esta alternativa, dice Zizek, es una
nueva forma de comunismo, pero, ¿en qué consiste?

¿Qué comunismo?

Hasta el momento, hemos coincidido con la disyuntiva que plantea el autor.


La crisis desatada por el coronavirus -que, como hemos visto, lo excede-
acentúa las contradicciones propias del sistema capitalista al punto de que,
parafraseando a Lenin, podríamos decir que a los oprimidos se les hace
cada vez más difícil seguir viviendo como hasta ahora, mientras que a los
opresores se les complica seguir gobernando de la misma manera. También
acordamos a priori con la respuesta que contrapone a la barbarie capitalista,
es decir, el comunismo. Sin embargo, es en esta respuesta donde hallamos
las mayores limitaciones del autor.

En principio, el comunismo al que se refiere Zizek no es una utopía sino


una medida de emergencia, en sus palabras, un comunismo de desastre. “Es
desgraciadamente una versión de lo que, en la Unión Soviética en 1918, se
llamó ‘comunismo de guerra’” [9]. Al acercarse una gran crisis económica,
con millones de personas que perderán sus trabajos, o los cuales perderán
importancia durante la pandemia, a lo cual Zizek agrega también la gran
crisis europea de refugiados provenientes del Medio Oriente. ¿Qué
respuesta nos da el autor ante estos problemas?

“Dos cuestiones son claras. El sistema institucional de salud deberá


confiarle el cuidado de los débiles y los viejos a comunidades locales. En el
extremo opuesto, una especie de cooperación internacional efectiva deberá
ser organizada para producir y compartir los recursos. Si los Estados
simplemente se aíslan, estallarán guerras. Este tipo de desarrollos son a lo
que me refiero cuando hablo de ‘comunismo’” [10]. Sin embargo, en
nuestra visión, aquí Zizek comienza a flaquear. En primer lugar, no nos da
ningún tipo de respuesta sobre qué constituiría este tipo de organización
local “desde abajo”, limitándose a hacer referencia a que debería ejercer
algún tipo de control sobre el poder del Estado: “la infección viral ha dado
también un tremendo impulso a nuevas formas de solidaridad locales y
globales, y ha dejado aún más clara la necesidad de tener control sobre el
poder mismo. La gente tiene razón al hacer responsable al poder estatal:
¡ustedes tienen el poder, ahora muéstrenos lo que pueden hacer!” [11].

De esta forma, parecería ser que el medio que propone Zizek es el de


influenciar y controlar a los Estados por medio de otras instituciones,
locales o globales. ¿Cuáles serían estas instituciones o medios de
coordinación locales? ¿Cuál es el sujeto social que se encargaría de crearlas
y dirigirlas? Para ésto no hay respuesta, pero en parte nos da una respuesta
sobre cómo serían las instituciones globales. “El primer modelo difuso de
dicha coordinación global es la Organización Mundial de la Salud, de la
cual no estamos recibiendo la usual charlatanería burocrática sino
advertencias precisas proclamadas sin pánico. A tales organizaciones se
les debe dar más poder ejecutivo” [12].

Por tanto, de lo que se trataría para el autor es de imponer las medidas


necesarias para solucionar la crisis del sistema capitalista, por medio de un
control y una coordinación de los aparatos de estos Estados: “El desafío
que se le presenta a Europa es el de probar que lo que China hizo, se puede
hacer de una forma más transparente y democrática” [13]. Aunque aclara
que esta forma más democrática no necesariamente (!) se trata de
una “democracia occidental multipartidista” [14], sigue tratándose de una
ilusión de, en cierto sentido, reformar al capitalismo mediante su
democratización y coordinación a escala internacional, sin mostrar vías
claras hacia ello o sujetos sociales que estén encargados de llevarlo a cabo.

Zizek plantea la existencia de una situación dicotómica, una “lucha entre


privatización/barbarie y colectivismo/civilización” [15], una especie de
lucha ideológica para imponer una cierta idea (la del comunismo). En
primer lugar, creemos que el comunismo es un fin por el que pelear. Lo
entendemos, siguiendo a Marx, como una asociación de productores libres
e iguales, que pongan su fuerza de trabajo social y todo el desarrollo de la
ciencia y de la técnica en pos del beneficio de toda la sociedad. En este
sentido, la lucha por imponerlo necesariamente se chocará con la resistencia
de la clase capitalista y su aparato estatal; Zizek, en cambio, parece ser
demasiado optimista con respecto de las posibilidades de imponer al mismo
Estado burgués las medidas radicales necesarias: declara que, de hecho,
tales medidas “ya están siendo consideradas e incluso parcialmente
impuestas” [16], pero en ningún momento reconoce los muy claros límites
que los gobiernos le están poniendo a las mismas, ni cuán lejos están
dispuestos a ir con tal de no tomarlas. Los capitalistas y sus gobiernos
miden constantemente su horizonte de posibilidades, y están dispuestos a
hacer concesiones -incluso nacionalizar temporalmente el sistema de salud-
con tal de que no se cuestione su régimen o su propiedad privada. Cuando
Marx propone la formulación de que el comunismo es el movimiento real
de las cosas que anula el estado actual está diciendo que anula o niega el
capitalismo. Zizek, al contrario, está amalgamando dos procesos que en la
realidad responden a principios diferentes. Por un lado, la solidaridad de las
y los trabajadores y comunidades para satisfacer las necesidades básicas en
la crisis actual, que constituyen sin dudas un punto de partida para pelear
por una nueva sociedad. Por otro lado, las medidas parciales y
contradictorias que ensayan los Estados capitalistas para evitar que la crisis
adopte dimensiones catastróficas (como el ejemplo que da del Reino Unido
de Boris Johnson). Sin embargo, la alternativa "comunismo o barbarie"
requiere identificar dónde están las fuerzas sociales que, de desarrollar su
organización y resistencia, pueden evitar que los capitalistas descarguen el
peso de esta crisis sobre nuestras vidas. Y los Estados capitalistas, a la vez
que toman alguna medida sanitaria (muy básica y sin violar los principios
neoliberales actuales como vimos en EEUU) están desarrollando políticas
de rescate al capital a costa del empobrecimiento de las fuerzas del trabajo.

En síntesis y a pesar de nuestras diferencias, el libro de Zizek nos invita a


reflexionar sobre la crisis en la que nos encontramos, evitando caer en
lugares comunes. Debemos comprender la situación en su realidad
contradictoria y hallar los posibles horizontes que se aproximan. Para el
autor -y para nosotros también- estos nos plantean la vieja, pero renovada
disyuntiva entre el comunismo y la barbarie capitalista.

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