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PRIMERA SESIÓN: LA PALABRA Y LA LITERATURA

EL VALOR EDUCATIVO DE LA LITERATURA. Arturo Pérez Reverte, extractos del


discurso que el escritor ha pronunciado en el Congreso de Educación de Santillana.

“Van a permitirme que no les coloque a ustedes un ladrillo de literatura y teoría educativa,
sino que les hable de lo que realmente conozco. De la experiencia de vida y libros que
sostiene lo que escribo, lo que digo, lo que pienso. Y de cómo unas cosas me llevaron a
otras, del mismo modo que a cualquier muchacho con un libro cerca éste le abre puertas
que, de otro modo, permanecerían cerradas mucho tiempo, o tal vez para siempre. De la
literatura como mecanismo, como arma, de educación y de vida”.

“Durante veintiún años, como reportero, trabajé en países en guerra. Y desde hace ahora
treinta años escribo novelas. Sin los libros que me acompañaron desde el principio,
explorando delante de mí el camino, tal vez me habría perdido mil veces en esa vasta
geografía de las guerras y las catástrofes que empecé a recorrer muy joven. Los libros me
ayudaron a empezar el juego con ventaja. En el principio, por tanto, fueron los libros. La
biblioteca. Yo tuve la suerte de empezar a leer muy pronto. Vengo de una de esas familias
con bibliotecas grandes, y eso facilitó las cosas”.

“Esa memoria literaria es mi verdadera patria como lector. Y como escritor. La matriz de la
que parte todo. Hace algún tiempo, un buen amigo mío me propuso, a modo de juego, que
elaborase la lista de los 100 libros que, de una u otra forma, más habían influido en mi vida,
como lector, como escritor, y como individuo. Me puse a ello por curiosidad y, para mi
sorpresa, descubrí que de esos cien libros la mayor parte los había leído ante de los veinte
años. Y, siguiendo con la sorpresa, a la hora de reflexionar sobre ello y establecer
relaciones, caí en la cuenta de que, en realidad, el resto de mi vida, lo que he hecho ha sido
buscar en los viajes, en los amigos, en todo lo demás, la huella que esos libros me dejaron.
Y a reescribirlos, como novelista, una y otra vez, bajo luces diferentes”.

“En realidad, igual que, dicen, el hombre intenta volver inconscientemente al claustro
materno, yo, tras haber vivido, deprisa y con intensidad, el mundo real, intento ahora, con
mis novelas, tal vez, volver a mis libros de juventud. Reescribir aquellos libros, pero a mi
manera. Proyectar en mi propia vida aquellos años de lecturas ininterrumpidas, cuando todo
estaba aún por descubrir y cuando todo cuanto podía caber en una vida aún por vivir era
posible. Si fue la literatura la que me empujó a llevar esa vida, una vez vivido todo eso, el
camino lógico, natural, era un retorno a las fuentes. Un regreso a ese origen. A la
literatura”.
“Que alguien que se inició como lector apasionado y se hizo reportero a causa de la
literatura regrese allí de donde vino, no sólo no es una paradoja, sino que es lógico. Incluso
como aventura. Recuerden que, según los cánones del género, por aventura entendemos un
viaje lleno de peligros o descubrimientos, a cuyo término el protagonista encuentra la
felicidad o la decepción pero que, en cualquier caso, ha progresado en el conocimiento de sí
mismo y del mundo en el que ha vivido. Y todo eso lo sé, lo sabemos, lo saben ustedes,
gracias a la literatura. A los libros que en primer lugar nos muestran el camino por donde
irnos y en segundo lugar, al regreso, nos permite ordenar lo que de tan largo viaje traemos
en la mochila”.

“La lectura como factor educativo. Como trampolín de vida e inteligencia. De vida y futuro
para un joven lector. El ser humano suele llamar nuevo a lo que, en realidad, ha olvidado.
Sin embargo, todo está ahí. En esos tres mil años de memoria cultural: las repuestas a los
desafíos, las grandes soluciones, los grandes desastres, el ser humano en su miseria y su
gloria. Los libros, la lectura, no sólo dan el conocimiento de una lengua y su uso correcto, o
transmiten conocimientos. Son también puertas al pasado, viajes del tiempo que permiten a
un joven pelear junto a los tlaxcaltecas, construir las pirámides, navegar por el mar
tenebroso, vivir la Italia del Renacimiento, las independencias americanas, gritar su miedo
y su valor en campos de batalla o vivir la intensa emoción de la soledad y el descubrimiento
en un laboratorio, en un gabinete científico. Pasear junto a filósofos griegos, luchar en las
Cruzadas o ser amigo de George Washington o de Beethoven”.

“La literatura da herramientas prácticas de vida, se adelanta a lo que esos jóvenes tendrán
que vivir en el futuro. Les proporciona analgésicos para soportar el dolor, armas para
combatir, mecanismos para comprender. Pone a su disposición esos tres mil años de
cultura, de ciencia, de experiencia y de memoria”.

“Mi última novela se titula “Hombres buenos”, y se refiere a quienes, en el siglo XVIII,
creyeron que era posible cambiar el mundo con libros. Hacer a sus conciudadanos, con
libros y lectura, más cultos y en consecuencia más libres. En este último año, en las
entrevistas de prensa, muchas veces me han preguntado quiénes son hoy los hombres
buenos. A quiénes podemos llamar así. Y en todos los casos he respondido lo mismos: los
hombres buenos, hoy, son los profesores. Los maestros. Esos hombres y mujeres con
frecuencia mal pagados, maltratados a menudo tanto por el sistema como por la
incomprensión de los propios padres de sus alumnos, que sin embargo siguen fieles a su
vocación y a su oficio, intentan salvar a la mayor parte de los chicos que se les
encomiendan. Esos maestros capaces de dejar huella, de abrir caminos, de merecer que,
pasado el tiempo, algunos de esos alumnos los recuerden con afecto y respeto. Héroes
anónimos que saben que de los veinte o treinta chicos que tiene en clase no se salvarán más
que algunos, pero que esos pocos ya habrán justificado sus esfuerzos. Su trabajo. Y para
esos hombres y mujeres buenos, para esos maestros, la mejor herramienta, el mejor
argumento, es un libro. Un libro que sepa, gracias a ellos, captar la atención del niño,
fascinar al joven, forjar al adulto”.

“Estoy convencido, quizá porque tengo biblioteca y he leído lo suficiente para proyectarlo
en la vida, de que viene un mundo duro. Complejo y difícil. Un territorio hostil donde de
nuevo, como en otros momentos de la Historia, el ser humano va a necesitar enormes
recursos intelectuales para mantener la serenidad y la lucidez. Y también estoy convencido
de que para afrontar los desafíos de ese mundo que ya nos llama a la puerta no basta el
buenismo estúpido que los adultos hemos organizado, llevamos mucho tiempo
organizando, como mecanismo de diversión y de educación de nuestros hijos. Todo eso se
irá al diablo al primer embate de realidad. Una realidad que siempre ha estado ahí, en las
fronteras del horror, y que desde hace más de medio siglo el ser humano occidental se ha
empeñado en olvidar y en negar”.

“En ese mundo que viene, que está ahí, que siempre estuvo pero que ahora en los
confortables hogares occidentales se percibe más, quienes hoy son niños necesitarán armas
defensivas, recursos intelectuales y consuelo analgésico. Con maestros, hombres buenos,
que los guíen por un territorio de libros, de literatura que los conduzca al territorio de la
vida. Con libros como, por ejemplo, el Quijote. Ese libro complejo, difícil de leer cuando se
es joven y se está a solas, pero que en manos de un buen guía, de un hombre bueno que
sepa utilizarlo, ofrece una panoplia extraordinaria de material con el que se puede trabajar
en el aula, pues todo está ahí: literatura, aventura, dignidad, fracaso, ética, heroísmo,
cobardía, amor, infamia, bondad, lucidez…. Con sólo un Quijote como libro de texto, un
buen maestro podría trabajar todo un curso con sus alumnos de una forma eficacísima y
fascinante, extrayendo de sus páginas un temario tan completo como la vida misma. Un
libro, recordémoslo, que habría sido imposible sin un autor, Cervantes, asendereado de
lecturas y de vida. Con la mirada lúcida, triste y bondadosa del hombre noble que ha leído,
ha viajado, y a la luz de todo eso escribe su obra inmortal”.

“El Quijote es la bandera de nuestra patria: esa patria de 500 millones de hispanohablantes.
La única que nadie discute. La de la lengua española que nos hace hermanos en Puerto rico
y en España, conscientes que si cada cual tiene la lengua que merece, nosotros tenemos la
lengua magnífica que merecemos tener. La lengua más hermosa del mundo. Y a mí, que no
soy muy de banderas y fanfarrias patrioteras, pues a menudo he visto cuánto canalla se
esconde entre sus pliegues y sus notas musicales, debo confesar que me enorgullece decir
esto aquí, en español de la vieja Castilla mestizado, enriquecido por siglos de historia, de
sangres diversas, de lenguas, pueblos y lugares. Y hacerlo a miles de kilómetros del lugar
donde por azar nací. Hablar en español hallándome en la misma patria, en la mía, al cabo de
X horas de vuelo en avión. Con la certeza de que aquí no soy extranjero y que ustedes no lo
son cuando viajan allí, y que en la sede de la Real Academia Española, junto al Museo del
Prado, ustedes tienen su casa del mismo modo que yo tengo aquí la mía”.
“Por todo eso necesitamos hombres buenos, hombres y mujeres con el patriotismo cultural
al que acabo de referirme. Un patriotismo que nada tiene que ver con fronteras o razas. Un
patriotismo noble que busca hacer mejores a nuestros hijos y nietos, en el que la literatura,
la lectura, siguen siendo herramientas educativas eficaces e imprescindibles. La lectura, los
libros, que permitirán a nuestros hijos y nuestros nietos, en tiempos revueltos de mudanza,
a ambos lados del Atlántico, seguir pensando como griegos, pelear como troyanos y,
cuando llegue el momento, morir como romanos”.

DE LIBROS Y CUENTOS. Pablo Latapí, del libro Finale Prestissimo

…El cuento no es para los niños algo banal sino un recurso necesario de conocimiento; una
estructura mental indispensable para comprender la realidad y desentrañar sus significados.
Por esto las niñas y los niños quieren oír cuentos y los inventan; a veces durante horas se
los cuentan a sí mismos, y toda buena educación, sin excluir los cursos universitarios,
recurre a la habilidad narrativa del educador y a la expectativa de escuchar historias de los
educandos.

Los psicólogos contemporáneos identifican algunos de los efectos que tienen los cuentos en
la formación de la mente infantil. Lo primero que les salta a la vista es que la narración
hace surgir en los niños la conciencia del tiempo y suscita en ellos la capacidad de hacer
historia. Observan que no se trata del tiempo uniforme, medido por el reloj; el tiempo
narrativo es el humanamente relevante, el que proviene del peso y cadencia de los
acontecimientos, tiempo marcado por la actuación de los personajes o por el narrador que
imprime ritmos y pausas a la historia.

Los psicólogos señalan que, además, la narración transmite un nexo entre lo que sucede y
sus razones, nexo que no siempre es el de causalidades físicas, sino que vincula los hechos
con deseos, afectos o creencias, o con las características de los protagonistas o sus secretas
intenciones. Por esto los cuentos enseñan a juzgar y evaluar la historia desde criterios de
normatividad humana. Y es curioso que, aunque todo cuento siga un canon o esquema,
también debe romperlo, introduciendo sorpresas y suscitando suspenso porque no se sabe
su final. Desde el punto de vista de la formación de la mente, la narración constituye un
contrapeso al pensamiento lógico (que en el fondo es aburrido); da una aproximación fresca
a la realidad que es con frecuencia imprevisible. El pensamiento científico forma el
concepto de verdad medida y probada; la narración introduce a otras fuentes de
credibilidad.

El cuento, por otra parte, aunque siempre versa sobre cosas particulares —lugares
determinados, personajes caracterizados—, construye categorías genéricas y prototípicas:
establece no sólo que la princesa es buena y la bruja mala, sino la categoría de bien y mal,
de castigo, premio, corrupción, perdón, generosidad, remordimiento, ilusión o venganza.
Los cuentos nos introducen para siempre en el universo moral.

Todo esto es conocido, aunque no suficientemente reflexionado. Hay otras tres


observaciones menos comentadas. La primera destaca que los cuentos familiarizan a los
niños con los géneros literarios y les enseñan a distinguirlos aunque no sepan sus nombres:
el drama y la tragedia, la comedia, el romance, el relato, la ironía y la poesía, que en el
fondo son las formas eternas de la literatura. El niño aprende insensiblemente a ubicarse
con flexibilidad en alguno de estos grandes escenarios de la compleja experiencia humana
que los géneros literarios han profundizado. Ahí descubre la belleza de cada lenguaje y las
infinitas cadencias y matices de las palabras; ahí aprende también qué es ser pícaro, astuto,
calculador, bondadoso, tramposo, olvidadizo, imprudente y se adentra por primera vez en la
trama de vicios y virtudes que constituyen la condición humana.

Por otra parte, toda narración es plástica; los expertos la califican con la elegante palabra de
hermenéutica; está abierta a diversas interpretaciones y significados. Todo cuento tiene
varias lecturas; todas deben ser congruentes con el significado global, aunque sean
contrapuestas y den lugar a paradojas. Por esto, cuando se cuentan bien los cuentos,
estimulan la creatividad de los niños, y cuando se discuten sus interpretaciones invitan a
ejercitar la capacidad de análisis y comparación.

Por último, aunque es posible reducir los cuentos a algunos esquemas fundamentales (lo
hacen en las clases de literatura), en todos ellos el motor de la narración, de toda narración,
es el conflicto: una situación problemática que genera y conduce la trama. Acercar a los
niños al conflicto y familiarizarlos con su manejo es acercarlos a la realidad de la vida,
siempre irresuelta, siempre desafiante. El cuento enseña a los niños la negociabilidad
inherente a las relaciones humanas; aprenden que deben negociar, comprender al otro; que
deben ceder, conciliar principios con realidades, tener el sentido del límite; por todos estos
caminos aprenden a convivir.

Éstos son algunos de los aspectos de la narración que forman la mente y el alma de los
niños; por ello es tan importante en la educación. La mayor parte de nuestra vida transcurre
según las reglas de la narración, bastante lejos de la verdad comprobable del método
científico; vivimos entre caracteres diversos y en ambigüedades incómodas; ante la
angustia por una persona enferma que se va a morir, entre temores e ilusiones, yendo y
viniendo entre lo serio y lo dispensable, tratando de rescatar los pequeños momentos de
humor que hacen la vida amable. La construcción narrativa, con sus variedades infinitas,
educa a niños y a adultos para la vida real.

Es por ello que niñas y niños escuchan con avidez e inventan historias imaginarias, que
existen los libros de cuentos y, también por ello, quienes nos acercamos a la vejez, que
algunos llaman la edad de la sabiduría, vemos nuestra vida hacia atrás como una historia
que nos hemos contado, a lo largo de los años, a nosotros mismos; nos mantenemos en vida
porque tenemos curiosidad por el desenlace.

ELOGIO DE LA PALABRA. Juan Margall.

…Dice Raimundo Lulio que todo cuanto se puede sentir por los cinco sentidos corporales,
todo es maravilla; pero que como el hombre siente a menudo las cosas corporalmente, por
esto no se maravilla; y que lo mismo sucede con las cosas espirituales que el hombre puede
entender.

Así, pues, yo creo que la palabra es la maravilla mayor del mundo, porque en ella se
abrazan y confunden toda la maravilla corporal y toda la maravilla espiritual de nuestra
naturaleza.

Parece que la tierra use de todas sus fuerzas en llegar a producir el hombre como a más
alto sentido de si misma; y que el hombre use toda la fuerza de su ser en producir la
palabra. Veis al hombre en su silencio y os parece nada más que un ser animal, más o
menos perfecto. Pero poco a poco se animan sus facciones, un principio de expresión
ilumina sus ojos con una luz espiritual; muévense sus labios, vibra el aire en una variedad
sutil, y esta vibración material, materialmente percibida por el sentido, trae en sí esta cosa
inmaterial, des- veladora del espíritu: la idea.

¡Cómo! Oís el rumor del viento, y el ruido del agua, y el fragor del trueno, que dejan en
vuestro espíritu una gran vaguedad de sentimiento, y basta con que un niño muy pequeño,
que apenas se hace oír, diga suavemente: ¡Madre!, para que joh maravilla!, todo el mundo
espiritual vibre vivamente en el fondo de vuestras entrañas. Un sutil movimiento del aire os
hace presente la inmensa variedad del mundo y suscita en vosotros un fuerte presentimiento
de lo infinito y desconocido.

¡Cosa sagrada! Dice San Juan que en el principio era la palabra, y que la palabra estaba en
Dios, y la palabra era Dios, y que por ella fueron hechas todas las cosas, y que la palabra se
hizo carne y habitó en nosotros. ¡Qué abismo de luz!

Con qué santo temor deberíamos hablar, pues habiendo en la palabra todo el misterio y toda
la luz del mundo, deberíamos hablar como encantados, como deslumbrados. Porque no hay
nombre, por ínfima cosa que represente, que no haya nacido en un instante de inspiración,
reflejando algo de la luz infinita que engendró el mundo. ¿Cómo podemos, pues, hablar tan
fríamente y en tal abundancia? Por esto solemos escucharnos unos a otros con tanta
indiferencia, porque el hábito del demasiado hablar y del demasiado oír embota en nosotros
el sentimiento de la santidad de la palabra. Deberíamos hablar mucho menos y sólo por un
profundo anhelo de expresión; entonces el espíritu en su plenitud se estremece, y las
palabras brotan como las flores en la primavera. Cuando una rama no puede más con la
primavera que lleva dentro, entre la abundancia de las hojas brota una flor como expresión
maravillosa. ¿No véis en la quietud de las plantas su admiración de florecer? Así nosotros
cuando brota en nuestros labios la palabra verdadera. Aprended a hablar del pueblo, no del
pueblo vano que congregáis en torno de vuestras palabras vacías, sino del que se forma en
la sencillez de la vida ante Dios solo. Aprended de marineros y pastores. ¡Cuánto
contemplar unos y otros en silencio la majestad del mundo, allí donde el espíritu alienta con
ritmo libre y grande! ¡Cuánta inmensidad han reflejado sus ojos, cuánta hermosura de cielo
azul y prado verde, y del mar que muda fácilmente el color como el rostro de una virgen, y
claridades de luna y de sol, y las nieblas grises, y la cortina de las lluvias! ¡Cuánto ha
sonado en sus oídos y cuántas rítmicas oleadas, y los truenos que se acercan y se alejan, y el
mugir de los bueyes en la soledad! ¡Cuánto olor de agua salada y de hierba han respirado, y
cómo sus sentidos han sido amorosamente tocados por todas las cosas puras! Sus facciones
están como encantadas de ello y hablan rara vez; pero si hablan, sus palabras vienen llenas
de sentido.

Y cuando los poetas sepan enseñaros ese lenguaje simple y sublime, haciéndoos olvidar
todo otro en su olvido, entonces llegará su reino y todos hablaremos encantados en la
música creadora. Todos hablaremos como cantando, con VOZ brotada de la tierra de cada
uno; y desdeñando el artificio de las lenguas, todos nos entenderemos en aquello en que
debemos entendernos; que en lo demás, ¿qué importa? Nos entenderemos sólo por el amor
del hablar; porque en amor, medio entender una palabra es entender mucho más que
entenderla del todo; porque en la media inteligencia, el amor puede trabajar más. Y no hay
más lengua universal que ésta. Pues ¿qué quiere decir lengua universal sino comunicación
del alma universal por la palabra? Y si el alma universal se manifiesta por la belleza
amorosa que traspira toda la creación y habla en cada tierra por la boca de los hombres que
ella misma se ha hecho en su amoroso esfuerzo, claro está que la verdadera expresión
universal única será aquella tan varia- da como la variedad misma de las tierras y sus
gentes. Y en ella se entenderán los hombres por la sola armonía natural de la palabra viva y
pura, y en lo que se entiendan se entenderán de veras, en voz y en espíritu, mientras que
ahora la mutua inteligencia, por superficiales palabras aprendidas lejos del amor, es un
entenderse sin entenderse; piensan los hombres que se entienden y no se entienden, y
menos se entienden cuanto más piensan entenderse.

Porque si dos hombres se hablan en lengua aprendida, puede ser que se entiendan muy
bien en las cosas más vanas; pero allí donde empieza a palpitar más hondamente la vida,
allí mismo dejarán de entenderse; porque cada tierra comunica a las más substanciales
palabras de sus hombres un sentido sutil que no hay diccionario que lo explique ni
gramática que lo enseñe. Y así, aquellos dos hombres dirán la misma palabra, que sonará
igual por fuera, y creerán haberse entendido; pero en el bello fondo de las almas el cántico
no será igual.
Y no es la armonía de fuera la deseable, sino la de dentro; no es por el susurro de las
palabras por lo que todos los hombres son hermanos, sino por el espíritu único que las hace
brotar diferentes en la variedad misteriosa de la tierra…

IMPORTANCIA DEL TRABAJO Y LA LECTURA. Armando José Sequera.

Pienso que la lectura es la actividad más importante que hace el hombre, después de todas
las que permiten su supervivencia. No es más importante que respirar, comer, ingerir
líquidos, dormir o amar, porque sin estas acciones la vida es imposible, pero sí está por
encima de todas las demás. La principal característica humana es el uso de la inteligencia
que el hombre posee. Pero este uso, sin la reflexión, sólo conduce al caos, al exterminio de
las restantes formas de vida animal y vegetal, al suicidio a largo plazo como especie.

El hombre, por sí solo, sin duda es capaz de reflexionar. Sin embargo, la lectura -por lo que
tiene de reservorio de experiencias, de archivo de logros y fracasos, de centro de acopio de
ideas y de almacén de fantasías-, constituye el recurso perfecto para estimular la reflexión.
Leer nos pone en contacto con las mentes más lúcidas y las ideas más importantes de la
humanidad. Leer nos hace

co-creadores, dado que el autor propone el 50% del texto y nosotros completamos, en
nuestra mente, el 50% restante. De ahí que leer no es un monólogo sino un diálogo. Un
diálogo enormemente feraz, gracias al cual la humanidad alcanza su cota más elevada.

Considero a la literatura el arte más completo. Cuando leemos, nuestra imaginación se


comporta como una pantalla virtual multisensorial, mediante la cual evocamos recuerdos,
sensaciones, ideas, reflexiones e imágenes de ficción, apelando a todos los sentidos.

MEDIO PAN Y UN LIBRO.Federico García Lorca.

"Cuando alguien va al teatro, a un concierto o a una fiesta de cualquier índole que sea, si la
fiesta es de su agrado, recuerda inmediatamente y lamenta que las personas que él quiere no
se encuentren allí. ‘Lo que le gustaría esto a mi hermana, a mi padre’, piensa, y no goza ya
del espectáculo sino a través de una leve melancolía. Ésta es la melancolía que yo siento, no
por la gente de mi casa, que sería pequeño y ruin, sino por todas las criaturas que por falta
de medios y por desgracia suya no gozan del supremo bien de la belleza que es vida y es
bondad y es serenidad y es pasión.

Por eso no tengo nunca un libro, porque regalo cuantos compro, que son infinitos, y por eso
estoy aquí honrado y contento de inaugurar esta biblioteca del pueblo, la primera
seguramente en toda la provincia de Granada.

No sólo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no
pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro. Y yo ataco desde aquí violentamente
a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las
reivindicaciones culturales que es lo que los pueblos piden a gritos. Bien está que todos los
hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen todos los frutos del espíritu
humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio de Estado, es
convertirlos en esclavos de una terrible organización social.

Yo tengo mucha más lástima de un hombre que quiere saber y no puede, que de un
hambriento. Porque un hambriento puede calmar su hambre fácilmente con un pedazo de
pan o con unas frutas, pero un hombre que tiene ansia de saber y no tiene medios, sufre una
terrible agonía porque son libros, libros, muchos libros los que necesita y ¿dónde están esos
libros?

¡Libros! ¡Libros! He aquí una palabra mágica que equivale a decir: ‘amor, amor’, y que
debían los pueblos pedir como piden pan o como anhelan la lluvia para sus sementeras.
Cuando el insigne escritor ruso Fedor Dostoyevsky, padre de la revolución rusa mucho más
que Lenin, estaba prisionero en la Siberia, alejado del mundo, entre cuatro paredes y
cercado por desoladas llanuras de nieve infinita; y pedía socorro en carta a su lejana
familia, sólo decía: ‘¡Enviadme libros, libros, muchos libros para que mi alma no muera!’.
Tenía frío y no pedía fuego, tenía terrible sed y no pedía agua: pedía libros, es decir,
horizontes, es decir, escaleras para subir la cumbre del espíritu y del corazón. Porque la
agonía física, biológica, natural, de un cuerpo por hambre, sed o frío, dura poco, muy poco,
pero la agonía del alma insatisfecha dura toda la vida.

Ya ha dicho el gran Menéndez Pidal, uno de los sabios más verdaderos de Europa, que el
lema de la República debe ser: ‘Cultura’. Cultura porque sólo a través de ella se pueden
resolver los problemas en que hoy se debate el pueblo lleno de fe, pero falto de luz.

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