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Cuento ultracorto de Álvaro Mutis: Soledad

(Colombia, 1923-2013)
En mitad de la selva, en la más oscura noche de los grandes árboles, rodeado del húmedo silencio
esparcido por las vastas hojas del banano silvestre, conoció el Gaviero el miedo de sus miserias más
secretas, el pavor de un gran vacío que le acechaba tras sus años llenos de historias y de paisajes.
Toda la noche permaneció el Gaviero en dolorosa vigilia, esperando, temiendo el derrumbe de su ser,
su naufragio en las girantes aguas de la demencia. De estas amargas horas de insomnio le quedó al
Gaviero una secreta herida de la que manaba en ocasiones la tenue linfa de un miedo secreto e
innombrable. La algarabía de las cacatúas que cruzaban en bandadas la rosada extensión del alba, lo
devolvió al mundo de sus semejantes y tornó a poner en sus manos las usuales herramientas del
hombre. Ni el amor, ni la desdicha, ni la esperanza, ni la ira volvieron a ser los mismos para él después
de su aterradora vigilia en la mojada y nocturna soledad de la selva.

CUENTOS EXTRAS:

Sueño del fraile


Transitaba por un corredor y al cruzar una puerta volvía a transitar el
mismo corredor con algunos breves detalles que lo hacían distinto.
Pensaba que el corredor anterior lo había soñado y que este sí era
real. Volvía a transponer una puerta y entraba a otro corredor con
nuevos detalles que lo distinguían del anterior y entonces pensaba
que aquel también era soñado y este era real. Así sucesivamente
cruzaba nuevas puertas que lo llevaban a corredores, cada uno de
los cuales era para él, en el momento de transitarlo, el único
existente. Ascendió brevemente a la vigilia y pensó: “También esta
puede ser una forma de rezar el rosario

Hay un oficio
Hay un oficio que debiera prepararnos para las más sordas batallas,
para los más sutiles desengaños. Pero es un oficio de mujeres y les
será vedado siempre a los hombres.
Consiste en lavar las estatuas de quienes amaron sin medida ni
remedio y dejar enterrada a sus pies una ofrenda que, con el tiempo,
habrá carcomido los mármoles y oxidado los más recios metales.
Pero sucede que también este oficio desapareció hace ya tanto
tiempo, que nadie sabe a ciencia cierta cuál es el orden que debe
seguirse en la ceremonia.

el escritor colombiano mas leído en el mundo después de


García Márquez.
https://www.semana.com/cultura/articulo/el-descubrimiento-de-alvaro-
mutis/17158-3

https://www.lainformacion.com/arte-cultura-y-espectaculos/muere-
alvaro-mutis-el-primer-hombre-que-leyo-cien-anos-de-soledad-y-
abronco-a-garcia-marquez_wpn8nqgtaol002lnxjzhr6/

Libros de relatos con prólogo de Márquez :


http://babel.banrepcultural.org/cdm/singleitem/collection/p17054coll9
/id/13

Por qué hay que leer a Mutis


https://elpais.com/cultura/2013/09/23/actualidad/1379940692_184813.ht
ml

Un poeta es un gaviero https://www.las2orillas.co/alvaro-mutis-un-


poeta-es-gaviero/

“La nostalgia es la mentira gracias a la cual nos acercamos más pronto a la


muerte. Vivir sin recordar sería, tal vez, el secreto de los dioses”. La visita del
Gaviero, en “Summa de Maqroll el Gaviero” (2008): Bogotá, Alfaguara, p.
208.
En los siguientes párrafos nos preguntamos por la belleza de estar solos. Y lo
que eso significa en la espesura de los días presentes, signados por la
penuria, los recuerdos y el abandono.
Maqroll nace hombre
El personaje más universal que ha dado la literatura colombiana es Maqroll, el
Gaviero. Su creador, el poeta bogotano Álvaro Mutis, lo fue forjando por
espacio de largos años en los que la desesperanza, la soledad y más de un
fracaso cotidiano fue la cosecha que ganó la conciencia, el imaginario y la
sensibilidad de este hombre que vivió su infancia en la Bélgica de
entreguerras.
Muy joven, escasos dieciocho años de edad, tal vez menos, residiendo en
Colombia, Mutis, por entonces con el recuerdo perfumado de su padre
fallecido años ha y el temple formidable de su bella madre, hija y nieta de
hacendados del café y el cacao, fue rehaciendo su carácter a golpes de
infortunio, acaso anarquista sin serlo, seguramente nihilista, sin proponérselo.
Incertidumbres que enmendaba siendo gran lector.
Esa desazón que fue creciendo con el duelo por su padre, la orfandad, el
poder que sobre él tenía su adorada madre, y las preguntas desgarradoras
del niño desengañado que llegaba a mirar la vida con la crudeza del
desconsuelo, fueron volcando su inquietud solitaria en los brazos tentadores
de la creación literaria. Y a fe que asumió el desafío, ganando en todos los
intentos, hasta volverse hombre.
Ese joven fue, como él mismo lo confiesa, mal estudiante de bachillerato en
la muy distinguida y señorial institución de San Bartolomé, pero mejor lector
de historia y literatura europea en los ratos que le dejaba su fijación absurda
al billar, no bien gustaba de leer en francés pues era la pasión con que
mataba sus silencios o sus soberbias; ese hombre ensimismado que poco
valía para su familia burguesa fue potenciando su soledad hasta dar con su
ingenio en el mítico Maqroll, el Gaviero. Una antítesis de lo que la vida de
privilegios, haciendas y dinero le prometía.
Mutis, como hijo, perdió un padre biológico que casi no conoció y al cual
siempre extrañó, pero ganó como poeta un hijo literario en el que proyectó lo
que aquel no le pudo dar, siendo como fue su compañía en la vejez.
Un Quijote de los mares
Podemos decir, a fuerza de no confundirnos, que este personaje que siempre
tiene entre cincuenta y sesenta años nace hombre, pues en toda la literatura
de Mutis, incluyendo poesía, novelas y relatos, unas mil páginas por demás,
lo que nunca se advierte ni se sabrá es la infancia de Maqroll, la cual debió
ser cuando menos asombrosa, según lo relata su autor. En este sentido es
que sin mayor ruido decimos que Maqroll, ese luchador de todos los días,
Gaviero y nunca capitán, pobre hombre, lleno de recuerdos, es una suerte de
Don Quijote de los mares: nace hombre, se hace hombre. Siempre fiel a sí
mismo, nunca muere, ni tiene por qué hacerlo.
El Quijote, recuérdese, y su querido confabulador, Alonso Quijano, el bueno,
no conocen ni conocerán, su infancia o adolescencia. Ese es tema vedado
para la imaginación cervantina y pregunta obligada para sus lectores más
inquietos. Así le sucederá al poeta Álvaro Mutis con su alter ego. Maqroll no
tiene infancia, aparentemente. Pero sí recuerdos.
Solo que Cervantes, hasta donde lo conocemos, no fue un poeta y hace a Don
Quijote un desadaptado a la usanza de los verdaderos poetas. Igual situación
le sucederá más vívidamente a Maqroll: es un personaje que al tiempo es
objeto y sujeto de novelas, relatos y poemas. Un poeta que se relata a sí
mismo: Mutis es Maqroll, Maqroll es Mutis, valga anotar una banalidad. Uno y
otro son seres desadaptados para la vida, pero no para la poesía.
Queremos pensar que el Gaviero es una suerte de Quijote de los mares.
Queremos seguirlo pensando.
Es curioso: si Maqroll no tiene infancia ni adolescencia, ni juventud si
seguimos su discurrir, Mutis, su padre, el creador, sí tiene, sobre todo, niñez:
la hacienda de Coello en el Tolima fecundadora de su poesía. Es en ella, en
ese largo espacio y lugar que es la infancia y la adolescencia, en la que se
incuba el virus de la imaginación poética de navíos, trasatlánticos, buques y
barcos de todo tipo con las consabidas aventuras, muchas de ellas cargadas
de tribulaciones, las que dan vida a Maqroll. La imagen, claro está y no puede
ser otra, es la del niño que viaja de Amberes a Buenaventura para pasar
luego sus vacaciones en la hacienda del abuelo en el Tolima. De una vida
burguesa en Bélgica a una vida tropical de peones y hacendados.
La derrota hecha poesía
Un viaje que tarda algunas semanas, para el niño que es Mutis, el poeta que
ya se perfila en su ser solitario, ese viaje mítico, será lo más conveniente
para vivir y morir en la creación poética que da espíritu al aventurero Maqroll.
Contra los amores imposibles que se mostraban tan cercanos, así como las
aventuras que nunca lo son sino cuando llegan como lucha por el todo o la
nada, ese hombre crecido en la imaginación de un joven que recuerda su
época de navegante sin amores tormentosos, será el que le inyecte vida a un
deseo que lucha contra la derrota de todas las empresas humanas, habidas y
por haber.
Mutis no es el derrotado, es Maqroll. Pero es un derrotado incierto que no
sabe de contundentes derrotas, o cuando menos no las puede aceptar. Como
un Quijote en el trópico, sin Sancho ni rocinante, más solo aún pues Maqroll
no tienen una ilusa Dulcinea, este es un hombre que no se entrega pues no
se oculta ni le teme a su soledad, que es otra forma de decir su deseo. Este
hombre, luchador incansable, está en pos del esquivo amor que todo lo logra,
o trata de que los amores intensos y sinceros lo acompañen, cuando menos
que puedan ser lenitivos para sus dolencias de aventurero, que son muchas.
Mutis inmortaliza su infancia al negarle a Maqroll vivir en ella. Tal vez, solo tal
vez, por eso valga leer sus aventuras y sumergirse en las aguas depurativas
del poeta y novelista que narra las proezas de lo que se ha dado en llamar la
herrumbre del tiempo, en el cual, las más de las veces, se consume Maqroll
absolutamente solo, abandonado, exiliado hasta de él mismo cuando creía ser
otra cosa, y no ese hombre sin dolientes ni amigos.
Pero volvamos a la historia del personaje, del que decimos es el más bello de
la creación literaria en Colombia. Maqroll aun cuando no tenga infancia, tiene
muchos anhelos de esta pues buscando la calma encuentra la inquietud,
deseando la belleza da con sus huesos en los tormentosos caudales de la
locura y la enfermedad. Maqroll no es un desesperado, pero muchas veces lo
parece, no importa que delire por la fiebre del trópico en algunas cuevas. Su
vida fue un delirio, el delirio de ser él mismo un deseo que se consume en su
soledad.
Si hemos leído bien a Don Quijote sabemos que solo aquel que ha vivido en
los barrancos mortales de la soledad sin tiempo hasta rozar los límites de la
locura puede luchar contra los demonios enfermizos del señor amor. Maqroll
lo hace, a todo momento. No puede haber mayor soledad ni mayor empresa.
Don Quijote al menos tenía a su par Sancho Panza y este a su vez a su asno,
el cual se perdía y se encontraba sin mucha lógica. Pero Maqroll no tiene
tantas generosidades: él mismo es su soledad, no pudiendo compartirla con
nadie. Y no puede vivir de la lógica, aunque sí de la poesía, esa mina que es
su infancia.
El poeta es un aventurero
Mutis en su niñez, adolescencia y juventud, como huérfano, inundado de la
presencia del padre intelectual, vivirá entregado a reconocerse en la soledad
de las palabras. Y fue ella la que lo indujo como musa adolorida a abrevar en
la lectura de voluminosos libros de historia y literatura, en lo fundamental, así
como en la poesía, su otra gran pasión. Porque como era buen lector, no
necesitaba de maestros: él mismo lo fue a su debido tiempo como buen
hombre autónomo. Al serlo abandonó aquel colegio de renombre para
dedicarse no solo a jugar billar sino a forjarse como poeta en la lectura y la
escritura, las únicas formas de serlo.
El Gaviero nace de este desgarro, de este conflicto consigo mismo. De ahí que
digamos que él es la proyección del padre perdido. Aunque Mutis nos
advierta, como lo ha hecho varias veces, que Maqroll es él. En verdad parece
que es todo lo contrario: Maqroll es la imagen de su padre. O mejor: el hijo,
Mutis, proyectado en el padre, Maqroll.
Recordemos que el gaviero no tiene infancia relatada y menos, siendo un
aventurero, tendrá hijos, ni siquiera podemos llamar así a los barcos que
habitó. No porque sea un desheredado, que lo es. O un proscrito, aunque lo
sea, sino porque toda la obra de Mutis no solo es una vindicación del
individuo pleno, también es un cuestionamiento a la familia, a la diversidad,
al nosotros: un poeta es un solitario que no quiere cambiar al mundo pues ni
siquiera puede cambiarse a sí mismo.
Nuestro autor varias veces se ha confesado al sostener que siendo muy joven
tuvo que construir un personaje mayor que él, algo serio, un padre alterno
sin serlo, más formado y por eso más derrotado, aventurero como pocos,
solitario a cual más y lo entregó a las letras para que fuera un Gaviero que
navegara por sus soledades. Y el Gaviero no puede dejar de ser marino, como
tampoco puede dejar de ser poeta.
Ese personaje, que no cambia físicamente con los años, ese es Maqroll. La
permanencia del Gaviero, casi siempre el mismo, al cual parece no pasarle el
tiempo, siendo como es, un viejo solitario, casi sin amigos y muchos
achaques de la edad, ese tiempo que transcurre sin sentirse salvo por la
lluvia en las matas de plátano es lo más bello de la poesía, y de las novelas
de Mutis.
Mutis así es como nos enseña una de sus claves literarias más logradas:
Maqroll es eterno, sin pasado ni futuro no puede morir, aunque muera como
lo hace en algún poema. Don Quijote murió. Mejor: quien ofrendó su vida fue
Alonso Quijano, el bueno. Maqroll no puede morir. Para Mutis, la figura del
padre en la proyección que reivindica en el Gaviero no muere ni tiene cómo:
la poesía es y solo puede ser eterna.
La belleza de ser un derrotado
Pero sigamos nuestro relato: un joven de dieciocho años con un personaje
que se acerca a los cincuenta o sesenta años de vida. Esto es un decir,
porque nunca sabremos cuántos años tiene Maqroll. No es lo importante,
pensamos, creemos. Lo relevante en la poética de Mutis es que la vida de un
derrotado es en sí misma significativa, bella, apasionante, gratificante. No si
logra lo que se propone, no si sus amores le son esquivos, no si se enfermó
hasta casi morir perdido en la vegetación, sino que la derrota de todas sus
empresas en sí misma es lo más representativo de la vida estética de este
poeta que llamamos el Gaviero.
Reconocernos en la derrota para no sentirnos derrotados y emprender otra
vez las empresas cual Quijote enceguecido por la vida es la lección que nos
entrega Mutis.
Más curioso es adentrarnos en el alma del Gaviero. No porque sea el típico
marinero con un amor en cada puerto, sino por todo lo contrario: Maqroll no
es dichoso con las mujeres. O si lo llega a ser, ese sentimiento es fugaz,
pasajero, más doloroso que si estuviera solo. Él es la antítesis de lo que
puede hacer un hombre de mares y puertos con las mujeres, pues la vida le
ha enseñado que todo acaba: los barcos así como llegan, se van. La vida está
hecha de adioses, algunos permanentes, otros son absolutos.
Este poeta navegante, visionario de los mares, es un inconforme, un
desadaptado: todo lo que vivió no lo ha dignificado. Solo cuando está
enfermo, loco o delirando, abandonado en su miseria, muy lejos de la
civilización, ahí es donde sabe la verdad de sus pasiones: sus magnas
aventuras son unas tristes derrotas. Y frente a ellas su refugio, el bálsamo
que le sanará sus heridas abiertas, será el recuerdo de la bella infancia,
cuando fue feliz, aunque no lo supiera ni lo quisiera. Porque la felicidad está
en la infancia, sentenciará el Gaviero si nos pudiera hablar.
La desesperanza: entre el amor y la amistad
Así pues Maqroll es un hombre solitario, desesperanzado; no un amargado ni
un ser deprimido con ínfulas de grandeza. Desengañado de todo, sí; no logra
entregarse a los fracasos, aunque lo parezca. Queremos y podemos escribir
que tenemos al personaje más solitario de toda la literatura colombiana,
contando poesía y novela en dos siglos, que ya es mucho decir. Es posible.
Por ejemplo, las mujeres con sus encantos son flores que se marchitan con la
tarde pues siempre en cuestiones de amores correspondidos, el Gaviero
estará íngrimo con la distancia que marcan los mares y los desengaños que
nunca lo son.
Pero que no pueda amar, tal es su esencia, no significa que no lo intente. Es
un ser no correspondido, por eso también es un poeta con desazón. Tan
consciente es que él bien sabe que toda tentativa termina en desastre, no en
tragedia, aunque también. Una de las tantas mujeres que lo quiso amar,
cuidar, proteger, algún día estuvo cerca de matarlo. Todas sus amantes,
amores fugaces, pasajeros, mueren. En él todo naufraga. Lo cual es
significativo estéticamente hablando: la derrota es la manifestación silenciosa
de la más pura belleza de un hombre.
A cambio del amor tiene amistad, y mucha. Maqroll es un gran amigo. Tal vez
porque en la soledad, ese ser ermitaño que lo define, le ha enseñado que en
cuestiones de amistad no hay límites, como no lo tienen los mares, pero sí los
ríos. Su amistad, que también nace del fracaso de seguir buscando la
compañía que nunca llegó como promesa bana, hace que él pueda vivir solo,
muy lejos de todo lo que parece que lo define sin definirlo. Porque aunque no
se crea, a los amigos también los abandona. A veces es él, otras son ellos,
pero el abandono crece con los días como las plantas en las orillas de los ríos
que mueren en el mar. Como buen marinero, el mar es su amigo y siempre lo
espera, nunca lo traiciona, aunque quisiera.
Entiéndase pues que la amistad en Maqroll no nace de la necesidad de hacer
favores a alguien, a cambio de lago, a mujeres u hombres, pues el Gaviero
nunca los hace: no tiene por qué hacerlos. Es un hombre sin ningún apego,
nada lo ata ni quiere atar a nadie. La amistad en él nace de la urgencia de
sentirse acompañado, como deben ser las amistades que se dicen verdaderas
más allá de las palabras y el trato. Maqroll, creámoslo, es un buen amigo,
pero para él su mejor amigo es, y seguirá siendo, como tiene que ser, el mar.
Un poeta abandonado en el trópico
Ese mismo mar que el niño Álvaro Mutis ha recorrido hasta llegar a amarlo es
la razón de su existencia. Pero el Maqroll que Mutis nos recrea en su poesía
es el de aquel viajero que se encuentra abandonado en el trópico, muchas
veces con las heridas de la soledad y la locura marcadas en su cuerpo,
algunas otras buscando el esquivo amor que no logra encontrar,
afortunadamente pues no nos imaginamos a Maqroll eternamente enamorado
y con hijos: un poeta casado.
Ese trópico puede ser Colombia, pero también puede ser cualquier país
americano. No por lo curioso llega a ser menos realista el que Maqroll es un
marino sin barco en una zona templada y andina, lejos de la belleza de las
olas. Las empresas y tribulaciones están en todas partes, incluso en los ríos,
enseña el Gaviero.
Y sin embargo, Maqroll siempre está solo, cual Quijote. Así lo hallamos en
más de un poema en el que la desesperanza lo conmueve hasta llevarlo a los
recuerdos desgarradores de la infancia olvidada. Esos instantes que nunca
relata, aunque intente; esos que son su mayor tesoro pues ingresos
económicos o rentas permanentes no tiene ni tendrá, pese a que las busca,
sin lograrlo. No es ni puede ser un buen burgués. Todo lo contrario.
Porque lo que aún no hemos especificado es que nuestro aventurero es un
hombre pobre, sin recursos económicos, carece de todo; que vive al día y no
logra tener una buena ni menos óptima condición de vida, es una verdad
demostrable. Y eso se da en virtud de que Maqroll es un subalterno, un
proscrito pues un aventurero es un ser pobre: no hay aventureros ricos. Más
cercano a la ilegalidad que al orden de la legitimidad discurre su vida y sus
emociones. Más alejado del mundo de los placeres que al de la reflexión
adolorida de saberse y amarse solo. Es un poeta y no puede tener dinero.
Maqroll, un apátrida
Si el gaviero vive en la ilegalidad, de lo que no es lícito ni legítimo para el
común, puede decirse a partir de sus innumerables viajes buscando la vida
que nuestro héroe de los mares es un apátrida. No sabemos dónde nació, no
conoceremos su familia, desconocemos su ascendencia, no lograremos
reconocernos en su lugar de origen. Porque, claro, el Gaviero no tiene origen.
Y no lo tiene porque este lobo de mar, un desadaptado para la vida burguesa
y los privilegios que ella otorga, está hecho para que no hayan fronteras
terrestres o humanas que lo limiten o lo coarten en sus sentimientos e
ilusiones.
Maqroll, queremos subrayarlo, es un ser autónomo, libre de sí mismo, sin
ningún tipo de responsabilidad salvo el hecho de buscar la vida alejándose de
la muerte. Estamos describiendo a un hombre sin pasado ni futuro que tiene
un presente del cual es abanderado: su desesperanza es bella.
Nuestro héroe es un navegante sin destinos, sin metas definidas, sin
ambiciones personales, solo sabe que tiene muchos puertos por conocer, que
el mar siempre lo invita a proseguir la ruta del exilio, del desheredado, del
hombre solo que lucha contra sus fantasmas, sean estos su soledad, sus
enfermedades o sus silencios.
Y en esa soledad es un hombre feliz. Acaso puede exagerar y lo perdonamos
si así ocurre. No creamos que porque se la pasa enfermo, herido, sin recursos
económicos, hasta sin caricia de mujer alguna, nuestro héroe no ha conocido
la felicidad. Nos equivocamos. Maqroll vive de los recuerdos, pues la vejez
está llena de ellos. Es ahí donde haya su mayor riqueza como hombre: en los
recuerdos que le trae la brisa o la lluvia de esos tiempos en los que la
felicidad lo abrazaba hasta casi ahogarlo de dichas y promesas.
El hecho de recordar hace que el Gaviero sea feliz: la felicidad también es
recordar el tiempo en el que fuimos felices. Es el tiempo perdido que canta
algún escritor europeo que Maqroll de seguro también ha leído, con gusto,
podemos presumir.
Un desadaptado para la vida burguesa
Para Maqroll su mayor desesperanza es reconocer que está solo y que es un
Quijote de los mares. Si el caballero de la triste figura nunca deja su querida
España, nuestro gaviero recorre el mundo y no tiene ni tendrá una patria a la
cual querer, por la cual dar la vida y en la cual morir al tiempo que se le diga,
descanse en paz.
Este hombre no tiene país porque los mares, ya lo sabemos, no tienen
límites: a un mar siempre le sucede el siguiente, por eso es que podemos
darle la vuelta al mundo y no saber que lo hemos hecho. Un marinero como
Maqroll, que ha dado varias veces la vuelta al mundo, no puede ser otra cosa
que un apátrida. Un hombre que vive del exilio, un errante que no logra
adaptarse a nada y se alimenta de ella. Por eso no sabemos en qué años del
siglo XX libra sus mejores empresas y ellas le conceden sus mayores
fracasos.
Maqroll, repetimos, va más allá del tiempo que se compra y se vende, pues
para él no existe el tiempo en sí mismo, solo las empresas y tribulaciones.
El Gaviero es una suerte de poeta trashumante, no apto para la vida
burguesa que se le ofrece. Él sabe que un poeta no puede ser un buen
burgués. Un poeta tiene que ser en lo posible un proscrito. Al leer los poemas
que en prosa Mutis le dedica al Gaviero, advertimos lo dicho: la forma en la
que están escritos invitan a la aventura, no al reposo.
Cargado como está de recuerdos, de nostalgias, en una palabra, de pasado,
todo hace que el Gaviero no se entregue. No tenemos un ser derrotado,
tenemos un marino que vive de las derrotas. Son ellas su aliciente para
empezar de nuevo, como en verdad lo hace, una y otra vez, pues su cuerpo
no halla reposo ni consuelo ni siquiera en la promesa de la muerte, aunque
muchas veces así lo diga cuando nos describe sus viajes por el trópico, sus
delirios en las tierras bajas, la vegetación espesa que hace juego con la
nostalgia inmensa y los ríos caudalosos que surcan sus inciertos caminos de
poeta desengañado.
Nos referimos a un hombre que toma como lo más valioso el sentirse hechura
de sí mismo. Libre. No le debe nada a nadie, solo a su pasado, la infancia
feliz, lejana, nostálgica, perdida en la maraña de los días. En su vida solitaria
ha forjado un destino de errancia y aventuras para llegar a ser lo que él quiso
cuando miraba el horizonte desde la gavia y veía que unos días le suceden a
los otros, como los amigos, los amores y los recuerdos son invocaciones
tutelares de que la vida también está hecha de mares, distancias y adioses.
Es decir, nos antecede la muerte.
Maqroll pues es un ser desadaptado para la vida burguesa, un marinero que
está lejos de buscar, ascendencias y descendencias, riquezas, títulos y
honores, aunque los quiera. Por conquistar la soledad y sus desasosiegos
entregó su vida de exiliado a la nostalgia de la aventura, perdiendo en todo
se ganó a sí mismo. Tal es su belleza, enfermedad o locura y al tiempo su
mayor desesperanza

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