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LAS TRAMPAS DEL TERRITORIO

Prof. Dr. Rogério Haesbaert

Universidad Federal Fluminense. Niterói, Rio de Janeiro.

Traducción realizada por el Prof. Roberto de Souza Rocha, con la autorización y revisión del autor. “As armadilhas
do territorio In: Silva.J. et al. (eds) Território: modos de pensar e usar. Fortaleza. Ediçoes UFC.2016”

Las Ciencias Sociales desde hace mucho tiempo han destacado la dimensión espacial como
indisociable de los procesos de construcción de la sociedad. Aunque la obra de Henri Lefebvre,
en especial su libro "La producción del espacio"1, pueda ser identificada como el gran marco en
ese reconocimiento, es un hecho que, desde hace mucho, diversos pensadores, aunque de
forma más aislada (incluso en Aristóteles) y / o equivocada (como en Maquiavelo),acabaron
dando un énfasis al espacio como, de un modo u otro, elemento importante en la
comprensión de la sociedad, sea en una perspectiva más estrictamente filosófica 2, sea en una
visión más cercana de la economía, de la política y / o de la cultura. Esta "vuelta" o "giro"
espacial, como es conocida, acabó algunas veces siendo sobrevalorada y dejando en segundo
plano algunas otras perspectivas, especialmente el abordaje temporal que, antes de forma
mayoritaria o incluso exclusiva, dominaba las lecturas sobre lo social.

Es en el seno de las virtudes y de los excesos de esa vuelta espacial, que algunos conceptos de
la Geografía acabaron también siendo re o sobrevalorados, especialmente el concepto de
territorio, al menos en aquellas que proponemos denominar de Geografías latinas, las
Geografías producidas en los países de lenguas latinas, como Italia, Francia, España, Portugal y
Latinoamérica. En esas regiones, y especialmente en el contexto latinoamericano, el territorio
acabó emergiendo claramente como el concepto geográfico por excelencia. Muchas veces,
como en gran parte de la obra de Milton Santos, aparece prácticamente como sinónimo de
espacio3. Esta exageración en la amplitud con que utilizamos el concepto de territorio en
Geografía (y que puede ser reflejo, también, de una extrapolación en el propio "papel del
espacio" dentro de los análisis sobre la sociedad), puede ser identificado como la primera
trampa en que corremos el riesgo de caer, hoy, al trabajar con ese concepto.

Al lado de esa primera gran trampa del "territorio = espacio", en que el territorio adquiere una
desmedida amplitud conceptual que puede confundirse con la propia categoría espacio, en su
multidimensionalidad, abordaremos de forma más detallada varias otras trampas. Partimos
del supuesto que discutir la sociedad por el territorio, es encarar como cuestión básica la
construcción de las relaciones de poder por el espacio -es decir, la gran problemática que se
plantea para el debate es en qué sentido las relaciones de poder, a través de sus distintos
sujetos y modalidades, se encuentran implicadas en las condiciones geográficas, espaciales -
territoriales, en este caso - que consideramos inherentes a su concretización.

1
Por desgracia, aún no publicada en portugués y sólo recientemente publicado en español (Lefebvre, 2013).
2 Para un recorrido de la lectura del espacio en una perspectiva filosófica -o, más específicamente, del "lugar", por la fuerza con
que esa categoría es accionada en la perspectiva anglosajona-ver el trabajo de Casey (1998), "The fate of place: filosofía histórica.
3 Como afirma el autor: "En realidad yo renuncié a la búsqueda de esa distinción entre espacio y territorio. (...) Yo uso uno u otro,
alternativamente, definiendo antes lo que quiero decir con cada uno de ellos”. (Santos, 2000: 26)
En sentido más general, las "trampas del territorio" se refieren a los grandes debates
filosóficos y / o científicos en torno a dualismos bien conocidos, como aquellos entre espacio y
tiempo (Geografía e Historia), material e ideal (o, en otros términos, funcional y simbólico),
teoría y práctica, sujeto y objeto, individuo y grupo social, fijación y movilidad (que se traduce,
en este caso, por el debate entre territorio y red). De forma más específica, tenemos todavía la
problemática de las modalidades o de las distintas concepciones de poder que están en juego
cuando trabajamos con territorio, aquella que restringe el poder -y el territorio- al macro
poder político-económico de Estados y / o corporaciones y aquella que expande la concepción
de poder para todo el conjunto de relaciones sociales, incorporando también la dimensión
simbólica del poder. A partir de estos parámetros, identificamos como "trampas" a ser
abordadas aquí:

- la del "territorio deshistorizado / naturalizado" (el "territorio sin tiempo");

- la del "territorio desmaterializado"

- la del "territorio analítico [como mera categoría de análisis], sin práctica"

- la del "territorio del poder [sólo] estatal" y del "territorio-zona, sin red"

La trampa del territorio “deshistorizado / naturalizado”

La trampa del territorio deshistorizado en el pensamiento geográfico contemporáneo, deriva


directamente de la dicotomía "maestra" entre espacio y tiempo, como si fuera posible trabajar
geográficamente separando la dimensión espacial de la dimensión temporal. La Geografía
como un todo, podemos afirmar, acabó de alguna forma siendo un poco víctima de esa
especie de deshistorización del espacio, especialmente en el tránsito de una Geografía crítica
de base materialista histórica, a las Geografías denominadas "post-modernas" y / o de
matrices más idealista-cultural. Por otro lado, la temporalidad fue asimilada por una
determinada Geografía marxista a veces subordinando completamente el espacio al tiempo, a
la dinámica histórica, ignorando incluso la interferencia "retardadora" o "desaceleradora" de la
espacialidad, como enfatizaba (hasta de forma exagerada) el historiador Fernand Braudel.

Este carácter "desacelerador" de la historia era tan enfatizado por Braudel, que llegó a ser
acusado de determinista (por ejemplo, en Dosse, 1992). En realidad, Braudel dio diferentes
énfasis a la dimensión espacial o geográfica de la historia en distintas fases de su trabajo (a
propósito, ver la interpretación de Lacoste, 1989). En su fase inicial, la más criticada, llegó a
sobrevalorar y, sorprendentemente, al mismo tiempo, a reducir el campo de la Geografía en
su relación con la Historia. Al llamar "tiempo geográfico" el tiempo de larga duración (Braudel,
1983), dio un enorme peso al espacio, erigiéndolo como el "tiempo estructural", lo más
importante, pero también redujo la geografía a ese tiempo lento de las estructuras, ignorando
el valor de las geografías de velocidad intermedia (o de las coyunturas) y las de tiempo breve
(o de los acontecimientos).

La relación espacio-tiempo en la geo-historia, propuesta por Braudel como el método por


excelencia del historiador, acabó dominando lo que llamamos Geografía "tradicional" de
matriz francesa. El problema era que esa geografía acababa moldeando y siendo moldeada por
una historia casi siempre lineal y sucesiva, sin grandes contradicciones y conflictos. La historia
acababa apenas configurando un "capítulo" de Geografía histórica, una Geografía del pasado,
como uno o algunos recortes estáticos del tiempo, con poca consideración para con las
dinámicas de transformación que allí se verificaban. Esto sin hablar de aquellas geografías que,
i
también más estáticas, representaban una simple "prehistoria", una introducción a los
estudios sociales-históricos.

Hablando más específicamente del territorio como una de las formas de expresión de lo que
denominamos espacialidad, cuando ésta es vista a partir de sus relaciones de poder, el
territorio muchas veces es presentado como un concepto genérico “deshistorizado”, un dato,
una delimitación a-histórica y fija . Como afirmábamos en "El mito de la desterritorialización":

... se debe tener siempre mucho cuidado con el "trasplante" y la generalización de conceptos
como el de territorio, moldeados dentro de nuestra realidad, para contextos [geo-históricos]
distintos, como el de las sociedades genéricamente denominadas tradicionales. Además de
nuestra distancia [temporal y / o geográfica] en relación a ellas, se trata de sociedades muy
diversificadas y también distantes entre sí, donde muchas veces el único contacto entre ellas es
el que hacemos a través de nuestros conceptos. (p. 73)

La asociación entre temporalidad como el dominio de la sucesión y espacialidad como el


dominio de la simultaneidad, tan enfatizada por Immanuel Kant, todavía permite reconocer la
especificidad en cada una de esas dimensiones. Pero aunque defendamos esa distinción, es
imprescindible añadir, luego, que no hay paso del tiempo, "sucesión", sin la coexistencia en la
simultaneidad del espacio. El espacio, además de "acumular tiempo", en materia o
representación, de algún modo también genera el propio tiempo, la transformación, por el
embate de esas múltiples posiciones y, como diría Doreen Massey (2008), de esas múltiples
trayectorias coetáneas. El espacio, por lo tanto, y en él el territorio - cuando el espacio es visto
a través de sus relaciones de poder - es también condición para lo múltiple, para lo nuevo. El
cambio, obviamente, no es prerrogativa de la dimensión temporal-histórica.

Aún más: no hay una "historia espacial" (y "territorial") genérica y neutra, la historia se
densifica por las diferentes geografías en que se realiza - y viceversa, la geografía se moldea
por la historicidad que la constituye. Así, lejos de poder ser naturalizado, el territorio se
moldea según el momento histórico - o mejor, geo-histórico - en que está siendo construido,
concebido. Hay tanto una diferenciación en lo que se refiere a la historia social de la "realidad"
sobre la cuestión territorial a partir de la relación espacio-poder, más amplia, como en lo que
se refiere a la historia de las ideas sobre el concepto de territorio. En este segundo caso, se
trata de una historia más estricta que involucra, sobre todo, la designación "territorio", la
expresión que nombra el concepto, que puede ser delimitada a partir de sus primeros usos en
el Imperio Romano, según lo investigado por Elden (2013).

Según Elden, ”territorium” en el Digesto, uno de los cuatro componentes claves del Corpus
Juris Civilis, o cuerpo de la Ley romana, del emperador Justiniano, fue definido por el jurista
Sextus Pomponius como “universitas agrorum intra fines cujusque civitatis”- “toda tierra
(campo?),comprendido al interior de los límites de cualquier jurisdicción” (el Estado, por
ejemplo). Siguiendo a Elden, el comentarista de ese pasaje, Bartolus, "hace una conexión
explícita entre el territorio como aquel sobre el cual la civitas ejerce fuerza militar",
describiéndolo como "el poder de castigar o fijar los límites de las leyes sobre el espacio
aterrorizado" (Elden, 2013: 222). El territorio se ve así más como una propiedad del espacio,
que como el espacio en sí mismo.

Aunque el territorio no sea propiamente, en la época del imperio romano, una "categoría de
análisis" (lo que sólo comenzará a ser afirmado en el siglo XIX, con autores como el geógrafo
Friedrich Ratzel), el territorio se convierte aquí en una categoría normativa, al servicio de
instituciones políticas, definidoras de un espacio de alcance de determinado conjunto de
reglas o leyes. Lejos de una entidad ajena al movimiento de la historia, por lo tanto, el
territorio es pleno de temporalidad, por lo menos en tres sentidos: en cuanto a categoría
analítica, como instrumento de análisis para la comprensión de la realidad; como categoría
normativa, dirigiendo y / o fundamentando la acción política, y como categoría de la práctica,
accionada cotidianamente por el sentido común.

Reconociéndose esa historicidad múltiple se evita, sobre todo, la naturalización del concepto,
conjugando su carácter a-histórico (que puede ser también humano / social) con su carácter
"natural", como parte ontológica de la naturaleza humana. Ver el territorio como algo
inmanente o "natural" a la condición humana, un principio general e inexorable incapaz de ser
modificado por la historia puede parecer un absurdo. Pero al menos un autor se aproximó a
esa perspectiva: Ardrey (1969) pensó el territorio como constituyente ontológico "natural" de
la existencia humana y, de modo aún más polémico, como condición legitimadora del dominio
exclusivo sobre áreas a nivel individual, la propiedad privada de la tierra. En paralelo al
reconocimiento de esa perspectiva que naturaliza la acción territorial humana, no podemos
ignorar que el territorio incorpora un amplio debate específico del campo de las Ciencias
Naturales, especialmente la Etología-área de la Biología que trata del comportamiento animal4

Finalizando este ítem es importante recordar aun que, además de la contextualización


histórica del "territorio" al que nos estamos refiriendo, tanto en el sentido de la historia social,
concreta, como de la historia de las ideas (de los propios conceptos) en la que se construye, no
podemos olvidar que también se diferencia según el contexto geográfico en el que está
inserto. Así, el territorio, como todo concepto, no sólo es históricamente fechado como
geográficamente situado. De ahí la importancia, por ejemplo, de distinguir su uso -tanto como
categoría de la práctica como categoría de análisis- en el contexto de distintas geografías,
como la anglo-sajona (donde el concepto tiende a adquirir un carácter más funcional) y la
latinoamericana (donde tiende a incorporar también una dimensión simbólico-cultural).

La trampa del territorio desmaterializado

Un riesgo menos difundido pero tan condenable como el del territorio “deshistorizado” y
naturalizado, es el del territorio desmaterializado, como si el territorio pudiera ser concebido
sin una base material. Se corre menos ese riesgo de desmaterialización del territorio porque es
prácticamente consenso, especialmente entre los geógrafos, tratar al territorio a partir de sus
fundamentos materiales. Como hemos visto antes, aunque el territorio romano no fuera
tratado como el espacio en sí mismo, sino como una propiedad correspondiente a ese espacio,
ésta no podría producirse sin la intermediación de la base espacial material que la efectúa.

La afirmación que no existe territorio sin un componente físico-material puede ser

4 Para una visión general de este abordaje, ver nuestras reflexiones en Haesbaert, 2004, p. 44-55
considerada casi un consenso porque, incluso en el ámbito de la Geografía, hay excepciones.
La "tierra", tan destacada ya en el propio origen etimológico del término, es un componente
indisociable de todo territorio. Principalmente en otras áreas externas a la Geografía, como la
Antropología, no es raro encontrar autores que admiten un territorio desprovisto -o que
puede ser privado- de sus bases materiales y donde, muchas veces, "territorio" se transforma
más en una metáfora que efectivamente en un concepto. O, lo que es más común,
apareciendo incluso entre algunos geógrafos, se confunde aquello que se concibe como
territorialidad, con lo que se concibe como territorio.

El francés Joel Bonnemaison, inspirado en su trabajo con comunidades melanesias, tal vez sea
el geógrafo que más haya aplicado esa perspectiva cultural y, en cierto modo, idealista (otros
pueden preferir "fenomenológica") del territorio. Para él:

El territorio se puede definir como lo contrario del espacio. Él es idéel [referido al mundo de las
ideas] e incluso, a menudo, ideal [referido a un mundo idealizado], mientras que el espacio es
material. Él es una visión de mundo antes de ser una organización, él resalta más la
representación que la función, pero eso no significa que sea sin embargo desprovisto de
estructuras y de realidad. (...) no es necesariamente lo contrario del espacio geográfico, lo
completa. (...) El territorio es primero un espacio de identidad o, si preferimos, de identificación.
(...) Al final de cuentas, lo que caracteriza al territorio es la presencia del rito. (...) El territorio se
encuentra en la confluencia entre la Antropología y la Geografía. (Bonnemaison, 2000 [1995]:
130, 131 y 133, traducción libre)

Bonnemaison afirma, también, que el territorio "es igualmente el lugar del poder" (2000: 132).
Sin embargo, lo que él enfatiza sobremanera es esa condición "ideal" y simbólica del territorio
(asociado a otra noción que le es muy cara, la de geosímbolo). Se trata de reconocer que su
lectura del territorio se aproxima mucho de aquella que la mayoría de los geógrafos asocia,
por tradición, a otro concepto, el de lugar, que contempla sobre todo la dimensión del espacio
vivido, con toda su carga simbólica, tal como fue definido por Lefebvre (2013 [1974] a través
de la tríada espacio percibido, concebido y vivido.

Enfatizar lo vivido significa acercarse a las corrientes llamadas fenomenológicas en la


Geografía, donde el territorio no es de los conceptos más difundidos 5. A partir de la
constatación de Holzer (1997) que el territorio en un abordaje vinculado al espacio vivido, es
constituido fundamentalmente de lugares, De Paula (2011) afirma que "la base del territorio
vivido es el lugar”. Este territorio es, por lo tanto, un fenómeno de la experiencia concreta del
espacio "(página 120).

Preferimos asumir una distinción relativa entre territorio y lugar, que se vincula a una forma
específica de construir aquello que denominamos una "constelación geográfica de conceptos"
(Haesbaert, 2014). En esta constelación, toda ella articulada en torno a la categoría-maestra

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5 De Paula (2011), al recuperar esa dimensión vivida del territorio, en general “discutida de forma indirecta”, reconoce que “por la
propia tradición (...) la dimensión propiamente existencial del territorio y de las territorialidades no es el foco de los análisis” (p.
106) y que, en verdad, “no hay un campo consolidado de estudios del territorio en cuanto fenómeno vivido” (p. 108).
que es el espacio geográfico, se propone distinguir focos o problemáticas centrales a partir de
las cuales se construyen los conceptos básicos de la Geografía: en cuanto a nuestra mirada
hacia el espacio geográfico por intermedio del concepto de territorio, nos lleva a enfatizar las
cuestiones abarcando las relaciones entre espacio y poder, la dimensión política del espacio, al
accionar el concepto de lugar estamos priorizando una determinada mirada del espacio que
destaca su dimensión cultural-simbólica, lo vivido, donde la construcción identitaria es un
elemento fundamental.

Así, aunque en trabajos más antiguos hayamos enfocado también la cuestión de la identidad
territorial, ella siempre estuvo ligada, como veremos más adelante, a las relaciones de poder
en el sentido más amplio de poder simbólico. Esto nos impone detallar un poco más el debate
sobre territorio y territorialidad, ésta, al principio, ligada más directamente a las cuestiones
culturales e identitarias6. Este debate nos permite aclarar con más rigor la cuestión de la
"desmaterialización" del territorio. Podemos sintetizar nuestra proposición a través de una
afirmación simple, que "a todo territorio corresponde una territorialidad, pero no toda
territorialidad corresponde efectivamente a un territorio".

Esto significa que la territorialidad, en su sentido más amplio, como la (s) propiedad (es)
necesaria para la constitución de un territorio, no exige obligatoriamente la construcción
efectiva de un territorio. Entretanto éste, al menos desde nuestro punto de vista geográfico,
impone una base material, concreta, para su realización, la territorialidad no necesariamente;
pues puede existir como una especie de "territorio en potencia", aun no realizado. Es el caso,
especialmente, de identidades y/o representaciones territoriales que ciertos grupos
reproducen, sea por una referencia territorial en el pasado (caso de la Tierra Prometida de los
judíos) o en el futuro (caso de la Tierra sin males de los guaraníes M'bya). De esta forma
elaboramos una concepción más amplia de territorialidad, que implica el reconocimiento
también de la fuerza del campo simbólico en la construcción de los territorios, sin que estos,
sin embargo, pierdan su base material.

En el marco de esta amplia "memoria territorial", es preciso cuestionar la relación


comúnmente hecha entre la materialidad como el dominio de la fijación y de la conservación y
la inmaterialidad o lo simbólico como dominio de la movilidad y de la transformación. Jean
Gottman llega a defender lo contrario, demostrando que identidades como la identidad
religiosa, por ejemplo, pueden tener permanencia y duración mucho mayores que las
construcciones físico-materiales.

Finalmente, en lo que corresponde a este ítem, debe resaltarse el cuidado que se debe tener
para no incurrir en el equívoco inverso: la reducción del territorio exclusivamente a su base
material. Eso es muy común en discursos sobre el territorio, fuera del ámbito geográfico,
donde con frecuencia se utiliza el término “territorial “simplemente para destacar, de forma
genérica, la base espacial-material de un fenómeno. Como una derivación de este tipo de
abordaje, hay todavía una larga tradición, dentro y fuera de la Geografía, de leer el territorio

_________________________

6 Para una profundización del tema, incluyendo las diversas modalidades de interpretación de la territorialidad, ver Haesbaert,
2007
sólo por su óptica funcional, económica-política, ignorando la fuerza del campo de las
representaciones (ideológicas, inclusive) en la construcción de los territorios.

La trampa del territorio analítico, sin práctica

Otra especie de trampa en que comúnmente incurrimos, es aquella que transforma el


territorio en una categoría analítica desprovista de cualquier interlocución con su uso práctico
o como categoría de la práctica. El territorio se transforma en una mera categoría de análisis,
fruto de elaboración intelectual, sin ningún diálogo con el uso concreto que de ella se hace en
el lenguaje cotidiano, del sentido común.

Tal como Moore (2008) comenta en relación a la escala, aunque consideremos su estrechez
analítica, es imposible no reconocer su uso como categoría de la práctica. Aunque la capacidad
analítica de un concepto sea cuestionada (como en general ocurre con el territorio cuando
ampliamos demasiado su concepción), no podemos ignorar que él puede seguir siendo
utilizado por los grupos sociales tanto en sus prácticas cotidianas como en la organización de
sus luchas políticas.

Por eso la relevancia en distinguir el concepto de territorio como categoría de análisis,


categoría de la práctica y, también, categoría normativa. Esas formas de leer el territorio
necesitan, en ciertas situaciones, ser más claramente distinguidas, bajo pena de confundir
(algo que se hace con relativa frecuencia) la utilización del término en las prácticas del sentido
común, cotidianas (categoría de la práctica), como instrumento intelectual en nuestras
investigaciones (categoría de análisis) y como herramienta para la acción política, en especial
la planificación (categoría normativa). Entretanto, no podemos caer también en el extremo
opuesto, ignorando que a menudo están en franco diálogo y amplia convergencia.

Por lo menos en el caso "latino" - o de las "Geografías latinas" - el concepto de territorio acabó
siendo ampliamente valorado (a veces hasta con cierta exageración, como ya indicamos).
Obsérvese, por ejemplo, su accionar en el discurso cotidiano de varios movimientos sociales,
donde se confunde como categoría de la práctica y como categoría normativa (ya que
involucra también pretensiones jurídico-políticas de delimitación y reconocimiento territorial).
Por otro lado, en un sentido más estrictamente normativo, políticas estatales en las últimas
dos décadas con frecuencia, también abusaron en el uso de la designación “territorial”, en sus
programas de planificación de base geográfica, comenzando, en el caso de Brasil, por la
PNOT, la Política Nacional de Ordenamiento Territorial - pero también en los "Territorios de la
Ciudadanía", "Territorios Etnoeducacionales", "Territorios de la Paz"...

Ante estas extrapolaciones en la utilización del término, se puede evidenciar con claridad la
polisemia y / o la exagerada amplitud con que el territorio fue, más o menos explícitamente,
definido, distinguiendo el simple nominalismo lingüístico del término y el concepto que él
efectivamente expresa. Esto no significa, en ninguna hipótesis, desconocer que, incluso con los
dilemas derivados de esa exagerada expansión analítica, el territorio permanezca, al menos en
el contexto latinoamericano, como una rica categoría de uso práctico. Se acciona "territorio"
como instrumento en una gama de reivindicaciones político-sociales -es decir, aunque
cuestionemos su eficacia analítica, práctica y políticamente se hacen muchas cosas a partir del
accionamiento de esa herramienta conceptual.
Patton (2000), comentando la obra de Deleuze y Guattari, afirma que, en su propuesta de
Filosofía como creación de conceptos, estos son inseparables de la realidad vivida. Los
conceptos, además del campo de las representaciones, constituyen "acontecimientos" (o
herramientas, "transformadores"), involucrados en un "devenir" más que en una historia, en el
sentido tradicional de sucesión de momentos. Así, "la prueba de estos conceptos" es
"fundamentalmente pragmático: al final, su valor es determinado por los usos que se pueden
hacer de ellos, tanto en el interior como en el exterior de la filosofía" (p.6). Es decir, no se
puede construir una categoría analítica sin la consideración de su (potencial) uso práctico (o
práctico-político).

Cuando se habla de "territorio sin práctica", sin embargo, no se trata sólo de resaltar la
desconsideración de su uso como categoría de la práctica. Se trata de reconocer, también, que
muchas veces el territorio es abordado como una entidad cerrada, materia casi inerte,
ignorándose los procesos de des-reterritorialización en que está inmerso. Esto, incluso, hizo
que autores como Milton Santos prefiriera adjetivar el territorio, de modo redundante, al
distinguir entre "territorio en sí" y "territorio usado". Para el autor, lo que hace del territorio
“objeto de análisis social” es su uso, "y no el territorio en sí mismo" (1994: 15). Se distingue así
el territorio como "forma" y el territorio usado como "objetos y acciones, sinónimo de espacio
humano" (1994: 16), "para incluir a todos los actores" (2000: 26). "Lo importante", así, "es
saber que la sociedad ejerce permanentemente un diálogo con el territorio usado, y que ese
diálogo incluye las cosas naturales y artificiales, la herencia social y la sociedad en su
movimiento actual". (2000: 26)

Destacando más aún la concepción de territorio usado y su potencial al mismo tiempo


analítico y político, Milton Santos llega a afirmar que “el territorio no es una categoría de
análisis, la categoría de análisis es el territorio usado. O sea, para que el territorio se torne una
categoría de análisis dentro de las ciencias sociales y con vistas a la producción de proyectos,
esto es, con vistas a la política, con P mayúscula, debe tomárselo como un territorio usado”
(Santos, 1999:18)7. Ribeiro (2003), comentando ese pasaje, afirma que se trata de la superación
al mismo tiempo teórica y política de formas de concebir el territorio que destacaban apenas
sus usos, sin articulaciones con la praxis. Así:

El territorio usado, en la perspectiva dialéctica creadora entre sistema técnico y sistema de


acciones, constituye, en la obra de Milton Santos, una configuración densa de mediaciones
(materiales e inmateriales) que concreta el accionar político. El territorio usado es practicado.
(Ribeiro, 2003:37)

Podemos afirmar que esa ampliación del concepto como categoría de investigación, analítica, y
su franca interlocución con el uso como categoría de la práctica, al lado del énfasis en la
práctica (o en la "praxis") efectiva con que el territorio es construido, es una característica
presente mucho más en la geografía latinoamericana que en la Geografía anglosajona, que

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7 Así,María Adelia de Souza, una de las principales difusoras de la obra de Milton Santos, destaca que: “Es en la discusión sobre el
objeto de la Geografía, sobre el espacio geográfico, ese sistema de objetos y sistema de acciones, colocado como sinónimo de
territorio usado o espacio banal, que reside la mayor y más revolucionaria contribución de la obra de Milton Santos” (Souza,
2003:17)
enfatiza más el carácter funcional y tecnológico del territorio (como en Sack [1986] y Elden
[2013], comentados en el siguiente ítem). Esto ocurre, probablemente, por el hecho de que la
formación geo-histórica latinoamericana está mucho más impregnada de la cuestión de la
tierra y de los movimientos sociales construidos a partir de reivindicaciones por territorio,
tanto en su concepción funcional como simbólica.

La trampa del territorio del poder [sólo] estatal y como contenedor zonal

Otra trampa relativamente común es aquella que reduce el territorio a una única modalidad
de poder y a una única escala geográfica - el poder y la escala estatal. Es cierto que existe en la
Geografía y, sobre todo, en la Ciencia Política, una tradición de privilegiar o incluso de
restringir el territorio a su dimensión estatal. Es probable que uno de los principales soportes
de este tipo de raciocinio involucra el pensamiento del geógrafo alemán Friedrich Ratzel, que
ha trabajado mucho en el vínculo entre la Geografía Política y la figura del Estado (ver
especialmente su obra Geografía Política [Ratzel, 1988]. Algunos geógrafos, hasta hoy, a través
de concepciones genéricas de Estado, no admiten que se pueda trabajar con otra concepción
de territorio que no sea aquella directamente vinculada al Estado-nación y sus fronteras
político-administrativas. Se ignora la propia multiplicidad de formas de soberanía (y de
Estados). Biersteker (2001), por ejemplo, demuestra que la soberanía westfaliana es un ideal,
no una evidencia efectivamente universal, las soberanías siendo políticamente desiguales y
sustancialmente dispares.

Después de una cierta negligencia en la discusión del concepto de territorio que sobrevino al
trabajo de Friedrich Ratzel, podemos afirmar que el primer gran geógrafo a enfatizar el
concepto fue Jean Gottman, a partir de los años 1950. Aunque aun enfatizando la figura
político-administrativa del Estado y a la cuestión de la soberanía, ese geógrafo francés,
radicado un tiempo en los Estados Unidos, amplió la escala de estudio: del Estado y sus
fronteras para todas las reparticiones políticas en que ese poder se realiza, además de
introducir explícitamente la idea de movilidad territorial y la dimensión simbólica del territorio
(que el sugestivamente denominó como “iconografía”) Al tratar el territorio como refugio y
como recurso (u "oportunidad"), Gottman amplió el análisis para lo que él denominó "factor
espacial en la política" (Gottman, 1973).

La trampa del territorio sólo como territorio zonal del Estado exige que se discuta, ante todo,
la concepción de poder con que trabajamos el concepto. Uno de los supuestos fundamentales
de cualquier debate sobre territorio implica la definición de otra noción básica, la de poder.
Aunque no tenemos espacio aquí para profundizar el tema, ya introducido por otros autores
(por ejemplo, Coelho Neto, 2013), es importante destacar, por lo menos, que la literatura
clásica incluye visiones "estatocéntricas" y / o clasistas sobre el poder, como en un enfoque
marxista más ortodoxo que, al trabajar con el binomio poder económico-poder político, ve al
aparato de Estado como un mero instrumento de las clases dominantes. Las lecturas liberales
como la de Hannah Arendt ven la violencia como la antítesis del poder y éste vinculado a la
idea de consenso, de posibilidad de un compromiso socialmente ("democráticamente", dirán
muchos) compartido.

Autores como Michel Foucault, que nos sirve de apoyo, lejos de restringir el poder a la figura
centralizada y jerárquica del Estado, lo expande a todas las relaciones sociales (por más
igualitarias que parezcan), permitiendo así que se hable, como también lo hacen los geógrafos
Claude Raffestin (1993 [1980] y Robert Sack (1986), en territorio desde la escala de un aula o
un cuarto (en su carácter político-disciplinar) hasta la escala supranacional de un conjunto de
entidades estatales como la Unión Europea. Pero Foucault (como el propio Robert Sack)
todavía permanece en una lectura que acaba enfatizando la dimensión técnico-funcional del
poder. Esto ocurre también con uno de los principales geógrafos contemporáneos que
abordan el territorio en una perspectiva que se puede denominar, a grandes rasgos, de
foucaultiana - Stuart Elden. Al final de su libro, ya aquí citado (Elden, 2013), sobre la historia
del territorio, el territorio es tomado como una tecnología del poder, comprendiendo "técnicas
para medir la tierra y controlar el terreno" (p. 323).

Para no correr el riesgo de restringirse a un enfoque más funcional del territorio optamos por,
además de Foucault, recurrir también a Gramsci. Este italiano que construyó una de las
lecturas más heterodoxas del marxismo, expandiéndolo especialmente a la esfera de la
cultura, concebía el poder -y, de modo más específico, la hegemonía- como un constructo que
combina dominación coercitiva, de naturaleza más concreta, y consenso ideológico, más
simbólico. Así, por medio de ese "juego de poder", al mismo tiempo hegemónico y subalterno,
insertamos también la dimensión simbólica del poder en nuestra concepción de territorio.

El poder simbólico, tal como fue definido más recientemente por Pierre Bourdieu (1989), se
encuentra cada vez más presente en las relaciones sociales capitalistas, que hacen uso del
convencimiento (o incluso del poder de la seducción, como observa Allen, 2003). Así, el
territorio también se construye - en menor o mayor grado dependiendo del contexto geo-
histórico - a partir de esas relaciones sociales en el campo de las ideas y de las
representaciones (sobre el propio territorio). Por más que, en Geografía, reservamos a
conceptos como lugar y paisaje a la esfera de lo vivido y de las representaciones, no hay como
no recurrir al campo simbólico para revelar los meandros contemporáneos del poder sobre /
con los territorios.

En el fondo, incluso las visiones más reductoras en esa limitación del territorio a la espacialidad
del Estado, no negaban una característica cultural imprescindible: que la cohesión del
territorio estatal también depende de la amalgama cultural-simbólica allí producida (teniendo
al frente la idea de nación). Se trata de lo que el propio Ratzel en su Geografía Política (1988
[1897]) ya denominaba "lazo espiritual" o una "conexión psicológica" al suelo. Para el geógrafo
alemán, el "sentimiento nacional" sería creado a través de la cohabitación a lo largo del
tiempo, del trabajo común y de la necesidad de defensa frente a un enemigo exterior.
Gottman (1973) también identificó una dimensión más subjetiva, "psicosomática", en el
territorio, al afirmar que "el territorio, a pesar de una entidad muy sustancial, material,
mensurable, es el producto y sin duda la expresión de las características psicológicas de grupos
humanos. (...) la verdadera base bajo la cual reposa la identidad nacional” (p. 15).

Paralelamente a esa "trampa estatal" encontramos su contracara: la consideración del


territorio sólo como un territorio zonal, definido por el establecimiento de una frontera para el
control de un área. Se trata de discutir una dicotomía que por cierto tiempo (y, para unos
pocos, aún hoy) marcó muchos discursos: aquella entre territorio y red, y que tiene como telón
de fondo la relación/disociación entre fijación y movilidad - o fijo y flujo, como diría Milton
Santos.

El geógrafo John Agnew (1994) también hizo uso de la denominación "trampa territorial" en el
título de un artículo bastante debatido (The territorial trap). Su "trampa" se refiere justamente
al hecho que la espacialidad del poder no puede ser reducida a la territorialidad estatal como
un "contenedor" bien delimitado y relativamente autónomo. Aunque gran parte del debate en
el ámbito de las relaciones internacionales todavía se basa en la relación entre Estados (y sus
territorios zonales), no hay duda que el poder se espacializa en las más diversas formas y
escalas, desde lo local a lo global, y conjuga espacios, cada vez más, a través de la articulación
en red.

Para algunos, el territorio tendría una conformación geográfica específica, participando


siempre de un control espacial de carácter zonal, definiendo áreas - de preferencia continuas -
a través de "fronteras" (límites). Mientras que la red enfocaría básicamente los flujos y la
dinámica promovidos a través de la configuración geográfica de puntos y líneas (por
contrapunto a áreas) que, en una visión no euclidiana, serían leídos como polos o conexiones y
flujos - éstos, conjugados, formando las redes. Algunos autores como Jacques Lévy (1992)
recurrieron a ese contrapunto entre territorio y red para expresar dos formas de
manifestación de los fenómenos geográficos que, en nuestro punto de vista, revelan en
realidad dos lógicas espaciales elementales pero indisociables, a las que preferimos denominar
lógicas zonal y reticular. Como afirmó Bonnemaison (1981), el territorio, "antes de ser una
frontera... es sobre todo un conjunto de lugares jerarquizados, conectados a una red de
itinerarios" (p. 99)8

Para proseguir: atento a la problemática y a nuevas trampas...

No hay duda que la amplitud adquirida por el concepto de territorio y las problemáticas en las
que está implicado, muchas veces se deponen contra su operacionalización y/o la capacidad
de respuestas e incluso contra la creación de nuevas cuestiones. Pues los conceptos, antes que
simples soluciones a problemas, son instrumentos que construimos, también, para
problematizar la realidad. Como afirmaba Milton Santos, "los conceptos son cuestiones
planteadas a la realidad" (2000: 42).

Una cuestión o problema bien planteado es aquel que ya indica o trae incluida su propia
respuesta. Como afirma el filósofo Bergson (citado por Deleuze, 1999), el planteamiento y
solución del problema son casi equivalentes: los verdaderos grandes problemas se plantean
sólo cuando se resuelven "(p.9). En ese caso, la manera de plantear los "problemas" o las
"cuestiones" de orden territorial es fundamental para su resolución.

8 Para una profundización de ese debate sobre territorio y red, territorio-zona y territorio-red, ver nuestro abordaje en Haesbaert
(2004), especialmente el ítem 7.1,”Territorios, redes y territorios-red” (p.279-311).
Un concepto de territorio puramente analítico, sin ninguna interlocución con la práctica o el
uso que de él se hace (o que puede ser hecho) por el sentido común de los grupos sociales
puede revelarse incongruente. Además, siguiendo a Bergson, "poner el problema no es
simplemente descubrir, es inventar. El descubrimiento incide sobre lo que ya existe,
actualmente o virtualmente, por lo tanto, temprano o tarde, seguramente viene. La invención
da al ser lo que no era [crea realidad, indica nuevas posibilidades y / o trayectorias] "(citado
por Deleuze, 1999: 9).

Un concepto con pretensiones analíticas como el de territorio, por lo tanto, también dialoga
con su uso en cuanto aquello que identificamos como categoría de la práctica, especialmente
en contextos en que él tiene profunda implicación con movimientos sociales, políticos, como
es el caso de América Latina. No se restringe, así, como vimos, a una relación entre espacio y
poder vinculada sólo a la figura del poder hegemónico, empresarial y / o estatal. Pero este
diálogo de categorías teórico-prácticas no es nada simple. No se trata, es obvio, simplemente
de oír y (intentar) reproducir el Otro. La especificidad de perspectiva de cada interlocutor
permanece, y es justamente ella la que puede enriquecer el proceso de conocimiento.

Además, el territorio, por no ser sólo objeto físico, materia, es construido, en primer lugar, por
la acción de aquellos que lo constituyen. Conforme a Stuart Elden, "el territorio no es
simplemente un objeto - el resultado de acciones efectuadas hacia él o alguna área antes
supuestamente neutra. El territorio es en sí mismo un proceso, hecho y rehecho, moldeado y
modulador, activo y reactivo", pudiéndose hablar, como David Harvey, en "proceso territorial"
(Elden, 2013: 17).

En otras palabras, siempre debemos trabajar con la tríada territorialización-


desterritorialización-reterritorialización, tan enfatizada por Deleuze y Guattari (1972/73 y
1980) y Claude Raffestin (1993 [1980]. La conceptualización propuesta por Santos (1996), del
territorio (para él, sinónimo de espacio) como la conjugación entre un "sistema de objetos" y
un "sistema de acciones" también es un intento de superar esa dicotomía.

Se trata, pues, de explicitar siempre a los sujetos sociales que, al construir el territorio, en
distintos juegos de poder, territorializan y se desterritorializan a sí mismos y a otros individuos
y grupos. Esto para no caer en lo que podríamos denominar otra trampa, la trampa del
"territorio-sujeto, sin sujetos" - un territorio que sólo interfiere como "trozo de suelo"
(siempre, de algún modo, limitado) y no como instrumento de identificación y de disputa, de
dominación y de resistencia. Así, en ese seno, pueden desaparecer también las clases, los
sujetos colectivos, por un lado o, por otro, diluir también los sujetos individuales que, a veces
de forma ardua, tienen algún poder para construir sus propias territorialidades.

No cabe duda que, como las pistas del propio poder, los caminos que envuelven el debate
territorial son ricos y desafiantes. Pero, como también son desafiantes las trampas que
encontramos a lo largo de esos caminos, es imprescindible permanecer siempre muy atentos
para percibir las implicancias a que nos conduce cada una de esas múltiples trayectorias.
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