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Intereses económicos. Europa necesitaba buscar nuevos mercados donde vender el excedente
de su producción industrial. Aspiraban a comprar materias primas (carbón, hierro, algodón…)
y productos coloniales (azúcar, chocolate, té…) al mejor precio posible.
Querían invertir sus excedentes de capital donde la mano de obra fuera más barata y así
obtener mejores beneficios.
Una población es ascenso. Los cambios económicos del siglo XIX dieron lugar a un gran
aumento de la población europea, 450 millones en 1900, y generando un volumen de
población excedente, sobre todo en la agricultura, que estimuló la emigración hacia otros
continentes.
Las colonias se convirtieron en la solución de las metrópolis, al emigrar la población hacia
ellas, evitando así problemas de malestar social como paro, huelgas…
Rivalidad entre las potencias. El deseo de ampliar las zonas de influencia favoreció la
expansión imperialista. Era una forma de aumentar su poder político y de obstaculizar la
expansión de las potencias competidores.
En Europa, desde la unificación de Italia y Alemania, los deseos de los países de ampliar su
poder político solo podían hacerse realidad ocupando otros continentes.
Todo ello dio lugar a una carrera por controlar nuevos territorios. Los dirigentes políticos
consideraban esta expansión colonial como una necesidad y querían utilizarla como base
estratégica de su poder militar y para tratar de impedir la expansión de sus rivales.
El mito de la raza superior. Las causas profundas del imperialismo son incompresibles sin
las concepciones racistas y nacionalistas. La idea de una raza blanca superior, cuyos atributos
de inteligencia y laboriosidad la legitimaban para imponerse sobre el resto, se dio como un
hecho, como una verdad científica.
Se impuso la idea de que, para ejercer ese dominio legítimo, todos los medios eran válidos,
incluso el de la guerra.
Era considerada una manera de reafirmar la fuerza y la superioridad cultura de cada país. Los
europeos tenían el deber de difundir su cultura y civilización entre los pueblos considerados
inferiores.
La Segunda Revolución Industrial (1880-1914). A partir del último tercio del siglo XIX
aparecieron y se desarrollaron nuevas fuentes de energía. La invención de la dinamo industrial
en 1869 permitió producir electricidad en centrales hidroeléctricas, el alternador y el
transformador en 1897 hicieron posible el traslado de la corriente eléctrica.
La electricidad logró múltiples aplicaciones en la industria, en los transportes, en los sistemas
de comunicación y en la iluminación.
El petróleo comenzó a extraeré en Estados Unidos a mediados del siglo XIX y la invención
del motor de explosión posibilito su utilización como combustible para los automóviles en
1885.
También se desarrollaron nuevos sectores industriales: la química (tintes, medicina), la
metalurgia del aluminio, la fabricación de automóviles y aeronáutica, el aumento de la
producción de bienes corrientes (muebles, aparatos para el hogar…) y el continuo desarrollo
de las industrias tradicionales (textil, siderurgia, minería del carbón…).
El gran salto tecnológico de finales del siglo XIX se debió en gran parte a la unión entre la
investigación científica y la industria.
Los descubrimientos científicos se aplicaron rápidamente a la técnica y a instrumentos que
revolucionaron la vida cotidiana: bombilla, aspirador, cámara de fotos, radio, teléfono…
EL IMPERIO BRITÁNICO.
A finales del siglo XIX el Reino Unidos poseía el mayor imperio colonial y controlaba las
rutas comerciales marítimas con base en el Atlántico, el Índico, el Pacífico y el Mediterráneo.
En África formaron un imperio de Norte, El Cairo (Egipto) a Sur, Ciudad del Cabo
(Sudáfrica).
La principal colonia era India que se convirtió en un gran mercado para los productos
británicos y en una importante proveedora de materias primas. Los ingleses rivalizaron con
Francia para anexionarse Birmania (1886) y con Rusia por el dominio de Afganistán y el
Tíbet.
El progreso de los medios de transporte. El automóvil y el avión (el primer vuelo en avión
fue realizado en el año 1903 por los hermanos Wright) hicieron su aparición entre finales del
siglo XIX y principios del XX.
La innovación se hizo constante. Los ferrocarriles alcanzaron velocidades inimaginables, los
vuelos fueron cada vez más largos, rápidos y seguros; el automóvil se perfecciono y abarato
hasta convertirse en un objeto de uso masivo.
A mediados del siglo XX se inventaron los primeros cohetes espaciales y en 1969 el hombre
(Neil Armstrong y Edwin Aldrin) piso la Luna por primera vez.