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En busca de la forma
EL SIGNIFICADO DE LA FORMA
para tenerla. En la vida cotidiana, sin embargo, somos más bien analistas
del contenido, preocupados por los sentidos más que por la forma. Mira
mos a través del significante directamente a lo que significa. Generalmente
no le indicamos al carnicero con un alarido de satisfacción que lo que acaba
de decir contiene dos aliteraciones y un anapesto.
Por lo tanto, la poesía nos concedería la experiencia efectiva de ver que
el significado toma forma como un proceso, en vez de presentarlo simple
mente como un objeto acabado. O, si se prefiere, la experiencia de ver a
la forma convertirse en contenido, un proceso del que la mayor parte del
tiempo afortunadamente no somos conscientes. «Afortunadamente» ,
porque esta insensibilidad a la textura y el ritmo de nuestra habla es fun
damental para nuestra vida práctica. No tiene sentido gritar «¡Fuego!»
[«Fire!»] en un cinc si el público sólo se detuviese a apreciar el encantado r
contraste entre la violentamente punzante Fy el alargamiento de la vocal
desvanecida que le sigue. (Aquellos entre el público seriamente perjudica
dos por una formación literaria anticuada podrían incluso detectar en esa
acción verbal una imagen mimética del propio fuego: la F representaría
su inicio repentino, y el sonido vocálico desvaneciéndose la premura y los
giros de su inexorable propagación.)
De igual modo que nos parece que el sol gira alrededor de la tierra, el
lenguaje común parece invertir las relaciones entre significantes y significa
dos, o las palabras y sus sentidos. En el habla diaria, la palabra parece ser un
obediente transmisor de significado. Es como si se evaporase en éste. Si el
lenguaje no ocultara su proceder de ese modo, podríamos quedar tan exta
siados por su música que, como los lotófagos, nunca llevaríamos nada a
término, de modo similar a lo que consideraba Nietzsche: si fuésemos cons
cientes de la horrible masacre que dio origen a nuestra civilización, nunca
saldríamos de la cama. El lenguaje diario, como la historia para Nietzsche o
el ego para Freud, funciona gracias a una saludable amnesia o represión. La
poesía es el tipo de escritura que, de nuevo, vuelve relevante esta inversión
de forma y contenido, o de significante y significado. Hace realmente difícil
que podamos simplemente ignorar las palabras para llegar a los significa
dos. Establece claramente que el significado es el resultado de una comple
ja interrelación de significantes. Y, al hacer esto, nos permite experimentar
el medio mismo de nuestra experiencia.
Esta idea podría expresarse del siguiente modo: los ejecutivos de empre
sa, los tecnólogos y todos los que se pueden considerar grupos prácticos
tienden a observar el mundo a través del cristal transparente del lenguaje;
por el contrario, los poetas son esas extrañas criaturas, socialmente disfun
cionales, siempre fascinados por las mínimas concavidades y convexidades
del cristal mismo, por el frescor que transmite a la frente y por la sensación
resbaladiza que transmite a las yemas de los dedos. Sin embargo, esta ima
gen es engañosa. Ciertamente, hay poetas de este tipo, formalistas o simbo
listas para los que lo que importa del arte es investigar el medio y no tanto
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el sentido. Esto implica despegar las palabras de sus significados para que las
texturas y los sonidos puedan apreciarse más intensamente. Pero si quisié
ramos aplicar la imagen de la ventana a la inmensa mayoría de los poetas,
tendríamos que mostrar cómo la densidad y la refracción del cristal, sus
desperfectos y sus marcas, le dan forma a lo que se ve a través de él. Pero la
metáfora de la ventana no se sostiene porque los objetos que vemos «a tra-
vés» del cristal, a pesar de su aparente solidez, son en realidad creados por
éste. Un poema constituye las cosas mismas de las que trata. En este senti
do, todo poema se curva sobre sí mismo. La palabra que define este proceso
es «ficción». Wallace Stevens, en Opus Posthumous, habla de un poema
como «Parte de la cosa (res) misma y no sobre ella»; pero sería más exacto
decir que cada uno existe en tanto en cuanto el otro lo hace.
En realidad, el lenguaje no tiene nada que ver con una ventana; para
empezar, porque una ventana separa claramente un interior de un exterior,
que sería la última cosa que se puede decir que haga el lenguaje. Por el con
u·ario, estar en el «interior» de un idioma es una manera de estar «fuera» de
él también. Es un modo de estar situado entre las realidades del mundo. La
engañosa imagen espacial, por lo tanto, se derrumba. La poesía es una ex
presión de la certeza de que el lenguaje no nos separa de la realidad, sino
que nos ofrece un acceso más profundo a ésta. Así que no se trata de elegir
entre estar fascinado por las palabras o preocupado con las cosas. La esencia
misma de las palabras es señalar más allá de sí mismas; de forma que perci
birlas como valiosas de por sí es también adentrarse más profundamente en
la realidad a la que se refieren. No comprender esto es como afirmar que no
puedes cavar con una pala porque la parte metálica del extremo del mango
no hace más que interferir en el proceso.
Percibir el «qué» del contenido en los términos del «cómo» no signifi
ca necesariamente verlos como una unidad harmoniosa. La doctrina de la
indisolubilidad de la forma y el contenido es tan sagrada para algunos
críticos como la creencia en la indisolubilidad del matrimonio lo es para
el papa. Pero considerar la forma y el contenido en términos de mutua
reciprocidad no significa necesariamente verlos como uno. Igual que los
miembros de un matrimonio, pueden llevarse francamente mal. De he
cho, es una suerte que sea así, pues, de lo contrario, toda una gama de
fascinantes efectos poéticos quedaría suprimida. Son ese tipo de efectos
que se consiguen enfrentando forma y contenido, provocando tensiones
y ambigüedades entre ambos.