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o mejor
Pero aquí nos referimos a una forma de oración más amplia, que
algunos han llamado “examen de toma de conciencia” y otros
“oración de vigilancia”. Sin este ejercicio, puede suceder que el
Evangelio no trascienda para nada, o poco eficazmente, a la vida real,
lo cual sería muy lamentable. Por otro lado, es cierto que, si
pasáramos todo el tiempo revisándonos, examinándonos, y
perdiéramos de vista que eso debe hacerse a la luz del Evangelio,
también se empobrecería mucho nuestra vida de fe. El examen sería
algo comparable con lo que hacen los ejecutivos de una empresa para
revisar y programar, un ejercicio práctico para una vida humana más
ordenada, pero no inspirado en la Palabra de Dios y no profundamente
cristiano. Podría ocurrir también que se transformara en una actitud
narcisista y nos volviera demasiado auto-referentes.
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Ignacio de Loyola llama “enemigo de la naturaleza humana”? ¿Actúa
en este momento lo mejor de mí, bajo la acción de la gracia, o lo peor
de mí? Es en este sentido que el examen se vuelve una oración de
discernimiento, de “discreción de los espíritus” al modo que
aprendieron y enseñaron los Padres del Desierto, grandes maestros de
la conciencia cristiana.
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Un modo práctico: los cinco puntos
2. Doy gracias por los beneficios recibidos en ese lapso: alguna gracia,
un encuentro favorable, algo que me salió bien, etc.
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comencemos con una confessio laudis, es decir, confesando que Dios
merece nuestra alabanza por los dones con que nos ha bendecido.) No se
trata de vanagloriarse, sino de alabar a Dios por los dones recibidos.
Como la Virgen María que dijo: “has hecho en mí grandes cosas” y no “yo
he hecho grandes cosas”. Algunos autores proponen detenerse algún
tiempo en ese punto del examen, sin pasar a los siguientes. De hecho,
puede ser muy útil hacer durante un tiempo relativamente
prolongado un examen de conciencia centrado en la acción de
gracias, por el paso del Senor por mi vida.
* Cito ahora algunos ejemplos muy simples para mostrar cómo se puede
enriquecer el tercer punto y, a partir de allí, el 4º y el 5º. No basta con
decir: “Fui grosero con un compañero”, o: “comí demasiado durante el
almuerzo”. Naturalmente hay que pedir perdón por estas cosas, pero uno
puede también preguntar: “A ti, Señor, ¿qué es lo que te interesa?”. O
bien, “¿qué es lo que Tú hoy me has mostrado como Tu voluntad, no
escrita en letras mayúsculas en tu ley, sino en minúsculas en el desarrollo
cotidiano de mi vida actual?”. Si he percibido algo de esto, “¿cómo he
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reaccionado? ¿He querido hacer lo que Tú me mostrabas? ¿Lo he hecho?
¿O me he hecho la “mosca muerta” y no he respondido?”
El examen particular
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conciencia desde temprano en la mañana poniendo en manos de Dios
el buen propósito que Él mismo inspiró. Durante el día, si uno falla,
usa una pequeña señal secreta que ayuda a registrar el hecho, y al
mediodía y en la noche repasa las horas recientes diciendo algo así:
“Señor, a pesar de mi buena voluntad, fallé dos veces, te pido perdón.
Dame tu gracia para que el próximo medio día, mi esfuerzo resulte
mejor”. Mi experiencia es que, si el punto ha sido bien elegido, el
cambio se produce, tal vez no definitivo pero por bastante tiempo.
Habiendo aprendido, uno se anima a renovar la experiencia, porque
comprueba que Dios no nos abandona en nuestros defectos si somos
un poco ingeniosos para luchar contra ellos. La caridad sale ganando.
Se encuentra frecuentemente a gente que dice: “Siempre me confieso
de lo mismo y sin avance. ¿Para qué continuar?”. Experimentan un
descontento permanente o ceden finalmente a una resignación
demasiado pasiva. Pienso que muchas veces lo que falta es
determinar cuál es exactamente el problema para atacarlo en
su raíz. El examen particular ayuda para ello. No logra cambiar un
temperamento, pero sí lleva a aprovecharlo mejor para bien y no para
mal, o por último a ser más paciente con uno mismo pero no tan
consentido con el primer impulso. Vale la pena no solo aprender sino
enseñar esa forma de examen; pero ¡cuidado! no solo como una
táctica hábil sino como un modo de oración fecundo. No se
trata de autodisciplina sino de sumisión a la acción de Dios.
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libro sobre su vida escrito por santa Teresa de Ávila, a petición de
su director espiritual, ella lo llama Libro de las mercedes, es decir, de
las gracias recibidas. La Autobiografía de san Ignacio es una
relectura de su vida, porque lo urgieron en un momento dado a que
diera a conocer por qué camino lo había llevado el Señor hasta fundar
la Compañía de Jesús. Más frecuente que las autobiografías
publicadas, un diario de vida es una forma de examen conservado
para poder releerlo oportunamente. En esos escritos es posible
advertir también el tema del tiempo y los varios momentos de la vida:
allí hay días en que el autor escribió tres páginas y otros en que
escribió tres líneas. Nuestros días, semanas y meses no tienen todos la
misma densidad.
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día anterior, sin olvidar no obstante la oración con la Palabra de Dios.
Otro puede hacer el examen –por ejemplo, el día que tiene actividad
apostólica fuera – en el bus o el tren, mientras vuelve a casa. El
asunto es no dejar esto totalmente a la improvisación, porque ni la
rutina muy mecánica resulta, ni la improvisación tampoco.